Deberes de los Clanes

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

Traducción de Mori Saiseki

 

 

Mirumoto Mareshi tomó un momento para absorber las vistas de la Ciudad Imperial mientras cabalgaba lentamente hacia el establo de la mansión del Clan Dragón. Siempre le habían gustado las vistas de la ciudad y sus sonidos. Había un sordo pero continuo ruido proveniente de los cientos de personas que caminaban por las calles, y otro ruido, algo más melódico, que surgía de los espíritus que había por doquier. Otros no podían oírlo, claro, pero a Mareshi los susurros de los espíritus era un constante murmullo que había en un segundo plano. Algo que conseguía ignorar la mayor parte del tiempo, pero que siempre estaba presente. Suspiró para sus adentros al ver el establo, y cunado los ayudantes fueron hacia él. Las cargas de su puesto eran tales que apenas disfrutaba solo de los momentos, y la verdad es que era la única parte de su vida, en estos momentos, que no le gustaba.

“Señor Mareshi-sama,” dijo uno de los ayudantes al acercarse. “¿Venís solo?”

“Si.”

El hombre asintió. “¿Entonces, ocuparéis el lugar de la Dama Kei en la audiencia de la Empresa?” Miró a su alrededor. “Mi señor, ¿dónde están vuestros ayudantes?”

Mareshi desmontó y acarició a su caballo en el flanco. “Prefiero viajar solo.”

Kitsuki Umibe no frunció el ceño, pero claramente le costó no hacerlo. “Son tiempos peligrosos, mi señor. No es seguro viajar solo, incluso a alguien con tanta experiencia como vos.”

“Prefiero dejar nuestras tierras con tantos guerreros como sea posible para defenderlas,” contestó Mareshi, sonriendo. “No te preocupes, amigo. He llegado a salvo.”

“Esta vez si,” dijo Umibe oscuramente. “Me temo que la primera vez que no sea así será la única vez.”

“¿La edad finalmente te está volviendo hosco?” Preguntó Mareshi. “¿O es la vez en la Ciudad Imperial?”

“Echo de menos viajar,” admitió Umibe. “Pero no puedo protestar por el nivel de excitación. Es como si existiese en un estado de crisis perpetua.”

“Algo que sin duda adoras.”

“Un poco,” dijo Umibe. “¿Qué os puedo ofrecer, mi señor?”

“Información, por favor.” Mareshi se quitó su capa de viaje y se encaminó hacia la casa. “¿Cuál es el estado de la audiencia de la Emperatriz? ¿Ha habido alguna indicación sobre su razón de ser?”

Umibe agitó la cabeza. “Hasta ahora, no. Varios Campeones han llegado, pero algunos han enviado representantes, como vos. Parece ser que también estarán presentes los Elegidos de la Emperatriz, y unos cuantos Campeones de las Joyas.”

“No esperaba menos,” dijo Mareshi. “Tienden a reunirse en eventos importantes, algo que esto parece ser.”

El viejo asintió. “El Shogun llegó esta mañana.”

Mareshi dejó de andar. “¿El Shogun?”

“Si,” confirmó Umibe. “Parece ser que sus fuerzas serán desviadas, muy probablemente al sur.” Miró a su daimyo. “Quizás no lo sepáis, mi señor, pero se han perdido las tierras Cangrejo.”

“¿Todas?” Preguntó Mareshi.

“En su gran mayoría. Hay trozos en el oeste que siguen bajo control Cangrejo, pero la vasta mayoría de la zona, toda la región central, ha sido totalmente tomadas. Refugiados huyen a las zonas que quedan, al norte hacia las tierras Cangrejo y Escorpión… es una situación terrible.”

“Ya veo. Yo… no lo había oído.”

“¿Qué significará esto para el Dragón?”

Mareshi frunció el ceño. “Las fuerzas del Shogun han estado patrullando las montañas del este, entre las tierras Dragón y Tejón, defendiéndolas de cualquier incursión, así como continuando la búsqueda de Daigotsu.” Agitó la cabeza. “Esa zona debe ser bien defendida. Tendremos que desplegar aún más nuestras fuerzas para cubrir esa zona adicional.”

“Eso no presagia nada bueno para el Dragón,” dijo Umibe, su tono triste.

“Eso no presagia nada bueno para el Imperio,” corrigió Mareshi. “Pero no recuerdo la última vez que escuché una noticia alentadora. Quizás hoy.”

“Quizás.” La voz de Umibe no era especialmente optimista.

 

 

Los Campeones y los demás tuvieron poco tiempo para alternar antes de que las puertas se abriesen, deslizándose. Los dos guardias se apartaron y dejaron que surgiese el personaje del Consejero Imperial. El ronin Susumu sonrió a los invitados reunidos ay les hizo una reverencia, una formalidad innecesaria dado su puesto, pero que muchos devolvieron por cortesía. “La Divina Emperatriz me ha pedido que confirme la presencia de sus más valiosos vasallos, para que la audiencia pueda comenzar. Si me lo permitís un momento.” Sonrió y observó brevemente la sala, hablando por turno a cada delegación.

“Representando a los Cangrejo, la dama Hida Reiha.”

“Representando a los Grulla, la dama Doji Domotai.”

“Representando a los Dragón, el señor Mirumoto Mareshi, esposo de Mirumoto Kei.”

“Representando a los León, Akodo Kobi, yojimbo del Campeón León y shireikan del ejército Akodo.”

“Representando a los Mantis, el señor Yoritomo Naizen.”

“Representando a los Fénix, Shiba Yoma, Voz de los Maestros Elementales.”

“Representando a los Escorpión, Bayushi Jutsushi, hatamoto de Kyuden Bayushi.”

“Representando a los Unicornio, el señor Moto Chen.”

“Representando a las familias Imperiales, los señores Miya Shoin, Otomo Taneji, y Seppun Kiharu.”

“Los Campeones Esmeralda y Jade, los señores Bayushi Jimen y Kuni Daigo.” (Nota del Traductor: Supongo que es una errata el llamar Bayushi a Jimen y no Shosuro, pero hasta que no lo confirmen, que por ahora no lo han hecho y ya ha hablado sobre ello el editor de esta historia, no lo voy a cambiar)

“El Canciller Imperial, Bayushi Hisoka, el Tesorero Imperial, Yoritomo Utemaro, el Shogun, Moto Jin-sahn, y yo mismo, el Consejero Imperial.”

Susumu volvió a inclinarse, y luego hizo un gesto hacia la otra sala. “Por favor seguidme, señores y señoras.”

La Emperatriz entró en la sala con poco más que un leve asentimiento con la cabeza hacia los invitados reunidos, quienes se arrodillaron ante su trono sin mirar a su persona. Ella se sentó, y dos guardias pusieron delante suyo el intricado y ornamentado panel que la protegía de las miradas de los demás, oscureciendo todo menos su silueta. La Voz de la Emperatriz, el hombre antes conocido como Togashi Satsu, venía detrás de la Emperatriz junto a su esposo, el Consorte Imperial Iweko Setai. Los dos se pusieron ambos lados de la Emperatriz, bien visibles para los invitados. “Incorporaros, por favor,” dijo la Voz.

Los invitados se levantaron, como les habían pedido. Hubo un leve crujido al abrirse las cortinas de los pequeños palcos que había a la derecha e izquierda de la sala, y aparecer la Voz del Sol de Jade y la Voz de la Luna de Obsidiana para observar la reunión. Muchos de los invitados se miraron entre si. Se sabía que las Voces, los emisarios divinos de los Divinos Cielos, pocas veces asistían a las sesiones de la corte. Su presencia indicaba algo de gran importancia, e hizo que el pulso de los presentes se acelerase.

“No dudamos que todos os dais cuenta del peligro en que se encuentra el Imperio. Este ataque sobre Rokugan no tiene precedentes. Fuerzas desde más allá de nuestras fronteras nos atacan en una forma que solo habíamos visto una vez antes, en la Batalla del Ciervo Blanco. Y lo que es peor, la plaga que aflige al Imperio se ha llevado miles de vidas, y de aquellos que han muerto, un número alarmante de ellos se ha vuelto a levantar para causar un daño aún más terrible a la gente y tierras de la Emperatriz. No podemos dejar que siga esta situación.”

La Voz señaló ahora al Campeón de Jade. “La Emperatriz está muy contenta con el progreso que ha hecho su Campeón de Jade en el tratamiento de la plaga. Los brebajes de hierbas que ha creado ha hecho que sea mucho más fácil aliviar los síntomas, y han reducido en gran medida el número de muertes.” Aquí la Emperatriz inclinó la cabeza en dirección de Daigo, incitando una profunda reverencia. “La Emperatriz cree que el relato de Otomo Taneji es cierto, y que los eventos que ocurrieron hace dos semanas en la ciudad de Ryoko Owari representó la eliminación de un componente desconocido de la plaga. Por ello, los Escorpión también tienen la gratitud de la Emperatriz.”

Bayushi Jutsushi se inclinó profundamente, y el Consejero Imperial sonrió irónicamente en su dirección.

“Pero a pesar de estas victorias, la situación sigue siendo muy grave,” continuó la Voz. “Este no es el momento de confiar calladamente y de decirnos que todo acabará bien. Esa política le ha ido bien en el pasado al Imperio y a los anteriores Emperadores, pero la Hija del Cielo no abrazará esa senda. Ahora es el momento de actuar, y la Emperatriz desea que sus mejores vasallos, vosotros, seáis los instrumentos de ese cambio. Por ello, ha elegido unos nuevos deberes que cada uno de los Grandes Clanes realizará para asegurar que Rokugan sobrevive a las pruebas que tiene ante si.”

La Voz se volvió hacia la delegación Cangrejo. “Dama Reiha. Vuestro clan ha tenido un deber sagrado durante más de mil años, un deber que nunca debería haber recaído sobre solo un clan. La tarea de mantener a raya a las fuerzas de las Tierras Sombrías y de Jigoku debe ser algo en lo que participe todo el Imperio, y deben ser los hijos de Hida los que lideren ese esfuerzo. Cuando acaben estas guerras, todo no será como fue. Pero por ahora, es voluntad de la Emperatriz que los Cangrejo sigan estando en el frente de la guerra contra los Destructores. Nadie más posee el conocimiento y la pericia necesaria para tal deber.”

“Pero igual que los Cangrejo han mantenido durante muchos años un deber que nunca debía haber sido hecho por un solo clan, también el deber de mantener a raya a los Destructores debe ser compartido. Si lo que se necesita para detener a los Destructores es la fuerza militar, entonces no hay clanes mejor dotados para ello que los León,” la Voz asintió hacia los demás, “y los Unicornio. El poder militar de estos dos clanes ha aumentado y disminuido en la última década por los conflictos entre ambos, pero unidos con los Cangrejo, son la fuerza militar más poderosa del mundo. Incluso los Destructores no encontrarán un objetivo fácil con esas fuerzas dispuestas en su contra.”

La Voz se detuvo un momento mientras los respectivos Campeones se inclinaron. “Igual que en el sur, la frontera norte está amenazada. El Ejército de Fuego a regresado a pesar de la devastadora derrota infligida al Oráculo Oscuro de Fuego en su última incursión. La frontera septentrional no ha sufrido los constantes ataques que se han visto en el sur, pero en cualquier caso los clanes del norte están amenazados. Es voluntad de la Emperatriz que los Dragón lideren la defensa del norte, ayudados por las fuerzas de los Clanes Menores que están allí situados, y el poder militar de la familia Shiba, aquella que pueda ser utilizada en estos tiempos tan preocupantes.”

“Pero todo el Fénix no puede volcarse a la guerra, ya que la Emperatriz les necesita para otra cosa. El constante ataque de los Destructores es tal que está claro para la Divina que la nauseabunda Kali-ma busca algo que está dentro del Imperio. Hasta que comprendamos que es, las acciones de la diosa de los demonios no pueden ser predichas. Serán los Fénix los que descubran la verdad.”

Aquí se detuvo la Voz, como escuchando algo, y luego asintió. “Es esta verdad lo que más preocupa a la Emperatriz. El enigma de los Destructores debe ser resuelto, no solo su motivo, sino también su origen. Es por esta razón por la que la Emperatriz pide a los Mantis que viajen a los Reinos de Marfil y descubran la verdad que hay tras los Destructores. ¿Qué hizo que se reuniese este ejército profano?”

“Se hará vuestra voluntad,” dijo Naizen en voz baja. “Me ocuparé yo mismo.”

“Y el deber más difícil se lo hemos dejado para los Grulla y los Escorpión,” dijo Satsu, mirando a los representantes de esos clanes. “El Imperio está en grave peligro, y el miedo gobierna el imperio. El miedo hace que se tomen decisiones estúpidas, y eso puede dar lugar rápidamente a una mayor amenaza que a la que ahora se enfrenta el Imperio. A pesar de la plaga, a pesar de los Destructores, a pesar del Ejército de Fuego, el Imperio debe continuar. Los que están en el no deben desviarse de la senda. Y ese es el deber otorgado a Grulla y Escorpión. Debéis mantener el Imperio aunque este amenace con derrumbarse. Ocuparos de aquellos que sucumben ante el miedo. Aseguraros que la gente no se abrume. Si alguien puede conseguirlo, son vuestros clanes.”

Domotai se inclinó profundamente. “Los Grulla se sienten muy honrados por este deber, Emperatriz. No puedo hablar por Paneki-sama, pero estad segura que haremos todos los esfuerzos posibles para mantener el bienestar de vuestro Imperio.”

“Mi señor Paneki-sama no desea otra cosa que proteger el Imperio, de todas las amenazas, a cualquier coste,” añadió Bayushi Jutsushi.

La Voz inclinó la cabeza y asintió a la Emperatriz. “El Imperio perdurará como siempre ha hecho: gracias al valor y al honor de los Grandes Clanes. La Emperatriz no duda que estas tareas serán cumplidas. Por ello, tenéis su agradecimiento.”

Los Campeones se inclinaron al unísono.

 

 

Doji Domotai caminaba rápidamente, mientras sus ayudantes luchaban por seguir su paso. Solo entre ellos, un joven con expresión tensa conseguía seguirla. “¿Qué piensas de esto?” Preguntó Domotai.

“Un deber extremadamente difícil,” dijo simplemente Doji Nagori. “Las tierras Grulla y Escorpión han sufrido más la plaga que quizás cualquier otro clan, quizás excluyendo a los Unicornio debido a la pérdida de los Horiuchi.”

“Lo que nos convierte en la elección obvia para ese deber,” observó Domotai.

“Por supuesto. Si nuestros clanes están concentrados en dar ánimo a los demás, será menos probable que nos veamos abrumados por la enormidad de nuestros problemas. A mi modo de ver, una hábil táctica.”

“Su sabiduría no la hace más sencilla,” dijo Domotai. “Debemos decidir como cumplirla.”

“El alentar que hubiese cortes importantes por todo el Imperio podría ser un comienzo,” dijo Nagori. “Si desplegamos un gran número de asistentes, con amplios recursos a su disposición para promover competiciones, exhibiciones de artistas, al menos sería un comienzo.”

“Competiciones.” La Campeona Grulla se frotó levemente el mentón. “Antes de que esta guerra empeorase, la Emperatriz habló de ampliar los Campeonatos de las Joyas, ¿verdad?”

“Lo hizo.” Nagori se animó. “Deseaba añadir el arte a la espada y el pergamino.”

“Empezaremos por ahí,” dijo Domotai. “Pide a la Emperatriz y a los Otomo que los Campeonatos de las Joyas se celebren anualmente.”

Nagori no pudo ocultar su expresión de alarma. “Yo… creo que los Campeones objetarán, mi señora.”

“No para reemplazarles,” corrigió Domotai. “Nunca aceptarían eso, y luchar contra ellos en las cortes para conseguir lo que queremos llevaría demasiado tiempo. No, esto sería una oportunidad para aumentar sus filas. Para que cada Campeón gane valioso activos para su organización. Debemos hacer que para ellos sea también una proposición atractiva.”

“¿Y qué clan no desearía poner a sus samuráis entre los consejeros de mayor confianza del Campeón Esmeralda o los del Campeón de Jade? ¿O Amatista o Rubí?” Empezó a asentir lentamente. “Si, creo que esto funcionará muy bien, mi señora.”

“Eso espero,” dijo Domotai. “Si no es así, no estoy muy segura de que otra cosa podemos intentar.”

 

 

Yoritomo Naizen casi no habló mientras se iban del Palacio Imperial, y por una vez en su vida Moshi Eihime se encontró temerosa de hablar. El humor del Campeón parecía inexplicablemente negro. Pero al acercarse a la mansión Mantis, sintió la necesidad de hablar. “Puedo preparar documentos que detallen la disposición y localización de todos nuestros activos marítimos, mi señor.”

“Eso no será necesario,” dijo Naizen. “Sé todo lo que necesito saber.”

“Por supuesto,” dijo Eihime con una respetuosa inclinación de cabeza. “¿Cuántos veleros creéis que necesitáis que sean apartados de sus actuales tareas para…”

“La Segunda Tormenta,” dijo secamente Naizen. “Toda ella.”

Eihime titubeó un poco en su andar. “¿Toda la Segunda Tormenta, mi señor? ¿Estáis… estáis seguro?”

“Esta es una tarea extremadamente peligrosa,” dijo Naizen. “No podemos permitirnos tomar riesgos.”

Eihime volvió a asentir. “Vuestra respuesta en la sala del trono… ¿lideraréis personalmente la expedición?”

Aquí fue Naizen el que se detuvo. “Si, esa fue mi intención en ese momento,” admitió. “Al reflexionar sobre ello, tengo mis dudas. No estoy seguro que sea acertado que el Campeón Mantis esté ausente del Imperio en estos momentos.”

“Sin duda,” estuvo de acuerdo Eihime. “¿Es sabio delegar esa autoridad en otro? En este caso, la espada corta por ambos lados.”

“Desplegar toda una Tormenta solo dejará la Tercera para defender nuestras posesiones en el continente y a la Primera para defender las islas. El mar abierto quedará desprotegido, y fácilmente hará que surja cualquier tipo de amenazas contra nosotros.” Agitó la cabeza. “debo estar aquí para defender nuestro hogar. No puedo ir.”

“Como ordenéis, mi señor,” dijo Eihime. “Contactaré ahora mismo con el comandante de la Segunda Tormenta at once y le instruiré…”

“No,” interrumpió Naizen. “Notifica Kyuden Kumiko. Ordena a Jera que divida sus fuerzas y envíe la mitad al comandante de la Segunda Tormenta. Cada uno tendrá que seguir con sus tareas con media Tormenta. Espero que no haya pérdida de eficiencia.” Pensó durante un momento. “Autoriza el uso de los fondos del clan para contratar cuantos ronin necesiten los comandantes. Envía mi petición personal a Utemaro y pídele consejo para poner a esos ronin como servidores a largo plazo.”

“Yo… por supuesto,” dijo Eihime. “¿Quién mandará la Segunda Tormenta en el viaje a los Reinos de marfil, mi señor?”

“Kalani.”

“¿Kalani?” Preguntó. “¿Moshi Kalani?”

“Sabes que me refiero a él,” dijo secamente. “Kalani ha sido mi primer oficial durante muchos años. No hay nadie en quien confíe más.” Naizen la miró de reojo. “Quizás tú, supongo.”

“Me siento muy halagada,” dijo oscuramente Eihime. “¿Qué diré a Kalani?”

“Yo hablaré con él.”

“Si os lo puedo preguntar, ¿qué le diréis?”

Naizen se encogió un poco de hombros. “No cuestionará sus obligaciones. Nunca lo ha hecho. Puede que le diga que si tiene éxito en esta tarea, se puede casar contigo y retirarse a una vida de lujo en la corte jugando a ese juego que tanto le gusta.”

“Sinceramente espero que estéis bromeando, mi señor,” dijo Eihime.

El Campeón Mantis la miró. “Eso depende de lo bien que lo haga en las tierras gaijin, ¿verdad?”