La Guerra de la Destructora, Parte 7

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

Traducción de Mori Saiseki

 

 

El templo estaba en silencio. Probablemente era el único lugar en todo Taiki Mura que no estaba lleno de desesperados defensores o de heridos ambulantes. Por qué los heridos no buscaban aquí el consuelo, el guerrero no lo entendía, pero por alguna razón no lo hacían. Lamentaba que tan pocos de ellos fueran verdaderamente creyentes, pero si eso significaba que tenía más privacidad, aunque fuese por poco tiempo, entonces lo podía aceptar. Solo esperaba que los hombres y mujeres que luchaban a su lado hubiesen preparado sus almas para el siguiente mundo, si es que caían en batalla.

El sonido de pisadas en el frío suelo de piedra era un claro e inconfundible sonido, aunque el guerrero no se había acostumbrado a el desde que empezó a frecuentar este templo en particular. “Pensé que te podría encontrar aquí,” dijo una voz musical. Cada vez que la escuchaba, soñaba como sonaría cantando. Supuso que nunca lo sabría. “Tengo noticias que supuse que desearías escuchar, o no te hubiese molestado. Sé que tus meditaciones son importantes para ti.”

El guerrero se puso en pie. “Os lo agradezco, Sadaka-sama, pero mi deber debe preceder a mis preferencias personales.” Se inclinó levemente ante su oficial. “Supongo que las noticias deben ser de gran importancia ya que no podían esperar.”

Kakita Sadaka sonrió. “Así es.” Señaló al joven de gesto solemne que estaba a su lado. El chico llevaba una katana a pesar de su edad. “Este es Chikara. Podrías decir que es mi nuevo hatamoto. Pensé que sería mejor que me acompañase. Confío en que no te importe.”

“Por supuesto.”

“Chikara, este es Hida Manoru. Es miembro de la Legión de Jade y, por ello, actualmente el oficial Cangrejo de mayor rango en Taiki Mura.”

Los ojos del chico parpadearon hacia el anagrama Imperial del Cangrejo. “Es un honor, mi señor,” dijo. Su voz no mostró emoción alguna.

“He tomado la decisión de retroceder,” continuó Sadaka. “Como sin duda sabes, el frente de los Destructores fluye como la marea. En el siguiente reflujo, abandonaremos nuestra posición aquí y retrocederemos hacia la línea secundaria.”

Manoru la miró durante un momento. “¿Por qué?”

Sadaka apartó la mirada. Su compostura era una de las cosas que Manoru admiraba en ella, y el ver incluso esa breve oscilación indicaba que había ocurrido algo significativo. “Las tropas Escorpión ya han retrocedido. Tomaron la decisión táctica que la aldea no se podía mantener. Sin ellos reforzando nuestras filas…” su voz se acalló.

“¿A qué juegan los Escorpión?” Se preguntó Manoru en voz alta. “El no defender sus propias tierras es impensable.”

“Pocas veces hacen algo los Escorpión sin un retorcido plan,” dijo Sadaka. “Estoy seguro que esto no es distinto. Por supuesto, sería arrogante por nuestra parte asumir que ellos nos iban a informar de sus planes.”

“Daré las órdenes a mis hombres, mi señora,” dijo Manoru con una reverencia. “Pero yo no iré con los demás.”

Chikara parecía algo confundido, y Sadaka levantó una ceja ante el comentario. “¿Tienes otras órdenes?”

“Tengo un gran pesar en mi alma, mi señora,” dijo Manoru. “Mi mandato como Cangrejo y como Legionario de Jade es impedir la pérdida de lo puro ante lo corrupto. No creo que pueda quedarme al margen y permitir que una aldea más, un templo más, caiga ante los Destructores.” Agitó la cabeza. “Me quedaré. Creo que defenderé este templo.”

Sadaka parecía extremadamente cansada. “No puedo pedirte que vayas contra tu honor, pero creo que tu Campeón ya ha perdido bastantes leales samuráis en esta guerra. ¿No estás de acuerdo?”

Manoru sonrió. “Vuestra afirmación indica que pensáis que moriré. No creo que muera hoy.”

“Sinceramente deseo que no lo hagas,” dijo Sadaka. “En cualquier caso, las fuerzas bajo mi mando se retirarán dentro de una hora.” Se inclinó profundamente. “Si no nos volvemos a encontrar, ha sido un gran placer tenerte bajo mi mando.”

“El placer ha sido mío,” dijo Manoru. Desenvainó su arma y la colocó en el altar del templo. “Si no os importa, mi señora, deseo prepararme.”

 

 

Los hombres hábiles de la aldea se habían reunido en el patio, utensilios de labranza y armas improvisadas en sus manos. Estaban allí tras un grupo de ronin que llevaba una especie de anagrama Imperial. Doji Hakuseki había visto varias veces antes el anagrama durante el curso de la guerra, pero no había servido directamente con ningún hombre de la ola. Mientras hacía detenerse a su caballo, se dio cuenta que eran miembros de la Legión de los Dos Mil. Había ronin por todas las fuerzas reunidas de los clanes, pero no en números significativos, y nunca en posiciones importantes de mando, excepto donde estaba involucrada la Legión. Hakuseki se sorprendió verles allí, ya que no sabía que un destacamento había sido enviado a esta pequeña aldea en las tierras sin afiliación. Algo dentro de su ser la aseguró que este no era un acontecimiento beneficioso. “Deseo hablar con el que esté al mando,” dijo simplemente, asintiendo respetuosamente a los ronin que estaban al frente de la aldea.

Un hombre que portaba dos espadas se adelantó. “Soy Nitoru, mi señora,” dijo con una reverencia. “Soy el gunso de estos hombres.”

“Bien hallado, gunso,” contestó Hakuseki. “He sido enviada para que me asegure que esta aldea es evacuada. Los Destructores se acercan, muy probablemente llegarán mañana.”

El ronin asintió. “Somos una patrulla de exploradores, mi señora. Conocemos su inminente llegada.”

“Excelente,” dijo Hakuseki. “Entonces ya habéis preparado la aldea.”

“Si, esa fue nuestra intención original,” confirmó Nitoru. “Pero los aldeanos prefieren quedarse.”

Hakuseki parpadeó sorprendida durante un momento. “Me imagino que la preocupación de los aldeanos sería seguir con vida. Más allá de eso, sus preocupaciones son irrelevantes.”

Los ojos del ronin eran ilegibles. “Muchos dirían esas cosas de los hombres de la ola, si no fuésemos útiles actualmente.”

“Me perdonarás si no encuentro tus reservas filosóficas tremendamente preocupantes ahora mismo,” dijo secamente Hakuseki. “Mis órdenes son el comprobar que esta aldea se evacua. Su nombre proviene de un compañero de mi clan, y no deseo su destrucción, pero hago lo que me ordenan, y espero que vosotros hagáis lo mismo.”

“No se irán,” dijo Nitoru. “Dicen que la aldea fue renombrada en honor del gran héroe Yasuki Hachi, quién les libró de las garras de un maníaco jefe de bandidos. El abandonar su hogar sin luchar por el deshonraría su memoria, y esa es lo que no harán. En vez de eso, lucharán y morirán si es necesario, para honrar a Hachi y a su Emperatriz.” El hombre de la ola se encogió de hombros. “No les forzaré a hacer lo que quieren. Incluso me pondré a su lado, si es que ellos me quieren ahí.”

La oficial Grulla agitó la cabeza. “Esto es ridículo. ¿Comprendes que la victoria contra los Destructores con tus números actuales es completamente imposible?”

“No esperamos vencer,” explicó Nitoru. “Pero, esperamos acabar con gran número de vidas enemigas en el nombre de la Emperatriz. Si les podemos frustrar este avance, quizás su grupo principal se debilite.”

Ante esto, Hokuseki dudó. Miró de uno a otro durante un momento, y luego miró por encima de su hombro a los demás oficiales que la acompañaban. “Mitsouko,” dijo.

“¿Hai, comandante?” Dijo una joven oficial al adelantarse.

“Prepara un informe indicando que todos los miembros de la aldea de Hachi Mura que lo deseaban nos acompañaron de vuelta al frente. Informa que un escuadrón de exploradores de la Legión dieron sus vidas para otorgarles el tiempo necesario para evacuar, a los que así lo deseaban.”

“Hai, comandante.”

Hakuseki agitó la cabeza al ronin. “Deseo que tu muerte signifique más de los que piensas que ha significado tu vida.”

Nitoru consiguió sonreír débilmente. “Igual que yo, mi señora. Igual que yo.”

 

 

Mirumoto Mareshi se frotó vigorosamente la cara, intentando detener la borrosidad que había estado asolando su visión en las últimas horas. No estaba seguro de su causa. Estaba cansado pero no se sentía enfermo, y no había sido sufrido nada inusual que pudiese causar ese extraño síntoma. Si no hubiese durando tanto tiempo no le hubiese prestado atención, pero cada vez le estaba preocupando más que siguiese durante la batalla, y eso podría ser un devastador impedimento. Perdido entre sus pensamientos, se dio cuenta que el oficial a su derecha había hablado un instante antes y parecía estar esperando una respuesta. “Lo siento, ¿qué me has preguntado?”

El duelista agitó la cabeza. “Necesitáis dormir, mi señor.”

“¿Dormir?” Dijo Mareshi, como si la palabra fuese nueva para él. “No seas tonto, dormí hace poco, y apenas tengo tiempo para…”

“Eso fue hace tres días, mi señor,” dijo Mirumoto Yozo. “Lleváis tres días sin descansar. Sé muy bien cuanto tiempo ha transcurrido porque he estado a vuestro lado todo este tiempo.”

“O,” dijo Mareshi. “¿Entonces necesitas dormir?”

“Descansaré cuando vos lo hagáis, no antes,” dijo Yozo.

“Entonces prepárate,” dijo oscuramente Mareshi. “No veo que surja la oportunidad en un futuro inmediato.”

“Pues que así sea.”

Los kami giraban alrededor de ellos, invisibles para todos. Mareshi no les podía ver, pero como siempre, podía sentir su presencia, una habilidad única que presumía que era resultado de su ascendencia humana-Naga. La mayoría de los días había aprendido a ignorar completamente sus susurros, ya que aunque los kami podían ofrecer valiosa perspicacia, también eran caprichosos y fácilmente le podían llevar por la senda errónea con sus equivocadas percepciones sobre el comportamiento humano y su interacción. No era la primera vez que notaba que los espíritus de fuego estaban especialmente enfurecidos alrededor de Yozo. “¿Cuál es el estado actual de la aldea?”

“Malo,” dijo simplemente Yozo. “Durante la última oleada, un único Destructor consiguió sobrevivir el tiempo suficiente como para llegar a la línea Tsuruchi. Perdimos un gran número de arqueros antes de que pudiesen derribarle. Para entonces apenas podías ver que era esa maldita cosa, por la cantidad de flechas Tsuruchi que tenía. En cualquier caso, cuando llegue el siguiente ataque, nuestras defensas de alcance estarán bastante limitadas.”

“Eso… no es bueno,” dijo Mareshi suspirando. “¿Cuál es el estado del frente?”

“Aguantando,” dijo Yozo. “Desde que el oficial Akodo cayó en la batalla, nuestro compañero Katsutoshi ha asumido el mando del frente. Él y su ‘rehén’ tienen más muertes confirmadas que cualquier otros cinco.”

“Esto no es un concurso,” dijo Mareshi secamente. “Tratarlo así es estúpido y quiero que pare de inmediato.”

“Si lo deseáis, mi señor,” dijo Yozo. “Por si sirve, la moral entre los hombres ha mejorado con el liderazgo de Katsutoshi.” Se encogió de hombros. “Quizás el Akodo era solo un estúpido incompetente como tantos de sus compañeros de clan, pero creo que Katsutoshi puede…”

Mareshi levantó una mano. “Evítame más de tus pensamientos sobre los León, Yozo,” dijo. “Se vuelve cansino.”

“La verdad a menudo es cansina, mi señor,” dijo Yozo con franqueza. “Pero no ofenderé si es así como os lo tomáis.”

“Te lo agradezco,” dijo Mareshi, su tono seco. “¿Cómo están dispuestos los aldeanos?”

“Los Tsuruchi les evacuaron hace varios días,” le recordó Yozo. “Hubo una especie de avalancha en las montañas cercanas, y aparentemente eso puso nerviosos a los campesinos más supersticiosos. Aparentemente los Tsuruchi creyeron que lo mejor sería evacuarles.” Agitó la cabeza. “Se llevaron todo con ellos. Nunca había visto tantos carromatos para tan pocos aldeanos.”

“Estúpido,” dijo Mareshi. “Pero comprensible, supongo. ¿Tu evaluación de Katsutoshi?”

Yozo se encogió de hombros. “Es un buen soldado, aunque un poco extravagante. Un poco fanfarrón para mi gusto, pero un oficial cualificado.”

Mareshi se quedó en silencio durante un momento. “Necesitamos reagruparnos. No confío en Katsutoshi para que ponga el deber ante la gloria de la batalla.”

Yozo al principio no dijo nada. “Ese es un… fuerte reproche, mi señor.”

Mareshi se quedó en silencio. Deseaba decirle al oficial que los kami susurraban malos presagios sobre Katsutoshi. Que era grande, pero terrible. Que era oscuro y retorcido en su interior. Pero por supuesto, ¿quién comprende los susurros de los kami? Ni siquiera él, no completamente. “Tienes tus órdenes, Yozo-san,” dijo. “Por favor, ocúpate que se cumplan.”

 

 

Toko recogió las uvas tan rápido como podía, sus dedos virtualmente volando por las viñas. El trabajo hubiese sido más rápido, pero las uvas aún no estaban totalmente maduras, y recogerlas de las viñas era un poco más difícil que si hubiesen estado listas para recolectarse. Eso, por supuesto, y el hecho que estaba más aterrorizado que nunca lo había estado en toda su vida. Mientras miraba por encima del hombro, Toko reflexionó que su tío, el sabio y generoso tío que le había llevado a su casa cuando su mucho más joven hermano y su esposa murieron, no era tan amable como constantemente aseguraba a los demás que si era. De hecho, Toko había decidido en las últimas hora que su tío era una terrible persona.

La noticia de evacuar la aldea había venido con tiempo suficiente, y casi todos los que conocía Toko ya se habían ido. Pero su tío se había quedado, y no fue hasta que los demás se habían ido que entendió por qué. El viejo le había asegurado que podrían hacer una cantidad extraordinaria de dinero recogiendo todas las uvas que pudiesen de las viñas, a pesar de que no estaban listas para ser recogidas al menos en otra semana. Después de todo, los Destructores no dejarían nada intacto, ¿Por lo qué no coger antes las uvas? Las podrían convertir en un potente brebaje, y la cosecha de la aldea seguiría viviendo. Sin hablar del dinero que haría su tío vendiéndolo, por supuesto. Cuando Toko había hablado de su preocupación por salir de allí a tiempo, su tío se había enfadado y le había golpeado. ¡No se iría hasta que no hubiese recogido cada uva que había que recoger! Y por ello Toko se encontraba aquí.

Hubo el sonido de un desgarre procedente de la zona exterior del viñedo. Había sido como si algo se hubiese astillado, como si los palos que sostenían las cuerdas por donde iban las viñas hubiesen sido arrancados del suelo. Y por supuesto, eso debía ser exactamente lo que había pasado. Toko sofocó un gimoteo, pero por poco. Su cesto, lleno casi hasta el borde con uvas no totalmente maduras, yacía olvidado a sus pies. Dio un paso hacia atrás, luego dos, después tres, cada vez escuchando que significaría que el monstruo corría hacia él tras escuchar sus pisadas.

Un grito surgió de la casa entre las hileras de viñas. Era su tío. Las cosas también estaban allí. Toko se tiró al suelo y se puso las manos sobre la cabeza. ¿Qué podría hacer? ¡No había nada que pudiese hacer! La codicia de su tío le había costado la vida, y ahora también acabaría con la de Toko. Los ojos del joven se llenaron de lágrimas, pero no lloraría.

Junto a Toko hubo a aullido de sorpresa y molestia. Toko casi gritó y retrocedió furiosamente a cuatro patas, pero luego se detuvo. Había un monje, con el pecho descubierto y lleno de tatuajes, de pie y mirándole con extrañeza. “Estas,” dijo el monje, señalando el cesto que tenía a sus pies, “están demasiado agrias.”

Toko parpadeó. “No… no están aún maduras,” dijo tras un momento. No se le ocurrió otra cosa.

“¿Entonces por qué las estás recogiendo?”

“¿Me lo dijo mi tío?”

El monje se limpió polvo de sus manos y agitó la cabeza. “Entonces me temo que tu tío debe ser algo estúpido. Estas no sirven para nada en su estado actual.”

“Él… le han matado,” dijo Toko. “Los Destructores. Están aquí. ¡Debemos huir!”

“Hoy ya he viajado bastante,” dijo el monje. Su tono indicaba que no tenía miedo, ni siquiera estaba preocupado, por lo que había dicho Toko. El chico se preguntó si el monje estaba algo confundido. “Preferiría descansar un poco, si no te importa.”

Volvió a sonar algo desgarrándose, y Toko sintió como palidecía. “¡Están aquí!” Gimió. “¡Por favor, sama, debemos salir corriendo!”

“Una vez conocí a un profeta,” dijo el monje. “Uno de verdad. El antiguo daimyo de la familia Agasha, de hecho. Me habló, lo que me sorprendió mucho, porque en aquella época yo era solo un… bueno, no era un monje. Simplemente diré que era otra cosa. Pero estaba claro que no debería haberse dado cuenta de mi existencia.”

“¡Por favor!” Susurró Toko.

“Me dijo, ‘Togashi Osawa,’ aunque usó otro nombre porque en esos momentos ese no era mi nombre. Eso no es importante, supongo, pero creo que es vital ser claro. En cualquier caso, me dijo que o podía morir este día, este mismo día en que nos encontramos ahora, o que viviría hasta llegar a ser tan viejo que me convertiría en algo legendario. ¿No te parece eso extraño?”

Toko estaba horrorizado. “¿Viniste a una aldea que están atacando los Destructores el día que un profeta una vez te dijo que podrías morir?”

Osawa pareció encontrar confusa la pregunta. “Si voy a ser una leyenda, ¿no debería hacer que la leyenda fuese digna de recordarse? Si me hubiese quedado en las montañas, ¿quién sabe si no me hubiese tomado un dátil envenenado o algo igual de tonto? No, si voy a morir, esta parecía la mejor forma de hacerlo.”

Un Destructor chocó contra las viñas, arrancando todo lo que se encontraba en su camino. Su cabeza de metal miraba a un lado y a otro hasta que vio a los dos, como si les encontrase tras una larga búsqueda. Toko se cubrió la cabeza. “¡Estamos acabados!”

“Bueno, como he dicho, puede que tengas razón y nuestras dolorosas muertes son inminentes,” dijo Osawa, crujiendo los nudillos. “¡Que ganas tengo de ver si es así!” Se detuvo un momento y pareció pensar. “Quizás debieras irte. Esto es un asunto algo privado. El destino, después de todo.”

Toko aulló y salió corriendo del viñedo, sus manos moviéndose desesperadamente. Osawa se rió y se giró hacia el monstruo vestido de hierro que estaba ante él. “Los niños hoy en día, ¿verdad? Ahora, creo que tu y yo tenemos un asunto pendiente.”