Carne del Demonio

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

Traducción de Oni no Pikachu

 

 

La Ciudad Imperial estaba excepcionalmente fría para esa época del año, pero era tal el estado del Imperio que sólo los habitantes más inconscientes o absortos de la ciudad parecieron tomar nota de ello. Lamentablemente, Miya Nishio notó para sí, parecían ser un número enorme de ciudadanos. No deseó el mal sobre los que fueron bendecidos para residir ante la presencia de la Emperatriz Divina, pero miró a todos los que paseaban por las calles, completamente inconscientes del horrible estado en el cual el Imperio actualmente vivía, y se ofendía de ellos. ¿No estaban tan consumidos con trivialidades, qué podrían ellos contribuir al esfuerzo contra los enemigos de la Hija del Cielo?

“Discúlpeme, señora,” dijo silenciosamente el guardia Seppun que caminaba a su lado, “pero conozco esa mirada. Lo mejor es no considerar tales asuntos. Tómelo de uno que pasa mucho tiempo dentro de la ciudad.” Le echó un vistazo ligeramente, sus ojos eran una mezcla extraña de dolor y cólera. “Nada bueno sale de ello.”

Nishio miró al guardia y rió ligeramente. “Gracias, Tanizaki. Trataré de conservar esto en mi memoria.” Los dos volvieron a caer en el silencio mientras serpenteaban a través de la intrincada sucesión de calles y edificios, el Seppun infaliblemente conduciéndoles hacia su destino. Toshi Ranbo carecía de la disposición caótica de su predecesora, Otosan Uchi, pero la rápida ampliación de la ciudad durante los pasados últimos años era tal que no podía ser considerado bien organizada en ningún sentido de la palabra. Por suerte, Tanizaki parecía saber el camino, y en poco tiempo, llegaron al objeto de su búsqueda.

“La oficina terciaria del ministro de asuntos militares,” dijo Tanizaki, reteniendo el desdén de su voz mediante alguna práctica ritualizada que Nishio estaba segura que el Seppun comenzó a aprender mientras todavía era niño. “¿Desea usted que espere a su lado mientras archiva su informe, señora Miya?”

Nishio vaciló durante un momento. La disposición de las calles por las cuales habían llegado había sido archivada sin problemas en su memoria, como era costumbre en los heraldos que viajan lejos. De todos modos no estaba impaciente en dar su informe, y a pesar de que había transportado cientos si no miles de misivas igualmente importantes en sus años de servicio, se encontrara ligeramente ansiosa. “Si esto no interfiriere con sus tareas…”

“Seguro que no,” dijo Tanizaki. “Será un honor.”

“Gracias,” dijo Nishio con una risa. Tanizaki era más directo que cualquier Seppun que fácilmente pudiera acordarse de haber trabajado juntos, y mucho más hablador. Disfrutaba de su compañía. “Lo apreciaría muchísimo.”

El interior de la oficina era indistinguible de cualquier otra docena de ellas en las muchas ciudades a lo largo del Imperio. Estaba relativamente vacía, con sólo un solitario escribano, que parecía bastante cansado y desnutrido, trabajando febrilmente sobre un escritorio. El escribano levantó los ojos y les explicó que serían convocados cuando su señor tuviera tiempo, y enseguida volvió a trabajar sobre lo que fuera con lo que estuviera ocupado. Los dos Imperiales esperaron pacientemente durante un rato antes de que hubiera un golpe agudo contra la madera en algún sitio más alejado en el interior de la oficina, y el escribano alzó la vista. “Mi señor les verá ahora,” dijo, su voz pesada con la fatiga.

Nishio y Tanizaki entraron en la parte trasera del edificio. Mucho mejor preparada que la delantera, y el burócrata que trabaja dentro parecía para todo lo que posiblemente podría necesitar para cualquier forma de trabajo administrativo. “¿Usted es el heraldo con el informe del frente del sur?” preguntó sin levantar la mirada.

“Sí, Otomo-sama,” contestó ella con una reverencia.

“Soy Ishihama,” contestó el burócrata, finalmente alzando la vista. Echó un vistazo una vez a Tanizaki por sorpresa, luego volvió a Nishio. “¿Puedo tener el informe por favor?”

Nishio entregó una serie de pergaminos. “Como me fueron dados por los señores de los ejércitos del sur, Ishihama-sama.”

El burócrata hizo rebotar los pergaminos ligeramente como si los pesara. “Resúmalos para mí, con su permiso.”

Nishio parpadeó con sorpresa. “Como usted desee. El coste de la batalla con el dios-bestia ha sido documentado y presentado por mi señor Miya Shoin. Las consecuencias de la batalla, sin embargo, fue una brecha en el frente del sur que ha permitido a los Destructores hacer avances significativos a lo largo de la frontera sur del Escorpión. La línea se sostiene, pero hubo numerosas incursiones, incursiones que han sido sumamente caras en términos de destrucción de propiedades y pérdidas de vidas.”

“Ya veo,” dijo Ishihama, su voz completamente desprovista de cualquier preocupación o emoción. “¿Cómo evaluaría las pérdidas?” Esperó un momento, luego miró a Nishio. “¿Algún problema?” 

“Sí,” dijo rotundamente. “No tengo ni idea como evaluar las pérdidas.”

“¿No está habituada con ellas?”

“Estoy íntimamente habituada a ellas,” dijo Nishio. “El problema es que, después de todos estos meses, las palabras han fallado en aportar el significado. ¿Qué significa catastrófico ahora? ¿Desastroso? ¿Apocalíptico? No tengo ni idea de como describirlas.”

“Es difícilmente útil,” dijo Ishihama, con reprobación en su tono.

“Quiere decir que miles de hombres murieron,” interrumpió Tanizaki. “Miles de hombres que deberían haber servido a la Emperatriz durante años o décadas más. Miles de hombres que deberían haber tenido niños que sirvieran a la Emperatriz. Miles de vidas consumidas por una guerra que, en justicia, no debiera haber ocurrido, contra un enemigo que no debiera ser permitido existir.” Hizo una pausa y miró a Nishio. “¿Estoy fuera de lugar, mi señora?”

“No,” dijo Nishio. “Suena más o menos exacto.”

 

 

Hida Iseki se lanzó a un lado en el último momento, liberando el mango del tetsubo que había golpeado tan firmemente en la metálica piel del último Destructor que había matado. El ataque de su nuevo oponente fue casi más rápido de lo que ella pudiera ver, y a pesar de que se había tirado lejos, la punta de su espada rasgó su manga y la carne bajo ella. Era una herida dolorosa pero superficial, aunque el grito que resbaló entre de sus labios fuera más de rabia que de dolor. La batalla había progresado en el punto el cual los Destructores habían cedido paso a las monstruosidades animales que ejercían como segunda fila de la horda extranjera. Eran mucho menos numerosos que las criaturas acorazadas a las que estaba acostumbrada a luchar, pero de todos modos sus filas parecían infinitas.

La serpenteante criatura se lanzó hacia adelante, ondulando de lado a lado a una velocidad asombrosa, sus ojos encapuchados brillantes con hambre de matanza. Sus cuatro brazos brillaban con garras de negro azabache, cada una retorciéndose con anticipación. Iseki contactó con el suelo y agarró la primera cosa que pudo coger. Fue el mango roto de un yari, uno cuya punta, esperaba, estuviera profunda en el corazón de un enemigo en algún lugar. Levantó la madera rota y apuntó al demonio. “¿Me quieres coger?” bramó. “¿Cuánto estás dispuesto a pagar por ello? ¡Juro que te costará mucho, escoria!”

La serpiente silbó de manera extraña, retirándose sobre sus enormes anillos serpenteantes. Iseki nunca había visto un Naga, pero esto era más o menos lo que se imaginaba uno de ellos podría parecer. Cambió su peso hacia adelante y hacia atrás en las puntas de sus pies, lista para el golpe mortal, esperando que pudiera llevar a la condenable criatura con ella al otro mundo. Quizás si fuera bastante valerosa, su recompensa sería matarla una y otra vez durante toda la eternidad.

La cosa se lanzó hacia adelante como la serpiente que parecía, golpeando con sus colmillos, pero retirándose mucho antes de que la golpeara. Pensó al principio que jugaba con ella, amagando para bajar su defensa, pero entonces vio la flecha salir de su cara. Entonces hubo otra, y luego otra. Condenada y con espasmos, sus enormes anillos agrietaban el suelo con las convulsiones de muerte. Y luego se detuvo.

Iseki miró alrededor con sorpresa, tratando de determinar que había pasado, de que dirección había venido su salvación. Y luego lo vio.

Una enorme columna de samurai rompió las líneas de los Destructores, machacándola y lanzando la infantería acorazada en todas direcciones. Iseki alcanzó a ver al Campeón León, su reciente parche en el ojo al parecer no impedían su habilidad en la batalla. Una docena de arqueros Mantis acompañaba la unidad de mando, matando todo dentro de la línea de vista de una lenta y firme progresión. Los soldados León y la caballería Unicornio trabajaban uno al lado del otro en el negocio de muerte, pero no fue nada de eso lo que captó la atención de Iseki.

Como una figura salida de las leyendas de su niñez, Hida Benjiro hizo explotar las filas de los Destructores, arrojando sus cuerpos dañados y rotos a un lado con cada movimiento. Bramó, un sonido inarticulado de rabia y odio, y mató otro. Venían hacia él en oleadas, e Iseki recordó cuantos habían caído bajo sus espadas la primera vez que aparecieron, cuántos habían matado los demonios extranjeros antes de que los samurai de Rokugan hubieran aprendido como combatirlos correctamente. Eran todavía letales, quizás aún más mortíferos que los oni que el Cangrejo había combatido durante tantos cientos de años (ni Iseki ni cualquier otro Cangrejo admitiría tal cosa nunca), pero los que habían sobrevivido las primeras semanas y los meses de la guerra se habían convertido en muy buenos matándoles. Y ninguno era mejor que Hida Benjiro.

Se decía que el general Cangrejo había matado más bestias que nadie más en todo el ejército de los tres clanes. Viéndole ahora, moviéndose a través del campo de batalla como una tormenta que no podía ser contenida, Iseki se lo creía. Sus muchos cortes y magulladuras parecían menos importantes, su dolor parecía embarazoso. Echó un vistazo alrededor del suelo, buscando algo más eficaz que pudiera usar como un arma, pero allí no parecía nada disponible. Con una mueca, levantó el mango de la lanza encima de su cabeza, gritando “¡Hida!” a todo pulmón, y corriendo de prisa para tener la oportunidad de luchar junto a Benjiro.

 

 

Agasha Kusadao estiró su capa apretándola sobre sus hombros para evitar el fresco viento. Se estremeció y se frotó la piel de sus brazos. Salió de sus habitaciones y cruzó el patio hacia el pequeño templo. Se paró y tembló. “Takino-san,” llamó. “¿Estás aquí?”

“Desde luego,” contestó una voz suave. “¿Cuándo he estado dormida más tarde que tú?”

“No puedo acordarme de ninguna,” admitió Kusadao. “Tampoco puedo recordar otro tiempo en que hiciera tanto frío en el Mes del Mono,”  añadió.

“¿Frío?” Takino levantó una ceja. “¿Hace frío? Raras veces siento el frío.”

“Por supuesto,” dijo, haciendo girar sus ojos. “Tan poderosa es tu magia que los elementos mismos hace mucho dejaron de afectarte.” Extendió la mano y juguetonamente golpeó con la mano en su hombro. “Se seria. ¿Alguna vez has sentido  este frío tan pronto?”

Takino se giró y miró la entrada al patio. “No”, admitió. “Nunca antes.”

Kusadao miró detenidamente como si observara fijamente al aire mismo. “Los espíritus están agitados. Se mueven con propósitos que nunca he visto. Esto es… inquietante.”

“No sé si yo diría inquietante,” comentó Takino, frotando su barbilla. “Que los espíritus se muevan de tal manera, tan diferente de sus actividades normales… no, me corrijo. Estabas en lo cierto, es inquietante.”

Ella se volvió. “¿Piensas que esto quiere decir algo?”

El sacerdote no dijo nada durante un rato. “Sí”, finalmente contestó. “Sí, lo creo.”

 

 

Iseki estaba parada, resuelta a volver a sus habitaciones como había deseado hacer desde hace más de una hora, y se enderezó ligeramente. No había bebido mucho, no comparado con los demás, pero la cantidad mínima de sake que había consumido durante los escasos meses pasados parecía haber reducido algo su tolerancia. La experiencia le dijo que tendría un dolor de cabeza al día siguiente, pero ojalá nada más que eso. No como los demás, y sobre todo…

“¡Guardia de Élite Hida!” bramó Hida Haruo, las palabras pronunciadas un poco mal. “¡Saludos Hida Iseki de la Guardia de Élite Hida!”

El otro Cangrejo presente gritaba vivamente y derribó sus bebidas, pero Iseki movió la suya lejos.” Puede haber batalla mañana,” les recordó. “No encargues tu propio decreto de muerte por estar bebido ser incapaz de luchar.”

“Incapaz de luchar.” Haruo se rió a carcajadas. “¡Un puesto de Élite durante sólo unas horas y ya has perdido la cabeza!”

Hubo alguna risa bondadosa entre los demás, e Iseki no podía eliminar su propia sonrisa, pero rehusó la segunda oferta de sake y caminó hacia la puerta de la tienda a la que había venido que funcionaba como la no oficial casa de sake del Cangrejo durante este particular atrincheramiento. “Tenedlo presente mañana,” les recordó una salió al fresco aire de la noche.

El aire fresco hizo mucho para quitar la persistente niebla de la mente de Iseki, y pensó quizás que no sentiría ninguna mala consecuencia al día siguiente. Lo que era una buena cosa, realmente; había sido tonta por aceptar la oferta de Haruo de beber. Los dos habían sido amigos desde hace mucho tiempo e Iseki pensó  que quizás Haruo estaba más feliz por la promoción de Iseki que por cualquier otra cosa que hubiera ocurrido en mucho tiempo. Eso era una excusa, probablemente, pero si era lo que su amigo necesitaba durante una tarde de dichoso olvido, entonces estuvo contenta de haber sido capaz de proporcionarlo.

Como volvía hacia su tienda, Iseki hizo una pausa durante un instante para observar uno de los pocos edificios de verdad dentro del campamento. Esto había sido un lugar santo Escorpión de algún tipo, probablemente a la Fortuna de la Mentira o a las Máscaras Absurdas o a algo ridículo, pero era utilizado en el campamento como una especie de templo multipropósito. Pocas personas lo usaban, lamentablemente. No había ningún monje para mantenerlo y los shugenja agregados a los ejércitos tenían sus propias tareas que los mantenían alejados. Lo más habitual era simplemente rezar en sus escasos momentos privados, pero el templo estaba allí para los que sintieran que lo necesitaban. Había una mortecina luz dentro, probablemente algunas velas encendidas, y por primera vez en lo que podía recordar, Iseki sintió la atracción de entrar y ofrecer sus rezos. Debería haber muerto hoy, y en cambio había sido ascendida a un cargo mucho más alto que cualquiera en su familia alguna vez hubiera tenido. Era nada más que apropiado que ofreciera su agradecimiento.

El área alrededor del templo estaba mortalmente silenciosa, con los soldados dormidos o ocupados en la juerga que estaba situada bien lejos del templo según un pensado diseño de los que hicieron planes para el enorme, varias millas de largo campamento que constituía la línea de combate del ejército. Mientras se acercaba, Iseki hizo una pequeña pausa, ya que podía oír voces. No cantos o rezos, sin embargo, sino lo que parecía ser una conversación de algún tipo. Frunció el ceño ligeramente, porque no estaba de humor para tener compañía, e igualmente no quería meterse en otra conversación si era una cosa de carácter privado. Dio un paso ligeramente hacia la entrada, esperando una muestra del tipo de cosa se estaba discutiendo.

“Háblame de ello una vez más,” dijo una tenebrosa voz. “¿Cómo describirías lo que la criatura dijo?”

“Yo incluso no podría llamarlo como ‘dijo’,” respondió una voz familiar. “Era simplemente… un ruido inarticulado. Pero duró tanto, y parecía tener un propósito. Estoy atormentado por la experiencia.”

Iseki frunció el ceño. ¿Era la voz de Benjiro?

“Los ogros poseen inteligencia, de alguna clase,” continuó la otra voz. “Si sientes que había algún propósito o valor detrás de sus palabras, entonces es posible que intentara comunicarse. La comunicación con tales criaturas es teóricamente posible.”

“¡No quiero comunicarme con un ogro!” dijo Benjiro con irritación. “¡Simplemente quiero entender qué pasó! ¡Y por qué eso vuelve en mis sueños! ¿Puedes ayudarme o no?”

Iseki puso una mano sobre su boca. ¿Qué ocurría? ¿Estaba atormentado Benjiro por algún espíritu malvado? Tenía que saber si el liderazgo del Cangrejo estaba comprometido. Se arrastró con cuidado más cerca y se adentró un poco en el interior de la entrada del templo.

Eso fue todo lo que Iseki pudo hacer para sofocar un jadeo de sobresalto. Benjiro estaba sentado en una postura de meditación, sus ojos cerrados. El interior del templo estaba denso con el olor de algún extraño incienso que colgaba pesadamente en el aire. “Desde luego puedo ayudarte,” contestó el clérigo. Iseki sólo podía ver un lado de su cara, y estaba obscurecido por el maquillaje kabuki que los Kuni tan a menudo llevaban, pero no había ninguna confusión con su cara. Lo habría reconocido en cualquier parte.

Kuni Okichi.

Siempre que el tema de la familia Kuni surgía, la discusión, si siguiera bastante tiempo, podía virar al tema de sus polémicas prácticas y creencias. Había muchos fuera de los Cangrejo, y más que unos pocos dentro de ellos, que creían que los Kuni tomaban demasiados riesgos, que miraban demasiado cerca de la oscuridad hasta que se convertían en parte de ella también. Y siempre que tal discusión pasaba, eran hombres como Kuni Okichi quienes inevitablemente eran usados como ejemplo de los peligros que los Kuni afrontaban. Era legendario por las profundidades a las cuales había ido a luchar a los Tierras Sombrías, y unos afirmaban que se había convertido tanto en una amenaza al clan como para aquellos que él destruyó. Si eso era verdadero o no, Iseki no podía asegurarlo. Un caso que recordaba más claramente fue un caso en Kyuden Hida cuando ella no era poco más que una niña. Okichi había estado allí, una de sus raras apariciones en público, y su propio padre la había tomado aparte y la había advertido de su locura. Considerando las propias particularidades de su padre, ella había tomado la advertencia aún más seriamente.

El clérigo, que permanecía de espaldas a Iseki, se incorporó recto de repente, entonces se giró lentamente para encararla. No estaba sorprendido, como si de algún modo hubiera sentido su presencia. “Te conozco,” dijo él, con voz baja y siniestra. “La hija de Hio.”

Iseki sintió algo frío en su pecho. ¿Cómo podía recordarla? De repente era muy consciente de la ausencia sobre su cadera donde el peso de su arma normalmente tiraba. Eso estaba sólo segundos lejos, en su tienda, pero era una vida entera. “Yo…”

Benjiro abrió sus ojos, e Iseki fue golpeado con como de atormentado parecía, ahora que él estaba lejos de la batalla, lejos del mando. “Quédate quieta, Okichi,” le mandó. “Es Iseki, una de mis guardias de Élite.” Se dio la vuelta hacia ella. “¿Hay algo que requiere mi atención?”

“No,” contestó inmediatamente. “No quería interrumpir.”

“Entonces esto son asuntos privados, Iseki,” dijo Benjiro. “Apreciaría tu comprensión.”

“De… desde luego,” dijo ella. Hizo una reverencia bruscamente. “Me iré.”

“Ha visto demasiado,” Iseki escuchó cuando se giraba para irse.” No deberíamos permitirle hablar de esto a otros.”

“Iseki no es un peligro,” oyó la respuesta de Benjiro. “La única amenaza aquí es tu reputación. Estás aquí bajo mi mando, y cualquiera que encuentre esto una razón para cuestionar mi liderazgo no es un verdadero Cangrejo para empezar.”

Los dos hablaron más, pero Iseki no podía escucharlos una vez que el templo estaba quedándose atrás al fondo. No dudó de Benjiro, ni por un momento, aunque a pesar de todo… por qué se asocia con un hombre tan peligroso como Okichi? ¿La situación realmente era tan horrible?

¿Y de qué habían estado hablando?

 

 

La batalla iba mal.

Como parte de su primera misión con la Guardia de Élite Hida, Iseki había sido asignada para proteger a Kaiu Kyoka, el maestro de asedio y consejero táctico personal de Benjiro-sama. El conciso Kaiu había supervisado la construcción de varias nuevas máquinas de asedio que, en el primer conflicto de la mañana, habían sido usados con devastador efecto contra los Destructores. Iseki estimó que al menos un centenar de la infantería acorazada había sido completamente destruida por su fuego pesado, si tal número pudiera decirse que significara algo dado las aparentemente infinitas filas de asquerosas criaturas. Después de sólo una hora de bombardeo pesado, sin embargo, parecía que lo que pasara por ser el liderazgo entre los Destructores se había cansado del peaje que estaba siendo ejercido sobre la línea de combate, y la ofensiva principal había tomado forma contra su posición.

Iseki golpeaba con el mango reforzado de su ono, aplastando la cara de un acorazado y empujándolo atrás ligeramente. Eso dio espacio suficiente para abatir el arma en un golpe por encima de la cabeza que rasgó la carne metálica de la cosa partiéndole de la coronilla hasta casi el cuello. Podía notar que la vibración en el mango por tal golpe se tomó un coste terrible sobre la hoja del hacha, pero no le importaba. El moribundo acorazado se estremeció y liberó el una-vez-horrible pero ahora la no extraordinaria nube de energía que vomitaban las cosas cuando morían, y desde luego el extraño susurro. Iseki apenas notó éste último. Los veteranos de las líneas de combate tenían que poner esas cosas detrás de ellos para salir del choque con la cordura intacta.

Iseki dejó el arma y consideraba la duración restante relativa que aún le quedaba antes de que tuviera que descartarla por otra cosa. Había visto a soldados León que lucharon valientemente, pero reducidos en pedazos cuando la espada de su abuelo estaba dañada por la muerte de un enemigo. Tales individuos nunca sobrevivían. Eso era sólo una de las diferencias entre los clanes, diferencias que la guerra había destacado para Iseki. El León vivía para la guerra. El Fénix vivía para la paz. El Unicornio vivía para la libertad, y el Escorpión vivía sólo para mentir. ¿Pero el Cangrejo?

Un Cangrejo vivía para la muerte.

Eso parecía estar en contra de todo sentido común, pero Iseki lo entendía ahora. Un Cangrejo no se preocupaba por la guerra, sólo por la muerte de sus enemigos. Era con la muerte con lo que el Cangrejo compraba vida. Vida para él, vida para su familia, vida para otros clanes que no tenían ningún reconocimiento por el combate. Iseki era Cangrejo, y deseó vivir, pero aún más, deseó para sus enemigos la muerte. Su madre lo había entendido. Incluso cuando niño, ella había comentado que había muerte en el corazón de Iseki, y que lo compartiría con muchos, muchos enemigos antes de que muriera. En otro clan, quizás, tal declaración habría suscitado horror. La madre de Iseki sólo había estado orgullosa.

La marea de acorazados cedieron el paso, y otra vez los demonios animales estaban sobre Iseki y aquellos alrededor suyo. Eran mucho más grandes que aquellos que hubiera visto antes, y muchos de ellos eran la clase que sus hermanos-en-armas Unicornio habían identificado como “hombres elefante”, significara lo que significara. Todo lo que a Iseki le preocupaba era saber si eran más grandes y más difíciles de matar, pero ellos podían y morirían si eran gravemente heridos lo suficiente.

Iseki y otra Guardia de Élite se concentraron en el más grande de los demonios, y fue debido a ello que no notó la llegada de algo más completamente. Su primera noticia que algo era diferente fue cuando uno de las balistas que ella había estado protegiendo en la batalla explotó de repente, regándole a ella y a sus compañeros con grandes, puntiagudos trozos de madera. Uno de sus colegas se derrumbó con un gorjeo, una astilla gruesa de pulgadas de madera saliéndose de su garganta. Incluso uno de los demonios se derrumbó, su lado izquierdo estaba cubierto entero con heridas sangrantes de los proyectiles de madera. Iseki se sacó uno pequeño de su hombro que había eludido las placas de armadura, pero la herida no era grave.

“¿Por qué seguís resistiendo?” un rugido lleno por odio rasgó a través del terreno. “¡Rendíos y os ahorrareis una dolorosa muerte!”

Iseki se quitó sangre de los ojos y espió al nuevo enemigo. Era del tamaño de un hombre, aunque sólo en términos del hombre más grande que ella pudiera imaginarse. Su forma era voluminosa, ondulada con músculo y poder, pero su cabeza era sacada de una pesadilla. En un momento era la cabeza de una serpiente, pero si miraba sus ondulaciones como las de la superficie de una charca después de que una piedra le fuera lanzada, y tras un momento borroso, era la cabeza de un tigre. “¡Castigaré a todos los humanos por esta vergonzosa temeridad!” rugió. Su voz estaba espesa de auténtico ultraje.

Las filas samurai contra el demonio se separaron, y otra vez, la forma de Hida Benjiro surgió, al lado de la mayor parte de miembros más antiguos de la Guardia de Élite Hida. “¡Rakshasa!” gritó Benjiro. “¡Te conozco, y te llamo rakshasa!”

La cosa ondulante se paró y miró detenidamente a Benjiro con mofa. “Entonces uno entre ustedes no es completamente ignorante. ¿Deseas un premio por eso?”

Benjiro desenvainó sus armas y las sostuvo preparadas. “Deseo algo totalmente diferente.”

“¡Tu hedor me es familiar!” rugió la bestia. “No nos hemos enfrontado el uno al otro antes, o estarías muerto. ¡Debo haber matado a tu familia!”

“Te enfrentaste a mi hermano,” dijo Benjiro, e incluso a la distancia que estaba lejos de él, Iseki podía sentirle la cólera interior creciente. “Fuiste responsable de su muerte, aunque no fueras suficiente guerrero para tomar su vida tú mismo.”

“¡El antiguo Campeón!” rugió el rakshasa. “¡Que se escapara de mi venganza es un insulto que no durará! ¡Ahora tú sufrirás en su lugar!” La cosa se rió, y el ruido hizo que Iseki quisiera dañar sus propios oídos de modo que no pudiera oírlo. “¡Viniste aquí para morir, samurai!”

“No,” dijo Benjiro. “Vine aquí para mostrar a mis hombres que usted puede sangrar y morir.” 

“¡Idiota!” rugió el rakshasa, y se movió a través del campo más rápido que lo que Iseki alguna vez hubiera visto a un ser vivo moverse.

De algún modo, Benjiro estaba listo. Paró los ataques de la criatura e hizo los suyos, rasgando la carne de la bestia muchas veces. Cada herida parecía curarse casi tan rápido como era infligida, sin embargo, y mientras el demonio hacía trizas la armadura de Benjiro, parecía no sufrir de sus heridas en absoluto. En su corazón, Iseki sintió miedo. Benjiro podía no prevalecer contra tal adversario. ¿Qué hombre podría?

El combate duró sólo segundos, pero parecieron horas desde la perspectiva de Iseki. Benjiro sufrió herida tras herida, pero no cedía, no se paraba en su ataque implacable. El rakshasa se rió de él, sólo aumentando la rabia del general Cangrejo. Finalmente, la bestia rasgó una herida terrible en un costado de Benjiro, e Iseki vio el dolor en su cara. Lágrimas se derramaban por su cara y preparó su arma para cargar. Ella no viviría para ver morir a Hida Benjiro, decidió.

“Ridículo humano,” dijo el rakshasa, inclinándose cerca. “¿Qué esperabas lograr? ¡Nno puedes derrotarme!”

“Quizás no hoy,” dijo Benjiro, “pero puedes morir. Y morirás.”

“¡Tu osadía no tiene límites!” rugió el demonio.

De repente la mano de Benjiro relampagueó bajo su armadura y surgió con un pequeño cuchillo. Iseki no lo podía ver desde donde estaba, pero el arma parecía del mismo color y aspecto en general que los colmillos de los hombres elefante a los que se había enfrentado hace sólo unos momentos. (¿Sólo habían sido unos momentos? ¡Fortunas, parecían décadas!) la mano de Benjiro se lanzó al torso del rakshasa, y la hoja penetró profundamente en su carne.

El demonio lanzó a Benjiro a un lado y gritó.

Iseki se tambaleó bajo el ruido, su arma olvidada, sus manos fueron a sus oídos sangrantes. Los acorazados y los demonios animales cercanos todos se tambalearon y cayeron de rodillas, devastadas por el sonido. Algo negro y humeante caía a la tierra donde el rakshasa estaba de pie. ¿Era eso la sangre de un demonio? La bestia aulló inarticuladamente en agonía, y se marchó tan rápido como había llegado, dejando su humeante rastro tras de sí.

De manera imposible, Benjiro estaba de pie. Todo su costado estaba empapado de sangre, pero sus ojos ardían como una hoguera. “Vuelve!” rugió con tal fuerza que Iseki se asustó. “¡No he terminado contigo! ¡Vuelve y enfréntate a mí!”

Kaiu Kyoka estaba al lado de Iseki. ““Los demonios se alzan otra vez!” gritó fuertemente en sus oídos. “¡Las heridas de Lord Benjiro son graves! ¡Debe ser sacado del campo de batalla!”

Iseki cabeceó y se unió con otra Guardia de Élite que tiraba de su señor, luchando para traerlo detrás de las líneas de combate. Benjiro luchó contra ellos, pero parecía no verlos o realmente no notaba aún su presencia. “¡ENFRÉNTATE A MÍ!” rugió, su voz más fuerte aún que el grito del demonio. “¡Te veré morir en agonía!” siguió. “Escúchame, demonio! ¡Estaré allí cuándo mueras!”

En aquel momento, Iseki sabía que era cierto. ¿Cómo podía no serlo?