Contener el Caos

Agenda de Extinción – 5ª Parte

 

por B. D. Flory

 

Traducción de Peter Banshee

 

 

Jueves, 22 de Julio, 2004
1534 horas GMT (4:34 de la tarde, hora local)
Ámsterdam

 

Las puertas del coche se abrieron con un suave click cuando se acercó Félix. Al menos Poole seguía prestando atención; últimamente había tenido demasiadas distracciones, había cometido demasiados errores. No estaba concentrado — o quizás estaba demasiado concentrado. Félix se subió al asiento de copiloto del Aston Martin Vanquish, una sonrisa bobalicona en la comisura de sus labios. “Los agentes especiales tenéis todos los juguetes bonitos, ¿verdad?”

Poole no entró al trapo. “¿Está listo?” Preguntó.

“Si,” asintió Félix, “estarán listos para subir ruedas ciando sean necesarios.” Cerró la puerta con su mano izquierda y miró a su compañero, al que conocía desde hacía mucho tiempo. Al apagarse la luz superior, vio una mirada fría en los ojos de Poole. Nunca abandonaron la carretera, aunque el Vanquish no se movía. Poole estaba en otro lugar, doce movimientos del juego más allá.

Félix se rió sin mucha convicción. “Esta vez les enseñamos varias cosas a esas gemelas, ¿eh, Richard?”

Poole aceleró y el contento zumbido del V12 se convirtió en un rugido. El coche giro en la calle y saltó hacia delante, zigzagueando entre el tráfico por la estrecha calle. Félix no estaba preocupado — no por el coche — pero en cualquier caso se ató el cinturón.

“Si,” repitió. “Todos los juguetitos más bonitos.”

Aún nada. Félix se hubiese conformado con una mirada enojada, pero nada — solo lluvia golpeando contra el calentado parabrisas, evaporándose en un solitario y efímero velo de vapor.

Poole hizo girar el coche fuertemente hacia la derecha, ignorando la luz roja, ni siquiera aminorando la marcha. Apartó un poco la cara, mirando hacia la derecha mientras el Vanquish giraba la esquina. No había apenas tráfico — no iba a haber una oportunidad mejor. Félix rápidamente apagó la ignición y agarró las llaves, retrocediendo hacia su lado del coche.

Mientras el vehículo se fue tranquilamente parando, la cabeza de Poole giró muy despacio hacia su pasajero. Parpadeó. Con fuerza.

Dos veces.

“¿Qué coño estás haciendo, Félix?” La voz de Poole no mostraba emoción alguna, pero Félix notó como temblaban los tendones del cuello del viejo.

“¡Por fin!” Exclamó Félix.  “¿Me podrías dedicar un momento, o intrépido jefe?”

“No tenemos tiempo para jueguecitos, Félix.”

El Australiano apretó los dientes. “¿De verdad? Tenía la impresión que últimamente solo pensabas en eso. Esa actitud caballeresca tuya—”

“¿Cómo se supone que debo actuar? Dime, Félix, porque está claro que no se puede confiar en mi para que actúe correctamente.”

“Pues parece que crees que está bien decirle a todo el mundo lo que tiene que hacer.”

“¡Alguien tiene que hacerlo! ¡Mira a tu alrededor!” Poole agitó la cabeza. “Nadie más está dando órdenes. Corren asustados. Este es el fin del mundo, Félix, y nadie se está ocupando de hacer lo que hay que hacer.”

“Solo tu.” La puya de Félix dio en el blanco. Para eso la había dicho. “Esto es un horror, Richard, no te lo discuto, ¿pero por qué es peor de lo que ha pasado una docena de veces? Vivimos en un mundo que está al borde del precipicio. Eso es lo que nos ha tocado.”

“Nunca antes ha sido así. Todo se está deshaciendo. Algo es distinto, Félix. Lo puedo sentir. Estamos perdiendo el control.”

Félix rompió a reír. “No te engañes. Nunca tuvimos el control.”

La cara de Poole era impasible, no había cogido el chiste. Félix continuó.

“Te conozco desde hace mucho tiempo, Richard. ¡Té me metiste en el maldito juego! Puedo decir cuando no estás en el. Esto es distinto, pero no es lo que nosotros hacemos lo que ha cambiado.” Esperó a que el viejo le mirase. “Eres tú el que has cambiado.”

Poole levantó una mano. “Deja de meterte con mi mente y dame las malditas llaves.”

“Todos nos fijamos en ti, Richard. Algunos de nosotros te idolatramos. Eres el mejor de todos nosotros. Eres la razón por la que somos Patriots.” Félix le dio las llaves. “No nos conviertas en peones.”

Poole agarró las llaves e hizo que el motor volviese a cobrar vida, su cara yendo de una mueca despectiva a… una sorprendida mirada al inclinarse sobre el volante, mirando hacia arriba. Félix también lo vio — una bandada de sombras pasando ante el sol poniente, borrosas, sobre los tejados. Helicópteros con fuselajes negro mate sin marca alguna, ignorando todas las leyes de la aviación, una fuerza militar que volaba confiadamente sobre una zona civil.

Pitfall.

 

 

El Coronel Shepherd tocó el hombro del piloto y el helicóptero Specter bajó rápidamente, volando entre los edificios de oficinas. Sin mirar hacia su comandante, el piloto levantó el puño y elevevantó el dedo índice hacia el cielo. Un kilómetro, fue la señal.

Ahora era solo cuestión de segundos. Shepherd volvió a repasar el plan por última vez. “TSA a equipos Trueno Silencioso,” dijo al micrófono que tenía en el casco. “Estatus.”

“Trueno Silencioso Uno, en posición,” llegó la primera respuesta.

“Trueno Silencioso Dos, en posición,” llegó la segunda.

“Trueno Silencioso Tres, en posición.”

Las respuestas fueron cortas y concisas. Todos estaban listos. El Edificio de Iluminado Futuro apareció ante ellos, justo al frente.

“Algo de privacidad, TS3.” Por debajo, Shepherd vio a vehículos sin marcar entrando en las calles, bloqueando el tráfico. Sabía que cosas muy parecidas estaban ocurriendo alrededor del objetivo, a una distancia de medio kilómetro, manteniendo a los civiles lejos de la batalla.

Bueno, a la mayoría.

“TS2: Llama a la puerta, por favor.” Pequeños puntos de fuego surgieron por la base de la torre, mandando cristales y trozos de acero a las calles que la rodeaban. “TS1, adelante. Solo recuerda. No quiero plomo en las paredes, solo en los cuerpos.”

“Afirmativo, TSA,” contestó la voz grave del Capitán Drake, jefe del primer equipo. “Ya le habéis escuchado. Vayamos de caza.”

El Coronel Shepherd hizo una señal al piloto para que les subiese a una altitud táctica, desde donde pudiese ver el resto del espectáculo.

 

 

Sparks tecleó su código de acceso tan rápido que el teclado no registró cada toque. “¡Venga, coño, no te me vuelvas ahora pejiguero!” El cierre se abrió en la segunda intentona.

“Bienvenido otra vez, Bedlam,” susurró la suave y femenina voz del edificio.

“¡Solo abre la puta puerta!” Se puso de rodillas tan pronto como la puerta se empezó a elevar, rodando por debajo de ella. Ya estaba corriendo antes de que la puerta estuviese totalmente abierta, rodeando a la Máquina y lanzándose a la silla de su consola. Insertó su mano derecha en un agujero cilíndrico que había en la máquina y empezó a teclear órdenes con su izquierda. Sensores dentro del cilindro registraron el reloj que tenía en su pulsera y uno de los transmisores de la Máquina del Caos se conectó con la memoria del reloj. Sparks tecleó para que todos los archivos en los que había estado trabajando esta última semana se copiasen al reloj, más todo lo que había encontrado sobre la Franchise. Ya los ordenaría después. Ahora mismo se tenía que asegurar que no caía en las manos inadecuadas.

Y Pitfall definitivamente era las manos inadecuadas.

Alertas parpadearon llamativamente los monitores cercanos, advirtiendo:

>>INMINNETE ROTURA DEL PERIMETRO<<.

“Cuéntame algo que no sepa,” susurró. Pero sus palabras fueron ahogadas por los continuos sonidos de disparos en los pesos inferiores.

Sacó su mano del cilindro y golpeó con su pie derecho el pedal de subir de su silla de la consola. Sus dedos nunca abandonaron el teclado mientras la silla subía dos filas, y para cuando llegó a la consola adecuada, el monitor ya mostraba la correcta línea de comandos.

CONFIRMAR COMANDO: EJECUTAR ROTURA DE CAOS: S/N?

Sparks se detuvo, su dedo justo encima de la tecla S. Su mente corría veloz.

Aún no, pensó. Un cabo suelto más…

Tecleó la tecla N y empezó a trabajar.

 

 

“Informa,” ladró Shepherd. Habían pasado casi dos minutes desde que el equipo de Drake hiciese volar las puertas del tejado y aún no habían llegado a la Máquina. Ahora corrían saliendo a la pista de aterrizaje de helicópteros del edificio envueltos en una nube de humo negro-azul. La mayoría de ellos se estaban arrancando sus máscaras de gas y tirándolas a un lado, cayendo bajo la nube. Pero unos pocos — Drake incluido — corrían, manteniéndose por delante del gas.

“Algún tipo de gas lacrimógeno ácido,” respondió Drake, “que ha salido por las paredes sobre el centro de control. Aún podemos hacernos con el, pero necesitamos entrar por la cara este.”

Los hombres de Drake que aún quedaban conscientes anclaron cables de rappel por el costado este del tejado, preparándose a dejarse caer por el reflectante y liso caparazón del edificio. Shepard hizo una señal al cañonero del Specter y el cañón Vulcan iluminó el cielo nocturno, soltando cientos de balas por las ventanas del objetivo. Claramente, el cristal estaba diseñado para aguantar disparos, pero no a este calibre ni velocidad de fuego, y varios segundos más tarde, se astilló y luego rompió.

 

 

Alex se agachó y giró, su pierna dando una viciosa patada. Escuchó romperse el cartílago de la rodilla del matón de Pitfall, y cuando este cayó al suelo, le pateó el esternón, sintiendo como se rompían varias de sus costillas. Tosió una vez, con dolor, y dejó de moverse.

“¿Te pillo en un mal momento?” Dijo la voz de Poole en sus cascos.

Ella sonrió, rapazmente, a pesar de estar solo en el hangar de aviones del edificio. “No me distraigas.”

“No se me ocurriría. ¿Está Sparks contigo?”

“Está arriba. Despidiéndose, creo.”

“Bueno, será mejor que corte el cordón umbilical, a pesar de que Pitfall está a punto de hacerle una ruda visita.”

 

 

“¿Crees que es tu gente?” Preguntó Asia, asomándose por la rendija de la puerta de su celda. El suelo más allá estaba oscuro, iluminado solo por pálidas bombillas de magenta de emergencia.

“No es nuestro estilo,” contestó Emilio, desde el otro lado del pasillo. “¿Los tuyos?”

Ella agitó su cabeza. “Después de lo de España, estoy bastante segura que el buen doctor se ha hartado de mi.” Ella miró nerviosamente a su alrededor. “Pero la verdad es que tiene muy mal humor…”

Ambas celdas chasquearon y se abrieron. Asia dio un salto hacia atrás, sorprendida, y luego, cautelosamente salió para mirar.

“Esta es vuestra señal para salir corriendo,” dijo una voz por el intercomunicador del corredor. “Según sé, tenéis experiencia.”

“¿Sparks?” Preguntó Emilio, reconociendo la voz. 

“Los Pitfall están dos pisos por debajo vuestro. Conservadoramente diría que tenéis cuarenta y cinco segundos. Ahora e—”

Una violenta ráfaga surgió en algún lugar por encima de ellos y el intercomunicador se calló. 

Emilio y Asia se miraron expectantes, ninguno de ellos sabía lo que hacer ahora.

“Eso ha sido generoso,” dijo finalmente Emilio. “¿Te buscan los Pitfall por algo?”

“No, ¿y a ti?”

“No a ningún nombre que aún use.”

Varias miradas más cruzaron el oscuro pasillo, con confusión.

“¿Crees que debemos salir corriendo?” Preguntó Asia tras varios segundos.

“Creo que si.”

Emilio agarró la mano de Asia y se dirigieron hacia la salida.

 

 

La ventana que daba a la bahía este tras la Máquina del Caos se desplomó en una lluvia de trozos de espejo. Instintivamente, Sparks se agachó, golpeando con su pie izquierdo en su pedal para mandar la silla a la fila inferior. Segundos más tarde, media docena de hombres vestidos con trajes tácticos oscuros se descolgaron por la abertura, cubriendo su entrada con los sub-fusiles levantados.

“Nathan Sparks, aka BEDLAM,” gritó el Capitán Drake. “Por orden de la Doctrina de Un Mundo, se te han revocado los privilegios civiles. Entrégate desarmado y nos evitaremos una bolsa de cadáveres.”

Sparks escuchó como las tropas rodeaban la Máquina. Abrió una pequeña caperuza que había en el brazo derecho de su silla y apretó con el dedo el pequeño botón que había dentro, cerrando fuertemente sus ojos. “Vale, Doonesbury, es el momento de brillar.” Al rodear la esquina los soldados Pitfall, todas las luces de la habitación se iluminaron con la luz de un pequeño sol. Sparks escuchó gritos de sorpresa por ambos lados, pero en cualquier caso se deslizó de la silla, por si alguno había apretado los gatillos mientras caían presos de un ciego pánico.

Contó hasta cinco y abrió los ojos, parpadeando para borrar de su retina el flash y se encontró a uno de los hombres aún de pie — un duro Americano de unos cuarenta años, cuyo cañón de su pistola estaba a unos centímetros de su nariz.

“Veo que los jefes estaban equivocados,” dijo Drake. “Después de todo, no eres muy listo.”

Sparks aulló de dolor cuando Drake disparó un tiro a su muslo izquierdo.

“No habrá bolsa de cadáveres, pero parece que vamos a malgastar un poco de gasa,” dijo Drake. “Aunque probablemente podamos ahorrarnos los calmantes.”

Sparks tembló cuando otro disparo sonó en la habitación, pero no sintió dolor alguno. Calor inundó su cara y momentáneamente tuvo un acceso de pánico, seguro que Drake había alcanzado algo más vital esta vez. Pero cuando el cuerpo de Drake cayó lentamente ante él, un agujero carmesí de centímetro y medio donde su nuez había estado un momento antes, se dio cuenta de lo que había pasado.

A veinte metros de allí, en la puerta de uno de los muchos corredores de escape del edificio, Alex bajó su Sig-Sauer P-229. Otra oleada de tropas entró por la rota ventana mientras ella llegaba junto a Sparks y le ayudaba a ponerse en pie.

“Espera,” dijo él mientras ella le arrastraba hacia la salida. Débilmente intentó alcanzar la silla de control.

“No hay tiempo, Sparks,” dijo ella. “Ha llegado el momento en que el capitán abandone el barco.”

 

 

“¿Alguna brillante idea?” Preguntó Asia, respirando pesadamente. Ella y Emilio se acurrucaban en un tramo de escaleras cerca del hall de entrada principal del edificio de Iluminado Futuro — un hall de entrada lleno de agentes Pitfall.

“Vamos hacia arriba,” contestó rápidamente Emilio.

“¿Y luego qué?” Preguntó ella.

“Entonces te tocará a ti tener una idea brillante.” 

 

 

“Con cuidado,” dijo Alex, veinte minutos después, mientras ayudaba a Sparks por la oculta escotilla que daba al sótano del edificio.

Por debajo, Félix se acercó desde el sur, donde el Vanquish les esperaba para sacarles lejos del área de contención. “No nos han detectado aún, pero muy pronto alguien va a notar que ese escuadrón ha desaparecido.”

“Estupendo,” dijo débilmente Sparks. “¿Alguna pierna de sobra por ahí abajo?”

“Ha perdido mucha sangre,” dijo Alex.

“Estará bien,” dijo Poole, cogiendo a Sparks en brazos.

“Mi héroe,” dijo monótonamente Sparks, algo mareado.

“Toma esto,” le dijo Poole a Félix, entregándole a Sparks.

Pero el hacker agarró el brazo de Poole, hacienda que se inclinase hacia él. “No tuve tiempo para hacer que cayese el sistema. Tienen la Máquina.”

La expresión de Poole fue de seriedad. “Pero tienes los datos,” dijo. “Dime que tienes los datos.”

Sparks levantó su mano derecha, el reloj, que no había sido dañado, aún atado a su muñeca.

“Al menos tenemos eso,” dijo Poole mientras volvían a meterse en las alcantarillas.

 

 

Jueves, 22 de Julio, 2004
1618 horas GMT (5:18 de la tarde, hora local)
Ámsterdam

 

El Coronel Shepherd se puso en pie junto al cuerpo de su antiguo jefe de equipo y pensó en el resultado del ataque. Había sido una victoria pírrica, pero una victoria importante. Finalmente habían conseguido que los problemáticos Banshees estuviesen huyendo.

Llamó al Sargento Wells, cuyos equipos de técnicos manoseaban la llamada ‘Máquina del Caos,’ y le pidió que le pusiese al corriente.

“Aún la estamos estudiando, señor,” dijo Wells, “pero por el momento parece que está todo aquí.”

“Lo primero es encontrarles,” le dijo Shepherd al joven. “Les quiero entre rajas y quiero detener este virus, pronto.”

“Señor.”

Wells se volvió hacia la Máquina, concentrándose en comprender la interfaz. Era compleja, más allá de todo con lo que había trabajado antes, pero estaba bastante seguro que lo desentrañaría antes de que pasase mucho tiempo. Ahora, viendo la información que le podía proporcionar… Eso podría llevar meses. Pero no se lo iba a decir al Coronel. No, pensó que sería mejor estudiarlo durante un tiempo y esperar a que la información necesaria estuviese cerca.

 

 

A varios monitores de allí, una pantalla parpadeó un aviso silencioso, un solitario cursor intermitente en una esquina de una colección de ignorados datos sobre la seguridad del edificio.

>> RUPTURA DEL AISLAMIENTO DEL VIRUS :: EVACUAR EL EDIFICIO