Guardando Secretos

 

por Shawn Carman

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

En algún lugar entre las sombras…

 

La Dama Luna solo mostraba la mitad de su rostro al Imperio, haciendo que el paisaje estuviese iluminado con una luz tenue, casi impenetrable. A kilómetro y medio hacia el oeste, se erguía un inmenso bosque, el espeso crecer de los árboles tapando toda luz y gran parte de la esperanza de navegar sus densas profundidades. A un kilómetro y medio hacia el este, había una amplia llanura; solo la alta hierba interrumpía la visión. Por muy escasa que fuese la luz de la luna, no había nada que pudiese ocultarse en esa extensión. Pero entre ambas, existía una llanura en la que había inmensos árboles, tan altos uno podía moverse de un árbol a otro, si era lo suficientemente hábil, y los árboles proyectaban una red de sombras sobre la alta hierba, transformándola en algo totalmente distinto.

Soshi Iaike estaba totalmente inmóvil; su cuerpo se adaptaba perfectamente al lado sombrío de un gran árbol. Podía sentir el acero de la espada que tenía en la mano, la presión de la áspera corteza a través de su delgada ropa negra, y el frío picotazo del aire del tardío invierno en la piel alrededor de sus ojos. No emitió sonido alguno. Podía escuchar el periódico silbido del viento sobre la hierba. Podía escuchar el sonido de un pequeño animal caminando entre ella, buscando comida, a muchas decenas de metros a su izquierda. Escuchó desesperadamente, buscando algún ruido procedente de su señor, pero no pudo escuchar nada. Iaike y su sensei llevaban tras el rastro de dos individuos que podrían tener información que necesitaba el Clan Escorpión.

“Individuos” no era un término totalmente apropiado, reflexionó Iaike, porque ya no estaba totalmente seguro que fuesen humanos, y mucho menos afiliados con los misteriosos ronin sobre los que los Escorpión estaban actualmente buscando información por todo el Imperio. En medio de rastrear a su presa por campo abierto, los dos ronin simplemente habían desaparecido en la nada. Iaike les había estado mirando justo en el momento en que se desvanecieron en la oscuridad, y durante un brevísimo momento, se quedó paralizado por lo que vio. En ese momento, sintió como se ponía tenso su sensei, que estaba a su lado, e instantáneamente se había vuelto para ver que había pasado.

Su sensei no estaba ahí. Había desaparecido igual que sus objetivos.

El instinto se había apoderado de él. Iaike había salido corriendo de allí, moviéndose de un árbol a otro con una velocidad increíble. Se detenía en cada uno y dejaba de huir durante un instante, intentando ver algún signo de su señor o de sus oponentes. No escuchó nada. Habían pasado diez minutos, y el joven agente estaba probablemente a unos ochocientos metros de donde había empezado, no siguiendo un rumbo determinado sino moviéndose erráticamente para despistar cualquier posible persecución. Agarraba con fuerza su espada, esperando que si venían a por él, les haría pagar cara su muerte. Quizás entonces la vergüenza de su fracaso no sería una carga tan grande para él al llegar al reino del juicio.

Hubo un silbido, casi un susurro, como una serpiente moviéndose por hojas secas, que llegó desde algún lado. Iaike escuchó intensamente, pero el sonido parecía moverse, viniendo primero desde una dirección, luego desde otra, luego desde arriba, luego desde detrás. El joven no dijo nada, no hizo signo alguno de que lo hubiese escuchado o siquiera que estuviese allí, e hizo un tremendo esfuerzo para ignorar el palpitar de su corazón en su pecho. Si iba a morir aquí, no le daría satisfacción alguna a sus enemigos. Esta noche no verían temor en los ojos de un Escorpión.

Algo negro y sin forma cayó desde arriba, aterrizando en la hierba cercana. Iaike se puso tenso, pero no pudo ver nada, aunque sabía que había aterrizado muy cerca. Otra cosa se movió en los árboles, por encima de él; pero el sonido era demasiado tenue, como el de un pájaro revoloteando de rama en rama. Algo iba terriblemente mal.

Con pocas opciones, Iaike decidió enfrentarse al enemigo. Saltó hacia arriba sin avisar, sus ojos buscando cualquier signo de movimiento, cualquier signo del enemigo. Llevaba en el aire menos de un latido del corazón cuando algo rodeo su tobillo y le lanzó de vuelta hacia el suelo. Lo que agarraba su pie era como el acero, y le llenó de un dolor abrasador en el segundo que tardó en golpear la fría tierra. Si no hubiese sido por la hierba suavizando el impacto, Iaike estaba seguro que se hubiese roto las piernas.

Algo se puso ante él en la oscuridad, tapando todo rastro de la luz de la Dama Luna. Se lanzó hacia arriba para matarlo con su espada, olvidándose de su dolor, pero algo golpeó su brazo con la fuerza de un tetsubo, paralizándoselo hasta el hombro y haciendo que la espada cayese girando hasta la hierba. En el silencio, Iaike pudo escuchar las hojas de hierba caer al suelo cuando el acero las cortó. “¡Estúpido samurai!” Escupió un susurro proveniente de la forma que estaba sobre él. Mientras miraba hacia arriba, pudo ver una forma humana materializarse de entre una masa de sombra sin forma. Los ojos que le miraban eran desesperadamente profundos, un pozo infinito de sombra y oscuridad. “¿Qué pensabas conseguir, además de tu muerte?”

Iaike dio una patada a la ingle de la cosa, pero desapareció y reapareció instantáneamente a la derecha, golpeándole en el mentón con la mano abierta que era como si le hubiese dado una coz una mula. Rayos de luz flotaron por su visión, pero se forzó a permanecer consciente. “No sacarás nada de mi,” siseó a la cosa.

“¡No tienes nada que queramos!” El hombre, si es que era un hombre, se rió. Levantó una mano para darle lo que Iaike sabía que sería el golpe de gracia, pero un repentino y fuerte crujido desde arriba llamó su atención. El hombre miró hacia arriba un momento, y en ese momento sus ojos se abrieron al ver algo que caía hacia él. En ese segundo Iaike supo que volvería a desaparecer, pero una repentina sensación de pánico de su oponente reveló la verdad: no podía. Algo se lo estaba impidiendo.

El misterioso asaltante se movió limpiamente por encima del cuerpo caído de su camarada, que estaba casi partido en dos a pesar de la completa falta de sangre en sus heridas. Iaike no perdió oportunidad, y esta vez su patada golpeó el estómago del hombre. Aire surgió de sus pulmones en un audible jadeo, y se dobló por la fuerza del golpe.

El sensei de Iaike descendió de las copas de los árboles como una iracunda Fortuna hecha carne. Se movió tan rápidamente que el joven ninja apenas podía seguir sus movimientos. Su maestro dio uno, dos, tres rápidos golpes contra su enemigo, y en cada golpe Iaike pudo ver un destello de la empuñadura de cristal que tenía el arma de su sensei. Su enemigo cayó al suelo, su piel rota y humeando levemente por las terribles heridas que le había hecho su maestro.

Bayushi Muhito pisó la muñeca que le quedaba al ninja y se arrodilló, una rodilla apretando su estómago contra el suelo y la otra contra su garganta. “Háblame del Clan Araña,” dijo Muhito, su voz poco más que un susurro.

“¿Qué?” El hombre había intentado reírse, pero había sonado como un estertor final. “No sé de que estás hablando.”

Muhito levantó su daga, la hoja hacia abajo, y repentinamente la dio la vuelta para que la empuñadura de cristal mirase hacia abajo. Mantuvo esta sustancia contra la cara de su prisionero, e Iaike pudo escuchar un asqueroso chisporroteo al quemarle. “Háblame del Clan Araña,” repitió Muhito.

“¡Maldito Escorpión!” Escupió la cosa. “¡Morirás!”

“Inevitablemente,” fue todo lo que dijo Muhito. Metió la mano en su túnica y sacó un vial. Empezó a quitarle el tapón, luego se detuvo y miró a Iaike, como si se acabase de acordar que estaba ahí. “Fallaste, pero redímete,” dijo simplemente. “Bien hecho.”

“Gracias, Muhito-sensei,” dijo sin aliento Iaike.

“Toma nota de nuestros enemigos,” dijo Muhito. “Dependen de sus habilidades sobrenaturales. Se creen que son invencibles, que no pueden ser derrotados por meros mortales. No comprenden el dolor y el sacrificio que se necesita para de verdad dominar la oscuridad. Un regalo que te han otorgado no lo puedes apreciar tanto como uno ganado con el sudor de la frente y la sangre de las manos. Recuerda eso, aprendiz.”

“Hai, sensei.”

Muhito volvió a prestar atención a su prisionero. “Háblame del Clan Araña,” repitió una vez más.

“¡No te diré nada!” Gruñó el hombre.

“Me contarás todo lo que sabes,” le aseguró Muhito. “Eso te lo prometo.”

 

           

Las salas de Kyuden Bayushi confundían a los foráneos, con estilos que se entremezclaban perfectamente de un pasillo al siguiente que de repente cambiaban al doblar una esquina. No era extraño que los que lo visitaban por primera vez, o incluso visitantes frecuentes a las tierras Escorpión, que se desorientasen fácilmente o se perdiesen en el laberinto de pasillos y salas que los interceptaban. Los Escorpión, por supuesto, estaban encantados de asegurarse que todos sus invitados tenían escoltas personales para acompañarles allí donde tuviesen que ir. Si el resultado de todo esto era asegurarse que ningún desconocido estuviese nunca desatendido, o fuese capaz de encaminarse por el palacio sin ayuda, esto, claro, era totalmente involuntario.

Bayushi Paneki, Campeón del Escorpión, caminó por los pasillos sin mirar, absorto como estaba en el contenido de un pequeño pergamino que tenía en la mano. Frunció el ceño mientras lo leía, asintiendo periódicamente, y siempre metiéndose expertamente por una puerta hacia otra, adentrándose cada vez más en el interior del palacio. Finalmente, al acercarse a su destino, frunció el ceño, y enrolló fuertemente el pergamino con una mano. Se detuvo el tiempo suficiente para ponerlo a la llama de una vela que había sobre una mesa decorativa en el pasillo, vio como ardía más allá de la mitad, y luego la puso sobre una pequeña bandeja para permitir que ardiese completamente. Se quedó un momento inspeccionando su guante por si tenía algún rastro de cenizas, y luego atravesó la puerta, que no estaba vigilada, y se metió en la sala que había más allá.

Como siempre, sintió la tenue y familiar resistencia al pasar bajo el arco, y le reconfortó saber que las guardas colocadas por sus ayudantes Yogo seguían siendo tan fuertes como el día que se colocaron. Nadie que no hubiese recibido su aprobación expresa podía entrar en su estudio y sala de audiencias privada, a no ser que estuviese acompañado por un shugenja Yogo que conociese las guardas. Al entrar, Paneki escuchó el sonido de una tenue conversación y el tintineo de tazas de té. Sonrió al ver a su esposa, Bayushi Miyako, servir té a dos de sus invitados. “Perdonadme por manteneros aquí esperándome,” dijo. “Había un asunto que necesitaba mi atención.”

“Por supuesto, mi señor,” dijo una de las invitadas. Llevaba una gruesa túnica de viaje, y llevaba los arreos de una shugenja.

“Desde luego,” dijo el otro, inclinándose profundamente. “Es un placer para nosotros esperar vuestra conveniencia.”

“Gracias, Tsuneari.” Esperó, evaluando la reacción del otro hombre.

Hubo una expresión de genuina sorpresa en los ojos del hombre, que hubiese convencido absolutamente a cualquiera. Impresionar al Campeón Escorpión a través del engaño era, después de todo, un logro mayúsculo. “Lo siento, mi señor, pero no os entiendo. Soy Bayushi Nomen. ¿Queréis que vaya a buscaros a este Tsuneari?”

“Mi error,” dijo Paneki asintiendo. “Tenéis unas rasgos similares.”

Nomen se inclinó. “Muchos me dicen que le recuerdo a alguien.”

“No lo dudo,” dijo Paneki. “Antes de profundizar en los eventos de esta temporada,” se volvió hacia la shugenja, “esta es la primera oportunidad que tengo de hablar contigo desde el Campeonato de Jade, Rieko.”

Yogo Rieko inclinó su cabeza. “Fallé al Escorpión, mi señor. He avergonzado a mi familia.”

Paneki levantó una mano. “Nada de eso, gracias,” dijo con desdén. “Me interesan mucho más otros asuntos. Háblame de esta supuesta profeta.”

“Kitsune Narako,” dijo de inmediato Rieko. “Una joven del Clan Zorro, que en estos momentos es esencialmente lo mismo que el Clan Mantis. En el momento del incidente ella tenía diecinueve años.”

“¿Está esto relacionado de alguna forma con las dificultades que han estado experimentando los Zorro con bandidos en su bosque?” Preguntó Miyako.

“Parece ser que Narako fue llevada al Campeonato por un par de jóvenes samuráis esperando obtener ayuda de los Mantis. Aparentemente, los dos pidieron permiso a sus respectivos clanes para investigar un mensaje enviado por los Zorro a los Mantis que fue descubierto en la Ciudad Imperial.”

“Atrevidos,” meditó Paneki. “Respectivos clanes, has dicho. ¿Quiénes son?”

“Un Grulla y una Dragón,” contestó Rieko. “Kitsuki Taiko y Kakita Hideo son sus nombres.”

“Conozco el nombre de Hideo,” dijo Paneki. “El que Jimen avergonzó en el Campeonato Esmeralda, ¿verdad?”

“El mismo, mi señor.” Sacó un pergamino de su obi. “Anticipándome a vuestras preguntas, he reunido toda la información conocida sobre el linaje de ambos samuráis, así como la de Narako.” Inclinó la cabeza. “Espero que no me consideréis demasiado atrevida.”

“Nunca.” Paneki cogió el pergamino y lo miró brevemente. “Nada especialmente sorprendente aquí. El chico es primo quinto de la Campeona Doji, aunque de una rama especialmente rica. La chica no tiene conexiones familiares ni distinciones especiales.” Frunció el ceño. “Aquí hay poco sobre la chica Zorro.”

“Hay poca información sobre la Zorro,” admitió Rieko. “Por lo que he podido determinar, su familia se desgajó de la familia del Campeón Zorro hace unas siete generaciones, y eso, por supuesto, es sobre la familia de Ryosei y no de la del nuevo Campeón, con quien aparentemente no tiene relación alguna. Hay tradición de shugenja en su familia, por supuesto, pero nada en relación a este aparente ‘don’ que posee.”

“¿Es posible que el supuesto mestizaje de las familias humanas con las de los espíritus kitsune que habitan en el bosque podría producir algo así?”

Rieko hizo un gesto evasivo. “Si hay alguien en el Imperio que posee los conocimientos para contestar esa pregunta con certeza, mi señor, nadie ni en mi familia no entre los Soshi sabe quien puede ser esa persona.”

“Espíritus,” maldijo Paneki. “Nada de importancia ha surgido jamás de los malditos reinos de los espíritus. Ojalá los Cielos sellasen durante toda la eternidad las fronteras entre nuestro reino y el de los espíritus.” Se detuvo un momento. “O al menos durante mi vida. En cualquier caso, ¿cuál es nuestro estatus con el nuevo Campeón de Jade?”

“Entiendo que Jimen-sama se ha colocado en una posición para aparentar ser el mal menor, esperando que Daigo prefiera trabajar junto a un Escorpión a ser usado como un peón por las familias Imperiales. Bajo otras circunstancias, podría calcular las posibilidades de que este plan tuviese éxito al cincuenta por ciento, pero los Cangrejo son difíciles de predecir incluso bajo circunstancias ideales.”

“¿Y tu relación con este Kuni Daigo?”

Rieko apretó los labios pensativamente. “Contacté con Daigo tras el Campeonato. Según las instrucciones que tenía, aludí a la presencia y función de los Kuroiban. Desde ese momento he mantenido correspondencia con él, y aunque él solo me ha escrito una vez, siento gran curiosidad en él, por ahora. Creo que me ofrecerá un puesto en su organización, aunque no sea por otra razón que la de saber más sobre los Kuroiban.”

“Excelente. Aliméntale con las mentiras que necesite escuchar para que consigas ganarte su confianza. Necesitaremos cuantos más agentes en la Legión de Jade como nos sea posible para capitalizar la inestabilidad en el nivel Imperial.” Sonrió levemente a Rieko. “Bien hecho, Rieko-san. Te puedes marchar para seguir con tus obligaciones.”

“Gracias, Paneki-sama.” La sacerdotisa se levantó para irse. Al llegar a la puerta, Paneki aclaró levemente su garganta. Ella miró por encima de su hombro. “¿Mi señor?”

“Dejando a un lado tu valoración formal, ¿qué piensas sobre esta profetisa?”

Rieko se quedó pensativa un momento. “Creo que es genuina, mi señor. No sentí nada de engaño en ella, aunque solo la vi brevemente. Si su don no es genuino, entonces está siendo manipulada por alguien mucho más hábil y poderoso. Por si misma ella no es una enemiga.”

Paneki asintió, y Rieko desapareció de la sala. “El Escorpión tiene una historia desafortunada con respecto a las profecías,” dijo, casi para si mismo. “En cualquier caso, debemos considerar sus palabras muy cuidadosamente. Ella predijo que surgiría un nuevo Emperador, alguien quizás de ascendencia divina. Veo algunos problemas significativos con esa posibilidad. ¿No estás de acuerdo, Nomen?”

“Absolutamente,” contestó de inmediato el cortesano. “La insinuación que los Cielos se verán envueltos de alguna manera debería ser la primera de nuestras preocupaciones. Las propias Fortunas no se han mostrado comprensivas con nuestra causa. No podríamos sobrevivir a otro golpe como el de la maldición de Bishamon.”

Paneki hizo un gesto de dolor al escucharlo. Unos pocos años antes, la Fortuna del Acero se había manifestado en las tierras Escorpión y había dictado sentencia contra el clan por no haber protegido a Rosoku, el descendiente de Shinsei, y que fue asesinado por las fuerzas de las Tierras Sombrías mientras intentaba ayudar a la gente de Rokugan durante una crisis espiritual. Eso aún enfadaba a Paneki. En ningún momento Rosoku había estado al cargo del Escorpión. Además, había estado en el Palacio Imperial en el momento de su muerte. ¿Cómo había sido eso un fallo de su clan? Apartó esos pensamientos de su cabeza antes de enfadarse más. “De acuerdo,” dijo finalmente. “Y la profecía dice claramente que un clan será castigado por el nuevo Emperador. Somos un enemigo demasiado popular para permitir que otro clan ascienda en nuestro lugar, ya que muchos nos echarían la culpa por sus males.”

“Los Cangrejo desde luego, y posiblemente los Mantis,” estuvo de acuerdo Nomen. “No podemos olvidarnos que los León o los Grulla puedan hacerlo también, especialmente si el conflicto del León con el Unicornio se resuelve antes de que un nuevo Emperador ascienda al trono.”

“No debe ocurrir,” dijo Paneki. “¿En estos momentos, quién entre los muchos candidatos parece tener los mayores apoyos?”

“Otomo Hoketuhime,” dijo al instante Nomen. “Su linaje junto al unilateral apoyo Grulla sin duda la coloca a la cabeza en este asunto.”

“Los vínculos Imperiales serán difíciles de superar.” Paneki se frotó el mentón pensativamente. “Necesitamos una respuesta similar.”

“¿Quizás Jimen?”

Paneki agitó la cabeza. “No. Es una persona demasiado desconocida, y al que muchos ven como una amenaza potencial. Ponerle al frente solo atraerá ira, no apoyos.”

Se detuvo un momento. “Norachai.”

“A, el Protector de la Ciudad Imperial,” asintió Nomen.

“Ocúpate de que aumenten sus apoyos, y asegúrate que no sea obvio que estos se basan en nuestro clan. Usa intermediarios cuando te sea posible. Quiero que parezca que hay otros en la Ciudad Imperial que le consideran como una posibilidad. Y haz que las culpas de lo que ocurrió el verano pasado recaigan sobre la Guardia de la Emperatriz.”

“Por supuesto, mi señor,” dijo Nomen. Dudó un momento. “Hay... otro contendiente que está reuniendo considerables apoyos, también entre distintos clanes, Paneki-sama.”

“¿Quién?”

“Togashi Satsu.”

Paneki frunció el ceño. “Esperaba que las tibias disuasiones durante la temporada de las cortes de invierno pudiesen ocuparse de ese tema,” dijo, su voz genuinamente arrepentida. “Si no ha sido así me temo que tendremos que tomar acciones mucho más drásticas.”

“¿No es posible,” interrumpió Miyako, “que si Satsu asciende al trono, la vieja alianza entre nuestros clanes nos proteja de cualquier posible repercusión?”

“Es posible,” admitió el Campeón, “pero dejar algo así a la suerte es un riesgo demasiado grande, y uno que no estoy dispuesto a correr. Además, debemos acordarnos de las tareas que asignó a Bayushi el primer Hantei. Una era proteger al Emperador de las amenazas que no pudiese ver, y la otra era vigilar y proteger a su hermano Togashi. Aunque por mucho que desease lo contrario, no podemos negar que Satsu y Togashi son casi lo mismo.”

“¿Cuál es vuestra voluntad, mi señor?”

“Hoketuhime es casi inexpugnable en la corte,” meditó Paneki, “y no deseamos atraer una indebida atención a ninguna acción que tomemos directamente contra el Dragón. ¿Quizás haya una solución que pueda desacreditar a ambos simultáneamente, sin que aparentemente nos hayamos visto envueltos nosotros?”

Bajo su máscara, uno de los muchos Escorpión conocidos como Bayushi Nomen sonrió ampliamente. “Creo que tengo una idea que puede que haga exactamente eso, mi señor.”