La Guerra del Fuego Oscuro, Parte X

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

Era medianoche de una noche sin luna en el Castillo del Roble Blanco, pero el incendio mantenía el cielo iluminado como si fuese el amanecer. Los edificios que rodeaban el propio castillo estaban totalmente destrozados, y el propio castillo había empezado a arder por la diseminación de los rescoldos. Los Shiba que defendían el castillo habían luchado valientemente ante los invasores, pero al final había habido muy pocos shugenja para contrarrestar la extraña y siniestra magia que usaban las fuerzas del Oráculo Oscuro.

Hasta ahora, el gran roble blanco que daba su nombre al castillo no había sido tocado. Pero ahora, que la resistencia ya había sido casi erradicada, varios incursores Yobanjin se habían reunido alrededor del árbol y estaban esperando, algunos con obvio horror y otros con obvia anticipación. Tras solo unos breves momentos, llegó un guerrero especialmente grande y poderoso, cargado con armas sacadas de sus enemigos. Examinó el árbol con expresión que casi recordaba una lujuria maligna. “El jefe dice que el Oscuro ha ordenado que profanemos este árbol,” dijo, su voz resonando por encima de las docenas de hombres reunidos ante él. “Es una reliquia sagrada en Rokugan. ¡Una pálida y enfermiza reliquia albina que solo hace que nos acordemos de su vomitiva debilidad!” Hubo gritos de alboroto. “¡Yo digo que revolvamos sus débiles estómagos y que echen espuma por la boca con impotente ira!”

“Uhn,” dijo uno de los hombres cerca del oficial, repentinamente agarrándose su cabeza. “¡Gah!” Titubeó, y luego cayó de rodillas. “¡Grragh!”

“No estoy interesado en tu valioso instinto o en tu supuesta ’clarividencia,’ chico,” se mofó el oficial. “Esto es la guerra, no la tienda de campaña de una vieja matrona que ha decidido que eres una especie de…” el hombre se cayó cuando el joven levantó la vista y miró a los ojos del oficial.

La sangre fluía por su cara, y sus ojos estaban muy abiertos por el terror. “¡Corred!” Susurró roncamente. “¡Corred!”

El oficial levantó la vista durante un momento para ver si alguien más había visto el ataque epiléptico del joven, pero nadie parecía haberlo visto. En vez de eso, se miraban los unos a los otros con curiosidad mientras un fuerte chasquido llenaba el aire. De alguna manera era apagado, como si surgiese de detrás de una gruesa tela, pero era lo suficientemente fuerte como para ser escuchado por todo el patio y era muy claro que no pertenecía a este lugar. “¿Qué es eso?” Preguntó.

Hubo una terrible risa y después el propio aire tembló, como hacía durante el día sobre las arenas ardientes. Un hombre simplemente surgió de la nada, y mientras salía del espeso y opaco aire, el joven oficial al que le sangraba la nariz gritó de dolor y cayó desmayado al suelo. “Aquí nació mi madre,” dijo el recién llegado, pasando distraídamente un dedo por sus jóvenes rasgos. “Este lugar no es para que alguien como vosotros lo destruyáis.”

“¡Estúpido sacerdote!” Escupió el oficial. “¿Has venido solo? ¡El resto de tu vida ya solo se mide en segundos!”

El recién llegado miró fijamente al Yobanjin, con tanto asco que el otro retrocedió un paso. “El Campeón de Ónice no tiene que aguantar tal falta de respeto, especialmente por parte de un bárbaro animal como tu. Pero si eso te gusta más,” su cara mostró una terrible sonrisa, “no vine solo.” El sacerdote levantó ambas manos, ensangrentadas y llenas de entrañas. Al hacerlo, los chasquidos se hicieron más fuertes, y el aire brilló y se volvió a abrir, esta vez en un área mucho más grande. La aún inmóvil forma del joven que yacía en el suelo dio un espasmo cuando se abrió la cortina entre los mundos, y luego se quedó quieto.

De entre el espacio entre los mundos surgió una asquerosa criatura que no recordaba a ninguna criatura, y que era más parecida a un insecto. Era inmensa, y siguió apareciendo por el portal, patas tras patas, aparentemente sin fin.

Isawa Fosuta se rió. “Mata primero a este estúpido, Sentei,” dijo en el caliente aire nocturno.

Los gritos empezaron casi inmediatamente, y en momentos el ejército Yobanjin retrocedía del castillo.

 

           

Asahina Beniha se sentó de golpe sobre su estera, un ahogado grito en su garganta. Se limpió el sudor de la frente e intentó calmar sus pensamientos. Alargó la mano para coger la copa de agua que estaba en una mesa cercana, pero su mano temblaba demasiado como para intentar cogerla. Lentamente, Beniha se giró hacia el otro lado y miró al pequeño libro que estaba sobre el escritorio, cerca del atril de su daisho ceremonial. Era un libro extraño, uno lleno de lo que se podría describir como tonterías, pero no podía dejar de leerlo al menos una vez al día. Había recibido el libro en un extraño jardín, donde se había reunido con varios otros samuráis y con una entidad que decía ser un avatar de Ryoshun, el Décimo Kami.

Un jardín donde recibió el Talismán de Yume-do.

“¿Fue real?” Susurró a nadie en especial.

 

           

Ikoma Hanshiro frunció el ceño mientras enrollaba un pergamino mas. Ya había leído docenas de ellos sin tener éxito alguno, y encontraba el proceso tedioso y frustrante. Si solo estuviese en su casa, pensó por veinteava vez desde el amanecer, esto no habría sido un problema. Seguro que los archivos Ikoma contenía la información que necesitaba. Hanshiro miró por la ventana para observar la posición del sol, y luego empezó a devolver a su sitio los pergaminos. En poco sería el momento en que volviese a sus obligaciones en la sala principal de la corte, y no tenía más tiempo que perder.

Mientras caminaba por los pasillos, Hanshiro reflexionó sobre lo extraño de su cita. Dada su formación y anteriores destinos, su opinión era debería estar participando en la guerra del norte en vez de servir como jefe de los yojimbo que protegía la delegación en la Corte Imperial. Pero nunca cuestionaría sus órdenes, por mucho que pensase que eran ineficientes; su señor Hagio era joven, y cuestionar su autoridad tendría unos resultados desastrosos aunque Hanshiro no creyese que un acto así era una anatema de la mayor magnitud.

La corte estaba empezando a reunirse cuando Hanshiro llegó a la sala de audiencias principal de Kyuden Bayushi. Inclinó respetuosamente su cabeza a Kitsu Kiyoko para asegurarse que ella viese que él estaba allí y que su gente estaba protegida. No es que fuera necesario, por supuesto; había comprobado en los primeros días de reunirse la corte que los Bayushi eran sinceros en una cosa sola, que deseaban que la corte fuese secreta y protegida de cualquier escándalo que hubiese en sus tierras.

Justo antes de que la corte se dispersase para un breve receso, les habían llegado noticias de una serie de devastadores pérdidas en las tierras Fénix, mientras que parecía que las tierras Dragón finalmente estaban dando buenos pasos contra los ejércitos invasores del Oráculo Oscuro. El sagrado Castillo del Roble Blanco había sido destruido por una gran fuerza invasora, aunque algunos informes indicaban que había huido antes de que la destrucción fuese completa. Nadie podía ofrecer explicación alguna de porqué había pasado esto, pero también es verdad que hasta ahora los Yobanjin había demostrado ser caóticos, en una forma que Hanshiro encontraba casi asquerosa. Poco tiempo después de eso, la delegación Fénix informó a la corte que Michia Yasumi estaba siendo evacuada preventivamente, aunque las bibliotecas eran demasiado grandes como para poder tener esperanza alguna de salvarlas en tan poco tiempo. Los Shiba planeaban defenderlas, y Hanshiro oraba fervientemente porque tuviesen éxito. La pérdida de un tesoro como el de la biblioteca Kanjiro le hacía sentir nauseas solo de pensarlo.

            Pero justo antes del receso se habían enterado de quizás la peor noticia de todas. Con lágrimas en sus ojos, el joven cortesano Asako Kanta había informado a la corte que Shinsei y Sumai Mura, que supuestamente había sido el hogar de Shinsei durante su época en el Imperio antes del Día del Trueno, había ardido hasta los cimientos. La respuesta entre los reunidos había sido inmediata y visceral, y alguien en una de las delegaciones había aullado de dolor ante la noticia. El Canciller había insistido en tener un breve receso de una hora para permitir a todos que asimilasen la noticia. Ahora, ese tiempo ya había acabado, y la corte se había vuelto a reunir.

Bayushi Hisoka salió ante la corte. “En nombre de los Fénix,” empezó, “es un placer para mi presentarles a la augusta persona de Moto Xiao, perteneciente a una de las innumerables patrullas de exploración que el Khan del Clan Unicornio parece haber enviado por todas las montañas septentrionales durante esta guerra.” Miró a toda la sala. “No necesito recordaros, por supuesto, el gran heroísmo que estos hombres y mujeres han demostrado en las últimas semanas y meses, ni del propio Khan mientras su ejército pacifica las montañas cercanas a las tierras Tejón. A todos nos inspiran grandemente las acciones del Khan y de sus hombres.” Aquí el Canciller se detuvo para inclinarse levemente hacia Xiao, quien parecía tremendamente incómodo, pero que devolvió el gesto. “Cuéntanos, Xiao-san, sobre las recientes acciones de tu patrulla.”

El hosco Moto frunció el ceño. “Hasta hace bien poco mi unidad exploraba la Llanura del Corazón del Dragón,” dijo. “Una de nosotros se sacrificó para impedir que un grupo de Yobanjin llegase a las ruinas de Shiro Chuda.”

“Seguro que ahora descansa con sus ancestros en la gloria,” murmuró alguien entre los delegados.

“Desde entonces hemos estado patrullando las áreas más rurales,” continuó Xiao. “Hasta hace poco, claro, cuando observamos un inminente asalto a una aldea Fénix. Uno de mis hombres es un poco teólogo, y nos recalcó la urgencia de intentar preservar algunos tesoros de la aldea. Entramos y recogimos los documentos que él identificó, y él se fue de la aldea con ellos. El resto nos quedamos para ayudar a los Shiba, pero desgraciadamente la batalla solo tuvo un color.”

“¿Sufriste grandes pérdidas, Xiao-san?” Preguntó Shiba Yoma.

“Solo tres escapamos para reunirnos con nuestro camarada,” dijo el oficial con la cabeza inclinada. “Los Shiba… rehusaron abandonar la aldea. Ninguno sobrevivió. Lo siento, Yoma-sama.”

Yoma asintió. “Fue su decisión. Ni ellos ni yo albergamos remordimientos, de eso estoy seguro.”

Un Escorpión con las sienes canosas y una espantosa máscara que mostraba un cráneo surgió de entre los cortesanos. “Es encomiable que os hayáis sacrificado por esos tesoros,” dijo el hombre, “sobre todo cuando consideramos que muchos de tus hombres eran probablemente, igual que tantos Unicornio, seguidores de los Shi-Tien Yen-Wang en vez de discípulos del Tao. ¿Es eso correcto?”

“El estudio del Tao sigue siendo obligatorio en los dojo Unicornio,” dijo Xiao, su tono algo defensivo, “pero si, muchos de mis hombres eran seguidores de los Señores de la Muerte.”

El hombre asintió. “He llegado recientemente, y mi trabajo me ha mantenido alejado de lo que pasaba en el Imperio durante varios años. Para los que no sepáis quien soy, soy Soshi Tishi, el Bibliotecario Imperial. No necesito hablar a los hombres y mujeres de vuestro estatus sobre la amenaza que ha estado asolando todos los conocimientos del Imperio durante las últimas décadas. Parece que cada conflicto contiene a alguien que busca destruir el conocimiento reunido por nuestra sociedad para sus viles necesidades.” Se detuvo un momento y se dirigió hacia los que asentían. “Para ello, con el consentimiento del trono, he estado construyendo una inmensa biblioteca en un lugar oculto, donde puedan guardarse los duplicados de algunas de las obras más importantes del Imperio sin temer su destrucción por parte de los incontentos y blasfemos. Con el consentimiento de la Emperatriz, y el apoyo de mi Campeón, Bayushi Paneki, he enviado una invitación a los Guardianes de los Elementos para que estudien en esa biblioteca y que utilicen nuestros esfuerzos, ya que gran parte de ellos son sobre las escrituras del Pequeño Profeta. A su discreción, duplicaremos y distribuiremos un gran número de nuestras obras más escasas a quien ellos crean que se podrían beneficiar de su sabiduría.” Aquí se inclinó ante los Fénix. “Con permiso de los Fénix, quiero llevarme las sagradas obras recuperadas de Shinsei y Sumai Mura, guardarlas en la biblioteca, y asegurar que sean duplicadas por los Guardianes.”

Shiba Yoma asintió. “La preservación del conocimiento es esencial para el avance de cualquier sociedad. El Fénix está entusiásticamente de acuerdo.”

“Gracias,” dijo Tishi con una reverencia.

El grupo parecía contento, murmurando apreciativamente ante la noticia, e incluso la moral de la delegación Fénix se elevó. Hanshiro esperaba que su moral se vería aún más elevada en de unos momentos, cuando uno de los delegados León, un joven llamado Kitsu Tinshu, se adelantaría y hablaría de los hechos de sus antepasados, de uno en especial. Parecía que uno de los ancestros de Tinshu había ayudado a acabar con un oscuro espíritu que había asolado el Castillo del Roble Blanco varias generaciones atrás, y como recompensa se le había entregado un pequeño trozo del gran árbol. Además, la familia de Tinshu había cultivado el árbol y habían conseguido que creciese en su propia casa de las provincias Kitsu. Ahora desean devolvérselo a los Fénix, una maniobra que haría que el León ganase un favor increíble de ese clan, y además el líder de la delegación, Kiyoko, había estado encantado de apoyar.

Hanshiro estaba menos seguro. Algo le parecía extraño en todo el asunto, pero no podía atribuírselo a nada excepto a su intuición. Sus investigaciones se habían limitado a la biblioteca privada que los Ikoma habían traído con ellos, y por lo tanto no había podido descubrir mucho sobre el linaje de Tinshu. Sabía que tenía un hermano, Tenshin, quien servía con gran distinción en el ejército Ikoma, pero más allá de eso no podía seguir el linaje del hombre más allá de unos pocos siglos. En solo un lugar, en un viejo y aparentemente olvidado pergamino que había estado arrugado dentro de un porta-pergaminos aparentemente vacío, pudo Hanshiro encontrar un documento sobre su linaje que podría revelar el pasado de Tinshu.

Hanshiro no sabía porqué el nombre “Shimizu,” que nunca antes había oído, le podía llenar de tanto terror. Pero lo hacía.

 

           

Los exploradores Yobanjin observaron cuidadosamente la ciudad, que tenía un tamaño medio, y que estaba asentada entre las montañas Fénix y el vasto Isawa Mori. Aquellos que habitaban en ella siempre se habían creído que estaba a salvo. Ahora corrían para huir y salvar sus vidas tras la noticia que los atacantes del norte habían eludido el extraño lugar llamado Castillo del Roble Pálido y continuaban hacia el sur.

“Patético,” se mofó uno de ellos, viendo como los Fénix abandonaban la ciudad a mansalva. “¿Por qué no se quedan y pelean?”

“Mejor así,” dijo otro. “El jefe se pondrá furioso si fallamos y no capturamos otro objetivo. Su castigo será… considerable. Debemos tener éxito. Esta ciudad debe ser destruida.”

Un tercero frunció el ceño mientras miraba a la ciudad desde la falda de la montaña. “Es difícil decir cuantos defensores puede haber. Estos samuráis pueden ser astutos.” Señaló hacia atrás. “Mejor preguntarle.”

“¿Y qué importa?” Murmuró el segundo, pero el primero ya se había levantado y cogido a un maltratado cuerpo de entre otros dos. El hombre estaba inconsciente, cubierto casi de la cabeza a los pies en una segunda piel de sangre coagulada y aún sangrando por lo que parecía ser media docena de heridas que habían sido vendadas medio descuidadamente.

“¡Despierta!” Gritó el explorador, dándole una torta. “¡Despierta, estúpido! ¡Necesitamos información!”

El prisionero se despertó un poco, pero su única acción fue levantar la cabeza y mirar mal al explorador con el ojo que no se le había cerrado por el hinchazón. No habló. “Nunca dice nada útil,” dijo el segundo explorador. “Deberíamos matarlo y acabar con esto.”

“No,” gruñó el primer explorador. “Tiene que sufrir por su temeridad. Si coopera, le damos una muerte rápida. Si no, tiene que ver como muere su gente.” Agarró al prisionero por el pelo y le arrastró hasta las rocas, sus atadas manos y pies haciendo surcos entre las duras rocas. “¿Cuántos defensores?” Exigió el explorador.

El prisionero miró a la ciudad. “Cuatro,” dijo.

El explorador soltó un inarticulado gruñido de ira y golpeó la cabeza del prisionero contra las piedras. “¿Cuántos?” Volvió a preguntar.

“Difícil de decir,” dijo el prisionero, escupiendo sangre al suelo de piedra. “Desátame para que pueda contar con mis dedos. Solo será un momento.”

“¡Idiota!” El Yobanjin golpeó al prisionero en la sien, dejándole caer al suelo. “¡No podéis ganar!”

“Solo mátale,” repitió el segundo explorador. “Acaba con él, por dios.”

“No es…” balbuceó el prisionero, “…lo suficientemente… hombre.”

La cara del primer explorador mostró una máscara de ira absoluta, y desenvainó para satisfacer el deseo del hombre. “No,” dijo secamente el tercer explorador. “Corta la cuerda que ata sus pies y venda su boca. Viene a la ciudad con nosotros.” Volvió a mirar a la ciudad. “Quizás un poco de muerte y destrucción gratuita debilitará su maldita determinación.”

 

           

A pesar de su bravuconería y sus músculos, los Yobanjin estaban muy dotados para las infiltraciones, e incluso con la carga de su prisionero consiguieron llegar hasta Michita Yasumi sin ser detectados. Cualquier cosa que se cruzaba en su camino moría rápida y calladamente, no solo varios defensores Shiba que obviamente tenían prisa, sino también un puñado de inocentes mercaderes y artesanos que tuvieron la mala suerte de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Tras lo que pareció ser una eternidad en la ciudad, el líder de la patrulla de exploradores se arrodilló junto al exhausto prisionero. “A pesar de lo que has dicho,” susurró en voz baja, “creo que conoces esta ciudad. Te lo voy a preguntar solo una vez, y luego finalmente decidiré que no me sirves para nada más.” Se le acercó. “¿Dónde está la biblioteca Kanjiro?” Alargó la mano y le quitó la mordaza de la boca.

El prisionero volvió a escupir. “Sabes que te veré en el infierno antes de responderte,” dijo, su voz sin mostrar temor. “¿Por qué insistes?”

La cara del explorador se endureció. “Muy bien,” jadeó, y sacó su cuchillo. Pero frunció el ceño al ver la expresión en la cara del prisionero. “¿Ansías tanto la muerte?”

“No es la muerte lo que deseo,” dijo el prisionero. “Solo sé que no estamos solos.”

El explorador frunció el ceño por un momento y luego sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta. Hubo varios secos y húmedos golpes cuando los que les rodeaban fueron alcanzados en rápida sucesión por múltiples flechas. El explorador apartó la mirada del prisionero durante solo un instante, pero eso era todo lo que necesitaba.

El prisionero pasó las ataduras de sus manos alrededor del cuello del explorador y luego golpeó con ambas rodillas su mentón, con una fuerza increíble. La cabeza del bárbaro giro hacia atrás, con un ángulo terrible de ver, y el asqueroso crujido fue como algo surgido de una pesadilla. Para cuando el prisionero finalmente soltó a su captor, la cabeza del hombre colgaba en un ángulo que la naturaleza nunca podría haber diseñado.

Una de las figures que surgió de entre las sombras se arrodilló y limpiamente cortó las ataduras del prisionero. “Todori-sama,” dijo el hombre, su voz mostrando una gran emoción. “Había empezado a desesperarme porque nunca os encontraríamos vivo.”

“Han pasado semanas desde que fui hecho prisionero,” dijo Hiruma Todori. “¿Por qué seguíais buscando?”

“Benjiro-sama nos ordenó que no regresásemos hasta que no os encontrásemos o confirmásemos vuestra muerte,” contestó el samurai Hiruma. “Me temía lo último.”

“Tendréis que hacer eso exactamente.” Todori se puso en pie con dificultad pero no quiso aceptar ayuda alguna. “Decirle a Benjiro que morí asegurándome que la biblioteca Kanjiro no era tomada.”

“¿Qué?” Preguntó Hiruma Tama, su boca muy abierta. “¡Mi señor, no podéis estar hablando en serio!”

“¡El Ejército de Fuego estará aquí en breves momentos!” Siseó Todori. “¡Quieren algo que hay en esa biblioteca, y por lo que a mi concierne esa es razón suficiente como para asegurarme que nunca lo consigan! No puede ser vaciada, por lo que debe ser destruida.” Cogió un dai-tsuchi y un arco de uno de los otros exploradores. “La incendiaré y me quedaré dentro para asegurarme que nadie de ellos entra y sobrevive.”

“¡No hagáis esto!” Rogó Tama.

“Ya está hecho,” dijo Todori. “Tienes tus órdenes.” Se giró y se dirigió a la biblioteca, su cara seria. Cuando le golpearon por detrás, cayó inconsciente al instante.

“Cogerle,” ladró Tama. “Yo me ocuparé de la biblioteca.”

“Esto es traición,” dijo con seriedad uno de los exploradores.

“Mi esposa murió dando a luz. No tengo familia,” dijo Tama. “Mi vergüenza muere conmigo. Ahora, llevarle a Benjiro.”

 

           

“La pérdida de la biblioteca Kanjiro es una tragedia terrible, una de las muchas que nosotros como Imperio, hemos tenido que soportar últimamente,” dijo Shiba Yoma a la corte reunida. Podía sentir la desesperación incluso en su propia delegación, que estaba detrás de él, y no quería que fuese así. Ya había habido demasiada pérdida y sufrimiento, y la desesperación solo podía exacerbar la situación. “Nadie aquí puede negar eso, y seguro que nadie puede sentir la pérdida más que mis hermanos y hermanas entre el Fénix. Pero la pregunta que debe hacerse cuando se nos presenta este dolor es esta: ¿qué debemos hacer ante ello?”

“Desde este lugar,” añadió Ide Eien, “parece que podemos conseguir muy poco excepto prestar el apoyo que podemos dar a los que entablan la guerra en el norte. Es sobre la fuerza de sus espadas donde deben descansar nuestras esperanzas, para que el Imperio no sufra más terribles pérdidas.”

“Con todo el respeto y admiración que siento por vos, Eien-sama,” dijo Yoma, “no puedo estar más en desacuerdo. Aquí podemos lograr más cosas, y hay cosas que debemos conseguir si podemos negar los efectos a largo plazo de la guerra.”

“¿De verdad?” Yoritomo Sachina parecía algo incrédula ante esa idea. “¿Exactamente qué proponéis, Yoma-sama? ¿Deberíamos escribir una enérgica carta al Oráculo Oscuro, quizás amenazando un bloqueo de sus puertos comerciales?”

Hubo algunas leves risas ante eso, que la verdad es que Yoma agradeció escuchar. Sonrió a Sachina sin malicia y continuó. “En absoluto, mi señora. No, debemos poner un ejemplo al resto del Imperio. Muchos nos ven como líderes y señores, y sin dudarlo debemos aceptar esa carga.”

Muchos asintieron. “¿Simplemente vamos a aceptar la devastación que nos ha hecho este enemigo?” Continuó. “¿Vamos a acobardarnos, a llorar y a rasgarnos las vestiduras? He sido tan culpable de esto como el que más, dados los terrores que han caído sobre mi gente, pero ya basta. No me quedaré al margen y permitiré que el Oráculo Oscuro crea que ha tenido éxito en debilitar nuestra determinación, ni siquiera un momento.”

El murmullo de asentimiento era ahora más fuerte, y él no se detuvo. “Escribiré a cada aliado que he cultivado en los últimos años, quizás incluso a los que me consideran un enemigo. Reclamaré cada favor que se me deba, cada porción de buena voluntad que me he ganado en toda una vida de servir. Reclamaré todo ello, y al hacerlo empezaré a reconstruir el conocimiento perdido en la biblioteca Kanjiro. Me ocuparé que el sacrificio de tantos hombres y mujeres, Fénix, Dragón, Unicornio, Cangrejo, y León, no sea en vano. Cuando el Ejército de Fuego sea expulsado fuera de nuestras fronteras, se le olvidará. Su senda será curada y reconstruida, y será como si el ataque del Oráculo Oscuro hubiese sido poco más que un mal sueño.” Se detuvo y miró a toda la sala para ver el efecto de sus palabras. “Eso es lo que planeo hacer. ¿Quién se me unirá?”

Todas las voces de la sala estuvieron de acuerdo, y al unísono.

 

           

Beniha estaba sentada en sus habitaciones privadas, habiendo meditado hasta muy entrada la noche, mucho tiempo después de que el resto del castillo estuviese durmiendo. Había sido incapaz de dejar a un lado los vibrantes sueños que había sufrido periódicamente desde que se fue de los jardines espirituales, hacía unos meses, y se había propuesto que había llegado el momento de aprender más sobre ello. Y por ello había esperado hasta el anochecer. Respirando hondo, Beniha sintió que había llegado el momento, y su mente salió de su cuerpo casi sin intentarlo.

Al principio, la sensación fue increíblemente desorientadora, y luchó contra el pánico que se crecía en su interior. Pero mientras luchaba, parte de ella se sentía completamente tranquila, como si esta fuese una sensación increíblemente familiar. Forzó al miedo a retroceder, y abrazó la sensación de familiaridad. Beniha podía sentir los sueños de los que estaban a su alrededor, escuchar sus monólogos interiores, como si estuviesen susurrándolos en voz alta, y supo sin duda alguna que si así lo quería, fácilmente podría meterse en sus sueños, viviéndolos junto al soñador. Había un grado de tentación en hacerlo, ya que Beniha había luchado toda su vida contra la curiosidad, pero ella la dejó a un lado; era tanto invasor como ofensivo considerar algo así.

Sintiendo curiosidad sobre el norte, Beniha hizo que su espíritu se moviese por el Imperio, y lo hizo con una velocidad increíble. La tierra bajo ella se emborronó, convirtiéndose en un pastiche azul oscuro de montañas, bosques, y lagos, hasta que se encontró observando las montañas Dragón debajo de ella. Sintió los preocupados sueños de los Dragón, las pesadillas de sus niños, y los extraños y confusos sueños de los guerreros Yobanjin, llenos de una mezcla de pesar, auto-odio, alegría y alborozo.

Y luego sintió algo totalmente distinto.

Era una inmensa y poderosa presencia dentro de su habilidad de percibir, algo que dormía igual que los que ella tenía en la habitación contigua, pero distinta. Beniha permitió que su espíritu se acercase cuidadosamente, intentando averiguar que podía ser. Tuvo cuidado de no acercarse demasiado o de permitir que su examen fuese detectado, pero al final…

¿QUÉ ESPÍRITU SE MUEVE CONTRA NOSOTROS, preguntó una voz imposiblemente fuerte y poderosa, QUE CAMINA SOBRE NUESTRO SUEÑO?

“Una hija del sueño,” susurró Beniha, dándose cuenta que su voz y su espíritu estaban increíblemente lejos el uno del otro. “No pretendo haceros daño.”

UN DESEO ASÍ NOS IMPORTARÍA POCO, contestó la voz. ESTAMOS INCLUSO MÁS ALLÁ DE LA MANO DE LOS REINOS.

“¿Quiénes sois?” Preguntó Beniha.

SOMOS FUEGO Y TIERRA DURMIENTES, ALIMENTADOS CON LOS ESPÍRITUS ATRAPADOS DE NUESTROS HERMANOS. SOMOS MÁS D ELOS QUE ÉRAMOS. SOMOS ÚNICOS EN EL MUNDO Y EN LOS CIELOS.

Beniha frunció el ceño. “¿Cómo os llaman los mortales?”

LOS MORTALES NO NOS LLAMAN NADA, insistió la voz. NOS TEMEN, COMO DEBEN TEMERSE A LOS DIOSES. Hubo una pausa. ALGUNOS DE ELLOS NOS LLAMAN LA VENGANZA DE LOS KAMI. EL NOMBRE NOS HACE GRACIA.

“La Venganza de los Kami,” murmuró, “el gran volcán de las montañas Dragón.”

HEMOS CONOCIDO ESTAS MONTAÑAS DURANTE MUCHO MÁS TIEMPO QUE AQUELLOS QUE SE HACEN LLAMAR DRAGÓN, dijo la voz.

“¿Hablan otros con vosotros?” Preguntó ella.

DORMIMOS, contestó simplemente la voz. AQUELLOS QUE HABITAN DENTRO DE LAS MONTAÑAS NO CONOCEN NUESTRA VERDADERA NATURALEZA, AUNQUE EL HUMANO LOCO SOSPECHA.

Beniha se preguntó ociosamente quien podría ser el humano loco, pero no siguió por ahí. “Dormís,” dijo ella. “¿No deseáis despertar?”

NUESTRO MOMENTO VOLVERÁ A LLEGAR. PERO AÚN NO.

“Hay muchos ahora entre las montañas que desean causar daño a la tierra,” dijo Beniha. “Son agentes del poder que intentó esclavizaros hace muchos años. ¿Recordáis aquello?”

LA ENNEGRECIDA MANO DE LOS ELEMENTOS, dijo la voz, y Beniha creyó escuchar o resentimiento o temor. DESEAMOS CASTIGARLES POR TAL ARROGANCIA.

“Vuestro castigo les estaría bien merecido, de eso no tengo dudas,” dijo ella. “¿Eso requeriría que os despertaseis?”

NUESTRO ALCANCE ES VASTO, INCLUSO MIENTRAS DORMIMOS. Beniha se imaginó que podía sentir la tierra temblar mientras los espíritus la hablaban. AHORA TE IRÁS, PEQUEÑA DURMIENTE, dijeron. LO QUE AHORA DEBE OCURRIR NO PUEDE SER VISTO POR OJOS COMO LOS TUYOS.

“Una vez que os hayáis vengado,” dijo Beniha, “regresar a vuestro sueño. Yo me ocuparé de que no seáis molestados, si así lo queréis.”

A DORMIR VOLVEREMOS, estuvieron de acuerdo los espíritus del volcán. POR AHORA.

 

           

Asahina Beniha estaba algo molesta por como había transcurrido la mañana hasta ahora. Tras los increíbles eventos de su experimento la noche anterior, había permanecido despierta toda la noche redactando una larga carta el señor de los Tamori, un joven llamado Shimura, sobre lo que había aprendido del volcán al que los Dragón llamaban la Ira de los Kami. Se la había entregado a primer ahora de la mañana a la delegación Dragón, y aunque Kitsuki Berii la había aceptado graciosamente, ella no podía menos que sentir que su reacción a la explicación que ella le dio sobre su contenido era algo muy parecido que a la risa contenida. Tampoco era que pudiese echarle la culpa por ello, claro; sonaba algo ridículo incluso para ella, pero no podía ocultar que era genuina en todos sus aspectos. El libro era exactamente lo que la habían dicho que era, y ahora comprendía que contenía un gran poder y que ella era la responsable de usarlo responsablemente. ¿Acaso el juramento que ella había hecho al portador de la Mano de Jade era también mayor de lo que ella pensó en su momento? Ya no estaba segura.

Había un aire de alboroto en la sala de la corte, notó Beniha nada más entrar. Los delegados estaban más animados que de costumbre, considerando especialmente el siniestro humor que había caracterizado los días previos. Parecía que las derrotas en tierras Fénix pesaban mucho en todos ellos. “Hideshi,” dijo en voz baja. “¿Qué está pasando?”

Su yojimbo, oscuro y bello como siempre, se volvió hacia ella con su tradicional expresión fría y sin emoción. “El León ha ido a proteger Tetsu Kama Mura en nombre de la Campeona Dragón, mi señora.”

Hideshi señaló al Ikoma que subía a un pequeño estrado. “Ver por vos misma, Beniha-sama.”

“Deseo que quede perfectamente claro,” dijo el Ikoma en un tono suave y tranquilo, “que esta acción tomada por mi señor Shigetoshi se ha hecho a petición específica de la Campeona Dragón, Mirumoto Kei. Shigetoshi-sama ha puesto los recursos de la Mano Derecha del Emperador a disposición del Dragón para mejor facilitar la defensa de las tierras de la Divina Emperatriz, y en su sabiduría, Kei-sama ha aceptado. Ha pedido que el León asegure la defensa de Tetsu Kama Mura para así salvaguardar el suministro de armas y materiales a sus fuerzas y a aquellas fuerzas que luchan en su nombre por todas las montañas del norte.”

Kitsuki Berii se adelantó y se inclinó ante el Ikoma. “Nuestro estimado colega dice al verdad,” confirmó. “Cualquier sugerencia que el León esté explotando esta situación en su propio beneficio es totalmente inadecuada, y el Dragón defenderá el honor del León hasta la muerte, si fuese necesario. Shigetoshi-sama es un hombre sabio y honorable para reconocer que el conocimiento de Kei-sama del terreno y de los recursos ayuda a su habilidad para distribuir las fuerzas en la región, y Kei-sama es lo suficientemente sabia como para saber que cuando marcha el León, solo puede haber victoria.” Aquí se inclinó otra vez hacia la delegación León en su conjunto, y volvió a sus filas.

“Mientras hablamos,” continuó el Ikoma, “Shigetoshi-sama y las fuerzas bajo su mando se mueven para asegurar la protección de los recursos Dragón en Tetsu Kama Mura. Roguemos todos a las Fortunas pidiéndolas su guía y favor, para que la victoria León allí sobrepase todas las expectativas.”

 

           

“¡El enemigo está ahí delante!” Gritaron los exploradores al grupo de mando. “¡El Ejército de Fuego ya tiene tropas en las puertas, mi señor!”

Akodo Shigetoshi, señor del Clan León, asintió. “Muy bien.”

A su derecha, Akodo Sadahige se movió sobre su silla. “Me imagino que esto cambia considerablemente nuestros planes.”

“No especialmente,” dijo Shigetoshi.

El oficial frunció el ceño. “Perdonad que os pregunte, mi señor, pero nuestro acuerdo con Kei-sama era que debíamos defender Tetsu Kama Mura y ayudar en la evacuación del mineral que se saca de las montañas cercanas. Es esencial para la línea de suministros Dragón, ¿no es así?”

“Así es,” dijo Shigetoshi. “Pero el acuerdo al que llegué con Kei dice que no seamos nosotros los que evacuemos el mineral, sino que nos asegurásemos que no es interceptado y que no se use contra el Dragón. Me cuidé mucho en que los términos fueran exactamente esos.”

“Y a cambio, Kei-sama otorgará parte del mineral al León.”

Shigeotshi levantó una mano. “Esa fue su elección. Intenté disuadirla, pero no quiso. No estamos aquí por la recompensa, Sadahige. Estamos aquí para asegurarnos que la justicia caiga sobre estas alimañas que han violado el decreto de la Emperatriz.”

“Como digáis, mi señor,” dijo Sadahige con una reverencia. “¿Puedo preguntar cómo pensáis evacuar… perdonadme, proteger el mineral en cuestión?”

“Consideré varias estrategias,” dijo Shigetoshi. “Al final, he seleccionado el plan más directo y adecuado.” Se volvió hacia su subordinado con una expresión carente totalmente de emoción. “Destruiremos a cada Yobanjin del ejército invasor, quemaremos todo lo que poseen, y no dejaremos nada detrás. Entonces, será cuando el mineral esté bien protegido.”

Sadahige luchó por no mostrar su sorpresa. “Es una… estratagema bastante simple.”

“En este caso en especial, no hay necesidad de nada más complejo. Es como dice el Liderazgo de Akodo…”

Sadahige asintió. “La mejor defensa que se puede montar es una ofensiva contra tus enemigos.”

“Falange a primera línea,” dijo Shigetoshi a sus hombres de señales. “Estos Yobanjin ya han visto su último amanecer. Y además, sé que las fuerzas de Benjiro está a punto de enfrentarse a estos bárbaros. Deseo asegurarme que la primera sangre del día es para el León, no para el Cangrejo.”

Sadahige se inclinó por la cadera. “Como ordenéis, mi señor.”

 

 

Kotei Kansas: Chris Nicoll (Tierras Sombrías) – Ganador del Torneo; Mason Crawford (Araña) – Ganador del Mazo Temático

Kotei Valencia: Pablo Rojo (Unicornio) – Ganador del Torneo; Javier Jiménez (Escorpión) – Ganador del Torneo Político

Kotei Bordeaux: Sebastian Bellanger (Cangrejo) – Ganador del Torneo; Vincent Dargirolle (Fénix) – Ganador del Mejor Disfraz

Kotei Rosario: Ariel Álvarez (Grulla) – Ganador del Torneo: Carlos Álvarez (Dragón) – Ganador del Mejor Disfraz

Kotei Anchorage: Jacob Kreger (León) – Ganador del Torneo; Andrew Doud (León) – Ganador del Mejor Disfraz