El Siguiente Paso

 

por Nancy Sauer

Editado por Fred Wan

Traducción de Mori Saiseki

        

 

Las hojas del sauce eran del rico color verde-oro de la primavera y sus ramas colgaban elegantemente en el arroyo. En la cercana pradera salpicada por el sol Gukgi paseaba, pastando la hierba nueva y flores de brillantes colores. Utaku Kohana estaba sentada con la espalda contra el tronco del sauce, absorbiendo la paz de todo ello. Odiaba cada momento de su lucha contra los Destructores, pero no se había estremecido por las órdenes de su Emperatriz, no había deshonrado a su familia ni a las Doncellas de Batalla. ‘Haz tu corazón más grande,’ se recordó a si misma. Algún día se volvería tan fuerte que no temería ser enviada al sur. Algún día.

Hasta entonces, tenía otras cosas que hacer. Kohana metió la última bola de arroz en su boca y se puso en pie. Necesitaba regresar rápidamente a Toshi Ranbo; sus amigos quizás habían decidido que hacer, y no quería que se fuesen sin ella. Inspiró, preparándose para llamar a Gukgi, y de repente algo chocó contra ella por detrás y la lanzó de bruces contra el suelo. Kohana luchó por ponerse en pie, pero un peso se asentó sobre su espalda y fuertes dedos rodearon su cuello y empezaron a apretar.

“Mi hermano no regresó, pero tu si, y mentiste a los centinelas cuando atravesaste las puertas,” dijo una voz en su oído. “¿Me pregunto por qué?” Los dedos apretaron con más fuerza.

La hermana de Aki, pensó Kohana. Akio. Cuando manchas negras empezaron a nadar por su vista intentó apartar los dedos de la mujer de su garganta, pero su único efecto fue el de hacer que la Hiruma apretase más. Kohana intentó quitársela de encima, pero eso simplemente hizo que las manchas fuesen más grandes. Desesperada, Kohana intentó hablar, intentó explicar que Aki había muerto como un héroe, pero ninguna palabra pudo atravesar la sujeción de Akio. Las manchas se extendieron hasta llenar todo su mundo.

De repente, el peso sobre su espalda desapareció y Kohana podía volver a respirar. Al principio no podía hacer otra cosa que estar tendida ahí jadeando e intentando respirar, pero casi inmediatamente los mezclados sonidos de gritos y enfadados relinchos la llamaron la atención. Miró y chilló de horror. “¡Gukgi! ¡No!” Graznó. El caballo de batalla estaba sobre el tendido cuerpo de Akio, una pata levantada para aplastar su cabeza, pero se detuvo para mirar a su jinete. “No,” insistió Kohana con voz más fuerte. Consiguió ponerse en pie y llegar hasta ambos. “No la puedes matar – esto es simplemente un malentendido. Piensa que ayudé a matar a su hermano.” Gukgi la relinchó, claramente sin estar convencido, y Kohana puso su hombro contra el del caballo y empujó. “¡No! En serio.” A regañadientes, Gukgi retrocedió unos pasos, y Kohana se volvió hacia Akio. La exploradora estaba intentando ponerse en pie, pero estaba claro que tenía mucho dolor y se sujetaba las costillas de su lado izquierdo. Kohana puso un gesto de dolor en simpatía. Gukgi la había coceada varias veces por accidente, y se podía imaginar lo que podía ser cuando lo hacía a propósito.

“¡Hiruma-san, escúchame, por favor! Quieres vengar a tu hermano, y eso está bien, pero no soy yo a quien quieres matar. Cuando te lo haya explicado lo entenderás.”

“Lo podrías haber explicado antes,” dijo Akio. “Ahora no me interesan tus mentiras.” Sacó dos cuchillos de la bandolera que tenía.

“No lo pudimos explicar entonces,” dijo Kohana. Gukgi hizo un sonido de preocupación y se apartó de Kohana, mirando a Akio. “Pero ya hemos visto a la Emperatriz, con lo que te lo puedo contar todo.”

Akio había estado prestando atención alternativamente a la Doncella de Batalla y a su caballo, pero ahora se detuvo y se concentró en Kohana. “¿La Emperatriz? ¿Qué tiene ella que ver con esto?”

“Todo,” dijo Kohana. “Ella, y la Profecía, y los Destructores – Tu hermano murió llevando honor a tu clan. Te lo contaré todo, si aceptas no matarme hasta que acabe.”

“¿Y cuándo acabes?”

“Cuando acabe no querrás hacerlo,” dijo Kohana.

Akio miró a la Unicornio durante un momento, buscando en su cara signos de otra traición, y luego envainó sus dagas. “Te escucho,” dijo.

 

 

Akodo Shunori hizo anotaciones en algunos trozos de papel, y luego los colocó cuidadosamente en el mapa que tenía ante él. “El estado actual de la guerra en el sur,” anunció cuando acabó.

“Por lo que tu sabes,” dijo Yoritomo Saburo. Se dirigió a la mesa y estudió el mapa.

“Si, pero mi conocimiento es bastante completo,” dijo Shunori. “Ha sido sorprendentemente fácil conseguir respuestas a mis preguntas.”

“No tan sorprendente, Akodo-san,” dijo Kakita Hideo. Se unió a Saburo en el estudio del mapa. “Hemos tenido una audiencia con la Emperatriz — la gente siempre está dispuesta a hacerle favores a alguien con conexiones Imperiales.”

No es una gran conexión, estuvo a punto de objetar Saburo, pero luego se lo pensó mejor. Ahora vivían en una casa que les había proporcionado la Emperatriz, y Kohana había sido enviada al sur por orden de la propia Emperatriz; ¿cuántos samuráis podían decir que la Emperatriz conocía su nombre? “Cuando regrese Kohana tendrá noticias,” dijo. “Deberíamos asegurarnos que tus fuentes se vean recompensadas, Shunori-kun.”

Shunori asintió. “Sus informes sobre la guerra serán bienvenidos por aquellos que no tienen acceso a los informes de los heraldos Miya,” dijo. 

Hideo alargó la mano y tocó los nuevos trozos de papel. “Los ejércitos del sur se han visto forzados a retroceder de nuevo,” dijo. Miró a los otros. “El Imperio está perdiendo.”

“Mientras un solo samurai León pueda luchar, el Imperio no habrá perdido,” dijo Shunori. “Pero si, la situación estratégica es muy mala.”

“Necesitamos hacer algo,” dijo Saburo. Los demás no cuestionaron su afirmación; no sabían que podían hacer para detener a Kali-Ma, pero todos estaban seguros que deberían hacer algo.

“Pero es extraño como va la guerra,” dijo Shunori. “Ha habido algunos momentos en los que los Destructores podrían haber atravesado las líneas del Imperio y conseguido grandes trozos de territorio, pero no lo hicieron.”

“Supongo que cuando tienes un suministro inagotable de soldados demoníacos, no necesitas tácticas,” dijo Hideo.

“Se podría pensar eso,” dijo Shunori. “Pero ha habido situaciones similares en las que si se han aprovechado de la situación táctica. Es como si,” se detuvo, pensando, “como su supiesen que necesitan hacer algo, pero no están seguros de que es lo que tienen que hacer.”

“Quizás esperan una señal,” dijo Mirumoto Ichizo desde el otro lado de la habitación. Dejó la caja-puzzle con la que había estado jugando y se volvió hacia el monje que estaba sentado junto a la puerta, mirando el jardín. “¿Qué piensas, Hermano Furumaro?”

“Creo que mañana lloverá,” dijo el monje.

“¿Hará que se derritan los Destructores?” Preguntó Hideo.

“Probablemente no,” dijo Furumaro. “Pero si quieres mi opinión sobre lo que están haciendo — no creo que lo puedas comprender. Los Destructores son criaturas de Jigoku, reunidas por una entidad demoníaca que muy bien puede ser el nuevo campeón de ese oscuro reino. ¿Cómo podría entenderles cualquier samurai?”

Saburo tamborileó los dedos sobre la mesa. “No quiero entenderles,” dijo. “Solo quiero saber que hacen, para poder detenerles.”

“Un deseo lleno de ambición,” dijo Furumaro.

“La ambición es buena cuando sirve a Imperio,” dijo Saburo. 

“Desde luego,” dijo Furumaro. Se levantó de su asiento y caminó hasta la mesa. Estudió el mapa durante un momento, y luego lentamente pasó un dedo por encima de las líneas de batalla del norte. “Los Escorpión tienen un arma de gran poder,” dijo. “La cogieron de la Tumba de los Siete Truenos.”

“¿Cómo lo sabes?” Preguntó Hideo.

“¿Cómo sabe las cosas un monje?” Dijo Furumaro. “Lo escuché en un monasterio.”

“¿Suficientemente poderosa como para detener a Kali-Ma?” Dijo Ichizo. “¿Entonces por qué no la usan?”

“¿Quién puede saber por qué hacen las cosas el Clan de los Secretos? Quizás no se dan cuenta de lo que podrían conseguir con esa arma. Quizás temen que no sea suficiente. O quizás prefieran dejar que la guerra prosiga un poco más.”

“¿Más?” Preguntó Hideo. “¿Por qué querrían eso? El Imperio está sufriendo horriblemente.”

“El León, el Cangrejo y el Unicornio están en la guerra del sur,” dijo lentamente Shunori. “Los Fénix y los Dragón batallan en el norte. Mientras esperan, todos los demás clanes, excepto los Escorpión y los Grulla pierden fuerzas.”

“Los Escorpión nunca harían eso,” dijo Ichizo. Shunori, Hideo y Saburo se miraron.

“Sea cual sea su motivo,” dijo Hideo, “no perdemos nada investigándolo. ¿Verdad?”

“Mañana iré a palacio y pediré audiencia con Togashi Satsu,” dijo Saburo, “para que podamos pedirle permiso a la Emperatriz para abandonar la ciudad.”

“¡No podemos irnos sin Kohana!” Dijo rápidamente Shunori. Todos los demás se detuvieron y le miraron. “Quiero decir que sería un insulto para ella. Como si no valorásemos su habilidad y valor.”

“La última cosa que necesito en mi vida es a una enfadada Doncella de Batalla Utaku,” dijo Saburo. Guiñó a Shunori. “Desde luego que esperaremos a que ella regrese.”

 

 

Shosuro Mizuno dejó caer el pergamino sobre la mesa que estaba ante ella y frunció el ceño. “¿Esto es todo lo que has conseguido hacer?” Dijo.

Bayushi Kurumi no mostró el rubor que sentía ante la implícita crítica. “Es de trato muy difícil,” dijo. “Cada vez que me acerco encuentra una excusa para estar en otro lugar.”

“Está claro que es más listo de lo que pensaba,” dijo Mizuno. “Muy bien, si Hideo no quiere hablar contigo encontraré a otra persona con la que quiera hablar.”

“¡No!” Dijo Kurumi. Los ojos de Mizuno se entrecerraron levemente y la joven se dio cuenta que acababa de cometer un error crítico. “¡Perdonadme, por favor, Mizuno-sama!” Dijo, postrándose completamente en el suelo. “Solo deseo salvar a mi clan, y para ello debo desarrollar completamente mis habilidades. ¿Cómo podré aprender si me rindo ante la primera dificultad?” Kurumi cerró los ojos y rezó a su abuela con todas sus fuerzas. Su amigo Eisaku estaba muerto. Kurumi no sabía como, o por qué, pero de alguna forma estaba segura. Pretendía averiguar la forma de su muerte, pero eso nunca ocurriría si Mizuno la reemplazaba por otra persona.

“Tu deseo por mejorar habla bien de ti,” dijo Mizuno. “Pero necesitamos rápidamente respuestas – la Divina no tiene el hábito de otorgar audiencias a unos don nadie, por lo que han debido hacer algo que ha atraído su atención. ¿Pero el qué? Ninguno de los cortesanos menores sabe nada sobre ello, y a los Elegidos o se les ha mantenido ignorantes o se les ha dado la orden estricta de permanecer en silencio.”

“Mizuno-sama, puedo modificar mi atención sobre algún otro del grupo y cultivar una conexión con él. Esto me permitiría conseguir la información que necesita el clan, mientras que al mismo tiempo podría aprender más sobre Hideo.”

“Eficiente,” dijo Mizuno, “muy eficiente. Lo apruebo. Tienes una segunda oportunidad, Kurumi-chan. No la desaproveches.”

“No lo haré, Mizuno-sama. Gracias.” Kurumi hizo una reverencia formal y luego se levantó para irse. Duerme en paz, Eisaku-kun, pensó. Te vengaré.