El Derruido Reino, Parte 2

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

Traducción de Oni no Pikachu

           

 

La pared de roca aislaba el atolón entero, calmando el viento y evitando cualquiera que no desafiara el inhospitalario terreno y expusiera a la furia del shojo, independientemente aquellos estuvieran, nunca verían el interior. De muchas maneras, era el lugar de escondite perfecto.

“Mi padre encontró este lugar durante su visita hace muchos años,” dijo el joven extranjero, como si leyera la mente de Kalani. “Se dio cuenta inmediatamente que era el lugar perfecto para un astillero. Tenía sus shugenja que crearon la pared de roca para ocultarlo, y de algún modo usó la magia para llegar a un acuerdo con el shojo.” El muchacho frunció el ceño ligeramente. “Nunca he entendido como funcionaba realmente. ¡Pero no importa! Después de que se marchó para volver a su Imperio, dejó una pequeña fuerza de hombres y mujeres detrás para mantener el astillero.” Su sonrisa reapareció, ensanchándose de oreja a oreja. “Y como puedes ver, estas pocas décadas pasadas no han sido años ociosos.”

Moshi Kalani se arrodilló sobre la cubierta del barco y recorrió con su mano la superficie de madera. “Nunca he sentido una cubierta tan suave,“ refunfuñó casi para sí mismo. Alzó la vista hacia el joven. “¿Anshu,” dijo, tropezando con el extraño nombre, “dónde están los que construyeron esto? ¡Debieron ser docenas!”

“Quedan ocho de vuestros Rokuganies,” dijo Anshu. “Había más, pero murieron de viejos, de enfermedad, o en algunos casos asesinados.”

“¿Asesinados?” entonó Tsuruchi Gidayu. “¿Qué quieres decir?”

“Hay un horrible culto que infesta esta tierra,“ dijo Anshu, su cara con una rara expresión solemne.”Ellos solo saben de las actividades de mi padre aquí, y ellos solo tienen la audacia para atacar a sus vasallos. Ninguno que haya venido alguna vez aquí ha sobrevivido, pero ellos han exigido un precio. “

“Ocho hombres,” dijo Kalani, recorriendo con su mano la madera otra vez. “No veo como es posible. ¡Estos,” gesticuló, abarcando los barcos en el atolón, “hay tantos! ¡Y son tan enormes!”

“La familia de mi madre ayudó,” dijo Anshu con obvio orgullo. “Toda su familia se unieron aquí. Docenas de hombres y mujeres. No eran constructores de naves, dijo mi madre, pero aprendieron rápidamente y podían seguir los diseños que vuestros hombres crearon.” Se rió. “Les llevó cinco años dar con el diseño que acordaron era el mejor. Fue llamado atakebune. Los hombres de mi padre dijeron que serían los navíos más grandes y más peligrosos sobre vuestro mar.”

“Los hombres de tu padre tenían razón,” reconoció Gidayu. “¿Qué son aquellos?”

“No sé el nombre,” dijo Anshu.

“Se parecen a las balistas que usa el Cangrejo sobre la Pared de Carpintero,” dijo Kalani. “Más pequeñas, sin embargo”

“Son magníficos,” reconoció Gidayu.

“Estos atakebune se parecen al koutetsukan,” dijo Kalani. “No lo parecían a lo lejos, pero hay semejanzas definidas.”

“Conozco la palabra,” dijo Anshu. “¿Tortugas de acero, no?”

“Tortugas de acero, sí,” dijo Kalani. “El casco de aquellos barcos está recubierto con hierro. Eso los hace muy difíciles de dañar, pero también muy lentos.”

“Las vigas de esos barcos tienen refuerzos metálicos,” siguió Anshu. “Sin embargo sus hombres dijeron que navegarían haciendo círculos alrededor de las tortugas de hierro.”

“¡Son enormes!” dijo Gidayu. “Podrías tener más de cien hombres sobre ese navío y todavía tener espacio para la carga más grande que cualquier kobune alguna vez podría esperar llevar.”

“¿Qué significa la Cuarta Tormenta?” preguntó Anshu de repente. “Siempre me lo pregunté.”

“El Clan Mantis organiza sus barcos en flotas llamadas Tormentas,” explicó Kalani. “Hay tres actualmente, pero esto…” su voz se apagó. “Podría esquilmar la Segunda Tormenta entera y no tendríamos casi bastante tripulación para esta flota de barcos.” Sacudió su cabeza. “No sé que hacer con ellos. No puedo llevar de vuelta todos al Imperio.”

“Quizás podríamos reclutar algunos de la gente de Anshu,” observó Gidayu, todavía mirando fijamente con amor al pequeño modelo de balista construido sobre la cubierta. “Tendríamos que mantenerlo en silencio, desde luego. No tiene sentido enardecer a otros clanes por traer aún más extranjeros al Imperio, no todavía.”

“Es improbable,” dijo Anshu, excepcionalmente ensuavecido. “Sospecho que estarías más que en apuros para encontrar suficiente gente para enrolar media docena de estos como mucho.”

“¿Qué?” dijo Kalani. “¿Por qué?”

Anshu sólo volvió la cara. Kalani comenzaba a presionar con el tema cuando oyó el rugido de palabrotas en algún lugar cercano. Buscó y oteó el horizonte, sonriendo ligeramente cuando vio al anciano Komori permaneciendo sobre la pared de roca observando el atolón. “¡Komori!” gritó, haciendo señas. “¡Aquí!”

Había algo conmovedor en la brisa, y la voz del anciano estuvo en su oído de repente. “¡Por el ojo perdido de Akodo, muchacho!” farfullo en un susurro. “¿Cuál es el significado de todo esto?”

“Te lo explicaré en persona,” contestó Kalani. “¿Me necesitas?”

“Espero con impaciencia la explicación,” dijo el viejo sacerdote, “pero sí, te necesito. Es Singh. Ha vuelto.”

 

 

Yoritomo Singh se quitó su omnipresente turbante y lo dejó a un lado, dando un largo trago a una botella de arcilla que estaba sobre la mesa. Dejó la botella y se limpió la boca con el dorso de la mano. Parecía años más viejo que lo parecía sólo unos días antes, pensó Kalani. El gaijin bajó su cabeza y no encontró los ojos de Kalani. “Se ha ido,“ dijo, con su voz ronca.

Kalani echó un vistazo a los otros miembros del equipo que habían acompañado a Singh en su corto viaje. “Lo siento, no entiendo. ¿Qué quieres decir?”

Aquí Singh buscó y encontró su mirada fija. Los ojos del extranjero parecían atormentados. “Se ha ido,” repitió. “Todo esto.”

Interiormente preocupado que el hombre pudiera haber sufrido algún tipo de depresión nerviosa, Kalani miró a Yoritomo Rui, capitán del navío sobre el cual Singh había viajado. “Según ordenasteis,” comenzó Rui, “navegamos hasta la costa después que el resto de la flota hubiera recalado. Según la valoración Singh-sama, había una ciudad con puerto principal localizado aproximadamente a ocho horas siguiendo el borde de la costa.”

Kalani cabeceó. “Has estado fuera durante dos días. Temimos que pudieras haber desaparecido en el mar.”

Rui suprimió una burla, pero no antes de que Kalani la avistara emergiendo de sus labios. “Ninguna tormenta puede tomar la Flor de Fuego,” contestó. “Mi barco lo hizo justamente en seis horas, como esperaba.”

“¿Y la ciudad?” preguntó Kalani. “¿Se ha… ido?”

“No,” contestó Rui. “Está todavía allí. Está simplemente muerta.”

“Si puedo ser franco, tus vagas respuestas comienzan a molestarme,” dijo Kalani débilmente.

“La ciudad está muerta,” dijo Singh en voz alta. “Todo está destruido. Apenas un edificio permanece intacto en toda el área. No había nadie allí. Ni una persona en toda la ciudad. Miles de lo que solíamos llamar casas. Docenas o incluso cientos de barcos atravesaban su puerto cada día. Ahora el fondo del mar está lleno de barcos hundidos.”

“Por las fortunas,” juró Kalani. “¿Por eso fuisteis más lejos que lo planeado?”

“En una manera de decirlo,” dijo Rui. “Al principio buscábamos supervivientes por la insistencia de Singh-sama.”

“¿Al principio?”

Rui cabeceó. “Después de que no encontráramos ninguno, gastamos una parte mayor de tiempo buscando víctimas.”

“¿Víctimas?” Kalani estaba horrorizado. “¿Buscaste a los muertos?”

“Sin encontrar nada,” confirmó Rui.

“Cada alma viviente de la ciudad se ha marchado,” dijo Singh, en tono desesperado. “No permanecía ningún hombre, mujer o niño. Y ni un cuerpo, ni un esqueleto, ni siquiera tumbas. Nada.”

Kalani se levantó y paseó por la tienda. “¿Guerra?” dijo después de un instante de consideración. “¿Si la ciudad fue borrada hace mucho tiempo, podrían sus restos haber desaparecido?”

“No,” dijo Komori tranquilamente. “Los huesos permanecen muchos años, y no hace mucho el Mantis estuvo aquí la última vez. O Singh, en realidad.”

“¿Podría la ciudad haber sido conquistada y sus ciudadanos esclavizados?” dijo Kalani. “¿Había signos de marcha forzada o algo similar?”

“Nada,” dijo Rui. “No quiero sonar tonto, comandante, pero encontré toda la experiencia sumamente inquietante.” Vaciló, y miró tanto a Singh como al joven que estaba de pie silenciosamente detrás de Kalani.” Había otra cosa,” comenzó.

“En la ciudad había una colina,” interrumpió Singh de repente. Sus ojos habían tomado una mirada perdida. “La vista era completa. Podías ver barcos millas a lo lejos, hasta que eran sólo motas sobre el horizonte.” Rió ligeramente. “Si te girabas en otra dirección, podías ver las montañas más allá. Si las condiciones fueran solamente perfectas, podías ver entre los picos y distinguir la forma distante del palacio del Maharajá en los lejanos confines del interior. Solía ir allí a verlo a menudo.” Bajó su cabeza.” Las condiciones eran perfectas el último día que estuvimos allí. El palacio del Maharajá había desaparecido. No había nada entre los picos.”

“¿Qué es el Maharajá?” preguntó Rui.

“Su Emperador,” contestó Kalani. “Su Palacio Imperial, quizás la Ciudad entera Imperial, puede haber sufrido el mismo destino que el puerto que visitaste.” Miró un momento a Singh, que parecía completamente perdido ensimismado. “¿Qué más encontraste, Rui?”

“¿Qué?” El capitán pareció asustado.

“Dijiste que había otra cosa,” insistió Kalani. “¿Qué? ¿Qué era?”

Rui lamió sus labios. “Uno de mis oficiales, Aranai… pasó tiempo entre los Tsuruchi. Es una exploradora dotada y… bien, francamente disfruta explorando y eso está bien. Mientras el resto de nosotros ayudábamos a Singh, le di permiso para buscar alrededor de la ciudad y encontrar algo, algo, que nosotros pudiéramos usar.”

“¿Y?” exigió Kalani.

Rui dejó un pergamino. “Encontró un símbolo dibujado en las ruinas. Lo encontró más de una vez, en múltiples sitios en todas partes de la ciudad. Siempre oculto, sin embargo. Nunca donde pudiera ser visto fácilmente.” Le dio a Kalani el pergamino. “Lo tenía reproducido. Singh-sama ya se había retirado a la cabina para el viaje, pese a todo. No lo ha visto. “

Kalani miró del pergamino al extranjero, pero no mostró ningún signo de que hubiera escuchado el informe del capitán. El comandante frunció el ceño, pero abrió el pergamino. “Esto no significa nada para mí,” admitió. Lo extendió sobre la mesa. “Singh, tómalo…”

Los ojos de Yoritomo Singh ardieron. “¡Ruhmalites!”

“¡Escoria sectaria!” explotó Anshu detrás de Kalani. Se inclinó hacia adelante y escupió sobre el símbolo.

Rui se retiró con horror, y Kalani se preguntó si un poco de la baba del muchacho le había alcanzado. Cogió su espada. “No sé quién eres, tú pequeño chucho asqueroso,” escupió…

“No,” Kalani levantó una mano. “Anshu aún no entiende nuestras maneras, pero no será dañado por ningún Mantis a menos que desee permanecer en el clan. ¿Está claro?”

Rui le miró sorprendido, pero bajó despacio su arma. “Como usted diga, comandante.”

Kalani miró sobre su hombro hacia Anshu. “¿Sectarios dijiste? ¿Los que atacaron el astillero y trataron de asesinar a los constructores de naves Mantis?”

“Los mismos,” dijo Anshu. Su expresión enfadada dejó paso a la confusión mezclada con la vergüenza. “…yo no sé mucho más sobre ellos, francamente.”

Kalani se volvió hacia el otro hombre que se sentaba en la mesa. “He oído ese término antes, brevemente, en referencias en la guerra de Aramasu-sama aquí. ¿Qué significa ‘Ruhmalites’, Singh-san?”

El anciano le miró fijamente impávido. “Quiere decir que debemos dejar esta tierra inmediatamente.”

 

 

Kalani se sentó solo sobre la extensión de la playa, mirando fijamente al mar. El papel con la señal que el equipo de la Flor de Fuego había encontrado estaba ligeramente arrugado sobre la arena detrás de él, abandonado, pero no olvidado. Miró fijamente a las olas infinitas delante de él, perdido en su pensamiento. Escuchó, pero no reaccionó al revolver suave de la arena como que alguien más se acercaba. No dijo nada durante varios minutos mientras el otro individuo permanecía silencioso, en espera. “¿Otra crisis?” preguntó finalmente. “Supongo que esto es como estar al mando. ¿Tienen los Campeones de Clan que aguantar este tipo de responsabilidad todo el tiempo? No lo puedo imaginar.”

“Eso depende del clan, supongo,” dijo Komori, sentándose al lado de Kalani y comenzando inmediatamente a cepillar irritado la arena de sus trajes. “Clanes más pequeños tienen menos problemas, que aquellos de mayor importancia. Me imagino que lo contrario es igualmente cierto.”

“No sabría,” admitió Kalani. “Nunca he sido más que un primer oficial, y era aún más responsabilidad que la que deseé.”

“¿Qué deseas?” preguntó Komori. “Siempre he deseado saberlo. Tu nombre alguna vez ha estado en los labios de los que observan los remolinos políticos y corrientes dentro del Mantis, pero nunca pareciste poseer ambición o avaricia.” Se encogió.” Unos lo consideran una debilidad, pero yo no lo hago.”

“Deseo sólo la paz,” dijo Kalani. “Libre de cargas, para encontrar mi lugar en el mundo sin interferencias.”

“¿Es por eso qué aceptaste esta misión?” preguntó Komori. “¿Por qué le prometieron esa paz si tenías éxito?”

“Acepté esta misión porque era el deseo de mi señor Naizen que lo hiciera así,” contestó Kalani. “Y contrariamente a lo que unos puedan creer, el deber es la cosa más importante para mí, mucho más que cualquier propio pequeño deseo.” Se dio la vuelta para mirar al anciano. “No soy un cortesano o un sacerdote. Soy un guerrero, y es mi deber servir a mi Campeón en cualquier competencia que desee. No acepté una misión, simplemente acepté mi destino.”

“Umh,” dijo Komori.” Cuando la mayoría dice cosas así, pienso en ellos como profundos tontos incapaces de una respuesta más compleja. Sin embargo pareces demasiado sincero para eso.”

“Gracias. Creo.”

Los dos hombres estuvieron sentados silenciosamente un rato, mirando el mar. “¿Qué haremos ahora?” preguntó Komori.

“No sé,” dijo Kalani al instante. “Ya ha pasado más cosas que lo  que yo podía haberme imaginado. Nuestra tarea era consultar con los señores de los Reinos para encontrar todo lo que pudiéramos sobre Kali-ma y su ejército. Ahora encuentro que ellos están muertos o desaparecidos.”

“¿Deberíamos buscarlos?”

“Podríamos, pero apenas veo el motivo,” dijo Kalani. “No encontraremos nada. Tengo Gidayu organizando los Tsuruchi en patrullas de exploración de largo alcance, pero sé lo que encontrará.” Miró a Komori. “¿No?”

“Sí,” admitió Komori. “Esto es una tierra muerta.”

“Un reino derruido,” estuvo de acuerdo Kalani.

“¿Cuánto tiempo antes de que volvamos?” preguntó Komori. “Tendremos un viaje difícil cada día que pasa. El invierno se percibe cada vez más cerca.”

“Allí reside el verdadero problema, “ admitió Kalani. “Para realizar nuestro deber tenemos que estar aquí un mínimo de unas semanas, quizás un mes. No podemos volver hasta que nosotros tengamos algún tipo de respuesta, sea lo que sea. Esto nos dejaría navegando a casa en el áspero invierno de Rokugan. No es una situación ideal, de ninguna manera.”

“¿Hay aquí algún invierno?” se preguntó Komori.

“No sé, pero debemos asumir que lo hay,” dijo Kalani. “Y pasaremos el invierno aquí. No podemos marcharnos antes de que la primavera deshiele el Imperio.”

“¿El invierno entero?” gritó Komori. “¿Estás loco? ¿Sin refugio, ni fuente lista de alimento? No podemos invernar aquí. Se suponía que estaríamos en un puerto aliado, donde nosotros podríamos hacer trueque por provisiones. ¿Qué debemos hacer sin el puerto?”

“Pensé que era obvio,” dijo Kalani. “Construiremos uno nosotros.”

Mientras los dos hombres estaban sentados, el sol comenzó a resbalar por debajo del horizonte. Se puso sobre el Clan Mantis, señores de los Reinos de Marfil.