Gloria del Imperio, Parte I

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

Kyuden Bayushi, Mes del Jabalí, año 1170

 

Las nevadas del temprano invierno cubrían todo lo que estaba a la vista con un leve espolvoreado blanco, insinuando el manto de nieve que aparecería en unas semanas. Haciendo caso omiso del frío, una legión completa de guerreros Escorpión, su negra armadura pulimentada hasta el punto que su formación recordaba la brillante y reflectante superficie de un negro mar, estaba totalmente inmóvil bajo la gris luz del mediodía. De igual manera, soldados se alineaban en cada centímetro de espacio disponible en las murallas y torres del majestuoso palacio Escorpión, tan quietos que podrían ser estatuas.

Bayushi Paneki, el Campeón del Clan Escorpión y el hombre al que antes se le conoció como el Defensor del Imperio, estaba de pie en el vigorizante frío sin que pareciese que lo notaba. Miró a sus leales sujetos con satisfacción. Sentía que era una apropiada demostración para los invitados que iban a llegar. Generosa, pero no ostentosa. Era difícil de compaginar muestras de fuerza con gestos políticamente apropiados, pero pensó que esto era lo más adecuado.

Al norte, los guías de la procesión que estaba esperando eran visibles en el horizonte. La llegada de la procesión propiamente dicha tardó poco más de una hora, ya que esas fuerzas apenas podían moverse a una velocidad significativa. Pero Paneki era un hombre paciente, y se quedó tan inmóvil como sus hombres mientras esperaba. Finalmente, la cabeza de la procesión llegó a las puertas del palacio. Paneki se alegró al notar que el camino por el que pasaban a través de la ciudad hacia las puertas estaba lleno de sus sujetos, todos arrodillados.

La guardia de honor a la cabeza de la procesión se abrió en abanico por el patio del palacio, tomando posiciones estratégicas y evaluando cuidadosamente la localización de todas las tropas Escorpión. Bajo cualquier otra circunstancia sería un insulto horroroso, pero la situación apenas era normal. El jinete en vanguardia desmontó y con una floritura dejó a un lado su capa de viaje, mostrando la brillante armadura verde que había bajo la capa. Se acercó a Paneki y se inclinó. “Mi señor.”

Paneki devolvió la reverencia. “Kyuden Bayushi se siente honrado por el regreso del Campeón Esmeralda del Imperio,” dijo con una leve sonrisa. “Me alegra volver a veros, Jimen-sama.”

“También me alegra volver a estar en mi hogar,” contestó Shosuro Jimen, su tono tan amable y alegra como siempre. Era quizás su arma más espectacular, su constante apariencia de jovialidad, y eso no era algo sencillo. “¿No dudo que todo está preparado?”

“Cada especificación ha sido excedida,” dijo Paneki. “No habrá fallos de seguridad aquí durante la Corte de Invierno.”

“Por supuesto,” estuvo de acuerdo Jimen. “No lo dudo.” Asintió hacia los soldados a caballo. “Informar a la Voz de la Emperatriz que todo está listo.”

El soldado asintió y espoleó a su caballo para que galopase. Paneki se quedó junto al Campeón Esmeralda, sorprendentemente nervioso a pesar de toda su aparente tranquilidad. Apenas se dio cuenta que su esposa salía de una entrada cercana para quedarse junto a él mientras esperaba. Tras solo unos pocos momentos, apareció un muro de Seppun con pesada armadura, marchando al unísono con lanzas al hombro. Tan perfecto era cada movimiento que hacían que era fácil imaginarse que no eran hombres los que estaban dentro de las armaduras, sino que en vez de eso era algún grandioso encantamiento que había dominado la voluntad de la propia armadura para la procesión Imperial. Luego los Seppun se abrieron, dividiéndose en dos partes iguales y formando un corredor en la puerta interior.

Inmediatamente tras ellos estaba el Palanquín Imperial, acompañado por tres hombres a caballo, cada uno muy arropado para evitar el frío. Los tres se adelantaron, y dos se desmontaron para acercarse a Paneki. El primero se inclinó profundamente. “Mi señor,” dijo sin aliento. “Es un gran honor para mi volver a estar en vuestra presencia.”

“Canciller,” dijo Paneki, devolviendo la reverencia. “Te di la enhorabuena en nuestra correspondencia, pero ahora permíteme que lo haga en persona. Has traído un enorme honor a nuestra familia.”

Bayushi Hisoka sonrió. “Gracias, mi señor.”

Cuando el otro se adelantó, el Canciller Imperial sonrió un poco. “Creo que no habéis tenido el placer de conocer al Consejero Imperial, señor Paneki. Os presento a Susumu, del Clan Araña.”

Susumu hizo una reverencia, pero Paneki inclinó solo muy levemente su cabeza, arriesgándose a insultar incluso en tan augusta compañía. “Todos los que sirven a la Emperatriz son bienvenidos en Kyuden Bayushi, según su criterio,” dijo simplemente.

Susumu sonrió perversamente. “Si no estuviese totalmente convencido de vuestra honorable naturaleza, Paneki-sama, seguro que creería que no soy bienvenido en vuestro hogar.”

Paneki se vio muy tentado a replicarle, pero se ahorró las potenciales ramificaciones de insultar a uno de los ayudantes de la Emperatriz cuando Jimen intervino. “Un día, la Emperatriz ya no te necesitará,” le dijo alegremente al Consejero Imperial. “Ese día no vivirás para ver como se pone el sol.”

“Ya veremos,” fue todo lo que respondió Susumu.

“Jimen-sama,” dijo el tercer jinete, un hombre de anchos hombros cuya calva y tatuada cabeza no mostraba signo alguno de sentir el frío, “¿se han hecho todos los preparativos?”

Jimen se adelantó, hizo una reverencia y contestó formalmente. “Todo está preparado en Kyuden Bayushi, Satsu-sama. El Campeón Escorpión está preparado para aceptar la carga de la seguridad de la Emperatriz, cuando ella lo desee.”

Togashi Satsu miró al palanquín, y aunque no hubo ninguna reacción visible, asintió como si le hubiesen dado una orden. “Entonces la Emperatriz se alegra de poner su seguridad en manos de su tan leal vasallo. Quedas relevado, Campeón.”

Paneki miró de reojo a Jimen, y el Campeón Esmeralda asintió. “Hay asuntos en la Ciudad Imperial que requieren mi atención,” dijo en voz baja. “Regresaré antes de que las nieves cierren el Paso Shamate.”

“Que todos se inclinen ante la radiante majestad de la Divina Emperatriz Iweko I, la Hija de los Cielos,” dijo Satsu, desmontando y poniéndose sobre una rodilla mientras se abrían las cortinas del palanquín.

Todos los que estaban a su alrededor se arrodillaron, y Paneki empezó a hacerlo, pero vaciló un poco para poder ver salir a la Emperatriz de su transporte. Cuando ella surgió, se volvió y miró instantáneamente a sus ojos, como si supiese que él la estaba mirando. Sonrió levemente, y Paneki se quedó sin respiración. Cayó inmediatamente al suelo, arrodillándose en presencia de su Emperatriz. Mantuvo esa posición durante un puñado de segundos, atento a los arrullos y movimientos avergonzados cerca de él.

“La Emperatriz pide que te levantes, Campeón Escorpión.”

Paneki hizo lo que se le ordenaba, e intentó decir algo al estar ante su Emperatriz. “Nos honra recibirla, mi señora,” dijo suavemente. Con mucho cuidado, sacó su espada, aún dentro de su saya, y la ofreció. “Os ofrezco mi espada, Emperatriz, para que la ordenéis como deseéis. Mi vida es vuestra.”

Iweko levantó un poco una mano, declinando el regalo, la suave sonrisa aún en su rostro. Paneki asintió y volvió a meter la espada en su obi. “Me honra presentaros a mi esposa, Bayushi Miyako,” dijo, señalando a la pequeña mujer que estaba a su lado, “y a nuestro hijo, Ichiro.”

“Emperatriz,” dijo Miyako, inclinando su cabeza. El bebé arrulló y se movió en sus brazos.

“El servicio de la antigua Toturi Miyako es bien recordado en la Ciudad Imperial,” dijo Satsu. “Vuestra presencia es un regalo para la Emperatriz.”

Iweko sonrió al bebé y alargó el brazo para acariciar el dorso de la mano del pequeño. Este se calló al instante y miró a la Emperatriz como extasiado.

Miyako se quedó sin aliento. “Emperatriz,” dijo, su voz temblorosa, “Bendecís a nuestro hijo con vuestro favor.”

“Por favor,” dijo la Voz de la Emperatriz, “el viaje ha sido largo y arduo, y la Emperatriz desea retirarse a sus habitaciones antes de la cena.”

“Por supuesto,” dijo Paneki. “Venir por aquí, Divina, os mostraré personalmente donde está vuestra suite.”

 

           

Dos semanas después

 

“¡Y así fue,” dijo el dramaturgo, leyendo de su manuscrito con gran emoción y floritura, “como surgió victorioso el Escorpión, y se ganó el favor del Clan Dragón por ayudar a vencer a la invisible amenaza que tenían entre sus filas!” Con eso, se inclinó ante los reunidos y luego ante la Emperatriz, manteniendo su reverencia durante un momento.

Los que estaban allí aplaudieron educadamente, pero hubo un momento de duda, como si tuviesen cautela. Doji Ayano aplaudió unas cuantas veces y luego se abanicó levemente. Había encontrado la historia divertida, pero comprendía la inquietud de los otros; presentar una nueva historia que incluía a un villano entre las filas Dragón, y la dependencia de estos en el Escorpión para poder acabar con una amenaza así, era una arriesgada aventura considerando que la Emperatriz había sido una Dragón hasta hacía solo poco tiempo. Se preguntó ociosamente si este Bayushi Hiroshi había hecho una arriesgada apuesta para atraer la atención de la Emperatriz, o si honestamente ignoraba las posibles ramificaciones de sus acciones. Esperaba que no cayese sobre el joven la ira de su Campeón, o aún peor, que no cayese sobre él la de la propia Emperatriz.

La Emperatriz estaba sentada en su estrado, flanqueada a su derecha por la Voz de la Emperatriz y a su izquierda por el Consejero Imperial. Tras ella, casi desapareciendo en la tenue luz que iluminaba la parte trasera de la sala, estaban las inmóviles Voces del Sol y de la Luna, siempre presentes por si la Emperatriz necesitaba su consejo. El Consejero, Susumu, estaba mirando al joven Escorpión con evidente diversión, mientras que Satsu parecía tan impasible como siempre. Al contrario, desde la parte baja de la sala, Hisoka mostraba lo que Ayano creía que era la única genuina emoción que ella le había visto alguna vez: enfado.

Satsu miró a la Emperatriz, a quien ocultaban unos paneles de los presentes, aunque era visible su silueta. Se giró y aparentemente habló con él, aunque nadie la pudo escuchar. Él asintió una vez. “La Emperatriz encuentra entretenido tu relato,” contestó, “ya que la recuerda un asunto que investigó durante su juventud, por cierto junto a un magistrado Escorpión. Desea ver aquí la obra de teatro, de donde has sacado tu relato, durante la Corte de Invierno.”

Hubo un movimiento casi eléctrico en la multitud, cuando muchos delegados intercambiaron miradas de asentimiento. Era infrecuente una muestra tan clara de favor, y nunca se había escuchado para alguien tan desconocido como el joven dramaturgo. Esto significaría un cambio de poder entre los artistas presentes. Hiroshi, por su lado, estaba exuberante ante el halago. “¡Gracias, Divina!” Dijo sonriendo abiertamente. “¡Tendré la obra lista para vos en quince días, si así lo deseáis!”

“Eso alegraría enormemente a la Emperatriz,” contestó Satsu.

Ayano no pudo evitar sonreír ante el genuino entusiasmo que mostraba el joven, aunque se sintió mal por los artistas de su propia delegación, ya que ahora probablemente los potenciales mecenas se fijarían más en los Escorpión.

Iba a ser una temporada interesante, reconoció para sus adentros.

 

           

Mes de la Rata, año 1170

 

Era algo esperado que la mayoría de los clanes tuviese algún tipo de queja y que buscase una decisión de la Emperatriz cuando el personaje Imperial dejaba un tiempo para escuchar ese tipo de cosas. Pero era inesperado, reflexionó Bayushi Kurumi, que los Fénix fueran de los primeros que se adelantasen.

“Mi señora Emperatriz,” dijo el viejo estadista. “Soy Isawa Sawao, maestro sensei del dojo de la Hoja de la Llama Sagrada y tanto antiguo como actual servidor del trono.”

“Tu nombre lo conoce la Emperatriz,” dijo Satsu. “Fuiste tú el que acabó con la maldición de la Corona de Amatista, un artefacto maldito que durante siglos arruinó las vidas de incontables y leales servidores. Tienes la gratitud de la Divina por levantarla una carga antes de que cayese sobre sus hombros.”

El viejo shugenja se inclinó profundamente. “Que mi nombre lo conozca la Hija de los Cielos es el mayor honor de mi vida,” dijo. “Es con profundo pesar que debo acercarme a la Emperatriz con una queja, pero me atan mis juramentos como Fénix, y el código de compasión por el que todos los samuráis deben ser responsables, y por ello debo hablar.”

El tono genuino del sacerdote y la callada ira que sobre su mente presionaba el asunto fue suficiente para intrigar incluso al más hastiado de los observadores. “Habla, por favor,” dijo Satsu.

“Todos conocemos la historia de la gran guerra entre el León y el Unicornio,” empezó Sawao, “una guerra que por suerte ha acabado. La campaña León contra las tierras Unicornio estaba justificada, y así lo exigía el honor. Como defensor de la paz y representante Fénix, alabo al León por su moderación durante su campaña. No es secreto para nadie que con todo su poder podrían haber infligido un sufrimiento terrible a sus enemigos, incluso a unos tan fuertes y resistentes como los Unicornio.” El sacerdote se detuvo y miró ahora hacia el León tras haber dado un respetuosa cabezazo hacia el Unicornio. “Es con indignación que debo informar que a los enviados Fénix a tierras Unicornio les fue denegada la entrada por parte de los León tras haberles rehusado la entrada a los caminos que llevaban a las provincias Unicornio.”

“Si así lo permite la Emperatriz,” se adelantó un León. “Deseo contestar a esta alegación.”

“Hazlo,” dijo Satsu.

“Los enviados Fénix que describe Sawao-sama,” dijo el León, “eran más de cien hombres, muchos de los cuales portaban armas, y pidieron pasar por tierras León.”

“Los únicos caminos lo suficientemente grandes para nuestras necesidades pasan por tierras León,” contestó irritado Sawao. “Y no conocía que los samurai León dejaban sus espadas en sus casas cuando viajaban fuera de sus provincias. Está claro que esta costumbre aún no ha arraigado entre mis hermanos Shiba.”

Hubo un leve murmullo de diversión ante esto, aunque estaba claro que el representante León no lo encontraba nada divertido. “¿Debería el León, sin dudarlo, simplemente permitir que cientos de hombres armados atravesasen sus tierras? ¿Deseáis que otros clanes adopten la misma ingenuidad que, desde hace siglos, le ha servido tan bien al Fénix?”

“Yo lo llamaría pragmatismo,” replicó Sawao. “¿O acaso imaginaste que la destrucción que cometió tu clan podría ser deshecha por un puñado de monjes entrenados solo en las artes de las hierbas?”

“Todo lo que sabe el León es que, en los últimos años, el Fénix ha hecho demasiadas veces que los asuntos de los demás sean sus asuntos,” dijo el León elegantemente. “¿Debería cualquier clan arriesgar vuestra ‘intervención’ en sus propias tierras si se pudiese evitar? ¿Quién puede decir si el Unicornio no encontraría vuestra ayuda menos que bienvenida?”

Sawao entrecerró un poco los ojos. “Las acciones que hizo el Fénix fueron cometidas en un Imperio sin guía ni liderazgo. Solo buscamos salvar vidas y recursos para el día en que un legítimo gobernante pudiese asumir esas tareas. Solo buscamos servir al Imperio.”

“Solo buscabais imponer vuestra visión a los demás de lo que está bien y lo que es honorable,” contestó el León. “Encuentro la expulsión de las fuerzas Fénix de las tierras Yasuki la única respuesta honorable a acciones como las vuestras.”

Sawao parecía preparado para contestar, pero hubo un sutil movimiento tras los paneles; la Emperatriz levantó su mano, haciendo que la discusión terminase inmediatamente. Se giró y habló a Satsu, aunque su voz volvió a no ser escuchada por los que allí estaban. Kurumi supuso que el panel debería tener algún tipo de encantamiento para impedir esas cosas, o quizás era una cualidad que poseía la propia Emperatriz. Satsu la atendió durante un tiempo, antes de inclinar su cabeza.

“Es deseo de la Divina Emperatriz escuchar lo que piensa el Unicornio sobre este asunto, ya que les afecta directamente.”

Una representante Unicornio se adelantó y se inclinó profundamente. Igual que al León, Kurumi no la reconoció inmediatamente, y sintió una nueva oleada de enfado por todas las caras nuevas que estaban en la corte. Para cuando memorizase todas, la temporada casi se habría acabado. “El Unicornio se siente muy honrado por la indulgencia de la Divina Emperatriz,” dijo la mujer.

La Emperatriz hizo un gesto tras el panel. Prosigue, indicaba el gesto.

“Es verdad que la guerra contra el León, así como la campaña que nuestro anterior Khan inició antes de su muerte, han dejado a nuestro clan en una situación nefasta.” Hábilmente, la cortesana evitó mencionar el nombre de Moto Chagatai, o los detalles sobre su ataque cobre la capital, pero a Kurumi la intrigó que la Unicornio lo hubiese mencionado. Parecía que estaban abrazando su pasado, a pesar de sus fracasos. “El Unicornio no busca más conflictos con el León, pero tampoco buscamos que decidan quien debe entrar o no en las tierras del Unicornio. Si el Fénix genuinamente desean ofrecer su ayuda, entonces, y en nombre de mi clan, lo acepto con gratitud.”

Satsu asintió, escuchó intensamente durante un momento, y luego continuó. “Es voluntad de la Emperatriz que la delegación Fénix sea escoltada a las provincias Unicornio por la guardia de honor que el León estime necesaria. Cuando acaben sus actividades en tierras Unicornio, se les permitiría el paso de vuelta a la frontera de las tierras León, otra vez bajo el tipo de guardia que el León estime necesaria.”

El delegado León se inclinó. “Se hará vuestra voluntad, mi Emperatriz.”

Sawao se inclinó profundamente. “Que todos alaben la sabiduría de la Divina.”

“Esta sesión de la corte ha acabado,” dijo Satsu inesperadamente. Hubo murmullos de sorpresa por toda la sala, pero continuó. “Esta discusión solo ha servido para que la Emperatriz recuerde los conflictos que continúan en el Imperio. Que esos disturbios surgiesen durante un periodo de caos, con un trono vacío, es algo esperado, ya que la Divina Emperatriz sabe muy bien que incluso la persona más honorable puede tener dificultades para resistir la naturaleza de la condición humana. Pero que estos conflictos prosigan incluso tras el juicio de los Cielos, es preocupante, y la Emperatriz desea retirarse para reflexionar sobre este asunto.” Se detuvo e hizo un gesto al Canciller y al Consejero. “Los Elegidos de la Emperatriz permanecerán para escuchar vuestras quejas. La Divina Emperatriz regresará a la corte dentro de tres días, en cuyo momento pronunciará su primera sentencia sobre los conflictos actuales.”

Los asistentes se arrodillaron cuando la Emperatriz se retiró des detrás de su panel, su Voz y las Voces de los Cielos retirándose junto a ella. Los asistentes empezaron a hablar entre ellos cuando se habían ido de la sala, y por su tono era obvio que muchos intentaban anticipar que acciones, si es que hacía alguna, tomaría la Emperatriz.

Parecía que el reinado de la Divina Emperatriz Iweko I estaba a punto de ser puesto a prueba.