La Guerra del Fuego Oscuro, Parte 8

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

Akodo Shigetoshi nunca había sido un admirador de las tierras Dragón. Demasiadas montañas, demasiada inestabilidad. ¿Cómo se podía montar una defensa adecuada cuando el terreno podía ser alterado por un solo shugenja que tuviese suficiente dedicación a esa tarea? Podría ser un ejercicio interesante, por supuesto, pero cuando era una situación realmente importante, un elemento de azar así era muy indeseable. Y había habido muy pocas situaciones en la historia del Imperio que importasen tanto como esta.

Shiro Mirumoto se erguía en el horizonte. El aire era espeso por la neblina de la batalla, y el olor a cuerpos calcinados. Era un olor al que Shigetoshi se había acostumbrado en las últimas semanas. Incluso tan al sur como Shiro Kitsuki, venía en el viento que llegaba del norte. Había dado peso a los informes de violencia y derramamiento de sangre que hasta ahora solo habían sido papeles entre sus manos. El entusiasta clamor de sus hombres, listos para la batalla, se habían callado por ello, y se había visto reemplazado por una seria determinación.

“Mi señor.” Se adelantó uno de su grupo de mando. “Deberíais permanecer aquí y permitir que nosotros investigásemos la escena de esa batalla.”

“Bajo ninguna circunstancia lo permitiré,” dijo el Campeón del Clan. “Estaré en el frente de este conflicto, desde que se produzca el primer enfrentamiento. ¿Está claro, Sadahige?”

El oficial se inclinó. “Como ordenéis, mi señor.”

El León cabalgó hacia delante, y a cada paso, las esperanzas de Shigetoshi de descubrir algún signo de vida se desvanecían. La roca estaba tan ennegrecida que parecía como si todo el castillo estuviese labrado de obsidiana. Muchas de sus defensas estaban totalmente destruidas, y había numerosas fisuras en la muralla que lo rodeaba. Una de sus torres parecía como si se fuese a derrumbar en cualquier momento. Shigetoshi oró por los que sin duda habían muerto en su defensa. “Rodead el castillo,” ordenó mientras se acercaba. “Buscar supervivientes entre los caídos. Salvarles si podéis, pero si no, enviarles a sus ancestros en la forma adecuada para hombres de honor. Y si…”

El Campeón León se calló debido a un sonoro gemido. Shigetoshi desenvainó en un movimiento fluido e instintivo mientras una de las puertas se movía peligrosamente sobre sus bisagras, y luego se abrió sin caerse. El polvo y el humo que había dentro enmascaró la identidad de los que salían. “Arqueros preparados,” dijo tranquilamente Shigetoshi. “Escuderos al frente.”

“He visto esto en muchas obras de teatro,” dijo una voz entre la neblina. “Los León en la puerta del Dragón. Pero no es así como me imaginé que ocurriría. Me alegra encontrar que estaba equivocada.”

Shigetoshi hizo una señal a sus hombres para que se relajasen. “¿Kei-san? ¿Eres tú?”

Mirumoto Kei se adelantó. Su armadura colgaba de ella a trozos, y parecía como si se fuese a desintegrar en cualquier momento. Su cara estaba manchada de ceniza y sangre, y tenía vendas colocadas aparentemente al azar que cubrían media docena de heridas. “Me alegra verte, Shigetoshi.”

EL Campeón León miró por detrás de ella, al patio. “Tu hogar sigue en pie. ¿Cuántos hombres te quedan?”

“Demasiados pocos,” admitió Kei. “Como mucho doscientos.”

“Que quede alguien vivo es un testamento a tu liderazgo,” dijo Shigetoshi. “¿Y tus enemigos?”

“Muchos murieron,” dijo ella. “Aparentemente los demás decidieron que el asedio era demasiado costoso. Finalmente se retiraron tras ver que eran incapaces de aprovechar las brechas en nuestras defensas. Les echamos.” Se detuvo y miró a la primera línea, que estaba pesadamente armada. “¿Les llamaste ’escuderos’? ¿No son esas las planchas de metal que a veces usan los Unicornio?”

“Es un término que hemos adaptado, basado en tácticas que hemos estado estudiando,” dijo Shigetoshi. “Se refiere a su función, no a su equipamiento.” Miró a su alrededor. “¿En cuanto tiempo puedes reunir a tus fuerzas? Me imagino que estarán algo divididas, dada la enormidad del territorio que estás intentando defender.”

“En demasiado tiempo,” dijo Kei. “¿Están tus fuerzas listas para marchar?”

“Ningún León no está siempre listo para marchar,” contestó Shigetoshi. “¿Por qué preguntas?”

“Porque los Yobanjin marcharon hacia el sur,” contestó Kei. “Creo que se dirigen directamente hacia Shiro Tamori, y tienen una considerable ventaja. No hay campamentos grandes Dragón entre aquí y allí.”

“Quizás será suficiente la Mano Derecha del Imperio,” dijo Shigetoshi. Se volvió hacia Sadahige. “Dale a Kei-san tu caballo.”

 

           

El Canciller Imperial se volvió hacia los reunidos tras inclinarse ante la Emperatriz, quien acababa de sentarse tras el biombo de su estrado. “La Emperatriz y sus consejeros están, por supuesto, en contacto con los que están en el frente,” dijo, “pero es su deseo saber si alguien en su corte ha recibido información de sus clanes que pueda ser de interés para su augusta persona.”

Ide Eien se adelantó e inclinó ante el Canciller. El daimyo Ide parecía mucho más pálido de lo habitual, y a su expresión le faltaba su habitual sonrisa efervescente que siempre tenía. “Me han informado que la ciudad de Akami ha sido atacada,” dijo en tono apagado. “Se creía que los Yobanjin que habían arrasado Bikami se habían retirado y fragmentado en las muchas patrullas que han estado asolando el área. Desafortunadamente, parece que esto solo era parcialmente correcto. Un parte importante de la fuerza permaneció en las montañas, observando las acciones militares Unicornio. Cuando las patrullas que había en esa área fueron erradicadas y el Junghar se dedicó a recuperar la frontera norte, los Yobanjin descendieron de las montañas, tras nuestras líneas, y atacaron Akami.”

“Akami es el centro más importante de producción de comida que le queda al Unicornio,” dijo Asako Kanta, claramente horrorizado. “¿Cómo deja este ataque a tu gente? ¿Cuál ha sido el resultado?”

“El resultado ha sido catastrófico,” admitió Eien. “La prioridad de los Yobanjin era asegurar que nadie escapase para alertar a los militares, o su asedio habría sido breve. Murieron miles. Gran parte de la ciudad ardió, igual que tantas otras.”

“Siento la pérdida de los de tu clan,” dijo Kitsu Kiyoko. “Pero también debo preguntarme que significa para las capacidades del Ejército de Fuego el adquirir tan gran cantidad de suministros. En teoría, podrían seguir sus operaciones tras nuestras líneas a pesar de la constante destrucción de sus líneas de suministro en tierras Dragón.”

“Aunque significa el casi seguro desastre para mi gente, me alegra al menos informar que eso no será un problema,” continuó Eien. “Aunque los guardianes de la ciudad lucharon valientemente, eran inferiores en número y al final fueron matados. Cuando el último de ellos cayó, un samurai que visitaba la ciudad y que luchó junto a ellos, se ocupó de prender fuego a los almacenes para negárselos a los Yobanjin.” Eien bajó la cabeza. “Los Unicornio no le culpan por esto, aunque la posibilidad de morirnos de hambre es ahora muy real.”

“¿Quién fue el responsable de ese acto?” Inquirió Kanta.

“No sé su nombre,” dijo Eien. “Solo sé que era un León, y que acabó con las vidas de muchos, muchos enemigos. Sé que salió vivo, y que aún les persigue por las montañas. Solo.”

“Un Deathseeker,” dijo Kiyoko. “Que su alma encuentre la redención.”

“Sé que nuestra gente se está enfrentando a un enemigo implacable que no se rinde,” dijo Kanta, “pero encuentro el celebrar la muerte difícil de entender, sea cual sea la circunstancia. Los Fénix eligen la vida.” Se inclinó ante Eien. “Las provincias Agasha disfrutaron una cosecha abundante la temporada pasada. El Fénix compartirá gustosamente esa abundancia con el Unicornio, para aliviar vuestra carga.” Se inclinó muy profundamente ante el Ide.

Ide Eien empezó a responder, pero solo asintió, como si no confiase de poder hablar.

La escena se vio interrumpida cuando entró una joven asistente y pasó rápidamente entre los reunidos. No dijo nada, pero su comportamiento y expresión mostraba claramente que el asunto era serio. Susurró algo a uno de los asistentes Dragón después de inclinarse, y luego se fue.

“Si me lo permitís,” dijo Kitsuki Berii, su voz grave. Se inclinó ante la corte. “Acabamos de ser informados por uno de nuestro clan que Shiro Tamori está siendo sitiado.”

 

           

El ataque de Shiro Tamori no podía haber llegado en un momento peor. Bajo circunstancias normales, el castillo estaba levemente defendido en el mejor de los momentos, y a menudo solo tenía un mínimo contingente de centinelas Mirumoto que estaban presentes más que nada como una formalidad. ¿Quién se atrevería a atacar un castillo construido en la base de un volcán, y que además era necesario que un ejército marchase durante varios días por entre algunas de las montañas más escarpadas del mundo? Era una idea estúpida, pero se había convertido en realidad.

Con la cada vez mayor actividad de incursiones Yobanjin por todas las provincias Dragón, las fuerzas que defendían Shiro Tamori habían sido incrementadas. Pero poco tiempo antes, el ataque de Shiro Mirumoto había hecho que Tamori Shimura enviase a la mayoría de sus defensores como refuerzo para esa gran batalla, dejando al castillo muy pobremente defendido. Y ahora, parecía, pagaría el precio de su altruismo.

“¿Qué sabemos a ciencia cierta?” Preguntó la áspera voz de Tamori Wotan.

“La fuerza atacante viene de la dirección de Shiro Mirumoto,” contestó Shimura. “Es más pequeña de la que los informes dicen que atacó allí, por lo que podemos asumir que es una fuerza distinta, o que es la fuerza que atacó allí y ha sido echada, en cuyo caso los Mirumoto probablemente les estén persiguiendo, o podría ser que el castillo ha caído y están haciendo valer esa ventaja.”

“Hmm,” musitó Wotan, frotándose el mentón. “Es posible que no consiguiesen tomar el castillo, pero que las fuerzas Mirumoto estuviesen demasiado cansadas como para perseguirles. No podemos asumir que la ayuda está en camino.”

“No tengo tal vana ilusión,” dijo Shimura. “Debemos asumir que estamos solos. A pesar de la reducida fuerza enemiga, son demasiados como para que combatamos solos, y su estilo de retorcida magia puede hacer que la ventaja que poseemos sea dudosa, debido al gran número de shugenjas que hay aquí.”

Wotan frunció el ceño. “Pareces resignado a la derrota.”

“No,” le corrigió Shimura. “Soy realista sobre nuestras posibilidades. No tengo intención alguna de abandonar nuestro hogar, pero debemos tener un plan en el caso de que la derrota sea inevitable.”

“Derrota,” se mofó Wotan. “¿Harías que sacrificásemos nuestro propio hogar para impedir que el enemigo lo tomase? ¿Cómo los maullantes Fénix?”

“Nunca como los Fénix, no. La única razón aceptable para sacrificar el castillo sería si, al hacerlo, les destruyésemos a todos,” contestó tranquilamente Shimura. “¿Acaso no es esa una de las lecciones que me enseñaste? Victoria, ¿sin importar el coste? Es un principio que entendió muy bien mi madre.”

El viejo gruñó. “Quizás, y a pesar de todo, estabas prestando atención.”

Shimura se sonrió. “Ven conmigo, sensei. Querrás ver esto.” Los dos hombres entraron en una de las salas exteriores, donde esperaba un grupo de personas. “Creo que conoces al enviado Fénix a nuestra familia, un socio de mi fallecido padre si no recuerdo mal, y a otro de nuestros invitados, el sobrino-nieto del antiguo Maestro de la Tierra, Isawa Sachi. Como puedes ver, siguió siendo un miembro del Clan Liebre.”

“Buenos días,” dijo el Fénix con una reverencia. “Soy Isawa Nakajima, mis señores.”

El Liebre también se inclinó. “Soy Usagi Sachiken, mis señores, llamado así por mi tío. Es un gran placer para mi conoceros.”

Wotan asintió muy levemente al Liebre y miró al Fénix con poco más de una mirada torva. “No sabía que tuviésemos invitados.”

“Si, sensei, tus obligaciones te mantienen muy ocupado,” dijo Shimura. “La mayoría de nuestros invitados regresaron hace semanas a sus hogares, cuando empezó la lucha. Estos venerables sacerdotes permanecieron para proseguir sus estudios.” Asintió levemente. “Entenderéis, honorables invitados, que debo insistir que os marchéis. No haré que el Dragón sufra la consternación de vuestras familias si la lucha acaba con vuestras vidas.”

“Con gusto ayudaría en la defensa del castillo, mi señor,” dijo ansiosamente Sachiken.

Shimura levantó una mano. “Te lo agradezco, pero esa no es una opción aceptable. Pero si tu ansia es genuina, entonces si tengo un favor que pediros.”

“Por supuesto,” dijo Nakajima. “Cualquier cosa.”

“He preparado varias de las obras más sagradas de nuestra familia,” dijo Shimura. “Nuestras mejores investigaciones y las fórmulas más importantes. No deben perderse, sean cuales sean las circunstancias. Deseo que las llevéis a la Corte Imperial, para que la Emperatriz las tenga en su posesión.”

Era obvio que el Liebre estaba decepcionado, pero el Fénix volvió a inclinarse. “Si ese es vuestro deseo, entonces se hará. Estamos muy agradecidos por vuestra muestra de confianza.”

“Confianza,” se burló Wotan. “Que improbable.”

“Basta, sensei, este no es el momento,” le reprendió Shimura. “A su momento, de eso no tengas dudas, pero ahora no.” Se volvió hacia los dos shugenja. “Tenemos una escolta preparada para vosotros.”

Sachiken frunció el ceño. “Perdonadme, mi señor, pero si vuestro hogar va a ser atacado, ¿no necesitaréis todos los hombres de los que dispongáis? Podemos valernos por nosotros mismos si eso significa más hombres para defender el hogar de vuestra familia.”

“Es un detalle, pero innecesario,” dijo Shimura mientras dos samuráis Unicornio entraban en la habitación. “Estos son Shinjo Naota y Utaku Anhui. Son exploradores del Junghar Unicornio, y aparentemente ellos y sus colegas están por las tierras Dragón en estos momentos.”

“¿Eso es así?” Retumbó Wotan.

“No menos de una docena de patrullas están actualmente desplegadas por las tierras Dragón, recogiendo tanta información sobre el enemigo como les sea posible,” confirmó Naota.

“Bajo circunstancias normales, esa información haría que me enfadase bastante,” dijo Shimura. “Desafortunadamente, en estos momentos no nos podemos dar esos lujos. Vosotros y vuestra patrulla…”

“Somos todo lo que queda,” dijo Anhui sombríamente.

“Mis disculpas,” continuó Shimura. “Vosotros dos debéis escoltar a estos hombres y a su valioso cargamento a la Corte Imperial. Por hacerlo, os ganaréis la amnistía para cualquiera de vuestros hombres que sean capturados por nuestros primos Mirumoto durante el curso de este conflicto.”

“¿Amnistía?” Preguntó Naota. “¿Por qué se iba a necesitar una amnistía?”

“El Dragón ha tenido una serie de invasiones en los últimos tiempos,” dijo Shimura. “Primero los entrometidos Mantis, y ahora un vasto ejército de gaijin. Muchos de tu clan, especialmente los Moto, tienen rasgos que puede hacer que sean tomados por Yobanjin, ¿verdad? ¿Y acaso no podría un Yobanjin haber matado a una de tus patrullas y tomado su armadura? No, creo que la posibilidad de requerir amnistía puede ser bastante real, ¿no crees? Tampoco es que un clan necesite una razón para ofenderse cuando hay otros dentro de sus fronteras sin permiso.”

“Por supuesto,” dijo Naota. “¿Cuándo partimos, Tamori-sama?”

“Inmediatamente,” contestó Shimura. “Tenemos menos de dos horas.”

 

           

Un murmullo de comprensión se extendió por la gente al ser dada la noticia a la corte. Ide Towako, su pelo aún húmedo por el baño que se había dado inmediatamente para limpiarse tras regresar a Kyuden Bayushi de las tierras Unicornio, asintió apreciativamente a los que murmuraban indignados ante la noticia. “Sé que sentís el dolor de otra pérdida más, honorables asistentes a la corte de la Emperatriz,” dijo, “y yo siento mucho la carga de traeros una noticia así, pero también hay razones para celebrar, ya que incluso en la pérdida de Yashigi, los vasallos del Khan consiguieron un poco de victoria.”

“Daría la bienvenida a una noticia así,” dijo uno de los delegados Escorpión. “Por favor, comparte con nosotros el relato sobre el heroísmo de tu gente.”

Towako se volvió a inclinar. “La noticia de un inminente ataque llegó a la aldea menos de dos horas antes, cuando una de las muchas patrullas del Khan detectó los movimientos enemigo hacia el sur. Afortunadamente, esto permitió que muchos de los recursos de la aldea fueran evacuados para evitar ser capturados. Pero desafortunadamente, Yashigi era una aldea relativamente pequeña, y no ofrecía nada significativo como defensa contra los Yobanjin. El comandante de los exploradores lo sabía, y sabía que no había forma de salvar la aldea. El nombre del comandante era Ide Shinji, primo de mi señor Ide Eien.”

Muchos miraron a Eien, quien estaba inmóvil en una de las mesas de la delegación Unicornio. Su cara estaba más pálida de lo habitual, y tenía una expresión de desolación. Mientras los demás volvieron a prestar atención a Towako, Yoritomo Sachina hizo un gesto a uno de sus ayudantes, y luego fue a sentarse en la mesa junto a Eien y empezó a hablarle en voz baja. Este no dio signo alguno de haberse dado cuenta.

“Shinji-sama ocultó a su unidad en la mina de jade que era la principal fuente de ingresos de Yashigi, razonando que los Yobanjin probablemente ni siquiera se darían cuenta que estaba allí, y desde luego no se arriesgarían a enviar a hombres a la mina cuando la comida y los suministros eran su objetivo principal,” continuó Towako. “Al pasar el enemigo, Shiji lideró a su pequeño grupo en una valiente carga, armados con polvo de jade que impregnaba sus armas.”

“¿Polvo de jade?” Preguntó Moshi Minami. “¿Se nos está diciendo que el poder del jade afecta a los Yobanjin? ¿Es la influencia que el Oráculo Oscuro tiene sobre ellos lo suficientemente grande como para que les haga susceptibles a su toque? No había oído nada de esto.”

“Con todo mi respeto, mi señora, no lo sé,” admitió Towako. “Solo sé que Shinji y sus hombres atacaron la formación enemiga y, gracias a la sorpresa, rompieron sus filas y atacó al grupo de mando Yobanjin. El comandante del ejército y sus oficiales fueron matados antes de que Shinji y sus hombres fuesen derrotados.” Inclinó la cabeza. “El Khan ha declarado a Shinji un héroe de nuestro clan, y es un gran honor para mi el traeros esta historia.” Se detuvo. “Es un placer para mi informaros que se consiguió el estandarte de guerra Yobanjin, y el segundo de Shinji huyó de la batalla con el, por orden de Shinji-sama. Ahora está en manos de los Iuichi, quienes esperan usarlo para entender la naturaleza de los siniestros encantamientos que el Oráculo Oscuro ha puesto sobre nuestros enemigos.”

“A la Emperatriz le duelo escuchar que ha habido más muertes entre su gente,” dijo la Voz de la Emperatriz, “pero se siente feliz por el valor y la tenacidad de sus servidores en el Unicornio. El Khan y su gente han agradado enormemente a la Divina Emperatriz al rehusar sucumbir ante tantas terribles pérdidas.”

Towako se inclinó profundamente. “Gracias, gran Emperatriz. Quizás os alegre saber que fui testigo de la llegada de unos papeles procedentes de la Ciudad Imperial que informaban al Khan que el Campeón Esmeralda le ha permitido enviar su ejército al norte. No dudo que el Khan purgará no solo las tierras Unicornio de sus enemigos, sino también las montañas del norte. Los Yobanjin serán aplastados entre el martillo que es el Khan, y el yunque que es el Clan Dragón.”

Hubo un momento de silencio mientras los varios asistentes se miraban con incertidumbre. Finalmente, el inmenso Yasuki Takai gruñó. “El Khan marcha. Hmph. Buenas noticias, supongo, pero debes admitir que la frase ahora tiene ciertas… connotaciones.”

“Cuando el Khan esté hombro con hombro con Mirumoto Kei, Akodo Shigetoshi, y Hida Benjiro en las llanuras de la batalla, victorioso, entonces las connotaciones a las que te refieres ya no existirán,” dijo Towako con confianza.

“Ya veremos, supongo,” dijo Takai encogiéndose de hombros.

“La idea de los clanes evaluándose entre si por sus éxitos en vez de por sus errores es una idea que agrada tremendamente a la Emperatriz,” dijo la Voz de la Emperatriz asintiendo a Towako. “Igualmente, la muestra de solidaridad entre Fénix y Unicornio agrada el corazón de la Divina. Desea saber si los demás tienen la misma sensación de hermandad, para que se adelanten y alivien el dolor de sus amigos en el Clan Unicornio.”

“El Mantis vive para servir a la Emperatriz,” dijo al instante Yoritomo Sachina, levantándose de su asiento para inclinarse ante el trono y dirigirse a la corte. “Unicornio y Mantis hace tiempo que son aliados, y el dolor de su difícil situación toca nuestros corazones. Incluso ahora, Unicornio y Mantis luchan juntos en las tierras septentrionales Tejón, hostigando las fuerzas de nuestros enemigos mientras el ejército del Shogun marcha hacia el norte por el Camino del Exilio. Es solo a través de nuestra mutua cooperación que las fortificaciones Tejón restantes permanecen intactas, esperemos que el tiempo suficiente como para que el gran Moto Jin-sahn otorgue la sentencia de la Emperatriz a los Yobanjin.” Hizo un gesto a su ayudante, quien había regresado con una adornada caja, para que se adelantase. “Hace más de mil años, los Unicornio se fueron del Imperio para cumplir con la orden de explorar que les dio el primer Emperador. Antes de irse, Otaku Yashigi encargó un regalo para un vasallo favorito suyo, uno que se quedaría para esperar el regreso del Ki-rin. Cuando los Kitsune fueron expulsados de las tierras Ki-rin, este regalo también fue llevado, y ha permanecido en la familia Zorro desde entonces. Ahora, en vista de los horrores que ha sufrido el Unicornio, es deseo de los Kitsune y los Mantis que este exquisito regalo sea devuelto al clan que lo creó, para que puedan reemplazar la devastación con belleza y alegría.” Sachina se inclinó cuando se abrió la caja, y muchos en la habitación dieron un grito ahogado por la belleza del juego de té de jade que contenía. “Nada nos alegraría más que el Unicornio aceptase nuestro regalo.”

Towako sonrió y empezó a responder, pero Eien interrumpió. “Esto fue un regalo,” dijo en voz baja. “Era para los Kitsune. Debería permanecer con los Kitsune.”

“Es un tesoro Unicornio,” replicó Sachina. “Los Kitsune se han sentido muy honrados vigilándolo, pero ha llegado el momento de que regrese a su hogar.”

“Vuestra generosidad es de agradecer, pero incluso un tesoro así no puede reemplazar a los… los caídos.”

“Por supuesto que no,” dijo Sachina en voz baja. “Ni esperamos que sea así. Pero al menos os recordará, a todo tu clan, la belleza y la santidad de aquello que murieron por proteger. Por favor, aceptarlo.”

Eien se quedó en silencio un momento, y luego sonrió y asintió.

 

           

La batalla por Shiro Tamori iba mal.

A pesar del gran número de shugenjas presentes en el castillo en el momento del ataque, la habilidad de los Tamori era rezar a los kami de fuego y tierra. Era irónico que sus enemigos fuesen inmunes al fuego por las bendiciones de su señor, reflexionó Shimura, y que su propio tipo de chamanismo bárbaro les daba también algún tipo de protección contra la tierra. En ese aspecto ambas fuerzas estaban, aunque no igualadas, casi parejas. Negaba la ventaja que tenían los Tamori, y sin ella, la aplastante superioridad numérica del enemigo era quizás demasiado grande como para vencerla.

Wotan salió al balcón donde Shimura había ido para ver el progreso de la batalla. “¿Alguna novedad?” Preguntó.

“Shiro Kitsuki ya está avisado,” dijo Shimura. “Hida Benjiro ha enviado toda su caballería para ayudar a nuestra defensa. No son tan rápidos como el Unicornio, pero conocen las montañas mucho mejor. Son la ayuda más rápida que nos podemos esperar.”

Wotan miró a la batalla que tenían ante ellos. “No llegarán a tiempo.”

“No,” estuvo de acuerdo Shimura. “No por un amplio margen. En menos de una hora habrá una brecha en los muros. Posiblemente en pocos minutos.”

Los hombros manchados de sangre del viejo sensei temblaron con ira. “¡No podemos permitir que tomen el castillo!”

“Nuestras opciones son bastante limitadas,” dijo Shimura. “Si seguimos luchando, perderemos a todos los defensores, y el castillo caerá. Si nos retiramos para salvar las vidas de nuestra gente, tomarán y posiblemente se mantendrán en el castillo, lo que dará a los Yobanjin una fortaleza alrededor de la cual podrán reunirse y guerrear contra las tierras Dragón del sur. Si destruimos el castillo, entonces simplemente perseguirán a nuestras fuerzas, las matarán, y elegirán un nuevo objetivo.” Agitó la cabeza. “Solo puedo ver una opción. No es lo que yo elegiría, pero si sería la elección de mi madre. Quizás lo deberíamos haber hecho desde el principio.”

“Sé lo que piensas, hijo,” dijo Wotan. “No lo harás. No permitiré que te sacrifiques.”

“Alguien debe hacerlo,” dijo Shimura. “Debemos permitir que entren en el castillo, y luego derruirlo sobre ellos. Magia de tal poder no puede ser usada por cualquiera. Para un logro de tal magnitud, los kami exigen un gran precio. ¿Quién entre nosotros puede pagarlo? ¿Debería pedir la muerte de otro?”

“Yo lo haré,” dijo Wotan.

“Eso nunca lo permitiré,” contestó simplemente Shimura.

Wotan frunció el ceño, y luego se quedó inmóvil. “¡Hay otra forma de hacerlo!”

Shimura le miró sorprendido, y luego escuchó cuidadosamente lo que proponía. “¿Se puede hacer eso?” Preguntó. “¿Se puede controlar? ¡Podríamos morir los dos!”

“Y podríamos vivir los dos,” insistió Wotan. “La elección es tuya.”

El joven daimyo se quedó pensativo largo rato, viendo como los Dragón luchaban contra todo para proteger su hogar. “¿Y si son inmunes?”

“Nadie es inmune a algo así,” dijo Wotan. “Nadie.”

Shimura agarró con fuerza la barandilla. “Muy bien,” dijo. Se volvió hacia uno de los hombres de señales que le había estado siguiendo desde que empezó la batalla. “Señala retirada. Abandonar el castillo. Que solo se queden voluntarios para aguantar las líneas. Asegúrate que entienden que hay muy poco tiempo.” Se volvió hacia el viejo. “Vayamos y hagamos la guerra al estilo de mi madre, sensei.”

 

           

Desde lo alto de la ladera de la montaña en la que había sido construido Shiro Tamori, Wotan y Shimura observaban en silencio como los Yobanjin asaltaban las murallas del castillo y destrozaban todo lo que había en su interior. El flujo de Dragones huyendo hacia el sur finalmente se había acabado al escapar todos los que podían o querían hacerlo. Todos los que ahora permanecían dentro estaban perdidos, por elección o destino. Que tantos hubiesen permanecido en sus puestos llenaba el corazón de Shimura de una mezcla de orgullo y pena. Ahora simplemente esperaban a que el enemigo entrase completamente en el castillo.

“Los destrozan todo, como animales,” dijo Shimura. “Sus acciones no tienen estrategia, salvo la destrucción.”

“Es que ahora apenas son hombres,” dijo Wotan. “El veneno de su señor les ha vuelto locos. Son sus animales, sus bestias de caza. Pocos entre ellos incluso recuerdan lo que es hacer adecuadamente la guerra. Su comandante ahora les permitirá que lo destrocen, durante un tiempo, y luego les calmará antes de que dañen aún más el castillo.” Miró a su alumno. “Creo que tu valoración fue correcta. Harán su fortaleza en nuestro hogar.”

“No,” dijo Shimura. “No lo harán.”

“Concéntrate, hijo,” dijo Wotan mientras empezaban el ritual. “Usar este poder no es la parte complicada. Recuperar el control una vez que ha saboreado la sangre es la parte que nos retiene.”

Los dos hombres se concentraron, perdidos en comunión con los espíritus de la montaña que les rodeaban. Pasaron unos minutos, primero pocos, luego más. Los rasgos de Shimura mostraban cansancio y malestar, y el sudor empapaba su frente a pesar de los fríos vientos de la montaña. Se preguntó si la tarea era tan complicada para Wotan, pero no se atrevió a romper la concentración para mirarle; el hacerlo sería invitar al desastre, en una escala que no había visto desde su infancia.

Lentamente, hubo un gran retumbar debajo de ellos que creció gradualmente, que creció cada vez más. Shimura podía escuchar la música de rocas cayendo en cascada por la montaña mientras esta retumbaba y temblaba, pero seguía sin concentrarse. Por indicación suya, y por la de Wotan, un gran túnel se abrió en la montaña, la roca abriéndose como si fuese cuero viejo.

Un mar de lava fundida surgió del túnel, fluyendo montaña abajo, con clara ansia y amenaza. Shimura pudo escuchar unos pocos gritos de pánico provenientes de los Yobanjin que había en el castillo, y para entonces ya era demasiado tarde. La roca fundida saltó por encima de las murallas y cayó a los patios, llenando todos los espacios y aperturas con un propósito lento pero inexorable. Su propósito era la muerte.

“Eso es suficiente,” gruñó Wotan. “¡Debemos convencer a la tierra para que se selle, o despertará toda la montaña!”

El acto de cerrar la puerta de piedra fue más difícil que abrirla, y para cuando los gruñidos y los temblores se habían finalmente detenido, Shimura estaba tan débil como un niño. Cayó al suelo, todo su cuerpo empapado de sudor y temblando por su debilidad tras el esfuerzo. “Lo hicimos,” graznó. “Les hemos derrotado.”

Bajo ellos, Shiro Tamori bullía en un caldero de piedra líquida, girando lentamente y colapsándose en su pira funeraria.

 

           

Shinjo Genki miró rápidamente y por encima el pergamino, buscando los detalles importantes. Afortunadamente era bastante breve, y dada la obvia rapidez con el que había sido escrito, asumió que el explorador que lo había escrito estaba huyendo mientras lo escribía, o quizás herido. Esperaba que fuese lo primero y no lo segundo. “Por lo que los restos de las fuerzas que atacaron Yashigi y Akami se han unido y están en ruta aquí,” dijo al comandante de la patrulla que lo había entregado. “¿Cuántos son?”

El oficial agitó la cabeza. “No podría decirlo, mi señora. A sus filas se les están uniendo patrullas más pequeñas, que convergen con su camino cada dos kilómetros. Cualquier estimación que pudiese hacer no tendría nada que ver con la realidad. Pido perdón por mi fracaso.”

“Nada de eso,” dijo ella con rudeza. “Necesito a todos los samuráis que puedan blandir una espada mentalmente preparados para entablar guerra contra nuestros enemigos. Si insistes en cargarte de culpa, hazlo después de que veas si has sobrevivido o no.” Le devolvió el pergamino. “¿Cuándo llegarán?”

“También es imposible decir,” informó el comandante con un gesto de dolor. “Mi patrulla se pudo alejar fácilmente de ellos, pero se mueven con mayor rapidez que cualquier fuerza de ese tamaño que haya visto jamás, excepto las nuestras. Creo que…” dudó un momento, y luego se encogió de hombros y prosiguió, “creo que el fuego que portan arde en su interior, haciéndoles ir más rápido. No veo otra explicación a como se mueven con tanta rapidez. Ha costado al Imperio muchos recursos porque no estamos preparados para tal velocidad.”

Genki asintió. “Quiero que coordines con el capitán de la guardia. Está supervisando la defensa del castillo y de la ciudad. Quiero que todo hombre y mujer capaz tanga un arma y esté preparado para luchar.” Le miró fijamente. “No habrá retirada. No habrá rendición. No habrá negociación. Quiero que eso lo entienda cada persona que tome un arma en nombre de la familia Shinjo. ¿Lo entiendes?”

“Por supuesto,” dijo el hombre, inclinándose. “No os fallaremos, mi señora.”

Genki se limpió los ojos y deseó poder descansar, aunque fuese solo unos momentos. Pero al ser el castillo familiar más cercana al frente, Shiro Shinjo se había convertido en una especie de descanso para las fuerzas Unicornio combatiendo contra el Ejército de Fuego. La logística era toda una pesadilla, e incluso ahora los suministros empezaban a escasear. Eso no era inusual para esta época del año, pero Genki sabía demasiado bien que no vendría un reabastecimiento desde Bikami o Akami. Esta vez no.

“Mi señora,” dijo una voz sin aliento detrás de ella.

Genki frunció el ceño por como eso la resultaba familiar y se giró, y después se le alegró la cara. “¡Dun!”

El joven oficial hizo una profunda reverencia mientras intentaba quitarse su capa de viaje, que tiró a un lado sin pensárselo. “Vine tan rápido pude, mi señora. Cuando me informaron de los otros ataques, temí que Shiro Shinjo pudiese ser el siguiente.”

“Creo que tus temores estaban bien fundados,” dijo Genki.

“Vuestra hija,” dijo inmediatamente Dun. “¿Está a salvo?”

“Está con la hermana de su padre en la corte de Shiro Moto,” dijo Genki. “Gracias por preguntar.” Miró hacia abajo. “Esa no es la espada de tu padre.”

“No,” confirmó. “Me detuve en el hogar de mi familia antes de presentarme aquí. Espero que me perdonéis, pero necesitaba que mi hermano pequeño llevase hoy la espada de mi padre. Defenderá nuestro hogar y a mi madre. Mi padre desearía que él estuviese allí.”

“Por supuesto,” dijo ella. “¿Y la espada que la reemplaza?”

“Un regalo,” dijo, con expresión de no estar del todo contento. “De mi sensei entre los Akodo.”

A pesar del horror de su situación, Genki se rió. “¿Entonces debo asumir que tus sentimientos por el León se han visto algo calmado por tu entrenamiento con ellos?”

“Eso ya se verá,” dijo con seriedad Dun. “Pero he ganado un poco de… digamos que de contexto.”

“Me alegro,” dijo Genki. “Shono también estaría contento.” Sonrió al joven y pensó por un momento como había sido como un hijo para su fallecido esposo. “Pero basta de recuerdos. Deseo que asumas el mando de la defensa del castillo.”

“¿Yo, mi señora? ¿Estáis segura?”

“Totalmente,” contestó Genki. “El capitán de la guardia está en los barracones exteriores.” Ella le dio su sello. “Muéstrale esto y ordénale que te informe de todas las decisiones que ha tomado hasta ahora. Puedes hacer los cambios que estimes oportunos.”

Dun se inclinó. “Os serviré con mi vida, dama Genki-sama. Si os parece, mientras que estoy en la ciudad exterior, ordenaré a mi guardia de honor que permanezca aquí y que se asegure que nada os amenaza.”

Genki frunció el ceño. “¿Guardia de honor?”

Una irónica sonrisa pasó durante un brevísimo momento por la cara de Dun. “Los Akodo insistieron,” dijo. Señaló al balcón, y la siguió cuando Genki salió a el.

“Fortunas,” maldijo ella.

Quinientos guerreros León estaban en perfecta formación en el patio de Shiro Shinjo, esperando órdenes.

 

 

 

Kotei Clifton: Jared Devlin-Scherer (León) Ganador del Torneo; Matt Tyler (Escorpión) – Ganador del Mazo Temático

Kotei Corvalis: Case Kiyonaga (Unicornio) – Ganador del Torneo; Michael Gustie (Fénix) – Ganador de la Donación de Comida

Kotei Logroño: Ridha Chelghaf (Unicornio) – Ganador del Torneo; José Luis Dominguez (Liebre) – Ganador del Mazo Temático

Kotei Minsk: Mikhail Solntsev (Unicornio) – Ganador del Torneo; Nikolay Roganov (Mantis) – Ganador del Mazo Temático

Kotei Fortaleza: Jehovah Netto (León) – Ganador del Torneo; Ricardo Brauner (Fénix) – Ganador del Mazo Temático