Fuego y Roca

 

por Brian Yoon

Editado por Fred Wan

 

Traducido por Bayushi Elth & Mori Saiseki

 

 

“Kaoru, ataca cuando estés preparada,” ordenó Hida Otoya. Golpeó con la base de su abanico la palma de su mano. El sonido reverberó por la silenciosa sala, y los alumnos se pusieron tensos, anticipándose a lo que iba a ocurrir.

Hida Hiyao tenía una postura relajada. Sostenía levemente su bokken, una espada de entrenamiento de madera, con su mano derecha, la punta del arma arrastrándose con desgana por el suelo. Rodeado por docenas de jóvenes samurai que acababan de pasar su gempukku, Hiyao parecía estar fuera de lugar en el dojo. Era un veterano de incontables batallas sobre el muro y de varias guerras, mientras que los demás que había en el dojo pocas veces habían entrado en combate. Su piel mostraba varias cicatrices, dando testimonio de su devoción al Cangrejo. Los demás no tenían marcas de batallas, aunque al servicio del Cangrejo, eso pronto cambiaría para muchos de ellos.

Su oponente, Hida Kaoru, miraba fijamente a Hiyao. Sostenía firmemente el bokken con ambas manos y apuntaba con el al veterano. Al contrario que sus compañeros de clase, quienes podrían haber sonreído fieramente o parecer ansiosos de la oportunidad de combatir, Kaoru no mostraba señal alguna de emoción. El único sentimiento que traicionaba su cara era el de alerta. Sus ojos se movían constantemente, mirando a su oponente y analizando la situación. Ella sabía que las probabilidades estaban en su contra; Hiyao tenía muchos más años de experiencia que ella y además tenía un físico mucho más grande. En este ejercicio de entrenamiento, ella sabía que nadie esperaba que ella ganase, simplemente que actuase bien.

Pero esa opinión, pensó brevemente Kaoru, no era digna de un Cangrejo.

Sin hacer sonido alguno, entró en acción. La punta de su bokken se deslizó hacia el techo y rápidamente descendió hacia la cabeza de Hiyao. Hiyao reaccionó rápidamente y esquivó hacia la derecha. Golpeó lateralmente y conectó con las costillas de Kaoru con un sonoro crack. Ella chocó con fuerza contra el suelo. Inmediatamente se puso en pie y agarró su arma. Hiyao esperaba lejos, y otra vez sujetaba levemente bokken de lado.

“Un corte tradicional,” dijo Otoya con una mueca de desaprobación. “Un ataque conocido. Por eso es la opción equivocada. Tu oponente lo ha estudiado, practicado, y lo más importante, contrarrestado durante toda su vida. Vuelve a intentarlo.”

Kaoru lentamente empezó a girar alrededor de Hiyao, y este se giró en el sitio donde estaba para observar los movimientos de ella. Mientras observaba a la joven moverse a su alrededor, le golpeó un repentino e inexplicable frío. Agitó la cabeza. No estaba en la Muralla; no se enfrentaba a los miles de demonios y peligros que surgían cada día de las profundidades de las Tierras Sombrías. Entonces, ¿por qué, repentinamente, sentía como si estuviese en peligro?

En el mismo instante de su indecisión, Kaoru comenzó su ataque. Golpeó a la pierna de Hiyao con toda la fuerza que pudo reunir su cuerpo. Aunque le cogió desprevenido, Hiyao no estaba indefenso. Bajó su bokken para protegerse y paró casi toda la fuerza del golpe con su arma. Inmediatamente pasó a la ofensiva e intentó golpear su cabeza. Ella bloqueó la espada de Hiyao con la suya.

La espada de Kaoru se rompió bajo la fuerza del impacto. Estalló y las piezas volaron en todas direcciones. Uno de los serrados fragmentos de madera voló por el aire y se clavó profundamente en la pierna de Kaoru. Instintivamente, Hiyao levantó el antebrazo para protegerse los ojos.

Kaoru no se detuvo. Saltó hacia delante y golpeó con su cuerpo el de él, chocando con todo su peso. Hiyao soltó un sonoro gruñido y cayó al suelo. Antes de que pudiese reaccionar, ella le arañó las manos con temerario abandono. Hiyao rehusó soltar su espada, y los dos lucharon en el suelo como su fuesen animales salvajes, sin importarles las circunstancias a su alrededor.

Otoya aplaudió con fuerza una sola vez, y la pareja se detuvo. Se separaron y se pusieron en pie. Kaoru cojeaba levemente por su herida pero luchaba por ocultar de su cara cualquier señal de dolor.

“Como poco, ha sido un sorprendente movimiento.” Dijo Otoya. El sensei se volvió hacia Hiyao. “¿No te lo esperabas?”

Hiyao agitó la cabeza. “Ella estaba herida y desarmada en un entrenamiento de kenjutsu. Su ataque era innecesario, y me pilló por sorpresa.”

“¿Qué dices a eso, Kaoru?” Preguntó Otoya.

Kaoru levantó aún más su cara, desafiante. “Digo que no importa que arma tenga en las manos. Es solo un utensilio. Cuando empieza el combate, aunque sea una farsa, uno debe continuar hasta que caiga el enemigo.”

Otoya miró a Kaoru. Aunque no lo admitiría en público, estaba impresionado por la fuerza de voluntad de la joven. Incluso ahora, ella le miraba con fuego en sus ojos, rehusando dar marcha atrás de su posición.

“Esa actitud te mantendrá con vida,” dijo finalmente Otoya, “pero no es adecuada en el dojo. La próxima vez, cíñete al ejercicio que estemos haciendo.”

Ella se inclinó, aceptándolo. Él la apuntó con su abanico. “Informa ahora mismo de tu herida. El Clan Cangrejo tiene pocos usos para los lisiados. Te puedes retirar.”

           

El Dragón de Fuego proyectaba una brillante sombra roja sobre el distrito del mercado de la Ciudad Imperial, Toshi Ranbo. Shiba Rae se había acostumbrado a su presencia mientras caminaba a través del bullicio de la ciudad. Rae había servido lealmente como guardia y yojimbo para el Clan Fénix durante varios años. Los meses siguientes a su traslado a la Ciudad Imperial habían sido inolvidables. Había visto y experimentado tanto en tan poco tiempo. Después de que la lucha hubiese cesado, Rae había sido lo suficientemente afortunado como para ser destinado a la guardia de palacio de Shiba Naoya. A menudo, sus obligaciones eran poco más que de mensajero del Concilio de Maestros a su señor, pero a pesar de todo estaba alegre por la experiencia que eso suponía.

En las raras ocasiones en que dudaba de la rectitud de su causa, solo tenía que levantar la vista. La impresionante visión del apoyo de los Cielos levantaba su moral y su espíritu. Cada vez que levantaba la vista, se volvía a jurar a si mismo que debía esforzarse por seguir en todo las órdenes del Concilio. Los Maestros sabían que era lo mejor. No se podían negar las bendiciones del Cielo.

Rae se movió diestramente por la ciudad, ignorando las vistas y olores que habían sido tan extrañas para él hacía solo unos pocos meses. Ahora le parecían algo normal, y Rae sintió un poco de orgullo por ser un hombre de mundo. Miró a los samurai que pasaban junto a él. Sabía que todos ellos sentirían envidia si supiesen lo importante que él era. Llevaba un sellado pergamino del propio Concilio Elemental, los Maestros Elementales que ahora gobernaban en la Ciudad Imperial en ausencia del Emperador. Pocos podían decir que habían visto alguna vez una reunión de los Maestros, y mucho menos ayudar al Consejo.

Rae hizo un rápido giro tras un vertedero y caminó por una calle lateral. Hacía tiempo que se había aprendido los atajos y habitualmente esta calle en especial estaba vacía. Hoy la calle estaba ya ocupada por una pareja que le pareció extraña a Rae. Un mercader y un samurai Escorpión estaban a un lado de la calle; aunque el mercader no estaba armado, parecía no tener miedo molestando al samurai.

“Pero mi señor, aún no habéis pagado por los cargamentos,” insistió el mercader. “Aceptasteis las mercancías con una promesa de pago. Ya llevamos varios meses de retraso en el pago. Debéis pagarme o me quedaré sin el negocio.”

El Escorpión se giró como si el mercader nunca hubiese hablado. Sin dudarlo se alejó tranquilamente.

“¡Mi señor,” dijo el mercader, “debéis pagarme lo que me debéis o me veré forzado a ponerme en contacto por ese asunto con los magistrados locales!”

El Escorpión se detuvo y giró abruptamente. El mercader se movió nerviosamente, sorprendido, mientras el samurai se dirigía rápidamente hacia él. El Escorpión se acercó mucho al mercader. Las comisuras de sus labios se movieron lentamente hacia arriba, en una sonrisa amenazadora. “¿A, si?” Preguntó en voz baja. “Yo soy un samurai y tu no eres nada.”

Fue inconfundible el sonido del arma de Rae al abandonar su saya. El Escorpión se detuvo y se volvió hacia Rae.

“Esto no es asunto tuyo, Fénix,” dijo el Escorpión. Una sonrisa burlona apareció en su cara. “Es un asunto entre esta escoria y yo. Si tienes algo de cerebro, deberías seguir caminando.”

“No reacciono bien ante las amenazas, Escorpión-san,” respondió Rae. “Tu asunto se convirtió en mi asunto cuando interrumpiste la paz de la Ciudad Imperial. Paga al hombre antes de que me vea forzado a mostrarte lo erróneas que son tus formas.”

La postura del Escorpión cambió al leer la ira que emanaba de Rae. Rae anhelaba la oportunidad de mostrarle al villano sus propias entrañas. Solo la paz impuesta por el Concilio detuvo su mano. El Escorpión pareció reconocer el peligro en el Fénix. Metió la mano en su kimono y sacó una pequeña bolsa. La tiró a los pies del mercader. Antes de desaparecer por una esquina, se giró y miró fijamente a Rae.

Rae supo que ese día se había ganado un nuevo enemigo.

“Gracias, mi señor,” dijo el mercader y se inclinó profundamente ante Rae.

Rae asintió y siguió su camino. Permaneció en callada contemplación el resto del camino de vuelta al palacio de Shiba Naoya. La situación en el imperio había degenerado hasta comportamientos tan despreciables. Llegó al palacio sin más interrupciones. Rae sospechaba donde podía encontrar a su señor y se dirigió directamente hacia el jardín que había en el centro del palacio. Estaba en lo cierto; Shiba Naoya estaba sentado en medio del jardín y miraba la serena escena que tenía ante él. Rae se acercó y esperó hasta que Naoya le prestó atención.

“Un mensaje del Concilio, mi señor,” dijo Rae. Se inclinó y presentó el sellado pergamino a Naoya. Naoya asintió y cogió el ofrecido pergamino de las manos de Rae. Rae se volvió a inclinar y se volvió para dejar en privado a Naoya.

“Quédate, Rae-san,” dijo despreocupadamente Naoya. “Sentirás las bendiciones y sufrirás los problemas del mensaje, igual que yo. Somos como hermanos en esto.”

Rae enderezó su postura y se hinchó de orgullo. Naoya desenrolló el pergamino y lo leyó. Tras un largo momento, miró al ansioso Fénix.

“Parece que el Concilio ha decidido que el Fénix debe asumir responsabilidades por nuestras acciones,” dijo Naoya. “Creen que no pueden esconderse tras el poder de los Cielos. El Dragón de Fuego pronto regresará a Tengoku, e impondremos la paz en el Imperio con nuestras propias fuerzas.”

 

           

“Hoy pareces contento, Otoya,” dijo Toritaka Tatsune. Ambos ancianos caminaban juntos a través de los salones de Kyuden Hida. A pesar de que la retirada de Tatsune era inminente, seguía actuando como enlace entre Otoya y el resto del clan. Cada día, hablaban durante horas sobre táctica y estrategia, y Otoya sentía que casi podía llamar a aquel hombre su amigo.

“No se a que te refieres, Tatsune-sama,” replicó Otoya.

Tatsune hizo un gesto con la mano hacia su acompañante. “No me hagas reír, Otoya. Tienes un fruncimiento de ceño perpetuo. Hoy tu expresión se podría describir como mínimo como contenta.”

“Uno de mis estudiantes me ha impresionado hoy,” dijo Otoya. “Creo que eso es suficiente para iluminar mi espíritu. No suele ocurrir a menudo.”

Tatsune sonrió. “Me encanta escuchar eso. Estás encajando bien en nuestro clan. Tu ayuda en el plan de Kisada fue inestimable.”

Otoya resopló. “Mi consejo en referencia a los Condenados hubiera sido más efectivo si hubiera tenido la información correcta. Cambiar el comandante fue perjudicial para las estrategias que habíamos trabajado juntos.” Tatsune abrió su boca para hablar, pero Otoya levantó su mano para detenerle. “Entiendo la situación en la que te encontrabas, Tatsune-sama. A pesar de que llegué aquí con las recomendaciones de Kaneka-sama, no tenías ninguna referencia para confiar en mis lealtades. No podías dejar tanta responsabilidad en manos de un virtual extraño. Comprendo la situación, aunque lamento la pérdida de recursos debido a tales circunstancias.”

Tatsune quedó en silencio por un largo espacio. “Bien dicho,” dijo. “Te has portado admirablemente en los últimos meses. Los estudiantes se esfuerzan más contigo que con cualquier otro sensei. Todos ellos te elogian a regañadientes, dicen que eres un maestro severo pero justo. Te has convertido en un valioso miembro de nuestro Clan.”

Otoya inclinó silenciosamente su cabeza en agradecimiento.

“Tengo una nueva misión que estoy seguro pondrá a prueba tus habilidades,” dijo Tatsune, y se detuvo. Otoya miró a su alrededor y se percató que su camino les había llevado a una de las grandes salas de audiencias dentro del castillo. Otoya abrió la puerta y ambos entraron.

Toda la conversación en la cámara se detuvo tan pronto como la puerta se abrió, y todas las cabezas se giraron hacia Otoya y Tatsune. Había menos de media docena de Cangrejos en la habitación, y Otoya reconoció al instante algunos rostros conocidos. Kuni Kiyoshi, recientemente promovido a daimyo de la familia Kuni, estaba apoyado en el muro al final de la habitación. Hiruma Todori, daimyo de la familia Hiruma, se encontraba en el medio del grupo, con la mano levantada en mitad de la conversación.

Las únicas personas que habrían convertido el grupo en más ilustre todavía, pensó Otoya, habrían sido Hida Kisada e Hida Kuon.

“Saludos, Tatsune-sama. Kuon-sama no puede asistir a la reunión,” dijo Todori. “Tenemos poco que hacer en su ausencia.”

“Háblame de los Araña,” dijo Tatsune sin preámbulo. La conversación se detuvo una vez más, en deferencia al venerable daimyo. Kiyoshi dio un paso adelante y se colocó entre los demás.

“Hay poca información que comentar,” dijo Kiyoshi. “Aparecen y desaparecen sin dejar rastro. Por ahora, parece que están ayudando a la gente. Derrotan a grupos de bandidos y a las pocas criaturas de las Tierras Sombrías que aterrorizan al imperio. Hay rumores de avistamientos de la Araña por la Mantis, Unicornio e incluso Escorpión, pero todos son infundados. Su influencia debe haber crecido más rápido de lo que pensaba si habéis oído de su existencia, Tatsune-sama. Unos pocos de mis hombres están siguiendo su rastro mientras hablamos.”

“¿Se encuentran cerca de encontrar lo que son?” preguntó Todori.

“Aun no,” replicó Kiyoshi. “Pero es algo inevitable. Es un simple incordio que muy pronto resolveremos.”

“Creo que no es algo tan simple, Kiyoshi. Los Toritaka asumirán ese cometido y descubrirán los secretos de la Araña,” anunció Tatsune.

Kiyoshi le miró ceñudo. “No tenéis experiencia en lo que debe hacerse, y los Kuni poseen siglos de experiencia en ese asunto. Si es algo relacionado con las Tierras Sombrías, debe ser seguido por los Kuni.”

“Esos ‘Araña’ pueden ser una triquiñuela de las Tierras Sombrías, es cierto,” replicó Tatsune. “Pero es igualmente posible que no lo sean. ¿Puedes permitirte el lujo de perder valiosos recursos para revelar esos rumores?”

“Somos capaces de más de lo que tú crees,” dijo Kiyoshi.

“Sois hombres, al igual que nosotros, y serías un estúpido si rechazaras nuestra ayuda. Los inquisidores Toritaka trabajarían hombro con hombro con tu gente. Simplemente nos centraríamos en desentrañar la verdad tras esos rumores difusos.”

“¿Ayuda?” dijo Kiyoshi, levantando una ceja. “Las buenas intenciones sólo traerán más daño si no vienen atemperadas por la sabiduría. ¿Dónde adquirirán tus hombres esos conocimientos? ¿No estarás sugiriendo que abramos las puertas de las escuelas Kuni a todos tus hombres?”

“Mis hombres ya saben como desenterrar secretos. Después de todo, han sido entrenados como cazadores de cierta clase, al igual que tu gente.”

“Los Toritaka cazan espíritus, no hombres,” replicó Kiyoshi. “Pronto te darás cuenta de que tratar con otros humanos, en sociedad, y en el mundo real, es infinitamente más difícil. Necesitarán saber como organizarse juntos.”

“Es curioso que menciones la táctica,” dijo Tatsune. Se giró a un lado, hacia Otoya. “¿Tienes experiencia en esos asuntos, Otoya?”

Otoya arqueó las cejas, su única reacción a su introducción tan abrupta en la conversación. “Es de una clase diferente a la que estoy acostumbrado,” dijo lentamente. “Ciertamente puedo ayudar a vuestros hombres a prepararse para combatir a una rápida fuerza en movimiento. Si los consideráramos como un grupo de bandidos...” Otoya se concentró y comenzó a murmurar para sí mismo.

“Problema resuelto,” dijo Tatsune. Su sonrisa era bastante salvaje. “Y si todas estas razones y palabras no te convencen, Kiyoshi-san... no eres rival para mi en un concurso de bebida.”

Kiyoshi hizo una mueca. “Los otros Clanes no verán esta intromisión de los Toritaka de forma favorable,” advirtió. “Ellos no verán todo el conjunto. Sólo asumirán que estamos tratando de incrementar nuestra influencia.”

Tatsune bufó. “Peor para ellos. Nuestros inquisidores harán lo que sea necesario, y me aseguraré de que llevan los documentos apropiados.”

“No te tomes a la ligera la situación, Tatsune-san,” insistió Kiyoshi. “Los otros Clanes, excepto el Fénix, vilipendian a los Cazadores de Brujas como visitas desagradables en sus tierras. El resto de Clanes solo ven sombríos recordatorios de amenazas que no pueden combatir. Cuando vuestras acciones lleguen a sus oídos, compartiréis el mismo destino.”

Tatsune agitó su cabeza. “No creas que he tomado esta decisión a la ligera, amigo mío. Se exactamente lo que está en juego, tanto el nombre de mi familia como los peligros que enfrentaremos.” Tatsune miró a su alrededor lentamente, captando los ojos de cada asistente con su mirada. “Es algo que debe hacerse. Si nosotros no asumimos esa responsabilidad, ¿quién lo hará?”

“Somos el Cangrejo. Eso es todo lo que hay que decir.”

 

           

“Comprendo que nosotros, simples humanos, no podamos alardear de estar al mando del Dragón de Fuego,” dijo Rae. “Perdonad mi temeridad, pero me gustaría que el Dragón hiciera algo que mostrara la dedicación del Fénix hacia Rokugan. Nadie se ha atrevido a objetar nada cuando los Cielos han estado tan visiblemente de nuestro lado.”

Naoya rió entre dientes. “Nadie olvidará pronto al Dragón de Fuego, Rae,” replicó. “Su presencia sobre la ciudad ha sido una extraordinaria muestra de la voluntad celestial. Entre todos los pergaminos de historia, nunca he escuchado de ningún evento como éste. Creeme, el Dragón de Fuego ha hecho suficiente.”

Rae asintió lentamente. “Sois sabio, mi señor.”

“Cuando el Dragón de Fuego se vaya,” dijo Naoya, “debemos prepararnos para respaldar nuestras palabras con acero. No podremos convencer a los demás clanes sólo con nuestras palabras.”

“Los Shiba están preparados para realizar su labor, mi señor,” dijo Rae. Sus manos temblaban en anticipación. “Nadie podrá dudar de la sinceridad de nuestros actos. Si debemos luchar y morir para preservar la seguridad del Imperio, lo haremos sin dudar.”

“¿No te preocupa el futuro, Rae?” preguntó Naoya.

Rae le devolvió la mirada a su señor, y Naoya se maravilló de la convicción natural brillando en sus ojos. “El Concilio es sabio,” dijo. “No permitirán que el Imperio vaya por el mal camino. Si los Shiba deben sufrir para asegurar la seguridad de Rokugan, es un pequeño precio a pagar. Cuando todo se haya dicho y hecho, mi señor, nadie dudará de nuestra convicción.”