Escenas del Imperio

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

 

Traducido por Hoshi Togai

 

 

La Villa Amistosa con el Viajero, las provincias Yasuki

 

Si podía elegir, el sake no era la bebida preferida de Moto Taban. Su padre se había acostumbrado a una bebida peculiar que los Unicornio habían descubierto durante sus viajes a través del mundo varios siglos atrás y continuaban disfrutando de ella en la actualidad. Era prácticamente desconocida fuera de las provincias Unicornio, sobre todo porque uno de sus principales ingredientes era la leche de yegua fermentada, algo que echaba para atrás a otros samurai. Desde pequeño, Taban había detestado el olor que tenía, pero conforme crecía, se había acostumbrado a su sabor. Sólo lamentaba que su padre no hubiese vivido lo suficiente para que los dos hubiesen podido compartir juntos algunos tragos.

Pese a ello, Taban podía apreciar un buen destilado de sake. Había oído durante años que el sake que se producía en la Villa Amistosa con el Viajero era el mejor del Imperio. Finalmente se encontraba aquí y podía comprobarlo por si mismo, no estaba completamente convencido de que fuese el mejor, pero ciertamente era bastante bueno. Sorbió de la taza y lo saboreó mientras disfrutaba de un momento de relativa tranquilidad. Había sido un día estresante, y estaba agradecido de que casi se hubiera acabado.

“Perdóneme, Moto-san, pero me temo que debo pedirle que me enseñe sus salvoconductos.”

Taban se contuvo para no emitir un suspiro. Después de todo quizá el día no se iba a acabar aún. “Creo que ya hemos discutido esto antes, Doji-sama. Un par de veces.”

El magistrado simuló una sonrisa. “Así es, y detesto seguir estropeando su visita a nuestra villa, pero desafortunadamente hemos estado sufriendo ciertas dificultades con documentos falsificados, y se nos ha encomendado que inspeccionemos cuidadosamente todos los sellos con los que no estemos íntimamente familiarizados.”

“Por supuesto.” Obedientemente, Taban le dio los documentos. “Debo felicitarte por lo exhaustivamente que llevas a cabo tus obligaciones. Quizá debería escribir una carta a tu superior, alabando tu labor. ¿A quién la debería dirigir?”

El magistrado asintió, pero no cesó de sonreír. “Eres muy amable, Moto-san, pero no podría aceptar que me elogiases sencillamente por llevar a cabo mis obligaciones.” Cogió los papeles e hizo ver como que los examinaba exhaustivamente. Frunció el ceño e hizo un ruido con la boca. “Por desgracia, Moto-san, este es uno de los sellos de los que se nos ha indicado que examinemos cuidadosamente. Me temo que no me queda otra opción que pedirte que nos acompañes hasta que podamos confirmar su legitimidad.”

“Ya veo,” dijo Taban llanamente. “¿Estás insinuando que también has arrestado al que está a mi cargo?”

“¿Arrestado?” El magistrado parecía horrorizado. “No te equivoques, Moto-san, no es un arresto. Simplemente te ofrecemos una oportunidad para que seas nuestro invitado hasta que solucionemos esta pequeña formalidad. Tu señor es un invitado del gobernador, así que por supuesto no hay duda con sus papeles. Estoy seguro de que lo comprenderá, y no tendrá necesidad de su yojimbo durante algunos días.”

“Ya veo,” repitió el joven Unicornio. “¿Y supongamos que prefiero no acompañarte, como tu ‘invitado’?”

“Me temo que no es una opción,” dijo el magistrado, con voz llena de falso pesar. “Por favor no nos obligues a actuar de otra forma. Se un invitado cortés, no un bárbaro salvaje.” Se detuvo. “Pero entonces, supongo que eso es una especie de tradición en tu familia.”

Taban no saltó ante la provocación. “No voy a abandonar mis obligaciones para acompañarte,” dijo simplemente. “Haz lo que tengas que hacer.”

“Entonces me temo que tenemos un problema.”

“Sí,” dijo una voz de mujer. “Lo tienes.”

Taban y su contrincante se volvieron a la vez. Había una mujer vistiendo los colores del Cangrejo en una mesa a poca distancia de donde se encontraban. Ella cruzó la mirada del magistrado con una mirada firme, y la gente que había en la mesa entre ellos se levantó y se marchó inmediatamente. Taban se preguntaba si iba a haber algún enfrentamiento. Había dejado su espada en la puerta, y sospechaba que la Cangrejo había hecho lo mismo. El magistrado, por supuesto, no había hecho tal cosa. “Esto no te atañe, amiga Hida,” comenzó el magistrado.

“Yo decido lo que me atañe,” dijo la Cangrejo con una voz perfectamente tranquila. Ella puso un pergamino con el sello de Hida en la parte superior encima de la mesa. “He recibido órdenes hoy de asegurarme que toda la gente Cangrejo y sus aliados en esta villa se encuentren perfectamente. Ese hombre,” dijo señalando a Taban, “es un aliado del Cangrejo. Está bajo mi protección.”

“No seas ridícula,” se burló el magistrado. “No es más que un yojimbo, uno cuyo señor está reunido con el gobernador Grulla, no alguien del contingente Cangrejo. Y además, sus papeles pueden ser falsificaciones...”

“Cierra tu estúpida boca,” dijo la mujer, elevando el tono ligeramente. “Si documentos falsificados son la mejor excusa que puedes dar, entonces esa serpiente de Naoharu debería de buscar sirvientes más adecuados para llevar a cabo sus actividades. Mis órdenes llevan el sello del Campeón del Cangrejo, y me dicen que las hostilidades entre Cangrejo y Grulla son inminentes.” Ella se apoyó sobre las manos en la mesa. “Estaría encantada de comenzar la fiesta antes de lo esperado, si continuas cuestionando la veracidad de mis órdenes.”

El magistrado la miró con asco, y después echó un vistazo a la casa de sake. Había al menos media docena de Cangrejos sentados en las mesas, los cuales estaban prestando una descarada atención al espectáculo que tenía lugar ante ellos. Preparados para saltar en cuanto llegase el momento. Ninguno de ellos llevaba armas, por lo que Taban sabía, pero hombres y mujeres de ese tamaño eran armas en sí mismos. Era algo tan obvio que el magistrado debía de conocer bien. El hombre se aclaró la garganta. “Debo de tratar este asunto con mi superior,” dijo. “Volveré lo antes posible. ¡Espero que estéis todos aquí aguardando!” Con eso, él y su yoriki abandonaron el edificio.

“Gracias,” dijo Taban. “Espero no haberte causado ninguna dificultad.”

“El Unicornio y el Cangrejo son viejos amigos,” replicó ella. “Ha sido algo afortunado para los Grulla que hubiesen elegido ocuparse de otros en lugar de molestarnos durante los últimos años. Parece que esa poca sabiduría se ha acabado. ¿Puedo saber tu nombre?”

“Moto Taban.” E hizo una reverencia.

“Es un placer conocerte, Taban-san,” dijo ella. “Aun así creo que quizá podríamos necesitar continuar esta conversación en otra parte.”

“Como desees, Kaoru-san.”

 

           

Toshi Ranbo, la Ciudad Imperial

 

Kitsuki Taiko se sentía frustrada mientras revolvía entre las estanterías que contenían lo que parecía un interminable montón de documentos, todos ellos guardados en cajas que los protegían, con kanji explicando lo que contenían. Alguien ajeno a esta biblioteca se vería indudablemente abrumado por la infinidad de textos disponibles. Ciertamente le había ocurrido lo mismo a ella en su primera visita. Sin embargo, con cada hora que pasaba, descubría más y más cosas que no podía encontrar en esta biblioteca en particular, y eso la llenaba de consternación. Muchas bibliotecas habían sido dañadas durante la Batalla de Toshi Ranbo hacía algunos meses, y era posible que incluso con la intervención del Clan Fénix no hubiese sido suficiente para salvar los archivos que buscaba de la destrucción que asolaba la ciudad. O al menos, no deberían de poder encontrarse en las manos de otros, en las bibliotecas que tenían otros clanes. No es que Taiko hubiese tenido la oportunidad de estudiar los archivos Ikoma, pero si lo hubiese hecho, con dificultad habría podido confiar en que lo que ella encontrase allí fuera cierto e imparcial. Esa era, se lamentaba, la naturaleza del hombre.

Después de varios minutos de consideración, Taiko se detuvo y cogió una de las cajas. No era exactamente lo que había estado buscando, y no contendría la información que necesitaba, pero aparentemente era lo más parecido a lo que necesitaba, y siempre existía la posibilidad de que apareciese alguna referencia que le pudiese servir. Mientras se dirigía a través de la silenciosa sala hacia la mesa en la que había estado trabajando, se preguntaba si conseguiría algo solicitando una audiencia con el Maestro del Agua. Por supuesto había pocas posibilidades de que la recibiese, debido a lo poco importante que era. No, esto era algo de lo que se debía ocupar ella misma.

Taiko se detuvo a media zancada. Había alguien sentado en su mesa, mirando ociosamente los pergaminos que se encontraban encima de ella. El joven no había tocado nada, eso parecía obvio, pero no había discreción alguna en como pasaba la mirada de uno a otro con una sonrisa perpleja, su largo cabello blanco cubría casualmente sobre la espalda. “¿Puedo preguntar que es lo que estás haciendo?” Preguntó, forzando la voz.

El joven levantó la mirada y le sonrió. “Hola de nuevo, pequeño colibrí.”

Taiko frunció el ceño. Se acordaba de él, por supuesto. A pesar de que no mostraba interés en tales cosas, era difícil olvidar a un hombre tan sensacionalmente guapo como lo era él, sin importar lo irritante que lo encontrase. “Kakita Hideo,” dijo, con un tono que estaba lejos de ser amistoso. “No había imaginado que nos volveríamos a encontrar después del Campeonato Topacio.”

“Y aquí estamos de nuevo. Parece que las Fortunas nos favorecen.”

“Supongo que dependería de tu interpretación de los hechos,” contestó Taiko. “¿Qué es lo que buscas de mi?”

El fingió sorpresa. “¿Por qué no piensas que simplemente me encontraba visitando esta augusta biblioteca?”

“Esa conclusión sería ridícula para cualquiera que hubiese dedicado más de un momento para hablar contigo,” respondió, y casi inmediatamente se arrepintió del tono que había empleado.

“Entonces ciertamente vivimos en un mundo ridículo,” respondió Hideo, sin tratar de insultar. “Estoy aquí para investigar un asunto de linaje.”

“¿Linaje?” Taiko se encontraba genuinamente sorprendida. “¿Los archivos Grulla no serían una fuente más fiable para ese tipo de información?”

“No es de mi linaje,” corrigió Hideo. “El linaje de un Escorpión, para ser preciso. Los Grulla no registramos ese tipo de información.”

“Me sorprende que a un hombre de tus... talentos, se le encargase tal tarea,” dijo ella, ordenando sus pergaminos en la mesa y abriendo la primera caja. “Imaginaba que tus talentos residían en otro tipo de áreas.”

Por primera vez, la apostura de Hideo desapareció, y Taiko vio verdadera tristeza y remordimiento en su cara. El dolor que reflejaba era demoledor, mientras ella creía que no era más que un bufón. “Me temo que no hay tareas para que yo lleve a cabo en la ciudad,” dijo con melancolía. “No habrá nada parecido durante semanas. Es sin duda mi castigo por mi actuación en el Campeonato Esmeralda.”

“¿Castigo?” Taiko estaba sorprendida. “¿Un guerrero que hace menos de un año pasó su gempukku, siendo invitado y teniendo éxito en las rondas iniciales del Campeonato Esmeralda? ¿Cómo podría alguien dar por hecho que has fracasado en eso? No crees seriamente que podrías haber ganado.”

“Hablas como alguien que no siente aprecio alguno por el arte del duelo,” dijo Hideo. Su sonrisa volvió al instante, aunque esta vez más sincera. “Perdóname, no pretendía insultarte. Pero un duelista que no cree en la victoria, no puede ganar. No, no me avergüenzo de mi actuación, pero lo hago de mi comportamiento durante la última ronda. Me avergoncé a mi mismo, y a mi familia. Ahora mis señores están demostrando su duda en mi habilidad para llevar a cabo mis tareas no dándome ninguna.”

“Yo… lo lamento.” Ella no sabía exactamente que decir. “¿Va a durar mucho este castigo?”

“No podría decirlo. Hasta que me necesiten, o hasta que pueda demostrar que soy de confianza.” Hideo se encogió de hombros. “Una u otra cosa tendrá que ocurrir pronto. O al menos es lo que espero, encuentro esta inactividad excepcionalmente aburrida.” Su humor mejoró. “¿Qué es lo que estás haciendo aquí, si puedo preguntar?”

Taiko frunció el ceño, no estando segura de si debía o no confiar en él. Por supuesto, últimamente había poco que perder, y siempre existía la remota posibilidad de que pudiese ser de ayuda. Ella retiró le estuche de la mesa y se lo dio. “Durante el intento de restaurar el orden en la ciudad, el Dragón descubrió esto.”

Hideo sacó el pergamino delicadamente, que mostraba signos de quemaduras en los bordes, en especial por su parte superior. “Esta es una petición de ayuda de la familia Kitsune.” Sus ojos se centraron en la parte superior del pergamino donde el daño había sido más severo. “No hay indicaciones de quién debía de ser el destinatario. ¿Tal vez los Mantis?”

“Tal vez,” dijo Taiko. “Se decidió, sin embargo, que darles el pergamino sin asegurarse de que realmente les estaba destinado podría ser una elección errónea. Desafortunadamente no hay forma de determinar su antigüedad. Y la tarea de determinar su propósito y origen fue considerado de baja prioridad. He solicitado varias veces que se me permita ocuparme de ello.”

Hideo echó un vistazo a la anotación que había cerca de la parte superior del pergamino. “Este pergamino fue escrito dos semanas antes del ataque del Khan a la ciudad.”

“¿Qué? ¿Cómo puedes estar seguro?”

El señaló. “Esta anotación es una fecha. El Clan Gorrión usa un calendario modificado basado en el año de su fundación. No es infrecuente que los otros miembros de la Alianza de los Tres Hombres lo usen, especialmente los Zorro. Los Tsuruchi lo usan en ocasiones aunque no tan a menudo como lo hacían.” Le devolvió el pergamino a Taiko. “Este pergamino tenía por destinatario a los Tsuruchi.”

La joven magistrado asintió lentamente. “Entonces debemos entregarlo.”

“No tan deprisa,” advirtió Hideo. “Pese a todos los esfuerzos entre nuestros Clanes, las relaciones entra Grulla y Zorro se han visto marcados por los errores y la tragedia. Los Mantis todavía no han demostrado su valía ante los Grulla. Y asignar la tarea a los Mantis sin investigación alguna sería un nuevo fracaso Grulla ante los Zorro. Y no puedo permitirlo.”

Ella frunció el ceño. “Me veo en la obligación de entregar esta información a mis superiores.”

“Entonces hazlo. Diles que no has encontrado otra información sobre cuando se escribió este mensaje, que un Grulla en desgracia te facilitó indicándote que era una oscura forma de poner las fechas que tenían los Gorrión y de la que nadie había oído hablar.”

Taiko inspiró profundamente. “Gracias,” dijo ella. “Solicitaré a mis superiores que me permitan viajar a las tierras Kitsune e investigar esto con mayor profundidad.”

“Probablemente necesitarás un yojimbo.”

Ella asintió. “Haré venir a Mirumoto Ichizo.”

“¿El Dragón que casi mutiló al Mantis en el Campeonato?” Hideo negó con la cabeza. “Llevaría demasiado tiempo. Yo podría estar listo para partir en una hora.” La incertidumbre de ella se reflejaba en su rostro aunque se suavizaron de nuevo. “Déjame que haga esto,” pidió él con calma. “Dame una oportunidad para redimirme.”

Taiko dudaba, entonces asintió con lentitud. Estaba segura de que se arrepentiría de esto.

La brillante sonrisa de Hideo iluminó su rostro. “¿Juntos una semana en la carretera? Puro éxtasis.”

De hecho ya se estaba arrepintiendo.

 

           

Mura Sabishii Toshi, provincias de la Grulla

 

La Ciudad de la Costa Solitaria era un nombre extraño para este asentamiento, había decidido Yoritomo Eriko. Quizá cuando se había creado en un principio, cuando no había muchas razones para que alguien ajeno a la villa se acercase hasta ella, entonces si había sido solitaria. Al contrario, después de siglos de crecimiento, había aumentado enormemente de tamaño, y veía docenas o quizás cientos de buques arribar a puerto cada semana. Era uno de los más importantes puertos Grulla, uno de los centros de la vasta red económica que los había convertido, quizás, en el clan más rico del Imperio durante muchos años.

Y así había sido hasta ahora.

Había muchas miradas confusas y de extrañeza mientras Eriko atravesaba las calles. Sólo unos pocos entre los líderes de la ciudad sabían que es lo que había ocurrido. Otros simplemente estaban aturdidos debido a que tantos Mantis habían aparecido de repente en la ciudad. La simple verdad que no podía percibir, y que asolaba a los Grulla que gobernaban la ciudad y a aquellos ante los que estos respondían, era que los Mantis habían gastado una enorme fortuna para comprar más de tres cuartas partes de todos los comercios en la ciudad. Ahora sus unidos vasallos mercantiles tenían el suficiente poder económico para llevar a cabo tratados a gran escala, acuerdos comerciales, otros intereses mercantiles a favor del Clan Mantis. Los Grulla aunque se beneficiaba de las actividades de sus vasallos, se habían encontrado que definitivamente les habían robado la ciudad bajos sus propias narices, y había poco que pudieran hacer.

Al final, todo giraba alrededor del dinero, algo que Eriko encontraba en extremo desagradable. Todavía estaban aquellos que servían al Campeón del Clan Mantis a los que no les importaba mancharse las manos con tales asuntos. Eriko solo deseaba servir al clan de una manera apropiada como samurai. Hoy, estaba cumpliendo la tarea de yojimbo y asistente de un cortesano Mantis de alto rango y cliente mercantil. No era una tarea tan ilustre como hubiese esperado dada su posición como magistrado, pero era lo que se esperaba de ella en este momento. Cuando el bajel del cortesano se hiciese a la mar en un par de días, habría un nuevo destino para ella en Houritsu Mura. Eso es todo lo que necesitaba saber.

Incluso sumida en sus pensamientos de dar a sus habilidades como magistrado un mejor uso, soñando con la gloria que traería al clan, algo atrajo la mirada de Eriko. Se giró hacia la izquierda, buscando algo que había percibido por el rabillo del ojo.

Había alguien de pie justo el borde de la sombra de una callejuela. No era algo fuera de lo común, pero su instinto le decían que ese tipo estaba pendiente de ella, estudiándola. Su mano se encontraba sobre su arma, y no se daba cuenta de que la estaba aferrando. Eriko se dirigió hacia la callejuela, evaluando cuidadosamente la calle a su alrededor asegurándose que no era ningún tipo de trampa. Por el contrario, la mirada había sido sutil. Normalmente quienes deseaban desviar la atención de alguien de esta forma eran grotescamente obvios, y por ello mostraban sus cartas. Ésta era lo suficientemente sutil, y si se trataba de una emboscada, sus oponentes eran realmente buenos en su trabajo, y ella sencillamente estaría muerta. Por lo que había pocas razones para no investigar.

El callejón estaba oscuro y sucio. El olor era terrible, pero Eriko no le presto excesiva atención. Desenvainó su arma y avanzó con cautela, con los ojos avizor examinando cualquier resquicio en el cual se pudiera esconder un asaltante en el destartalado callejón, con los oídos alerta ante cualquier sonido que indicase que se le acercaban por detrás. Se entretuvo buscando durante un instante, pero no había señal alguna de que alguien hubiese estado allí. Decidió que se había equivocado, y se preparaba para reprenderse a si misma, cuando descubrió la burda escritura en la pared, cerca del suelo.

“Los arrecifes. Diez minutos.”

El mensaje estaba escrito con algo negro y todavía olía, probablemente había sido con un trozo de madera quemado. Había manchado la yema del dedo cuando lo tocó. Bajo unas circunstancias distintas habría inspeccionado la otra entrada de la callejuela por si alguien había visto algo, pero ahora no quedaba tiempo para eso.

Los diez minutos ya casi se habían cumplido.

‘Los arrecifes’ era como los vecinos llamaban a un conjunto de piedras negras que había en la costa, a poca distancia del sur de la ciudad. Muchos barcos habían encallado en ellos en el pasado, pero en la actualidad era algo que ocurría raramente. Eriko se movía con facilidad entre las agudas rocas, moviéndose entre ellas con la gracia de alguien acostumbrado al ir y venir de las mareas. Cuando alcanzó el centro de la formación pudo ver que había una figura solitaria aguardándola.

“Gracias por venir,” dijo el hombre. Estaba vestido con colores que no reconocía, pero ella creyó ver de refilón un anagrama que no le era conocido debajo de su capa cuando separó sus brazos cruzados. “Pensé que querrías verme.”

“¿Quien eres?” Preguntó ella. “¿Qué es lo que quieres?”

“Varias cosas,” replicó él. “Mi nombre es Gyoken. Tengo un mensaje que quiero que entregues a tus superiores.”

“¿Un mensaje? ¿De quién?”

“De mi señora, Yoritomo Hotako,” respondió. “Simplemente especificó que debería de ser entregado a tu señor Naizen, se me dio la libertad de elegir al mensajero. Y te escogí a ti.”

El arma de Eriko estaba nuevamente en su mano. Yoritomo Hotako era el nombre de una joven oficial Mantos que había desaparecido unos meses antes. Se rumoreaba que había sido vista en compañía de los Perdidos, pero nadie podía decir si eso era verdad o no. Por el contrario, si seguía viva, y este hombre era su vasallo como afirmaba, entonces las cosas no eran lo que parecían. “¿Por qué yo? ¿Y por qué debería cooperar?”

“Llevarás esto a tu inmediato superior porque, como todos los de tu clase, careces de la voluntad de actuar independientemente. ¿Es legítimo? ¡No puedes tener la certeza! No tienes el rango para tomar tal decisión.” Gyoken movió su cabeza. “Un verdadero señor valora a sus vasallos por su fuerza de voluntad y claridad de pensamientos, no por ser esclavos sin mente.”

La cara de Eriko se cubrió con una expresión de odio. “Acabaré contigo por hablarme de esa forma.”

Gyoken sonrió. “Ah sí, eso es por lo que te elegí. He oído hablar de tu destreza en el Campeonato Esmeralda. ¡Tu duelo improvisado se ha convertido en casi una leyenda! Dime, ¿qué es lo que sucedió realmente? ¿Cómo pudiste lograrlo?”

“Silencio,” escupió ella.

“Por supuesto, si te niegas a entregar el mensaje… si eres lo suficientemente estúpida para intentar atacarme… tal vez acabe con tu vida. ¡Y con ello, conseguir algún favor de los Grulla cuyo territorio estáis ocupando! ¡No es necesario que no pueda obtener algún beneficio de esto!”

“¡No conseguirás beneficio alguno cuando estés muerto!”

“Eso es poco probable,” se burló Gyoken. “Después de todo no soy un duelista que envejezca.”

“¡Silencio!” gritó ella.

“Sólo por eso,” añadió Gyoken, “tu muerte bien nos puede comprar un favor con los Dragón también. Estoy seguro que incluso entre una montaña de místicos, hay uno o dos que tengan algún interés en la venganza del gran héroe Mirumoto Chojiro.”

La cara de Eriko se volvió roja de vergüenza con la mención de tal momento. “¡No hables de él!” dijo Eriko “¡No eres el indicado para hablar de eso!”

El Araña movió su cabeza mostrando su disgusto. “Tu, su asesina, ¿te atreves a juzgarme indigno de hablar de él? Tu hipocresía no conoce límites.”

Eriko saltó hacia él. Se lanzó por entre los picos que los separaban con una velocidad increíble, dispuesta a lanzar un golpe que silenciaría la burlona voz de ese estúpido para siempre. El no hizo intento alguno de evitar el ataque, y detuvo su espada en el último momento reflejando en su rostro una máscara de odio mientras lo hacía. “Eres patética,” le dejó caer, empujándola hacia atrás sin aparente esfuerzo. “No alcanzo a comprender como tu despreciable clan fue lo suficientemente sabio para aliarse con mis señores en primer lugar.”

“¿Qué?” demandó Eriko. “¿Qué quieres decir?”

El la miró desde el lugar en el que se encontraba. “Lo verás enseguida.”

Ella arremetió contra él desde la arena donde había aterrizado, pero él saltó con facilidad sobre su golpe y la pateó en la cabeza, enviándola atontada hacia el suelo e incapaz de levantarse. Con dificultad percibió que él le lanzó el estuche de pergaminos y que este el golpeó el do-maru que cubría su pecho. “Haz lo que se te ha indicado, pequeña mensajera.”

“… mataré…” logró decir ella.

“Improbable,” repitió él. Se apartó a un lado y la golpeó de nuevo, esta vez en la mandíbula.

La oscuridad se la tragó.