El Tercer Frente

 

por Rusty Priske

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

Normalmente, a Moto Jin-Sahn le gustaba sentir la nieve bajo sus botas. Desde que era niño encontraba reconfortante el sonido de la nieve al compactarse debajo de él, dejando un sólido recuerdo de que él había pisado una vez allí. Era un tributo permanente – al menos en la mente de un niño, cuya idea de lo que era permanente era bastante limitada.

Jin-Sahn ahora sabía más. Las marcas que dejaba su paso solo eran permanentes hasta la llegada de la siguiente ventisca o nevada, para no hablar del deshielo en la primavera. Esto le detuvo, haciéndole pensar que todos los samuráis estaban a un deshielo de ser olvidados cuando una nueva generación dejase su propio rastro en la nieve.

El Shogun apartó esos pensamientos de su mente mientras caminaba con dificultad hacia su tienda de mando. Se detuvo a unos dieciocho metros y giró un poco su pie, creando una distorsionada huella en la nieve. “Veremos lo que dura esta,” se rió para sus adentros.

Shiba Danjuro apartó hacia un lado la solapa de la tienda de campaña y salió a la fría noche. Observó lo que le rodeaba y vio a su superior solo y de pie. Caminó hacia él mientras decía, “Shogun-sama, vuestra comida está lista para ser servida.”

Jin-Sahn asintió a su segundo. “En breve iré.”

“Matsu Fumiyo también os espera dentro. Desea informar sobre el campamento de las Legiones Imperiales con el que la pedisteis que actuase de enlace.”

Jin-Sahn solo gruñó en respuesta. Sentía un gran respeto por la León que esperaba dentro. Era el asunto que iban a tratar por el que sentía poco interés.

Danjuro se inclinó. “Con respeto, Moto-sama, algo parece preocuparos. ¿Deseáis desahogaros? Quizás sea algo con lo que os pueda ayudar.”

Jin-Sahn se había acostumbrado a lo diferentes que eran los Fénix con respecto a los Unicornio, pero aún así se rió ante el deseo de Danjuro de establecer ‘vínculos’ con él. En cualquier caso, a veces tenía razón. Estaría bien ‘desahogarse’, si solo pudiese concentrar su mente en otros asuntos. “Son los Araña, Danjuro-san. La propia Emperatriz me dio una orden y no fui capaz de completarla. Era la primera orden que recibía desde que soy Shogun, pero aquí estamos.”

Danjuro frunció el ceño bajo su gorro. “Seguisteis y matasteis a muchos de los llamados Araña, Shogun-sama, antes de que vuestras órdenes fuesen canceladas. Rokugan estaba siendo invadida. Nadie puede dudar que se os necesitase aquí en el norte.”

“Si, éramos necesarios aquí, pero Daigotsu sigue libre, a pesar de tener una orden de muerte sobre su cabeza. Su propia existencia es un insulto a la Emperatriz y a Rokugan. Es un insulto a mi y un recordatorio de mi fracaso en ejecutarle, como me ordenó la Emperatriz Iweko.”

“Estoy seguro que una vez que haya pasado esta amenaza, podréis seguir vuestras anteriores órdenes, Shogun-sama. Mientras tanto, Fumiyo está esperándoos.”

Jin-Sahn asintió, algo a regañadientes, y los dos hombres se volvieron hacia la tienda de mando, solo para ser interrumpidos por alguien del clan del Shogun, que corría hacia ellos. Instintivamente, Danjuro llevó su mano hacia su katana pero Jin-Sahn le hizo un gesto para que se relajara antes de hablarle al Unicornio, que seguía vestido para montar a caballo. “Shinjo-san, ¿qué pasa?”

Shinjo Shinlao se inclinó ante Jin-Sahn y le entregó un pergamino. “Vengo directamente de las tierras Mantis, Shogun-sama.”

Jin-Sahn se preguntó en voz alta, “¿Los Mantis? ¿Por qué…?” hasta que recordó el significado de las tierras Mantis en estos momentos, en este año. Miró el sello verde antes de romperlo y desenrollar el pergamino.

Danjuro y Shinlao esperaron pacientemente mientras Jin-Sahn leía su contenido. Cuando terminó, una leve sonrisa se podía ver en sus duros rasgos. “Shinlao, ve y refréscate tras tu viaje. Creo que necesitaré pronto de tus servicios.”

El explorador se inclinó y abandonó al Shogun, quien se volvió hacia el Fénix. “Danjuro, si alguna vez escuchas como hago un comentario despectivo sobre nuestro Campeón Esmeralda, recuérdame este día. Ven, tenemos mucho de que hablar y por la mañana estaremos en camino.”

Jin-Sahn miró al cielo, donde la nieve estaba empezando a caer otra vez.

 

           

El demonio se levantó sobre sus patas como de araña y pulverizó su telaraña sobre el Cangrejo. Donde le alcanzó, el ácido que tenía esta quemó a su víctima. Hida Kagura pudo oler como le quemaba la cara al desafortunado guerrero que estaba junto a él.

Kagura sabía que el oni era llamado Akaru, pero su nombre no le importaba. Solo sabía que se le podía matar. Había escuchado que Bachiatari en una unidad de Malditos había hecho caer a uno, aunque había matado a gran parte de su unidad en el proceso.

Akaru atacó con una de sus inmensas patas delanteras al Cangrejo, pero Kagura se agachó ante su segura muerte y le golpeó con un poderoso arco de su tetsubo. Pudo sentir las quitinosas placas romperse bajo el golpe y Akaru hizo un ruido horrible, algo entre un chirrido y un aullido. Echó hacia atrás su herida pata y la metió dentro de su cuerpo. Kagura encontró una nueva posición defensiva en un pequeño saliente de roca que le permitía moverse hacia cada lado.

Sabía lo que vendría ahora.

La monstruosa bestia roció la telaraña ácida por donde el Cangrejo acababa de estar. Golpeó las rocas y chisporroteó furiosamente hasta que la rociada se interrumpió abruptamente. Kagura había usado ese tiempo para deslizarse dentro de las defensas de la criatura y darle un golpe con su tetsubo en la garganta, o donde debería estar su garganta si tuviese una morfología normal.

Kagura notó con interés que su golpe parecía haberle causado a la criatura problemas con su sistema de rociar telaraña. Aparentemente había dañado algo importante. Akaru echó la cabeza hacia atrás y se agitó de un lado a otro, como si se intentase liberar de algo que le estuviese agarrando.

Mientras Kagura intentaba salir fuera de su alcance, la bestia dio un último estertor antes de que su cabeza pareciese romperse, como si hubiese habido una silenciosa explosión en su interior. Pero no tuvo tiempo para celebrar su obra, ya que la bestia siguió agitando el cuello mientras caía, como si siguiese luchando por vivir. Del ahora abierto cuello surgía la sustancia que luego se convertía en telaraña, pero aún en forma líquida. Mientras Kagura intentaba escapar de allí, un chorro del líquido viscoso salpicó su brazo y su costado, comiéndose su armadura en segundos.

Gritó involuntariamente mientras olfateaba un olor familiar.

Mientras el bravo guerrero Cangrejo caía al suelo, miró hacia arriba y vio algo cabalgar hacia él sobre un gran caballo. Pensó en Meido y deseó haber hecho lo suficiente como para ser juzgado digno de ir allí.

“¡Ayúdame!” Kagura escuchó una voz cerca de él. “¡Aún vive! ¡Tenemos que llevarle para que le traten!” Una cara empezó a formarse en el aire sobre el Cangrejo. El hombre llevaba un extraño yelmo que Kagura apenas reconoció como perteneciente a los Unicornio que luchaban a su lado.

“Aún no estás muerto, Cangrejo. Esta guerra aún te necesita.”

Kagura cayó en la inconsciencia, sabiendo que Meido aún no le había cogido.

 

           

Hida Eijiko golpeó su desnudo puño en la improvisada mesa que tenía ante ella.

“No sirve para nada el enfadarse, Eijiko-san.” Hida Hikita se mesó su larga barba e hizo un gesto haciendo que el ashigaru que le ofrecía un vaso de agua se retirase.

Eijiko le miró enfadada. “Has escuchado el mismo informe que yo, Hikita-san. Debemos volver a retroceder. Cada metro que les damos es un metro más de Rokugan por el que pueden caminar estos Destructores. Casi hemos llegado a nuestras propias fronteras. Las tierras Cangrejo están casi perdidas.”

Hikita gruñó, “Pero seguimos viviendo. Aún no hemos perdido y no perderemos, mientras siga vivo algún Cangrejo.”

“Me temo que tengo más malas noticias.” Ambos Comandantes Cangrejo levantaron la vista cuando Moto Qu Yuan, claramente recién salido de una batalla, entró en su tienda de campaña.

“¿Si? ¡Dilo ya!” Soltó Hikita al Unicornio.

“Maemikake ha caído. Vuestras fuerzas allí hicieron un valiente esfuerzo pero no se pudo mantener. Vi a Hida Kagura matar a un gran Akaru no Oni él solo, pero incluso él fue gravemente herido. Solo por gracia de los Señores de la Muerte pude salvarle antes de que sucumbiese.”

Eijiko inclinó la cabeza ante él. “Gracias, Moto-san. Cada Cangrejo vivo es uno más para luchar contra los Destructores. Los Unicornio han sido unos fuertes aliados en nuestra defensa.”

Qu Yuan miró a Eijiko. A menudo se maravillaba ante su belleza, y valoraba la oportunidad que tenía de trabajar a su lado. Sabía que un día esta guerra acabaría… pero ese momento no era ahora y el tiempo que podía estar junto a ella también se estaba acabando. “Tengo más noticias, Eijiko-san, Hitiki-san. He recibido nuevas órdenes.”

La expresión de Hitika fue aún más amarga, si es que era posible. “¡Entonces suéltalo! ¡Sabes que tenemos otras preocupaciones en nuestras mentes!”

Los ojos de Qu Yuan nunca se apartaron de los de Eijiko. “Las fuerzas Unicornio asignadas a la guerra contra los Destructores aquí en tierras Cangrejo han sido ordenadas que se retiren, y que concentremos nuestros esfuerzos en encontrar a Daigotsu para la Emperatriz.”

Si había visto un brillo en los ojos de la samurai-ko Cangrejo, ahora había desaparecido. “¿Qué? ¿Quién podría dar una orden así? ¿Es que no se dan cuenta de lo que nos jugamos?”

Hikita casi escupió cuando habló. “Por supuesto que no, Eijiko. ¡Se sientan en sus cortes y se alaban los unos a los otros por lo ingeniosos que son, mientras que los verdaderos samuráis luchan y mueren para que ellos puedan disfrutar de sus obras de teatro y de su poesía!”

Qu Yuan levantó las manos para intentar acallar su ira. “No, por favor. No es tan horrible como parece. No os estamos dejando si apoyo. Shosuro Jimen ha ordenado que fuerzas de las Legiones Imperiales se aparten de sus posiciones en el norte y que apoyen vuestras fuerzas aquí. Los Unicornio deben unirse al Shogun para encontrar a Daigotsu. No nos iremos hasta que lleguen las Legiones.” Volvió a mirar a Eijiko. “Algunos de nosotros sabemos lo importante que sois aquí.”

Hitika pareció reflexionar la información. La rodó por su boca antes de decir una sola palabra. “Jimen.”

Eijiko se detuvo para ver si el viejo comandante quería seguir. Cuando estaba claro que había dicho todo lo que quería sobre el asunto, dijo, “Mis disculpas, Moto-san. Que quede claro que la razón por la que estamos enfadados es porque sabemos lo valiosos que nos han sido los Unicornio.”

Hitika, aunque su brusco exterior ocultaba un igualmente insensible interior, fue también una vez joven. Salió de la tienda de campaña sin decir nada más a ninguno de los otros dos ocupantes.