La Guerra del Fuego Oscuro, Parte XV

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

Casi tres docenas de hombres descendieron de las montañas, moviéndose como sombras por las llanuras de la parte norte del Imperio. Se movieron de noche, rápidamente, cubriendo tanto terreno como les era posible, y tan rápido como les era posible, y matando a todo lo que se encontraban a su paso. No fue hasta que aparecieron los primeros rayos del amanecer por el horizonte este que no vieron más allá de los campos la aldea de Koku.

“Acabado el invierno, se estarán preparando para distribuir los suministros almacenados aquí para que duren hasta la cosecha,” dijo el líder de los hombres. “Mataremos a todo lo que encontremos, protegeremos la aldea, y prepararemos los carromatos. Los demás llegarán con el atardecer, y vaciaremos la totalidad de los almacenes.” El hombre se mojó los labios con ansia. “Si creemos en lo que nos han dicho, la aldea puede alimentar el ejército durante tres, quizás cuatro semanas.”

“Lo que queda del ejército,” murmuró uno de los otros.

“¡Basta de eso!” Siseó el líder. “¡Moveros!”

Los hombres se metieron en la aldea como fantasmas, deslizándose sin esfuerzo de edificio en edificio, y sin hacer ruido. Entraban rápidamente en los edificios, y salían con la misma rapidez, con perplejidad. Tras solo unos momentos llegaron al centro de la aldea, donde había cientos de cajones y barriles.

“¿Qué está pasando aquí?” Preguntó uno de los hombres. “¿Dónde están todos?”

“Han sido evacuados,” dijo el líder, mirando ávidamente los cajones de comida. “Encontrar los carromatos y empecemos ya.”

“Esperad,” continuó el otro. “¿Por qué están los suministros en el centro de la aldea? Esto no tiene sentido.”

“¡Silencio!” Gruñó el líder.

“¿Y qué es ese olor?”

Uno de los otros hombres se adelantó y golpeó al que había hablado en la sien, haciendo que cayese, trastabillando, al suelo. “¡Deja ya de hablar!” Gruñó el hombre. “¡No necesitamos que se nos recuerde nuestra mala suerte!”

El que había hablado se puso en pie con esfuerzo, sujetándose la cabeza. “No es mi culpa que el fuego haya quemado tu sentido del olfato,” murmuró en voz baja. Si olía algo, algo amargo e inusual. Incluso su sentido del olfato había sido dañado, pero sabía que no era comida, ni siquiera las extrañas especies que usaban los Rokuganí para aderezar sus comidas. Era algo familiar… ya lo había olido antes. Si solo pudiese acordarse.

“Señor de la Caza,” dijo uno de los hombres. “¡Centinela!”

El líder levantó la mirada y vio a un solo samurai, agachado sobre el techo de uno de los edificios al borde de la aldea. “Que estúpido,” gruñó. “Ballestas.”

Los otros cogieron las armas que tenían a la espalda y empezaron a colocar sus pesadas flechas, sonriendo ante la idea de matar a otro samurai. El que aún podía oler no lo hizo, un pánico sin identificar agolpándose en su pecho. “¿Dónde lo he olido antes?” Se susurró a si mismo.

Mientras los otros apuntaban, el samurai, uno de los Grulla, se levantó y cargó su arco, la punta de su flecha ardiendo con una brasa sacada de una antorcha, o quizás de un fuego que los Yobanjin no podían ver. Cargó y disparó con un movimiento fluido, la flecha haciendo un gran arco sobre ellos y dirigiéndose hacia los suministros.

“Oh dioses,” susurró el invasor. “¡Es aceite de lámpara!” Se giró y corrió, sus piernas moviéndose tan rápido como podían. Escuchó el tañido de las ballestas tras él, y el sonido sordo de los “suministros” envueltos en llamas. Llamaradas siguieron rastros de aceite por toda la aldea. El invasor rogó a sus dioses poder llegar a tiempo al borde de la aldea.

No lo consiguió.

 

           

Doji Nagori leía detenidamente el pergamino mientras caminaba, asintiendo en algunas partes. Parecía que los dos agentes que había enviado habían tenido un éxito notable en sus misiones. Kirimi había mostrado su valía en Ukabu Mura unas semanas antes, pero que hubiese conseguido llevar a un hombre como Kakita Okirou, un hombre que tenía pocas habilidades como explorador, hasta Toi Koku y que hubiese conseguido sacarle de allí era una increíble muestra de las habilidades de la joven. Nagori tomó nota mentalmente para hablar con su ayudante militar para preparar un ascenso a la joven cuando regresase. Okirou no tendría interés alguno en algo así, por supuesto; el hombre era más un artista que otra cosa, pero también era el arquero más hábil de toda la delegación Grulla en la corte, y por eso le había reclutado Nagori para esta misión. Considerándolo todo, parecía que había ido bastante bien. Okirou incluso había enviado un poema con el informe, celebrando la derrota de sus enemigos en la aldea. Y era bastante bueno, en opinión de Nagori.

Nagori enrolló cuidadosamente el pergamino, metiendo el poema que venía en el en su obi, y se lo devolvió al hombre que caminaba junto a él. “¿Qué hay del resto?”

Doji Kato inclinó respetuosamente la cabeza. “El ronin Kirimi, contratado por nosotros, ayudó con el desmantelamiento y el transporte del Mikado fuera de la aldea mucho antes de que Toi Koku fuese atacado por los invasores Yobanjin,” reveló. “El dueño está extremadamente agradecido por nuestra ayuda para preservar su establecimiento. Ha accedido a pasar tres meses en las provincias Doji antes de la llegada del invierno, en el otoño.” Kato sonrió un poco. “Estoy seguro que les resultará muy beneficioso, y por supuesto, una parte de ello siempre se les da a los anfitriones.”

“El verdadero beneficio será el placer que obtendrán nuestros invitados cenando allí,” le corrigió Nagori. “Y pienso que muchos de los cuales serán más flexibles tras disfrutar de la buena cocina.” Caminó en silencio durante un momento. “¿Ha habido más discusiones en la corte por el comunicado?”

Kato frunció el ceño. “Más de las que se pueden resumir,” admitió. “La revelación de la Emperatriz sobre que estaba considerando regresar a la Ciudad Imperial ha creado un entorno bastante desagradable. Muchos desean convencerla de lo contrario, sobre todo los Escorpión, pero nadie se atreve a contradecirla o sugerir que está equivocada. Es un acto de equilibrio bastante complicado.”

“¿Los León siguen apoyando esa idea?”

“Con gran vigor y entusiasmo,” dijo Kato con una mueca. “Creo que ansían proteger la Ciudad Imperial de otra invasión. Especialmente porque esta vez la posibilidad de una traición es muy pequeña.”

“Ningún León ha dejado nunca de esperarse una traición,” le corrigió Nagori. “Bueno, parece que hay poco que podamos hacer. Simplemente observar y aprovecharse de las ventajas cuando aparezcan. Sea lo que sea lo que elija la Emperatriz, no lo hará porque la apoyemos o no lo hagamos.”

“Como deseéis, mi señor,” dijo Kato. Dudó un instante. “¿Habéis considerado mi propuesta, mi señor?”

Nagori suspiró. “No puedo dejar de estar de acuerdo con que el Canciller es una constante amenaza para nuestros planes a largo plazo sobre la Corte Imperial. Pero aún no estoy convencido que el forjar una alianza mayor con el Consejero Imperial sea una buena idea.”

“El Canciller no le cae bien, eso es obvio,” dijo Kato. “El enemigo de mi enemigo, y todo eso.”

“Sabemos muy poco sobre Susumu,” dijo Nagori. “Hasta que no sepamos más, no puedo aprobar tu plan, Kato-san. Si quieres que salga adelante, debes traerme algo sustancioso.”

Los ojos del subordinado relucieron. “Lo tendréis, mi señor.”

 

           

Tungba estuvo un poco por detrás de unas rocas durante varios minutos, luchando en vano por invocar su valor y disipar su miedo. Era una lucha inútil, y finalmente aceptó que debía abandonar el intento. Portaba un informe que no sería bien recibido por su señor, o al menos el hombre que servía de señor en ausencia del Ardiente. Y aquellos que llevaban decepciones a su señor habitualmente no sobrevivían la experiencia. Finalmente, suspiró y puso expresión de valentía. No podía deshonrar a su familia y tribu, los pocos que quedaban, muriendo como un cobarde.

El área central del campamento temporal era poco más que un círculo de piedras que uno de los chamanes había invocado para adaptarse a los gustos del comandante. Se decía que era un hombre apegado a los rituales, pero Tungba no podía asegurarlo; solo había visto una vez al hombre antes de que se convirtiese en el Hijo del Fuego, y sabía muy poco de él anteriormente a eso. Debía asumir que tenían razón los otros que decían que el hombre había cambiado de una forma que no podía ser totalmente explicable.

El hombre que lideraba el Ejército de Fuego se movió un poco, aunque estaba sentado observando la hoguera en el centro del círculo. “¿Tienes algo para mi?” Gruñó. Hilos de humo acompañaron su exhalación, y sus ojos brillaban levemente en la tenue luz. Como siempre, el hedor a cenizas y sulfuro le rodeaba.

“Perdonad mi intrusión, gran Hijo de Fuego,” dijo temblorosamente Tungba. “Traigo noticias de la aldea llamada Toi Koku.”

“Hmph,” resopló el gigante. Era más grande de lo que podría ser cualquier hombre y seguir siendo un producto natural del mundo mortal. Había sido treinta centímetros más bajo cuando le había conocido Tungba antes de su transformación. “¿Los suministros?”

“Perdidos, gran Hijo,” admitió Tungba. “Había una… una trampa.”

“Una trampa,” repitió. “¿De qué tipo?”

Tungba se mojó los labios, nervioso. “Fuego, mi señor. Quemaron la aldea y las montañas a su alrededor, matando a todos los hombres enviados a recoger los suministros.”

Para sorpresa de Tungba, el Hijo de Fuego rió. Pero apenas era reconfortante, ya que cuando el hombre se reía había una pequeña luz visible en su boca, como si el fuego ardiese en la parte posterior de su garganta. “¡Fuego!” El comandante se volvió a reír. “Que indignas debían haber sido esas babosas para sucumbir a ese destino.”

“Si, indignas, gran señor,” estuvo cautelosamente de acuerdo Tungba. “Los… los jefes bajo vuestro mando me informaron que sin esos suministros, el ejército no puede continuar con la campaña más que unos pocos días. Como mucho una semana. Gran señor.”

“Una semana,” rugió el Hijo de Fuego. “Esta guerra se habrá acabado para entonces. Toi Koku no es nada.”

Tungba no pudo evitar la sorpresa en su voz. “¿Gran señor?”

“Prepara a las tropas. Envía corredores a las patrullas lejanas. Que los chamanes llamen a las fuerzas más lejanas.” El hombre se irguió total y terroríficamente. “El Ardiente me ha hablado. Es el momento de sacarle el infame corazón al podrido cadáver del Imperio.”

 

           

Ikoma Otemi puso gesto de asco ante el calor de la brisa que corría por la llanura. Parecía que el Imperio había pasado directamente del invierno al verano, sin apenas primavera. Pero la guerra era así; distraía a un hombre de lo que pasaba a su alrededor y llenaba su mente de muerte y violencia. Cuando la neblina se disipaba, podían haber pasado meses. Las estaciones se entremezclaban, y los niños se convertían en adultos. Era una desafortunado consecuencia de la vida de un León, pero a Otemi no le gustaría que fuese de otra forma.

“Rikugunshokan,” le llamó uno de sus oficiales mientras salía de la tienda de campaña. “¡Hay noticias, mi señor! ¡De los otros destacamentos!”

“Informa,” dijo de inmediato.

“Han llegado noticias del Señor Shigetoshi,” empezó el oficial, consultando varios pergaminos. “Sus fuerzas se han unido a las de Hida Benjiro para salvaguardar el área que rodea Shiro Kitsuki. Informan que todas las fuerzas invasoras se han retirado y parecen dirigirse al este.”

Otemi asintió, frunciendo un poco el ceño. “¿Otros informes?”

“Han llegado noticias también del Shogun,” continuó el oficial. “Sus exploradores indican que las fuerzas Yobanjin en las montañas del oeste también están retrocediendo hacia el este, tomando una ruta indirecta para evitar las fuerzas León y Cangrejo. Se mueven con tanta velocidad que incluso los Unicornio no pueden seguir su paso durante mucho tiempo.”

El táctico frunció aún más el ceño. “Encuentro que emerge una desagradable pauta,” observó. “¿Hay algo más?”

“Informes de las tierras Fénix indican que los Yobanjin se retiran, pero no se dice hacia donde van, mi señor.”

“Obviamente no hacia el este,” observó Otemi. “Creo que el mar y el Ejército de Fuego se mezclarán mal. Entonces hacia el oeste.”

“Hay un mensaje personal del Señor Shigetoshi, comandante, pero está acompañado por instrucciones para que deis vuestra valoración antes de entregároslo.”

Otemi levantó una ceja. “Creo que el Ejército de Fuego se está juntando en la Llanura del Corazón del Dragón para un ataque final. Hacia el sur, hacia la Ciudad Imperial.”

El oficial se inclinó y le ofreció el pergamino, que Otemi abrió de inmediato.

 

Otemi-san,

Sin duda has recibido los mismos informes que yo. He llegado a la conclusión que nuestros enemigos se están preparando para un ataque final, ya que finalmente hemos reducido sus números hasta un grado que más ataques aleatorios por el Imperio no les servirá de nada. Por supuesto, tu ya has llegado a la misma conclusión, y ahora tus hombres, tras haber visto como lo hacías, estarán eternamente agradecidos por haber vivido y servido bajo un táctico tan brillante como tu. Igualmente, a los Cangrejo que te acompañan se les ha demostrado que tu y solo tu eres capaz de liderar tu mitad de las fuerzas de nuestra coalición. Sé que es un gran alivio para mi el tener a un hombre de tu calibre en el que depender durante este glorioso tiempo de guerra.

Reúne tus fuerzas, hermano, y encuéntrate conmigo en la Llanura del Corazón del Dragón.

Akodo Shigetoshi

 

Otemi no pudo evitar sonreír un poco mientras enrollaba el pergamino. Incluso en medio de la guerra, el Campeón León nunca dejaba de aprovecharse de ventajas tácticas en el reino político y social, así como en el de la batalla. Si él hubiese tenido solo una fracción de la sabiduría política de Shigetoshi-sama durante su reinado como Campeón, reflexionó Otemi, entonces quizás tendría menos remordimientos. Se dio cuenta que su subordinado esta esperando que le prestase atención, un último pergamino en sus manos. “¿Algo más?”

“Además de los exploradores de las fuerzas del Shogun, una de las Legiones Imperiales ha llegado por orden del Campeón Esmeralda.”

Su sonrisa desapareció de inmediato, reemplazada por una mueca de dolor. “¿Está al mando el Campeón?”

“No, pero el comandante es también un Escorpión. Shosuro Naname, de la Sexta Legión. Presenta órdenes de su señor Jimen para unirse a vuestras fuerzas y servir en aquella capacidad que decidáis adecuada, comandante.”

“Oh,” Otemi cogió el pergamino, sorprendido. Su esposa, una antigua Escorpión, le había seriamente advertido que tuviese un cuidado excepcional cada vez que tratase con Shosuro Jimen, incluso en medio de una guerra. Era, para ella, uno de los hombres vivos más peligrosos. Otemi apenas había podido confirmar esa evaluación, pero nunca antes había tenido razones para dudar de lo que le decía su mujer, y no empezaría ahora. “Prepara a los hombres para levantar inmediatamente el campamento. Pide a Hida Hikita y a Shosuro Naname que se reúnan conmigo en mi tienda de campaña tan pronto puedan.” Se detuvo un momento. “Pero sea cuando sea esa reunión, pretendo que, a lo sumo, este ejército se esté moviendo dentro de dos horas, ¿está claro?”

“A vuestras órdenes, comandante,” dijo el oficial con una profunda reverencia.

 

           

El jardín principal de Kyuden Bayushi estaba virtualmente vacío, algo insólito al mediodía. Pero no había sirvientes por allí, ni cortesanos caminando por el majestuoso jardín que contenía árboles y arbustos podados en formas imaginativas, ni viejos sentados y jugando al go en alguna de las mesas. Estaba vacío y casi en silencio, y la combinación de ambas cosas creaba un entorno inquietantemente incómodo.

Doji Nagori se dio prisa por entre los setos, buscando el centro del jardín. Solo miró una vez por encima de su hombro, consiguiendo resistir el impulso el resto del tiempo. Se reprendió por instigar esta reunión, pero parecía necesaria dadas las circunstancias. El acuerdo unánime de los otros delegados en jefe, al menos, parecía dar crédito a la idea. Pero que fuese en secreto le remordía la consciencia, y Nagori sabía lo suficiente del Tao como para saber que esa sensación solo podía indicar que la senda no era justa. Simplemente tendría que rezar más tarde, pidiendo perdón.

Nagori llegó al claro en el centro del jardín, donde le esperaban otros. Estaban presentes representantes de cada uno de los Grandes Clanes, como había deseado. Quedaba poco tiempo, y si hubiese sido necesario esperar, todo se podría haber desbaratado. “Mis socios han iniciado varios improvisados concursos,” dijo rápidamente. “Eso nos dará unos pocos momentos de privacidad.”

“Los centinelas impedirán la entrada a los jardines durante los próximos diez minutos,” dijo Bayushi Paneki en voz baja. “Más que eso, y nos arriesgamos a que nos descubran. ¿Qué quieres decirnos, Nagori?”

Nagori se inclinó ante el Campeón Escorpión. “Creo que ya lo habéis adivinado, Señor Paneki,” dijo. “El anuncio que la Emperatriz planea regresar a la Ciudad Imperial es algo que muchos de nosotros esperaba, pero debo decir que ninguno, excepto quizás nuestros hermanos León, deseaba.”

Hubo un asentimiento general en los demás. “Temo por su seguridad,” dijo Ide Eien en voz baja. “Los lobos están casi a las puertas.”

“No la obtendrán,” dijo Kitsu Kiyoko con severidad. “El León no lo permitirá.”

“Nadie pone en cuestión vuestra firmeza,” dijo Nagori, “pero creo que sería en el mejor interés del Imperio que tengamos algún plan que asegure su protección cuando ella deje este lugar. El asesinato de la Divina Emperatriz sería un golpe del que quizás nunca se recuperase el Imperio.”

“Estoy de acuerdo,” dijo Yoritomo Sachina. “Pero no podemos intentar convencerla para que se quede.”

“Entonces, ¿cuál es la manera más simple de asegurar su seguridad?” Preguntó Nagori a los reunidos delegados.

“La victoria,” dijo inmediatamente Kiyoko. “La muerte de sus enemigos.”

“Esa apenas es una respuesta razonable,” dijo Paneki, su tono algo reprobador. “Si fuese un asunto tan sencillo, ¿no habría acabado la guerra hace mucho tiempo?”

“En cualquier caso, es la respuesta más adecuada,” insistió Kiyoko, mirando sin titubear a los ojos del Escorpión.

Alguien aclaró suavemente su garganta, y Nagori se volvió hacia ese sonido. “¿Quieres sugerir algo, amigo Cangrejo?”

“Así es,” dijo Yasuki Jinn-Kuen. “Pero me temo que algunos de vosotros no lo encontraréis aceptable.”

 

 

CONCLUIRÁ

 

 

Kotei Chicago: Brian Fox (Grulla) – Ganador del Torneo; David Winner (Grulla) – Mayor Donación de Comida

Kotei Nuernberg: Marcus Finger (Escorpión) – Ganador del Torneo; Salman Barakat (Cangrejo) – Ganador del Mejor Disfraz