El Camino a la Recuperación

 

por Brian Yoon

Editado por Fred Wan

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

Los recientes eventos habían devastado gran parte de Ryoko Owari, pero Yoritomo Saburo estaba seguro que nunca hubiese visitado el edificio que tenía ante él, incluso en su punto álgido de popularidad. Las paredes de papel se estaban separando de sus marcos, y el montón de basura que bloqueaba el paso hacia la puerta principal indicaba que los dueños anteriores habían abandonado el edificio mucho antes de los desafortunados eventos que habían recaído sobre la ciudad. Un repugnante olor a verduras putrefactas salía de su interior, añadiendo el toque final al desagradable retrato.

Casi pasó de largo, disgustado, pero su mirada se detuvo sobre las escaleras de entrada. Algo del edificio le extrañaba. No podía señalar nada específico sobre la abandonada tienda que levantase sus sospechas, pero no podía quitarse la sensación de sus huesos. Creyó oler a carne podrida, y no sabía si eso indicaba que desafortunados campesinos habían sido asesinados desde el incidente, o algo mucho más siniestro. Con todo lo que había visto, apenas podía ignorar su instinto.

“Akio-san,” dijo, arrastrando la última sílaba mientras se giraba para encontrarla. La joven Hiruma ya estaba a su lado. Sus ojos estaban fijos sobre el edificio.

“Bien. Estás afinando tus instintos, Saburo,” dijo Akio, en aprobación. “Lograré hacer de ti un adecuado Cangrejo.”

“Entonces hay algo dentro del edificio,” dijo.

“Si,” dijo Akio. “La evidencia es débil pero inequívoca, si sabes descifrar las pistas que hay. Parece una sorpresa más del Señor de los Ghul. Esta parece… peligrosa. Puede que haya más zombis en este edificio que en ninguna otra guarida que hayamos descubierto. Necesitamos estar preparados para ponernos manos a la obra.”

Saburo sabía que no debía cuestionar su instinto. Ella nunca se había equivocado en los numerosos encuentros que habían compartido desde la destrucción que cayó sobre la ciudad. La exploradora Hiruma parecía tener un sentido casi sobrenatural para encontrar Tierras Sombrías entre las sombras.

“Bien hecho,” contestó Saburo. “¿Puedes reunir a los demás? Si no puedo convencer a nuestro amigo magistrado de la gravedad de la situación, deberemos entrar y acabar nosotros mismos con los zombis.”

Akio sonrió. “Lograré hacer de ti un adecuado Cangrejo,” repitió ella y desapareció entre el gentío.

La calle estaba habitualmente rebosante de campesinos y mercaderes ocupándose de sus quehaceres diarios, pero la actual sección del Barrio de Mercaderes había sido bloqueada mientras los samuráis intentaban devolver la ciudad a su antigua gloria. Bomberos, artesanos, y samuráis Escorpión formaban parte de la actual muchedumbre mientras hacían sus obligaciones. El objetivo de Saburo estaba en medio del grupo más grande, mientras que los que estaban a su alrededor intentaban llamarle la atención.

“Sihaken-san,” le llamó Saburo. “Un momento, por favor.”

El magistrado Bayushi se giró al oírlo.  Hizo un gesto a sus seguidores para que se apartasen y se acercó al recién llegado. Su mascara cubría todo menos su boca, haciendo que las expresiones ya de por si reservadas de un samurai fuesen imposibles de leer. La inescrutabilidad se extendía más allá de su rostro. Saburo aún seguía sin saber los verdaderos pensamientos de Sihaken sobre su grupo, aunque llevaban ya meses trabajando juntos.

“Tengo poco tiempo y muchas preocupaciones entre mis manos, Saburo-san,” le advirtió Sihaken.

“Este asunto es digno de tu atención, créeme,” contestó Saburo. “Mi exploradora ha descubierto otro secreto más del Señor de los Ghul.”

Sihaken rechinó los dientes y siseó. “Eso hace tres solo en el último mes.”

“Y cinco desde la muerte de la propia criatura,” confirmó Saburo. “Parece que el Señor de los Ghul tiene sus garras bien metidas en la ciudad. Las estaremos abriendo cuando arregles más secciones de la ciudad.”

“Quitaré a mis magistrados de la zona,” dijo Sihaken. “¿Necesitas algo más?”

“Creo que necesitamos hacer otra cosa,” respondió inmediatamente Saburo. “Mi exploradora me dice que este lugar oculta a más amenazas de las Tierras Sombrías que todas las demás trampas que hemos descubierto. El edificio también parece inestable. Podría derruirse alrededor nuestro mientras intentamos ocuparnos de los zombis.”

Sihaken no contestó. Simplemente miró al Mantis y esperó que continuase.

“Deberíamos quemar el edificio y evitar su maldita condición.”

Sihaken agitó la cabeza. “Parece que te gusta sobre-reaccionar. También parece que le has cogido el gusto a quemar mi ciudad.”

“Sihaken-san, no sé si comprendes el—” empezó a decir Saburo.

“He visto lo que ocurre tras tus aventuras,” le cortó Sihaken. “También conozco la amenaza a la que nos enfrentamos. Ninguna importa. El fuego es demasiado impredecible y muy peligroso. No arriesgaré el resto de la ciudad para quemar este cáncer. Tendremos que tomar el camino lento y fiable, con sudor y sangre.”

“Los bomberos están aquí en masa,” protestó Saburo. “Podremos controlar el fuego antes de que se extienda a los edificios colindantes. Si entramos en el edificio simplemente se derrumbará a nuestro alrededor. Es demasiado peligroso.”

“Este es el riesgo que juraste tomar cuando prometiste ayudar a limpiar la ciudad de las creaciones del Señor de los Ghul,” le recordó Sihaken. “No puedo recomendar la respuesta más drástica y peligrosa cuando existe una solución mucho más sencilla. Te apoyaré con algunos de mis hombres si decides entrar en el edificio, pero no permitiré que quemes más trozos de la ciudad. Ryoko Owari ya ha sufrido bastante.”

Saburo se acercó hasta que estaba justo ante el magistrado. Sihaken ni se inmutó. “Te estamos ayudando,” dijo en voz baja.

“Deja que sea claro, Saburo-san,” contestó Sihaken en el mismo tono. “Aún no puedo comprender las intenciones de tu grupo. No sois los responsables del Señor de los Ghul y de sus planes, pero no puedo evitar pensar si vuestra presencia en mi ciudad solo ha exacerbado la situación.”

Saburo entrecerró los ojos.

“No te estoy acusando de nada, Saburo-san,” continuó Sihaken. “Si pensase que estabas amenazando mi ciudad, hace meses que hubiese hecho algo al respecto. Me alegra que estés dispuesto a ayudar, pero quizás tu presencia aquí solo está empeorando la situación. Los bomberos no accederán a un fuego controlado, y yo tampoco. Haz lo que tengas que hacer.”

Saburo se incline el mínimo para no ofender. Su ira no le permitía hacer más. Abruptamente se alejó del magistrado y volvió hacia el edificio. La expresión de su cara dejaba saber a todos el resultado de la discusión. Akio había reunido a todo el grupo ante los escalones delanteros del peligroso edificio. No parecían tener mejor humor que él.

Akio parecía ser la única excepción. Sonreía mientras sus dedos jugueteaban con la empuñadura de su tetsubo mientras se preparaba para el asalto. “Confía en mi, Saburo-san. Esto te ayudará a calmar algo del estrés. ¿Por qué crees que los Cangrejo son tan alegres?”

 

 

Sus ojos se abrieron parpadeando y vio algo que la resultaba familiar. En los últimos meses se había despertado muchas veces antes este techo. Se irguió, y asintió aliviada cuando al movimiento no le acompañó el dolor que se había vuelto tan familiar en las últimas semanas.

“¿Cómo te encuentras?” La voz de Utaku Kohana la llegó desde detrás.

Isawa Kyoko giro la cabeza y dio una media reverencia. “Los kami están tranquilos y hoy mi cabeza está refrescantemente clara. Siento que algo ha cambiado.”

“Muchas cosas,” dijo Kohana. Puso una taza de té junto al futón de Kyoko y se arrodilló junto a el. “Hoy hemos destruido otro edificio infestado. El edificio ha sido una desafortunada víctima, pero eliminamos docenas de zombis.”

Kyoko puso un gesto de dolor. “Debería estar ayudando,” murmuró.

“Tu obligación es recuperar completamente la salud,” replicó Kohana.

“Si, y ha pasado mucho tiempo desde que me sentía tan bien,” dijo Kyoko. “Desde que llegamos los kami han estado alborotados en esta zona. Quizás la influencia de la bestia-dios finalmente ha desaparecido, o alguna otra cosa. Es difícil de saber a ciencia cierta, ya que apenas he salido de esta habitación desde que llegamos aquí.”

“No lo sé,” admitió Kohana. “Algo parecía diferente en el ataque de hoy. Los zombis parecían estar allí deliberadamente. Rodearon un símbolo que estaba en el suelo. Lo destruimos sin estudiarlo, por supuesto.”

“Quizás haya acabado finalmente uno de los planes del Señor de los Ghul,” dijo Kyoko. Miró a su alrededor. “siento que algo más ha cambiado en esta habitación. ¿Aún estoy desorientada?”

“Ah,” dijo Kohana, casi como si se acabase de acordar. “Saburo-san movió la caja que estaba en el rincón. Se rió y dijo que quizás era supersticioso, pero pensó que quizás había estado ralentizando tu recuperación. Está en otro establecimiento para que haya más distancia entre la caja y tu.”

Kyoko asintió pensativamente. “Supersticiones Mantis,” murmuró.

Kohana pareció no escucharla. “A mediodía todos se reúnen abajo en la casa de té. Deberías unirte a nosotros, en cuanto estés lista.”

Kyoko miró la taza que se estaba enfriando junto a ella. “Entonces debería recuperar mis fuerzas cuanto antes. Encuentro que el té sabe mejor cuando se toma con tus compañeros.”

 

 

Saburo levantó el cazo del cubo y se lo echo por las manos, dejando que el agua fluyese por entre sus dedos. Se limpió la frente y disfrutó de la refrescante y fría sensación del agua al gotear. El ritual era algo estúpido, pero le recordaba a su niñez. Abrió los ojos y alargó sus doloridos brazos.

“¿Se está recuperando?” Preguntó Saburo.

“Tiene mejor aspecto del que ha tenido en meses,” contestó Kohana. “Parecía sana.”

Saburo asintió. “Bien. Quizás tengamos que irnos y odiaría ralentizar su recuperación. No hemos hecho progreso alguno sobre la razón de haber venido hasta aquí, y estoy empezando a pensar que las respuestas siempre serán inalcanzables mientras sigamos en la ciudad.”

Hideo sonrió sin ganas. “Veo que has tenido otro encuentro con tu amigable magistrado.”

“A veces creo que piensa que soy una mayor amenaza para el Clan Escorpión que las criaturas del Señor de los Ghul,” gruñó Saburo. “Deja que luchemos a su lado para poder observar nuestras acciones. Yo ya estoy cansado de la atmósfera de constante sospechas.”

“No me sorprende,” dijo Kakita Hideo. “Los secretos de los Escorpión son más importantes que el bienestar de aquellos que luchan para defenderles. Nos descartarán tan pronto hayan estrujado todo lo que puedan de nuestro grupo.”

Bayushi Kurumi miró a Hideo. Levantó una ceja y le miró sin pronunciar palabra alguna. El Grulla apartó la mirada pero no rectificó sus palabras.

Akodo Shunori agitó la cabeza. “Está siguiendo órdenes. No puedes echar la culpa a un soldado por cumplir con su deber.”

“Quizás, pero desearía que no sacase tanta diversión en el cumplimiento de sus obligaciones,” dijo Saburo. Miró la habitación que habían cogido para permanecer en la ciudad. “Cuando Kyoko-san se nos vuelva a unir, podremos hablar de cual será nuestro siguiente plan de acción.”

Furumaro llevó su taza de té a sus labios. Antes de probarlo murmuró, “Me parece que hemos retrasado demasiado esta decisión.”

“¿Crees que deberíamos seguir sin ella?” Preguntó incrédulo Mirumoto Ichizo. “No. Ella ha demostrado su valía.”

“Bien dicho,” estuvo de acuerdo Hideo.

“Aunque tomemos pronto la decisión, el invierno retrasará cualquier plan que hagamos,” añadió Kurumi. “Por ahora debemos permanecer aquí. Dará tiempo para que se recupere nuestra enferma Fénix.”

Furumaro dejó la taza sobre la mesa y se puso en pie. “Parece que todos pensáis igual. Eso será de ayuda cuando tengáis a todo el Clan Escorpión en contra vuestra.”

Hideo frunció el ceño. “¿Qué quieres decir, monje?”

Furumaro ladeó la cabeza. “Me parece que estáis metidos en los secretos más sucios que ellos posiblemente puedan ocultar del resto del imperio. ¿Luchar contra criaturas de las Tierras Sombrías en el corazón del imperio, incluso antes de que la bestia-dios destrozase estas tierras? Puede que se pase por alto, en esta época de luchas, pero puede que necesiten una respuesta a su negligencia cuando la paz regrese al imperio.”

“No tengo intención alguna de contarlo, aunque crea que la amenaza ya ha pasado,” contestó Saburo.

“Furumaro-san tiene algo de razón,” dijo Shunori. “¿Dejarán los Escorpión esa decisión en nuestras manos? Sería mucho más sencillo para ellos acabar con los flecos.”

Kurumi puso ambas manos sobre su taza y miró su té. “Nunca ocurrirá,” protestó sin fuerza alguna en sus palabras. El grupo cayó en un solemne silencio.

“Debo regresar al templo,” anunció Furumaro. “La meditación puede aclarar una solución a vuestro dilema, y nunca la encontraré mientras disfrute de este delicioso té. Hace que esté demasiado cómodo como para pensar.”

“No hables con nadie de esto, Furumaro-san,” dijo Saburo. “Puede que esté dejando que mi paranoia me influya, pero no hay razón alguna para que los Escorpión conozcan algo sobre donde reside nuestro futuro.”

Furumaro sonrió y se alejó caminando.

 

 

Más de la mitad de la ciudad aún estaba en ruinas, pero la abarrotada ciudad estaba empezando a renquear hacia su antigua gloria. Los campesinos que habían regresado no tenían otro lugar a donde ir, y los mercaderes lentamente volvían a servir a esa pequeña cantidad de gente. Kurumi navegó a través de las agolpadas calles de Ryoko Owari sin pensárselo dos veces. Una máscara de cortesía y cariño desinteresado cubría su cara y parecía caminar por las calles sin propósito alguno. Se detuvo como por capricho y miró el signo que había sobre la puerta. No era sorprendente que este restaurante fuese el primero en regresar a su antigua gloria. Entró sin dudarlo. El lugar estaba vacío de clientes, algo sorprendente considerando el tráfico que había fuera.

“¡Bienvenida a la Casa de Natsuo, señora!” Dijo el anfitrión. Salió de detrás de las mesas y se inclinó efusivamente. Era un atractivo joven que parecía irradiar calidez.

“Hola, Natsuo. No había vuelto desde el ataque de la bestia-dios,” dijo Kurumi. Eligió la mesa más cercana y se sentó. “Me alegra ver que tu establecimiento aún está en pie.”

“Nada me detendrá de servir un delicioso somen, incluso gigantescas monstruosidades,” contestó Natsuo. Se arrodilló junto a ella y sirvió una humeante taza de té. “Desde hace meses que no entráis, mi señora, pero recuerdo cual era vuestro favorito. Nyumen, té verde, y myoga tsuyu.”

Kurumi asintió grácilmente. “Exactamente.”

Natsuo se alejó y regresó unos momentos después con una bandeja de exquisiteces. Mientras ponía la mesa, Kurumi añadió, “Los había echado de menos. Pero con la locura de la Bestia-Dios y las cosas desagradables de los últimos meses, no he podido encontrar el momento de pasarme por aquí.”

“Dicho como una samurai consciente de sus deberes, Bayushi-sama,” dijo  riéndose Natsuo. “Pero encuentro que los tiempos de conflictos son el mejor momento para detenerse y disfrutar de una buena comida. Eso consigue aumentar el gusto.”

“Quizás aceptaré en el futuro tu consejo,” dijo Kurumi y levantó los palillos.

Natsuo se inclinó profundamente. “Me honráis al considerar un consejo mis tontas palabras, Bayushi-sama. Cuando os volváis a marchar no volveré a tener una cliente tan considerada como vos.”

“No me voy a ningún lado,” contestó Kurumi. “Tus fideos hacen que sea imposible marcharse. Puedo mantenerme caliente mientras disfruto de mi comida favorita.”

Natsuo se rió educadamente. Kurumi no dijo las palabras que le aparecieron en su mente. Al menos, aún no. Era bueno que el grupo aún no hubiese tomado una decisión. Se preguntó si podría revelar sus planes de viaje cuando encontrasen su próximo objetivo. No podía ignorar la orden de Shosuro Mizuno, pero traicionar la confianza del grupo sería traspasar un umbral del que quizás nunca regresase.

Eisaku, pensó, ¿cuándo llegue el momento, cómo contestaré?