Conocimiento Oscuro


por
Brian Yoon
Editado & Desarrollado por Fred Wan

 

Traducción de Bayushi Elth & Mori Saiseki



El Gran Muro del Carpintero


            La batalla acabó tan pronto como empezó. Los refuerzos León y Cangrejo atacaron al enemigo con temeraria despreocupación, alimentados por la noticia de la muerte del Emperador. Hida Tonoji lideró a sus hombres desde el frente, saltando con ansia al grueso de la batalla. Rugió con ira, su ansia de sangre concentrada en los furiosos ataques que hacían caer demonios con cada golpe. El ejército de las Tierras Sombrías era incapaz de soportar el ferviente ataque de la Cuarta Legión, y pronto fue forzado de vuelta a las Tierras Sombrías tras una completa aniquilación. La Legión Imperial y sus aliados León regresaron a tierras más seguras, guardando a los defensores del Emperador.

Los curanderos Cangrejo corrieron a tratar a los heridos. Hida Kuon observó a los demacrados restos de la expedición que había entrado en las Tierras Sombrías. Estaban exhaustos, muchos estaban heridos, y todos sufrían por los horrores a los que se habían enfrentado. Todos habían perdido amigos y camaradas en la marcha. Habían fracasado en su deber. Sin duda, los samuráis luchaban contra la desesperación que amenazaba con abrumar todos sus pensamientos. Kuon conocía estos sentimientos. Él los había conquistado durante los días posteriores a la caída de la Muralla Kaiu. Tenían que enfrentarse a su pesar y conquistarlo, pero quizás podría ayudarles.

“Los Cangrejo os dan las gracias por todo lo que habéis intentado hoy,” gritó Kuon, su voz resonando por todo el patio. “Debéis ser elogiados por intentar esta prueba. Os ofrezco a todos alojamiento y alimento durante todo el tiempo que queráis, y os ayudaremos a encontrar vuestro camino de regreso una vez que estéis bien descansados.”

Se apartó del borde de la muralla y se fue. Hida Benjiro le siguió y el resto de consejeros de Kuon lucharon por seguir su paso. Podían sentir el mal humor de su Campeón y se mantuvieron en silencio, no queriendo ser el primero que se entrometiese en los iracundos pensamientos de su señor. Pasaron junto a docenas de Cangrejo que estaban sobre la muralla, todos concentrados mirando el horizonte del sur. Finalmente, llegaron a unas escaleras que daban al resto del castillo. Kuon se detuvo. Se giro y miró a sus hombres.

“Aseguraros que todo el mundo está atendido y sus heridas tratadas,” ordenó Kuon. “Encontrarles alojo. Enviar a los Cazadores de Brujas para que comprueben si tienen algún signo de la Mancha y aislar a todos los que muestren síntomas, o a los que protesten del tratamiento.” Miró a Benjiro. “Asegúrate que los Escorpión son detenidos y que se les quita todas sus armas. No albergaré a mis enemigos en mi propia casa.”

Benjiro asintió. “Así se hará,” dijo.

“Cuando hayas acabado ven a mi sala de audiencias. Descubriremos si esta baratija vale lo que la muerte de un Emperador,” dijo Kuon y miró intensamente al paquete que tenía en la mano. Benjiro se giro y rápidamente bajó las escaleras. El Campeón siguió su camino, rumiando sobre los recientes eventos hasta que llegó a su destino.

Con un gesto, despidió a su séquito y entró en la habitación. Miró la vacía habitación. Sin decir palabra fue hacia un gran pergamino que estaba en un pedestal de piedra. Levantó la pluma y escribió el nombre de su Emperador en el pergamino, junto a incontables otros de diferentes clanes y familias. Era el lugar donde los Cangrejo inscribían los nombres de los forasteros que morían en las Tierras Sombrías o en las provincias Cangrejo.

“Tres emperadores han muerto durante mi vida,” dijo Kuon a las paredes, “todos luchando contra nuestro enemigo mortal, las Tierras Sombrías. He fracasado por no protegerles.” Golpeó su puño contra el pedestal de piedra, enfadado, luego cerró los ojos y agitó la cabeza. Después de un momento de introspección, desenvolvió el paquete que tenía en la mano.

Dentro del paquete había un libro, un objeto gaijin que se había vuelto popular entre varias sectas de eruditos porque podía contener una gran cantidad de información y ser lo suficientemente pequeño como para ser fácilmente transportado. Pero este tenía blasonado el símbolo de una araña, con símbolos más pequeños creando un extraño dibujo que parecía caer por la página. Si apartaba sus ojos de el, creía que podía ver como se movían un poco. Cuando volvía a mirarlo, estaban por supuesto en el mismo lugar de antes.

El libro le llenaba con una sensación de malestar, pero se encontraba extrañamente tentado a abrirlo y explorar su contenido. Su mano fue hacia la cubierta, pero su instinto le gritó que la apartase, como si quemase. Kuon frunció el ceño y miró en dirección de las Tierras Sombrías. Esa maldita tierra nunca dejaría de perseguirle con sus miles de maldades. Volvió a mirar al pedestal y se alarmó al ver que había vuelto a poner la mano sobre la cubierta y que se preparaba a abrirlo. Gruñó y se alejó, mirando con asco al libro y preguntándose si ardería.

La puerta se abrió tras él. “Benjiro ha puesto vuestras órdenes en acción, Kuon-sama, pero me ha pedido que os notifique que el destacamento Escorpión no se encuentra por ningún lado. Se debieron ir durante el caos,” informó Yasuki Jinn-Kuen.

“Típico,” contestó distraídamente Kuon, nunca apartando sus ojos del libro.

Jinn-Kuen asintió. “Siempre huyen a las sombras. Nadie les echará de menos cuando se hayan ido.” Señaló a las manos de Kuon. “¿Es ese el objeto de la Tumba? ¿Habéis conseguido aprender algo?”

“¿Está Tansho?” Preguntó Kuon.

“¿Kuni Tansho?” Jinn-Kuen parecía sorprendido. “Mi señor, llevo varios días fuera. No tengo ni idea.”

“Por supuesto,” dijo Kuon. “Ella se fue ayer, error mío.” Apartó con esfuerzo la mirada del libro y miró a Benjiro. “Encuentra a Omen.”

Jinn-Kuen le miró con incredulidad. “¿Cómo voy a encontrar a un Oráculo?”

“Date la vuelta.”

Ambos hombres se giraron y vieron a Omen en la puerta. Como siempre, el hombre irradiaba un aura sobrenatural que normalmente ponía incómodos a los demás, sin duda un efecto de su vínculo con el Dragón de Jade. Pero en este caso, Kuon se llenó de alivio, ya que la presencia del Oráculo pareció alejar la oscuridad de su mente. “¿Cómo lo sabías?” Preguntó.

“Lo sentí en cuanto abandonó la Tumba,” dijo Omen, mirando fijamente al libro.

Kuon lo volvió a mirar. “¿Qué es, Omen-sama?”

“Conocimiento,” contestó Omen. “El arma más peligrosa de todas.”

 

           

Kyuden Bayushi

 

Al comienzo de su reinado, cada Campeón del Clan Escorpión elegía su propia sala para recibir visitantes que necesitaban una audiencia privada. Antes de su ascenso, Bayushi Paneki se había ganado en algunos sectores la reputación de ser un despiadado asesino y su sala de audiencias estaba diseñada específicamente para aprovecharse de su infamia. Paneki estaba sentado en medio de la habitación tras una baja mesa llena de pergaminos y sellos. La única fuente de luz era una sola lámpara colocada al borde de la mesa. Los rincones de la sala estaban ocultos por la oscuridad. Podía estar una persona en una esquina y no ser vista. A Paneki le gustaba usar cada recurso que podía para ayudarle en sus negociaciones.

La puerta se abrió, deslizándose con un leve susurro. “Hira, de la familia Iuchi,” dijo un sirviente invisible, y el invitado entró. Era un joven con largo pelo negro que fluía tras él. Todos sus movimientos estaban cargados con un vigor apenas contenido. Parecía no afectarle el decorado y en vez de eso sonrió con alegría al ver al Campeón. Paneki sonrió y apartó hacia un lado el pergamino que tenía ante él. Se inclinó educadamente ante el embajador Unicornio.

“Hira-san, es un placer volverte a ver. Ha pasado mucho tiempo,” dijo Paneki.

“Una vida, Paneki-sama, pero dejasteis una fuerte impresión, que no se ha desvanecido. Parece solo ayer cuando llegasteis a Shiro Iuchi a la cabeza de un ejército para liberarnos,” contestó Hira. Se inclinó profundamente en una genuina muestra de respeto. “Mi padre envía sus mejores deseos y su profundo pesar de no haber podido haber hecho este viaje él mismo.”

“Siento no tener tiempo para visitar a viejos amigos. No he tenido una partida decente de shogi desde que tu padre me derrotó la última vez que estuve en tu hogar.”

“Cuenta eso cada vez que le veo,” dijo Hira, sonriendo. Se volvió a inclinar y permaneció postrado mientras dejaba sobre la mesa un pergamino sellado, ante el Campeón Escorpión. “He traído un regalo, Paneki-sama.”

Paneki agitó la cabeza y empujó el pergamino hacia Hira. “Ha pasado mucho tiempo, amigo mío, y tu mera presencia es regalo suficiente.”

“Me halagáis, mi señor, pero no sería adecuado que una persona de mi posición social llegar con nada en la mano cuando se está en presencia de un Campeón.”

“Tonterías. ¿Para qué sirve el protocolo entre viejos amigos?”

“Todo, Paneki-sama,” contestó Hira. “si no seguimos las reglas impuestas por la sociedad, somos poco más que pobres bestias.”

“Entonces, viejo amigo, aceptaré el regalo por el espíritu en el que ha sido ofrecido. Gracias.” Paneki se inclinó un poco ante su invitado y cogió el pergamino. Hira sonrió ampliamente. Observó atentamente la cara de Paneki cuando este abrió el pergamino. Toda la alegría desapareció de la cara de Paneki cuando leyó las palabras.

Finalmente, Paneki levantó la vista, y Hira se quedó inmóvil. Miró fijamente a Hira y el Unicornio sintió como le bañaba el miedo. Los ojos de Paneki no mostraban emoción alguna. A Hira le recordó a un tigre al que se había enfrentado una vez en cuando estaba destinado en el Bosque Shinomen. “Un regalo de arroz,” dijo simplemente Paneki. “Que amable es el Khan.”

Hira sonrió débilmente. “Incluso en las tierras Unicornio hemos oído hablar e la pobre cosecha Escorpión. Aunque estoy seguro que vuestro clan no lo necesita, el Khan sintió que el arroz sería una muestra de buena voluntad entre nuestros dos clanes. Se me dio el honor de entregar el mensaje.”

“¿Creías que lo rehusaría?” Preguntó Paneki en voz baja. “¿Es por eso por lo que lo presentado como si fuese un regalo de un viejo amigo? ¿Por qué lo habría rechazado?”

“Solo he hecho lo que se me ordenó,” dijo Hira, su tono nervioso. “Sin duda el Khan sabe que el Escorpión no desearía deber algo a otro, y solo quería asegurarse que aceptaseis el regalo en el espíritu en que ha sido ofrecido.”

“Sin duda,” dijo simplemente Paneki. “Estoy seguro que el Khan no ha enviado hoy contigo tal botín.”

“No,” contestó Hira. “Se entregará hacia la mitad de la temporada invernal, presumiblemente cuando vuestra cosecha empiece a escasear. No es que el Escorpión necesite tal ayuda, por supuesto,” añadió rápidamente.

“He oído que el Khan estaba considerando dar un regalo similar al Dragón,” dijo Paneki.

“No sé nada de esos planes,” dijo Hira. “Solo deseaba ver a un viejo amigo, y obedecer las órdenes de mi Khan. No tengo una agenda oculta, Paneki-sama.”

“No insultaría a un viejo amigo cuestionando los motivos tras un regalo así,” dijo finalmente Paneki. “El arroz será bien empleado. Gracias.”

Por acuerdo mutuo, los dos samuráis cambiaron de tema y hablaron de cuestiones menos problemáticas. Hira pronto se excusó y dejó la presencia del Campeón. Mientras iba de vuelta a su habitación, Hira se preguntó si seguir las órdenes del Khan había destruido permanentemente una vieja amistad.

Una hora más tarde, la puerta se volvió a abrirse, deslizándose, y el sirviente anunció la llegada de la daimyo de la familia Soshi. Ella entró y se inclinó educadamente, cada movimiento la personificación de la elegancia. “Mi señor,” dijo en voz baja, y se dirigió hacia su Campeón.

“Yukimi-chan,” dijo Paneki. Su pincel voló por el pergamino mientras continuaba trabajando. “Que agradable sorpresa. Yogo Koji tardará aún un día en llegar.”

La shugenja se detuvo repentinamente. La verdadera daimyo de la familia Soshi era una inteligente mujer llamada Uidori. Tenía la maldición de haber nacido una de tres hermanas idénticas, un suceso que la mayoría del Imperio asociaba a una gran desgracia. Naturalmente, los Escorpión lo habían convertido en una ventaja. A menudo, una hermana ocupaba el lugar de otra, y pocas personas notaban la diferencia. “¿Cómo podéis ver siempre nuestro engaño, Paneki-sama?”

Paneki puso su sello sobre el pergamino y lo dejó a un lado. “Es muy simple,” dijo. Levantó la vista y sonrió. “Tu eres la más guapa, querida.”

Yukimi se rió. Se inclinó grácilmente. “Me alegra daros gusto, mi señor,” contestó ella.

“La verdad es que vosotras tres sois bastante predecibles. Con cada cosa que hacéis os preocupáis por los asuntos del Escorpión. Cuando hice llamar al Daimyo de la Familia Soshi, tu hermana Uidori debe haberse dado cuenta que tus habilidades me serían más útiles que las suyas en este momento. La sensei del Dojo del Ojo Cerrado sabría algo del asunto.”

“Pocos hombres pueden decir que ven en el corazón de una mujer. Supongo que el Maestro de los Secretos puede decirlo con facilidad.”

“Esa es la mayor alabanza que puede recibir un hombre,” dijo Paneki. Se levantó. “Ven conmigo,” dijo, y se giro para mirar la pared que tenía detrás de él. Tocando algún oculto interruptor, una puerta se abrió y mostró un oscuro pasadizo. La pareja, en silencio, caminó por los ocultos pasadizos de Kyuden Bayushi, moviéndose lentamente hacia el sótano del castillo. Cuando Paneki se detuvo ante un puerta anodina, Yukimi se dio cuenta que no tenía ni idea de donde estaba.

Entraron en una pequeña habitación, aunque estaría mejor descrita como una celda. Una sola mesa era el único mueble que había allí dentro, y un hombre vestido totalmente de negro estaba sentado contra la pared. Cuando los dos entraron en la habitación, se puso rápidamente en pie y luego se arrodilló ante el Campeón.

“Este es Shosuro Aroru, uno de mis fieles servidores,” dijo Paneki. “¿Has oído la noticia de lo que le ha pasado al Emperador?”

“Si,” dijo Yukimi, la cabeza inclinada. “Me enteré esta mañana. ¿Este hombre formaba parte de la expedición?”

“Actuaba como el líder Escorpión. Dirigía a nuestros hombres y estuvo en la aciaga batalla. Cuando el Emperador ordenó a los oficiales del ejército que le defendía que se fueran, Aroru cogió este objeto de la Tumba. ¿Qué nos puedes decir del objeto, Aroru?”

“Nada, Paneki-sama,” contestó Aroru. “Cuando lo encontré en la Tumba, supe que había que protegerlo. Lo envolví en una tela vieja. No abrí el paquete después de eso, incluso tras regresar a casa.”

Paneki señaló a una gastada caja de madera que estaba en medio de la mesa. Sin más, Yukimi se adelantó y empezó a examinar la antigua caja. Murmuró para sus adentros y cantó a los kami. Paneki y Aroru simplemente se quedaron ahí y observaron como ella trabajaba. Finalmente, ella pasó la mano sobre el cierre de la caja y está se abrió de golpe.

Un brillo verde llenó la habitación. Los ojos de Yukimi se abrieron de par en par al ver el contenido de la caja. Dejó la caja sobre la mesa y se apartó.

Yukimi miró a su Campeón. “Mi señor,” dijo, su voz temblando, “esto es un Pergamino Negro. El poder del pergamino y los fuertes sellos que bloquean su naturaleza maligna son abrumadores.” Sus manos temblaban, como si ansiase cogerlo.

La expresión de Paneki nunca cambió. “Tenía la impresión que conocíamos la localización de la mayoría de los Pergaminos Negros. ¿Cuál es este, que ha desaparecido tan completamente de nuestra vista? ¿Adivinación Oscura? ¿El Toque de Fu Leng? Nuestros agentes nunca supieron que ocurrió con ellos.”

Ella agitó la cabeza. Paneki podía ver el terror en la profundidad de sus amplios ojos. “No, Paneki-sama. Este es un viejo pergamino y puedo sentir que sus guardas nunca han sido rotas. Este Pergamino Negro nunca antes ha sido abierto. Este pergamino es una nueva maldad.”

“Absurdo,” dijo Paneki. “Todos los pergaminos fueron abiertos. Si no lo hubiesen sido, Fu Leng no podría haber sido derrotado. Si incluso una porción de su poder hubiese permanecido sellado, no habría caído en el segundo Día del Trueno.”

“Este no es uno de los Pergaminos Negros que conocemos,” insistió Yukimi. “Puedo identificar perfectamente a los otros. Este pergamino… nunca antes había visto algo igual. No sé lo que contiene, o que otro poder podría haber sido capturado de tal manera como para crear un Pergamino Negro, pero algo ha sido. Esto es algo totalmente nuevo y sin precedentes.”

Tras su máscara, la cara de Paneki palideció.

 

           

“¿Qué es?” Insistió Kuon. “Omen, debo saberlo, ¿qué me puedes decir sorbe este objeto? Sé que estás obligado a no interferir más allá de ciertos límites, pero…”

“No te preocupes de mis restricciones,” dijo Omen. “Ese ya no es un asunto por el que haya que preocuparse. El objeto que habéis recuperado es el Tao de Fu Leng. Es un antiguo tratado que detalla la fuerza y las debilidades de aquellos que poseen la marca de Jigoku, lo que vosotros llamáis la Mancha de las Tierras Sombrías.”

“Entonces contiene hechizos y cosas parecidas,” dijo Jinn-Kuen.

“Ojalá fuese así,” contestó Omen. “Es un tratado de filosofía. Es una racionalización de los actos y pensamientos más terribles que una mente human pueda concebir. Habla de como ayudar a que los objetivos del Kami Oscuro se cumplan. Incluso estando en su presencia durante largos periodos de tiempo puede ser peligroso. Yo creo que estas retorcidas palabras son mucho más traicioneras que cualquier objeto imbuido de simple magia de sangre.”

Jinn-Kuen palideció. “¿Yo ayudé a traer esta monstruosidad a nuestras tierras?”

“Mejor que lo tengamos nosotros que arriesgarnos a soltarlo en algún lugar del Imperio,” respondió Kuon.

Omen asintió solemnemente. “Si hubiese caído en las manos equivocadas, el oscuro conocimiento que hay dentro hubiese corrompido a sus lectores y hubiese hecho que naciese un gran mal en el imperio. Somos afortunados porque Jinn-Kuen fue lo suficientemente sabio como para cogerlo. Debemos tener cuidado de que un destino tan malvado no se libere.”

“Resolvería todos nuestros problemas el destruirlo,” dijo Jinn-Kuen. “Tengo aliados que pueden ser capaces de hacer algo así, mi señor.”

Omen agitó la cabeza. “El Tao de Fu Leng es demasiado poderoso como para destruirlo sin contratiempos. La posibilidad de que pueda ser restaurado en otro lugar es grande, y entonces no sabríamos donde está, o de quien lo tiene. Mientras Fu Leng lidere Jigoku, este libro existirá de alguna forma. Debe ser guardado. Aquellos que siguen al Kami Oscuro querrán obtener a cualquier precio este libro. Los Perdidos vendrán a por el, y nada se interpondrá en su camino. Su celo será tan grande que los Cangrejo nunca antes habrán visto nada igual.”

Kuon asintió con decisión. “Haz llamar a aquellos de nuestro clan que vieron la Tumba de los Siete Truenos, y que vieron este objeto. Necesitamos asegurarnos que no les ha tocado la influencia de Fu Leng.” Se volvió hacia Jinn-Kuen. “¿Hay alguien más que pueda haberlo visto?”

Jinn-Kuen agitó la cabeza. “Yo era el único Cangrejo dentro de la Tumba. Fui el único que tocó el objeto. Esperad… no, Benjiro lo llevó durante un poco de tiempo antes de llegar a la Muralla, pero nunca lo vio ni supo lo que contenía. ¿Es posible que se haya visto afectado?”

“No podemos arriesgarnos,” dijo Kuon. “Omen-sama, llévate esta abominación y encuentra un lugar seguro para guardarlo. Debemos asegurarnos que nadie pueda acceder a los poderes que este objeto representa. No se te negará ningún recurso.”

“Una sabia decisión,” dijo Omen. Envolvió el libro en la tela en la que había llegado y luego lo cogió con cautela. “Me iré hacia las tierras Kuni en cuanto traigan a Benjiro ante nosotros.”

Kuon se dirigió a la entrada y abrió las puertas, señalando a los centinelas que estaban fuera. “Encontrad a Hida Benjiro y traerle inmediatamente a esta habitación,” ordenó Kuon.

Los guardias se inclinaron y corrieron por el pasillo. Solo unos minutos después apareció Benjiro, su cara mostrando curiosidad. “Vuestras órdenes han sido cumplidas, Kuon-sama. ¿Qué más queréis de mi?”

Jinn-Kuen se adelantó. Poniéndose entre Benjiro y Kuon, parecía un niño, pero sus ojos ardían con intensidad. “El objeto de la Tumba,” preguntó. “¿Lo abriste?”

Benjiro frunció el ceño, parecía enfadado por la pregunta. “Sabes que no lo hice.”

“¡Piensa!” Insistió Jinn-Kuen. “¿En algún momento se desenvolvió? ¿Cayó la tela durante la huida a la Muralla?”

“No,” insistió Benjiro. “Nunca vi lo que había dentro.”

Kuon asintió, satisfecho. “Bien. Gracias. ¿Omen?”

“No detecto la marca del libro en ninguno de estos dos hombres,” contestó el Oráculo. “¿Satisface esto vuestra pregunta?”

“Si, gracias,” dijo Kuon.

Omen se giró para irse, el libro a salvo en su posesión, pero Kuon volvió a fruncir el ceño cuando el Oráculo pasó por la puerta. “Espera, Omen,” dijo Kuon. “¿Cómo has podido decirme tanto sobre el libro? Me dijiste que estás obligado por las leyes a mantener la neutralidad. ¿Cómo has podido evitar esta limitación?”

Omen sonrió. Los otros se sorprendieron al ver la tristeza esculpida en la cara del Oráculo, pero nadie fue lo suficientemente maleducado como para comentarlo. “Podía responder libremente, porque el equilibrio ya ha sido restaurado.”

Cuando el Oráculo se fue, Kuon se preguntó sis sus palabras finales no eran tan preocupantes como la presencia del libro que se llevaba.

 

           

“¿Entonces, cuál es el significado de este nuevo objeto?” Preguntó Paneki. “Esto no puede existir. Es imposible.” Se detuvo por un momento, obligando a que remitiese la creciente alarma en su interior. “¿Podría haber más de estos?” Preguntó.

Yukimi meneó su cabeza. “Es imposible decirlo sin examinarlo. No podemos conocer la verdad de esta cosa hasta que no sea leída, y haciéndolo nos arriesgamos a liberar cualquier fuerza maligna contenida en él.”

Paneki miró el objeto, furia y miedo mezclados en su corazón. “Ir a la sala de meditación sobre nosotros,” dijo suavemente. “Enviad aviso a los Yogo.” Se giró y la miró a los ojos. “Quiero aquí a los Kuroiban inmediatamente.”

“Por supuesto,” dijo ella. Yukimi se giró hacia el otro paquete. Estaba sobre la mesa, envuelto en un viejo kimono negro. Un brillo dorado relució de la parte superior de la figura de dragón. “Pero primero, ¿qué pasa con el otro objeto? Quizá podríamos examinarlo.”

Aroru dio un paso adelante. “Di mi palabra de que protegería este objeto hasta que alcanzara tierras Dragón, mi señora.”

Yukimi torció el gesto, disgustada. “¿Qué valor tiene tu palabra dada a un extranjero si tu superior te ordena que la rompas? El objeto del Dragón fue encontrado en el mismo sitio que el pergamino. Si contiene aunque sea la mitad de poder que un Pergamino Negro, debemos conocer sus secretos.” Miró a Paneki. “Quizás,” ofreció casualmente, “Aroru-san podría sufrir un accidente en su viaje hacia las tierras Dragón y el objeto se perdería. Un trágico final para semejante héroe.”

“No,” dijo Paneki a su vez, “el objeto del Dragón permanecerá inalterado. Requeriría demasiado esfuerzo resolver sus acertijos antes de que el Dragón se diera cuenta de su desaparición. No me distanciaré de nuestros más acérrimos aliados. Y Aroru es demasiado valioso para desperdiciarlo en un simple engaño.” Se giró hacia el silencioso asesino. “No digas ni una palabra de lo que ha ocurrido aquí, Aroru,” ordenó Paneki. “Descansa, completa tus obligaciones con rapidez, y preséntate ante mi.”

Aroru afirmó. “¿Deseáis que mate a Daigotsu Soetsu?”

“Pronto,” dijo Paneki, “pero no ahora. Tiene aún una utilidad.”

 

 

           

“Perdonadme por decir esto, mi señor,” comenzó Jinn-Kuen, “pero tenemos encima un asunto de extremada importancia y que deseo que lo tengáis en cuenta.”

Kuon se giró hacia el hombre, mucho más pequeño, sorprendido por sus palabras. “¿Más importante que un mortífero y ponzoñoso artefacto entre nosotros, uno que traerá a los Perdidos sobre nosotros como una plaga? Por favor, ilumíname.”

Jinn-Kuen mostró sus manos con las palmas hacia arriba, como para aplacar a su Campeón. “Perdonadme si creo que es demasiado importante, Kuon-sama, pero el Justo Emperador está muerto. El trono está vacío.”

Kuon miró hacia el astuto Yasuki. “¿Qué pretendes?”

“El trono debe estar en manos fuertes, Kuon-sama, para que el Imperio prospere. La gente necesitará un Emperador que esté preparado para hacer lo que sea necesario para protegerlos de los peligros que acechan estas tierras. Las fuerzas de las Tierras Sombrías nos han asaltado una y otra vez en los últimos tiempos. ¿Quién mejor para guiar al Imperio que alguien que conozca a nuestros mayores enemigos?”

La habitación permaneció silenciosa por un momento. Jinn-Kuen esperó, con la cabeza agachada. Benjiro miró el rostro del Campeón, buscando una pista de lo que estaba pensando, pero Kuon era tan inescrutable como siempre. Finalmente, Kuon negó con su cabeza. “No es el momento de preocuparse de tales asuntos. Las tierras del Cangrejo deben estar seguras antes de que podamos ocuparnos del resto del Imperio, y hemos tolerado los ataques de nuestros enemigos durante demasiado tiempo. Procede con los preparativos, Benjiro.”

Benjiro afirmó. “Estamos prácticamente preparados, Kuon-sama. Pronto estaremos listos para marchar hacia las tierras Escorpión.”