Escenas del Imperio 17

 

por Rusty Priske, Brian Yoon, & Shawn Carman

Editado por Fred Wan

Traducción de Mori Saiseki

 

Santificado

 

Isawa Takashi se apoyó en la pared, ociosamente haciendo girar un pequeño trozo de cuerda alrededor de su dedo – primero hacia un lado, luego hacia el otro. Creaba distintos dibujos entrelazados en sus nudillos, igual de posible era ver un estudio del efecto de celosía de la energía en espiral, como las ataduras de la empuñadura de una katana o la forma de atar un kimono de noche.

Observaba a los otros dos que también esperaban. Ambos eran jóvenes. Uno llevaba las vestimentas de un León, el otro parecía probablemente ser una ronin. Ninguno habló, esperando la fuente de su misteriosa convocatoria.

Soshi Yoshihara entró en la sala. Adoptaba una especie de deslizamiento que muchas cortesanas Escorpión conseguían hacer, pero ella no lo lograba del todo. No tenía ese aire de sensualidad que normalmente acompaña estos movimientos. Ella nunca admitiría que su inhabilidad para dominar esa técnica la preocupase. Después de todo, era una sacerdotisa de los kami. Tenía cosas más importantes por las que preocuparse.

“¿También te han citado a ti?” Preguntó Takashi, mientras seguía girando su cuerda.

“Yo fui los que os convoqué. Me llamo Soshi Yoshihara, para los que no lo sepáis.”

Takashi subió una ceja. “¿Tu nos has convocado?”

“Así es. Sé que esperabas a un oficial de alto rango de la Guardia Oculta, pero sabes que no os engañé sobre la naturaleza de la convocatoria.”

Takashi miró a su alrededor. “Creo que antes de que continúes, debemos saber quienes somos todos. Si vamos a hablar con franqueza, debemos saber a quién pertenece cada oído.”

Yoshihara asintió. “Te preocupa hablar sobre los Santificados. Tu reticencia es merecida, pero te aseguro que es innecesaria. Estos son dos recién reclutados miembros de nuestro grupo. Este es Kitsu Katsuki.” El León se inclinó. “Y esta es M’rika.” El último miembro, casi seguro una ronin, se inclinó muy profundamente.

Takashi asintió, aunque miró con recelo a M’rika. “Yo soy Isawa Takashi. ¿Entonces esto es un asunto de los Santificados? Eso solo hace que la falta de la Guardia Oculta sea más intrigante, no menos.”

“No es exactamente así,” dijo Yoshihara. “Esta es una misión muy importante que solo los Santificados pueden realizar, pero no es, estrictamente hablando, una tarea de los Santificados la que realizaremos.”

Katsuki finalmente habló. “Mis disculpas Yoshihara-san, ya que soy nuevo en este puesto, pero esto no tiene sentido para mi. Nuestra obligación es asegurar que las tierras por donde viaje la Emperatriz están adecuadamente purificadas y dignas de la presencia de la Divina. Nuestras obligaciones parecen muy claras.”

Yoshihara asintió. “Tienes razón. Pero el Imperio está en guerra. La Emperatriz no viaja por placer. Hay enemigos que caminan por dentro de nuestras fronteras. Hay algunos que saben que la Emperatriz no viajaría sin que nosotros fuésemos allí primero.”

Takashi frunció el ceño. “Por eso es por lo que nuestros nombramientos son secretos. De otra forma solo el que pasásemos por un lugar indicaría el itinerario de la Emperatriz.”

“Nuestros nombramientos fueron secretos, si. Pero ha habido una filtración y se sabe el nombre de cuatro miembros de los Santificados.”

Se miraron entre si. Katsuki dijo lo que todos estaban pensando. “Nosotros cuatro.”

Yoshihara respondió no diciendo nada y después Takashi suspiró. “¿Cómo se han podido filtrar nuestros nombres? Nunca había oído hablar de estos dos.” Luego se giró y se inclinó levemente ante el León. “No pretendo ofenderte.”

“No me he sentido ofendido.”

Yoshihara esperó un momento y luego dijo, “Se filtraron nuestros nombres porque yo los filtré, bajo instrucciones del Campeón Esmeralda.”

Hubo un momento de silencio antes de que Takashi dijese, “¿Qué?”

“Me acerqué a Jimen-sama con un plan para intentar sacar a la luz amenazas contra la Divina que pudiesen estar ocultas dentro del Imperio. Fue un honor para mi que reconociese la validez de mi plan y me ordenase seguir con el. Ya que el plan solo tendría éxito si las identidades de los Santificados involucrados eran conocidos, filtré nuestros nombres.”

Takashi frunció el ceño. “¿Por lo que unilateralmente decidiste involucrarnos en este plan?”

Yoshihara agitó la cabeza. “Unilateralmente no. Creo que he dicho que el Campeón Esmeralda aprobó el plan.”

Katsuki miró a Takashi y luego dijo, “¿Y qué hay de el? ¿Cuál es el plan?”

La Escorpión sonrió y luego dijo, “Es muy simple, realmente, y esa es su fortaleza. Cada uno de nosotros seguirá con nuestras obligaciones, como siempre. Actuaremos como si nos hubiesen dado instrucciones sobre los planes de viaje de la Emperatriz, e iremos por delante y cumpliremos con nuestra tarea. Cada uno de nosotros irá a una parte distinta del Imperio y cumpliremos nuestra tarea. Luego, idénticas comitivas abandonarán la capital y viajarán a las áreas que nosotros hemos preparado.”

Katsuki asintió. “Estás repitiendo la táctica que tuvo éxito durante la Guerra del Fuego Oscuro.”

Yoshihara asintió.

“Asumo que ninguno de nosotros sabrá cual de las comitivas llevará a la Emperatriz,” preguntó Takashi, “¿O no viajará en ninguna?”

“La Emperatriz viajará. Yo sé que senda tomará y para mostrar la importancia de cada uno de nosotros en esto, compartiré esa información, aunque no debe abandonar esta sala.” Takashi parecía como si quisiese interrumpir, pero la Escorpión no se detuvo. “M’rika será la responsable del bienestar de la Emperatriz.”

Los otros tres mostraron distintos niveles de sorpresa, nadie más que la propia M’rika. “¿Yo? Me siento muy honrada.”

Yoshihara detuvo cualquier discusión más sobre el tema diciendo, “Esto puede ser sorprendente para todos vosotros, pero me han dado todas garantías sobre la competencia de M’rika. Además, la sorpresa mostrada aquí sera compartida por otros lados, hacienda menos probable que alguien pueda adivinar el verdadero destino de la Emperatriz.”

 

* * * * *

 

Cuando Kitsu Katsuki y M’rika se fueron, Isawa Takashi le hizo un gesto a Sohi Yoshihara para que se quedase. Lo hizo sutilmente, para que no fuese obvio para los otros. Cuando estuvieron solos Yoshihara dijo, “¿Si? ¿Deseabas hablar algo más?”

Takashi frunció el ceño y dijo, “Estás dejando la seguridad de la Emperatriz en manos de una ronin. Te pido que cambies las tareas. Dale a esta ronin una de las falsas y yo protegeré a la Emperatriz.”

“¿Cuestionas el nombramiento de M’rika a los Santificados? ¿Crees que habría sido designada para el puesto sin haber demostrado antes sus habilidades?”

“No me importa. La seguridad de la Emperatriz es más importante que esas garantías.”

Yoshihara asintió. “Estoy de acuerdo. Por eso es por lo que la Emperatriz no viajará en ese momento.”

Takashi levantó una ceja. “¿Qué?”

“Ha llegado a conocimiento del Campeón Esmeralda que M’rika no se ve como una ronin. Ha jurado fidelidad al llamado clan Araña.”

“¿Qué? ¿Debemos ocuparnos de esto!”

“Si, excepto por dos cosas. Una, la postura de la Emperatriz hacia los Araña se ha suavizado últimamente. Segundo, hasta ahora es solo una suposición. Cuando supe que Jimen-sama iba a ordenar una investigación yo le propuse este plan. Nuestros nombres no se han filtrado. Nadie más conoce este plan excepto nosotros cuatro y el Campeón Esmeralda. Si hay un ataque a lo que M’rika cree que es la Emperatriz, podremos poner en evidencia tanto a ella como al Clan Araña como amenazas a la Emperatriz.”

Takashi sonrió forzadamente. “Ya veo. ¿Puedo preguntarte por qué has decidido decirme esto?”

“Esperaba que estuvieses interesado en un pequeño viaje.”

“¿Un viaje?”

“El que vaya en el palanquín debe ser capaz de defenderse. ¿Te gustaría escoltarme?”

  

 

Hermanos a las Armas

 

El frío del invierno aún permanecía en las calles de la Ciudad Imperial, traído sobre las llanuras del oeste por el viento de las provincias Unicornio. Tsuruchi Sanjo nunca había aceptado esa incomodidad, habiéndose acostumbrado desde que nació al caliente clima de las Islas de la Seda y las Especies. Por ello le seguían gustando las vestimentas amplias que le diesen libertad de movimientos, y rehusaba malgastar su estipendio en nuevas ropas que se adaptasen mejor al frío. ¿Cómo se podía gastar el suelo en ropa cuando había tantas armas interesantes, tanto sake, y tan intrigantes geishas que necesitaban de su compañía? Era una locura.

Sanjo se detuvo fuera del pequeño templo que estaba cerca del barracón que le habían asignado como parte de sus tareas entre la Guardia de la Emperatriz. Giró el tonfa que acababa de comprar por su mango, maravillándose ante su equilibrio y la suave calidad de la madera. ¡El carpintero que se creía armero era muy hábil! Sanjo miró al templo. No aparentaba nada, pero muchos de los monjes destinados a la ciudad interior eran de naturaleza conservadora, por lo que algo así no era infrecuente. Pero este templo tenía un altar nuevo, recientemente construido, y algo en el interior de Sanjo le decía que debía rendir homenaje. Estaba cansado, y a decir verdad había consumido demasiado sake incluso considerando que estaba libre de obligaciones esa noche y también a la mañana siguiente. Al final, decidió que no tenía tiempo de perder y entró en el templo, pretendiendo ofrecer sus oraciones y retirarse después.

Sanjo se movió en silencio por el patio del templo, deseando evitar toda conversación con los monjes. El altar que estaba en el patio era aún pequeño y modesto, algo que a algunos les molestaba pero que Sanjo creía que al hombre que estaba allí enterrado le hubiese contentado. Entró en el para presentar sus respetos, y se sorprendió al ver que incluso a esa hora de la noche, estaba ocupado.

Dos hombres estaban arrodillados ante el altar, presentando sus respetos. Tras un momento, Sanjo se dio cuenta que conocía a ambos. “Mis disculpas, hermanos,” dijo en voz baja. “No quería interrumpir vuestra veneración.”

“No hace falta disculparse,” contestó el ronco susurro que era la voz de Bayushi Hirose. “Ya he acabado con mis oraciones diarias.”

“¿Diarias?” Preguntó Sanjo. “¿Oras aquí todos los días?”

“Así es,” contestó Hirose. “Bayushi Norachai fue un gran hombre. Ha sido un tremendo honor para mi familia y para mi clan. Honro su memoria como todos los leales Escorpión deberían hacerlo.”

Sanjo asintió. “¿Y qué hay de ti, Naomasa? ¿Qué te trae al altar de un señor Escorpión?”

Matsu Naomasa se levantó de donde estaba arrodillado junto a Hirose. “Mi padre fue un Deathseeker. Recuperó su honor, y el de mi familia, a costa de su propia vida. En sus últimos instantes, Norachai-sama hizo lo mismo, y por ello le honro.” Hizo un gesto a una pequeña urna que había en el altar. “En su lecho de muerte, cuando le informaron que altar sería el suyo, Norachai pidió que los guardias que habían caído junto a él fuesen enterrados a su lado. Akodo Kurogane era mi amigo, y también le honro.”

“Ya veo,” dijo Sanjo en voz baja.

“Tu presencia aquí nos confunde,” admitió Hirose. “Los Mantis no quieren nada de los Escorpión, aunque algunos de ellos puedan poner a un lado su desdén por un fin mayor, como nosotros hemos hecho.”

“La verdad,” dijo Sanjo, “es que no lo sé. Me sentí… guiado. Para presentar mis respetos.”

“El destino nos mueve de maneras que no podemos comprender,” dijo Hirose. “Te ofrezco mi agradecimiento por tu veneración hacia Norachai-sama. Es un honor para todos los Escorpión. Y te dejo, para que ofrezcas tus oraciones como te parezca bien.”

“No te olvides de mis familiares en tus oraciones,” le recordó Naomasa. “O de nuestro caído camarada, Tobikuma. Sus heridas fueron graves, y su regreso a nuestro lado aún es incierto.”

“Por supuesto,” dijo Sanjo, asintiendo a los dos hombres que se iban. En su ausencia, el altar estaba completamente en silencio. Y en ese silencio, Sanjo se quedó de pie, sin saber qué decir.

  

 

Medidas Efectivas

 

El lejano e inhumano chillido se había vuelto familiar en los últimos meses, pero seguía poniendo a Hida Demopen en un estado de inquietud. Por el sonido, supuso que tenía su origen a casi un kilómetro y medio de donde él estaba. No era una amenaza inmediata, pero sabía que su breve descanso había acabado.

Empezó a anudar las guardas de su brazo y miró a su compañero de tienda de campaña. El Escorpión miraba hacia la lejanía, en dirección al sonido, su expresión ilegible bajo su máscara.

“Como puedes oír, Kosaku-san, tengo poco tiempo. Debes ir al meollo de la cuestión,” dijo Demopen. Su voz era habitualmente seca, pero sin ninguna malicia.

Bayushi Kosaku asintió. Se habían familiarizado cada uno con el estilo del otro y pocas veces se sentían agraviados. “Lo entiendo. Por suerte, mis obligaciones aquí son breves. Pedí y recibí órdenes que te darían mando directo sobre varios recursos militares Escorpión apostados en esta parte de la frontera. Si lo aceptas, Demopen-san, una legión de los más valientes guerreros Escorpión seguirán tus órdenes, como si las diese la más alta autoridad.”

Los dedos de Demopen se detuvieron en medio de un gesto. Apenas se contuvo de proferir una maldición. “¿Qué quieres decir?”

Kosaku se encogió de hombros. “Exactamente eso. Suena más importante de lo que es, Demopen-san. Podrás dar órdenes a cincuenta samuráis y a quinientos guerreros ashigaru. Conoces a estos hombres; son los que han estado luchando a tu lado durante todos estos meses. ¿Asumo que podrás forjar un vínculo de experiencias y camaradería con ellos?”

“Ese no es el problema, Kosaku-san,” protestó Demopen. “Te he dicho muchas veces que tus hombres han demostrado su valía. Lucharé junto a ellos en cualquier momento.”

“¿Entonces cuál es?” Preguntó Kosaku.

El Cangrejo balbuceó. “¿Qué hay de malo con el sistema actual? Estoy contento trabajando contigo como compañero y con compartir mis pensamientos con otro comandante.”

“Eso no cambiará, Demopen,” contestó Kosaku. “Seguiré destinado aquí y continuaré aconsejándote con cualquier medida táctica que desees. Tengo una concepción distinta sobre la guerra y la defensa, y te ayudaré a utilizarlas para alcanzar nuestro mayor potencial. Pero hay dos graves problemas con la actual cadena de mando. La primera es que no soy un soldado. Soy un guerrero, por supuesto, pero no he sido entrenado para ser un comandante. Solo la necesidad me ha colocado en el puesto que tengo ahora.”

“Te has adaptado bien,” afirmó Demopen. Sus manos volvieron a atar la pieza de su armadura.

Los labios de Kosaku se rizaron formando una leve sonrisa. “Gracias. Tú, en cambio, llevas luchando en los ejércitos Cangrejo desde tu gempukku.”

“También fue la necesidad la que me puso en esa posición,” dijo Demopen. “Los años no han sido amables con nosotros.”

“Estás dispuesto a incorporar nuestro estilo de batalla al tuyo. Nuestras tácticas han conseguido mantener a raya a esas bestias, incluso retomar parte de nuestro territorio. Debe recompensarse el éxito, y confío en que sabrás como utilizar mejor a mis hombres,” continuó Kosaku.

Demopen señaló a la entrada de la tienda de campaña, y los dos empezaron a caminar hacia las fuerzas que se estaban reuniendo para repeler el siguiente avance. “entiendo lo que quieres decir. ¿El siguiente problema?”

“Mi último argumento es simple. El mes pasado tuvimos una tragedia que se podría haber evitado fácilmente si mis hombres hubiesen estado en sus puestos.”

Permaneció en silencio. Los Destructores habían atacado al amanecer con una rapidez que nunca antes habían mostrado. Demopen se había levantado al instante y empezado a gritar órdenes para montar la defensa. Kosaku no se había levantado tan rápidamente y las fuerzas Escorpión estuvieron desorganizadas durante gran parte de la lucha.

“¿Puedo aún confiar en ti, Kosaku-san?” Preguntó Demopen mientras se acercaban a los hombres.

“Por supuesto,” respondió inmediatamente Kosaku. “Pocas cosas cambiarán. Solo he pedido, y recibido, que esto ocurra en situaciones de emergencia.”

Demopen se preguntó cuanto le había costado a Kosaku es aceptación oficial. No debía haberle ayudado en su carrera, pero también sabía que los Escorpión se habían tomado muy a pecho el error del mes pasado.

Cuando los dos comandantes estuvieron cerca de los hombres, los dos líderes de la fuerza más mortífera del ejército se levantaron. Pocas cosas podían aguantar un ataque de la furia desenfrenada de un berserker Cangrejo o del insensato abandono de un espadachín de las Mentiras Amargas. Y menos aún podían aguantar a una unidad formada por ambos y luchando juntos. Esa amalgama había tenido severas bajas pero había cambiado el sentido de más de una batalla.

“¿Estás listo, Ikarukani?” Preguntó Demopen, mirándole a los ojos.

El berserker juntó las manos ante él y mostró los dientes. Demopen no sabía si era una sonrisa o una mueca, pero era algo bastante parecido a estar de acuerdo.

“Perdonad su ansia, Demopen-sama,” dijo Bayushi Shigehiro. “Mi amigo tiene ganas de volverse a lanzar contra los Destructores. Nos pedisteis que nos recuperásemos durante la última batalla y él no deja que sus talentos se malgasten.”

Ikarukani asintió.

Demopen se rió. “Necesitabais el descanso, aunque no lo admitáis. Destruiremos a su comandante durante esta batalla.”

“¿’Nosotros’?” Repitió Ikarukani.

“Esta vez me uniré a vosotros,” dijo Demopen. “Me podréis enseñar de cerca que os merecéis todas las alabanzas que hago recaer sobre vuestros hombros.”

Una ronda de risas recorrió la unidad.

“¡Demopen-san!” Gritó Kosaku. Se giró.

“La lealtad es el mayor principio del Clan Escorpión, amigo mío,” dijo Kosaku en voz baja. “Te has ganado el mío. Sé que estarás a la altura.”

Hida Demopen se quedó sin habla durante un breve instante. Sonrió y se inclinó profundamente a la altura de la cintura.

Luego se giró sobre su tacón y colocó su tetsubo en el hombro. “¡Muy bien, chicos!” Gritó. “¡Enseñemos a estos Destructores el combinado poder de los dos Clanes más mortíferos del Imperio!”

Sus soldados rugieron. La aclamación resonó en el aire, superando el sonido del ejército de demonios que se acercaba.

  

 

Viudas Negras

 

Los nombres son cosas muy curiosas.

La mujer llamada Fatina caminó por la pequeña sala que servía como sus aposentos dentro de la fortaleza Araña llamada los Dedos de Hueso. Fatina no siempre había sido su nombre, pero sus anteriores nombres ya no importaban. El llamar a estas habitaciones sus aposentos era una artimaña de nombres, ya que eran poco más grandes que una celda grande. Y los Dedos de Hueso era un nombre siniestro, de mal agüero dado a una simple proeza de la naturaleza, que había dejado numerosas y altas columnas de roca ocultas dentro de un cañón, virtualmente imposible de encontrar a no ser que se supiese lo que se estaba buscando, y exactamente donde encontrarlo. Extremadamente curioso.

Escuchó el susurro de la puerta abriéndose tras ella, igual que lo había hecho a esta misma hora el día anterior, el día antes que ese, el día anterior a ese, y una docena de días más en una sucesión perfecta del mismo ritual. “Espero que el sol os encuentre bien hoy, señor Mishime-sama,” dijo Fatina, luchando por mantener la fatiga y el enfado de su voz. “Desafortunadamente, no tengo nueva información que daros, ya que sabéis que desde hace semanas no he dejado estas habitaciones.”

“Mishime es un pesado infeliz, ¿verdad?” Preguntó la voz de una mujer.

Fatina se giró rápidamente hacia la voz, y luego sintió como se le iba levemente el color de su rostro. “Dama Shahai,” dijo en voz baja. “Os pido disculpas. No os esperaba.”

“Eso está claro.” La Dama de Sangre caminó en un pequeño círculo alrededor del perímetro de la sala principal, examinándolo todo pero sin tocarlo. “Creo que nunca antes he estado en tus aposentos,” dijo. “Que pedestres. ¿No preferirías algo más cómodo?”

“Mis preferencias no son importantes,” contestó cuidadosamente Fatina. “Y en cualquier caso, esta sala es más que adecuada para mis necesidades, especialmente cuando pienso en algunos de los sitios que he vivido en Medinaat-al-Salaam.”

“La Joya del Desierto,” dijo Shahai. “a menudo he considerado las maravillas que deben encontrarse allí. Como sabes, mis ancestros la visitaron hace siglos.”

“No lo sabía,” admitió Fatina.

“Pocos lo saben,” dijo Shahai. “Mi linaje no es algo que a muchos les concierna. ¿Por qué supones que es?”

Fatina se mojó los labios. “Sospecho, señora, que la mayoría tienen demasiado miedo de quien sois como para preocuparse de quien es vuestra gente.”

Shahai sonrió levemente. “Quizás sea así. Bastante intuitivo. Sabes, llevo bastante tiempo queriendo venir a hablar contigo.”

“Bien.” De repente, en la sala había descendido mucho la temperatura. “¿Y por qué no habéis venido antes, mi señora?”

“Por varias razones, realmente.” Shahai pasó un dedo por una pequeña escultura de las Arenas, una de los pocos recuerdos que Fatina guardaba de su tierra. “Te podría sorprender lo difícil que es encontrar a alguien que vigile a un precoz niño como mi Kanpeki. Su yojimbo ogro es muy obediente pero algo bastante inapropiado para corregirle, si sabes lo que quiero decir. Y por supuesto, mi esposo habría desaconsejado mi visita.” Se detuvo un momento. “Esta fuera, ocupándose en estos momentos de las preocupaciones de nuestro clan.”

“Bien,” repitió Fatina. “Sentís que os lo hubiese prohibido.”

“Mi devoto y amado esposo siente que tengo problemas latentes para controlar mis impulsos más bajos,” admitió Shahai. “Debo confesar que no es algo que haya intentado quitármelo.” Miró fijamente a Fatina. “A veces la verdad es complicada, ¿no estás de acuerdo?”

“Si,” estuvo de acuerdo Fatina.

“¿Dónde está el Maestro Saleh?”

Fatina suspiró y bajó los ojos. “Mi señora, si supiese la respuesta a esa pregunta, os aseguro que la hubiese contestado la primera de la más de una docena de veces que me la ha preguntado Mishime.” Levantó la vista y miró a Shahai. “No sé a donde ha ido, ni sé lo que planea. Solo sé que es un estúpido.”

“Sobre lo último, no dudo de tu palabra,” dijo Shahai con una sonrisa. “De lo anterior, estoy menos segura. ¿Te han contado las circunstancias que rodearon su desaparición?”

Fatina aclaró levemente su garganta. “Me han dicho que desapareció el último verano, durante la guerra contra los Destructores, y que desaparecieron con él al menos una pequeña cantidad de las monstruosidades vestidas de hierro que utiliza la diosa.”

“Bastante cerca,” dijo Shahai. “Si tu pariente fuese aún leal a nosotros, a aquellos que le acogieron, le dieron cobijo, y le protegieron de sus mal definidos temores, seguro que ya hubiese reaparecido. Solo puede ser leal a la Destructora, o quizás solo a si mismo.”

“Lo último es más probable, mi señora,” dijo Fatina. “Saleh estaba aterrorizado por la Destructora. Era la razón por la que huyó a vuestra tierra, por miedo que era inminente la llegada de sus hordas a la Joya del Desierto.”

“Ya veo,” dijo Shahai. “Quizás pueda comprender su deseo por dominar aquello que temía, pero parece que su estupidez no tiene límites.” Se detuvo un momento, y luego miró con curiosidad a Fatina. “¿Por qué viniste? Si Saleh vino por miedo, ¿cuál fue el propósito de tu huida? ¿Temes también a la Destructora?”

“Si,” confirmó Fatina, “pero esa no fue la razón de mi huida. Huí aquí porque, aunque temo a la Destructora, temo más a vuestro esposo.”

Shahai parecía genuinamente sorprendida, e incluso algo contenta. “¿Por qué dices eso, querida?”

“Como le dije a Saleh, esta es una tierra de mata-dioses,” explicó. “Y ninguno de ellos es tan audaz, tan poderoso, y tan implacable como vuestro esposo. Si se puede detener a la Destructora, será él el que consiga hacerlo. Y él no es un dios, sino un hombre, y por ello se puede razonar con él. Se le puede convencer, por ejemplo, sobre el valor de servicio de alguien como yo. Esa es la razón por la que vine a vuestras tierras.”

“Ya veo,” dijo Shahai. Continuó se circuito alrededor de la sala, moviéndose en silencio hasta que regresó a la puerta por la que había entrado. Observó por última vez la habitación, y luego sonrió levemente a Fatina. “Creo que necesitas algo un poco más robusto para que sean tus aposentos,” dijo. “Lo arreglaré.”

Fatina se inclinó. “Gracias, mi señora.”

“No hagas que me arrepienta de mi indulgencia,” dijo Shahai en tono de advertencia, y luego se fue.