Comienza la Marcha

 

por Brian Yoon

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

El Mes del Gallo, Año 1169

 

“Y por ello, mi señora, pido como representante del Clan Unicornio un gesto, cualquier gesto, de hermandad de nuestros amigos del norte,” dijo en voz baja Ide Eien, una sonrisa de sinceridad en su cara. Extendió las manos ante él en un gesto de apaciguamiento. La señora del castillo estaba sentada ante el embajador, sus ojos mirándole penetrantemente. Mirumoto Kei era bien conocida por su brillantez táctica, por su belleza, y por su fuerza en el combate. Su cara tenía el aspecto de una máscara ilegible, y Eien no podía decir el efecto que había tenido su discurso hasta ahora. Los otros que estaban en la habitación — consejeros, dignatarios, y otros importantes samurai — no eran tan difíciles de comprender.

“¿Hermandad?” Dijo un consejero calvo que estaba detrás de Kei, escupiendo la palabra como si supiese mal. “No somos hermanos de belicistas y usurpadores.”

Eien agitó su cabeza. “Mi señor el Khan simplemente deseaba unir al imperio bajo un líder fuerte, para guiar estas tierras a través de los problemáticos tiempos venideros.” Sus ojos se endurecieron y señaló audazmente ante él. “Si nadie se atreviese a atravesar la difícil y poco comprendida senda, no seríamos los civilizados samuráis que ahora somos. Seríamos débiles, encogiéndonos ante los poderosos enemigos que aún hoy amenazan con destruir nuestro imperio.”

“¿De verdad crees que el ataque del Khan habría traído el orden y la estabilidad al imperio?” Replicó el mismo consejero. “Simplemente habríais dividido aún más el imperio, que es lo que habéis hecho. Quizás lo que proclamas de las intenciones del Unicornio tendrían mérito si tus hombres nos protegiesen de los horrores de las Tierras Sombrías. Pero los samurai Unicornio no están sobre la Muralla. Debemos tener paz, pero vuestras tropas empaparán la tierra de sangre.”

La sonrisa de Eien se heló, y su mirada se endureció. “El Unicornio siempre ha tenido en su corazón el mejor interés del imperio. Hemos enviado ayuda, militar y de otro tipo, al Cangrejo para ayudar en sus esfuerzos contra las Tierras Sombrías. Cuando la gente moría de hambre, el Unicornio envió arroz para alimentar a los campesinos. No somos los monstruos sin corazón que describes, Togashi-san.”

“Ese arroz fue enviado como soborno para comprar nuevos amigos,” se mofó el consejero. “Yo no llamaría a eso heroico.”

“Si deseas la paz, envía ayuda al Khan para que repela el loco ataque León a nuestras tierras.” Dijo Eien sin pausa alguna, como si el comentario del consejero no fuese digno de su consideración. Las conversaciones de los otros que estaban en la habitación se callaron. Era verdad, lo sabían; sin el arroz Unicornio enviado antes del comienzo del invierno, cientos hubiesen muerto de inanición. Quizás el arroz había sido enviado como una forma de mantener al Dragón fuera de la guerra. Pero el efecto de la ayuda Unicornio no se podía dejar a un lado. ¿Acaso ellos, se preguntaban, debían una deuda de honor al Unicornio?

“El ataque León a vuestras tierras es una cuestión de honor,” dijo Mirumoto Kei, silenciando tanto al consejero pendenciero como al cortesano Unicornio. “Traería vergüenza tanto al León como al Unicornio si otros interfiriesen en vuestra disputa.”

“¿Llamáis el loco juramento del Campeón León una cuestión de honor?” Preguntó Eien. “Siento no estar de acuerdo, mi señora. Es pura locura, y un simple e innoble deseo de venganza. Quiere sangre por su caído padre, un hombre que murió honorablemente en batalla. Esta búsqueda suya solo escupe sobre la memoria de Nimuro-sama.”

“Las razones por las que efectuó su promesa son bien conocidas por todo el imperio, Eien-san,” contestó Kei, su calma imperturbable. “Le aconsejaría a un diplomático que no acusase de mentir a un hombre tan poderoso, pero sé que conoces el peligro de ellos.”

“Kei-sama,” dijo Eien, su voz destilando sinceridad, “los Mirumoto son la cabeza militar del Dragón, y vos sois una afamada general que lideró a vuestros samuráis en la Ciudad de la Rana Rica contra el poder de dos ejércitos. Os habéis ganado gran respeto a ojos del Unicornio por vuestra fuerza. Os ruego que uséis esa fuerza para impedir que ocurra otra tragedia. Si el León asalta nuestras tierras, morirán miles de nuestros soldados. Debemos aceptar eso porque somos samuráis. La tragedia reside en los incontables e inocentes campesinos y mercaderes asesinados en el sanguinario ataque Matsu.”

Kei agitó su cabeza. “No nos pondremos del lado del León, ni os protegeremos. No intervendremos en esta guerra.”

Eien se inclinó profundamente. “Si no puedo conseguir vuestra ayuda,” dijo, “me alegra saber que no debemos preocuparnos de que las montañas desciendan para destruirnos. Gracias, Kei-sama.” Se giró para abandonar la habitación, y su séquito se movió con él.

Cuando se fueron, Kei finalmente se relajó. Pensó que se estaba adaptando bien a sus nuevas obligaciones, y miró a su alrededor y vio que lo que la rodeaba aún no le era familiar. Sus ojos se fijaron en su consejero mientras este miraba fijamente a los Unicornio que abandonaban la habitación. Se sorprendió al ver ira ardiendo en sus ojos.

 

           

A Matsu Fumiyo no le era desconocido el combate. Se había unido a los ejércitos León tan pronto como pasó su gempukku y había participado en la defensa de la Ciudad de la Rana Rica. En el caos de esos duros meses, se había enfrentado a cargas de locos Moto, a las hábiles emboscadas de arqueros Dragón, y a la extraña magia de monjes y shugenjas de ambos lados. Se había enfrentado a todo, pero de alguna manera la próxima guerra inquietaba su mente y la intranquilizaba. La marcha al oeste, hacia tierras Unicornio, la había dado mucho tiempo para reflexionar sobre ello, pero no podía decir exactamente lo que la hacía sentir incómoda.

Se puso ante su tienda de campaña y miró hacia el oeste. El Señor Sol teñía el cielo de un naranja oscuro al empezar su descenso bajo el horizonte. Campos de hierba reflejaban la luz mientras ondulaban por el viento. Parecía como si la colina hubiese sido elegida por el Señor Sol para un momento de belleza perfecta, una visión que la hizo detenerse. En contraste, las luces provenientes de la defensa Unicornio eran un signo de una naturaleza mucho más siniestra. Era claramente visibles incluso en la desvaneciente luz. Se extendían por la colina en un número impresionante, y Fumiyo entrecerró los ojos para intentar contarlos. Lo dejó tras unos momentos, por imposible. Pensó que por muy numerosos que fuesen los Unicornio, el León seguro que vencería. No podía imaginarse otra cosa.

Su meditación se vio interrumpida al acercarse su amiga y mentor Matsu Sakaki. Sakaki era una mujer más vieja y alta que ella, con una sonrisa traviesa decorando su cara. Aunque nadie la llamaría hermosa, Sakaki llevaba sus cicatrices con una gracia que hacía que cayese bien a los que la rodeaban. Sakaki había sido la oficial superior de Fumiyo cuando esta se unió al ejército, y la fiera y honorable guerrera la había enseñado todo lo que no se podía aprender en los confines del dojo Matsu. En los últimos años, ambas se habían separado por ascensos y nuevos destinos, y Fumiyo pudo sentir como el pesar de su corazón se aliviaba por la presencia de Sakaki.

Antes de que Fumiyo pudiese saludarla, Matsu Sakaki gritó. “¿Por qué esa cara tan adusta, hermana? Seguro que no te preocupa el pensar en la batalla. Creía que eras una mujer con más entereza que eso.”

“No he perdido más los nervios de lo que lo hayas hecho tu, Sakaki-san,” contestó Fumiyo. “Quizás tus días alejada de primera línea te hayan suavizado. No te preocupes. Estaré ahí para sujetarte la mano por si te amenaza algún malvado Unicornio.”

Sakaki se rió con ganas. “¿Quizás te olvidas de lo que pasó la primera vez que te enfrentaste a una carga de las Doncellas de Batalla Utaku, Fumiyo-chan?”

La cara de Fumiyo se volvió de un rojo intenso. “Yo— yo era joven, y nunca más volvió a ocurrir,” tartamudeó.

Sakaki hizo un gesto con la mano para obviar sus protestas. “No te preocupes por ello, Fumiyo-chan. Es que simplemente encuentro muy fácil cogerte por sorpresa. ¿Cómo podrás conseguir un hombre si no puedes guardar la compostura con unas simples provocaciones?”

Fumiyo agitó la cabeza. Se imaginó que su cara no podía volverse aún más roja. “No tengo intención alguna de hacerlo,” murmuró. “La guerra, el bushido, y servir a mi daimyo son las únicas cosas que ocupan mi mente.”

“Una día lo harás, hermana,” dijo Sakaki, sonriendo aún, “y encontrarás otras muchas cosas en las que ocupar tu mente. ¿O quizás solo estás siendo modesta? ¿Aún le miras fijamente cuando el joven y apuesto Sadahige se te acerca?”

Fumiyo se giró y señaló hacia la colina para esconder su creciente vergüenza. “Hay muchos fuegos en el campamento Unicornio, Sakaki-san. Mañana tendremos una gran lucha.”

“Quizás, pero no por las razones que crees,” dijo Sakaki, acercándose a su protegida. “Dudo que los Unicornio tengan tantas tropas para defender este lugar, lejos de sus ciudades importantes. Sospecho que el comandante Unicornio está simplemente iluminando más fuegos que hombres tiene. Su comandante entiende la guerra. La batalla será una batalla digna.”

“Ya veo,” dijo Fumiyo lentamente. “Quieren que pensemos que nos enfrentamos a un enemigo imposiblemente poderoso. Pensando en eso, podemos acobardarnos al entrar en combate.”

“No, debe saber que el León no caería en trucos tan simples. Me imagino que desea esconder sus verdaderos números, para que no tengamos ni idea de a cuantas unidades nos enfrentaremos mañana.”

Fumiyo se volvió hacia Sakaki. “Sakaki-san, hay tantas cosas que no comprendo. Es otoño y pronto nevará. ¿Por qué atacar ahora, cuando en unos pocos meses nos veremos obligados a detener la campaña?”

“No soy una táctica, Fumiyo, pero si tuviese que adivinarlo, diría que nuestros generales intentan pasar de largo ante las defensas Unicornio y establecer una cabeza de puente en sus tierras que estará preparada cuando empiece la primavera.”

“Ya veo,” dijo Fumiyo. “Estábamos allí cuando Yoshino-sama anunció su juramento. Entonces me preguntaste porque permitíamos al Unicornio regresar a sus tierras. He pensado sobre ello, pero no sé porque. Los Fénix nos impidieron exterminarlos en la Ciudad Imperial. Deberíamos haber derrotado al Khan en ese instante y lugar, para no tener que invadir ahora sus tierras.”

Sakaki puso una mano en su frente. Fumiyo sabía por experiencia que su mentor tendía a hacerlo cuando pensaba profundamente en algo. “El Fénix actuó para proteger la historia, la tradición, y la Ciudad Imperial,” dijo. “Simplemente deseaban preservar las innumerables reliquias y tesoros del pasado, un objetivo que honra los ancestros del Imperio. He oído que recientemente nos han pedido que abandonemos la ciudad cuando los Mantis nos provocaron a otra pelea.”

“Somos los protectores de la Ciudad Imperial,” dijo Fumiyo. Sus ojos se abrieron con asombro. “¿Se atreven a sacarnos de nuestro puesto?”

Sakaki sonrió a Fumiyo. “Están equivocados. Debes entender que los Fénix actuaron para preservar la capital de todos. Debemos aplaudir sus esfuerzos. Aunque presuponen mucho, su objetivo es honorable.”

“Quizás tengas razón, Sakaki-san, pero empezar quitándonos de nuestro—”

“Ten fé en el León,” dijo Sakaki, cortando la respuesta de Fumiyo. “Defenderemos la ciudad aunque no se nos permita entrar en ella. Somos el León. No fallaremos.”

“Quizás sientan la necesidad de intervenir aquí,” dijo Fumiyo, “antes de que podamos llevar a Moto Chagatai ante la justicia.”

“Si los cortesanos Unicornio consiguen su objetivo, lo harán,” contestó Sakaki. Su sonrisa se volvió muy fiera, y sus ojos brillaron de excitación. “Será mi trabajo y el tuyo, Fumiyo-chan, acabar con esta batalla tan rápidamente para que no tengan oportunidad de hacerlo.”

 

           

El ojo de cristal de Shinjo Shono brilló de color verde en mitad de la noche mientras miraba al campamento. Hogueras chisporroteaban en innumerables sitios por la colina mientras sus hombres intentaban dormir algo antes del amanecer. El momento que habían estado esperando, para el que se habían preparado, y temido, había finalmente llegado. Sus exploradores habían enviado docenas de informes sobre el movimiento de las fuerzas León, y él calculaba que intentarían cruzar mañana la frontera Unicornio.

“¿No vais a dormir, Shono-sama?” Preguntó una voz, y Shono se giró hacia su amigo Shinjo Huang. Huang había estado a su lado en innumerables batallas, y la familiar visión de su ruda cara reconfortó al daimyo Shinjo.

“Ya encontraré después tiempo para descansar,” dijo Shono. “Por ahora, el ejército León está en nuestros talones y tienen demasiadas ventajas. Nos superan ampliamente en número. Tienen a los mejores tácticos de su lado. Nosotros, al contrario, debemos basarnos en nuestra suerte y en un viejo y cansado comandante.”

Huang agitó la cabeza. “Os valoráis muy poco, Shono-sama. Sois un brillante comandante y las tropas os conocen y confían en vos. Tenemos ingenio y la razón de nuestro lado. Nuestros hombres saben que si fracasamos, nuestros seres queridos caerán bajo las espadas León. Mañana no titubearán.”

Shono sonrió con ironía. “Nunca antes había pensado que eras un optimista, Huang.”

Huang miró a su daimyo, fijamente. “A veces, tenéis… métodos poco convencionales, Shono-sama, y minusvaloráis vuestras habilidades, pero yo confío plenamente en vos. Perseveraremos juntos, mi señor.”

Shono señaló hacia los cientos de fuegos que iluminaban el campamento. “Si solo tuviese hombres suficientes como para sentarse ante cada hoguera, repelería con gusto al León. Pero te seré franco, viejo amigo. La fuerza que tenemos aquí no es suficiente. Sin las Fortunas de nuestro lado, nos veremos invadidos por el León.” Se rió, y los ojos de Huang se agrandaron con preocupación. Nunca antes había escuchado la voz de Shono envuelta con tanta fatiga. “En vez de en los hombres, debemos confiar en trucos como el usar hogueras para esconder nuestros números al León. Supongo que tendrá que bastar.”

“Shono-sama,” dijo Huang, sus palabras lentas debido a su indecisión. “Aunque no podamos nosotros detener el avance de su ejército, ralentizaremos al León. Quizás no ganemos, pero siempre podremos retroceder y volver a enfrentarnos a ellos.”

El ojo sobrenatural de Shono volvió a relucir con luz verde, e instintivamente Huang se estremeció. Lo había visto muchas veces, pero no podía acostumbrarse a la rareza de esa magia. Incluso con su extrañeza, Huang no pudo apartar la vista. La convicción que emanaba del ojo de Shono era adictiva. “No podemos fracasar,” dijo Shono. “El Khan me honró con esta obligación porque esperaba que yo la cumpliese. No traicionaré esa expectativa. Es por ello, Huang, por lo que no puedo dormir. Si puedo pensar en una táctica más, en un pequeño truco que pueda matar a otro León y detener su progreso, lo haré. Debo hacerlo.”

“No lo haréis solo,” le prometió Huang. “Igual que vos sois la moral del ejército, Shono-sama, yo y el resto del Junghar seremos vuestra fuerza. Seremos vuestra espada para destruir a los enemigos del Unicornio.”

 

           

El León formó poco tiempo después del amanecer. Unidades y unidades de altamente entrenados samuráis y ashigaru estaban listos en perfecta formación mientras esperaban la señal para cargar. También hay que reconocer que el Unicornio estaba preparado. La unidad de Fumiyo no estaba en primera línea; en su mayoría esta estaba formada por lanceros ashigaru y Deathseekers, preparados para caer en batalla. Fumiyo estaba entre los que reemplazarían esa primera línea y exarcebaría cualquier debilidad creada en el ejército enemigo por las muertes de los Deathseekers. Miró colina arriba, donde el ejército Unicornio esperaba el ataque León. Sakaki tenía razón. El ejército Unicornio era mucho más pequeño de lo que ella se había imaginado, con solo unos mil hombres para enfrentarse al ataque León. No podía relajarse. El Unicornio debía tener algo escondido en la manga.

Miró a su derecha, donde su superior, Akodo Hachigoro, estaba totalmente inmóvil, con una asombrosa calma. Por experiencia sabía que podía contar con que mantendría la compostura incluso en el fragor del combate. Estaba agradecida por ello; con los enemigos frente a ella, era fácil olvidarse del fin global y perseguir a sus objetivos hasta que yacían en el suelo, sangrando y muriendo.

El León fue el primero en moverse. Las primeras líneas comenzaron a avanzar en perfecta sincronización por la zona de nadie entre los dos ejércitos, lenta pero inexorablemente marchando hacia el pequeño ejército Unicornio. En respuesta, unidades Unicornio cargaron, sus movimientos magníficamente rápidos en los veloces caballos que ningún otro Clan había conseguido reproducir. Se adelantaron y soltaron sus flechas hacia las primeras líneas, y los León empezaron a caer en gran número. Cargaron acercándose mucho a las líneas León y dispararon sus flechas, pero la primera línea León siguió adelante al mismo paso lento.

“Estamos sufriendo muchas bajas,” murmuró Fumiyo. Sus manos agarraron su espada con ansia.

“Ten fé en nuestros hombres,” dijo Hachigoro. Como para acentuar sus palabras, una nube de flechas voló hacia el ejército Unicornio. Aunque los arqueros a caballo se movieron velozmente, varios fueron alcanzados por la nube y cayeron al suelo. Los Unicornio empezaron a retroceder lentamente para darse una tregua de la mortífera lluvia.

“Deberíamos cargar y atacarles,” dijo en voz alta Fumiyo. Los soldados que estaban junto a ella asintieron. “¡No tienen suficientes hombres si simplemente cargamos y les atacamos por la fuerza!”

“Si les seguimos,” dijo Hachigoro, “no podremos alcanzar a sus caballos. Simplemente nos cansarán con flechas y luego nos llevarán a una emboscada. ¡Ten paciencia, Fumiyo! No pueden romper nuestras líneas si nos mantenemos en formación. Tendremos bajas, pero serían mayores si no mantenemos nuestra disciplina. ¡Adelante!”

Fumiyo asintió. Ella sería una comandante muy mala, pensó mientras seguía el paso del resto de su unidad. Frunció el ceño. Por alguna razón, el suelo sobre el que marchaba le parecía diferente. Su instinto la gritaba que algo estaba mal. Pero no sabía lo que era.

 

           

“¡Ahora! ¡Disparar ahora!” Gritó Shono. Levantó su katana y señaló hacia el ejército León que avanzaba. Miró al otro lado del campo de batalla para ver si los arqueros habían recibido su mensaje.

Shinjo Xushen, el de mejor puntería del ejército de Shono, puso una flecha en su arco. Su ayudante rápidamente hizo que ardiese la flecha. Apuntó rápidamente y la soltó. La flecha rápidamente silbó por el aire y aterrizó en medio de la unidad León que seguía a la primera línea. Antes de que pudiese reaccionar el León, el aceite que Shono había derramado en esa parte del campo empezó a arder. En un instante, el fuego se convirtió en un infierno que se extendió por todo el campo. Mientras los León empezaron a sacudirse y a soltar sus armas, Xushen sonrió por la victoria.

Shono miró colina abajo. Todas sus unidades estaban detrás de la línea de seguridad; el fuego no saltaría hacia sus unidades. Señaló a su caballería pesada que estaba en retaguardia, y estos empezaron a cargar contra las primeras líneas León.

“Te toca mover, Yoshino,” gruñó Shono.

 

           

Las llamas no la habían alcanzado pro centímetros, y Fumiyo corrió hacia delante para evitarlas. Los gritos de los soldados al quemarse hasta morir resonaban en sus oídos. El olor a carne quemada alcanzó su nariz, y luchó contra la necesidad de vomitar. Puso su espada otra vez en su vaina y se retrasó para ayudar a sacar a sus camaradas del infierno.

“¡Mantener la formación!” Tronó la voz de Hachigoro por encima del caos. “¡Prepararos para una carga del Unicornio, o todos moriremos!” La lluvia de flechas sobre las filas León volvió a empezar. Las flechas atravesaron las filas, matando rápidamente a los hombres en la unidad de Fumiyo. El estruendoso sonido de cascos de caballo alcanzó sus oídos cuando volvió a cargar el Unicornio.

Fumiyo miró por detrás de ella a sus moribundos camaradas y rechinó los dientes. Desenvainó la espada y rugió de pura ira. El fuego estaba bloqueando todos los refuerzos. La unidad que estaba delante suya y la porción de su unidad que aún no estaba muerta era todo lo que había para defenderse contra la carga.

“¡Venir, Unicornios!” Gritó. Sabía que no la oirían, pero no importaba. “¡Venir, y os mostraré como muere un León!”

Hachigoro gritó como respondiéndola y su unidad cargó al unísono para reforzar el frente. Llegaron a ponerse en fila con la unidad que había muerto ante ellos. Fumiyo miró hacia un lado y vio la mirada sin parpadear de una cara pintada. Eran Deathseekers. Fumiyo sonrió ferozmente. Pensó que era apropiado que ella muriese con miembros de su familia que buscaban buenas muertes. Ese pensamiento fue estimulante.

El cielo se oscureció sin avisar. En pocos momentos, una lluvia de espesa lluvia cubrió el campo de batalla. Antes de que el fuego de aceite pudiese extenderse, el fuego abruptamente desapareció en un repentino ciclón de aire. Fumiyo pudo escuchar a sus hermanos cargar para reforzar el frente tan pronto como pudieron. La carga Unicornio vaciló y luego se detuvo, al darse cuenta de que la unidad León no estaba aislado. Si cargaban, se enfrentarían al poder de todo el ejército León.

“Hoy los Kitsu se han ganado su sustento,” dijo Hachigoro. Sonrió.

 

           

“Shono-sama,” gritó Huang, cabalgando de vuelta a su general. “¡El León ha atravesado las trampas y ha evadido nuestra emboscada! ¿Qué podemos hacer?”

Shono rápidamente repasó las opciones en su cabeza. Al final, solo había una elección. Shono rechinó los dientes. “Nuestra inteligencia nos dijo que los Kitsu estaban muy diseminados, y que no estaban en este ejército. Si nos quedamos, tendremos unas pérdidas innecesarias. Que toquen retirada.”