La Guerra del Fuego Oscuro, Parte V

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

Shiba Morihiko nunca había visitado el Shinomen Mori. Toda su vida había oído historia sobre el, de lo grande que era y lo extraño que parecía. Muchos con los que había trabajado, tanto en el Fénix como los que había conocido en sus nombramientos como yojimbo en otras cortes, habían ansiado conocer el mayor bosque del mundo, pero Morihiko no lo deseaba.

Durante gran parte de su vida había estado destinado cerca del Isawa Mori, el bosque donde los Fénix recolectaban la sagrada madera para los pergaminos que llevaban los sacerdotes de tres de las familias del clan. Morihiko siempre había disfrutado estando cerca del bosque. Tenía una cierta serenidad, una sensación de estar en otro mundo que era difícil para él imaginarse que existiese en algún otro lugar. Si lo experimentase en el Shinomen, entonces su lugar, su lugar favorito en todo el mundo, se vería algo reducido, y eso no lo quería en absoluto.

Un sonido que le resultaba familiar llegó a oídos de Morihiko mientras miraba hacia el bosque que tenía al oeste. Era un jinete acercándose desde el norte, probablemente uno de los frecuentes mensajeros que viajaban entre el Castillo de la Novia Fiel y Kyuden Isawa, que estaba al sur. Morihiko no prestó demasiada atención al sonido mientras este se acercaba, hasta que escuchó el relincho de pánico del caballo, y se volvió para ver de que se trataba.

“Fortunas,” escupió Morihiko. El jinete estaba tendido sobre el caballo, como si estuviese muerto, humeando un poco. Probablemente era el calor lo que había alarmado tanto al caballo, y sus gestos tenían un aspecto salvaje que indicaban que al menos estaba incómodo, si no es que estaba dolorido. Morihiko espoleó a su caballo y se puso junto al otro, haciendo que su caballo trabajase para mantenerse al lado de la asustada bestia. Alargó la mano y agarró sus riendas, hablando con firmeza pero reconfortantemente, y lo ralentizó.

Antes de que los caballos se hubiesen detenido del todo, Morihiko ya estaba bajando con cuidado al jinete al suelo. Llevaba armadura, y estaba muy quemada. Algunas de las láminas parecían haberse fundido juntas, y el yojimbo no podía imaginarse lo que sería portar una armadura mientras estaba siendo expuesta a un calor suficiente como para fundirla así. “¿Me escuchas?” Preguntó, poniendo la mano en el cuello del jinete para determinar si aún vivía. “¿Quién eres?”

“M… magistrado,” jadeó el jinete. “Magistrado en… Novia Fiel.”

Morihiko miró al norte y, por primera vez, notó una extraña neblina en el horizonte. Todavía no tenía una gran sustancia, y fácilmente se podría no haber notado si hubiese estado distraído, pero con el estado de guerra, a Morihiko se le heló la sangre.

“Llegaron de repente,” jadeó el magistrado. “Atacaron como un rayo, se movieron por la ciudad como el viento. Destruyeron todo a su paso.”

“¿Han ocupado la ciudad?” Preguntó Morihiko.

“No,” graznó el magistrado. “Solo destruyeron las fortificaciones y siguieron su camino. Ellos… vienen.”

Morihiko sintió el frío del invierno en su alma. “¿A cuánto están?”

“A una hora. Menos, quizás.”

 

           

Isawa Ochiai entró en la sala de audiencias principal de Kyuden Isawa, su cara extrañamente tranquila ante el caos que la rodeaba. Mensajeros, oficiales, centinelas, y demás presentes corrían de un lado a otro, gritándose sobre casi todo. Pero en el centro de la sala había una isla de tranquilidad, un ojo en medio de la tormenta, y los demás Maestros Elementales la atendían. “Necesitamos estar tranquilos durante los próximos momentos, Masakazu.”

“Lo estaréis,” gruñó su inmenso yojimbo.

“Gracias,” dijo Ochiai. Se volvió hacia los demás. “¿Qué sabemos?”

“Una gran fuerza Yobanjin se dirige al castillo,” dijo Asako Bairei, levantando despreocupadamente un pergamino. “Diezmaron las defensas del Castillo de la Novia Fiel en un rápido ataque y luego se dirigieron hacia nosotros. Se estima que lleguen en menos de una hora.”

“¿Cuántos creemos que son?”

Isawa Mitsuko agitó su cabeza. “No tenemos forma de saberlo. Antes de morir por sus heridas, el magistrado que vio el ataque creía que el ejército se dividió en varias partes, y la mayor se dirigió hacia aquí. Una fuerza secundaria, más pequeña, se dirigió al Isawa Mori.”

“¿Supones que prenderán fuego al bosque?” La voz de Bairei estaba aterrorizada.

“Desgraciadamente, en estos momentos no nos podemos ocupar de un bosque deshabitado,” dijo Ochiai. “Debemos pensar en defendernos.”

“Permíteme enfrentarme con ellos antes de que lleguen,” dijo Isawa Emori, inclinándose ante Ochiai. “Te aseguro que no llegarán al castillo.”

“No podemos arriesgarnos a eso,” dijo Ochiai. “Las capacidades del Ejército de Fuego son aún desconocidas. Te perderíamos, y necesitaremos tu ayuda cuando llegue el momento de defendernos.” Se volvió hacia Ningen. “¿Cuántos de tu familia están aquí?”

El Maestro del Vacío ladeó un poco la cabeza, como mirando al patio que estaba al otro lado del muro. “Muy pocos,” contestó. “La mayoría de las fuerzas Shiba están desplegadas. He enviado un mensaje a Kimi para que regrese con la fuerzas a las que está destinada, pero eso no ocurrirá hasta dentro de cuatro días. Solo tenemos las escasas fuerzas permanentes que protegen este castillo en tiempos de paz.”

“¿Qué puedes ver, Ningen?”

El viejo Shiba sonrió un poco. “Nos defenderán con todo lo que tienen, sin reservas y sin pensar en sus propias vidas. Y acabarán siendo… inadecuados.”

“Perdonarás a alguno de nosotros, Ningen-sama, si preferimos determinar nuestro propio destino, en vez de depender solo en las visiones que te otorga el Vacío.” Mitsuko parecía algo incómodo con la certeza de Ningen.

“Esta no es una oportunidad para entablar una discusión, filosófica o de otra clase,” advirtió Ochiai. “El tiempo es esencial. Mitsuko y Emori, si queréis, por favor supervisar la disposición de las defensas como mejor podáis. Ningen y Bairei, por favor aseguraros que todos los invitados han sido llevados a un sitio seguro. Deben salir inmediatamente, antes de que llegue el enemigo.”

“Os pido perdón, mi señora,” dijo Bairei inclinándose, “pero eso no lo puedo hacer.”

Los otros Maestros se detuvieron y miraron con curiosidad a Bairei. El excéntrico Maestro del Agua era de los hombres más amables y serviciales que hubiesen nacido, por lo que ellos sabían, y escucharle rehusar una orden era algo increíble. “¿Perdona?”

“Soy yo el que debe pedir perdón,” contestó Bairei, “pero no puedo permitir que la biblioteca que hay aquí sea amenazada. Es a la biblioteca a la que debo prestar atención. Ningen-san es más que capaz de ocuparse de los invitados. Debo empezar con los preparativos para salvar cuanto más pueda de la biblioteca.”

“El daño a nuestra reputación en la corte si alguno de nuestros invitados es dañado será insalvable,” empezó Emori.

“No,” dijo Ochiai, levantando una mano. “Bairei tiene razón. No podemos permitir que ese conocimiento se pierda, pero quizás es más importante,” aquí miró al Maestro de Agua significativamente, “el no permitir que sea tomada por el Ejército de Fuego. ¿Lo entiendes, Bairei-san?”

La expresión de ansiedad en la cara del viejo era inconfundible. “Lo entiendo, mi señora.”

 

           

Poco más de una hora después el Ejército de Fuego fue avistado por primera vez en el horizonte. Las defensas Shiba estaban bien dispuestas, y preparadas a pesar de que las posibilidades estaban muy en su contra. Pero los que anduvieron entre ellos no vieron rastro de miedo o dudas entre ellos.

La magia del Maestro de la Tierra impedía un ataque frontal directo, ya que había llenado los campos ante el palacio de inmensos pilares de roca dentada. Ralentizaba a las filas del enemigo ya que las impedía avanzar directamente a las puertas del palacio, pero había bastantes chamanes poderosos entre las filas enemigas, y la roca no podía evitar la implacable aplicación de su increíble magia de fuego.

Al chocar ambas infanterías, el cielo se oscureció con las formas de los viejos wyrms que montaban los Yobanjin, que empezaron a dejar caer grandes piedras sobre los defensores Shiba, despreocupados como estaban por las flechas. Además, las bestias casi eran inmunes a los hechizos de los shugenja Fénix, pero incluso su gruesa piel, atemperada en las fumarolas de los volcanes, no podían soportar el gran calor que les lanzaba el Maestro del Fuego, y fueron rechazados. Incluso la Dama Ochiai no podía rechazar fácilmente el ataque mágico de los chamanes Yobanjin, y su corrupto fuego ennegreció los muros del antiguo Kyuden Isawa.

La batalla continuó igual durante horas.

 

           

Asako Kanta intentó no correr mientras se movía por el laberinto de pasillos de Kyuden Bayushi. No tenía sitio importante donde estar en estos momentos, y no era correcto aparentar tener prisa. Pero no era algo fácil; su nerviosismo sobre lo que estaba pasando en su tierra le llenaba con una sensación de urgencia de la que no podía fácilmente desprenderse a pesar de los cientos de millas que le separaban de la batalla. La verdad era que, por quizás la primera vez en su vida, Kanta no tenía ni idea que debía hacer. Odiaba la sensación de impotencia, la falta de instrucciones, pero no sabía como quitar esos pensamientos de su mente. Hasta ahora, el meditar no le había sido útil.

“Kanta-san.”

El cortesano se volvió y se encontró con una bella joven con la que no recordaba haber conversado antes, aunque la había visto en las grandes reuniones de la corte. “Hola,” dijo, luchando por encontrar la máscara que siempre usaba en la corte. “Perdóname, pero creo que no nos han presentado. Asako Kanta.” Se inclinó profundamente.

“Lo sé,” dijo ella con una amable sonrisa. “Soy Doji Ayano. Es un placer para mi conocerte. Perdóname si me estoy entrometiendo, pero te vi aquí fuera, y pensé que quizás podrías desear unirte a nuestra conversación.” Señaló al otro lado del arco a un grupo que estaba caminando, conversando, cada uno mirándoles. “No deseo ser presuntuosa, pero llevas aquí de pie varios minutos, y…”

            “¿Si?” Dijo él simplemente. “Yo… no me di cuenta.”

“Por supuesto,” dijo ella, obvia la subyacente corriente de simpatía. “Por favor, ven y únete a nosotros.”

“Me temo que hoy no creo que vaya a ser muy hablador,” protestó débilmente Kanta.

“No importa,” le aseguró ella. “Si deseas hablar de tu tierra, a todos nos interesará oír lo que sabes.” Ella le llevó a la habitación donde estaban los otros. “Dinos, ¿has escuchado alguna noticia más? ¿Ha habido algún contacto con Kyuden Isawa?”

Kanta consideró durante un momento la pregunta, y finalmente decidió que podría ser posible exorcizar sus demonios hablando del asunto. “No,” admitió. “Tuvimos noticias del inminente ataque poco antes de que ocurriese. Hubo bastante comunicación, algo que es muy costoso, pero nada desde hace muchas horas, a pesar de nuestros esfuerzos. Yoma-sama cree que los defensores del palacio pueden estar simplemente ocupados en otras cosas como para responder. Espero que tenga razón.”

“¿Dónde está Yoma-sama?” Preguntó Ayano. “¿Está bien?”

“Está hablando con la Voz de la Emperatriz,” reveló Kanta. “Satsu-sama es un gran aliado de los Fénix y desea estar tan al tanto del asunto como sea posible. Él y Yoma-sama están hablando de posibles resultados, y como pueden responder nuestros dos clanes cuando acabe la batalla.”

Un Ide al que no reconoció inmediatamente Kanta dijo, “Hemos oído que hubo evacuados, ¿es eso correcto?”

Kanta asintió. “Además de los invitados del palacio siendo evacuados a Shiro Shiba, o escoltados a sus hogares, si así lo preferían, tanto como se pueda de la biblioteca de palacio será transportada hacia el sur. Actualmente los Isawa la están moviendo tan al sur como puedan, posiblemente a Nikesake, para salvaguardarla.”

Una mujer León se adelantó. “Si les parece bien a los Fénix, el León estaría muy honrado de albergar todo lo que deseéis de vuestra biblioteca. Os proporcionaremos un lugar seguro cerca de Bishamon Seido.” Se inclinó. “Vuestras obras permanecerán en privado, si así lo preferís. Nadie de mi orden tendrán acceso a ellas, pero las protegeremos con nuestras vidas. El centro de las tierras León es de los lugares más seguros que se puedan encontrar. Incluso durante la marcha del Khan, Bishamon Seido no cayó.”

“Gracias,” dijo Kanta inclinándose. “¿No creo que nos conozcamos?”

“Por supuesto, perdóname,” dijo la mujer. “Soy Kitsu Kiyoko. Soy la señora de la familia Kitsu. Llegué anoche para asumir el puesto de cabeza de la delegación del Clan León.”

“Ya veo,” dijo Kanta. “Perdonad que pregunte, pero creía que Akodo Setai…”

“Setai-sama pidió, y se lo otorgó nuestro señor Shigetoshi, abandonar la corte y asumir el un puesto de mando en los ejércitos León del norte,” dijo ella.

“Oh,” dijo Kanta. “Yo… os pido perdón. Suponía que un puesto en la Corte de Invierno sería de mayor importancia que un destino militar.”

Kiyoko sonrió un poco. “Entre la mayoría de clanes no dudo que eso sería así. Pero para el León no hay mayor deber que el de ser un soldado.”

“Por supuesto,” dijo Kanta. “Muchísimas gracias por vuestra generosa oferta, mi señora.”

“Estoy absolutamente segura que los Grulla desearían ofrecer algo similar,” dijo Ayano. “No puedo hablar por mi delegación, por supuesto, ya que no tengo esa autoridad, pero sé que los Grulla no repararían en gastos para ofrecer protección y hospitalidad a sus amigos entre los Fénix. Cualquier cosa que necesite ser salvaguardado sería más que bienvenido en tierras Grulla, Kanta-sama.”

El Fénix sonrió levemente. “Gracias. Gracias a todos.”

 

           

Shiba Ikokawa cortó limpiamente en dos a otro Yobanjin, su espada en llamas cauterizando las heridas instantáneamente y salvando el suelo del patio de que se manchara. El calor que irradiaba el cuerpo no significaba nada para ella. “Ejército de Fuego,” se rió del hombre muerto. “He sentido calor más abrasador de las hogueras de los barracones de la Legión de la Llama.”

“Impresionante.”

Ikokawa se quedó con la boca abierta ante el hombre que estaba en el patio, comiendo una manzana como si nada inusual estuviese ocurriendo. “¿Quién eres?” Preguntó. “¿Qué estás haciendo aquí?”

El hombre se la quedó mirando como si fuese una niña estúpida. “Estoy comiendo una manzana. ¿Eres corta?”

Ella señaló el anagrama Cangrejo que había en el kimono del hombre. “¡Se supone que todos los invitados debían haber sido evacuados hace horas!”

El Cangrejo asintió. “Envié a los demás de mi delegación. Pero yo no me podía ir.”

“¿Estás cojo?” Preguntó ella. “¿Herido?”

“Nada de eso,” contestó el hombre. “Simplemente se parecía demasiado a huir.”

“¡Estamos en guerra!” Gritó Ikokawa.

“Esto no es una guerra,” contestó el hombre. “Soy Yasuki Kowaru. Si crees que esto es una guerra, deberías estar una hora en la Muralla Kaiu durante la temporada alta.”

A su pesar, Ikokawa sonrió un poco. “Este lugar no es seguro,” dijo ella. “Cada pocos minutos, y en pequeños números, los incursores rompen las líneas de defensa. No deberías estar aquí.”

Kowaru se encogió de hombros. “No hay nadie interesante con el que hablar, y hay demasiado ruido como para dormir. Prefiero estar aquí.”

“No puedo permitir que te pongas en peligro mientras estés bajo la protección del Clan Fénix,” dijo Ikokawa.

Kowaru se rió. “No puedes hacer nada sobre eso, una mujer tan delgada como tu. Apostaría a que apenas puedes conseguir que ese kimono no exponga tus secretos. ¿Esto es lo que pasa como moda entre tu generación? Yo llevaba trajes que ocultaban más cuando era un sumotori.”

Ikokawa entrecerró los ojos, y empezó a contestarle, pero se vio interrumpida por otro cuarteto de atacantes, aullando mientras entraban en el patio. Uno de ellos lanzó al suelo el moribundo cuerpo de un centinela Shiba y ordenó a los demás que matasen a todos los que vieran. Ikokawa cortó instantáneamente en dos a uno de ellos, pero el siguiente que estaba más cerca portaba una espada templada lo suficiente como para resistir su ardiente katana, y parecía que no era un guerrero inexperto.

Kowaru gruñó enfadado a uno de los atacantes que iba hacia él. La carne del hombre humeaba bajo su armadura, y sus ojos hablaban de un dolor terrible, dolor que quería causar a otros. “¡Asquerosos samurai!” Escupió, humo surgiendo de su aliento.

“Bah,” se mofó Kowaru. “He escuchado mejores insultos.” En un movimiento rápido como el rayo, arrancó una lona que cubría varios barriles de provisiones y la lanzó contra su oponente. La lona empezó también a arder casi al momento, pero Kowaru no dudó. A través de la gruesa carpa agarró a su oponente por la cabeza y la dio un salvaje giro, que dio como resultado un sonoro crujido, y la inmediata caída de su cuerpo al suelo bajo la ahora humeante lona.

Ikokawa finalmente rompió la espada de su oponente y acabó con él, y luego se volvió hacia el cuarto atacante. Se sorprendió al descubrir que el hombre estaba totalmente quieto, con expresión de absoluta confusión en su cara, y al menos quince centímetros de acero surgiéndole del pecho. Cayó lentamente al suelo, y una joven con una máscara y un kimono negro y rojo estaba detrás de él, cuidadosamente limpiando la sangre de su espada. “Estoy absolutamente segura que te hubieses ocupado del asunto sin dificultades, pero no vi la razón para ser maleducada.”

Ikokawa gruñó. “¿Es qué nadie fue evacuado?”

 

           

La sala de audiencias principal del palacio era un lugar totalmente distinto al que había sido solo unas horas antes. Ochiai entró con un paso marcadamente más despacio, su cara mostrando dolor y tristeza. Su inmenso yojimbo estaba a su lado, como siempre, una horrible herida adornando su hombro izquierdo. Él se dirigió a una mesa llena de ahora olvidados refrescos y destapó una botella de sake. Puso un gesto de dolor al mirarla. “Qué pérdida,” murmuró mientras vertía la mayoría de su contenido sobre la herida de su hombro, una expresión de enfado el único signo de incomodidad que se permitió. Rápidamente se bebió el resto de la botella.

“¿Cuál es el estado de nuestras defensas?” Preguntó Ochiai, claramente exhausta.

“Tan bien como se puede esperar,” contestó Mitsuko. “Los Yobanjin poseen una resistencia a la magia tradicional distinta a todo lo que he visto antes.” Ella agitó la cabeza. “Me he enfrentado a maho-tsukai en el pasado que podían evitar algunas oraciones simples, pero nada de esta magnitud. Es increíble.”

“No son ellos,” dijo Bairei. “Es su señor. Es un Oráculo, con todo el increíble poder que se merece ese título, y nada de las limitaciones que estamos acostumbrados a ver en estas entidades. Su poder les hace infinitamente más peligrosos de lo que serían por si mismos, aunque les consume en cuerpo y alma.”

“¿Acabará ese consumo con sus vidas, en algún momento?” Preguntó Ochiai.

“Sin duda alguna,” confirmó Bairei. “Algunos de ellos, los que tienen una voluntad más débil, son sin duda consumidos por sus ‘bendiciones’ en pocas horas. Otros pueden durar días o semanas. Los más fuertes, quizás indefinidamente. Pero no morirán lo pronto que nosotros necesitamos, en este caso.”

El Maestro de la Tierra agitó lentamente la cabeza. “Las defensas que cree ya han desaparecido. Fundidas. Han fundido la piedra. Nunca había visto algo igual.”

“Yo si,” dijo Bairei con tristeza.

“Al ritmo actual del conflicto, es posible que sobrevivamos hasta que lleguen refuerzos,” dijo Ochiai. “La clave es que nosotros cinco sigamos luchando. No tenemos elección.”

“El asunto es mucho menos simple del que nos imaginábamos,” dijo de repente Ningen, mirando ausentemente al norte. “Este no es el único ataque que estamos sufriendo.”

“¿Qué?” Ladró Emori. “¿Qué está pasando? ¿Qué ves?”

Ningen siguió mirando, como a algo lejano que los otros no podían ver. “Los Yobanjin si dividieron sus fuerzas al irse del Castillo de la Novia Fiel,” contestó. “Una fuerza más pequeña se dirigió a través del Isawa Mori, hacia la Llanura del Corazón del Dragón. Su objetivo es siniestro, el soltar algo oscuro y terrible del vacío que allí hay.”

Ochiai levantó la mano. “Me duele escucharlo, pero no podemos diversificar recursos de esta batalla para combatir una amenaza a un lugar fuera de las tierras Fénix. Debemos poner nuestras prioridades de otra manera.” Dudó un momento. “Mitsuko, ¿puedes enviar un mensaje a tus compañeros Inquisidores?”

Mitsuko asintió lentamente. “Creo que he leído un informe sobre que Asako Serizawa está en esa región. Intentaré ponerme en contacto con él. Si lo consigo, él se ocupará del asunto. Tiene una habilidad para la eficacia que puede ser bastante… desconcertante.”

“Hay algo más,” dijo Ningen inquietantemente. “Un tercer grupo se separó del ejército principal. Ahora mismo están destrozando todo lo que se encuentran a su paso en las regiones más septentrionales de nuestras provincias. Tres aldeas y sus granjas han ya sido quemadas.”

“¡No!” Casi gritó Bairei. “¡La gente morirá de hambre!”

“No podemos permitirnos dividir las tropas que tenemos en el palacio,” dijo Emori. “Y aunque intentásemos hacerlo, nuestros enemigos no les permitirían huir, y en cualquier caso no llegarían al norte a tiempo.”

“Uno de nosotros podría alcanzarles a tiempo,” dijo Ochiai en voz baja.

“Mi señora, acabáis de decir que nosotros tres debemos permanecer en la batalla,” la recordó Mitsuko. “¿Qué puede conseguir el que dividamos nuestra atención? No es seguro que obtengamos la victoria en el norte, y si mayor certeza de derrota aquí.”

“Si las llanuras del norte son arrasadas, miles morirán la próxima temporada ocurra lo que ocurra aquí,” dijo Ochiai. “Quizás decenas de miles.”

“Si permanece en pie Kyuden Isawa, quizás podamos aliviar su sufrimiento,” replicó la Maestro del Aire.

“Quizás,” la recordó Ochiai. “Aliviar. No evitárselo.”

“Esto es un error,” dijo Mitsuko. “No podemos hacerlo.”

“Entonces lo resolveremos tal y como lo hacían nuestros predecesores durante más de mil años,” dijo Ochiai. “Votaremos. ¿Quién está a favor de dejar que las tierras del norte se defiendan por si solas?”

Mitusko levantó inmediatamente la mano, y lentamente, Emori también lo hizo.

“¿Y quién está a favor de defender el norte?” Ochiai levantó su mano, igual que Bairei. Todos se volvieron hacia el Maestro del Vacío. “Ningen-san, la decisión es tuya.”

“Iré yo,” dijo de repente Ningen. “Lo acabaré. De una forma u otra.”

Ochiai miró cuidadosamente al Maestro del Vacío. “Ningen-san,” dijo en voz baja, “sé que veneras la vida igual que yo. Piensa en lo que estás diciendo. Piensa en lo que te estás comprometiendo a hacer. De las vidas que acabarás. La carga… será demasiada.”

“Dejad que lo haga yo,” le urgió Emori. “Soy demasiado superficial como para que esas cosas me afecten, mi señor. Evitaros ese dolor.”

Ningen se rió un poco. “Siempre haciendo el tonto, Emori-san, incluso cuando sabes que puedo ver la verdad. No, esta es mi tarea. Sé que esto vendría, y no me asustaré por ello.” Se inclinó y se volvió para irse.

“Ningen,” dijo de repente Bairei. “¿Te volveremos a ver?”

El Maestro del Vacío sonrió levemente. “¿Quién puede ver el futuro, viejo amigo?”

 

Kotei Green Bay: Evan Hixon (Escorpión), Ganador del Torneo; Ian Wells (León), Ganador de la Donación de Comida

Kotei Petaling Jaya: Andy Putra (Cangrejo), Ganador del Torneo; Abdul Rahman Ibrahim (Grulla), Ganador de Mejor Disfraz