Escenas del Imperio 13

 

por Rusty Priske y Shawn Carman

Editado por Fred Wan

Traducido por Yasuki Pachinko y Mori Saiseki

 

Secretos de poder

 

El monasterio estaba asentado dentro de la linde de Shinomen Mori, lo bastante lejos para que no fuera inmediatamente obvio para aquellos que viajaran por la región. Estaba lo bastante cerca por conveniencia y aun así lo bastante oculto para la intimidad. Eso era mas o menos lo que los ocupantes originales habían pretendido, pero por supuesto aquello había caído en el desuso hace bastantes años. O al menos hasta que fue tomado por otros, algo que había sucedido en algún momento en los últimos dos años, aunque obviamente nadie podía asegurarlo.

Una pequeña fuerza de samuráis permanecía en el extremo lejano de una elevación que les ocultaba de la linde. Eran pocos en numero, pero duchos en experiencia, cada uno de ellos con no menos que diez años de distinguido servicio en las legiones imperiales o alguna organización relacionada. Habían entrenado juntos durante semanas, habían sido equipados con las mejores armas, y habían sido extensamente informados de a lo que se podrían enfrentar. Estaban perfectamente preparados para la tarea que tenían entre manos.

Seppun Tashime ya había estado múltiples veces en esta situación, y nunca había conseguido lograr lo que había planeado conseguir. No volvería a pasar. Se giro a su segundo al mando, un hombre que no conocía de nada hasta hace tres semanas pero que había aprendido a confiar en el muchas cosas en un corto periodo de tiempo. “Iyedo,” dijo en voz baja, “¿Están los hombres listos?”

Kuni Iyedo se inclino rápidamente, su medalla de magistrado de jade colgando con orgullo y brillando en el sol de mediodía. “Están preparados, Tashime-sama. ¿Tenéis ordenes adicionales antes de que empecemos?”

Tashime lo consideró durante un momento. “Hablaré con ellos, si,” dijo.

“¡Legionarios!” Bramó Iyedo, su voz severa pero cuidadosamente controlada para que no se le oyera demasiado. “¡Vuestro señor quiere hablar con vosotros!”

Los hombres dieron un respingo y prestaron atención, pero Tashime ignoró eso. “Estáis entre los mejores soldados que he conocido a lo largo de muchos años,” dijo. “Estamos a punto de meternos en una situación que esta mas allá de la capacidad de predicción de cualquier hombre honorable. No podemos saber a que nos enfrentaremos, pero debemos estar preparados para enfrentarnos a un ataque inmediato. Eso quizás seria más fácil de despachar, en vez de la posibilidad de la confusión absoluta. Debes permanecer listos para atacar al instante si la necesidad aparece, pero no hagáis el primer movimiento a no ser que yo de la orden.”

“¡Sensei!” dijo uno de los hombres, dando un paso adelante.

“¿Si, Tobushi?” respondió Tashime, asintiendo al joven Dragón.

“¿Deseáis cogerlos con vida para interrogarlos, o deberíamos eliminarlos?”

“Si se llegara a dar el caso, haz lo que sea necesario para defenderte y elimina a tus enemigos,” respondió Tashime. “Si necesitase un oponente para interrogar ya incapacitare yo uno. Mi único deseo en ese sentido es que salgas con vida para servirme de nuevo.”

“Hai, sensei,” dijo el Mirumoto y volvió a las filas.

Tashime asintió. “Una ultima orden. Sin duda estaréis al tanto de mi deuda de honor personal respecto a la mujer que se llama Shaiko, también conocida como la Mujer Gris. Si resulta estar dentro del monasterio, mi honor exige que yo tome su vida. Sin embargo, mi deber es mayor, y es mi deber que ella muero. Si alguno de vosotros tiene la oportunidad de tomar su vida, no dudéis en hacerlo. Mi honor será saciado si alguno de vosotros es responsable de su muerte. Confío en vosotros mi honor.”

“Gracias, comandante,” murmuraron los hombres.

“Empecemos,” dijo él.

Los hombres se aproximaron al frente del simple monasterio. Las largas sombras del bosque dieron una pausa a Tashime, y el escrutó con cuidado en busca de amenazas ocultas. No pudo ver nada, pero no estaba convencido. Dos monjes salieron y permanecieron en el camino hacia la puerta frontal del monasterio. Sus brazos permanecían cruzados, pero portaban las ya familiares túnicas de los sohei que Tashime había logrado asociar a los monjes que servían al Clan de la Araña. “Saludos, viajeros,” uno de los hombres dijo, su voz carente de calidez e incluso interés. “¿Podemos ayudaros en algo?”

“Si, si que podéis,” dijo Tashime. “¿Iyedo?”

El Kuni asintió y alzó repentinamente su mano. Un torrente de energía verde fluyo de su palma y golpeo a uno de los hombres en el centro de su pecho, lanzándolo hacia atrás casi tres metros y dejándolo postrado de espaldas en el suelo. “¡Rápido!” gritó a sus hombres.

Cuatro de los hombres avanzaron al instante, dos de ellos flanquearon al monje que permanecía de pie y los otros dos se aproximaron al que yacía en el suelo. El hombre de pie no se movió, y el del suelo rodó ligeramente, pareciendo desorientado. “¿Cual es su condición?” Preguntó Tashime.

“¡Parece ileso!” Gritó Tobushi. “¡No hay signos de quemaduras, solo algo de enrojecimiento!”

Tashime se giró a Iyedo. “¿Qué significa eso?”

El shugenja frunció el ceño. “Si está corrupto, lo está solo ligeramente. En las primeras etapas de la infección. Puede que no esté en absoluto corrupto.”

“No portamos la marca del Jigoku,” dijo el monje que aun estaba de pie. “Nadie en el monasterio la porta. Nos someteremos a las pruebas de tu shugenja si lo deseas.”

“Permitiré que Iyedo tome esa determinación,” dijo Tashime. “Habla ahora, y di la verdad: ¿Esta la Mujer Gris ahí?”

“Conozco a la mujer de la que hablas, pero no esta aquí,” respondió el hombre. “Que yo sepa nunca ha estado en este monasterio.”

Tashime apretó los dientes con fuerza y aferró el puño en su arma. “¿Conoces su localización?”

“No,” respondió el hombre.

Tashime luchó contra la necesidad de blasfemar. Seria inapropiado delante de sus hombres. “Hemos recibido información que indicaba que estaba aquí,” dijo.

“Si,” respondió el hombre. “Esparcimos esos informes deliberadamente.”

“¿Qué?” Preguntó Iyedo. “¿Por qué esparcir falsos informes?” Se volvió hacia Tashime. “¡Mi señor, es una trampa! ¡Hombres, defender al comandante!”

“Esperad,” dijo Tashime. “¿Por qué diseminasteis informes falsos?”  Sus ojos estaban entrecerrados. El hombre no parecía tener ninguna intención malvada.

“Era deseo de nuestro superior hablar contigo sobre tu búsqueda,” respondió el monje. “Fue por su voluntad que lo hicimos.”

“¿Quién es tu superior?” Exigió Tashime.

“Perdóneme mi señor, pero esa pregunta es imposible de responder,” dijo el monje. “Será una cuestión mucho mas simple que te lleve ante él.”

El aposento más recóndito del monasterio esta casi a oscuras, con un puñado de velas repartidas alrededor proyectando vagas luces que permitían ver los limites de la habitación. El aire era denso y con un extraño incienso que era distinto a cualquier cosa que Tashime había olido antes. Algo en ello era primitivo, como el bosque que había abandonado hace tan solo un momento. La cámara parecía vacía, pero podía sentir otra presencia. Sus años de servicio a las familias Imperiales le habían hecho enfrentarse a un gran numero de enemigos inimaginables, pero algo aquí era distinto, y Tashime luchaba contra la extraña sensación temblorosa de su pecho.

“Al fin, el Tashime,” una voz sibilante susurró en la oscuridad.

“Soy Seppun Tashime,” respondió. “¿Quién se dirige a mi?” Una forma enorme se movió en la oscuridad, casi como si el muro se moviese, y entonces la forma surgió de la oscuridad ante él. “Soy el Quelsaurth.”

Tashime dio un paso atrás, involuntariamente. “Conozco ese nombre,” dijo en voz baja. “El aliado Naga del Shogun Kaneka, el que desapareció. Muchos creen que volviste con tu gente, pero otros creen que fuiste a investigar a los Perdidos.”

“Los Perdidos,” dijo el Naga. “Los Araña. Es extraño como vosotros los humanos usáis diferentes nombres para la misma cosa, y aun  así nunca parecéis confundiros con sus significados.”

“¿Has estado aquí todo este tiempo?” Preguntó Tashime. “¿Por qué me buscabas?”

“No he estado aquí todo este tiempo,” dijo el Quelsaurth. “Fue el deseo de Kaneka que representase sus intereses entre aquellos que el llamaba los Perdidos. Fue mi deseo entender las motivaciones de los Perdidos. Había algunos de los que servían al Abyecto que mantuvieron su libre albedrío y parecía que carecían de la enemistad natural contra mi pueblo. Aquello era anómalo a todas las experiencias que se hallan en el Akasha.” Pausó y se desenroscó, sacudiendo la lengua levemente. “Te he convocado porque hay cosas sobre los Araña que deben saberse. Cosas que aquel al que llamáis Señor Oscuro lucha por acabar con pero que pueden tener serias ramificaciones para todos los humanos.”

“Te refieres a Daigotsu,” dijo Tashime en voz baja.

“Ese es uno de los nombres que vosotros los humanos le habéis dado, si,” dijo el Naga. “Hay facciones dentro de su clan que luchan contra su liderazgo. Están consumidos por la influencia del Abyecto, y el Abyecto tiene un nuevo avatar en el mundo físico.”

Tashime frunció el ceño. “¿Hablas de los Destructores?”

“Desconozco todos los nombres que los humanos han dado al Abyecto,” admitió el Quelsaurth, “pero creo ese es uno de ellos, si.”

“Ha habido informes, mas que pocos, sobre los Araña luchando contra los Destructores. ¿Es eso lo qué esta haciendo Daigotsu?”

“Lo es,” contestó el Quelsaurth. “Sus esfuerzos contra el Abyecto pueden ser impedidos por aquellos dentro de sus filas cuya ambición supere su lealtad.” Reptó a su lado levemente. “Tal es la locura del Abyecto.”

Tashime sacudió ligeramente la cabeza. “Yo... no se que hacer con esa información,” admitió. “Debo llevarla ante mis señores.”

“Es más información que la que poseen muchos humanos sobre los Perdidos,” dijo el Quelsaurth. “Es demasiado importante para que descanse en mano de tan pocos.”

“Haré tal como desees,” dijo Tashime con una corta inclinación. “Estoy agradecido por el honor y la ayuda de los Naga, y de la tuya en particular.”

“Honro la memoria de mi amigo, el Kaneka,” dijo el Quelsaurth. “Eres el tipo de persona con cuya compañía hubiera disfrutado.”

Tashime se inclinó y empezó a retirarse, entonces se detuvo. “¿Conoces a la Mujer Gris?”

“Sé de quien hablas,” respondió el Quelsaurth. “Cruzó el velo de la muerte y regresó. Ningún humano puede hacer tal cosa y emerger con su mente intacta. Es la locura encarnada, y ella ansia tu muerte.”

Tashime asintió. “¿Ella... no puede ser salvada?”

“Creo que el Tashime  ya conoce la respuesta a esa pregunta.”

El magistrado cerró los ojos. “Si,” dijo. “supongo que si.”

 

 

El Coste

 

Ikoma Noda oyó los gemidos de sus hombres antes de llegar a la habitación donde estaban alojados. Hizo una mueca. Sabía que ninguno de esos hombres mostraría tal debilidad si no había ninguna forma de evitarlo.

El dolor que sintió por ellos por su perdida de honor era mayor que el de sus heridas.

Noda entró en una antesala mientras los gemidos y gritos crecían en intensidad. Dos asistentes, un Kitsu y un Fénix le recibieron dentro. El Kitsu simplemente le asintió mientras el Fénix parecía molesto por la intrusión.

“No he enviado ningún comunicado sobre que estos hombres estén listos para visitas,” dijo enfadada y bruscamente el Fénix.

Noda ignoró su tono y dijo simplemente, “Están bajo mis órdenes. Necesito saber de sus progresos.”

El Kitsu desdeñó con un gesto de su mano la respuesta del Fénix y dijo, “Ciertamente, Noda-san. Puedes verles. A pesar de la apariencia y del origen de sus heridas, no encontramos indicios de la mancha entre ellos. Es seguro para ti si entras.” Entonces se dirigió a la pantalla que cruzaba la habitación, como si hubiera alguna duda sobre de donde emanaban los sonidos.

Noda corrió la pantalla y vio a ocho hombres, yaciendo en filas. El olor de la muerta estaba en la habitación, tanto que hizo que Noda pensase sobre el campo donde estos hombres cayeron.

 

* * *

 

Cientos de horribles criaturas se abalanzaban desde la grieta producida en la tierra. Eran todo garras, dientes y armadura, montados en el reptante cuerpo de una infecta serpiente. Incluso una podría ser suficiente para detener a un hombre, y había suficientes como para enfrentarse a un ejército.

Por suerte Noda tenía un ejército.

“El dios-bestia nos teme” Dijo a sus tropas. “¡Teme al León, como toda cosa viviente debería! ¡Envía a sus peones a detenernos, pero no nos detendrá! ¡Pavimentaremos el camino de la bestia con los muertos, y quemaremos los corruptos cadáveres como un monumentos a la enormidad de la tarea, una vez que matemos a la bestia!”

Cuando recibieron la carga del enemigo, la formación León aguantó, pero no sin bajas. Mientras la hoja de Noda bebía la sangre e icores de uno, vio a un Nikutai llamado Iyono caer por el barrido de la garra de una de las criaturas.

 

* * *

 

Noda permanecía sobre Akodo Iyono y observó mientras se retorcía de dolor inclinado sobre una herida en el vientre, fuertemente vendada con gasas blancas, manchadas de amarillo y rojo. Se giro al Kitsu y pregunto, “¿Takakura-san, puedes decirme porque estos hombres sufren tanto? He visto heridas terribles en el campo de batalla, pero nunca esta cantidad de sufrimientos tan prolongados tras recibirlas, sin que el samurai acabe muerto.”

Kitsu Takakura asintió. “Parece que las criaturas a las que os enfrentasteis segregaban algún tipo de veneno u otra sustancia que entra en la herida y causa el nivel de sufrimiento que estás observando. Hemos probado muchos métodos para eliminar la sustancia pero han sido infructuosos. Si no fuera por la mejoría que hemos visto, hubiéramos sugerido acabar con sus vidas antes que continuar este sufrimiento.”

Los ojos se Noda se abrieron.”¿Mejoría?”

Takakura asintió de nuevo. “Si. Ha sido muchísimo peor.”

 

* * *

 

Noda descubrió un patrón en el ataque de las criaturas: agitaban sus apéndices insectoides mientras se abalanzaban descendiendo con sus brillantes dientes. Una vez descubierto esto, un contraataque era fácil de preparar. Se agacho, directamente en frente de uno y cuando se abalanzo hacia él, saltó y rodó a un lado, manteniéndose bajo las hojas que golpeaban. Esto abrió el flanco de la criatura y una estocada rápida entre sus placas quitinosas acabo con la amenaza.

Noda regreso a las filas donde pudo compartir sus descubrimientos. Paso por encima de un hohei llamado Sorimachi, desplomado en el suelo con sangre derramándose de un terrible tajo en su brazo.

 

* * *

 

Noda vio al joven Sorimachi jadeando por el brazo que le faltaba. Estaba destrozado por el dolor en un miembro que ya no existía, la batalla contra el dios-bestia había sido la primera para el joven samurai, apenas pasado su gempukku. Parecía que seria la última, ya que la ausencia de su brazo hábil le relegaba ahora a otros deberes muy distintos.

Noda lamentó la pérdida de un soldado, pero no compadeció a Sorimachi. Cuando los días de combatir acabasen, él podría ir con la cabeza bien alta mientras podría contar su parte en la derrota de la mayor de las amenazas a las que Rokugan se había enfrentado.

Su historia sería legendaria.

 

* * *

Noda observó mientras sus hombres seguían sus instrucciones mientras asaltaban a sus enemigos. Saber sus debilidades no hacia fácil el asalto ya que aún seguían siendo muy rápidos y se podían ajustar en cualquier instante. Si el samurai no era perfecto en la ejecución de la maniobra, quedaba fatalmente expuesto.

Noda observó como un hohei tropezaba ligeramente mientras esquivaba a la derecha. El ligero retraso significó que aunque tuviera éxito en clavar su espada en la criatura y terminar con su amenaza, no fue antes de que esta enterrara sus horribles fauces de nuevo sobre él.

Noda observó mientras el cuerpo del León caía sobre el de la criatura, mientras los dos se enfrentaban a la muerte juntos.

Aun así, con todas las pérdidas, el León fue capaz de utilizar lo que Noda dedujo para ganar ventaja sobre las horribles bestias tan pronto como los cadáveres de los monstruos llenaban el campo de batalla.

El León se alzaba victorioso una vez más contra lo que parecía imposible.

 

* * *

 

Noda miró a los hombres caídos bajo su mando. Vio su sufrimiento y todo lo que habían perdido. Vio los rostros de los que habían perdido incluso más.

Aun así no vio en absoluto pérdidas. Solo vio gloria y honor.

Solo vio victoria.

 

 

Inmóvil

           

Las provincias del Clan Dragón eran normalmente desagradables, en eso la mayoría estaría de acuerdo, pero la experiencia de Isawa Mitsuko era que había pocas zonas de las tierras Dragón que eran tan deprimentes y poco acogedoras como las otorgadas a la familia Tamori para que las gobernase. No era solo que eran opresivas por su dura geografía, reflexionó, sino también lo hacía la generalmente obstinada e inhospitalaria naturaleza de la familia que gobernaba en ellas.

La Maestra del Aire luchó por permanecer pacientemente a la espera de hablar con el señor de los Tamori. No estaba acostumbrada a que la hiciesen esperar, dada su posición y relativa importancia en el Imperio, pero durante los últimos años reuniéndose con los Tamori intentando resolver su mutua dificultad, se estaba acostumbrando, aunque a regañadientes. Su ayudante en este viaje, Asako Serizawa, se movía algo inquieto. Aún era bastante joven, y aunque era un consumado inquisidor, aún no había dominado el estar en la corte. Eso no importaba, reflexionó Mitsuko, su cara mostrando una irónica sonrisa, ya que tampoco se podía decir que los Tamori hubiese dominado el estar en la corte.

Serizawa vio su expresión y la miró algo nervioso. “¿Va todo bien, mi señora?”

“¿Si todo fuese bien, hermano de mi ojo, no nos volveríamos a encontrar aquí, verdad?”

Aunque su tono podía ser tomado como una reprimenda, Mitsuko tuvo el cuidado de usar la familiar forma de hablar entre inquisidores, algo que hizo que Serizawa enrojeciese levemente y mirase hacia otro lado. Eso era lo que ella quería. No tenía humor para hablar.

Un panel se abrió, deslizándose, y salió una joven que la resultaba familiar. ¿Cuál era su nombre? Mitsuko no se acordaba. Era una de las ayudantes de Shimura, al menos por lo que podía recordar de sus anteriores encuentros. “El señor Shimura os recibirá ahora, honorables invitados,” dijo la joven, su tono agradable, como siempre.

Serizawa sonrió y se inclinó. “Gracias, Kuroko-san,” dijo. “Por supuesto nos honra mucho que Shimura-sama nos pueda recibir sin apenas preaviso.”

Kuroko. Ese era su nombre. Serizawa siempre se ganaba el sueldo de una forma o de otra. Mitsuko forzó una sonrisa que esperaba que aparentase ser genuina. “Claro que nos sentimos honrados,” estuvo de acuerdo.

Tamori Kuroko sonrió de una manera que dijo a los dos Fénix que entendía exactamente como se sentían, fuese lo que fuese lo que decían, e hizo un gesto para que la siguiesen. Lo hicieron, y un momento después llegaron a una sala que les resultaba familiar. No era una sala de audiencias, al menos no como las que los demás señores tenían, que supiese Mitsuko. Estaba dominada por una gran mesa en su centro, que llegaba más o menos a la cadera, y sobre ella había docenas o quizás cientos de pequeñas esculturas de piedra, cada una era una cuidadosa representación de una fortaleza, una torre, o en algunos casos, unidad militares completas. Su tallado era distinto a todo lo que había visto Mitsuko fuera de las salas del palacio donde entrenaban los artesanos Shiba, pero lo que más la impresionó era que en cada visita era distinto el lugar que estaba representando en la mesa. A veces era una posesión especial, y las tierras que lo rodeaban. Otras veces era la totalidad de las tierras Dragón. El inmenso volumen de las miniaturas de piedra que ella había visto indicaba o que Tamori Shimura tenía literalmente miles de ellas a su disposición, o que eran creadas, posiblemente mágicamente, cada vez que cambiaba la disposición de la mesa. En cualquier caso, era impresionante.

La dura expresión del señor de los Tamori no cambió nada cuando entraron. “Dama Mitsuko-sama,” dijo secamente. Asintió a un escriba que estaba en un rincón de la sala, quien rápidamente empezó a escribir, presuntamente una completa descripción de toda la reunión. Era quizás una burla hacia los Fénix que fuese necesario recoger lo dicho allí.

“Señor Shimura-sama,” contestó ella, manteniendo su tono suave y la expresión amable. “Es un placer volver a veros.”

“Si dijera algo así mentiría,” dijo bruscamente Shimura. “Sospecho que estáis siendo meramente diplomática. Después de todo, un Fénix nunca mentiría.”

Mitsuko luchó por mantener el control de su mal genio, algo que había jurado hacer en esta visita. ¡Solo segundos después de comenzar la reunión y ya ese hombre había inflamado su sensibilidad! O era un bruto de primer grado o un manipulador tan hábil que debería haber nacido Escorpión. Nunca estaba segura que opción era la verdadera.

No estamos aquí para mentiros, mi señor,” dijo tranquilamente Serizawa. “Solo deseamos volver a hablar sobre un asunto muy urgente, tanto para nuestra orden como para el bienestar a largo plazo de vuestra familia.”

“Alabemos a las Fortunas,” dijo Shimura, y esta vez parecía genuinamente aliviado. La escriba del rincón, una joven con pelo negro, apenas ocultó una risa detrás de su mano, que hizo que Mitsuko la mirase con irritación. “Al menos esta vez no tenemos porque bailar alrededor del asunto como si fuésemos artistas Grulla. Eso, al menos, es algo bienvenido.”

“Este no tiene porque ser un encuentro largo ni desagradable,” dijo tranquilamente Mitsuko. “Solo esperaba que quizás hubieseis disfrutado del suficiente tiempo como para reflexionar sobre las cosas dichas en nuestro último encuentro.”

“Tiempo más que suficiente,” dijo Shimura. “Mi decisión no ha cambiado.”

Mitsuko cerró los ojos y se frotó la frente. “Mi señor, debéis comprender la amenaza que sigue existiendo por culpa de esta mujer…”

“Por favor, corrígeme si estoy equivocado,” interrumpió Shimura, “pero tus propios inquisidores, a los que he permitido un tremendo nivel de acceso, están de acuerdo que en estos momentos no existe una amenaza sobrenatural planteada por la mujer llamada Agasha Kyoso.”

“Los exámenes que llevaron a cabo nuestros compañeros no descubrieron que Kyoso tuviese en estos momentos inusuales cualidades o habilidades sobrenaturales,” dijo cuidadosamente Serizawa, “pero eso no quiere decir que no sea una persona peligrosa.”

“¿Es humana, y mortal?” preguntó también Shimura, levantando sus cejas con curiosidad.

Mitsuko puso una mueca de dolor. “Así es, por lo que podemos comprobar. Pero también lo era cada ser vivo que alguna vez invocó un demonio, justo hasta el momento en que llegó ese ser al mundo de los mortales. Entonces se convirtieron en una gran amenaza al Imperio. ¿Cómo podemos saber que Kyoso no sea aún una amenaza?”

“Creéis que el permitirla vivir invita la calamidad,” dijo Shimura.

“Así es, mi señor,” estuvo de acuerdo Serizawa.

“¿Cómo sabemos qué el matarla no invita también algún tipo de desastre que estos momentos no podemos preveer ni comprender?”

Mitsuko entrelazó las manos para no coger algo de la mesa y tirarla al otro lado de la sala, irritada. “Entre ambas opciones, creo que está claro cual es la más segura, señor Shimura.”

Por primera vez, Shimura sonrió. “Yo pienso lo mismo, Dama Fénix.”

La Maestra del Aire echaba chispas mientras los dos Fénix caminaban por el enrevesado camino que bajaba del castillo Tamori. “¡La insolencia de ese hombre!” Escupió. “¡Insufrible!”

“Parece confiar en las emociones cuando debería pensar más claramente,” estuvo de acuerdo Serizawa. “A veces me pregunto si no deja vivir a Kyoso simplemente para irritar a los Fénix.”

“Estoy bastante segura que es exactamente por eso,” gruñó Mitsuko. “¡Que bufón! ¡Y también esa sonriente fulana suya!”

“¿Kuroko?” Dijo Serizawa, con la boca abierta. “Mi señora, pero si ella no dijo nada.”

“¡Ella no! ¡La escriba que estaba en el rincón!”

Ahora el otro inquisidor parecía totalmente desorientado. “¿Os referís a Ado, el viejo escriba monje?”

“¡El viejo no!” Dijo Mitsuko. “¡La nueva!” Ella cerró los ojos durante un momento y levantó una mano para evitar más discusión. “No tengo tiempo para esto,” dijo cansadamente. “No tengo tiempo para viajar de forma normal, y mucho menos para una conversación ociosa. Me necesitan en otro sitio. La verdad es que en varios sitios. ¿Puedo confiar en ti para que hagas un informe completo y preciso de nuestra visita, Serizawa?”

“Por supuesto, mi señora, pero…”

“Muy bien,” dijo ella, y tras un resplandor, desapareció.

La mujer se rió calladamente para si misma mientras se alejaba del castillo Tamori por una ruta totalmente diferente. Los Fénix estarían echando humo, claro, y se preguntó cuanto sería por el comportamiento de Shimura, y cuanto porque la Maestra del Aire parecía haber podido penetrar sus engaños más externos. Era curioso que una mortal pudiese poseer tanto poder, pero claro había aún aspectos de sus habilidades a las que aún se estaba acostumbrando, incluso después de tanto tiempo. Kakita Kensho-in distraídamente dejó caer la simple túnica de monje que había usado para aumentar su disfraz, sintiéndose mucho más cómoda con el radiante kimono azul y negro. En estos momentos el viejo monje ya se habría despertado de su sopor causado por el sake y se habría dado cuenta que tras más de veinte años sin sucumbir a sus vicios, había recaído en ellos.

Kensho-in pensó durante un momento en ello. ¿Se desesperaría el monje y volvería a ser un borracho, quizás matándose en el proceso? ¿O se volvería más fuerte y forjaría su cuerpo y voluntad hasta convertirlo en acero para impedir que algo así volviese a ocurrir? Sería interesante ver cual, pero solo ligeramente. Las luchas de la mayoría de hombres y mujeres para sobreponerse a sus vicios eran tristemente predecibles.

Pero Tamori Shimura, pensó la Mano de Obsidiana, ese si que era mucho más interesante.

Quizás incluso más interesante era Agasha Kyoso.

Kensho-in se sonrió. Fuese cual fuese el resultado final, esto sería muy, pero que muy entretenido.