Encontrando el Equilibrio

 

por Shawn Carman

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

La Llanura del Corazón del Dragón

 

El viaje desde las provincias del Clan Buey había sido tranquilo. La distancia atravesando la Llanura del Corazón del Dragón no era muy grande, pero el inmenso vacío lo hacía parecer más largo de lo que en realidad era. Las tierras del derruido Clan Serpiente estaban fuertemente vigiladas debido a un reciente asesinato que allí había ocurrido, pero bajo circunstancias normales se debían evitar. Incluso el Gran Maestro de los Elementos no se aventuraba por allí tranquilamente; algunos fantasmas no dormían profundamente.

            Naka Tokei se reclinó confortablemente en la silla de montar, disfrutando de la sensación de volver a viajar sobre un caballo. Había pasado demasiado tiempo desde que lo había hecho, a menudo basándose en sus propias habilidades mágicas para viajar por todo el Imperio. El poder fácilmente podía alimentar la vagancia. El mundo existía para ser visto y experimentado. Casi lo había olvidado. Como Gran Maestro, debería saberlo.

            Asahina Nizomi se movió intranquilo sobre su silla de montar, su caballo siguiendo el ritmo del de Tokei. Tokei miró de reojo a Nizomi, preguntándose cuando el joven diría lo que tenía en mente y que tanto le pesaba.

            “Padre,” dijo Nizomi casi una hora más tarde. “¿Crees que Hakai ha ido realmente destruido?”

            “Si y no,” contestó al instante Tokei. “Los Onisu no pueden ser verdaderamente destruidos, no mientras siga existiendo el ritual que permite que se les recree. Mientras exista en la memoria, nunca morirán de verdad. Hakai, al ser una personificación de la muerte, no puede dejar de ser mientras exista la muerte.”

            “¿Entonces conseguimos algo?” Se preguntó en voz alta Nizomi. “Celebramos la victoria junto a tu hermano, ¿pero qué conseguimos? Murieron demasiados.”

            “Si,” estuvo de acuerdo Tokei. “Cualquier vida perdida ante esa criatura es una tragedia. Pero no creo que Hakai nos moleste dentro de poco – y tenemos que darles las gracias a Hakai por eso. El demonio traicionó al Señor Oscuro, se volvió contra los Tsuno, rehusó ayudar a los Portavoces de la Sangre, y fracasó en su intento de alcanzar personalmente el poder. Todos los que podrían permitir a Hakai regresar a este mundo no tienen razón alguna para ayudarle. El Onisu de la Muerte ha conseguido su propia destrucción, al menos durante un futuro inmediato. Y ese no fue el único beneficio de nuestro encuentro, claro.”

            Nizomi miró al hombre mayor. “Hakai dijo que temías que uno de nosotros hubiese sido corrompido por lo que tu viste en Jigoku. ¿Creías que era yo? ¿Fue por eso por lo que me enviaste a vivir con los Grulla, padre?”

            “¿Quieres la verdad?” Contestó Tokei. “Yo quería que fueses lo bastante fuerte como para que pudieses destruirme cuando llegase el momento. No tenía duda alguna de que era yo el débil.”

            “¿Débil?” Preguntó Nizomi, sorprendido. “Creo que hay pocos hombres que llamarían débil al Gran Maestro. Tu magia es grande.”

            Tokei se encogió de hombros. “No es nada el poder de hacer que caiga lluvia e invocar tormentas,” dijo. “Un hombre debe dominarse a si mismo para ser verdaderamente fuerte, y mis sueños llevan tiempo siendo problemáticos.”

            Nizomi estuvo en silencio durante un tiempo, tras lo que finalmente dijo “Lo comprendo, padre,” en voz baja. Pasó otro momento, y luego insistió. “¿Entonces crees todo lo que dijo Hakai?”

            Tokei lo pensó durante un momento. “Creo que en su momento de imaginado triunfo el demonio era demasiado arrogante como para mentir. No tenía razón alguna para temernos o manipularnos, y al revés que otros muchos demonios, Hakai era muy sabio. Creo que era verdad lo que dijo.”

            “¿Y lo que dijo sobre que se ha acabado el tiempo de que los demonios sirvan a los mortales?” Preguntó Nizomi. “¿No dijiste que fue Daigotsu quien hizo que existiesen los Onisu? ¿Están tan dispuestos a darle la espalda?”

            “Eso parece,” asintió Tokei. “Sospecho que hay algo siniestro para que ellos tan cruelmente le hayan dado la espalda a su creador. La presencia del señor de los oni, Akuma, en esa cueva no era ninguna coincidencia. Los Perdidos han ganado un tipo de retorcido honor bajo el liderazgo de Daigotsu. Está claro que el honor conlleva un cierto poder, y ha fortalecido a los seguidores del Señor Oscuro. Pero hay una razón por la que eso nunca antes ha pasado. Muchas criaturas de Jigoku no pueden soportar el honor, e incluso con el apoyo de Fu Leng, Daigotsu se hará un buen número de enemigos. Iuchiban fue solo un ejemplo. Hakai fue otro.”

            Nizomi agitó su cabeza. “No lo entiendo,” dijo. “Siempre has dicho que todo el poder está bajo control. Cuanto más poder tiene un ser, mayoras límites tiene ese poder. Fortunas, Dragones, Oráculos, incluso el Gran Maestro de los Elementos tienen todos limitaciones, reglas que deben seguir. Los Señores de los Oni parecen no tener responsabilidad alguna. ¿Cómo puede permitir el Orden Celestial ese desequilibrio?”

            “Los Señores de los Oni no pueden entrar libremente en este mundo,” contestó Tokei. “Deben llegar a acuerdos, y están atados por ellos. Demonios como Akuma y Kyoso son expertos en buscar a estúpidos que les faciliten su llegada, por lo que sus ataduras son a menudo casi invisibles. Pero, en parte, su naturaleza caótica funciona en su contra. Piensa en lo más poderosas que hubiesen sido las Tierras Sombrías si Daigotsu, Iuchiban, y los Señores de los Oni estuviesen unidos.” Tokei miró fijamente a Nizomi.

            El joven no pareció animarse. “Pero parece injusto,” dijo, “que las fuerzas de la oscuridad tengan esa libertad de acción cuando las fuerzas de la luz no pueden hacer nada para ayudarnos.”

            Tokei miró a Nizomi con curiosidad. “¿Entonces protestas por que el mal no es justo?” Se rió.

            “Sabes lo que quiero decir, padre,” dijo amargamente Nizomi. “Las Fortunas y dragones deberían tener mayor libertad para ayudarnos, dado que los poderes oscuros tienen tanta libertad para obstaculizarnos.”

            Tokei se encogió de hombros. “¿De verdad crees que no estamos bendecidos, Nizomi?” El viejo shugenja tiró de las riendas de su caballo hasta detenerlo y se giró hacia el este. “Venga, vamos. Tengo algo que deberías ver.”

            “¿A dónde vamos?”

            “A las provincias Agasha,” contestó Tokei. “Creo que tu espíritu se beneficiaría viendo la Ciudad del Recuerdo.”

 

 

La Ciudad del Recuerdo, cerca de la costa Agasha

 

El Templo de los Siete Dragones era uno de los edificios más majestuosos de la Ciudad del Recuerdo. El templo irradiaba una clama y serenidad que llenaba la ciudad. Esa sensación era bienvenida, ya que Tokei no pudo evitar notar la tensión que últimamente gravitaba sobre el Fénix. Aquí, tan cerca de la guerra contra los Mantis, había muchos soldados, sacerdotes, sanadores, y refugiados. Era algo sombrío de ver.

            “Los Maestros Elementales han pedido a los visitantes Grulla que permanezcan en la Ciudad del Recuerdo,” dijo Nizomi en voz baja. “Dicen que los Mantis no atacarán este lugar, y desean que sus aliados estén a salvo.”

            “Un noble gesto,” dijo Tokei. “¿No crees?”

            “Quizás,” dijo Nizomi. “Pero yo creo que los Fénix también tienen otras razones.”

            Tokei frunció el ceño. “¿Crees que nos están engañando?”

            “No,” replicó Nizomi. “Los Fénix son gente pacífica. Esta guerra, por muy necesaria que sea, les avergüenza mucho.” Agitó la cabeza. “No desean que sus aliados les vean luchando. Su orgullo es tan grande que les prohíbe incluso pedirnos ayuda. Creo que es estúpido. Podríamos ayudarles a acabar con esta guerra.”

            “No juzgues duramente a los Fénix,” dijo Tokei. “Su senda es la suya.” El viejo sonrió al llegar a la entrada del templo. “Esto es lo que quería enseñarte, Nizomi. Si de verdad crees que a la humanidad la ha desamparado el Cielo, entonces quizás este lugar te consolará un poco.”

            Nizomi miró el templo, una mirada de asombro apareciendo en su cara. “Es muy bello,” dijo suavemente.

            “Ven.” Tokei subió por la escalinata y entró por la puerta principal, donde la tenue luz y el olor a incienso les bañó. El ruido de la ciudad disminuyó, y el único disturbio era el callo murmullo de la oración. La sala principal estaba bastante vacía, aunque había un trío de jóvenes mujeres hablando a la izquierda del altar central.

            Dentro del templo, el aura de serenidad estaba incrementada por un aire de espiritualidad. Para Tokei, era una sensación familiar. “Siento la luz de Tengoku,” dijo Nizomi en voz baja. “¿Qué es este lugar?”

            “El Templo de los Siete Dragones,” dijo Tokei, en voz baja y reverencial. “Es un lugar sagrado, quizás uno de los lugares más sagrados conocidos por el hombre, aunque pocos reconocen su significado.”

            “¿Por qué?” Preguntó Nizomi. “¿Qué hace diferente a este templo?”

            Tokei empezó a responder, pero luego se detuvo y sonrió cuando se les acercó una de las tres mujeres. La delgada sacerdotisa se inclinó y sonrió educadamente a los dos hombres. “Bienvenidos, amigos,” dijo. “Soy Agasha Miyoshi, acolita de este templo. Estar en paz en este lugar, y si os puedo servir en algo, solo decirlo.”

            “Los Fénix son unos anfitriones muy atentos,” dijo Tokei, devolviéndola la sonrisa. “Solo somos unos peregrinos. No te preocupes por nosotros.”

            Nizomi miró con curiosidad a Tokei, y luego a Miyoshi. “Me llamo Asahina Nizomi,” se introdujo a si mismo. Tokei miró de reojo a su alumno, divertido por el obvio interés que el joven mostraba hacia la acolita Fénix. “Este es mi padre, Naka Tokei.”

            Los ojos de Miyoshi se abrieron de par en par con asombro durante un breve instante. Se recuperó rápidamente y se arrodilló. “Perdonadme, Gran Maestro. No me di cuenta con quien estaba hablando.”

            “Levanta, por favor,” insistió Tokei, mirando irritado a Nizomi. “No hay necesidad de tal súplica. Soy un visitante, soy yo el que debería arrodillarme ante ti.”

            La joven Fénix se levantó con rapidez. “No sabía que el Gran Maestro estaba en la ciudad,” dijo, “o os habría preparado alojamiento, Naka-sama. Ahora mismo haré correr la voz. Habrá una guardia de honor, una bendición de bienvenida, quizás un banquete…”

            “Miyoshi, por favor,” dijo  seriamente Tokei. “No me anuncié para evitar esas cosas. Aunque aprecio el honor que me mostraríais, prefiero no distraer a los Fénix en su protección de su ciudad.”

            “Hai, Gran Maestro,” dijo Miyoshi, enrojeciendo profundamente. “No le diré a nadie que habéis llegado. Pero entonces, si mi pregunta no es inapropiada, ¿por qué habéis venido?”

            “Solo deseaba compartir con Nizomi la majestuosidad de tu templo,” contestó Tokei. Se frotó pensativamente el mentón durante un momento. “De hecho, quizás sería más adecuado si tu le cuentas a mi joven amigo la historia del Templo. Sin dudas sabes mucho más sobre eso que yo.”

            La cara de Miyoshi se volvió aún más roja. “Naka-sama, me aduláis. Seguro que no hay nada que yo sepa que le sea desconocido al Gran Maestro.”

            “Te sorprenderías,” dijo Tokei.

            “Miyoshi-chan.” Las otras dos mujeres se acercaron, con clara curiosidad por saber porque Miyoshi se arrodillaba ante dos desconocidos. Una estaba resplandeciente con un kimono naranja adornado con un anagrama fénix en llamas. La otra mujer, algo más vieja, era mucho más conservadora con su túnica marrón y amarilla.

            “¿Te has ocupado de las necesidades de nuestros invitados?” Preguntó la primera.

            “Si, mi señora,” dijo Miyoshi, inclinándose profundamente. “Son solo peregrinos, nada más.”

            “Tan pía, Miyoshi,” contestó la mujer. “Mostrando gran deferencia incluso a unos humildes peregrinos.” La mujer sonrió débilmente a los dos hombres. “Konnichiwa, Gran Maestro.”

            Tokei pareció algo sorprendido. “Me temo que estoy en desventaja,” dijo.

            “No nos habíamos visto,” contestó la mujer, “pero todos los Maestros Elementales conocen a Naka Tokei. Soy Isawa Ochiai, Maestra del Fuego. ¿Os quedaréis en tierras Fénix?” Miró al Gran Maestro con una mirada inescrutable.

            “No, desgraciadamente,” dijo Tokei. “Tengo un asunto importante en otro lugar, y sin duda los Fénix pueden ocuparse capazmente de sus enemigos sin mi ayuda.”

            “Hai,” contestó Ochiai, asintiendo con firmeza. Una invisible tensión abandonó la sala. Aparentemente Tokei había dado la respuesta correcta.

            “Solo deseaba que mi alumno viese este templo,” dijo Tokei.

            “Es un gran honor,” dijo de repente Nizomi.

             “Entonces te doy la bienvenida mientras permanezcas aquí,” dijo ella. Se volvió hacia su compañera. “Os presento a otra de nuestras honorables invitadas, Kitsu Katsuko del Clan León.”

            “Kitsu-san,” dijo Tokei, inclinándose. Nizomi le imitó.

            “Gran Maestro, Asahina-san,” Katsuko se inclinó. “¿Habéis venido a valorar las hostilidades entre Fénix y Mantis?”

            Tokei vio a Ochiai dar un casi imperceptible respingo ante la grosería de la León. El Gran Maestro suprimió una sonrisa. “No,” dijo, “eso no es posible. Como Gran Maestro de los Elementos, mis obligaciones son proteger a la humanidad de las fuerzas místicas y nutrir la iluminación. Es más seguro dejar la guerra en las manos de los samuráis.”

            “No puedo poner en duda la sabiduría del Naka,” contestó Katsuko, “pero los Kitsu nunca han creído que darle la espalda a los problemas de otro aliente la iluminación.”

            Tokei asintió. “Una recta filosofía,” dijo, “pero estoy seguro que pocos Kitsu diría que la historia de tu familia no haya tenido obstáculos.”

            “Los obstáculos hay que superarlos,” dijo Katsuko. “El triunfo nos fortalece. Si habláis de Kitsu Okura, os recuerdo que el demonio que le corrompió ahora guarda las puertas del propio Cielo.”

            “Lo sé,” dijo Tokei. “La he visto.”

            Katsuko se quedó con la boca abierta durante un momento antes de que ganase la compostura. Se inclinó profundamente ante Tokei. “Pero he malgastado demasiado el tiempo del Gran Maestro,” dijo ella. “Me voy, ¿necesitáis algo más?”

            “Yo también tengo asuntos urgentes,” dijo Ochiai con pesar. “Miyoshi permanecerá a vuestro disposición mientras permanezcáis en tierras Fénix.”

            Tokei vio como las dos mujeres salían del templo, perdidas en su conversación anterior.

            “¿Una León aquí?” Preguntó Nizomi, la sospecha claramente en su voz. “¿Qué podría querer?”

            “La familia Kitsu pretenden que los Maestros del Concilio Elemental alojen a un alumno,” contestó Miyoshi. “Katsuko-sama está llegando  a ese acuerdo.” Se volvió hacia los dos hombres. “Pero no nos preocupemos de la política. Dejad que os cuente la historia de este templo.”

 

 

            Los tres shugenja se sentaron en una pequeña sala de meditación fuera del templo principal. No había nada en la habitación excepto un pequeño altar y las finas esteras de tatami sobre las que estaban sentados. Los tres meditaron durante algún tiempo, en comunión con los espíritus elementales que inundaban el templo. Fue Miyoshi la que finalmente rompió el silencio. La joven levantó las manos ante ella, las palmas hacia arriba, e invocó una pequeña bola de brillante fuego blanco.

            “Los kami son muy fuertes en este lugar,” dijo ella, “como lo son dentro de todos los virtuosos templos. Todos los que tienen el don pueden llamarles e invocar estas manifestaciones. No es difícil, como sé que ambos sabéis.”

            Nizomi asintió y alargó las manos, susurrando una oración e invocando un pequeño vórtice de aire. Tokei sonrió e hizo lo mismo, una pequeña esfera de agua verde flotando sobre su regazo. “Esto es lo que es posible para cualquier shugenja,” dijo Miyoshi. “Pero hemos descubierto que a través de la comunión con los elementos los kami que inundan este templo están directamente unidos al poder de Tengoku, los Divinos Cielos, hogar de los mayores espíritus elementales.”

            “Los dragones,” susurró Nizomi. “Les siento en este lugar.”

            Miyoshi sonrió. “La familia Moshi una vez fue Fénix. Conocen el poder de este lugar, y es por eso por lo que el Clan Mantis no nos ataca aquí. Incluso Yoritomo Kumiko no se arriesgaría a la ira de los siete dragones.”

            La cara Nizomi mostró preocupación. “Siento como el poder de los dragones fluye hacia fuera desde este lugar,” dijo. “Como un río dividido en afluyentes, fluye por las tierras Fénix… no lo entiendo.”

            “Aquí hemos aprendido a extraer el poder de los dragones,” dijo Miyoshi. “Mostrándoles el adecuado tributo, nuestros shugenja pueden acceder a una fracción de su increíble poder. Eso es lo que sientes – shugenja que han forjado una conexión con los dragones y ahora la llevan por nuestras tierras.”

            “Que poder,” dijo Nizomi. “El peso de la eternidad descansa pesadamente sobre este templo. ¿Cómo puede cualquier mortal atreverse a extraer el poder de los dragones y no cambiar?”

            “Mentiría si dijese que no hemos cambiado,” dijo ella. Miyoshi sonrió y cerró sus ojos, concentrándose. De repente, la pequeña bola de llamas que bailaba alrededor de sus manos dobló su tamaño y empezó a desplegarse. La bola se desenredó, tomando la forma de un pequeño dragón hecho del más puro fuego. Era de radiante color naranja y amarillo, con ojos que ardían un blanco tan brillante que casi dolía mirarlos. La pequeña serpiente voló alrededor de la habitación, posándose sobre el hombro de Miyoshi y mirando a los dos hombres que obvia curiosidad. Miyoshi abrió sus ojos. “Dragón del Fuego, este es el Gran Maestro.”

            Tokei miró a los ojos del pequeño dragón y le tendió la mano, dejando que su manifestación del agua se desvaneciese en la nada. El pequeño dragón se elevó del hombro de Miyoshi y voló sobre el Gran Maestro, aterrizando en su mano y mirándole a los ojos. “Intenta canalizar el poder de los Dragones, Nizomi,” dijo Tokei.

            “Gran Maestro,” empezó Miyoshi. “Lo que pedís es muy difícil. Lleva meses dominar los rituales…”

            “No te preocupes, Miyoshi,” la aseguró Tokei. “Inténtalo, Nizomi. Yo te ayudaré.”

            Nizomi asintió y cerró los ojos, su cara arrugándose, concentrado. El aire giro con furiosa intensidad, pero solo durante un momento antes de desaparecer en la nada. Tomó aire y abrió los ojos. “Puedo sentir al Dragón del Aire,” dijo. “Siento su sabiduría. Siento su ira… pero no contesta a mi invocación.”

            “Nadie más que los Fénix ha conseguido jamás canalizar el poder,” dijo Miyoshi. “Que fueses capaz de tocarlo, aunque brevemente, es asombroso.”  Miró al dragón sentado sobre la mano de Tokei. “Pero no me sorprende que vos hayáis sido capaz de hacerlo, Gran Maestro.”

            “¿Cuál es la naturaleza del vínculo de los dragones con este lugar?” Preguntó Nizomi.

            Miyoshi hizo un gesto evasivo. “Aún no hemos determinado la causa,” admitió. “Muchos creen que el misterio es mejor dejarlo sin explorar, que no deberíamos cuestionar los regalos de Tengoku, solo aceptarlos.”

            “La aceptación es esencial para la iluminación,” dijo Tokei, “pero el poder que es incomprendido a menudo es maltratado.”

            Miyoshi sonrió. “Es como decís, Gran Maestro. Ya hay muchos que han vuelto nuestras bendiciones contra los Mantis.” Se quedó en silencio durante largo tiempo. “Yo no creo que eso esté bien. ¿No son los propios Mantis descendientes del Dragón del Trueno? Creo que al forzar a los dragones a tomar partido, nos arriesgamos a su ira.” Sonrió amargamente. “Pero esas cosas no las tengo que decidir yo. El Concilio Elemental hace lo que debe, por el bien de nuestro clan.”

            “Eres una anfitriona muy amable,” dijo Tokei, rápidamente cambiando de tema. “¿Sería posible que Nizomi y yo estuviésemos en comunión durante un tiempo, solos?”

            “Por supuesto,” dijo ella, levantándose. “Si queréis algo, solo tenéis que llamarme.”

            “Gracias.” Tokei esperó unos momentos tras la marcha de la mujer, haciendo un gesto a Nizomi para que esperase. El dragón de fuego que estaba posado sobre su mano empezó a alisarse sus largos bigotes con una flamígera garra.

            “Muy bien,” dijo, mirando al pequeño dragón. “¿Tienes algo que añadir, amiguito?” El Gran Maestro cerró los ojos y se concentró, intentando tocar el poder que yacía oculto en este lugar.

            Nizomi se medio puso en pie cuando el pequeño dragón explotó repentinamente. No hubo sonido, ni calor, solo un cegador relámpago de luz. Donde antes había un pequeño dragón, más pequeño que un gato, ahora espirales rojo brillante llenaban la sala. Dos enormes ojos de puro jade les miraban con eterna malevolencia.

            “El Dragón del Fuego,” dijo Nizomi.

            “No, no es el verdadero Dragón del Fuego,” dijo Tokei. “Este espíritu es solo un aspecto del verdadero poder del dragón. Se llama Ryoken.”

            “Te recuerdo, mortal,” dijo Ryoken. Su voz era el crepitar de la llama y el rugido del volcán. “¿Cómo te atreves a invocarme?”

            Nizomi lentamente se volvió a sentar mientras Tokei miraba sin miedo a la criatura. “Saludos, anciano,” dijo. “No busco nada excepto la sabiduría.”

            “Naturalmente,” dijo Ryoken en voz cínica. “Las sendas más oscuras empiezan con las mejores intenciones.”

            “Entonces ilumina mi camino, poderoso Ryoken,” dijo Tokei, inclinando su cabeza. “Dime porque los dragones han decidido proteger este lugar, y porque han ofrecido su poder al Clan Fénix.”

            Ryoken enrolló sus largos y serpentinos anillos y se asentó. “Este no es un asunto que discutir con los mortales.”

            “¿Entonces incluso los Fénix no saben por qué estáis aquí?” Preguntó Nizomi.

            “No han aprendido a hacer las preguntas correctas,” dijo Ryoken. “Dicen buscar la sabiduría pero su verdadero objetivo es solo el poder. Esto se lo damos, ya que dar el poder es muy simple y hace que nuestro templo permanezca a salvo.”

            “Miyoshi-san parece bastante pía,” contestó Nizomi.

            La poderosa cabeza de Ryoken asintió, y sus ojos brillaron con momentáneo respeto. “Hai,” dijo. “Entre los Fénix hay quien ha empezado la senda hacia la verdadera comprensión. Miyoshi-chan es una de ellas. El que su serenidad pueda sobreponerse al ansia de sangre que tienen sus hermanos será la verdadera prueba del Clan Fénix.”

            “¿Por eso es por lo que habéis ofrecido a los Fénix vuestro poder?” Preguntó. “¿Para ver si se destruyen a si mismos?”

            Los ojos del dragón se entrecerraron.

            “¿Cómo podéis jugar así con los mortales?” Preguntó Nizomi.

            “Tu ignorancia es muy grande, Grulla,” dijo simplemente el dragón. “No contestaré más preguntas de este.” Se volvió otra vez hacia Tokei. “¿Algo más, Naka?”

            “Solo deseo ver porque tu y tus hermanos favorecen este lugar,” dijo Tokei.

            “Que así sea,” contestó Ryuken.

            El templo se desvaneció, reemplazado por la visión de otra cosa.

 

 

            Las onduladas colinas que un día serían las provincias Agasha eran poco más que tierra salvaje. Bosques rodeaban las colinas, regiones salvajes, abandonadas, inexploradas por los humanos. Era un lugar primitivo, un lugar salvaje, que no había cambiado desde los primeros días de la creación.

            Fue en este lugar donde cinco mortales se reunieron. No sabían porque habían sido llevados hasta allí, invocados como habían sido a través de extraños sueños y visiones. Solo sabían que debían venir, y que encontrarían aquí su destino. Por lo que fueron y esperaron, nunca dudando sobre el misterio de su llegada.

            Al séptimo día de espera, hubo una gran perturbación en el cielo. Fuego y viento, tierra, agua, y el vacío giraron alrededor de los cinco mortales y bailaron entre los cielos. Hubo una brillante luz desde el cielo, y un dragón estaba entre los mortales.

            “Soy Ryoken,” dijo la bestia, “emisario de los Dragones Elementales.”

            Los mortales no dijeron nada, pero todos se inclinaron.

            “Los hijos e hijas de Sol y Luna caminan entre vosotros,” dijo Ryoken. “Los ojos de Tengoku se han vuelto hacia vuestro lejano reino, y os favorecen los Cielos. Este reino está lleno de kami, sirvientes de los grandes Dragones Elementales, que buscan mayores conocimientos sobre vuestro mundo. Cada uno de vosotros ha dominado sus misterios, mostrado mucha mayor comprensión que la de cualquier otro mortal. Os han honrado al elegiros para que portéis un fragmento de su esencia, y a cambio ellos tendrán acceso a todo lo que veáis y hagáis. Seréis sus ojos en este reino, sus Oráculos. Vuestro poder será inconmensurable, y los Dragones se afianzarán en este mundo.”

            Los mortales aceptaron, y les bañó el poder de los Cielos. Se les concedió la esencia de los dragones, y el poder se extendió a su alrededor, impregnando la propia tierra.

            Y nacieron inmortales.

 

 

            Nizomi abrió sus ojos. “Los Oráculos,” dijo Nizomi. “Los primeros Oráculos fueron creados aquí. Es por eso por lo que los dragones protegen este lugar – es donde entraron por primera vez en nuestro mundo.”

            Ryoken se había ido, pero Tokei estaba allí. Asintió a su alumno, mirándole cuidadosamente.

            “¿Lo ves?” Preguntó al joven Grulla. “Los Cielos nos bendicen, aunque no puedan actuar por nosotros.”

            “Quizás,” dijo Nizomi. “Pero incluso los dragones juegan con nosotros, nos ponen a prueba. Por cada bendición, ponen dos obstáculos en nuestro camino. No veo el equilibrio.”

            “¿De verdad?” Preguntó Tokei. “O es que solo no deseas aceptar la respuesta que ya has encontrado. Creo que ya sabes la verdad. Sabes que fuerza está entre este mundo y su subyugación. Sabes el poder que existe y que se puede levantar contra la destrucción. Mira la historia. ¿Quién se ha enfrentado siempre a los sirvientes de Leng? No son los dragones – están demasiado atados a sus altas responsabilidades. Para luchar de verdad a la oscuridad requiere más… flexibilidad.”

            Nizomi cerró los ojos y asintió. “Los mortales,” dijo. “Nosotros somos el equilibrio. Es por eso por lo que no podía ver la verdad – porque yo estaba dentro de ella.”

            “Una embriagadora comprensión,” dijo Tokei. “Por experiencia conozco las dudas que surgen ahora. Te debes estar preguntando, Nizomi, ¿cómo podemos alcanzar un destino así? ¿Cómo podemos luchar contra demonios cuyas vidas duran eones? ¿Cómo podemos enfrentarnos a entidades cuya fuerza hace insignificante la nuestra? ¿Cómo podemos tener éxito?”

            “Sabiendo que no hay otra esperanza, ¿cómo podemos rendirnos?” Dijo Nizomi, su voz ahora mucho más fuerte. Acero brillaba en sus ojos.

            Tokei agarró el hombro de su hijo y sonrió con orgullo.

            “Empiezas a entenderlo.”