Conexiones

Agenda de Extinción – 3ª Parte

 

por B. D. Flory

 

Traducción de Peter Banshee

 

 

Jueves, 22 de Julio, 2004
0817 horas GMT (9:17 de la mañana, hora local)
Ámsterdam

 

Emilio se movió y gimió, su cabeza llena de algodón. Podía sentir palpitar a su cerebro tras los ojos, y minúsculos hilos rojos se clavaban por los bordes de su visión, hilos de dolor que agarraban su frente y la apretaban fuerte. Hizo una mueca de dolor y cerró los ojos, apagando la dura luz blanca del único panel iluminado que tenía encima suyo. Esperaba que fuese una resaca, pero ese pequeño intento de auto engaño solo duró un instante. Muy pronto recordó su desesperada huida de la semana pasada, el engañoso y tranquilo interludio que la terminó, y la increíble belleza de la persona con quien lo había compartido.

Ahora estaba tumbado de espaldas sobre una cama, en algún lugar. Lo que no estaría tan mal, excepto que estaba tan solo. Una irónica sonrisa apareció en la comisura de sus labios. En cualquier caso no hay sitio para dos en esta camilla enana. Giró el cuello hacia su derecha, pero a pesar del cuidado que tuvo, pudo sentir los músculos gritar de dolor. Los ojos aún cerrados con fuerza, levantó su mano izquierda hasta la parte de atrás de su cuello y suavemente se frotó la pequeña roncha que tenía donde el dardo le había alcanzado. Drogado.

Su brazo también le dolía, en el codo, donde podía ver un pequeño punto, donde la aguja había roto la piel.

Una pregunta respondida y otra que había surgido, Emilio movió su mano para tapar sus ojos del brillo de la luz. Los abrió un poco. Aparte de su camilla y de un aparentemente opaco panel de cristal blanco en la pared, la habitación estaba totalmente vacía, aunque no en silencio. Un constante y seco zumbido salía de un pequeño canalón de ventilación que rodeaba la habitación donde las paredes se encontraban con el techo.

Sus ojos solo se habían ajustado un poco, pero Emilio bajó la mano y observó la habitación. En el sitio en el que estaba, la gente no tenía muchas nociones de estilo. Su elegante traje de Versace había sido reemplazado por un ceñido mono blanco. Las sábanas de su Camilla eran del mismo material, y tenían una textura deslizante, como de goma. Con cuidado se aclaró la voz, y se dio cuenta que aparentemente alguien había restregado su garganta con vidrio y grava. Por entre el dolor, graznó, “El servicio de limpieza es impecable. ¿La cocina tiene el mismo nivel?”

“Que mono,” dijo una voz con acento Americano a través de un oculto altavoz. “Mono es algo que normalmente reservo para los niños y los animales pequeños. Y las sobrinas de amigos íntimos.” El panel de cristal pareció derretirse como nieve en un microondas, permitiendo a Emilio tener una ventana que mirase fuera de su pequeño mundo blanco. El hombre que estaba al otro lado saludó sardónicamente, y luego se quitó su pelo rubio de la frente para que alguien bajase una capucha con visor sobre su cara y la sellase con lo que parecía ser un traje anti-contaminación.

“No me importa,” contestó Emilio. “En cualquier caso prefiero la palabra ‘elegante.’” Haciendo un esfuerzo, se sentó y se giro hacia la ventana, consiguiendo suprimir la mueca de dolor que hubiese aparecido en su cara. Emilio pensó haber visto una sonrisa a través del visor de la capucha, mientras otra figura con traje y capucha — más baja, aunque Emilio no podía saber con certeza el tamaño gracias al robusto traje — se unió al primero.

“No te levantes.” La recién llegada. La voz de una mujer; no preocupada, solo con frialdad. “Ni siquiera respires.”

Ella empezó a dirigirse hacia la escotilla, pero el brazo del hombre la impidió seguir. Aparentemente había desconectado el intercomunicador, pero Emilio sabía leer muy bien los labios. Más de un estúpido billonario balbuceaba palabras para si mismo en una partida de cartas y ante una apuesta de un billón de dólares — enseñando hacía mucho tiempo a La Rosa que no se puede comprar las habilidades. La cara de la mujer estaba totalmente oculta, ya que le daba la espalda, pero el hombre estaba frente a Emilio con la cabeza ladeada solo un poco para mirarla a través del visor. Emilio solo podía ver su labio superior, pero consiguió entender los suficiente: Ahora no, Alex. Déjame…

Los hombros de la mujer se enderezaron furiosamente, pero no se movió cuando el hombre desapareció de la vista de Emilio y el cristal se volvió otra vez opaco.

La escotilla se abrió una fracción de centímetro hacia Asia y se abrió. Tras la escotilla — y tras el grueso hombre que entró — ella pudo ver una pequeña habitación y otra escotilla, un monitor en la pared mostrando las palabras, “Limpieza Completa del Ambiente.”

“¿Quién eres?” Preguntó Asia. Sabía que no obtendría respuesta.

Ni siquiera la contestaron. Sin decir palabra alguna, el hombre entró por la escotilla y la cerró tras él. Esta se plegó en la pared, sellando la habitación, y pitó una vez. Aún en silencio, usó un panel de control que había a la izquierda de la ventana de observación y un pequeño mostrador surgió de la pared a la altura de la cadera. El hombre sacó una bolsa del cinturón de su traje anti-contaminación y la abrió, sacó una Browning de Alto Poder, la quitó el seguro, y la dejó sobre el mostrador.

Asia puso una mueca burlona. “Las pistolas no me impresionan,” bromeó. “Últimamente, demasiados hombres disparan en falso. Es muy decepcionante.”

“No he venido a jugar contigo,” gruñó con un muy entrecortado acento Británico. Se volvió hacia ella, y Asia reconoció sus duros rasgos del día antes, en Méjico. “Respuestas. Ahora.”

“Me encantaría responderte,” dijo Emilio, levantando sus manos en un Mea Culpa. “Pero has dejado muy claro que mis habituales fuentes están lejos de mi alcance.”

El hombre se rió, y luego se recostó cuidadosamente sobre el pequeño mostrador que sobresalía de la pared. “Aunque te consiguiese un móvil, no te serviría de nada aquí. Necesitamos tu ayuda.”

Emilio se encogió de hombros. “Ni siquiera sé tu nombre. Ni siquiera he visto tu cara. No me puedes echar en cara ser cauto en estos días en los que vivimos.”

“Supongo que no.” El hombre descruzó sus brazos como para estrecharle la mano, y luego se echó hacia atrás. “Sparks. Nathan. Te estrecharía la mano, pero...bueno, no solo llevo este traje por mi salud.” Se detuvo, y luego añadió, “Bueno, en realidad si, lo que es parte del problema.”

“Por lo que me has dado un nombre,” dijo Asia, “o lo más seguro, un alias. Eso no cambia nada.” Señaló hacia la pistola. “Sé tan bien como tu… Tan pronto como acabes conmigo, me harás un agujero en la cabeza.”

Poole la miró con dureza. “¿Si te dijese que saldrás andando de aquí…?”

“…Te llamaría mentiroso,” contestó ella.

“No tenemos razón por la que matarte.”

“Mentiroso,” escupió ella.

“¿Deberíamos matarte,” dijo Poole, “cuando y ate estás muriendo?”

Emilio insistió. “No estoy mintiendo, Nathan. De verdad no sé de que estás hablando.”

“Entonces, ¿dar vueltas al mundo justo delante de las Hermanas Sicóticas es tu idea de lo que tiene que ser un viaje de placer?” A pesar de todo, Sparks se rió. “Sabes lo que quiero decir.”

“¿Las niñas del Khan? No, estás equivocado. Me persiguen por una cosa totalmente distinta.”

“¿Si?” Preguntó Sparks. “¿Estás seguro? Eso es un encuentro muy casual…”

“El Godzilla de los encuentros casuales,” musitó Emilio, sentándose hacia atrás lentamente, “pero tengo una historia con ellas.”

“Oh.” Sparks no pudo reprimir una sonrisa. Asintió. “Por supuesto. ‘La Rosa…’”

“Vosotros sois los que me intentabais cazar,” dijo Emilio. Se concentró en la cara de Sparks tras el visor, intentando ver su reacción. Algo estaba mal… “¿Verdad?”

“¿Qué?” Repentinamente, la voz de Asia era débil, temblorosa.

Poole no podía respaldar lo que acababa de decir con algo más concreto que los muchos años que llevaba enfrentándose a Kholera durante la Guerra Fría, pero suponiendo que el genocida perro no hubiese cambiado sus sitios… “Te estás muriendo,” repitió. “Y también como oro billón de personas. Y si conozco a Kholera, no se detendrá con eso.”

Asia extendió la mano, sus ojos fijos en su piel, el intrincado entramado de la edad empezando en lo que ella siempre había pensado que sería el largo invierno de su vida — incluso después de haberse puesto del lado del Dr. Kholera. Bajo los delicados cañones que corrían por el dorso de su mano, sus tenuemente visibles venas, llevando el traidor código que fue inyectado en su sistema antes de que todo esto empezase…

“Mintió,” dijo ella. Poole permaneció en silencio, esperando que las respuestas surgieran de ella. Momentos después, lo hicieron. “Es…” 

“¿Nuestra culpa…?” Emilio dejó de hablar.

“Tiene que ser,” asintió con tristeza Sparks. “Sois el más común denominador, el único vínculo entre todas las ciudades primarias. Estáis soltando la plaga en cada puerto como un Johnny Appleseed enfermo. Las gemelas aún no os han cogido porque no han querido. Uno de los hombres del Khan te debió infectar en Kam Ran.”

Emilio se quedó sorprendido. “¿Cómo?”

“Por la sangre, nos imaginamos. Una herida o una inyección.”

O un arañazo, comprendió Emilio. Tai-Tzu. “¿Por qué?”

Sparks se encogió de hombros. “El día en que rompa ese código será el día en que me retire. La vida sería mucho menos excitante si tuviésemos idea sobre que debemos esperar del Khan.”

Una más profunda serie de comprensiones golpearon a Emilio como una cadena de rayos. Todas ellas llevaban a una inevitable conclusión. “Dios mío,” susurró. “Los Franchise.”

Sparks inconscientemente se inclinó un poco hacia delante, pero Emilio no se dio cuenta. “El Khan es uno de Ellos,” dijo, levantando la vista, directamente hacia Sparks. “Es parte del Franchise.”

Constantes comprensiones empezaron a brotar de Emilio, enmarañadas confesiones sobre los últimos días, y más. “¿Pero por qué no matarme? No, no puede arriesgarse… La Casa Fortuna le destruiría. Él lo sabe… Pero esto…” Emilio agitó su cabeza.

“Arriesgándome a fastidiarte tu ego,” dijo Sparks, “esto es mayor de cualquier cosa que tengas entre manos con el Khan.”

Emilio esperó la frase final.

“¿Qué sabes sobre un doctor llamado Kholera?” Preguntó Sparks.

Emilio agitó su cabeza.

“Vale. En su momento necesitaremos escucharlo desde el principio, pero ahora mismo no tenemos tiempo, por lo que empecemos por el final. ¿Por qué Trevor Goodchilde?”

 

 

Miércoles, 21 de Julio, 2004
0415 horas GMT (5:15 de la madrugada, hora local)
Exportaciones Goodchilde – Niza

 

“Te puedo ayudar,” dijo Trevor Goodchilde, sus labios escondidos tras el tamborilear de sus dedos. “Por un precio.”

“Me parece bien,” respondió Emilio.

“Es una forma de hablar,” dijo Goodchilde. “No quiero dinero.”

“¿Entonces qué?”

“Un favor… por un favor.” Goodchilde conocía bien cual era la economía preferida de la Casa Fortuna — y que La Rosa no confiaba lo suficientemente en su gente como para transmitirles su dilema. El billonario se levantó y dio la vuelta a la mesa de su despacho, sacando una carpeta de uno de los cajones. “Nada que tengas que pagar hoy. Quizás algo cuando pongas en orden tu Casa.”

Emilio se rió. Estaba dispuesto a concertar deudas personales, pero el Sindicato no estaba sobre la mesa. “No hay trato,” dijo.

“No tenéis una buena posición para negociar, Sr. Thorne. Sospecho que tu vida será muy corta sin mi ayuda.”

“Me conoces, Trevor, y sabes que soy más que el Sr. Emilio Thorne. ¿Crees que me importa que él muera?”

Goodchilde se apoyó sobre la mesa, mirando a su invitado. “Y si te dijese, Sr. Thorne, que la gente que te persigue saben mucho más… sobre ti… de lo que tu te crees.” Levantó la carpeta, abierta, y se la mostró a Emilio, para que viese los detalles. Contenía muchos recortes de periódicos de La Rosa en China y por toda Europa durante los últimos días. Fotografías suyas en esos mismos lugares — Kam Ran, Shanghai, Mónaco, Niza… Cada vez, las mismas caras aparecían por detrás, vigilándole, manteniendo la distancia, pero claramente siguiéndole, persiguiéndole…

“Me has estado siguiendo,” dijo Emilio, intencionadamente metiendo en sus palabras ira.

“Si. También les he estado siguiendo a ellos.” Goodchilde señaló la gente que salía recurrentemente en las fotografías de la carpeta. “Como tú, Sr. Thorne, la Franquicia tiene muchas caras. Tu guerra se acaba de convertir en algo mucho más grande.”

“¿Quienes son?” Preguntó Emilio de las recurrentes caras.

“Viejos conocidos,” dijo distraídamente Goodchilde. “Unas cuantas… espinas en mi costado.”

Emilio esperó una respuesta mejor.

“Son una red de terroristas de élite,” explicó Goodchilde, “compuesta por agentes de inteligencia de la Guerra Fría — de ambos lados — y buscados criminales.”

La gente que busca Pitfal, Emilio mentalmente anotó varias de las caras “Buscadas” que había en la carpeta — una en especial, un hombre Británico, el llamado Poole. 

“¿Por qué quieres ayudarme? La Casa Fortuna nunca te dará un Asiento.”

“Si, lo harán,” dijo con confianza Goodchilde, “cuando se den cuenta que yo les puedo dar la Bestia. Les puedo entregar a la Franquicia sobre una bandeja de plata.”

“¿Cómo?”

“Hacemos que salgan de sus guaridas,” dijo Goodchilde, volviendo a ponerse tras la mesa. “Con el cebo adecuado, y—”

“¿Cebo?” Preguntó Emilio. No le gustaba como sonaba eso.

Goodchilde se incline hacia Emilio, sobre su mesa. “Es mejor correr cuando sabes de quien corres, ¿verdad?”

Emilio consideró la oferta.

“Además, estoy seguro que los Pitfall apreciarían una llamada de vez en cuando, alertándoles sobre donde pueden encontrar el pequeño grupo de mercenarios de la Franquicia. Cuando tropiecen, esto estará por todos lados — y podremos tener muchas más agradables conversaciones como esta… en Porto Cristo.”

“¿Y si soy yo el que tropiezo primero?” Preguntó Emilio.

No lo hagas, Sr. Thorne.”

 

 

Jueves, 22 de Julio, 2004
1041 horas GMT (11:41 de la mañana, hora local)
Edificio Futuro Iluminado - Ámsterdam

 

“Tiene algo,” asintió Sparks, tecleando en la Máquina del Caos.

“La plaga, por lo que yo sé,” dijo Poole.

Sparks ignoró la puya, moviendo su silla hacia otra consola que estaba sobre Alex. “Eso es solo para empezar. Es solo la piel estirada sobre unos huesos muy raros.”

“De qué estás hablando?” Preguntó Alex.

La silla de Sparks se apartó de la segunda consola y bajó hacia los otros, forzándoles a dar un rápido paso hacia atrás para evitar que les golpease. El Banshee se incline hacia delante, la excitación estaba clara en sus ojos. “Finalmente, Thorne puede haber demostrado que existe la Franquicia.”

Alex resopló, “Vale.

Sparks se rió, satisfecho de si mismo. “Creo que el viejo amigo de Dick, Kholera, es su hombre de paja.”

Fue el turno de Poole para ser escéptico. “Conozco a Kholera, Sparks. No es el tipo de persona que lleve el estandarte de otros.”

La consola ante Sparks pitó, distrayendo al Banshee.

“¿Otra vez te has equivocado?” Le dijo Poole.

“No… Es el análisis de sangre. ¿Qué quieres primero, las buenas o las malas noticias?”

“Las buenas, claro,” contestó Alex, pensando en el bárbaro que estaba en una de las celdas aisladas del edificio. “Necesito escuchar algo positivo.”

“Thorne y Asia van a vivir. Han sido inmunizados.”

“¿Esa es una buena noticia?” Contestó Alex.

“¿Y las malas noticias?” Preguntó Poole.

“El virus está mutando demasiado rápido para desarrollar una vacuna con lo que tenemos.” Sparks giro su silla hacia los demás. “Necesitamos al menos otra muestra inmunizada, quizás dos.”

Después de todo, quizás el día de Alex no iba a ser tan malo. Sonrió. “Creo que sé como obtenerlas.”

Veintidós minutos más tarde, la escotilla de la celda de Emilio volvió a abrirse, siseando. Esta vez entró Asia, sus ojos mirando al suelo, evitando su mirada. La puerta se cerró, deslizándose, tras ella.

“Lo siento,” dijo ella tras una larga pausa.

“¿Por qué?” Preguntó Emilio, sarcásticamente. “No fuiste tú la que me infectaste.”

“No, no fui.”

“Pero te aseguraste que infectase a todos los demás.” Emilio miró con frialdad a Asia. Quería que ella sintiese el calor de su traición, que comprendiese lo que ella le había hecho a él, a todo el mundo.

Y ella lo sintió. Algo dentro de ella se había roto. Quizás llevaba roto mucho tiempo.

Los ojos de Asia se llenaron de lágrimas. “No espero que me perdones,” dijo ella. “Nunca lo valdré. Solo quería pedirte perdón y decirte que…”

Ella finalmente vio los ojos de Emilio, su penetrante y despectiva mirada. A él no le importaba lo que dijese ella. Ni siquiera la estaba escuchando. Silenciosamente volvió a cerrar sus ojos y se volvió para marcharse. Fue a apretar el botón de llamada de la celda.

“¿Qué vas a hacer?” Preguntó Emilio. No la estaba escuchando, pero la estaba observando — y sabía que algo había cambiado.

“Les voy a ayudar,” dijo ella, sin volverse hacia él. No podría aguantar otra de sus silenciosas acusaciones. “Les hablé de la isla de Kholera, y…”

El intercomunicador de la celda zumbó. “…y nos va a ayudar a capturar a tus anteriores conquistas,” dijo la voz de Alex, “y tú también lo vas a hacer.”

 

 

Nota del Traductor. The Franchise = La Franquicia