La Batalla en la Tumba

3ª Parte


por
Shawn Carman
Editado por Fred Wan

 

Traducción de Bayushi Elth



La Gran Muralla del Carpintero

 

            El puesto sobre la Muralla Kaiu estaba considerado como la más sagrada de las asignaciones que un guerrero Cangrejo podía recibir, y también entre las más temibles. La esperanza de vida de aquellos que servían allí variaba considerablemente dependiendo de la parte de la Muralla, pero no había ninguna sección, ni siquiera una sola milla, que se pudiera considerar segura. En cualquier punto, un centinela podía oír el rugido distante desde lo más profundo de las Tierras Sombrías, y la alarma podía hacerse sonar. Muchas veces en los últimos siglos, las siniestras fuerzas de Fu Leng habían cargado directamente y habían chocado contra el Muro, y esas mismas veces el Cangrejo les había rechazado. Las pérdidas, por supuesto, eran inevitables, pero los hijos de Hida nunca habían huido del terrible sonido que emanaba desde el sur.

            Hoy, sin embargo, el trueno venía desde el norte. Los centinelas señalaban hacia el sonido, y se prepararon para señalar a sus hermanos a lo largo del Muro que se avecinaba otro ataque. Incluso mientras permanecían preparados para encender las hogueras de señales y enviar corredores, aun así, los guerreros Cangrejo se miraban confusos, oteando el horizonte del sur buscando señales de algún enemigo. Entonces, lentamente, se volvieron hacia el Norte.

El trueno era caballería, aproximadamente dos o tres centenares. Los vigilantes se pusieron en tensión, mirándose entre ellos y preparándose para un ataque. No fue hasta que el ejército se acercó y el estandarte del Emperador fue visto que un grito de alegría surgió de la Muralla. Los defensores del Emperador habían llegado por fin.

Un hombre no se sintió alegre. Yasuki Jinn-Kuen puso una mueca, y oteó a través del muro hacia las Tierras Sombrías. Su expresión era la de un hombre calibrando costes y beneficios, y tras un momento agitó su cabeza con resignación. Se volvió hacia el ejército que avanzaba y levantó una mano como saludo cuando se le acercaron. “Saludos, Yasuki Hachi-sama, Campeón Esmeralda.”

Un aparentemente exhausto Hachi desmontó de su caballo, limpiándose el polvo y sudor de su rostro. “Jinn-Kuen,” afirmó. “Necesitamos monturas nuevas. Estos han estado cabalgando sin descanso desde tierras Escorpión. Necesitan descansar y beber, o morirán.”

“Lo imaginaba,” dijo Jinn-Kuen, mirando por encima del hombro a los otros Cangrejo cuando Hachi mencionó al Escorpión. “He hecho los preparativos necesarios.” Hizo un gesto a un grupo de jóvenes, que avanzaron y comenzaron a llevarse los obviamente exhaustos caballos. “El jade que prometí está preparado. Partiremos tan pronto como estéis preparados.”

“Estamos preparados ahora,” insistió Hachi.

“No.” Un fornido samurai Unicornio desmontó y algo reacio entregó su corcel a un niño Cangrejo. “Los hombres están demasiado cansados, Hachi. Necesitan descansar.”

“No hay tiempo,” dijo simplemente Hachi. “El Emperador nos necesita ahora. Incluso podría ser demasiado tarde.”

“Muy bien,” dijo Moto Chen. “Y cuando alcancemos al Emperador, suponiendo que esas ratas enormes puedan llevarnos hasta él como aseguran, estaremos todos demasiado débiles por el hambre y el cansancio para levantar nuestras armas en su defensa.”

Hachi miro ceñudo. “No haya tiempo, Chen,” repitió.

“Si partimos ahora, todos los hombres y mujeres en esta fuerza perecerán, posiblemente antes de alcanzar la Tumba y todo habrá sido en  vano.” Chen contempló al Campeón sin cortarse. “¿Qué es más importante para vos, éxito o puntualidad?”

Los rasgos de Hachi se mostraron irritados, pero después cambiaron a una expresión de total desesperación. “Tres horas,” murmuró. “Díselo.”

Chen afirmó. “No lamentarás esta decisión,” dijo, y se volvió para comunicarlo.

“Hachi-sama,” dijo Jinn-Kuen en bajo mientras se volvía el Campeón. “Puede que tengamos un problema.”

Hachi sonrió lánguidamente. “¿Y cual podría ser?”

Jinn-Kuen señaló discretamente a la docena aproximada de guerreros Escorpión acorazados entre las fuerzas de Hachi. “Esos hombres no tendrán permitida la estancia en ningún punto en tierras Cangrejo. Sugiero que los mantengáis vigilados para evitar... incomodidades.”

“El señor Kuon ha dado órdenes,” comenzó Hachi.

“Sí,” interrumpió Jinn-Kuen. “Ha dado órdenes de que vuestras fuerzas tengan libertad para viajar a través de nuestras tierras y que se os garantice cualquier provisión que necesitéis. No mencionan nada de proporcionar hospitalidad, y os aseguro que no habrá ninguna para el Escorpión. Hemos tenido un poco de... algo que podríamos llamar infección, de asesinos en los últimos meses.”

“Estos hombres son guerreros,” dijo Hachi, señalando su armadura pesada y armas. “Son soldados, no asesinos. Difícilmente puede alguien ir saltando de tejado en tejado con una hoja envenenada en una mano y mala voluntad en la otra cuando está embutido en casi cincuenta libras de armadura laqueada.”

“Las apariencias engañan,” dijo Jinn-Kuen.

“Por eso están cansados y bajo mi protección,” escupió Hachi. “Cualquiera que les dirija siquiera una palabra malsonante será ejecutado por traición.”

Jinn-Kuen se inclinó titubeante. “Como deseéis,” dijo.

Fieles al plan, tres horas después las fuerzas de Hachi, incrementadas por fuerzas Cangrejo y portando una cantidad de jade suficiente para proteger al ejército entero, cruzaron la puerta de la Gran Muralla, que raramente se abría, y comenzaron su ardua cabalgada hacia el sur. Y si los centinelas Cangrejo que descubrieron que los Escorpión habían dejado atrás su armadura encontraron raro el asunto, no preocupó a nadie entre las fuerzas de Hachi.

   

           

            Un poco más de un día de cabalgar por las Tierras Sombrías, el ejército se detuvo por un momento para dejar que los caballos cogieran aliento. A pesar del pesado equipaje que los Cangrejo habían insistido en cargar, las bestias estaban cubiertas en sudor y respiraban pesadamente. Chen desmontó y caminó siguiendo la línea, mirando si alguno estaba en pobres condiciones para cambiarlo por el limitado número de caballos de refresco que el grupo había traído.

Hachi le observó en silencio, meneando su cabeza. Las intenciones del hombre eran nobles, pero inútiles en el fondo. El Campeón Esmeralda sabía perfectamente que los corceles no sobrevivirían al viaje. Más aún, se preguntaba si alguno de los jinetes sobreviviría.

Sekawa cabalgó hasta Hachi y oteó el horizonte. “Este lugar es peor que en mis más oscuras imaginaciones,” dijo en voz baja. “¿Cómo puede nada sobrevivir aquí? ¿Cómo puede el Emperador seguir vivo?”

“Debe estarlo,” dijo Hachi. “No puedo creer otra cosa.” Se volvió hacia el Nezumi que se encontraba cerca de la cabeza del ejército. “Krn’n,” le llamó. “¿Dónde estamos?”

Los bigotes del explorador se agitaron. “Estamos aquí,” dijo decidido.

Hachi hizo una mueca, apretando las riendas tan fuerte que sus nudillos se volvieron blancos. “Lo que quiero decir,” dijo lentamente, “es que me gustaría saber si estamos en la ruta correcta.”

“Oh,” dijo el explorador de la Pata Avara. Se giró y entabló una corta conversación con un explorador de la Tibia Rota, que apuntó hacia el sur. Krn’n sacó un desgastado pergamino y lo miró cuidadosamente. “Sí,” dijo finalmente. “Explorador decir que el Jefe de Jefes humano vino por esta ruta. El mapa dice que este también es el camino correcto.”

Los ojos de Sekawa se abrieron de par en par. “¿Podría ver el mapa, por favor?”

Los ojos del explorador se entrecerraron. Sekawa sonrió y cogió un alfiler decorativo del pliegue de su kimono. “Sólo deseo verlo un momento, y te lo devolveré. Como pago, puedes quedarte esto.” Alcanzó el alfiler al explorador, que lo examinó ansioso, y rápidamente ofreció el pergamino al Campeón de Jade.

Hachi miró curioso por encima del hombro de Sekawa. “Me pregunto que estaría mirando. ¿Qué es eso?”

Sekawa recorrió con su mano la antigua superficie con delicadeza. “Esto... esto es antiguo,” dijo sin aliento. “Muy viejo.” Miró al explorador. “¿Dónde lo encontrasteis?”

“La tribu lo encontró en el gran-gran bosque, hace muchos ayer.” Se encogió de hombros, mientras mordisqueaba el alfiler de Sekawa con cuidado, como saboreando el metal. “Vieja madriguera humana.”

“Hachi,” dijo Sekawa, girándose para dejar que el Campeón Esmeralda pudiera ver. “Mira esto.” Apuntó al gran cuervo blasonado en un perfecto, aunque borroso, dibujo en la parte de abajo. “¿Lo reconoces?”

“No seas ridículo,” bufó Hachi. “No puede ser auténtico. Es una imitación.”

“Es la marca que Shinsei usaba en sus escritos,” insistió Sekawa. “Lo he visto en los manuscritos más antiguos de las fortalezas de la Hermandad. Si es una imitación, es perfecta. Y por la antigüedad de este pergamino... no soy capaz de recordar la última vez que vi algo tan antiguo.”

“¿Estás sugiriendo que Shinsei creó un mapa de la tumba, y que justo lo tienen los  Nezumi cuando nosotros lo necesitamos? ¿No te parece una idea totalmente ridícula?”

“Hace un tiempo sí me lo habría parecido,” accedió Sekawa. “Pero ya no. El destino es una fuerza poderosa. Ninguno de nosotros puede oponérsele.”

“No es el destino a lo que temo,” dijo Hachi. Se volvió y agitó la mano, señalando que el grupo estaba en movimiento. Se giró y agitó su cabeza, frunciendo el ceño levemente. “Estamos cerca. Espero que podamos alcanzar la tumba antes de que empiece la tormenta. No desearía que nos cubriera la lluvia en este lugar.”

“¿Tormenta?” Sekawa le miró ceñudo.

“Escucho truenos en la distancia,” dijo Hachi, apuntando con su cabeza hacia el Sureste.

“No es una tormenta,” dijo Chen sombríamente. “Ojalá lo fuera.”

 

           

            Hachi se dio ánimos a sí mismo y se preparó para la muerte. Susurró una rápida oración a sus ancestros y a cualquier Fortuna que pudiera oírle en aquel retorcido y malvado lugar. Muchas ocasiones en los últimos años, se había encontrado cerca de morir. En ninguna de ellas había sentido la inquebrantable y absoluta certeza como en aquel momento. Hachi moriría aquí. No habría escapatoria.

Un ejército de oni corría a través de la llanura hacia la tumba. Hachi podía verlos, incluso a aquella distancia, corriendo hacia la enorme tumba que su ejército estaba protegiendo. Podía ver los retorcidos tentáculos y los brazos deformes desgarrar el suelo. Podía ver las viciosas fauces y los muertos, deslustrados ojos. Podía ver la muerte acercándose. No importaba. Todo lo que importaba era que moriría al servicio de su Emperador. Era mejor de lo que merecía.

“¡Hachi-sama!”

El Campeón Esmeralda se giró hacia el sonido, apartando con dificultad la mirada del horror enfurecido que avanzaba hacia ellos. Uno de sus hombres, un Fénix, estaba apuntando hacia el Sur. Hachi entrecerró los ojos y miró, intentando ver que podría ser de interés. Y entonces lo vio.

Caballería. Cien, quizá más. Eran los Perdidos, corriendo hacia ellos con incluso mayor velocidad que los oni. Hachi frunció el ceño, pero no se sintió muy desesperado por la novedad. Se había resignado a morir de cualquier manera. No le importaba como le llegara la muerte. “Preparaos para recibir la carga,” ordenó. No especificó que carga.

La caballería de los Perdidos se acercó en un segundo, y pronto se hizo evidente que alcanzarían la tumba considerablemente más rápido que los oni. Hachi y Chen ordenaron a sus hombres que se giraran, presentando su fila frontal para recibir a los Perdidos en lugar de a los oni. Hachi supo tan pronto sus fuerzas fueron flanqueadas la lucha duraría breves segundos, pero mejor vivir aquellos segundos libre y luchando que perecer con un gimoteo. “¡Esta noche estaremos con nuestros ancestros!” gritó a la formación. “¿Estaremos orgullosos, o avergonzados?”

El rugido que se elevó de sus hombres no dejó ver ningún rastro de miedo. Levantaron sus espadas y le gritaron a los cielos que estaban por llegar, y en ese momento Hachi no se sintió nada orgulloso. Supo que todo era una mentira. Estaban asustados de morir en aquel lugar, y que se levantaran de nuevo como abominaciones. Pero si así debía ser, en defensa del mismo Emperador, así sería. Levantó su espada también, y caminó al frente para ponerse en la primera fila, su postura como preparada para un duelo.  Los Perdidos estaban sobre ellos. Hachi pudo ver los rostros de sus líderes.

Daigotsu Rekai, la traidora.

Moto Tsume, la abominación.

En el último momento, los Perdidos viraron repentinamente y se encararon hacia el Este, dejando a Hachi y sus fuerzas tosiendo por la nube de polvo que cayó sobre ellos como una ola. Hachi avanzó, enrabietado por tal falta de respeto de sus enemigos, y entonces vio sobrecogido como la caballería de los Perdidos se encaraba directamente hacia la horda de oni. Los gritos y rugidos de ambas fuerzas al encontrarse se hicieron abrumadoras, pero Hachi sabía que sólo tenía una oportunidad para sus hombres de conseguir cualquier clase de victoria aquel día.

“¡Cargad!” gritó. “¡Cargad! ¡Muerte a los demonios!¡Enviadlos de vuelta al abismo!”

Por primera vez desde que habían cruzado la Gran Muralla, Hachi sintió una pizca de esperanza.

 

           

            El oni no se parecía a nada que hubiera visto en su vida. Era gigantesco, cerca de los doce pies de altura, pero muy delgado en su cuerpo. Mientras se movía a través del campo de batalla, asesinaba todo aquello que tocaba. Mirumoto Hirohisa vio como la bestia partía por la mitad a un guerrero Cangrejo, y vio asombrado como el brazo que el ser había usado para destruir a su enemigo cambiaba de forma, adoptando los familiares colores de la armadura del Cangrejo y los afilados y lacados pinchos que lo adornaban. Con el otro brazo sajó a un Escorpión, y aquel brazo se volvió rojo y negro, más delgado y rápido. Era una máquina de matar perfecta, bebiendo la esencia de todo lo que tocaba y usándolo para matar de nuevo. Hirohisa se preguntó como podría ser derrotada una bestia como aquella, o siquiera ralentizada.

Una sombra se movió rápidamente a través del campo de batalla, golpeando el brazo de la bestia y lo que parecía su cuello, aunque no había ninguna cabeza que sujetara. Hubo un brillo de acero de la sombra y al momento se había ido, saltando y desapareciendo en la caótica batalla una vez más. Un espeso y negro icor salió de las heridas que la sombra había infligido, y la carne de la bestia se revolvió con las formas de las docenas que había matado ya. Buscó a su enemigo, pero no encontró nada.

La sombra apareció de nuevo, el brillante fogonazo de acero cortando profundamente una vez más, pero esta vez la bestia había absorbido suficiente velocidad para revolverse y cortar a su oponente. El ágil guerrero Escorpión fue proyectado dando vueltas, aterrizando a la vista de Hirohisa que pudo distinguir su forma. Incluso desde allí pudo ver el profundo corte en su costado. La mano de la mujer se introdujo en su obi una, dos, tres veces. Cada vez un cuchillo se hincaba en la piel del demonio cerca de su cuello. Aquella cosa retorcida rugió con rabia, aunque Hirohisa no podía saber como podía hacer aquello sin boca, y arremetió para golpear al Escorpión con sus piernas como árboles.

Hirohisa se estaba moviendo al mismo tiempo. Se lanzó entre los cadáveres y afiladas rocas, intentando no pensar en nada excepto en su tarea. La certeza de la muerte había sido apartada a un lado. El único pensamiento que quedaba era su esperanza de que podría sobrevivir a aquella batalla, y la guerra contra la Grulla, y ver de nuevo su torre de vigilancia. Hirohisa había odiado su puesto allí durante casi todo su mandato, pero ahora añoraba la tranquila serenidad. La vida tenía esas ironías.

“¡Shun!” Gritó, saltando apresuradamente sobre un oni esclavo que intentó alcanzarle sin éxito con sus tentáculos como lazos. “¡Shun, agárrate fuerte!” Se lanzó hacia la distancia que rápidamente se reducía entre la Escorpión y la pesada muerte que se le venía encima, cogiendo su brazo y girándose para evitar la pierna del oni. Sintió la mano de Shun cerca de la suya, y rodó, preguntándose inútilmente si las piedras que mordían su espalda y hombros le infectarían con la Mancha.

Estaba de pie de nuevo en un instante, sonriendo triunfante mientras se volvía hacia el oni. Su sonrisa murió cuando vio la sangre que manchaba el pie de la criatura. Miró hacia Shun, sólo para darse cuenta que no había sido suficientemente rápido. Dejó caer el espantoso trofeo, y esgrimió sus espadas de nuevo. “Morirás hoy, bestia,” gruñó mientras cogía aire.

 

           

            A muy corta distancia, el chaman Nezumi Chitik contemplaba con disgusto como el guerrero Dragón atacaba y retrocedía, intentando matar a la bestia mucho más grande que él. Cualquiera con una pizca de sentido podría ver que aquello era demasiado grande. ¿Intentaría un sólo guerrero matar a un oso? Por supuesto que no. Ridículo.

“¡Ayúdame, criatura!” siseó un humano. El hombre no le resultaba familiar, y sus ropas estaban manchadas con todo tipo de cosas que los humanos normalmente intentaban evitar. “¡Debemos derrotar al demonio!”

Los ojos de Chitik se entrecerraron, pero se le había pagado para ayudar a los humanos. Bastante bien, de hecho. “¿Qué quieres que haga Chitik?” preguntó cuidadosamente.

“¡El nombre del demonio es poderoso!” dijo el humano, apuntando a la criatura. “¡Pero al mismo tiempo es su debilidad! ¡Juntos podremos derrotarlo!”

Los bigotes del chaman se retorcieron involuntariamente. Esa era la clase de cosas que podrían hacer bastante poderoso su propio nombre. “¿Qué hago?”

“¡Su nombre!” gritó el humano. “¡Su nombre es Yojireru no Oni! ¡Intenta arrebatárselo!”

Chitik frunció el ceño. Aquella clase de magia estaba más allá de su poder, a pesar de que a menudo había convencido a los humanos de lo contrario. Incluso bajo aquellas circunstancias, no podía revelar su secreto; ¡podría perder su paga! “¡Chitik lo hará!” proclamó orgulloso, preguntándose que haría.

El chaman utilizó el poder del Nombre para evaluar a su enemigo. ¡Era muy poderoso! Chitik no había sentido nunca nada como aquello. El demonio tenía un nombre increíblemente fuerte, y muchos otros pequeños. ¡Varios nombres! Era como si aquello los devorara, robando pedazos y fragmentos de otros mientras los derrotaba. Chitik se enfureció ante aquel sacrilegio. Había ciertos límites que un Nezumi no podía tolerar, ¡incluso uno como él!

“¿Puedes hacerlo?” preguntó el humano.

“¡Chitik lo hará!” rugió el chaman. Aferró el Nombre de la bestia y comenzó a deshilacharlo, intentando desenmarañar aquella textura hecha de retazos que sólo él y su magia podían ver. No pudo seguir viendo el mundo con normalidad, pero podía oír al monstruo gritando de dolor. Le atacó con el salvajismo de un berserker del Hueso Tullido, lanzando su propio Nombre contra el de su enemigo, mucho más poderoso.

“¿Qué sucede?” siseó el humano. “¿Funciona?”

“¡Demasiado fuerte!” se lamentó Chitik tras unos momentos. “¡Chitik no puede sujetarle!”

“¿Seguís vinculados aún?” dijo el humano, agarrando a Chitik por el hombro. “¿Estás conectado a él?”

“¡Sí!” escupió Chitik a través de sus dientes apretados.

“Bien.” Chitik sintió un repentino aguijonazo y presión en su espalda. Se sintió debilitado, y tuvo la sensación de que un líquido corría por su espalda. “Entonces esto herirá también al demonio.”

De acuerdo con las palabras del humano, el demonio rugió aún más alto, desplomándose y haciendo temblar el suelo mientras sufría incontrolables espasmos. Chitik sintió que la debilidad le invadía, pasando a través de él al oni, y cayó lentamente al suelo.

“Nuestras órdenes eran ayudar a los samurai,” dijo Chuda Isoruko con una sonrisa retorcida. “Tu no contabas, creo. Deben hacerse sacrificios, sin tenerlos en cuenta.”

Mientras yacía en el suelo, su vida escapándosele, Chitik se preguntó si quizás los humanos enviarían al menos su paga a su tribu.

 

           

Hiruma Sakimi gruñó con satisfacción mientras desencajaba su tetsubo del cráneo de otro demonio. Escuchó un grito de alarma tras ella, incluso a través del caos que la rodeaba. La exploradora se giró y vio un pequeño grupo de las fuerzas de Hachi aisladas de la fuerza principal. Uno de ellos, un Miya por sus insignias, estaba defendiéndose valientemente de un grupo de larvas con una mano, mientras con la otra sujetaba en alto un estandarte. Sakimi bufó ante tal idea, con la certeza de que el heraldo estaba desperdiciando su vida por un estandarte, hasta que vio la insignia: un brillante sol de mediodía brillando sobre el Crisantemo Imperial.

Era el estandarte personal del Emperador, mantenido en alto por sus servidores entre las familias Imperiales.

Sakimi gritó, intentando distraer a las criaturas que asaltaban al heraldo, pero sin resultado. Mientras corría hacia allí, vio como las criaturas sajaban profundamente las piernas y espalda una y otra vez, pero el hombre no cayó. Esgrimió su espada una vez tras otra, intentando apartarlas a todas. Justo cuando parecía que ganaría, una sombra cayó sobre él. Sakimi gritó para alertarle, pero era demasiado tarde. Un sanru no oni volador descendió y le arrancó la cabeza con un solo golpe de sus afiladas garras.

“¡Escoria!” gritó Sakimi. Se subió sobre una piedra y se proyectó en el aire con toda la fuerza que aún le quedaba en sus piernas. Cubrió la corta distancia entre los dos, hiriendo al sanru no oni en el brazo y la pierna del lado izquierdo con su katana mientras saltaba. Aterrizó con un desmañado golpe en la gruesa y rojiza capa de barro y soltó su tetsubo, estirando su mano libre para sujetar el estandarte antes de que cayera al suelo. Era un crimen para cualquiera que no tuviera sangre Imperial el tocar un artefacto tan sagrado, pero a Sakimi no le preocupó. Mejor que ella fuera castigada por su crimen que el estandarte del Emperador cayera en la corrupta y ensangrentada tierra de aquel lugar. Sakimi lanzó un grito de guerra y retrocedió a la carrera hacia la fuerza principal del ejército, su espada en una mano y el estandarte en la otra.

 

           

            “¡Hachi!” rugió Chen. “¡No podremos contenerlos eternamente!”

“¡No tenemos por que hacerlo!” gritó Hachi. “¡Reúne a los oficiales! ¡Vamos tras el Emperador!”

“¿Qué?” preguntó Chen. “¿Qué conseguiremos con eso?”

“¡Debemos saber que ocurre dentro de la Tumba!” respondió Sekawa. “¡Si va a estar dentro mucho tiempo, podemos retirarnos al interior y bloquear la entrada! ¡Si no, debemos estar preparados para echar a correr en un momento! ¡Aun así, puede que esté herido o necesite ayuda!”

“¡Bien!” bramó Chen. “¡Oficiales, a mi! ¡Matsu Takuya, mantén la línea!”

El joven oficial León saludó rápidamente, y se giró acuchillando a otro oni. Miró a Benika. “¡Ve!” gritó. “¡Yo mantendré tu honor!”

“¡No te obedecerán!” respondió la señora de las bestias.

“¡No tienen que hacerlo!” respondió Takuya. “¡Sólo tienen que seguirme!” Tras eso, el joven León trepó a un demonio casi tres veces más grande que él e hincó repetidamente su hoja en su espalda, gritando en todo momento un antiguo grito de guerra Matsu. Los leones, enloquecidos por el olor de la sangre, le siguieron y treparon sobre la bestia, hiriéndola con sus garras y colmillos. Benika gritó complacida, entonces se giró y siguió a Chen, Hachi y Sekawa dentro de la tumba.

Lentamente, el resto de los defensores del Emperador se retiraron igualmente, entrando en la tumba en parejas o tríos, hasta que todos estuvieron perdidos en sus profundidades, buscando al Emperador entre sombras que no habían sido alteradas en mil años.

La batalla rugía.

 

           

Encontraron al Emperador en lo más profundo de la tumba, en una sombría sala llena de extraños y antiguos artefactos recubiertos de distintas capas de grueso polvo. “Mi Emperador,” dijo sin aliento Hachi, cayendo sobre una rodilla. “¿Estáis bien?”

El Emperador no dio señal alguna de haber escuchado a su Campeón Esmeralda. “Estos son los signos que nos dejó,” murmuró. Bajo su brazo sostenía un grueso pergamino, descolorido y arrugado por el tiempo. “Estas son las sendas que debemos elegir.”

“¡Jefe-Emperador!” Pió fuertemente un cacique de la Tibia Rota. Señaló al campo de batalla que tenían sobre ellos mientras un estruendoso rugido hizo que el polvo del techo cayese sobre ellos. “¡Escucha!”

Naseru ladeó su cabeza y escuchó. Incluso desde allí dentro podía escuchar el rugido de un oni, y los gritos de samuráis muriendo. Hombres y mujeres que estaban entregando sus vidas por él en ese mismo instante, a muy poca distancia de allí. “Los demonios han venido por mi,” dijo. No era una pregunta.

“Si,” confirmó Chen, con expresión seria.

“¿Hay tiempo para escapar?” Preguntó Naseru.

“No,” dijo sombríamente Chen. “Hay demasiados, y están demasiado cerca. Nos perseguirán y nos matarán. Pero debemos intentarlo.”

“No,” dijo secamente el Emperador. Señaló a los artefactos que había desperdigados por la sala. “Cogerlos. Regresar al Imperio con ellos. Estudiarlos, y manteneros a salvo. Son nuestra salvación. Son la clave para la propia supervivencia de Rokugan.”

“Perdonadme, mi Emperador, pero quizás no lo hayáis comprendido,” dijo con cautela Chen. “Hay una legión de demonios sobre nosotros. Su número es inconmensurable. No podemos escapar.”

“Hay una forma,” dijo Naseru. “Una forma, la única que queda.” Le dio el pergamino que tenía bajo el brazo a Sekawa y susurró algo al Campeón de Jade. Sekawa le miró, confundido. “Ganaremos el tiempo necesario para llevar estos objetos de vuelta al Imperio dándole a los demonios aquello que desean.”

Hachi frunció el ceño. “¿Y qué es eso, Toturi-sama?”

Toturi Naseru desenvainó su espada. “Mi muerte.”

En el campo de batalla que tenían sobre ellos, el cielo se volvió oscuro cuando una negra sombra se movió lentamente ante el sol.



CONCLUIRÁ