Los Fuegos de la Paz

 

por Rusty Priske

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

Hida Haruko estaba en su puesto, mirando al otro lado del bajo y ancho valle. En  la lejanía podía ver el campamento Grulla. Estaba lo suficientemente lejos como para que ningún lado pudiese cruzar la distancia con una flecha y cualquier avance desataría una reacción igual sin posibilidad alguna de sorprender. Por ello, miraba y esperaba.

Haruko sabía muy poco del porque los Cangrejo luchaban contra los Grulla. Solo sabía que el Señor Kuon lo exigía, y era su deber obedecer. Se decía que luchaban por los Yasuki, pero eso no la importaba. No tenía miedo de morir por orden de su Campeón, pero también sabía que debía, que acabaría con muchos Grulla antes de caer. No había duda que habría mucha muerte al día siguiente. El resultado también estaba asegurado, la victoria Cangrejo. En su mente no había duda alguna.

Tan concentrada como estaba, Haruko no pudo ocultar su sorpresa cuando el inmenso guerrero apareció de la nada a diez metros de donde ella estaba. No era posible que los Grulla se acercasen tanto sin que ella les pudiese ver, y en cualquier caso este bruto no tenía aspecto de Grulla.

“¡No des un paso más o aprenderás lo que significa ser un enemigo de los Cangrejo!”

El inmenso hombre extendió las manos, las palmas hacia delante, en un gesto de paz, o al menos de no hostilidad. “No soy enemigo de los Cangrejo. Traigo un enviado a tu general.” Mientras Haruko observaba al misterioso hombre, una figura mucho más pequeña salió de detrás de él. El que la Cangrejo no hubiese visto antes la segunda figura no era raro ya que era una fracción del tamaño del otro. Sus colores de clan y su anagrama mostraban claramente cual era su identidad, pero no dejó duda alguna cuando anunció su presencia, “Por favor, dile a Hida Sozen que Isawa Ochiai quiere tener una audiencia con él. Es de la mayor importancia.”

 

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Normalmente Masakazu, el inmenso yojimbo de Isawa Ochiai y antiguo consejero del shogun, Kaneka, era la persona más grande de la sala. En esta tienda de campaña, la distinción no estaba tan clara. Hida Sozen tenía la habilidad de llenar una tienda de campaña con su presencia, más allá de lo que su ya inmenso tamaño indicaría. Posiblemente, en ese aspecto, solo le ganaba Hida Kuon.

“¿Y qué asunto podría tener una Maestra Elemental en el campo de batalla, y mucho menos en uno que no tiene nada que ver con los Fénix?” Sozen prefería prescindir de las amabilidades y claramente no le gustaba la presencia de la shugenja. Aunque a ella no le caían bien los Fénix, la enormidad del desagrado de su voz la forzó a mirar hacia otro lado.

“He venido a ofrecer mi ayuda en la mediación.”

Sozen pensó un momento y luego dijo, “¿Mediación? No creo que este sea el lugar para eso. Déjalo para la corte.”

Ochiai miró al mucho más alto hombre, sin sentirse intimidada. “¿Acaso la palabra de la corte detendría tu mano? ¿Confiarían los Cangrejo que un acuerdo llevado a cabo por la corte tendría en su corazón sus mejores intereses?”

Sozen resopló. “Entre Grulla y Escorpión, no tenemos amigos en la corte.”

“Entonces deja que te ayude a terminar con esta guerra.”

“Asumes mucho, Fénix.” Sozen puso su mano sobre la empuñadura de su katana. “Asumes que buscamos acabar esta guerra. Habrá paz cuando los Grulla se retiren totalmente de nuestras tierras. O habrá paz cuando los Grulla que queden se hayan visto separados de la carga de sus vidas. Aprecio lo que intentas hacer, pero no todas las sendas son para todos. Traigo la guerra a estas tierras por orden de Hida Kuon. La razón de mi existencia es acabar con mis enemigos. Soy el que trae la muerte y mi propósito no se verá frustrado.”

Ochiai miró a Sozen. “Siento escucharlo. La guerra puede que sea una carga que tengan que llevar los bushi, pero no se sirve al Imperio con la gratuita destrucción de esta guerra.”

“¿El Imperio? El Imperio es algo que ha construido el hombre. La fuerza en el brazo y el filo de la espada son los regalos que nos han dado nuestros ancestros. ¿Cómo no se puede servir al Imperio usando lo que nos han dado nuestros ancestros? ¿Me puedes decir que los Grulla desean la paz? ¿Acaso no quieren unirse contra nosotros, armados en el campo de batalla, y así encontrar su propia senda hacia la iluminación? Tu misión será inútil, Fénix.”

“¿Iluminación? Conozco a muchos que estarían horrorizados que equipares tu ansia de sangre con la iluminación. Es tan iluminación como que el fuego es cielo y el agua tierra.”

Sozen sonrió levemente. “¿Y no lo son? Antes fui Dragón y me enseñaron que todas las cosas son una. El cielo es fuego y la tierra es el mar, ¿no?”

Ochiai agitó lentamente la cabeza. “¿De verdad quieres tener una discusión sobre la naturaleza del mundo y los kami en todas las cosas?”

Sozen se rió. “Sé cuando conceder ante alguien mejor que yo. No hay duda que tienes una mejor comprensión que yo sobre esas cosas. Pero si deseas hablar sobre el significado y el propósito de la muerte, no me siento inferior a nadie, shugenja o samurai.” Se detuvo antes de decir, “No vamos a bajar las armas. Si deseas que acabe esta guerra, convence a los Grulla para que retiren su reclamación sobre nuestras tierras.”

 

 •

 

Daidoji Teruo estaba sentado en el suelo de su tienda de mando. Miraba los informes sobre el emplazamiento de las tropas Cangrejo. Intentaba buscar fallos que pudiesen aprovechar los Grulla. Todo ejército tiene sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Un general que los entendiese podía incrementar fuertemente la efectividad de su propia fuerza. Fuerza contra fuerza daba la victoria al más fuerte. Fuerza contra debilidad daba la victoria al más listo.

“¿Teruo-sama?”

Miró al samurai Grulla que entraba en la tienda de campaña. “¿Qué pasa?”

“a nuestro campamento se ha acercado una enviada de los Fénix.”

Teruo levantó la vista. “¿Los Fénix?”

“Si, Teruo-sama. Es Isawa Ochiai y su yojimbo.”

“¿La Maestra del Fuego? ¿Qué es lo que quiere?”

“Ha pedido audiencia con Daidoji Zoushi.”

Teruo lo pensó durante un momento. “Escóltala hasta aquí, pero despacio. Que entre dentro de cinco minutos.”

El centinela samurai se inclinó y dejó la tienda de campaña. Cruzó el campamento hasta llegar a donde había dejado a Ochiai y Masakazu, vigilados, pero no amenazadoramente, por tres samuráis. “Isawa-sama, os escoltaré a la tienda de mando. Me temo que la invitación solo se os ha extendido a vos. Vuestro yojimbo puede esperar aquí hasta que acabe la reunión.”

Masakazu se irguió hasta alcanzar toda su estatura. “Eso es inaceptable.”

Ochiai hizo un gesto al gran hombre para que se callase. “Me temo, Doji-san, que Masakazu debe acompañarme. Ha hecho un juramento y no quisiera que sintiese que lo ha violado.”

“Aseguro a ambos que no estáis en ningún peligro dentro de este campamento. Si no hacéis nada en contra de los intereses Grulla, aquí nada os amenazará.”

“Eso te lo agradezco y aprecio, pero me temo que el juramento de Masakazu no permite tales distinciones. Debe mantener su vigilancia, haya una aparente amenaza o no.”

El centinela consideró las palabras de Ochiai y luego se inclinó. “Estoy seguro que el comandante no quiere interponerse ante un juramento tan importante. Si ambos me acompañáis, os llevaré directamente.”

Mientras cruzaban el campamento Ochiai rápidamente se dio cuenta que el camino no era nada recto. Siguieron al centinela mientras daban vueltas por entre las filas de tiendas de campaña y los fuegos de los cocineros. Acabó por darse cuenta que habían pasado ante cierta tienda de campaña más de una vez. No dijo nada, aunque la mirada de intranquilidad en el rostro de Masakazu la hizo darse cuenta que él también se había fijado. Los Grulla estaban ganando tiempo.

Finalmente llegaron a la tienda de mando. Su escolta les anunció y entraron, y vieron a alguien distinto al que esperaba Ochiai. Tras inclinarse, Daidoji Teruo se presentó.

Ochiai devolvió la reverencia y dijo, “Te pido disculpas, pero creía que Daidoji Zoushi estaba al mando de este ejército.”

Teruo se volvió a inclinar. “Yo debo ser el que os pida disculpas, Ochiai-sama. Zoushi-sama tiene otras obligaciones en este momento, que no le permiten el lujo y el honor de recibiros. Espero poder ser os útil en su lugar.”

Ochiai suprimió fruncir el ceño. “No sé si eso será posible. ¿Tienes la autoridad de negociar el alto el fuego?”

Por mucho que intentó ocultarlo, la sorpresa era evidente en el rostro de Teruo. “¿Alto el…? No estoy seguro de que estáis pidiendo.”

“He venido para intentar mediar entre ambos bandos de esta guerra, antes que la violencia crezca aún más.”

“Me temo que…” Teruo se calló antes de preguntar, “Si no os importa que os lo pregunte, Isawa-sama, ¿qué interés tenéis en este asunto? Pensaba que si los Fénix iban a entrar en el conflicto, sería en el lado de los Grulla, no como mediadores.”

Ochiai agitó la cabeza. “Mi objetivo es limitar la violencia, no tomar parte en ella. Deseo ayudar a ambos lados para que encuentren una senda haca la paz.”

Se abrió una cortina en la parte posterior de la tienda de campaña, y entró un hombre de anchas espaldas, vestido con pesada armadura. “Una noble causa, aunque infructífera.”

Teruo se incline, pero Ochiai no lo hizo. “Zoushi-san. ¿Otras obligaciones?”

“Siento el engaño, Isawa-sama, pero los tiempos de guerra genera precaución.” Zoushi se volvió hacia Teruo, “Gracias. Yo continuaré esta reunión con la Maestra del Fuego.” Teruo se inclinó y se fue.

Ochiai no se movió. “Ahora, Zoushi-san, ¿podemos hablar de cómo terminar con esta guerra?”

El veterano agitó la cabeza. “No podemos. Los Cangrejo han hecho demasiadas cosas como para que nosotros permitamos que queden sin castigo. Hida Kuon ha hablado contra la palabra de Doji Kurohito. No podemos permitir que acuse a nuestro antiguo Campeón de engañar al Espléndido Emperador.”

“Pero cuando yo hablo con los Cangrejo, dicen que esta guerra es sobre vuestra reclamación del terreno Yasuki.”

“Quizás así es como lo ven los Cangrejo, pero nosotros tenemos preocupaciones más importantes.”

Ochiai miró a Zoushi durante un momento. “¿Por lo qué solo será suficiente una disculpa por parte de Hida Kuon?”

Zoushi se encogió de hombros. “No habrá disculpa. Incluso si llegase hoy, no tengo claro que no siguiésemos luchando mañana.”

“¿Vuestro orgullo vale más que las tierras por las que combatís y las vidas de tus hombres? Los Grulla se debilitan por razones pequeñas.”

Zoushi agitó la cabeza. “¿Razones pequeñas? Tenemos muchas razones. Luchamos porque Kuon insultó a Doji Kurohito, pero luchamos porque luchamos. Esta guerra empezó cuando Kuon puso en duda la palabra del Campeón Grulla, pero luchamos porque ningún insulto puede quedarse sin ser vengado. La gloria del Clan Grulla es, como siempre, lo más importante. ¿No habéis oído como Sozen violó Shinden Asahina?”

“Eso fue a instancias del Campeón de Jade, no de los Cangrejo.”

Zoushi miró fijamente a Ochiai. “No me consideréis tan ingenuo, ya que yo no os considero ingenua. Los Cangrejo han asestado golpes que duelen y se enconan. Una simple disculpa no curará esas heridas.”

Ochiai suspiró. “¿Por lo qué no aceptarás la paz?”

“¿Se ofrece la paz? ¿Me estáis diciendo que Hida Kuon ha venido a pedir disculpas a los Grulla? ¿Ha venido a disculparse ante Doji Domotai y ante el espíritu de su fallecido padre? ¿Ha venido con la cabeza de Hida Sozen como oferta de paz?”

Ochiai no dijo nada.

“¿Y qué pediría Kuon a cambio de tal disculpa?”

“Los Grulla deben retirar todas sus reivindicaciones sobre los Yasuki y sus tierras.”

La boca de Zoushi era una sombría línea. “Por lo que una disculpa por la acusación de Kuon que Doji Kurohito mintió sobre la reivindicación Grulla sobre los Yasuki a cambio de que los Grulla admitan que era una mentira, de acción si no de palabra.”

“No es tan simple. ¿No es la paz digna de un compromiso?”

Zoushi miró fijamente a Ochiai durante un momento antes de decir, “¿No vale el honor todas nuestras vidas? Siento que vuestros esfuerzos hayan sido en vano, Isawa-sama, pero mañana habrá guerra. Habrá derramamiento de sangre. No hay nada que podáis hacer para evitarlo.”

 

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“¿Acaso no han aprendido nada de Toshi Ranbo?” La expresión de Ochiai era de entristecida resignación.

Masakazu se encogió de hombros y pareció como su fuese a decir algo, pero se detuvo.

“No puedo tolerar la muerte sin sentido.”

Su yojimbo finalmente fue incapaz de no hablar. “Quizás ellos no lo vean sin sentido.”

“Están tan ansiosos de derramar sangre por honor, y tan ansiosos de olvidar que más honor hay en vencer sin guerra. Hemos ofrecido nuestra ayuda y ha sido rehusada. Claramente no están dispuestos a intentarlo.”

Masakazu se volvió a encoger de hombros. “Hay peores razones que las suyas para ir a la guerra.”

“Eso no lo hace aceptable. No me quedaré a un lado mientras la muerte llena estos campos, no cuando aún hay algo que se puede hacer para detenerlo.”

Masakazu entrecerró los ojos. Tocó con los dedos la empuñadura de la espada que tenía en su saya y dijo, “¿Qué harás?”

“La que está a tu cargo es una mujer sabia,” dijo una voz. “Sabe lo que hay que hacer.”

Masakazu se giró hacia la voz frunciendo el ceño. Se inclinó, pero no tanto como era lo correcto. “Shiba Tsukimi-sama,” dijo. “Normalmente no es sabio aparecer ante mi por sorpresa.”

“Mi yojimbo no quiere ofenderte,” dijo Ochiai. “Considera su deber sacrosanto. No había amenaza implícita en su comentario.”

Tsukimi no sonrió. “No estaba preocupada.”

La sonrisa de Ochiai era pequeña. “Masakazu, por favor, déjanos solas un momento.”

El gigante se giró y miró a Tsukimi, y luego se encogió de hombros. “Como deseéis.”

Ochiai vio como se alejaba. “Has dicho que sé lo que hay que hacer. No estoy tan segura de que eso sea cierto.”

“No tengo duda alguna que así es,” contestó Tsukimi. “Sabes exactamente lo que hay que hacer. Simplemente deseas que no fuese así. No serías quien eres, no serías la líder que eres.”

La pequeña Maestra del Fuego agitó lentamente su cabeza. “Llevo todo el día entre la gente de dos clanes, predicando contra la violencia. ¿Cómo puedo ahora abrazarla? ¿Cómo es qué ordenar la intervención del ejército Fénix ser la decisión correcta?”

“Ya lo hiciste una vez,” la recordó la Campeona. “Enviaste a los Fénix a Toshi Ranbo. ¿Cuál fue el resultado?”

“Nos ganaos el desdén de casi todo un Imperio,” dijo Ochiai, una leve amargura en su voz.

“Eso no es lo que yo quería decir, y lo sabes,” dijo reprobándola Tsukimi. “Se perdieron vidas, ¿pero cuántas menos si no hubieses tomado la decisión de intervenir?” Señaló al campo que se convertiría en campo de batalla al amanecer. “¿Cuántos morirán ahí mañana? ¿Miles?”

“Posiblemente más,” dijo Ochiai, su voz poco más que un susurro.

“Podemos detenerlo. Podemos dejarlo en cientos. Quizás incluso en docenas.” Tsukimi puso sus manos sobre sus caderas. “Esa decisión no puede ser errónea.”

“Encontrarán otra razón, otro día, sobre otro campo,” dijo Ochiai. “Me lo han prácticamente dicho. La muerte no puede ser evitada, solo retrasada.”

“Un día moriré,” dijo Tsukimi. “Eso es inevitable. Supongo que por lo tanto, ya que eso no lo puedo cambiar, debería regresar a mi casa y esperar la muerte.” Se quitó el pelo de donde el viento lo había puesto sorbe su rostro. “Aunque estos hombres deban matarse entre si, aunque esta guerra no será fácilmente evitable, o incluso aunque otra tome su lugar, ¿Qué pasará si no se detiene esta batalla?”

“Llevará a otra, y luego a otra,” dijo Ochiai. “La tierra por la que luchan quedará dañada sin remedio, y durante generaciones no será fértil.”

“¿Cuántas vidas, a parte de las de los soldados, se perderán?”

La Maestra del Fuego bajó la cabeza. “No lo sé.”

“No se detendrán por ellos mismos hasta que un clan esté lisiado,” dijo Tsukimi. “Y el vencedor, sea el que sea, quedará en tan alas condiciones que será igual que si hubiesen perdido ellos la guerra. Dos clanes puestos de rodillas, y en el proceso miles de hambrientos.” Agitó la cabeza. “¿Puedes apartarte de algo así, sabiendo que quizás hubiésemos podido impedirlo?”

“Fracasaremos,” dijo Ochiai.

“Entonces fracasaremos sabiendo que fuimos dignos del alma de los Fénix.” La Campeona esperó un momento. “Mis fuerzas están a un día de viaje de aquí. Si marchamos durante toda la noche, podemos estar listos para intervenir cuando ellos se enfrenten al amanecer.”

Ochiai se quedó en silencio durante varios largos momentos. Una lágrima bajó por su mejilla. “Da la orden,” dijo en voz baja.