Del Pasado y del Futuro

 

por Rusty Priske

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

Akodo Shigetoshi observaba la plaza cuadrada de entrenamiento que tenía bajo él. Los samurai León se entrenaban, formación junto a formación. Aún no eran perfectos, pero por cada fallo que veía Shigetoshi, los sensei e instructores, que no admitían debilidades, encontraban y corregían tres.

Shigetoshi preferiría estar en la plaza, instruyendo él mismo a los samurai, pero desde que fue nombrado Campeón del Clan León, a menudo le distraían sus obligaciones. Esto no era nuevo para él, ya que las responsabilidades del Daimyo Akodo también eran grandes, pero ahora se habían multiplicado por diez.

El guardia que estaba fuera de la sala aclaró su garganta. Sin darse la vuelta de su posición ventajosa, Shigetoshi dijo, “Entre.”

El guardia cerró el panel tras Ikoma Otemi. El antiguo Campeón esperó y miró al nueva campeón durante un instante. Aunque Shigetoshi no había girado la cabeza, sus ojos miraban la entrada de lado e inmediatamente prestó atención al recién llegado.

“Otemi-san. Siempre es un honor y un privilegio. ¿Cuándo regresaste?”

Otemi se inclinó profundamente y la respuesta fue solo imperceptiblemente menos profunda. “He regresado hace menos de una hora, Shigetoshi-sama. Tengo información que no puede esperar.”

Shigetoshi levantó una ceja. Otemi no era un hombre dado a exagerar. Si decía eso, entonces esta información era muy importante. “Por supuesto, habla.”

“He venido a pedir una fuerza de ocupación. Me han mostrado la ruta a una nueva isla, no lejos de las Islas de la Seda y las Especies, que quiero tomar en el nombre del clan. Con vuestro permiso, Shigetoshi-sama, la llamaría Shima no Quehao.”

Shigetoshi ladeó la cabeza. “¿Una isla? Eso está lejos de nuestras posesiones tradicionales, Otemi-san. ¿Qué hace especial a esta isla para que valga la pena enemistarnos con los Mantis?”

Otemi se detuvo y luego dijo, “Contiene el pasado.”

 

           

Anteriormente…

 

Los puertos Imperiales contenían barcos de todo tipo, pero lo más inusual siempre ocurría cuando atracaba el Sin Muerte. Cuando amarraba, siempre había un barullo de actividad. Los Nezumi que tripulaban el barco corrían por cubierta, lanzando cables y tirando de guindalezas. Mientras guardaban velas y aparejos, marineros se avergonzaban del caos que había abordo. No mostraban señal alguna de la disciplina necesaria para llevar adecuadamente un velero de ese tamaño – o de cualquier tamaño. Por otro lado, marineros experimentados notaban que cuando el caos acababa, todo parecía estar en su lugar, listo para la siguiente excursión.

El frenesí de actividad no solo ocurría abordo, ya que también lo montaban los de tierra cuando los rátidos llegaban a puerto. Los mercaderes vigilaban más sus mercancías y ponían seguridad extra. Aunque no todas las personas se dignaban a llamarles ladrones, todos sabían que los rátidos tenían una idea muy fluida sobre lo que significaba la propiedad.

Pero esta vez había una sensación distinta alrededor del Sin Muerte. Al amarrar junto al muelle, solo el número mínimo de Nezumi necesario para re-aprovisionarse dejó el barco. Su capitán estaba orgulloso sobre la pasarela, como si esperase algo. Habló con uno de su tripulación, que corrió a popa y quitó el estandarte deshilachado y lleno de remiendos que usaban los Nezumi para señalar que el Sin Muerte era su barco. Lo reemplazó con un estandarte cuidadosamente envuelto y sin mácula alguna que tenía el anagrama del León.

Un pequeño grupo de samurai, que también llevaban el mismo anagrama, se acercaron a la pasarela y uno de ellos dijo, “¿Permiso para subir abordo, Capitán I-m’jek?”

El Nezumi les dijo. “Si, si. Barco es tuyo, Jefe.” Luego imitó una reverencia samurai.

Al llegar a la parte superior de la pasarela, Ikoma Otemi le devolvió la reverencia. “Sigues siendo el capitán, I-m’jek. Solo quiero ver lo que te excitó tanto que pensaste en avisarme.”

“Si, si, Jefe. Partiremos en cuento regresen suministros. Entonces verás-verás isla y tesoro.”

“¿Otra isla llena de tesoros? Esto es lo que nos llevó a esta situación, ¿verdad? Cuando…” Otemi se detuvo antes de continuar, “Cuando lideré a unos León para ayudar a luchar contra la Marea de Cráneos y encontramos esa isla juntos. ¿Recuerdas?”

“Solo era un cachorro. Ahora soy capitán, pero tu eres Jefe y debes-debes ver. Esto no es brillante tesoro.”

Otemi vio como el puerto desaparecía tras ellos antes de buscar otra vez a I-m’jek. “Bien capitán, creo que ha llegado el momento de que me cuentes más sobre lo que me has traído aquí para ver.”

“Si, si. Navegábamos para nadie. Sin trabajo, cuando el Traedor-de-Paz vino a nosotros.”

“¿Traedor de Paz?”

“Wikki’thich-hie Ksoo’ma. Guardián Transcendente. Traedor-de-Paz. Visita I’thich cuando camina junto a Kan’ok’ticheck y Tchickchuk. Es el que mostró a Nezumi y Humanos que no necesitan-necesitan luchar. Es Traedor-de-Paz.”

Otemi pensó durante un momento y luego dijo, “¿Ksoo’ma? ¿Quieres decir Hiruma Kazuma? Es el que convirtió a los Nezumi en aliados del Cangrejo.”

I-m’jek sonrió enseñando los dientes peligrosamente y dijo, “Ksoo’ma convertirse en Nezumi. Salvar a todos los humanos.”

“Pero Kazuma lleva muerto…”

“Si, si. Cuando muere, trascender. Ahora vino a I-m’jek para contarle sobre isla y gran tesoro. Mostró el camino, y ahora lo sé, y Ksoo’ma se fue.”

Otemi le miró interrogativamente, “¿De vuelta a… I’thich?”

“Quizás. Quizás volvió al Cangrejo. No contó a I-m’jek.”

“Entonces, ¿a dónde te llevó y por qué?”

“Muestro. Yo muestro.”

 

           

La ruta del Sin Muerte empezó a preocupar a Otemi. Los Mantis gobernaban los mares, y aunque sentían un reticente respeto por el Sin Muerte, no llevaba a nada cruzarse en su camino si no era necesario. Ahora navegaban mucho más cerca de las Islas de la Seda y las Especias de lo que lo hubiese hecho Oteme, si hubiese tenido esa opción. I-m’jek le aseguraba que no había nada por lo que preocuparse y que iban donde los ‘humanos verdes’ no iban.

Otemi se preguntó si este viaje no era más que un frívolo capricho. Tenía fé en los Nezumi que había sobre el Sin Muerte – hacía mucho tiempo que había aprendido esa lección – pero su idea del valor de las cosas no siempre coincidía con el suyo. Pero usaba también esta oportunidad para dejar las tierras León. Akodo Shigetoshi necesitaba tiempo para crecer como Campeón León, y no siempre era mejor tener cerca a un antiguo Campeón. Shigetoshi no era Yoshino, y los consejos de Otemi, aunque bien recibidos, no eran tan necesarios.

Otemi sabía que no tenía porque preocuparse demasiado sobre estas cosas. Shigetoshi era un hombre fuerte y un experimentado daimyo. El León prosperaría bajo su reinado, igual que los Ikoma prosperarían bajo el de Korin. No necesitaban a Otemi junto a ellos y si él decidía navegar con los Nezumi, no le echarían de menos.

Entonces Otemi vio la isla. Podía ver porque los Mantis no la habían reclamado, ya que era seguro que la habían encontrado. Parecía no ser mas que rocas desnudas, erigiéndose sobre las aguas. Los acantilados parecían no ser escalables y no había ningún lugar donde construir un muelle. Otemi no vio calas ni ensenadas por lo que tampoco había donde esconder un barco.

Miró con escepticismo a I-m’jek pero el Nezumi tenía una sonrisa en la cara y un brillo en sus ojos. “¡Aquí! ¡Aquí!”

El Nezumi eligió un sitio, aparentemente no al azar, aunque la roca no parecía más escalable que las demás. Usaron su ancla para detener el barco, ya que no había sitio donde amarrarse.

El Nezumi llamado Tek’teki-tek saltó desde cubierta y escaló el muro de roca. Encontró agujeros que Otemi no veía o que eran demasiado pequeños para manos humanas. Las garras de la criatura encontraron donde asirse y escaló la roca sin demasiada dificultad. Una vez que llegó a un lugar a seis metros de altura, se detuvo. Otemi no podía ver que estaba haciendo exactamente pero luego dejó caer un paquete que había acarreado a la espalda. El paquete se desenrolló al caer, dejando una escala de cuerda, que colgaba hasta la cubierta del Sin Muerte.

Oteme abrió los ojos de par en par, impresionado por el ingenio de los Nezumi, pero cuando se dirigió hacia la escala, I-m’jek le hizo un gesto con la mano para que no se acercase. Al mismo tiempo, otro miembro de la tripulación cogió otro paquete que estaba sobre cubierta, que ahora Otemi vio que era otra escala de cuerda, y rápidamente escaló hasta Tek’teki-tek. Le dio el paquete y luego descendió a cubierta. Mientras lo hacía, Tek’teki-tek continuó su ascenso, antes de encontrar otro sitio donde anclar la siguiente escala.

Los Nezumi continuaron esta operación hasta que había escalas de cuerda ascendiendo al menos treinta metros por las rocas e I-m’jek hizo un gesto para que Otemi empezase a escalar. La escala no le infundía mucha confianza a Otemi, pero si los Nezumi. Esta no sería la primera vez que el antiguo Campeón León les había confiado su vida.

Escaló.

El ejercicio físico le gustó. Era mucho menos normal ahora que en su juventud que Otemi tuviese la oportunidad de hacer tales logros de atletismo, y cada vez era un amargo recordatorio de lo que había perdido. Había sufrido terribles heridas a manos del Khan del Clan Unicornio, Moto Chagatai, cuando el bárbaro había invadido las tierras León hacía dos inviernos. Su cuerpo, aunque curado, posiblemente nunca recuperaría lo que había perdido. Otemi luchó con amargura este simple hecho, aunque ahora no tenía sentido ya que el Khan había muerto. Había decidido que serviría usando todas sus habilidades e intentaría olvidar lo que ya no era posible.

Al final de la escala había una grieta natural que permitía el paso más allá de las desalentadoras rocas. Tek’teki-tek ayudó a Otemi a entrar en la grieta y le hizo un gesto para que continuase. La grieta era lo suficientemente grande como para que cupiese un hombre, aunque tenía que agacharse un poco. Podía ver luz al otro lado, por lo que no necesitaba una antorcha, lo que estaba bien ya que no había espacio para llevar una. Había atravesado diez metros del pasadizo de roca natural cuando llegó a una vista inesperada.

La isla había sido un volcán, algo que no era inusual ya que muchas islas de la costa de Rokugan mostraban signos de anterior actividad volcánica. Otemi descubrió que los escarpados muros de roca de esta isla actuaban como una concha, escondiendo un valle en su interior. La tierra del valle era exuberante y verde, con una frondosa cubierta de bosque y una vegetación desenfrenada, que no mostraba señal alguna de contacto humano.

La única vida salvaje que Otemi podía ver eran pájaros, principalmente aves marinas, lo que no sería inusual en una isla como esta, aunque no hubiese un bosque secreto en su interior.

Se quedó ahí, mirando con asombro la vista que tenía ante él, hasta que le interrumpió la llegada del capitán. “¿Ves?”

“Esto… es asombroso. ¿Es este el tesoro del que hablabas?”

I-m’jek se rió. “¿Esto? Esto es solo un grupo de árboles. Tesoro entre árboles. Ya verás. Espera.”

Una vez que más Nezumi habían subido por el muro para unirse a I-m’jek y Otemi, el grupo bajó por una ladera de grava negra suelta. Los Nezumi se adaptaron bien a la suelta grava, pero Otemi tuvo más problemas, deslizándose ocasionalmente decenas de centímetros. Intentó no pensar como regresaría por ahí.

No estaba preocupado, ya que sabía que tenía a los Nezumi para ayudarle.

Una vez que llegaron a los árboles, fue Rus’tik’tik, otro de la tripulación Nezumi, el que les lideró. Se movió sin titubeos, como si siguiese una senda que Otemi no podía ver. Sus ojos relucían con deleite mientras rodeaba los troncos de los árboles y saltaba o se agachaba para pasar troncos caídos. Más de una vez I’m’jek le gritó para que fuese más despacio o para recordarle que no tomase sendas que fuesen difíciles de atravesar por su aliado humano. Al menos eso era lo que parecía que I-m’jek había dicho, ya que Otemi no entendía el parloteo del idioma Nezumi, pero las acciones de Rus’tik’tik llevaron al León a esa obvia conclusión.

Otemi intentó recordar la ruta pero pronto se vio completamente perdido. Para él un árbol era igual que el siguiente, y el suelo estaba totalmente oscurecido por el follaje, haciendo que el volver a encontrar esa senda fuese imposible para alguien no entrenado en esa especialidad. Cuando acabó la fascinante monotonía fue porque había llegado a su destino. Rus’tik’tik se detuvo y señaló a través de las hojas y Otemi pudo ver un tipo de estructura. Parecía estar hecha con grandes bloques de piedra, aunque no estaba claro como podrían haber transportado esos bloques a través de este bosque. Al acercarse pudo ver que el edificio era bastante grande pero no muy alto. Las copas de los árboles mantenían la estructura envuelta en una sombra verde mientras la luz entraba en rayos producidos por las ramas y las hojas.

Los lados del edificio estaban repletos de hiedra. No lo suficiente como para ocultar la forma de los bloques de piedra, pero Otemi podía ver como sus raíces horadaban la piedra. Había una gran entrada, una vez cubierta por un gran bloque de piedra, que había sido apartado lo suficiente como para poder pasar. Alrededor de la entrada había esculturas, imágenes que le recordaban a Otemi algunas decoraciones de su tierra.

“¿Es este un edificio León?” Murmuró Otemi antes de volverse hacia I-m’jek. “¿Estaba abierta cuando lo encontraste?”

“No. No abierta. Ksoo’ma nos llevó aquí y nosotros abrir.” I-m’jek miró a Rus’tik’tik. “¿Si?”

El otro Nezumi asintió vigorosamente. “Nosotros abrir. Ksoo’ma nos mostró y nosotros abrir. Ven. Ven dentro. Ven.”

Otemi miró otra vez las esculturas y asintió. Rus’tik’tik entró por la apertura y desapareció. Otemi le siguió, aunque la apertura era algo pequeña para él.

Dentro del edificio había algo que Otemi nunca se esperaba encontrar allí. El edificio era una biblioteca. Había fila tras fila de estanterías llenas de tubos de pergaminos. Otemi anduvo entre ellas asombrado e incrédulo. Cogió un tubo de una estantería y lo abrió con cuidado. Sacó el pergamino y lo desenrolló lo suficiente como para ver que parecía ser un tratado sobre agricultura. Estaba escrito en un idioma en la parte derecha del pergamino, y luego en Rokuganí en el margen izquierdo.

El lado Rokuganí parecía ser una traducción de la parte de la derecha. El que escribió este pergamino lo hizo en un idioma que Otemi no conocía, pero lo habían querido traducir, como si supiesen que había peligro de…

Detuvo su pensamiento.

Se fue a otra estantería y cogió otro tubo de pergaminos. Lo desenrolló para encontrarse con una discusión sobre la erosión de las montañas, una vez más en ambos idiomas.

¿En qué estaba escrito el texto original?

I-m’jek, aparentemente tanto contento como impaciente, señaló a Otemi a una estantería cerca de la otra punta de la biblioteca. “Mira. Mira.”

Otemi cogió el pergamino que I-m’jek le había señalado. El tubo estaba marcado en su exterior con un kanji Rokuganí, así como con una etiqueta en el otro idioma. El kanji era el que significaba ‘Nezumi’. Los rátidos no solían saber leer, pero Otemi había enseñado él mismo ese Kenja a I-m’jek.

Otemi sacó el pergamino del tubo y empezó a leer la traducción Rokuganí.

El avance del pueblo Nezumi es uno de los saltos más grandes de cualquier raza conocida en este mundo. Su actual dominio se extiende muchas leguas y varias otras razas menores se mantienen, si no bajo su control, al menos a raya…

Otemi dejó de leer y miró a los Nezumi que le habían traído hasta aquí. El autor de este pergamino no podía haber estado hablando de estos Nezumi, ¿verdad? ¿Podían los Nezumi del pergamino haber sido como los describía el pergamino antes de que los kami descendiesen al mundo? Miró y vio que había muchos, al menos cien, pergaminos marcados con el kanji Nezumi. ¿Era esta toda su historia, que incluso ellos habían perdido?

El autor hablaba como si fuese de una raza que precediera a que surgiese el hombre. Por eso debía ser por lo que estaba traducido. Vieron que su raza estaba en declive pero querían asegurarse que estas obras pasasen a la nueva especie dominante.

Un pensamiento pasó por la mente de Otemi, pero intentó desembarazarse de el. Era algo a la vez excitante y terrorífico de contemplar. Con cuidado puso el pergamino otra vez en su estantería y cogió uno de otra sección. No encontró lo que buscaba, por lo que fue a otra sección, y luego a otra.

Era el quinto pergamino que le mostraba un artículo sobre los hábitos alimenticios y reproductores de los leones. Otemi leyó la veneración en las palabras del desconocido autor. Finalmente encontró un pasaje que confirmaba lo que había empezado a sospechar.

Los leones son criaturas nobles, y su conexión con nosotros los Kitsu es incuestionable.

Los Kitsu. Las esculturas no estaban puestas allí por alguien que tomase su nombre del poderoso león. Las habían puesto allí unos que tenían mucho más en común con los grandes felinos de lo que pudiesen tener jamás los humanos.

Esta era una biblioteca kitsu. Se dejó aquí sabiendo que el final de su raza era inminente. Dejaron las historias para los que fueron responsables de su caída.

Los kitsu.

 

           

Shigetoshi escuchó intensamente el relato de Otemi sobre el contenido de la biblioteca. Durante largo tiempo no dijo nada. El impacto de las palabras de Otemi no cayó en saco roto para el nuevo Campeón. Cuando habló, lo hizo con emoción oculta tras sus simples órdenes.

“Cuenta esta historia a Korin. Shima no Quehao es ahora un protectorado Ikoma en nombre del Clan León. Tendrás todos los recursos que necesites. Y recompensa bien a tus aliados Nezumi por sus servicios. Les gusta el pan, ¿verdad? Entonces dales todo lo que puedan comer.”

Otemi se inclinó con brusquedad. “Si me permitís, mi señor, hay una mínima posibilidad que alguien lo haya descubierto en mi ausencia. La isla aparece en muchos mapas, y aunque es de poco valor para otros, es posible que alguien pueda haber visto al Sin Muerte durante su breve visita a la isla.”

El Campeón asintió. “¿Cómo de probable te parece eso?”

“Muy poco probable,” admitió Otemi. “Pero habría que tenerlo en consideración.”

Shigetoshi lo pensó durante un momento. “La biblioteca pertenece al Clan León por derecho de herencia,” contestó. “Si alguien intenta reclamarla en tu ausencia, o si la intentan tomar tras tu llegada allí, defiéndela a toda costa.”

“Por supuesto, mi señor.” Otemi se giró para irse.

“Otemi,” añadió Shigetoshi un momento después. El otro se volvió hacia su Campeón. “Si otros intentan reclamarla como suya, manda un claro mensaje. No dejes a nadie vivo.”