Cielo Negro
al Amanecer
Agenda de
Extinción – 2ª Parte
por
Lucien Soulban
Traducción de Peter Banshee
Miércoles, 21 de Julio, 2004
1432 horas GMT (4:32 de la tarde, hora local)
Niza
La
operadora Tibetana estaba sentada ante su consola, rodeada por ordenadores,
cables metidos en gruesos cordones umbilicales, y el constante siseo de los
compresores de nitrógeno líquido. Su apartamento era espartano en todo lo
demás. Revivió el ordenador de su estado de hibernación y activó la webcam
puesta sobre el monitor. La cámara instantáneamente modificó su imagen,
convirtiéndola en un avatar digitalizado. Fuese quien fuese el que estuviese al
otro lado de la transmisión veía a la operadora como una construcción virtual…
un dios Jain con seis brazos y un corpulento brazo coronado por la cabeza de un
caballo.
“Habla,”
dijo ella, modulada su voz para aparentar ser un hombre.
“No
está mal,” contestó el cliente, su propia imagen filtrada en columnas de unos y
ceros. Cualquiera que tuviese un conocimiento fluido sobre binario avanzado
podía ver el enigma escondido en el código de su avatar. “El Dios Hayagriva,
¿verdad? ¿Protector de la Enseñanza?”
“Conoces
a los Dioses,” contestó la operadora. “¿Quién te habló de mi?”
“Hopscotch.”
“Entonces
conoces mis honorarios.”
“El
dinero ha sido enviado a través de los códigos SWIFT que me dio Hopscotch.”
La
operadora comprobó las cuentas y asintió, su avatar imitándola. “Confirmado,”
dijo ella. Dividió el pago en miles de pequeñas transacciones y las envió a
través del éter electrónico a segundas y terceras cuentas diseminadas por todo
el mundo. “¿En qué te puedo servir, Bedlam?”
“Impresionante.
Cogiste el enigma.” Nathan Sparks se refería al código que había en su avatar.
“Conozco
el Asilo de Belén,” contestó ella. “¿Qué necesitas?”
“El
destino de este avión, que transmite en el transponder de emergencia código
0000.”
“¿Un
avión militar?”
“No,”
contestó Sparks. “Solo una distracción para engañar al ATC.”
“Muy
listo,” dijo la operadora riendo. Ella entendía el juego. Con la epidemia en
Brasil, Singapur, y Monte Carlo, los países del G8 habían cerrado los
aeropuertos para detener la expansión del virus. Todos los vuelos
internacionales estaban en tierra… excepto el tráfico militar.
“Perdimos
el avión sobre Francia. Te estoy transmitiendo el código del transponder.”
“Comprendo.
Espera.”
Sparks
esperó un momento antes de preguntar. “Esto… ¿buscas trabajo estable?”
“La
verdad es que no. Prefiero ir por libre, no alinearme con nadie. Es más seguro
estos días.”
“¿Y
un café?” El avatar de Nathan sonrió.
“¿Cómo
sabes que soy una mujer?”
Sparks
sonrió. No había necesidad de decirla que acababa de hackear la imagen de su
avatar.
•
Miércoles, 21 de Julio, 2004
1448 horas GMT (3:48 de la tarde, hora local)
Edificio Futuro Iluminado - Ámsterdam
Nathan
Sparks iba por el corredor hacia las habitaciones privadas de Sir Richard
Poole, donde uno de los amigos de Félix, Hector Bridewell, vigilaba.
Extraño… Poole no solía poner un guardia armado en la puerta de su
habitación. Estaba claro, estos eran tiempos peligrosos, pero el guardaespaldas
parecía excesivo — especialmente para un hombre que podía hacerle un agujero a
un hombre en la cabeza con su dedo gordo.
Bridewell
se movió para interceptar a Sparks al acercarse este. “El Sr. Poole me pidió
que le recogiese todos los mensajes que hubiese para él,” dijo.
Sparks
se rió. “Muérdeme, Hector,” dijo en broma. Pasó junto a él, abrió la puerta que
había detrás de Bridewell y… de repente deseó haber hecho caso. El antiguo
agente Majestic y uno de los más conocidos héroes de la Guerra Fría, Sir
Richard Poole, se giró en la cama, cogiendo su Browning High Power para
apuntarlo al intruso. Junto a él, bajo el mismo juego de sábanas y con su
SIG-Sauer P-229 lista en su mano, estaba Alexandra Kolesnikov.
Siguieron
siete segundos y medio de embarazoso silencio, rotos finalmente por Hector
Bridewell, quien discretamente, gracias a dios, cerró la puerta tras Nathan
Sparks. Poole volvió a poner su pistola sobre la mesita de noche, pero Alex,
abochornada, era incapaz de moverse, su pistola siguió apuntando al pecho de
Sparks; solo consiguió poner el seguro.
“Bueno…”
empezó Sparks.
“¿Encontraste
a la Rosa?” Preguntó Poole.
“…el
viejo si te pidió que no la perdieses de vista,” continuó Sparks.
Alex
volvió a quitar el seguro de su pistola.
La
manos de Sparks se colocaron rápidamente a la altura de su pecho. “Hey,” dijo.
“Solo digo lo que veo.”
“¿Qué
has encontrado?” Repitió Poole, la impaciencia asomándose en su tono de voz.
“Quizás,
¿no sería mejor que me encontrase contigo en el garaje?” Preguntó Sparks.
Poole
miró a Alex, notando hacia donde apuntaba firme y selectivamente. No sería un
disparo mortal, pero sería mejor no arriesgarse. “Posiblemente sería lo mejor,”
contestó.
Nathan
salió de la habitación y exhaló por primera vez en lo que le había parecido
unas horas. Miró a Hector, quien se encogió de hombros, apenas escondiendo una
picarona sonrisa.
“La
próxima vez que entre en un momento inadecuado,” dijo Nathan, “dispárame.”
•
Miércoles, 21 de Julio, 2004
1513 horas GMT (4:13 de la tarde, hora local)
Aeropuerto Schipol - Ámsterdam
Ignorando
la lluvia de golpes que caía sobre el techo de su limusina, Poole, Alex, Felix,
y Jessica Styles se concentraron en la última información que les había dado
Nathan. El hacker les había evitado en el garaje, prefiriendo darles esta
información a través de la reconfortante distancia de una video-conferencia.
Fuera
del vehículo, la multitud estaba enfurecida alrededor del perímetro exterior
del aeropuerto, amenazando atacar a la línea de guardias de seguridad que les
tenía a raya. Como estaba pasando en toda Europa, el Aeropuerto de Schiphol
estaba cerrado, pero de vez en cuando se veía en el aire un avión privado o un
helicóptero, normalmente cuando llegaba un misterioso coche de cristales
tintados. Cada vez que eso ocurría, la muchedumbre se volvía histérica,
haciendo elevar un poco más su desesperación.
“Esto
es malo,” dijo Jessica.
Poole
la ignoró también. Había discutido con Alex que el traer a Jessica iba a ser
una carga, pero desde que su relación había… evolucionado, se encontraba con
que perdía cada vez más. Ahora recordaba porque nunca se permitió a si mismo
establecerse con alguien durante la Guerra Fría. Bueno, esa era una de las
razones…
“¿Ciudad
de México?” Confirmó Poole. “Casi un círculo completo.”
“Al
menos es una zona en sombra,” dijo Félix. “Tenemos amigos allí.”
“Que
suerte,” dijo Poole. “¡Sparks!
Necesitaremos que nuestra gente allí que mantengan atrapado a
la Rosa y que despejen la zona. A no ser que Kholera haya cambiado su bolsa,
vamos a ver muchas balas perdidas sacándole de allí.”
En
el Edificio de Futuros Iluminados, Sparks sintió el aguijón de las palabras de
Poole. Llevaban tratándose por el nombre desde hacía años — en este momento ya
eran décadas — y Poole raramente sentía la necesidad de gritarle las órdenes.
Lo más seguro era que esto solo era otra pequeña valla por la que tendrían que
pasar, pero de alguna manera, parecía distinto… Como si fuese algo de lo que no
podrían bromear…
“Claro,”
dijo Sparks a la cámara del monitor. “Estoy en ello.”
“Muy
bien,” continuó Poole. Sin perder tiempo se dirigió a los demás que había en la
limusina. “Encontrar una casa franca será fácil. El truco será evitar la
seguridad que tiene Trevor allí. Pero vamos a tener un poco de suerte, ya que
ha estado teniendo algunos problemas con las autoridades locales…”
Alex,
que hasta ahora había escuchado el plan, dejó que su atención se desviase, miró
por la ventana más allá de la iracunda muchedumbre, por encima del mar hacia donde
fuese que se estaba escondiendo la Rosa. Algo sobre este día irreal la parecía
extraño, como si alguien les hubiese reescrito la obra que iban a representar
en el último segundo, y se hubiese olvidado darles los papeles. Estaba
perdiendo sus entradas, y tropezándose por el camino. Era una misfit en una
obra teatral de estúpidos.
Todo
volvía a Emilio Thorne — el guapo y elegante Emilio Thorne. El hombre para el
que su padre había contratado todo un ‘cartel’ para que le matasen. El
manipulador haciendo tratos con uno de los criminales más locos de todo el
planeta. El canalla que dirigía el infame Sindicato Bloodvine. Nada de lo que
Emilio había hecho en los últimos días tenía sentido, y su vínculo con el Dr.
Kholera… ¿Por qué querría destruir el mundo uno de los hombres más ricos, uno
de los reyes de gangsters de más éxito de toda la historia?
Aunque
sobreviviese, tenía la corazonada que pasaría mucho tiempo antes de que ella
conociese la respuesta.
•
Miércoles, 21 de Julio, 2004
2245 horas GMT (4:45 de la tarde, hora local)
Coyoacan, Ciudad de Méjico
Ángel
Rivera miró por el agujero que quedaba entre las cerradas cortinas, estudiando
la roja hacienda que estaba al otro lado de la Avenida Higuera. Durante
cualquier otra semana, hubiese sido una noche tranquila, pero esta noche,
grupos de chilangos — locales — deambulaban por las calles buscando algo
que quemar. El cielo ya estaba lleno del humo de mil hogueras. Esto era peor
que el Temblor, el terremoto de 8.1 de fuerza del año 85.
Alguien
llamó a la puerta con tres rápidos golpes, seguidos por dos más. Rivera miró
por la mirilla y dejó entrar a Sir Richard Poole, Alexandra Kolesnikov, y al
resto de su equipo al bien amueblado apartamento.
“Bienvenidos
a D.F.,” dijo Ángel, “Ciudad de Méjico.” Inmediatamente sus ojos
recorrieron la habitación, dirigiendo a sus invitados a diversos muebles.
“¿Qué
coño está pasando ahí fuera?” Preguntó Poole, un casi imperceptible movimiento
para reconocer las instrucciones de Ángel. “Las noticias son tremendamente
confusas.”
“A
la gente le gusta una buena fiesta,” dijo Ángel. “¿Qué mejor momento para una
fiesta que el fin del mundo?”
“Lo
más seguro es que es exactamente eso lo que esperaba Kholera,” dijo Jessica.
“Intentamos cerrar las ciudades y los tumultos las vuelven a abrir.”
“Pero
esta vez, podemos detener la expansión de raíz,” contestó Ángel, mirando una
vez más por la ventana. “La Rosa y vuestra misteriosa mujer están metidos en
esa hacienda que hay enfrente. Les seguimos desde un aeropuerto privado.”
“¿Estamos
preparados?” Preguntó Poole.
“Os
estábamos esperando. El equipo está listo y preparado en la planta de abajo, y
vuestro equipamiento está listo para cuan—”
La
ventana tras Ángel explotó hacia dentro, tirándole al suelo. Los demás se
lanzaron detrás de los muebles, el aire sobre ellos caliente y espeso con fuego
de armas automáticas al entrar en la habitación, dejándose caer de unos cables
que colgaban de unos helicópteros que estaban encima de ellos, Jason Hellman,
Virus, y la mano derecha de Kholera, el extraño mutante Strik-9.
“¡Sorpresa!”
Gritó Hellman.
“¡Apenas!”
Contestó Poole. Inmediatamente, Ángel apretó simultáneamente dos de los botones
de su reloj y una mesa que había apoyada contra la pared exterior explotó con
la fuerza y el trueno de una bomba-flash.
Como
estaba más cerca de la explosión, Hellman se apretó los ojos y cayó hacia
atrás, por la ventana. Su cable se enganchó con la llave de un radiador y se
tensó, y Poole escuchó el gruñido del mercenario al ser elevado sin apenas
aliento.
Uno
menos, pensó, volviéndose hacia la naciente pelea. Los
otros dos intrusos se habían liberado de sus cables y atacaban a los ocupantes
de la habitación, cada uno llevando sus habituales armas de toxinas…
El
escuadrón de los Whitlows avanzó por el corredor, hacia la puerta del
apartamento de Ángel, en silencio. Comprobaron sus relojes y se hicieron
señales entre ellos, haciendo una cuenta atrás antes de romper la puerta y
lanzar una granada de fragmentación dentro de la habitación. Tenían que
sincronizarlo perfectamente con el equipo de Strik-9 que estaba arriba. Solo…
…solo
que, cuando quedaban dos segundos en la cuenta atrás, Jacob notó una cámara de
fibra óptica que observaba por debajo de la puerta del apartamento contiguo.
Era una trampa.
El
Whitlow de más edad apenas tuvo tiempo de gritar antes de que la puerta
explotase hacia fuera, envolviendo al líder del escuadrón en una nube naranja,
y lanzando al resto de los hombres hacia atrás. Los grupos de apoyo de Ángel
salieron de cada puerta que había en esa planta, llenando el pasillo con balas
trazadoras, pequeñas chispas que atravesaban el humo que salía por la
destrozada puerta. Jacob agarró a su aturdido hermano por la chaqueta y se
dirigió a golpe hacia la puerta que daba a la escalera…
<interferencias>
“Es
una trampa…”
<interferencias>
“Nos
han atrapado…”
<interferencias>
“¿Quién
es el que cuelga de una ventana?”
<interferencias>
Continuó
la chácara por la radio, acompañada cada cierto tiempo por una fuerte explosión
o una ronda de gritos de pánico (o ambas). La belleza asiática, Mai-Ling, se
asomó por la ventana de copiloto del coche, con su tranquilo y típico aplomo.
Observó el edificio de apartamentos que estaba frente a la hacienda, fijándose
en las ventanas iluminadas por el fulgor de las armas.
“¿Sabes
qué?” Le dijo a su hermana gemela, Tai-Tzu, “alguien cuelga de verdad de una
ventana. Eh, que es uno de los nuestros.”
Tai-Tzu
suspiró profundamente. “Hellman.
Tenemos que dejar de contratarnos a estos gwai-los.”
“Al
menos pagan.” Mai-Ling se volvió a meter en el coche y comprobó su
ametralladora, haciendo los últimos ajustes. Algo la llamó la atención y se
detuvo. “¿Es esa una nueva laca de uñas?” Preguntó.
“Ajá.
Brillo de Ciruela.” Tai-Tzu movió el volante hacia la derecha, evitando por muy
poco a una banda de mercenarios y rufianes locales que salía a la calle. El
grupo salió justo antes de otra explosión, una que consumió gran parte del
primer piso del edificio de apartamentos. Tai dirigió su vehículo escaleras
arriba de la hacienda, usando su impulso para que atravesase la placita de
entrada y que atravesase la puerta de entrada.
Emilio
y Asia ya estaban bajando una empinada escalera, metiéndose en el sótano de la
hacienda, al caer hacia dentro del piso de encima la pared frontal del
edificio.
“Dios
mía,” protestó Asia, “estoy tan cansada de huir. Doce horas en una cama
confortable… eso es todo lo que pido. Sin disparos… ni ex-novias ninja…”
“Ella
no es una ex,” contestó Emilio, “y deberías haber dormido en el vuelo.”
“Si,
si,” respondió Asia. “¿Dónde vamos ahora?”
“¿Qué
te parece Las Estacas?”
“Que
sería mejor si supiese donde estaba eso.”
“Confía
en mi,” dijo Emilio, sonriendo a Asia mientras llegaban a la pared posterior de
ladrillo del sótano. Empujó uno de los ladrillos hacia dentro y parte de la pared
giró, mostrando un oscuro y húmedo túnel. “Te encantará.”
“¡Por
las escaleras!” Le gritó Poole a Félix. Señaló a Jessica. “Llévatela contigo.
¡Parece que necesitan ayuda ahí fuera!”
La
batalla se había intensificado mucho en la planta baja, incluso derramándose
hasta la calle. Se estaban quedando sin tiempo y necesitaban un camino
despejado hacia la hacienda una vez que hubiesen conseguido pasar junto a los
hermanos químicos.
Virus
y Strik-9 luchaban con más coordinación de la que se había esperado Poole, pero
cuando se hizo obvio que no podían con Poole y Alex juntos, se separaron para
atacar por separado. Virus disparó varias veces dardos envenenados a Poole,
forzándole a retroceder por un estrecho pasillo mientras Strik-9 se fue
acercando a Alex, basándose en sus letales golpes y las heridas aún no curadas
de ella para mantener la ventaja.
Poole
tenía que actuar deprisa. Dándose cuenta de que su pistola no servía para mucho
en estos espacios tan cerrados, agarró el arma más cercana que tenía — las
puertas de la alacena que había en el lado derecho del pasillo. Golpeó con una
la cara de Virus, sorprendiendo al secuaz, e inmediatamente giró para darle un
puñetazo, haciendo que cayese al suelo.
Sin
preocuparse por como estaba Virus, Poole saltó sobre la inerme forma y volvió
hacia el salón, donde Alex y Strik-9 estaban envueltos en una desesperada lucha
cuerpo a cuerpo. Los dos atacaban casi por turnos, cada uno empujando para
conseguir dominar el centro de gravedad del otro, para encontrar un hueco para
dar un decisivo golpe.
Poole
se quedó impresionado. Siempre había creído que Alex era una luchadora elegante
que prefería la fuerza bruta cuando se la acorralaba, ahora encontró con que la
gracia que ella tenía bajo presión era… Era extraño, la escena le excitaba.
“¡Pitfall!” Gritó alguien desde el
pasillo. Fue suficiente para romper la concentración de Alex, dándole a Strik-9
la oportunidad para saltar y darla una patada en el pecho. El acrobático
asesino dio una voltereta hacia atrás, saliendo por la ventana, donde agarró
uno de los cables y se deslizó hasta la calle. Poole le siguió, cogiendo un
caído FA-MAS, esperando coger a Strik-9 antes de que escapase, pero unas
brillantes luces explotaron en los ojos de Poole cuando este llegó a la
ventana. Proyectores montados sobre furgonetas Pitfall iluminaban las paredes
del edificio de apartamentos y sonó un disparo de un francotirador, abriendo un
hueco del tamaño de un puño a dos centímetros a la izquierda de la cabeza de
Poole. Este volvió a la seguridad del piso.
Alex
rodó sobre su espalda y disparó para apagar las luces de la habitación,
haciendo que esta quedase en tinieblas.
“¡Mierda!”
Gruñó Poole. Abrió un canal de radio. “Lynx, querida. Vamos a necesitar
evacuación por el tejado tan pronto como sea posible. ¿Te importaría venir
enseguida?”
“Voy,”
llegó la entrecortada respuesta.
A
ciento cincuenta metros sobre la ciudad, Lynx negoció su helicóptero por entre
columnas de humo que se elevaban de los muchos incendios de la ciudad. Tras
ella, dos Apaches iluminaron su cola con ráfagas de trazadoras ardiendo,
afortunadamente, los disparos rebotaron del reforzado casco de su pájaro.
“Tendréis
que hacer algo más que eso, chicos,” murmuró.
“¿Qué
ha sido eso?” Preguntó Poole por la radio.
“Lo
siento. Un par de admiradores. El área está caliente con helicópteros Pitfall y
Mejicanos que han salido de la Colonia Federal. Has agitado un verdadero
nido de avispas ahí abajo.”
“¿Y
no lo hacemos siempre?” Dijo Poole.
“¿Estás
seguro de que no me los puedo cargar?” Preguntó Lynx.
“No
es una opción,” contestó Poole. “Estás sobre un lugar público.”
“Tu
otra mitad acaba de llamar por radio,” anunció Lynx. “Hemos perdido a La Rosa.
Algo sobre una puerta secreta en un sótano.”
“Ese
parece Trevor, el escurridizo demonio. Ven aquí. No vamos a encontrar a Thorne
atrapado en un tumulto.”
Un
cohete pasó junto al helicóptero de Lynx, que ella diestramente evitó girando
rápidamente hacia un lado. Otro Apache se había unido a la caza. “Esto se está
llenando. Será mejor que estéis en el tejado cuando llegue. No tendré tiempo
para quedarme mucho.”
Poole,
Alex, y Ángel salieron al tejado del edificio de apartamentos, metiéndose en
algo muy parecido a una zona de guerra. Columnas de humo negro se elevaban por
todos lados, reuniéndose en una nube asquerosa que estaba sobre toda la ciudad.
El estruendo y la destrucción eran inmensas en todas las direcciones, ahogando
todo lo demás.
El
Día del Juicio había llegado.
Ángel
se asomó por encima de la barandilla del tejado, mirando el caos que había en
las calles. “Espero que consiga llegar tu piloto, porque no vamos a salir por
tierra.”
Alex
llamó a Jessica, encontrando — gracias a dios — que los otros habían
“requisado” un camión y se dirigían hacia un lugar más tranquilo, en las
afueras de la ciudad.
Poole
no se preocupó. Hacía mucho tiempo que Félix y él habían estado de acuerdo que
se podían ocupar de si mismos.
Sin
avisar, un helicóptero Pitfall se elevó desde el lado contrario del edificio,
abriéndose su puerta de pasajeros para mostrar un ametralladora montada sobre
su fuselaje.
“Mr.
Poole,” dijo Stephen Century por el altavoz externo del helicóptero. “Usaría tu
título pero creo que la Reina lo ha revocado. Algo sobre una mancha sobre la
Corona…”
Poole le ignoró. Ya habían bailado juntos
antes. Y volverían a bailar — a no ser que uno de ellos finalmente se rompiese
esta vez una pierna. “Ángel,” dijo, en voz baja. “¿Instalaste las medidas de
seguridad que te pedí?”
“Si,”
respondió el agente local.
“¿Todas
ellas?”
“Si.”
“Prepárate…
A mi señal.” Poole no podía mencionar lo que planeaba. Estaba bastante seguro
que Century podía leer los labios. Tenía que esperar que Ángel fuese tan bueno
como decían que era.
Quince
segundos tarde, el helicóptero de Lynx surgió del cañón de cemento, dos nuevas
nubes en forma de champiñón surgiendo de las calles que había tras ella — y un
último perseguidor Pitfall pisándola los talones. Cuando todo esto acabase,
Poole tendría que explicarla el significado de la palabra ‘público.’
“Muy
bien, Century,” gritó Poole al helicóptero Pitfall. “Hablemos de condiciones.”
“No
hay condiciones,” llegó la amplificada respuesta. “Tira las armas y prepárate a
ser llevado ante la just—”
“Ya.”
A la orden de Poole, Ángel activó dieciocho bombas de humo estratégicamente
escondidas por todo el tejado. Balas de yeso y polvo surgió alrededor del
helicóptero Pitfall, oscureciendo su visión del tejado y forzando a su piloto a
retirarse de allí. De algún lugar por debajo suyo, Stephen Century registró
fuego de trazadoras en la oscuridad, pero cuando el polvo empezó a disiparse y
consiguió volver a ver el tejado, todo el mundo se había ido.
A
tres manzanas de allí, el helicóptero que perseguía al de Lynx hizo un
aterrizaje forzoso, su rotor posterior dañado cuando rozó la chimenea de piedra
de ventilación del edifico de apartamentos. Aunque su piloto chilló la
dirección por la frecuencia de Pitfall, era demasiado tarde — Poole, Alex, y
los demás ya habían salido de la ciudad, y huían.
•
Miércoles, 21 de Julio, 2004
2350 horas GMT (5:50 de la tarde, hora local)
Las Estacas, 45 Minutos al Sur de Ciudad de Méjico
Mai-Ling
y Tai-Tzu se deslizaron silenciosamente por el cristalino río del Parque de Las
Estacas, mochilas con impulsores llevándolas por el agua. El reflejo de la luna
bailaba sobre la superficie del río, pero la serenidad de una de las burbujas
de eco-sistemas más especiales de Méjico no la apreciaron las gemelas. Estaban
cazando, buscando el barquito que La Rosa y Asia Aragassi abordaron en uno de
los túneles de salida de Trevor Goodchilde.
Afortunadamente,
el río no tenía afluentes, ni bifurcaciones, haciendo que la persecución era
más alcanzarles que rastrear por donde se habían ido, y en menos de una hora
tras el ataque en Ciudad de Méjico, vieron el barquito…
“Esto
es precioso,” susurró Asia, las yemas de sus dedos surcando el agua. Disfrutaba
de la brisa que corría por su pelo mientras el braco se deslizaba por el
siempre claro río. Sobre ellos, ardillas voladoras volaban de rama en rama
gracias a sus extendidas patagia y cerca de allí, armadillos nocturnos
bebían a la orilla del río. “Te hace olvidarte de todo. Te recuerda lo pacífico
que puede ser el mundo.”
“Pensaba
que te gustaba el peligro,” dijo Emilio, guiando el barco por las direcciones
que les había dado Trevor en Niza.
“Eso
tiene su encanto,” contestó Asia. “Y esto también.”
“Hemos
llegado.” Emilio asintió hacia un muelle, tras el que una resplandeciente
mansión descansaba bajo una jungla de árboles, al parecer no la había tocado el
mundo exterior.
La
confusión de Asia fue audible. “Creía que esto era un parque.”
“Aparentemente,
con suficientes donaciones, puedes construir allí donde quieras,” dijo Emilio,
haciendo un nudo a uno de los postes del muelle. Lentamente tiró del barco por
lo largo del muelle de madera y ayudó a salir a Asia.
“Esto
es increíble,” dijo ella, reluciente. “¿Cuánto nos podemos quedar?”
“Todo
el tiempo que necesitemos.” Emilio salió del barco tras ella. Si hubiese ido un
hombre menos distraído, hubiese notado las dudas en la voz de Asia, en su
lenguaje corporal. Se hubiese dado cuenta que ella estaba considerando una
traición — no a él, pero a algo siniestro que había en su interior.
También
se hubiese dado cuenta de los ocho puntos de láser antes de que descendiesen a
los torsos de ambos.
“No
quiero movimientos repentinos,” dijo una voz de mujer desde los árboles
cercanos. “No queremos que perdáis algo importante.”
Uno
de los láser bajó un poco, pasando por la tripa de Emilio mientras Alex, Poole,
Félix, y Jessica surgieron de entre los árboles, cada uno con camuflaje de
jungla y llevando sub-fusiles. Otros cuatro estaban tras ellos; el reloj seguía
caminando y los Patriots no querían asumir más riesgos.
“Alex,”
dijo Emilio, su voz un excitado susurro.
“Ahhh,”
murmuró Asia para si misma. “Me preguntaba cuando haría su aparición la otra
mujer.”
“Esto
se acaba ahora,” Alex se acercó, su fusil aún apuntando objetivos embarazosos.
“¿Cómo
sabíais donde encontrarnos?” Preguntó Emilio.
“Digamos
que no sois los únicos que tenéis amigos en el clan Goodchilde.”
La
cara de Emilio se iluminó. “Interesan—”
Poole
escuchó dos zumbidos apenas audibles y tanto Emilio como Asia cayeron al suelo.
“¡Dardos!”
Gritó Félix, lanzándose al suelo. Jessica rápidamente siguió su ejemplo
mientras Poole se escondía tras un árbol. El antiguo Majestic esperó unos
segundos antes de volver a salir, planeando soltar una ráfaga de balas por
encima del agua. Esperaba hacer que salieran los atacantes, pero cuando levantó
su fusil, vio a Alex soltar su arma y correr hacia el agua. En un fluido
movimiento, ella saltó de la tierra y atravesó el agua, su objetivo estaba
claro — mejor dicho, sus objetivos…
Las
gemelas del Khan no esperaban que nadie estuviese con La Rosa, imaginándose que
simplemente podrían drogarle a él y a su compañera y meterles en un barco lento
en dirección a su próxima región objetivo. Desde luego no contaban con que Alex
Kole, a la que habían dejado en el laboratorio biológico de su padre en el
altiplano Tibetano, estuviese presente. Y cuando ella las vio y corrió hacia
ellas por el río…
Ambas
gemelas se metieron bajo la superficie, buceando bajo el barco que estaba
atracado, pero Mai, que siempre dejaba que su hermana fuese primero, se
encontró unos centímetros por detrás. Al irla a seguir, sintió como Alex chocaba
con ella, mandándola hacia atrás.
Tai
se giró y levantó su pistola sumergible de cuatro cañones hacia la agente del
Krypt, pero Alex se mantuvo tras Mai mientras esta daba tumbos por el fondo del
río. Pero al enderezarse Mai, su hermana disparó, dos veces, contando en los
reflejos de su hermana para que la mantuviese fuera de peligro. Así lo hizo,
excepto por su mochila, que añadía varios centímetros a su espalda, y que
soportó todo el golpe, rompiéndose y lanzando un chorro de burbujas y aceite al
agua.
Por
pura adrenalina, Alex agarró la cara de Mai, haciendo chocar la parte de atrás
de la cabeza de Mai contra el blando fondo del río, buscando una de las
afiladas rocas que había visto desde la orilla. Esa acción no fue muy efectiva,
pero satisfizo la parte de la mente de Alex que recordaba una camilla de acero
y científicos sin rostro que la tocaban, envenenándola…
Cuanto
más hiciese forcejear a Mai, más rápido ambas perderían aire. Estaba contando
con la esperanza de que las gemelas no se habían entrenado a combatir bajo el
agua, que al menos podría dejar fuera de combate a una de ellas. Eso haría que
mereciese la pena.
Sabía
que la otra gemela estaba cerca. Sabía que su espalda estaba vuelta hacia donde
la había visto por última vez, pero no podía parar — no hasta que el delgado
brazo de Tai se enrolló en su cuello y empezó a apretarlo. Fue entonces cuando
toda su ira apareció en su cerebro.
Fue
entonces cuando supo que iba a morir.
Alex
solo sintió algo del jaleo que hubo alrededor suyo, el repentino torbellino que
la separó de las gemelas y la envió a la fría agua del río. Las corrientes del
torbellino pasaron junto a ella, girándola y forzándola hacia abajo y
alejándola, como si quisiese quitarla del mundo. Ahogados disparos la llegaron
desde todas direcciones, un febril tambor declarando su última y mortal salida…
Sintió
como llegaba a brazos de alguien, un ángel caído que había venido a por ella,
quizás, o un misericordioso santo que la arrastraba hacia el silencio final. La
luz, por encima de ella, rodeándola, llenándola y consumiéndola, aplastándola
con el peso de su ira, que había llevado en su corazón durante tres largos años
y que había dado forma la circunstancial captura. El peso de su ira palpitó, la
martilleó, amenazando con liberarse de su frágil cuerpo, destrozando su
esternón y rasgando sus pulmones. Estaba ardiendo, como debería ser, y alguien
flotaba encima de ella.
“Bienvenida
de nuevo,” dijo. “Creía que te habíamos perdido.”
“¿Papá?”
Preguntó ella, maravillándose ante el posible final de un largo viaje.
La
figura sonrió, se rió. “No,” dijo. “Ahora no. ¿Puedes andar?”
El
túnel giratorio del parque de atracciones que la rodeaba se ralentizó y ella
intentó ponerse en pie. Sus pulmones ardían y tenía dolorido el pecho, pero
estaba viva. De alguna manera imposible, estaba viva.
A
no ser, claro, que la Vida Después de la Vida fuese muy, pero que muy húmeda.
Alex
se puso en pie y se apoyó contra un árbol. Miró el río y la mansión que había
más allá, donde estaba aterrizando el helicóptero de Lynx y hacia donde los
hombres de Poole estaban llevando a La Rosa y a su compañera. Excepto por una
pequeña mancha de aceite en la orilla, el río estaba otra vez cristalino y en
calma, y a las gemelas no se las veía por ningún lado.
Poole
estaba junto a ella, empapado y con más pinta de hurón que nunca.
“Intentaste
hacer que te crecieran branquias,” dijo, sonriendo. “En serio, cincuenta mil
años de evolución, ¿pero eso te va a detener?” Poole agitó la cabeza. Alex
creyó ver orgullo en su sonrisa.
“Me
salvaste,” dijo ella, sin gustarla cada pesada y dolorosa inspiración.
“No
fue fácil,” contestó él. “Tienes una forma de hacer que se le quemen los
fusibles a las personas. Esas chicas estaban muy enfadadas contigo.”
“¿Dónde están?”
“Han
escapado,” dijo Félix, llegando desde la orilla, “por ahora.”
“Deberíamos
irnos,” añadió Jessica. “Creo que los cabeza-huevo van a querer aguijonear un
poco a La Rosa.”
Alex
sonrió. Durante solo un momento, muy dentro de ella, un peso se la quitó de
encima.