Desatado, Parte 2

 

por Rusty Priske

Editado por Fred Wan

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

La tierra tembló bajo las patas de la bestia-dios. Pero no estaba claro si era por el inmenso tamaño de la criatura, impactando el suelo con una fuerza física nunca antes conocida, o si la tierra retrocedía por asco porque la tocaba la cosa. Donde pisaba, la tierra ardía y se marchitaba. El aire alrededor suyo estaba distorsionado, como el calor sobre una piedra plana. Su piel era negra y agrietada. Daba la impresión de fuego, más que el propio fuego.

Era difícil tener una buena impresión de su aspecto ya que los ojos de los observadores les dolían, como si hubiesen estado demasiado tiempo mirando al sol. Sus mentes no podían interpretar lo que estaban viendo y convencerles de que era real.

Se movía ni rápido ni despacio. Era simplemente inevitable.

Akodo Kitaka extendió maquillaje blanco por su cara, preparándose a enfrentarse a su final.

Utaka Jisoo se revolvió hacia el Deathseeker León. “¿Qué quieres decir con que esto es nuestra muerte? ¿Reconoces a esta criatura?”

Kitaka agitó la cabeza. “Creo que encontrarás que nadie vivo ha visto antes a esta criatura. Eso no significa que nadie lo reconocerá. La mayoría reconocerá su fin cuando lo vean. La mayoría luchará contra el, lo denegarán, pero aún así lo reconocerán. Nuestra muerte viene a por nosotros y depende de nosotros como la abrazaremos.”

Bayushi Kaibara miró al León durante un momento y luego dijo, “Solo acepto la victoria.”

Hida Kaihei resopló. “Antes hubiese dicho que no hay bestia que no pudiese caer – ningún enemigo que no pueda ser derrotado. Pero Kyuden Hida cayó. Ahora sé que no podemos caer a no ser que se rompan nuestros espíritus. Ninguna victoria del enemigo, por muy impresionante que sea, postergará nuestra ira, pero algunas batallas no se pueden ganar.”

Kitaka gruñó. “El rechazo es la respuesta habitual. No encontraremos aquí la victoria.”

Kaibara sonrió, adustamente. “No me entiendes. No quiero decir que piense que mataremos esta cosa, o incluso que sobreviremos, solo que conoceremos la victoria. Hacer que al enemigo le cueste conquistar es una forma de victoria.”

Los demás se detuvieron, mirando al Escorpión y después, uno a uno, asintieron.

 

 

Shosuro Toson estaba esperando una respuesta de la que ahora lideraba al Clan Escorpión. “No quiero faltaros al respeto, Miyako-sama. Con los recientes acontecimientos nadie cuestionaría la necesidad de un tiempo de luto. Otro podría cargar con estas obligaciones por vos hasta que estéis lista.”

Bayushi Miyako no estaba vestida de luto, sino con la armadura de su puesto de shireikan. Pero el símbolo de ese puesto había sido quitado, reemplazado solo por el anagrama Escorpión. No llevaba símbolo alguno de rango. Lo único que podría revelar su identidad era su mempo, que antes había pertenecido a su esposo, Bayushi Paneki. Su voz raspó al decir, “Si. Nadie cuestionaría mi derecho de un tiempo de luto. Y ningún forastero entenderá que es por el Escorpión por lo que no me pongo de luto. Las tierras Cangrejo han caído, y no me quedaré ociosa mientras nos ocurre lo mismo. Nunca desee esta tarea, pero ha recaído sobre mi. Ahora no le menciones más hasta el día en que me digas que la cosa que porta su cuerpo ha sido encontrada y destruida.”

Toson, su expresión totalmente oculta por el mempo que tapaba toda su cara, simplemente asintió. “Ojalá pudiese hacerlo, mi señora.”

“Entonces concentrémonos en el asunto que tenemos entre las manos. Nos alertó Yukimi, y hemos aumentado nuestras defensas en la Ciudad de la Tenaza Cerrada.”

Toson asintió otra vez. “Si, Miyako-sama. Si el frente se rompe, la ciudad es la próxima en la senda de los Destructores y esta bestia camina por delante de ellos.”

“¿Y el frente ha aguantado?”

“No. Parece que son incapaces incluso de ralentizarla.”

 

 

Hida Kaihei sostuvo un trapo contra su cabeza, deteniendo el flujo de sangre que bajaba por la mejilla. Había perdido su yelmo, desaparecido cuando fue golpeado por una roca que había arrancado del suelo un zarpazo de la bestia-dios. “¿Se ha enviado a los mensajeros?”

Kaibara simplemente asintió.

“Mi unidad está lista para cargar.” Dijo Jisoo, oficialmente al Escorpión, pero sonaba más a anuncio que a informe.

Kitaka fue el primero en adelantarse. Se puso junto a Jisoo, la miró durante un largo instante y luego se inclinó profunda y formalmente. Kaihei repitió las acciones del León, aunque con menos formalidad. Finalmente, Kaibara dijo, “Que los dioses cabalguen contigo, Utaku-san.”

Jisoo se inclinó ante todos y se fue para unirse a sus tropas.

Veinte Doncellas de Batalla Utaku cargaron contra el costado de la bestia-dios. Sabían que su objetivo era ralentizar el avance de la criatura. Hasta ahora había sido imposible siquiera de obtener pequeñas victorias.

Se acercaron como una guadaña; el acero reluciendo bajo el sol, hasta que llegaron a la sombra de la bestia. Sin aparentemente mirarles, la bestia-dios movió uno de sus miembros derechos, tan grueso como la propia Gran Muralla. Garras negras y rojas rasgaron la tierra como un remo el agua. Más de la mitad de las amazonas Utaku cayeron de sus monturas, caballos y jinetes matados indiscriminadamente. Algunas fueron lanzadas al aire con tanta fuerza que estuvieron en el aire el tiempo suficiente como para darse cuenta de su final.

Jisoo fue una de ellas. Cuando golpeó el rocoso suelo, el impacto rompió los huesos que la quedaban intactos tras el golpe inicial.

 

 

Asako Bairei estaba sentado en la biblioteca, rodeado de pergaminos aparentemente descartados al azar. Rápidamente desenrolló otro y leyó su contenido, murmurando para si mismo. “No…no… nada…”

Isawa Mitsuko parecía que no movía los pies cuando andaba. No estaba claro si el efecto de deslizarse era debido a su propia gracia o a la ayuda de los kami del aire con los que se comunicaba, pero ninguna de las dos atrajo la atención de Bairei cuando entró Mitsuko.

“¿Ninguna mención de la criatura?”

“Nada. Encontré una disquisición sobre un dios caído, que quizás no se refería a Fu Leng como antes se pensaba, pero no había nada útil ahí.”

Mitsuko puso un gesto de dolor. “Puedo sentir como el aire a su alrededor se corta y arde. El aire no debería sentir dolor. Debemos encontrar una forma de detener esto o no solo el pueblo de Rokugan pagará el precio por nuestro fracaso.”

Bairei tiró el pergamino que tenía en la mano al otro lado de la habitación. “¿Crees que no lo sé? Nuestras historias no nos dicen nada y los propios elementos se ven torturados por esta criatura. Nunca antes me había sentido tan impotente.”

Mitsuko suspiró. “No todos los elementos.”

Bairei asintió bruscamente. “Ningen escogió un momento muy inoportuno para abandonarnos.”

“¿Alguna vez Ningen actuó caprichosamente? Si sintió que era el momento de irse y dejarle el manto a Isawa Kimi, no podemos cuestionarle. Estoy seguro que no lo hizo por ignorancia. Conocía cosas cuando el resto de nosotros solo podíamos conjeturar. Sabía que nos tendríamos que volver hacia el Vacío y creía que deberíamos dirigirnos hacia Kimi y no hacia él. Si hubiésemos tenido fé en Ningen, entonces deberíamos tener fé en Kimi ya que ella fue la que eligió Ningen.”

Bairei gruñó. “Si, fue su elección, no la nuestra. Confío en lo que se puede documentar. Las explicaciones de Ningen sobre sus decisiones siempre me han dejado esperando más explicaciones.”

Mitsuko asintió. “Sea como sea, nuestra única esperanza ahora reside en Kimi.”

 

 

Bayushi Miyako se inclinó sobre el mapa que estaba extendido en la mesa ante ella. El mapa mostraba todas las tierras Escorpión, aunque alguien no entrenado en la senda Escorpión no lo hubiese reconocido. Cada marca, topográfica, política, o de otra clase estaba encriptada para que alguien que lo viese por casualidad viese una especie de obra de arte, creada en un estilo bastante abstracto. Pero cuando Miyako miraba un grupo de marcas, no veía unos trazos aleatorios. Veía una ciudad.

“¿No ha habido forma de ralentizar su llegada?”

Shosuro Toson agitó la cabeza. “No, Miyako-sama.”

“Entonces estará en la Ciudad de la Tenaza Cerrada dentro de dos horas.”

“Si, Miyako-sama. Las defensas están dispuestas y preparadas para su llegada. Tenemos suerte que se mueve lo suficientemente lento como para darnos amplio margen para mover tropas a su posición.”

“No tenemos razón para pensar que será suficiente como para detenerlo.” Esto no era una pregunta.

“No, Miyako-sama.”

Miyako pensó un instante antes de enderezar la espalda y decir, “Ordena una retirada total de las fuerzas combinadas en el frente.”

Toson asintió. “Inmediatamente daré orden que retrocedan hasta la Ciudad de la Tenaza Cerrada para aumentar sus defensas.”

“No. Diles que retrocedan al oeste. Retirada total, pero no demasiado rápida. Que quede claro que han sido vencidos, pero que no huyen. Dar a la bestia un objetivo ante el que no se pueda resistir. Que les de caza mientras nosotros reunimos toda la información que podamos. Se puede derrotar a todas las cosas, incluso a los dioses. Solo tenemos que averiguar como.”

El mempo de Toson aseguró que no traicionase sus pensamientos. “Entonces sacrificaremos ese ejército.”

“Pero no a la ciudad.”

“¿Y si la bestia no coopera y se dirige a la ciudad? Perderán un aumento de sus defensas.”

La voz de Miyako se elevó, con algo de ira como trasfondo. “¿Y si estuviesen ahí esas defensas extra? ¿Salvaría eso a la ciudad?” Se detuvo y el aire entre ambos Escorpión parecía cargado. “Tienes tus órdenes.”

“Si, Miyako-sama.”

 

 

“¿Retroceder? ¿Al oeste?” Hida Kaihei no solía cuestionar las órdenes, pero estas no provenían de sus superiores.

Bayushi Kaibara asintió. “Esas son mis órdenes, y por lo tanto las tuyas, ya que el resto de las fuerzas que hay aquí ha accedido a seguir al mando Escorpión mientras estemos en nuestras tierras luchando contra nuestro enemigo común.”

“Esas órdenes quieren que retrocedamos en una batalla y que nos alejemos de nuestra posición entre nuestro enemigo y su objetivo.”

“Si ese es su objetivo.” La Escorpión y el Cangrejo se volvieron hacia Akodo Kitaka, su pintura de Deathseeker manchada de mugre del campo de batalla, que se acercaba.

“¿Qué quieres decir, León?” Se quejó Kaihei.

“¿Has leído alguno de los escritos de Akodo, Hida-san? ¿No? ¿Bayushi-san?” Viendo un leve asentimiento por parte de Kaibara, continuó. “Al permitir que tu oponente elija el campo de batalla, le estás dando una gran ventaja. Al asumir que el objetivo de la bestia es la Ciudad de la Tenaza Cerrada hemos retrocedido en esa dirección. De hecho, hemos estado llevando a la bestia justo hacia donde no queremos que vaya.”

Kaibara escuchó atentamente y luego dijo, “Entonces, ¿si la ciudad no hacia donde quiere ir, qué es lo que quiere?”

Kitaka señaló al campo que había tras la bestia-dios. “¿Qué ha demostrado que quiere? Hablaste del la conquista del enemigo. No veo aquí un deseo de conquista. Solo veo muerte y destrucción. No busca tierra ni ciudades. Nos busca a nosotros. Es nuestra muerte. La nuestra y la de todo con el que se cruce.”

Kaihei gruñó. “Por lo que cambiamos nuestra posición para que nos siga. ¿Qué es lo que eso cambia? ¿La podemos matar?

Kaibara agitó lentamente su cabeza. “No. Somos el cebo. Alejarle de la ciudad sacrificándonos.”

Nadie dijo nada durante un momento hasta que Kaihei rompió el silencio diciendo, “Que así sea. Haz sonar la llamada.”

Ningún samurai admitiría nunca alivio cuando sonó la retirada. Eso hubiese sido muy parecido a la cobardía y ningún samurai pondría su propia vida antes de la de su clan o su Emperatriz, pero también tenían ojos para ver y oídos para escuchar. Estaban rodeados de sangre y de los gritos de los moribundos y del aplastar de sus cuerpos. Nada de esa sangre pertenecía a sus enemigos y ninguna muerte era causada por sus espadas. Un verdadero samurai cargaría a la batalla, sin importarle su propia muerte, pero esto no era una batalla. Era una masacre.

Los samuráis Escorpión fueron los más sorprendidos por las órdenes de viajar hacia el oeste, dejando a la bestia el camino libre hacia la Ciudad de la Tenaza Cerrada. Pero los samuráis Escorpión también se sentían cómodos con la idea de que las órdenes no debían ser siempre entendidas. Debían ser seguidas con la fé de que sus superiores hacían todo por una razón. El vivir o morir, solo debía servir el propósito del Escorpión.

Al principio pareció que las órdenes de Miyako estaban cumpliendo su objetivo. Cuando los samuráis se dirigieron hacia su derecha, la bestia-dios movió sus grandes brazos hacia ellos, haciendo caer a los más rezagados. Por primera vez, su senda cambió y con un paso, que hacía temblar la tierra, tras otro, se giró, como para perseguir a los insectos que se atrevían a interferir.

Al principio.

La cara de Akodo Kitaka se arrugó de furia. “¡Se aleja! ¡Vuelve a dirigirse hacia la ciudad!”

Bayushi Kaibara, su cara de piedra tras su medio-mempo, solo asintió.

“¡Ahora debemos atacar su flanco! ¡Se ha quedado expuesto!” Kitaka estaba casi apopléjico.

Kaibara agitó su cabeza. “Esas no son mis órdenes. Se me ordenó llevar las tropas hacia el oeste, sin importar las acciones de nuestro enemigo.”

Hida Kaihei nunca apartó los ojos de la bestia mientras decía. “¿Por qué?”

Kaibara no dijo nada durante todo un minuto antes de decir, “Ella lo sabía.”

“¿Qué quieres decir?”

Kaibara decidió no hablar más.

 

 

La voz de Shosuro Toson permaneció monótona mientras decía, “Han retrocedido hacia el oeste, como ordenasteis. La criatura no les ha perseguido y continúa hacia la ciudad.”

Bayushi Miyako asintió y no dijo nada.

“Las defensas de la ciudad lucharán hasta la última espada.”

“No. Evacuar la ciudad.”

Esta vez, Toson fue incapaz de ocultar la sorpresa de su voz. “¿Perdón, Miyako-sama? ¿Estamos admitiendo la derrota?”

Miyako miró fijamente a Toson. “Es un sacrificio.”

“¿Para qué fin?”

La voz de Miyako era casi un gruñido cuando dijo, “Sacrificaría cualquier samurai para salvar la ciudad. Sacrificaría cualquier ciudad para salvar al Escorpión. Sacrificaría todo el clan para salvar al Imperio. Haría todo ello si se pudiese sacar algún beneficio. Los muros de la ciudad no aguantarán más con espadas Escorpión sobre ellos que si no estuviesen allí. Esta criatura no será derrotada por espada o flecha. No será derrotada tampoco por subterfugio o engaño. Debemos encontrar otra forma. Se debe encontrar o esta cosa será la muerte de mucho más que de una ciudad.”

 

 

La bestia-dios atravesó la muralla exterior de la ciudad como si fuese papel. La piedra se movió como una ola antes de fracturarse, partiéndose y luego explotando en una lluvia de polvo de roca. Se adentró en la ciudad, con sus patadas haciendo caer edificios y apartando otros con largos movimientos de sus brazos. No todos pudieron abandonar la ciudad antes de que llegase la bestia-dios, y la mayoría de los que estaban murieron por culpa de la general destrucción. Rocas y pesadas maderas volaban como si desafiasen las leyes de la naturaleza.

Los que evitaron el ataque inicial acabaron siendo encontrados, como si la bestia pudiese detectar y buscar cualquier vida. Encontrase lo que encontrase, lo mataba. Normalmente eran aplastados por sus pies o en sus inmensas manos con garras. Algunos fueron mordidos y masticados. No parecía hacerlo por hambre, nada más que por hambre de destrucción.

Muy pronto la ciudad no era más que una montaña imposible de muros rotos y vidas rotas. Donde antes la ciudad existía como un símbolo de apertura entre los Escorpión y los Cangrejo – la verdad es que era una falsa apertura – ahora era un símbolo de fracaso y pérdida.