La Guerra del Fuego Oscuro, Parte 9

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

La ciudad ardía, pero hasta ahora no habían tocado el castillo. Shinjo Dun se limpió la ceniza de su cara con una manga que ya estaba saturada de sangre, tanto de sus aliados como de sus enemigos. Ayudó a uno de sus compañeros a ponerse en pie, pero este agitó la cabeza; estaba claro que ya no lucharía más. “Déjame aquí,” jadeó. “Aguantaré esta posición tanto tiempo como pueda.”

“Están desorganizados,” insistió Dun. “¡Podemos romper sus líneas! ¡Hacerles retroceder!”

El hombre de infantería agitó su cabeza. “Estaré muerto en poco tiempo, amigo mío, y en esta condición no hay línea lo suficientemente débil como para que yo la pueda romper.”

Dun maldijo, pero asintió. Las heridas del hombre eran significativas, y a no ser que pasase por allí un shugenja antes de que se acabase la batalla, su predicción de muerte sería bastante certera. Pero por muy desafortunado que fuese, no sería una prioridad para Dun. Ahora mismo su tarea era empujar hacia atrás las líneas Yobanjin, Y si solo tuviese una fuerza capaz de montar un contraataque, sería casi sencillo…

“Dun-sama.”

El joven Unicornio se volvió para encontrarse a un León. “¿Qué estás haciendo aquí?” Preguntó. “¡Os dije que protegieseis el castillo y a la Dama Genki!”

“La Dama Shinjo está protegida por cuatrocientos guardianes León,” contestó el León. “Soy Matsu Mari, y yo y mis noventa y nueve hombres están preparados para asistiros. ¿Lamentaréis la situación o romperemos sus líneas?”

Dun frunció el ceño, pero miró por el callejón a la calle que había más allá, donde los roncos gritos de los oficiales Yobanjin resonaban una y otra vez mientras intentaban llevar el orden a sus filas. “Prepararos para cargar,” ordenó.

 

           

“No sabemos nada sobre la batalla de Shiro Shinjo,” informó a la corte Ide Towako. “El señor Eien está reunido con nuestros familiares Iuchi, intentando descubrir toda la información que pueda, pero hasta ahora nada.”

“Las comunicaciones de larga distancia son muy exigentes,” ofreció Shiba Yoma. “Los shugenja que participen en la batalla seguro que tienen asuntos más importantes de los que ocuparse. Estoy seguro que tu señor sabrá el resultado una vez que haya cesado la lucha.” Sonrió, y luego añadió, “De una u otra forma.”

“Perdonadme si no soy tan buen orador como vos,” dijo de repente una voz ronca mientras se adelantaba un hombre de gran tamaño. “Soy un hombre simple de gustos simples. Pero no puedo evitar preguntarme cuanto nos deberíamos preocupar por los Shinjo.” Se encogió levemente. “¿Son una familia que ha caído en desgracia, ¿verdad? Que se valgan por si mismos. Es lo adecuado.”

Hubo un murmullo por la corte ante las palabras del hombre, tanto de acuerdo como de desacuerdo. Pequeñas conversaciones empezaron entre los cortesanos, algunas de ellas convirtiéndose inmediatamente en discusiones al intercambiar fuertes palabras.

“Con todo respeto,” dijo una voz suave y musical, un poco por encima del ruido de las conversaciones, “no estoy de acuerdo con el respetable samurai de los Yasuki.” Se adelantó una joven y bella mujer, exquisitamente vestida con los colores Escorpión, hasta llegar al centro de la sala. Su nombre era conocido por todos, y su cara se aparecía en los sueños de docenas de posibles pretendientes. “Mi abuela era una ronin durante las Guerra de los Clanes, y durante sus viajes, estuvo algún tiempo en las tierras Unicornio.” Bayushi Kurumi sonrió amablemente al recordarlo, y muchos hombres sintieron como subían sus temperaturas ante esa simple expresión. “Siempre me decía que gran honor había sido para ella trabajar junto a Horiuchi Shoan y sus esfuerzos para proteger a los niños cuyas familias se habían perdido en la guerra.”

“Nadie aquí pone en duda la naturaleza caritativa de los Horiuchi,” dijo bruscamente el Yasuki. “Hablo de los Shinjo. Intenta seguir la conversación.”

“La familia Horiuchi en aquella época solo consistía de Shoan-sama,” siguió Kurumi sin detenerse. “Todos sus esfuerzos estaban financiados y apoyados por los Shinjo, y en un grado mucho menor también por sus parientes entre los Iuchi.” Ella ladeó la cabeza. “Eran compasivos y misericordiosos, y trabajaron sin descanso por el beneficio de los demás, la mayoría de los cuales no eran de su clan. Encuentro difícil condenar a toda la familia por las acciones de unos pocos.”

El Yasuki resopló. “Debería sorprenderme que tal opinión provenga de cualquiera menos de un Escorpión,” dijo con sorna. “En aquellos momentos, los Shinjo aún estaban rife con Kolat. Sin duda intentaban ganar el favor de una nueva generación para que les fuese más fácil reclutarles cuando creciesen.”

Kurumi levantó un poco las cejas. “Lo siento, Yasuki-sama, pero no conozco lo suficiente las tácticas subversivas como para ofrecer una opinión sobre una teoría como la tuya.”

El cortesano Cangrejo enrojeció y parecía estar pensando en una respuesta, pero a Kurumi se le unió otro Escorpión, al que no conocía casi nadie. “Debo ofrecer mi apoyo a mi compañera de clan en su evaluación sobre los Shinjo,” dijo, su voz tranquila y clara a pesar de la máscara de tela que oscurecía la parte inferior de su cara. “Soy Bayushi Jutsushi, magistrado del Escorpión. Mi padre fue Bayushi Jintoshi, de quien me honra mucho decir que fue un Magistrado Imperial al servicio del trono durante muchos años. Hace muchos años, cuando solo era un niño, recuerdo a mi padre luchar para combatir la influencia de un grupo criminal en la ciudad donde servía. Eran viles y extremadamente reservados, y no dejaban cabos sueltos tras ellos cuando iban de un trabajo a otro. Mi padre trabajó durante años para intentar cogerles, llevarles a la justicia, pero sentía haber conseguido muy pocas cosas.”

“Quizás estaba aliado con ellos,” sugirió el Cangrejo con una sonrisa irónica.

“Quizás a la delegación Cangrejo le vendría bien recordar que un insulto contra los huéspedes de la corte de la Emperatriz se podría considerar como una calumnia contra el trono,” dijo tranquilamente el Canciller Imperial.

“Ah,” dijo el Yasuki, poniendo un gesto de dolor. “Esa no era mi intención, por supuesto. Continúa, por favor.”

“En cualquier caso,” continuó Jutsushi, “mi padre se encontró en un punto muerto hasta que un samurai errante llegó y le ofreció ayuda. Mi padre era escéptico, pero al final aceptó. Bajo el inquebrantable examen del recién llegado, el grupo fue destruido en cuestión de meses. El samurai nunca pidió pago alguno, ni que se reconociesen sus logros. Cuando acabó el asunto, se fue a la mañana siguiente sin decir palabra alguna. Mi padre nunca le volvió a ver. Ese hombre era Shinjo Shono.”

Hubo asentimientos de aprobación por toda la sala, pero el Cangrejo no parecía querer abandonar el asunto. “Si quisieras considerar el asunto, es posible que simplemente estuviese eliminando rivales.”

Hubo un movimiento entre la delegación Unicornio, pero antes de que pudiese responder Tawako, un León se adelantó. “La familia Akodo no quiere escuchar calumnias sobre Shinjo Shono o de su familia en la corte,” dijo el delgado guerrero. “Mi honor me obliga a informarte que continuar así resultará en que se te rete a un duelo.”

El Yasuki parecía sorprendido por la respuesta, y entonces Kurumi volvió a atacar. “¿Dirías entonces, Yasuki-sama, que la purga que hizo la Kami Shinjo de los Kolat de entre la familia fue incompleta?” Agitó la cabeza. “Encuentro el acto de poner en duda a los Kami algo muy desagradable. Especialmente cuando estamos reunidos en la corte de una Emperatriz coronada y designada por los Divinos Cielos, que creo que incluye a los propios Kami, si es que recuerdo bien mi teología.”

Abanicos se abrieron por toda la sala, y el Cangrejo claramente luchó por encontrar una respuesta. Finalmente, simplemente forzó una sonrisa, y murmuró, “Perdonarme, por favor, honorables delegados,” y desapareció rápidamente de la sala.

 

           

“Mis más humildes disculpas por perturbar vuestra meditación,” dijo el monje en voz baja, “pero debéis evacuar con los demás asistentes, mi señora. Hay un gran peligro.”

Utaku Reyo abrió los ojos y miró al monje. “¿Qué quieres decir, hermano?”

El monje inclinó la cabeza, respetuosamente. “Las tierras Fénix están siendo atacadas por una fuerza invasora proveniente del norte,” explicó. “Debemos abandonar el templo. Están lo suficientemente cerca como para atacar.”

“¿Invasión?” Reyo le miró con incredulidad. “¿El Imperio está siendo invadido?”

“Esa información la hemos sabido desde hace algún tiempo,” dijo disculpándose el monje, “pero no se la hemos comunicado a los peregrinos a no ser que pidiesen específicamente noticias del mundo exterior. Vienen tantos para aliviarse de esas preocupaciones mundanas, sentimos que sería en su mejor interés el no preocuparos con ello.”

Reyo frunció el ceño. “No deseaba que me distrajesen de mis meditaciones,” dijo, “pero tengo familia por la que debo preocuparme. Mi hermana pequeña sirve en el ejército del Khan. ¿Han sido vistos estos enemigos fuera de las tierras Fénix, hermano?”

“Lo siento, pero no lo sé,” dijo el monje. “Por favor, debemos irnos.”

Reyo se levantó y acompañó al monje, sorprendida por lo vacío que parecía el templo. “¿Se ha ido todo el mundo?”

“La gran mayoría,” confirmó el monje. “Por favor, coger solo lo que necesitéis, y nos iremos. Solo quedamos un puñado de monjes.”

“¿Qué pasará con el altar?” Preguntó ella.

El monje se detuvo y sonrió con tristeza. “Este lugar solo es piedra. Es sagrado, pero el Ki-Rin es una criatura de compasión y misericordia. No desea muertes gratuitas en su nombre.”

Reyo frunció el ceño mientras el monje se adentraba en el templo. A ella no le parecía bien abandonar un lugar tan sagrado. Su propia gente era conocida por su amor por la vida y la caridad a los demás, pero incluso en su mente estaba mal dejar que un lugar así fuese destruido por… lo que fuese que les estaba amenazando. Pensó en ello mientras ociosamente admiraba un tetsubo, una de las muchas armas dejadas por aquellos que habían abrazado las enseñanzas de este lugar, pero no encontraba una determinación. ¿Qué era la vida de alguien cómo ella, alguien viviendo deshonrada, en comparación a este lugar? ¿Por qué debía ser abandonado y su vida perdonada?

Un sonido detrás de ella. “¿Estás preparado, hermano?” Preguntó. “Debo ser sincera, me cuesta…” Pero no había un monje tras ella cuando se dio la vuelta. En vez de ello había una criatura, una inequívoca manifestación de algo que había visto representada en innumerables pinturas, esculturas y tapices por todo el templo.

Era el Ki-Rin.

“Que me guarde la abuela,” graznó Reyo, pero no sentía miedo. Era como si estuviese mirando la siguiente mundo, tan grande era la esencia sobrenatural de la criatura que estaba solo a unos metros de ella. Casi sin pensarlo, se puso de rodillas en el frío suelo de adoquines. “Tu… se dice que toda tu raza se ha ido de este mundo,” dijo en voz ronca.

El mundo, dijo la criatura, su exquisita cara sin cambio alguno, es más de lo que los mortales pueden entender. El oscuro ritual que trajo la Lluvia acabó con mi vida, o la vida de mi hermana. Somos lo mismo. Somos iguales y distintos. Vivos y muertos. Ninguno de esos términos significan lo que tu crees que significan.

Reyo lo miró, fascinada. “No lo entiendo.”

Importa poco, dijo el Ki-Rin. Tu vives con una carga que no es tuya. Una carga que compartes con otra persona.

“Mi hermana,” susurró ella. “Ambas somos… nuestros padres… ellos…”

Está mal que eso os concierna. Su voz era como música, como la canción de los Cielos. Tu alma es pura. Tu mayor deseo es encontrar absolución, no para ti, sino para tu hermana.

“Si,” dijo ella, una lágrima corriendo por su mejilla. “Me gustaría evitarla esto.”

Eso es posible, si así lo deseas, dijo el Ki-Rin. El coste será grande.

“Cualquier cosa,” dijo ella.

 

           

Ella esperó hasta que la fuerza invasora se acercó al paso septentrional. Era la única forma en que se podía llegar al templo desde el norte, al menos sin estar días o semanas haciendo que un ejército escalase los acantilados que separaban el templo de las tierras Fénix y Dragón. Acarició afectuosamente a su caballo, estando segura que sería la última vez que cabalgarían juntos. Y con la otra mano, Reyo sostenía el tetsubo que había encontrado en el templo. Sabía para que era. Solo esperaba que fuese lo suficientemente fuerte. Lo suficientemente fuerte por su hermana. Lo suficientemente fuerte por Meyko.

Cuando los primeros exploradores del ejército llegaron al paso, Reyo atacó. Cabalgó hacia ellos con temerario abandono, un familiar grito de guerra Unicornio llenado sus pulmones. El primer flechazo proveniente de una ballesta ahogó su grito, e hizo que la fuese difícil respirar. Más flechas la golpearon, una en el hombro, una en el estómago, una rozando su cara mientras cabalgaba. Afortunadamente no pensaron disparar a su caballo.

Los Yobanjin dejaron de disparar cuando ella cambió de dirección, dejando claro que no cabalgaba hacia ellos. Se detuvieron para recargar sus ballestas, mirándose confundidos.

De una forma extrañamente distante, Reyo consideró las circunstancias. En invierno, la nieve se derretía, se metía en las rocas de los acantilados, y se volvía a helar. Les hacía propensos a terribles avalanchas, al menos hasta que pasaban las últimas nevadas, y los Fénix enviaban a sus shugenjas de tierra para atender la tierra y mantenerla a salvo. Pero eso aún no había ocurrido.

Reyo cabalgó hacia la pared y detuvo a su caballo junto a ella, en paralelo a la piedra. Golpeó una y otra vez la pared de roca con el tetsubo, usando cada onza de fuerza que la quedaba. Los exploradores se dieron cuenta de lo que ella estaba haciendo y empezaron a gritar, volviendo a dispararla. Sus disparos se desviaron por el pánico, y con razón. La tierra a su alrededor temblaba, sacudiéndose con la fuerza del inminente cataclismo. Reyo golpeó unas cuantas veces más y luego luchó por buscar la energía para volver a lanzar otra vez su grito de guerra. Se quedó sin aliento.

Se cayó del caballo.

El mundo se rompió a su alrededor.

 

           

El ejército Yobanjin retrocedió, y volvió a retroceder, viéndose alejados de la ciudad por la punta de lanza liderada por Dun y su guardia de honor León. Con cada calle que recuperaban, sus números aumentaban por más y más samuráis Shinjo, llegando de unidades que habían sido rotas y diseminadas. Además, la gente de la ciudad, los pocos que quedaban, cogieron las armas que pudieron, algunos portando armas de Yobanjin caídos y otros simples herramientas de granjeros, y se les unieron. Los Shinjo habían sido señores amables y generosos, y ahora el fruto de su amabilidad se manifestó. El corazón de Dun se hinchó de orgullo al ver a un trío de jóvenes, poco más que quinceañeros, acabar con un par de Yobanjin con poco más que burdos palos sacados de un edificio en ruinas que habían destruido los invasores.

“¡Dun!”

El oficial se volvió en dirección a sus camaradas León. Mari estaba señalando a un edificio cercano. “¡El sello de tu familia!”

Con una creciente sensación de horror, Dun se volvió y vio el edificio al que señalaba el Matsu. El caos de la batalla había sido tan abrumador que no se había dado cuenta de lo cerca que estaban a la casa de su familia. Un casa que ahora ardía desde dentro. “¡No!” Gritó Dun. “¡Hermano! ¡Madre!” Miró a la lucha, y luego de vuelta a la casa de su familia.

“Ve,” dijo Mari. “Mantendremos las líneas.”

Asintiendo de agradecimiento, Dun echó a correr. Pero no se detuvo al llegar al edificio, sino que atravesó el roto panel de shoji que estaba ante la entrada, con la espada desenvainada, sin perder velocidad. “¡Hermano!” Volvió a gritar. “¡Shun!”

“Dun,” llegó la respuesta, demasiado débil. Uno de los invasores tenía cogido a su hermano por el kimono, su pechera manchándose rápidamente de sangre. “Demasiados… corre…”

La velocidad de Dun era increíble, distinta a todo lo que antes había experimentado. Su ira, su miedo, le dieron velocidad. Cruzó la habitación en un instante, empujando a un lado al invasor con su hombro y dejando a su hermano en el suelo. “Dun,” volvió a graznar, y se quedó inmóvil.

”¡No!” Gritó Dun. Cogió la espada de su hermano, una espada que le había dado solo unas horas atrás, y atacó. En su mano derecha sostenía la espada de su sensei, y en la izquierda la de su abuelo. El atacante ya estaba en pie, y se volvía con malicia en los ojos. Que se convirtió en sorpresa cuando Dun clavó ambas espadas en su corazón. “¡Mi hermano vale como mil de vosotros!” Siseó. “¡Diez mil!”

Más invasores salieron de dentro de la casa. “Es desafortunado que mueras siendo tan pocos nosotros,” dijo uno de ellos. “Pero vuestra gente cree que os reuniréis en la siguiente vida, ¿verdad? Conveniente.”

“Si, pero no para vosotros.” Mari y media docena de guerreros León aparecieron por un agujero en el muro este de la casa. A su señal, soltaron una andanada de flechas que acabó con todo el grupo. Se giró y se inclinó ante Dun. “Cada vida con la que acabe un León en esta batalla es en honor de tu familia, Dun-sama. No podemos devolveros a vuestro hermano,” señaló a donde Shun yacía inmóvil en el suelo, “pero tenéis muchos hermanos que estarán a vuestro lado.”

Dun no dijo nada durante varios momentos. Finalmente, levantó ambas espadas en forma de saludo. “Por el León,” dijo.

“Por el Unicornio,” contestó ella.

 

           

Isawa Nomi se despertó del sueño con un grito en su garganta. La lasciva cara casi la había cogido, y por muy lejos o muy rápido que había corrido, no se había escapado de él. Se le había acercado cada vez más, al principio un siniestro y viejo semblante que la había asustado cuando ella era una niña, pero volviéndose más joven al acercarse. De alguna forma, su nuevo aspecto juvenil era más aterrorizador. Nunca había visto la cara del hombre cuando era joven, pero de alguna forma sabía que nunca había sido tan siniestro, tan horripilante. Pero conocía bien la cara del viejo. Ahora la angustiaba, apareciendo constantemente en sus sueños para acosarla, y no sabía por qué. Su nombre colgaba sobre ella como una sombra, amenazando su propia cordura hasta que incluso temía decirlo en voz alta, temiendo que de alguna forma apareciese y se la llevase.

“Fosuta,” susurró desafiante en la fría oscuridad de la noche. “Isawa Fosuta.”

El simple acto de refutar sus temores la hizo sentirse más fuerte, y respiró temblorosamente mientras intentaba calmar el latir de su corazón. La muerte de su tío materno hacía más de un año la había afectado mucho, y se preguntó si era su celo por encontrar y acabar con su perverso hermano, su pasión por corregir la mancha sobre el honor de su familia, lo que había causado que empezase a experimentar unas pesadillas tan vívidas y horripilantes. Con nostalgia, Nomi deseó poder dormir tranquilamente toda una noche. Habían pasado meses desde la última.

Nomi miró su escritorio, considerando si tenía sentido intentar volverse a dormir. Los sueños volverían, de eso no tenía dudas. Sería mejor pasar las largas horas antes del amanecer haciendo algo más productivo. Quizás esas cartas que había estado evitando, o los arreglos que los Fénix habían hecho para traer suministros extras a Kyuden Bayushi para ayudar a la carga de mantener la corte, ya que llevaba celebrándose más meses de lo que solían durar estas. Y si no había…

Espera. ¿Por qué había luz en el exterior?

Nomi frunció el ceño y se levantó al instante de su esterilla. Siempre había poseído un excepcional sentido del paso del tiempo, y estaba segura, sin duda alguna, que la mañana no había llegado. ¿Qué podría causar un resplandor así proveniente del otro lado del panel, en el patio? No tenía ni idea. Rápidamente, Nomi cruzó la habitación y abrió el panel.

La sacerdotisa se apartó del panel con sorpresa y alarma, un ahogado grito todo lo que pudo hacer. Había una brillante y radiante luz llenando el patio ante su habitación, pero no era el sol. Algo increíble estaba presente en el jardín. ¿Por qué no lo podían ver los guardias?

Nomi, dijo una voz. Nomi, ven.

Ella se puso en pie, grandes, sollozos que la cortaban la respiración y hacían temblar todo su cuerpo. Esto era peor que sus sueños. Debería consumirse de terror, pero se sentía alegre. De sus ojos caían lágrimas y no podía dejar de sonreír, pero no sabía por qué. Tras lo que pareció ser una hora, consiguió llegar a sus pies y hacer que su mirada se dirigiese al patio.

La criatura más majestuosa que había visto nunca Nomi estaba entre los setos. Era parecido a un caballo, pero no era igual. Ella había visto representaciones del Ki-Rin toda su vida, había sido uno de los temas favoritos de su madre, pero la realidad de lo que estaba viendo era mucho más grande que el dibujo más bello que hubiese visto jamás. Nomi, dijo la cosa, su voz llenando su mente como una canción, recuérdala.

“¿A quién?” Jadeó. “¿Recordar a quién?”

Recuérdala, repitió el Ki-Rin. Recuérdasela a los demás.

Y luego se fue, desapareciendo en un destello tan brillante que era como si hubiese mirado al propio sol. Volvió a gritar y miró hacia otro lado, frotándose los ojos. Visiones llenaron su mente mientras la luz la cegó momentáneamente, y cuando volvió a ver, cruzó corriendo la habitación, tirando todo fuera de su camino hasta que llegó al papel y los pinceles que necesitaba.

 

           

El aire apestaba a humo debido a las docenas de edificios que ardían fuera de control. Apenas había ruido excepto por el crujir de las llamas que consumían todo lo que había en su camino, y los gritos de los heridos al ser sacados del peligro para esperar a los shugenjas y los yerbateros que se dirigían a intentar salvar a tantos como podían. La ciudad que rodeaba Shiro Shinjo estaba en ruinas, al menos la mitad totalmente destruida por la batalla, y la otra en grave peligro por el fuego que seguía consumiéndola.

Pero el castillo permanecía sin haber sido atacado.

Matsu Mari se acercó, dando breves órdenes a sus oficiales de menor rango. Se inclinó brevemente ante Dun. “¿Les perseguimos?”

Dun agarró con fuerza su espada. La empuñadura estaba resbaladiza por la sangre de la herida en su hombro, que había caído también por la espada y manchado el metal. Miró con anhelo a los Yobanjin que retrocedían. “No,” dijo con amargura. “Nos quedan muy pocas tropas, y no podemos dejar el castillo indefenso. Podría ser una finta para sacarnos de aquí mientras atacan sus refuerzos, o alguna otra treta.”

Mari asintió, mirando con nostalgia las filas enemigas. “Es como tu dices. El celo no debería precipitar la debilidad.”

“Creía que el Ejército de Fuego luchaba hasta la muerte,” dijo Dun. “Es raro que retrocedan tras no haber conseguido alcanzar el castillo.”

“El ejército ha tenido pérdidas significativas,” dijo Mari. “Algunas estimaciones que he leído creen que casi un tercio del ejército ya ha sido destruido, tanto por medio del desgaste sufrido por sus pequeñas unidades como por las grandes batallas en sitios como Kyuden Isawa, Shiro Mirumoto, y Shiro Tamori.” Se encogió de hombros. “Es posible que a Chosai no le importe el ritmo al que muere su ejército, pero estoy seguro que a sus comandantes si les importa. Esta ha sido una retirada táctica.”

“¡Dun-sama!” Un explorador llegó cabalgando por la calle, gritando su nombre. “¡Dun-sama! ¡El ejército cambia de dirección!”

Dun maldijo. “¿Están girando para atacar desde un ángulo distinto?”

“No,” dijo el explorador. “¡Están girando alrededor de la ciudad y adentrándose más en territorio Unicornio!”

“¡No!” Dijo Dun. Miró a los otros, pero los heridos eran mucho más numerosos que los que podían perseguirles. “¡No podemos dejar que amenacen las demás ciudades!”

Mari agitó la cabeza. “Hay poco que podéis hacer ahora, Dun-sama. Debemos reagruparnos en el castillo y ver que fuerzas nos quedan. Luego, si lo deseáis, el León ayudará en la forma en que deseéis.”

“¡Al castillo!” Gritó Dun. “¡Que todas las tropas que estén listas vayan al castillo!”

 

           

La victoria de Shiro Shinjo, seguida tan de cerca por al menos un empate en Shiro Mirumoto y Shiro Tamori, era una buena noticia para los asistentes reunidos en la corte de la Emperatriz. El humor de ese día era de júbilo, casi como si se hubiese declarado un festival. Shiba Yoma sonrió y habló calladamente a varios individuos de entre las delegaciones, eligiendo a los que conocía entre los que más apreciaban y estaban más interesados en las artes, así como algunos de los más críticos. Si iba a crear una nueva sensación, algo que pudiese beneficiar a su clan, necesitaba una mezcla adecuada de opiniones. “Nomi-san.”

La joven shugenja estaba muy distraído, y le miró sorprendido. “¿Si?”

“Necesito tu ayuda,” dijo Yoma. “Trae esa caja, por favor,” señaló a la gran caja de madera, que contenía los utensilios necesarios para escribir, “y ven conmigo, ¿por favor?”

“Por supuesto,” dijo al instante. Cogió la caja y le siguió. Regresaron a su habitación y ella esperó fuera mientras él recogía unas cosas de dentro, y luego la llevó a la sala de audiencias principal de la corte, que no estaba siendo usada porque la Emperatriz no estaba presente. Aproximadamente una docena de personas les estaban esperando, como Yoma se esperaba. “¿Qué pasa, Yoma-sama?” Preguntó en voz baja Nomi.

“Gracias a todos por haber venido tras haber sido avisados con tan poco tiempo,” dijo Yoma, sin responder a su pregunta. Ella se enterraría muy pronto. “Tengo algo que quiero compartir con vosotros, algo increíble que no quería compartir con toda la corte. Esto es algo que debe ser saboreado por aquellos que aprecien estas cosas, antes de ser compartido con toda la corte.” Le cogió la caja a Nomi dándola las gracias en voz baja. “Me he enterado esta mañana, y me he tomado la libertad de traerlo sin consultar con la responsable.” Hizo un gesto con la mano. “Un incumplimiento de la etiqueta, lo sé, pero este es un asunto en el que no tengo opción sino sentir algo muy profundo. Os ruego que me permitáis un momento de vuestro tiempo.”

Cuidadosamente, Yoma sacó varios pequeños objetos de una mesa baja, poniéndolas sobre una mesa auxiliar. Luego abrió la caja de madera y sacó una hoja de papel, cuidadosamente enrollada, que luego extendió sobre la mesa.

“¡Yoma-sama!” Gritó sofocadamente Nomi.

Los demás también dieron gritos sofocados, aunque por razones diferentes. El dibujo que Yoma había sacado de la habitación de Nomi era distinto a todo lo que ellos habían visto antes, y cuando el yojimbo que lo había visto le había informado, sabía que debía verlo con sus propios ojos. Al verlo, supo al instante que no debía ser ocultado, sino compartido con el mundo. “Mi estimada colega, Isawa Nomi, pintó este magnífico dibujo anoche, si estoy en lo cierto.”

“Por las Fortunas,” dijo uno de los Grulla presentes. “¡Nunca antes había visto una representación del Ki-Rin con tanto detalle! Y esta imagen, esta mujer que está superpuesta en el dibujo… ¿quién es? Tiene tal tranquilidad, tal belleza. Nomi-sama, por favor, ¡dinos algo sobre este dibujo!”

Nomi miró por la sala con expresión de horror. “Yo… yo… yo no lo sé,” dijo ella. “Tuve un sueño, o… quizás una visión. Vi al Ki-Rin. Lo vi, y me mostró la imagen de una mujer que se sacrificó para salvar su templo. Me dijo… me dijo que la recordase. Que ayudase a otros a recordarla.”

“Tan increíble,” repitió el Grulla.

“Así es.”

Yoma y los demás se volvieron y vieron a la Emperatriz y a su Voz de pie cerca de la puerta que llevaba al estrado de la Emperatriz. “He visto el Altar del Ki-Rin,” dijo Togashi Satsu. “Fue un gran placer para mi visitar muchas veces ese lugar sagrado. Pero nunca había visto nada que capturase la serenidad del altar. Esta cosa, este dibujo que has creado, seguro que ha sido inspirado por los Cielos.”

La Emperatriz no dijo nada, sino que caminó tranquilamente por la sala para mirar el dibujo. Los demás se apartaron para dejarla pasar, arrodillándose cuando esta se les acercaba. Iweko admiró el dibujo durante varios momentos, y luego se giró y favoreció a Nomi con una sonrisa mientras se limpiaba una lágrima de la mejilla. Luego se giró y abandonó la sala sin decir una palabra, Satsu siguiéndola.

“Fortunas,” dijo uno de los Grulla con un callado susurro.

 

 

Kotei South Sioux City: Matt Butterfield (Unicornio) – Ganador del Torneo; Nicholas McCandless (Fénix) – Ganador del Mazo Temático

Kotei Phoenix: Case Kiyonaga (Unicornio) – Ganador del Torneo; Rich Ford (Escorpión) – Ganador de la Donación de Comida