Esmeralda y Jade

 

por Shawn Carman

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

Toshi Ranbo, la Ciudad Imperial, hace dos meses

 

La nueva mansión Doji en Toshi Ranbo había sido construida hace menos de una década, cuando la ciudad se había convertido en la nueva capital Imperial. Pero en ese poco tiempo, había llegado a ser bien conocida por todo el Imperio por su belleza y serenidad. Exquisito mármol y la mejor madera habían sido tallados por los mejores artistas y carpinteros del clan, con incrustaciones de metales preciosos en una forma que era sutil pero al mismo tiempo impresionante. No era extraño que tantos Grullas importantes decidiesen gestionar allí sus asuntos. La mayoría de invitados no se quejaba en lo más mínimo. Aunque permitir que los Grulla se reuniesen en su propia casa les daba algo de ventaja, muchos estaban dispuestos a soportarla para disfrutar de los lujos que allí se ofrecían.

            Asahina Sekawa miró a los reunidos samuráis con una de sus extrañas sonrisas, solo algo estropeada por la cicatriz que tenía en la mejilla. Sekawa tenía la reputación de ser un hombre taciturno y amargado, obsesionado con la muerte de su hermana y tío durante el Test del Campeón Jade de unos años atrás. La cicatriz era un constante recuerdo de aquel día. Mirumoto Narumi sintió una oleada de pena por Sekawa. Ella se preguntó si se lanzaba tan completamente a sus obligaciones por un sentimiento de obligación hacia los muertos, o solo para escapar del olor que debía sentir cuando inevitablemente llegaban los momentos tranquilos.

            “En reconocimiento a vuestra ejemplar conducta, y con las recomendaciones de Kuni Tansho y Togashi Satsu, sois nombrados Magistrados de Jade al servicio del Campeón de Jade y del Justo Emperador, Toturi III.” La sonrisa de Sekawa se amplió, y pareció mostrar genuina cordialidad. “Levanta, Kuni Yaruko.”

            La joven shugenja Cangrejo se levantó de donde estaba arrodillada en el suelo de piedra, su cara pintada sin mostrar expresión alguna. Aceptó el sello que él la ofreció con una reverencia. “Gracias, Sekawa-sama,” dijo en voz baja.

            “Soy yo el que debería darte las gracias,” insistió Sekawa. “Tu valor al rescatar a Hitomi Kobai de los Portavoces de la Sangre ha otorgado al Clan Dragón un valioso recurso, que les ayudará en su lucha para purgar el Imperio de elementos de corrupción. Tus servicios son apreciados, y dignos de ser reconocidos.”

            Yaruko inclinó su cabeza. “Sois demasiado generoso, mi señor.” La sonrisa de Narumi desapareció un poco cuando escuchó el tono de su amiga. Narumi había esperado que su bien merecido ascenso la quitaría cualquier pensamiento de fracaso que asolaba a Yaruko. A pesar de que su familia y clan parecían contentos con su servicio, la Cangrejo seguía castigándose por algo. Narumi no sabía porque, ni era asunto suyo preguntarlo. Cuando llegase el momento adecuado, Yaruko hablaría. Hasta entonces no era asunto suyo.

            Acabada la reunión, Yaruko se vio rodeada por admiradores durante un rato. Otros Magistrados de Jade la daban la bienvenida a su exclusive orden, varios Cangrejo la daban la enhorabuena por su gran honor, incluso otros cuantos Dragón la volvían a agradecer su servicio. Narumi sonreía, aunque sabía que todo el espectáculo hacía que Yaruko se sintiese incómoda. Quizás, cuando todo hubiese acabado, mejoraría el humor de Yaruko, pero Narumi lo dudaba.

            Cuando dejaron que las dos se marchasen, abandonaron la mansión Grulla y anduvieron por las calles de la ciudad, disfrutando del breve momento de anonimato. “Extraño, ¿verdad?” Observó Narumi.

            “¿Qué quieres decir?” Contestó Yaruko.

            “En cualquier otro lugar del Imperio, estas insignias nos diferenciarían. Seríamos vistas con respeto, deferencia, incluso quizás temor.” Narumi asintió hacia la nueva insignia de jade de Yaruko, y luego señaló hacia el sello Esmeralda que colgaba de su obi, que aún no tenía ni una semana. “Pero aquí, en la Ciudad Imperial, nadie se fija. Incluso un Magistrado Esmeralda o Jade son relativamente comunes. Si deseamos ser tratadas como lo éramos en nuestra casa, este es el único lugar donde podemos ir.”

            Yaruko agitó su cabeza. “Dices las cosas más extrañas.” Se detuvo un momento. “Alguien nos sigue.”

            “Si,” Narumi estuvo de acuerdo, su sonrisa nunca desapareciendo. “Nos estaba esperando al otro lado de la calle cuado dejamos la mansión Grulla. ¿Vemos que es lo que quiere?”

            “Si,” dijo Yaruko, su cara seria. Narumi había notado en los últimos meses que las únicas veces que la cara de la joven mostraba otra cosa que no era pesar era cuando se preparaba para el combate.

            Narumi levantó una mano para tranquilizar a su amiga, girándose mientras lo hacía. “Saludos, amigo,” dijo en voz alta. “¿Te podemos ayudar?”

            El joven que las seguía era obviamente un campesino. Cayó al suelo tan pronto ambas mujeres se giraron hacia él. “P-perdonad mis rudas formas, muy nobles samuráis,” tartamudeó. “¡No sabía como presentarme ante vos!”

            “Un historia muy creíble,” siseó Yaruko.

            “Paciencia, Yaruko-san. ¿Qué necesitas de nosotras?” Dijo tranquilamente Narumi.

            El joven levantó un pergamino con temblorosa mano. “Mi señora desea hablar con vos, sama. Dice que es un asunto urgente.”

            Yaruko cogió con rudeza el pergamino y lo desenrolló, mirando su contenido. Frunció el ceño. “Mantis,” dijo. “Uno de sus embajadores tiene algo para nosotros.” Se volvió hacia Narumi. “¿Conoces a algún embajador Mantis?”

            “Solo de nombre,” contestó la Dragón. “La diplomacia Mantis puede ser una cosa curiosa. Levanta, amigo,” le dijo al sirviente. “Llévanos a tu señora, y rápido.”

 

 

La Mansión Mantis

 

“¿Estáis seguras de que no os puedo ofrecer nada?” Yoritomo Yoyonagi sonrió amablemente a las dos mujeres, su kimono mostrando una escandalosa extensión de piel cuando se inclinó ligeramente. “Tenemos unos riquísimos manjares de las islas, si es que queréis probarlos.”

            “Gracias, Yoyonagi-sama,” dijo Narumi con una reverencia, “pero debemos rechazarlas. Estamos ansiosas por escuchar que causa que una mujer tan influyente como vos necesite la ayuda de dos simples magistrados.”

            “Eres demasiado modesta,” contestó Yoyonagi, sentándose entre los amplios cojines y hacienda un gesto para que se sentasen. “Vuestras hazañas se comentan por toda la ciudad. La redención no es algo simple. En una época de corrupción y engaño, traer de vuelta a una persona de la oscuridad es algo digno de elogio. Me encantó saber que os habían ascendido.”

            “Gracias,” dijo bruscamente Yaruko. “¿Qué es lo que deseáis?”

            Yoyonagi levantó una ceja y asintió lentamente. “Tu franqueza es refrescante. Muy bien. Basta de amabilidades.” Sacó una pequeña caja de madera de entre los cojines y la puso sobre la mesa que había entre ella y las dos magistrados. “Esto fue recuperado durante el reciente y desagradable asunto que mi clan está sufriendo con los Fénix.”

            “¿Desagradable?” Yaruko se rió. “Guerra, querréis decir.”

            “Si,” dijo Yoyonagi frunciendo el ceño. “La guerra.”

            “Por lo que he escuchado,” dijo Yaruko, “los problemas del Clan Mantis con los Fénix son el resultado de sus propias acciones. Buscar a extraños para que resuelvan vuestros asuntos personales está mal visto.”

            Narumi frunció el ceño ante la salida de tono de su amiga, pero no dijo nada. El Dragón y el Fénix estaban ahora aliados, y el Dragón había estado ayudando últimamente al Fénix en la guerra. Pero como Magistrado Esmeralda, era su deber traer la paz. ¿Cúal era su deber en este caso? No estaba segura.

            Los ojos de Yoyonagi se entrecerraron. “El que creas que los Mantis son los responsables de esta guerra solo demuestra lo mucho que necesitamos ayuda,” dijo ella en voz baja, toda la amabilidad había desaparecido de su voz. “Sin duda has escuchado las mentiras Fénix, que los Mantis han utilizado magia negra para atacar sus poblados.”

            “Así es,” contestó seriamente la Cangrejo.

            “Y si algo así se dijese de los Cangrejo,” contestó Yoyonagi, “y supieses que no era cierto, ¿no denunciarías a los que te acusan? ¿O el honor del Cangrejo permitiría que tan grave insulto se dijese impunemente?”

            “¿Cómo os atrevéis?” La Kuni empezó a ponerse en pie, pero Narumi puso una mano sobre su hombro.

            “Los Fénix son unos mentirosos y unos hipócritas,” dijo Yoyonagi. “Han sufrido la carga de la corrupción más que cualquier otro clan, pero sus antiguos pecados han sido perdonados. El mismo Pergamino Negro que nos acusan de haber usado nunca nos hubiese amenazado si los Fénix lo hubiesen destruido al final de la Guerra de los Clanes, como prometieron. Cuando Isawa Tsuke abrazó voluntariamente la oscuridad y arrasó a su propio clan el segundo Día del Trueno, ¿fueron responsables los Fénix? Por supuesto que no. Se tuvo lástima de ellos por la tragedia que les había ocurrido. Pero, cuando la Lluvia de Sangre se llevó las almas de un puñado de reacios guerreros Mantis, los Fénix se atrevieron a hacer a los Yoritomo responsables de sus crímenes. ¿Y por qué?” Yoyonagi sonrió. “Porque, sobre todo, los Fénix reverencian a sus dioses – y les irrita creer que nosotros los Mantis, que no fuimos fundados por un dios, son considerados como sus iguales.”

            Los ojos de Yaruko aún mostraban un poco del fuego que había ardido en su interior hacía solo un momento, pero su expresión se volvió más preocupada mientras Yoyonagi continuaba. “Ahora dejar que os diga lo que los Fénix no os cuentan,” siguió Yoyonagi. “Kumiko-sama intentó indemnizarles por la matanza causada por Yoritomo Kitao y su tripulación Perdida. Los Fénix rehusaron por pura arrogancia. No la mostraron respeto alguno. Sus shugenja invocaron tormentas para alejar nuestros barcos de sus costas, desconfiando de nuestros motivos a pesar del hecho de que habíamos prometido al Campeón Esmeralda que no les agrediríamos. Esperaban forzarnos, provocarnos a un conflicto para poder limpiar la blasfemia que ellos creen que representamos, pero la Dama Kumiko no permitió que la involucrasen con un plan tan pobre.”

            “Pero ahora mismo estáis en guerra con ellos,” dijo Narumi.

            “Ellos nos declararon la guerra cuando insultaron el honor de todo nuestro clan,” contestó Yoyonagi. “Usaron un Pergamino Negro sobre su propio poblado, exterminaron a sus propios campesinos, y enviaron al Lobo a susurrar en el oído de su hermano para que volviese las cortes en contra nuestra. Que los Grandes Clanes nos ignoren. Alcanzaremos la gloria a pesar de todo. Que los Grandes Clanes nos subestimen. En su momento se darán cuenta de su insensatez. Pero cuando mienten los Grandes Clanes, y difaman el honor del Mantis – entonces conocerán la furia de la Casa Yoritomo.” Yoyonagi se detuvo un momento y respiró hondo. “Esta guerra es una cuestión de honor. Los Fénix deben sufrir por sus mentiras y su arrogancia.”

            “Perdonadnos,” dijo Narumi mirando de reojo a su compañera. “No queríamos ofenderos. Aún no habíamos escuchado el punto de vista Mantis sobre el asunto.”

            Yoyonagi hizo un gesto con su mano. “No me sorprende. Los Fénix han usado a sus aliados Grulla para ennegrecer nuestro nombre en las cortes. No importa. Los Mantis permanecerán solos, si no queda mas remedio. Vayamos ahora al asunto.” Señaló a la caja. “El pergamino que está dentro de la caja se encontró entre las posesiones de un Portavoz de la Sangre que fue matado por soldados Mantis en la costa Fénix.”

            “¿Portavoces de la Sangre?” Dijo Narumi. “¿Por qué no habéis informado a las Legiones Imperiales? ¿O a los Shiba, en todo caso?”

            “¿Y decirles qué?” Dijo Yoyonagi en un tono de exasperación. “Este Portavoz de la Sangre era un Fénix. Si Kumiko-sama enviase un mensajero a los Isawa, ellos negarían que los Portavoces de la Sangre actuasen en sus tierras. La mayoría de las Legiones obedecen al Shogun – que también es un Fénix.”

            Yaruko se frotó la barbilla. “Ha habido muchos menos informes de violencia causada por los Portavoces de la Sangre en las tierras Fénix tras la muerte de Iuchiban. Inusual, dado el gran número de incidentes por todo el Imperio.”

            “Creo que subestimáis a los Fénix,” dijo Narumi. “La demostración de una infiltración de los Portavoces de la Sangre en tierras Fénix reivindicaría a los Mantis en este asunto. Incluso el Concilio Elemental han admitido sus errores cuando se les ha mostrado una abrumadora evidencia – solo hay que mirar la guerra de mi clan contra el Fénix.”

            “Los Fénix querían creeros,” dijo amargamente Yoyonagi. “En la época de Togashi Yokuni, vuestros clanes eran aliados. Los Fénix no tienen razones o motivos para confiar en los Mantis. Nuestros clanes nunca han sido aliados. Los Mantis son poco más que criminales, después de todo.” Esa frase estuvo acompañada de una mirada de tanto asco que Narumi se sorprendió que una mujer tan bella fuese capaz de hacerla. “El debate resultante daría a cualquiera al que le incriminase el pergamino una oportunidad de escapar, negando su propósito y no consiguiendo nada.”

            “Pero si alguien neutral investiga, y se ocupa del asunto,” dijo Narumi, “entonces los Mantis demostrarán que tienen razón, y los Fénix no tendrán más opción que admitir que los Yoritomo destruyeron una célula de los Portavoces de la Sangre en sus tierras.”

            “Será difícil que los Fénix admitan algo,” dijo Yoyonagi, “pero nos habremos ocupado de los Portavoces de la Sangre, y eso es lo que de verdad importa.” Señaló otra vez a la caja. “Sois magistrados del Emperador. Cumplir con vuestro deber, os lo ruego.”

            “Lo haremos,” dijo Yaruko, cogiendo la caja. “Y os pido perdón por… lo de antes.”

            “No son necesarias tus disculpas,” dijo la Mantis. “Aunque esas reacciones me entristecen, no me sorprenden. Quizás podáis ayudar a cambiar eso.”

            “Esto es un galimatías,” dijo Yaruko, mirando con curiosidad el pergamino.

            Yoyonagi asintió. “El pergamino está escrito en un código que incluso los Moshi fueron incapaces de descifrar, aunque detectaron maho sobre el. Es una cosa de oscuridad, pero también es un enigma.”

            “Yo soy Dragón,” dijo Narumi, su sonrisa regresando al fin. “Dejadme a mi los enigmas.”

 

 

La Llanura del Corazón de Dragón, hace dos semanas

 

La Dama Luna brillaba sobre la inmensa y plana llanura. Esta noche mostraba toda su faz, arrojando una luz tan brillante que era casi como de día. No había necesidad de antorcha o farol. Narumi miró a Yaruko. Los ojos de la shugenja brillaban muy débilmente, un efecto menor de los kami que ella había invocado para aumentar su visión. La Cangrejo observó cuidadosamente el suelo, agachándose y arrastrando sus dedos suavemente sobre la hierba húmeda por el rocío. Levantó la vista hacia Narumi y asintió, señalando hacia el norte. Narumi también asintió y volvió a andar rápidamente por la llanura, medio agachada y a una velocidad lo suficientemente rápida como para ir acercándose a su presa, pero no tan rápido que Yaruko perdiese más signos del rastro.

            Desde que se habían reunido con Yoyonagi, la mayor parte del tiempo habían estado esperando. Unos cuantos días estudiando el pergamino no había producido nueva información, aunque Narumi confiaba en que conseguiría romper el código. Mientras tanto, las dos habían usado su nueva autoridad para buscar  un experto en la materia. Irónicamente, el experto más cercano en códigos y códigos era un Fénix – Asako Bairei, el señor del Templo a la Dama Luna en las tierras Fénix.

            El viaje a las tierras Fénix le había sido difícil a Narumi. Los signos de la guerra eran inevitables. A pesar de que los Dragón y Fénix eran ahora aliados, Narumi se había estado preparando para su gempukku cuando estaba en su momento álgido la guerra Dragón-Fénix. Ella se había pasado muchas noches en vela preguntándose que vería cuando la llegase el momento de estar en primera fila. La guerra acabó antes de que ella hubiese visto batalla alguna, pero las pesadillas sobre lo que vería no la habían abandonado en todos estos años.

            El Templo de la Dama Luna, al menos, había sido una interesante sorpresa. El templo estaba bien diseñado y bien mantenido por una pequeña secta de monjes bajo la supervisión de Asako Bairei. Bairei era bastante educado y afable, y parecía genuinamente encantado de tener visitantes. El brillo de excitación que había en sus ojos ante el prospecto de descifrar un nuevo enigma había sido casi alarmante. La intensidad de su atención, una vez concentrado, era mucho mayor a todo lo que había visto Narumi. Si Bairei se concentraba con tanta intensidad en su magia, Narumi no tenía ninguna duda de que el poder de este hombre rivalizaría al de los Maestros Elementales o incluso el de Tamori Shaitung. Yaruko claramente había sentido lo mismo, ya que la normalmente silenciosa Cangrejo había preguntado a Bairei porque había elegido administrar un templo relativamente sin importancia. El Fénix se había sentido genuinamente sorprendido ante la pregunta, y solo respondió que sus obligaciones le permitían tener mucho tiempo para leer.

            “Detente.” El callado susurro hizo que Narumi se detuviese. La Dragón se agachó en la llanura, respirando pesadamente mientras su amiga estudiaba intensamente el suelo. “Ellos cambiaron de dirección aquí,” susurró, señalando a la hierba en varios sitios. “Retrocedieron una corta distancia, quizás quince metros, y luego se dirigieron hacia el noroeste.”

            “¿Retrocedieron?” Narumi frunció el ceño. “No harían eso a no ser que…”

            “A no ser que supiesen que estaban siendo seguidos,” terminó Yaruko. “O escaparán o nos tenderán una emboscada. Debemos darnos prisa si es lo primero, pero si es lo otro entonces nuestras prisas nos pondrán en desventaja.”

            Narumi asintió. “Tenemos pocas opciones.” Bebió un rápido sorbo de agua de una pequeña botella de vidrio que siempre llevaba encima y luego miró a Yaruko. “Eres mucho más hábil siguiendo rastros de lo que yo creía.”

            “Mi madre me enseñó,” dijo Yaruko. Su expresión se oscureció. “Pero eso fue hace mucho tiempo.”

            Narumi no sabía como responder. Nunca antes Yaruko había mencionado a su familia. “Tu habilidad es un gran honor a sus enseñanzas,” dijo finalmente, cuidadosamente mirando a la shugenja para ver su reacción.

            “Lo dudo,” dijo sombríamente Yaruko. “¿Estás lista?”

            Narumi asintió mientras daba otro trago. “Lo estoy.”

            Yaruko no dijo nada, y empezó a correr por la llanura, mucho más rápido que antes, estudiando intensamente el suelo mientras corría. Narumi la siguió, sus ojos mirando al horizonte.

 

 

            Dos horas más tarde Yaruko finalmente se detuvo. Narumi se agachó junto a ella, intentando ver que era lo que estudiaba tan intensamente. No fue hasta que Yaruko señaló un punto en la distancia que ella finalmente pudo ver algo en la oscuridad. Varias secciones de un muro de piedra en ruinas sobresalían de la llanura, creando una arruga en el horizonte en la que sombras parecían agarrarse. Narumi maldijo al reconocer el lugar, hacienda que Yaruko la mirase extrañamente. “Las ruinas de Shiro Chuda,” explicó la Dragón. “Un lugar maldito.”

            “He oído hablar de este lugar,” dijo Yaruko frunciendo el ceño. “No puedo imaginarme porque no ha sido destruido.”

            Narumi miró a su compañera con expresión irritada. “Tu sabes que este tipo de cosas no muere con facilidad. Destruirlo podría liberar horrores aún mayores. Algunas heridas deben curarse por si solas.”

            “Tienes razón, por supuesto,” contestó Yaruko. “Aún así, me hace daño mirar una cosa así.”

            “Bueno, no debería estar desatendido,” dijo Narumi, algo de ira en su voz. “Se supone que debería haber patrullas, guardianes para impedir que intrusos se aprovechen de la oscura magia que hay aquí.”

            “Aquí hay sangre sobre la hierba,” dijo Yaruko. “Mucha sangre. Creo que tu patrulla fue sorprendida. O han retrocedido para traer refuerzos, o han sido destruidos.”

            Narumi asintió amargamente. El pergamino que Bairei había descifrado había sido una carta. Alguien de fuera de las tierras Fénix había mandado el pergamino a la célula de Portavoces de la Sangre que los Mantis habían destruido, confirmando que recibirían un paquete sin especificar en el sitio habitual en la Llanura del Corazón del Dragón. El pergamino no identificaba a nadie involucrado en el asunto ni el lugar en cuestión. La Llanura era inmensa, pero Narumi supuso que había sido estúpido por su parte no sospechar que las ruinas de Shiro Chuda era ese lugar. ¿Dónde más se podían reunir unos maho-tsukai? Si las patrullas podían ser evitadas, o asesinadas, entonces las ruinas eran el lugar perfecto para esconderse. Ningún hombre o mujer en su sano juicio entraría en ellas.

            Las ruinas estaban oscuras, como era de esperar. No había luz alguna, ni una hoguera ni un farol proyectando fantasmagóricas imágenes sobre los muros. Esculturas en forma de serpiente les miraban maliciosamente desde los muros, como ofendidas de que los vivos hubiesen regresado a este abandonado lugar. El resto, incluso bajo la pálida luz de la Luna, estaba envuelto en oscuridad. Narumi respiró hondo y luego desenvainó su katana. “Tenemos que entrar,” dijo ella en voz baja.

            “Yo estoy lista,” contestó con firmeza Yaruko.

            Las dos samuráis se movieron cautelosamente, no hacienda ruido ni movimientos súbitos. La noche las envolvió como un manto protector, pero Narumi aún se sentía expuesta a todos. Si su presa estaba dentro, y si esperaban que alguien les siguiese dentro de las ruinas, entonces habría poco que ella y Yaruko podrían hacer para repeler su ataque. Una vez dentro del perímetro de las ruinas, una sensación de frialdad envolvió a la Dragón. Las sombras parecían retorcerse y alargarse hacia ella, intentando hacer que se adentrase más. Escuchó algo, un eco, un susurro de algo largamente olvidado aquí. Afianzó su alma contra el pánico y siguió moviéndose. Si Yaruko vio las mismas cosas, la Cangrejo no dijo nada.

            Pareció una eternidad el tiempo que se arrastraron por la oscuridad. Narumi estaba empezando a temer que sus nervios no lo podrían aguantar más cuando escuchó dos voces, silenciosas pero insistentes. Parecía como si discutiesen, lo que hizo a Narumi respirar un silencioso suspiro de alivio. No las estaban esperando.

            “No debiste leerlo,” insistió una ronca y enfadada voz. “No estaba dirigida a ti.”

            “El pergamino no estaba sellado,” contestó otra voz. Esta parecía también irritada. “¿Y en cualquier caso, que importa?”

            “Importa,” contestó la primera voz. “El Señor Daigotsu te castigará.” Narumi se quedó helada al escuchar el nombre del Señor Oscuro, y sintió que Yaruko se ponía también tensa.

            “El Señor Daigotsu,” se mofó la segunda voz. “No confío en el Señor Oscuro. Tu abrazas la esclavitud con demasiada facilidad.”

            “Si no hubiese sido por Daigotsu, ambos estaríamos muertos o algo peor.” Resopló la primera voz. “Iuchiban nos hubiese vuelto locos y hubiese hecho que nos suicidásemos, y tu señor anterior a ese te abandonó.”

            “¡El Señor Chosai no me abandonó!” Explotó la segunda voz, furiosa ira evidente en su voz. “¡No puedo regresar con él debido a esos malditos Nezumi! ¡Bloquean el camino, impidiendo que nadie pase por allí!”

            “Que poderoso debe ser el Oráculo Oscuro, para que le desbaraten sus planes unas ratas,” contestó con suficiencia la primera voz.

            “Si el Señor Chosai pudiese regresar a Rokugan las cosas serían distintas,” dijo el otro. “Esa es una discusión para otro momento. Coge el pergamino y devuélveselo a Daigotsu. Yo me aseguraré de que este lugar permanezca seguro.”

            “¿Tras lo de la patrulla? ¿Cómo lo conseguirás?”

            El desprecio era obvio en la voz del otro hombre. “Tengo mis vías.”

            Yaruko tocó la manga de Narumi, rompiendo el trance en el que parecía estar sumida. Pequeñas espirales de energía verde se arremolinaban alrededor del puño de la Cangrejo, y ella sintió que estaba preparada. Narumi silenciosamente desenvainó su wakizashi y lo puso junto a su katana, asintiendo a su vez. Ella también estaba preparada.

            Yaruko se levantó y salió, dando un salto, de donde estaba escondida, sus dos manos envuelta en energía de jade. “No os mováis, blasfemos,” gritó ella. “Ni dudaré ni tendré compasión.” Narumi estaba por detrás de ella, a su izquierda y preparada para interceptor cualquier ataque si era necesario. “Os rendiréis inmediatamente y regresaréis a Toshi Ranbo para ser juzgados.”

            Era obvio que los dos hombres que estaban entre las ruinas se habían visto sorprendidos. Quizás no se esperaban a las magistrados, o arrogantemente habían supuesto que las habían perdido en las llanuras. Fuese cual fuese la razón, no estaban preparados. Uno, que llevaba un anagrama Tamori, gruñó de indignación e invocó un manto de fuego negro alrededor de su cuerpo. El otro, un Cangrejo por los símbolos de su armadura, se lanzó hacia un lado justo antes de que la explosión de Yaruko llenase el área donde ambos habían estado. La negra aura del shugenja Dragón absorbió y disipó la energía, pero su cara se retorció de dolor.

            El guerrero Cangrejo era endiabladamente rápido. Se puso en pie en un segundo, lanzándose a atacar a Narumi con increíble velocidad. Ella detuvo el golpe con su daisho, pero solo por muy poco. Él lanzó una serie de despiadados ataques, sin preocuparse por defender. Si no hubiese sido por su velocidad, Narumi fácilmente hubiese podido sacar partido de las debilidades de su estilo, pero él era tan rápido que ella se vio forzada a luchar a la defensiva. Escuchó gritos y el crujir de la energía tras ella, pero no tuvo un momento para mirar que pasaba. O Yaruko saldría victoriosa, o Narumi repentinamente moriría en una neblina de dolor y fuego negro. En cualquier caso, no importaba. Solo podía confiar en su compañera.

            “Débil,” se mofó el Cangrejo. Se lanzó con un ataque por alto, forzándola a cruzar sus espadas para bloquearlo. Él la dio una repentina patada, dándola de plano en el estómago y haciéndola retroceder contra un muro de piedra que se estaba desmoronando. Ella se quedó sin aire en los pulmones, y parecía no conseguir meter más en ellos. Ella resolló, intentando levantarse y detener el golpe mortal que sabía que vendría.

            No pasó nada. Narumi se volvió para ver al Cangrejo lanzándose hacia Yaruko, que estaba enzarzada en una mortífera lucha contra el otro Portavoz de la Sangre. Una tormenta de energías llenó el vacío entre los dos shugenja, negro y verde bullendo en un terrible torbellino de espíritus. Yaruko miró al Cangrejo que se acercaba, pero era obvio que cualquier energía que desviase sería su final.

            Narumi se puso en pie de un salto, lanzando su wakizashi con un suave movimiento. El acero se clavó en la parte inferior de la pierna del hombre.

            El Cangrejo aulló de ira y dolor, cayendo al suelo. No perdió su espada, y pareció intentar golpear desde el suelo, concentrado en atacar las piernas de Yaruko. Narumi cruzó corriendo la pequeña distancia, agachándose para arrancar su espada con una mano y golpeando con su katana con la otra mano. El brazo del Cangrejo se separó a la altura del hombro. Su grito fue visceral, lleno de ira y dolor. Narumi saltó por encima de él, dando una voltereta sobre la bullente tormenta de energía, aterrizando limpiamente en el otro lado y golpeando al Tamori al mismo tiempo. Su acero encontró su objetivo, y le dio un corte en el estómago. Los negros fuegos se debilitaron y la magia de jade de Yaruko empezó a quemar la carne del hombre. El Dragón traidor gruñó de ira y volvió una temblorosa mano hacia Narumi mientras ardía.

            “No.” La voz de Yaruko no vaciló. Hubo una repentina oleada de presión, y desapareció lo último que quedaba de su aura oscura. Una cascada de fuego verde cayó sobre el Tamori, incinerándole en un instante. El último aliento que le quedaba en sus pulmones lo gastó en un grito de ira y desesperación, y desapareció. Yaruko dio un inarticulado grito triunfal de victoria, una amplia sonrisa en su cara. Mirando por encima de su hombro puso cara de desprecio y movió descuidadamente su mano hacia el caído Cangrejo, reduciéndole también a cenizas.

            “¡Yaruko!” Gritó Narumi. “¿Qué has hecho? ¡Necesitábamos interrogarles!”

            La shugenja Cangrejo miró a Narumi con ojos de incomprensión, ni rastro de pensamiento ni consideración presentes en su cara. Lentamente, la ira retrocedió, y poco a poco una expresión de que se daba cuenta de lo que había hecho apareció en su cara. “Narumi… lo siento. No pensé. Me dejé llevar por el fragor de la batalla.”

            “¿Qué es esta locura que te abruma?” Preguntó Narumi. “Como puedes permitir que eclipse tus obligaciones. ¡Estos hombres nos podían haber llevado a la célula Fénix!”

            Yaruko se volvió hacia los humeantes restos. “No puedo… los Portavoces de la Sangre… no me puedo controlar. No puedo dejar que ninguno de ellos viva. Nunca más.”

            Narumi se detuvo, su enfado repentinamente olvidado. “¿Otra vez?” Preguntó ella en voz baja.

            Yaruko se mojó los labios nerviosamente. “Cuando nos conocimos en las montañas,” dijo ella con voz temblorosa, “te dije que había fracasado. Te dije que buscaba la redención.”

            “Pero tu familia no está de acuerdo,” insistió Narumi. “Nadie cree que hayas fracasado.”

            La Cangrejo agitó su cabeza. “Mi madre cayó en la oscuridad. Ella era una gran cazadora de brujas, azote del mal. Nadie entiende porque cayó, o como, solo que ahora está en las Tierras Sombrías, antes una servidora de Iuchiban y ahora de Daigotsu. Fui enviada a destruirla, para limpiar el honor de mi familia. Pero cuando regresé, les dije que no había podido encontrarla.”

            “Incluso un Dragón sabe que las Tierras Sombrías son inmensas y peligrosas,” dijo Narumi. “No te puedes culpar por no haber conseguido encontrarla.”

            Yaruko volvió a agitar su cabeza. “Pero es que la encontré,” dijo en un susurro. “La encontré en las malditas llanuras rocosas al sur de las tierras Hiruma. Kuni Yae, mi madre. Me enfrenté a ella, pero no pude matarla.” Se volvió hacia Narumi. “No pude matar a mi propia madre. Por lo que mentí a los Kuni. Fracasé, y luego mentí para encubrir mi fracaso.”

            Narumi no dijo nada durante un instante. “Yo nunca conocí a mi madre,” dijo ella finalmente. “Era una de las mejores alumnas del estilo Ruiseñor, pero murió cuando yo era una niña pequeña. Durante toda mi vida, historias de sus logros me han guiado, pero daría todo solo para hablar una vez con ella.” Agitó su cabeza. “No te puedo echar nada en cara, Yaruko-san. Condénate a ti misma si quieres, pero yo no lo haré.”

            Yaruko cerró los ojos y bajó su cabeza. No dijo nada durante varios minutos. Finalmente, pareció recobrar su compostura. “Cojamos el pergamino a por el que vinieron,” dijo ella. “Quizás podamos encontrar más información.”

 

 

Toshi Ranbo…

 

Asahina Sekawa puso el último pergamino sobre su escritorio y se reclinó sobre los cojines durante un momento, una pensativa expresión en su cara. Se volvió para mirar cuidadosamente a los dos magistrados, y Narumi sintió su mirada de azul acero atravesando su propia alma. “Tamori Miraken y Hiruma Nataka,” dijo pensativamente. “¿Conocía alguna de vosotras a esos dos?”

            “Nataka era un explorador que desapareció durante la Lluvia de Sangre,” contestó Yaruko. “Se creía que se había Perdido.”

            Sekawa asintió. Se volvió hacia Narumi. “¿Y Marako?”

            Narumi agitó su cabeza. “Hay informes sobre un hombre con ese nombre visitando varios templos en las tierras Dragón del norte, pero no hay registro alguno sobre su entrenamiento o los puestos que ha ocupado. Shaitung-sama cree que tomó ese nombre tras jurar fidelidad al Oráculo Oscuro del Fuego, y que no era un verdadero Tamori. Aparentemente, él también se unió a los Portavoces de la Sangre, buscando su ayuda para deslizarse por entre las Torres de Llamas del Norte, y volver junto a su señor.”

            “Ya veo.” Sekawa frunció el ceño. “Tengo un problema con este asunto,” dijo finalmente. “De una parte, habéis mostrado tremenda iniciativa y habilidad con estos Portavoces de la Sangre. Dada la orden del Emperador de erradicarlos, actuasteis según vuestro mandato de magistrados. Estoy seguro de que cuando Hachi-sama regrese compartirá mi valoración.” Asintió a Narumi. “Desafortunadamente, también debemos considerar que ha sido una oportunidad perdida. Los hombres que mataste podrían posiblemente habernos llevado a otros, si hubiésemos tenido la oportunidad de interrogarles. Desgraciadamente, eso es ahora imposible.” Volvió a agitar la cabeza. “Y lo que más me preocupa de todo es la posibilidad de que este incidente os marque a las dos como peones.”

            “¿Sekawa-sama?” Dijo Yaruko. Su expresión dejaba claro que no la gustaba ser tomada por un peón.

            “Los Mantis manipularon esta situación,” explicó Sekawa. “Pero a pesar de sus motivos, o de la validez de lo que dijo Yoyonagi cuando habló con vosotras, fuisteis metidas en este asunto solo para beneficiar a los Mantis y hacer que los Fénix pareciesen débiles. Me preocupa que un incidente así pueda socavar vuestra autoridad en lo que respecta a los Fénix. ¿Qué pensáis sobre ello?”

            “No estoy de acuerdo, Sekawa-sama,” insistió Narumi. “Perdonad que os contradiga, pero creo que no habéis leído correctamente los motivos de Yoyonagi. Si, Yoyonagi-san me hizo cuestionar muchas cosas que había asumido sobre su guerra contra el Fénix, pero a pesar de lo que también pueda ser verdad, creo que los Mantis actuaron como les exigía su honor. Cualquier beneficio que puedan haber ganado indirectamente por hacer que prestásemos atención a este asunto, el hecho es que hicieron lo que cualquier samurai debería haber hecho – avisar a los magistrados del Emperador para que destruyesen a los enemigos del Imperio. No puedo cuestionarles por haberse beneficiado de una acción honorable. Si los Fénix nos reprueban por haberles hecho parecer estúpidos, entonces quizás deberían guardar sus ruinas más cuidadosamente.”

            Sekawa levantó una ceja. “Una interesante conclusión,” observó. “Obviamente has estado cierto tiempo pensando sobre este asunto.”

            “Así es,” admitió Narumi. “Los Fénix son mis aliados. En conciencia no podría actuar en una forma que potencialmente les hubiese llevado deshonor a no ser que creyese que estaba en concordancia con mis obligaciones para con el Imperio. Primero soy una magistrado, y la justicia es mi única obligación. Si los demás me ven como a un peón, entonces es su visión la que está nublada – no la mía.”

            “Bien dicho,” dijo Sekawa. “Os habéis mostrado dignas de vuestros ascensos. Creo que sería estúpido romper una pareja tan eficiente.”

            Narumi sonrió e incluso a Yaruko pareció encontrar esa noticia edificante. “Gracias, Sekawa-sama,” dijeron al unísono.

            Sekawa sonrió con ironía. “Quizás deberíais reservar vuestro agradecimiento hasta después de haber recibido vuestra siguiente misión. Dudo que la encontréis tan placentera.” Señaló hacia los cojines que había en su sala de audiencias. “Ahora sentaros. Discutamos vuestras próximas obligaciones.”