La Búsqueda de la Hija de Ébano, Parte 1

 

por Nancy Sauer

Editado por Fred Wan

Traducción de Mori Saiseki

 

 

El Mes del Caballo, Año 1172

 

Las tierras al oeste de Ryoko Owari eran atrayentemente planas, pero campesinos Escorpión habían cubierto cada trozo arable de tierra con campos cultivados y acequias de riego, lo que hacía difícil que un caballo pudiese alcanzar un buen y seguro galope. Eso recordó Iuchi Jadaran al ver a su primo Quan dirigirse hacia él cruzando el campo. Iba a ser una búsqueda larga y difícil, y no conseguía nada impacientándose.

Tras unos minutos Iuchi Quan encontró el camino e instó a su caballo a galopar, dirigiéndose hacia su comandante. Al llegar tan cerca como para poder hablar entre ellos, Jadaran vio una amplia sonrisa en la cara del hombre. “¿Encontraste algo?” Dijo.

“Si. Quizás,” dijo Quan. Detuvo su caballo, y luego extendió la mano para saludarle. “El rastro, si eso es lo que es, es viejo y frío. Pero creo que he encontrado indicios – un eco, si te parece mejor esa palabra. Una memoria de una gran maldad, pasando al sudoeste de aquí.”

“¿Es inequívoco?” Dijo Jadaran. “¿Puedes asegurar que has encontrado el rastro de la Hija de Ébano?”

La sonrisa de Quan se difuminó. “Es demasiado tenue para asegurarlo. ¿Pero qué otra cosa podría ser?”

Jadaran no contestó. Un momento después giró a su caballo y le instó a andar. “Bien, los Cangrejo nos esperan – debemos ir a informar.”

Quan puso su caballo a seguir el paso del comandante. “Esta debería ser tarea nuestra, no de ellos,” dijo.

“¿Hmm?” Dijo Jadaran.

“La Hija de Ébano–” la voz de Quan bajó de volumen, “dicen que la Hija de Ébano fue una Iuchi. La deberíamos buscar nosotros, no los Cangrejo.”

“La Emperatriz ha pensado que es más sabio darle esta tarea a los Cangrejo,” dijo Jadaran. “No haremos nada para entorpecer su búsqueda.” Quan parecía como si quisiese discutirlo, pero una dura mirada le hizo desistir. Cuando llegaron al campamento Cangrejo solo había presentes dos hombres, ambos estudiando un mapa extendido en el suelo. “Saludos al Sol de Jade,” dijo Jadaran.

“Que su luz purgue toda la oscuridad,” contestó uno de los hombres. Intercambiadas contraseñas, alargó una mano en la costumbre Unicornio. “Espero que nos traigas noticias, Iuchi-san.”

“Quizás,” dijo Jadaran. “Hiruma Masato, este es mi primo Iuchi Quan. Es uno de mis mejores exploradores. Ha encontrado indicios de que la Hija de Ébano pasó al oeste de aquí, pero no puede decir más que eso. No hay signos inequívocos suyos al sudoeste.”

“Saludos, Quan-san,” dijo Masato. Señaló al otro hombre. “Este es Toritaka Okabe, uno de mis mejores exploradores.” Sonrió. “Entonces nos ocuparemos del noroeste. Seguir vosotros en el sur; necesitamos cubrir todas las posibilidades.”

“Como desees, Hiruma-san,” dijo Jadaran. Se giró hacia el ahora sonriente Quan. “Vete con Moto Taban, y observar todo. Como dice el Cangrejo, debemos cubrir todas las posibilidades.”

 

 

El Mes del Gallo, Año 1172

 

Todo el mundo en Rokugan sabía que el sonido de las conversaciones atravesaba fácilmente las paredes de papel, y todo el mundo sabía que era extremadamente descortés aprovecharse de esto. Moshi Minami estaba arrodillada en el vestíbulo de la oficina del daimyo Kuni y sopesaba una clara metedura de pata social contra el bien conocido amor por los resultados del Clan Cangrejo. Y al ser una Mantis, tenía cierta inmunidad par alas sutilezas sociales, aunque algunos de su familia Moshi nunca lo admitirían. Y, después de todo, no era que ella hubiese estado escuchando a escondidas – cuando no gritaban, los hombres que estaban en la oficina hablaban en un tono tan alto que se podía escuchar por todo el vestíbulo y probablemente, pensó Minami, hasta mitad del pasillo.

Tomada la decisión, Minami se puso elegantemente en pie, cruzó el vestíbulo, y abrió, deslizándola, la puerta de la oficina. “Perdonad mi interrupción, Señor Kiyoshi, y honorables guerreros del Clan Cangrejo, pero esta conversación es relevante para mis intereses.” Se inclinó profundamente, observando la sala mientras lo hacía. Estaban presentes tres hombres: Kuni Kiyoshi, al que reconoció al instante, y un Kuni y un Hiruma a los que no conocía.  Todos ellos parecían sorprendidos e irritados por su acción.

“¿Quién eres?” Dijo el Kuni al que no conocía. Mientras hablaba sacó un pergamino de la bolsa que tenía a su lado.

“Soy Moshi Minami, representante en las cortes del Campeón de Jade,” dijo. Metió la mano en su obi y sacó el sello de jade que simbolizaba su autoridad para hablar en el nombre del Campeón de Jade.

“Daigo-sama no tiene interés por las cortes,” objetó el Hiruma.

“Por eso tiene a alguien que se ocupe de ellas,” dijo Kiyoshi. “Minami-chan, se te dijo que esperases. ¿Por qué nos estás interrumpiendo?”

Minami dejó que la resbalase el insulto: dada su acción, el que la tratase como una niña era lo menos que se merecía. “Kuni-sama, he venido en nombre del Campeón de Jade, a quien le ha encargado la Emperatriz encontrar una cura para la plaga que asola nuestra tierra. Estáis hablando de la Hija de Ébano, que es quien se cree que creó esa plaga. Confío en que esté clara la conexión.”

Kiyoshi la miró fijamente durante un momento, y luego hizo un gesto. “Cierra la puerta y siéntate.” Minami hizo lo que la habían dicho, y tras sentarse asintió al Kuni. “Este es mi vasallo Kuni Iyedo, el Cazador de Brujas que lidera los esfuerzos Cangrejo para encontrar a la Hija de Ébano. El hombre que está junto a él es Hida Manoru, un explorador de la Legión de Jade.”

“Me honra conocer a ambos,” dijo Minami.

“Servir al Campeón de Jade es un honor en si mismo, y estoy seguro que le sirves bien,” dijo Iyedo. “Pero no veo como nos puedes ayudar.”

“He estado escuchando vuestro informe sobre la búsqueda, Kuni-san, y de mis años en la corte he reconocido un patrón. Vuestra búsqueda no va como creéis que debería porque las fuerzas Unicornio con las que trabajáis os están obstruyendo.” 

“¿Quieren que ella escape?” Dijo Iyedo con incredulidad. “¿Les acusas de traición?”

“¡En absoluto!” Dijo Minami. “Pero ese es el problema. Debéis saber que se sospecha que la Hija de Ébano es, era, Iuchi Yue. Los Unicornio quieren capturarla más que cualquier otro, pero quieren ser los que la capturen para limpiar su vergüenza.”

“No me lo creo,” dijo Manoru, con expresión de enfado. “A menudo he servido con samuráis Unicornio. La Emperatriz ha otorgado esta tarea a los Cazadores de Brujas Cangrejo y ellos nunca nos deshonrarían así.”

“No estás viendo esto desde la perspectiva correcta,” dijo Minami.

“Si lo estoy viendo bien,” dijo Manoru. Estaba empezando a mostrarse bastante amenazador.

Minami estuvo un momento bendiciendo mentalmente a sus profesores Yoritomo; sin ellos Manoru podría parecer amenazador. “Si los Unicornio la capturan e inmediatamente se la entregan a Iyedo-san, quien manda la búsqueda, entonces los Cazadores de Brujas habrán cumplido su tarea,” dijo Minami. “¿Ves lo simple que puede ser?”

Kiyoshi habló, acallando lo que estaba a punto de decir Manoru. “Iyedo, ¿qué piensas de esto?”

“Tiene mucho sentido, Kiyoshi-sama,” dijo Iyedo. Inclinó la cabeza. “Me avergüenza no haberme dado cuenta de lo que estaban hacienda. Acepto mi destitución como comandante, ya que sería justa.”

“No te voy a destituir; eso sería una pérdida de experiencia.” Kiyoshi miró a los dos Cangrejo, asegurándose que ellos supiesen que les estaba hablando a ambos. “Los Unicornio han estado con nosotros casi desde que empezó esta guerra, y se ha vuelto muy fácil creer que ellos lo comprenden. Pero no es así. Ninguno de los demás clanes comprende que están tratando con las Tierras Sombrías, por lo que hacen cosas estúpidas como esta. Pero nosotros si lo sabemos. Nunca debemos olvidarlo.” Hubo sonidos de acuerdo por parte de ambos hombres, y Kiyoshi asintió en satisfacción. “Regresad ahora a la búsqueda. Iyedo, Te dejo a ti el tratar con los Unicornio.” Los dos hombres se inclinaron para despedirse y se fueron. Cuando se habían ido Kiyoshi sonrió levemente a Minami. “Tu apuesta tuvo éxito, Moshi-san.”

“Me alivia ver que fue correcto ayudaros, Kuni-sama,” dijo Minami. Inclinó levemente la cabeza, solo lo suficiente para mostrar que entendía que el señor Kuni había decidido perdonarla.

“Con el tiempo nos hubiésemos dado cuenta, pero nos has quitado horas de gritarnos entre nosotros. La respuesta obvia es a veces la más difícil de ver.” Kiyoshi hizo un gesto quitándole importancia. “Ahora, ¿cómo puedo ayudar al Campeón de Jade?”

“Es él el que desea ayudaros,” dijo Minami. “Ha tenido informaciones que cree que son importantes para vuestros esfuerzos para capturar a la Hija de Ébano.” Se detuvo un momento, y tras el asentimiento de Kiyoshi, prosiguió. “El primer asunto necesita algo de historia. ¿Recordáis que la Emperatriz hizo un llamamiento para que el hombre conocido como Daigotsu fuese llevado hasta ella?”

“Si,” dijo Kiyoshi. De su cara había desaparecido toda expresión.

“El asunto acabó, ya que de alguna manera él entró en contacto con ella. No sé cómo; Daigo-sama no me lo explicó. Pero como parte de ese contacto, Daigotsu contó a la Emperatriz lo que él sabía sobre la magnitud del poder de la Hija de Ébano.”

“¿Y ella le creyó?” Dijo Kiyoshi, su tono despectivo.

“Kuni-sama, creo que estoy en lo cierto cuando digo que los Cangrejo han empezado a permitir que los seguidores de Daigotsu luchen a su lado.”

“¡No lo permitimos!” Dijo Kiyoshi. “Aparecen en una batalla, y nosotros les ignoramos. A no ser que hagan algo estúpido, como hacer maho.”

“Por lo que estás de acuerdo que aunque son nuestros enemigos, también son enemigos de Kali-Ma, ¿verdad? Por lo que Daigotsu no tenía razón alguna para mentir sobre la Hija de Ébano.”

“Yo – de acuerdo. Pero sabemos que es fuerte, probablemente tan fuerte como era Isawa Sezaru.”

“Más fuerte que Sezaru,” dijo Minami. “Más fuerte que Iuchiban. Tiene tanto la habilidad para hablar con los kami como la extraña y foránea magia que la ha otorgado Kali-Ma.”

Kiyoshi se quedó en silencio un momento. “Sabíamos que esto sería difícil,” dijo. “Pero hasta que no la encontremos, no podemos hacer un detallado plan para contenerla.”

“Kuni-sama, creo que los Fénix nos podrían ayudar.”

“¿Cómo?” Preguntó Kiyoshi. “¿La predicamos el Tao? ¿O nos ponemos en círculo alrededor suyo hasta que se canse de matarnos y se eche un sueñecillo?”

“O podéis destruir su poder cortando su conexión con los kami,” dijo Minami.

Kiyoshi parpadeó. “¿Es eso posible?”

“Eso sugieren los archivos de mi familia, aunque se menciona muy poco. A los Fénix no les gusta hablar de ello, ya que está reservado como su mayor castigo a los shugenja de su clan. Se llama el Ritual del Olvido.”

“Habría que modificarlo, para también contener su magia gaijin,” dijo pensativamente Kiyoshi. Sacó una hoja de papel de su mesa y le dio la vuelta, y luego cogió un pincel y empezó a escribir en el dorso. 

“¿Creéis que se puede hacer?” Dijo Minami.

Kiyoshi levantó la vista y sonrió. “Ella y los soldados surgidos del agujero de su diosa han tomado las tierras de mi clan. Obtendremos este ritual de los Fénix. Haremos que funcione. Y luego la llevaremos a rastras hasta la Emperatriz para que sea juzgada. Se hará.”

 

 

Mes del Jabalí, Año 1172

 

Shiro Akibara había sido situado para observar las tierras a su alrededor, y tenía muchos balcones para permitir a sus residentes ver la majestuosa vista que tenían. Kiyoshi estaba en uno de los balcones, observando asombrado una gran arboleda. No le resultaban extraños los árboles o los bosques: en sus días errantes había visto los pequeños y cuidadosamente cuidados bosques que ayudaban a suministrar a los Cangrejo de madera, y había visto también el inmenso y extraño bosque del Shinomen. Esta arboleda no tenía nada en común con ellos, ya que estaba constituido por árboles muy parecidos entre ellos. La arboleda era pura, completa, sagrada. Incluso desde aquí podía escuchar las canciones que cantaban sus kami, y se preguntaba con envidia y horror cómo sería vivir toda la vida en presencia de un lugar así.

Unos pequeños golpecillos en el suelo junto a Kiyoshi le hizo volver en si, y bajó la vista para ver a una acólita Fénix en una reverencia profunda, la cabeza descansando en el suelo. “Me disculpo profundamente por perturbar vuestra meditación, Señor Kuni,” dijo, “pero deseabais ver al Maestro Bairei cuanto antes, y él ya está listo.”

“Levanta,” dijo Kiyoshi, aliviado por poder irritarse por algo. “Y si, llévame ahora hasta él.” El acólito se levantó sin hacer comentario alguno y le llevó al otro lado del castillo, hasta una gran sala repleta con más estanterías para albergar pergaminos que todos los que había visto en toda su vida Kiyoshi. Se preguntó como podría haber sido la biblioteca de Kyuden Isawa, si esta era la biblioteca de un pequeño y desconocido castillo.

Un hombre surgió de las estanterías a la izquierda de Kiyoshi, enrollando un pergamino. “A, Kuni-san, estás aquí. Me había sorprendido bastante escuchar que habías llegado; esta no es la temporada para viajar, especialmente al norte.”

“Los Mantis fueron capaces de traerme por la costa,” dijo Kiyoshi. “Te asombraría saber a lo que ellos consideran ‘buen tiempo para navegar’.”

“Desde luego,” dijo Bairei. “A pesar de todos los conflictos entre los Mantis y los Fénix, ninguno de nosotros ha puesto jamás en duda sus habilidades sobre las olas. Pero aún así, estoy seguro que ha sido un asunto muy importante el que te ha hecho realizar el viaje.”

“La voluntad de la Emperatriz,” dijo Kiyoshi. “La Hija del Cielo ha ordenado a los Cazadores de Brujas Kuni el capturar a la Hija de Ébano, y yo he puesto los recursos de mi familia a su disposición. Estoy aquí porque he escuchado que los Fénix tienen un ritual que sería de ayuda.”

“Honras a tu clan con tu diligencia,” dijo Bairei. “¿En qué ritual estás interesado?” Su tono era igual de cordial que antes, pero Kiyoshi pensó que vio cierta precaución en los ojos del Maestro del Agua. 

“Se llama el Ritual del Olvido,” dijo Kiyoshi. “Hace que un shugenja sea incapaz de contactar con los kami.”

“No recuerdo un ritual así,” dijo Bairei.

“No creo que sea usado muy a menudo. Pero he oído que eres un hombre de gran intelecto, por lo que quizás el tiempo te ayude a que regrese a tu memoria.” Kiyoshi acalló su impaciencia, echando raíces en el suelo. Minami le había avisado que esto ocurriría, y ella le había ayudado a desarrollar algunas estrategias para ocuparse de ello. 

“Me halagas,” dijo Bairei. “Pero este ritual, si es que existe, sería muy peligroso. Algo con tanto poder para destruir quizás sea mejor dejarlo en manos de mi clan, donde estaría seguro.”

“Peligrosos rituales necesitan ser guardados,” estuvo de acuerdo Kiyoshi, pensando en algunas de las cosas que había leído en la biblioteca de Shiro Kuni. “Pero estoy seguro que los Fénix estarían de acuerdo que a veces hay que tomar riesgos. La Emperatriz ha dado a tu clan la tarea de investigar la naturaleza de los Destructores: algo así merecería arriesgarse un poco, ¿verdad?”

Bairei se quedó en silencio durante unos minutos. “Es de esperar que la Hija de Ébano sepa algo sobre la naturaleza de los Destructores,” dijo.

“Desde luego,” dijo Kiyoshi. 

“Has levantado mi interés,” dijo Bairei. “Investigaré algo para ver si puedo recuperar algo más de información sobre este ritual.”

“Gracias,” dijo Kiyoshi. Otro paso, pensó. Otro paso que nos acerca a la victoria.