La Búsqueda


por
Rusty Priske
Editado por Fred Wan

 

Traducción de Daigotsu Yaiba


            Doji Jun’ai se ajustó el cordel de su capa para resguardarse de la fría noche de invierno. No se quejó, pero Kakita Tsuken vio que se sentía incómoda y añadió más leña a su pequeña hoguera. Las llamas saltaron y danzaron mientras avivaba las ascuas.

Jun’ai negó con la cabeza. “¿Crees que es lo mejor? El frío es sólo frío, pero estamos demasiado cerca del camino de los ejércitos del Unicornio. Preferiría que no vieran nuestro fuego.”

Tsuken sonrió, seriamente. “Ni siquiera el propio Chagatai haría daño a dos de los Guardianes. Ya sabes que tenemos cierta notoriedad.”

“Puede ser, pero la guerra lleva a la muerte, y la muerte raramente se restringe solamente a aquellos enfrascados en la guerra.”

Tsuken asintió. Mucho había ocurrido desde que se convirtió en el Guardián del Fuego, pero nunca podría olvidar a su maestro, Doji Jurian, y cómo cayó víctima de la guerra entre dos clanes a los que no pertenecía. “Tienes razón, Jun’ai-chan, pero si no nos mantenemos calientes, Chagatai no tendrá que preocuparse él mismo por nuestras muertes. Los crueles dientes del invierno dejarán a Rokugan con dos Guardianes menos.”

Jun’ai arqueó una ceja ante la familiaridad de Tsuken. “Presumes demasiado, Kakita-san.” Puso mucho énfasis en la última sílaba.

Tsuken se encogió de hombros. “No presumo de nada. Simplemente expresaba cómo me siento. Si un mero mortal no puede caer bajo el hechizo de la más encantadora samurai-ko de Rokugan, temo por todos nosotros.”

Jun’ai puso los ojos en blanco. “¿Cuántos han caído con esa frase, Tsuken? Tus encantos son la envidia de los cortesanos y poetas en toda la región, estoy segura.”

Tsuken rió. “Si así es como te sientes, no puedo hacer otra cosa que respetarlo, pero no es cierto. No soy ningún poeta talentoso, volteando palabras para ganar ningún trofeo. Mis sentimientos hacia ti son ciertos, Jun’ai-chan, y me gustaría que creyeras en ellos y en mí.”

Tsuken hizo una profunda reverencia a su compañera. Le había estado observando con expresión pensativa. Parecía que había pasado mucho tiempo desde que ella había visto por primera vez el flirteo de Tsuken, y lo había descartado como un tipo lascivo por ello. Y aun así, con los años raramente había visto que él que actuara así con otras mujeres. Sus encantos parecían estar reservados únicamente para ella, lo cual era una de las razones por las que ella los encontraba tan difíciles de resistir. Bajo estas condiciones, incluso una vela parecería un infierno. Esa noche, bajo estas condiciones, no había tiempo para esperar a entrar en calor. El frío no era el único peligro al que Jun’ai debía enfrentarse.

“Te agradezco esas palabras tan agradables, Tsuken-san, pero tenemos una misión y no deberíamos distraernos de nuestro objetivo.”

La sonrisa de Tsuken ocultaba la tristeza de sus ojos. “Como digas, Jun’ai-san. Rokugan es grande y lo que buscamos es algo muy pequeño.”

“Cualquier cosa que pueda perderse se puede encontrar. Fíjate en los objetos encontrados en la Tumba de los Siete Truenos. Se pensaba que algunos de esos objetivos se habían perdido, pero han vuelto a nosotros. Buscamos algo que fue arrebatado al Imperio. Los pergaminos que el Emperador le dio a Asahina Sekawa-sama demuestran que si algo se pierde no quiere decir que haya sido destruido. El pasado no siempre dicta el futuro.”

Tsuken asintió. “Y cuando dicta el futuro, no siempre podremos entender lo que nos está diciendo. Aun así, las probabilidades de encontrar lo que buscamos…”

Jun’ai le interrumpió. “Son seguras. Si no nosotros, entonces Masae y Sugimoto, o Sekawa-sama y Hira. El universo es un lugar extraño, Tsuken-san, pero también uno muy ordenado. ¿Se habría revelado el mensaje de Shinsei al Emperador si no fuésemos quienes debían seguirlo? ¿Habrían sido revelados los secretos de la Tumba si no hubiese un significado más profundo en su creación? La carta de Shinsei llevaba a la Tumba, la cual llevaba a los pergaminos que el Emperador confió a Sekawa. Esos pergaminos nos han conducido a esta búsqueda. ¿Habrían sido revelados esos pergaminos si no pudiéramos encontrar lo que estamos buscando?”

Tsuken sonrió. “Tienes mucha fe, Jun’ai-san.”

“Y tú también, Tsuken-san. Pero también tienes muchas dudas.”

Él negó con la cabeza. “No dudo, sino pregunto. Shinsei no nos dijo que nos tomáramos todo tal y como se presentara. Pregunto, pero no dejo que esas preguntas me aparten de mis deberes. Si el tesoro que buscamos existe tal y como se nos ha hecho creer, entonces lo encontraremos.”

 

           

Kaiu Sugimoto y Mirumoto Masae miraron a la aldea al pie de la colina. La escena era idílica, con la nevada región acurrucada en las faldas de las montañas del Dragón. Vagas columnas de humo salían de los fuegos de las cocinas y chimeneas en todo el pueblo. Había alguna que otra persona yendo de un edificio a otro, pero por lo demás era una típica tarde de invierno.

Sugimoto se apoyó pesadamente en su bastón. “Bueno, incluso si los rumores no son ciertos, al menos podremos dormir bajo techo esta noche. Eso es algo, al menos. Creo que estos viejos huesos podrían hacer algo con menos frío.”

Masae hizo un gesto de desagrado. “Encontrar lo que buscamos tan cerca de mi hogar sería afortunado, pero los rumores no dicen lo mismo. No estoy segura de que me gustasen que fuesen ciertos, incluso si facilitaran nuestra búsqueda.”

Sugimoto asintió sin decir nada, y los dos comenzaron a bajar la colina.

La casa de sake no era muy diferente de otras en todo Rokugan. La aldea estaba nominalmente en tierras Dragón, pero en la falda de la montaña la gente no vivía en el mismo nivel inescrutable que aquellos que vivían más en lo profundo en las montañas. Dos extraños entrando en la aldea era algo inusual, considerando la época del año y las condiciones en el exterior, pero aun así fueron bien recibidos y servidos.

Masae esperó hasta que trajeran sus copas antes de abordar el motivo de su visita. “Ha habido historias de un chico en esta aldea. ¿Sabes de lo que estoy hablando?”

El propietario de la casa de sake se puso algo tenso. “¿Un chico, Mirumoto-sama? Hay niños en esta aldea, pero no sé de ninguno que destaque.”

“Según la historia, este chico fue apartado de sus padres y hecho preso. ¿Te suena de algo esta historia?”

Él negó con la cabeza. “No, Mirumoto-sama. Ningún niño que yo conozca ha sido apartado de sus padres en esta aldea. Todo es simple aquí y cosas como ésa no son comunes.”

Masae parecía lista para hablar de nuevo cuando Sugimoto intervino. “Gracias por tu tiempo.” Masae miró a su compañero Guardián mientras el hombre se arrastraba rápidamente lejos de allí.

“¿Por qué lo has hecho? Estaba claro que mentía.”

“Por supuesto que sí, pero no ibas a conseguir nada más de él sin recurrir a la coacción. Tiene miedo, y no creo que sea de nosotros.”

Masae miró a la puerta por donde desapareció el hombre. “¿Crees que avisará a los demás de nuestras preguntas?”

“Si lo hace, estoy seguro de que podremos encargarnos de ello. Aunque no lo creo así. No he sentido complicidad en él. Sólo miedo. Sea a quien teme, no inspira lealtad.”

Masae observaba mientras Sugimoto terminaba su sake. “Creo que deberíamos hablar con el magistrado de la aldea.”  

 

           

El magistrado era en efecto un samurai, pero tenía más aspecto de burócrata que de guerrero. Sus dedos estaban manchados de tinta y una gran mancha adornaba su frente. Era delgado y su kimono no estaba precisamente limpio, aunque daba más la impresión de que había olvidado limpiarlo que la de ser una persona realmente desaliñada.

Se asomó desde un desparramado montón de papeles para ver a los dos Guardianes. “¡Ah, visitantes! En esta época del año, debo decir que es inusual.” Se levantó e inclinó. “Me alegra estar siempre de servicio. Soy Mirumoto Naoki, y soy el magistrado del lugar.”

“Yo soy Mirumoto Masae y éste es Kaiu Sugimoto.”

La cara de Naoki palideció por un momento antes de que esa expresión fuera reemplazada por una de felicidad. “¿Dos de los Guardianes aquí? Es un gran honor teneros en esta pequeña aldea, Guardián-sama. Deberíamos hacer una celebración en vuestro honor. La comida es escasa este año pero aún podemos hacer una modesta colecta.”

Masae negó con la cabeza. “No hace falta. Estamos aquí por un solo propósito y no hay tiempo para frivolidades.”

El tono de Naoki se volvió serio e indeciso. “O, vaya. Sea lo que sea en que pueda ayudaros, lo haré.”

“Sí, lo harás.”

Sugimoto dio un paso hacia delante. “Hay historias sobre un niño en esta aldea, y la gente del lugar cree que tiene alguna clase de poderes especiales. ¿Qué puedes decirnos de esto?”

Naoki se puso tenso. “Supersticiones sin sentido. He oído estas historias, pero eso no ha pasado en esta aldea, podéis estar seguros de ello.”

Masae miró a Sugimoto. El Guardián de la Tierra respondió a Naoki con una larga mirada. Luego dijo, “¿Descartas cualquier posibilidad de algo que escape a vuestro entendimiento, magistrado-san? ¿No han sido recogidos numerosos casos en los que los elementos han hablado a aquellos que no han sido entrenados? ¿No podría aplicarse esto a esas historias?”

Naoki negó con la cabeza. “Sólo si hablamos de diferentes historias. Las que he oído dicen que el chico es un profeta. Los campesinos no son profetas. Las historias no son más que tonterías de alguien que quiere alcanzar una mejor posición social. No es algo de lo que los Guardianes deban preocuparse.”

La expresión de Masae era dura y su voz severa. “Nosotros decidiremos sobre qué nos preocupa. Parece que conoces la fuente de estas historias.”

Naoki parecía asustado. “¿Qué? No. Son sólo tonterías de campesinos. Nada de lo que haya que preocuparse.”

Sugimoto dio un paso hacia Naoki. “¿Dónde está el chico, magistrado?”

“¿Qué? No, he dicho…”

El Cangrejo se acercó más, sus ojos oscuros. Mirar a ellos era como contemplar el corazón de una montaña. Pocos hombres podían soportar la presencia de tanta certeza, y de algo tan inevitable, y no darse la vuelta. “¿Dónde está el chico?”

Naoki embistió de pronto hacia el armero en el muro, pero su velocidad y reflejos no eran nada comparados con los de Masae. Se vio a sí mismo con la punta de la katana de la Guardiana del Aire bajo su barbilla. Empezó a temblar incontroladamente. “Por favor, no me mates,” susurraba.

“Yo en tu lugar me quedaría quieto,” dijo Sugimoto. “No queremos que haya accidentes. Ahora, ¿dónde está el chico?”

 

           

Naoki los llevó a un pequeño edificio en las afueras, no más que una cabaña. Mientras se aproximaban, el magistrado trataba de justificar sus acciones. Sus palabras se tropezaban entre ellas como en un torrente, mientras trataba de buscar una salida. “Dijeron que podía predecir el futuro. Podía ver el camino que se extendía, y pensé que podía usarlo. Pero no para mí, no, ¡sino para el Dragón y para el Imperio! Nunca haría algo tan egoísta. ¡No! ¡Es sólo un campesino! ¡Necesita ser usado correctamente!”

Naoki quitó el pestillo de la puerta y la abrió hacia los Guardianes. En este punto estaba casi sollozando. Dentro había un niño, cercano a la edad en que un samurai alcanzaría su gempukku. Como campesino, podría haber sido considerado ya un hombre por al menos un año, y darle las mismas responsabilidades que a los demás. Estaba sujeto a un poste con una cadena fuerte, con sólo unas pocas ropas encima para mantenerse caliente.

“¿Predecir el futuro? Nunca. Esas historias eran mentiras, como yo decía. No puede predecir el futuro más que vos o yo podemos.”

Masae miró al prisionero y luego a Naoki. “Puedo predecir el futuro, Naoki. Puedo ver las cosas claramente.” El magistrado miró a Masae, su miedo escrito en cada rincón de su cara. “Cuando miro a alguien que trata a un inocente de esta manera y se interpone en el camino de una misión para salvar el Imperio, veo un traidor. O, puedo ver el futuro, y tú no tienes ninguno.”

Masae sacó sus espadas, pero Sugimoto alzó la mano. “Espera.”

“Es un traidor, y una desgracia,” dijo Masae. “Has avergonzado a toda mi familia. Soy una Guardiana, pero sigo siendo una Dragón. Y una samurai.”

“Como todos,” dijo Sugimoto. “Si lo haces, y yo me aparto a un lado, lo lamentarás profundamente. No puedo dejar que sacrifiques lo que has conseguido en un arrebato de pasión. Ése ya no es nuestro camino. Encuentra una nueva senda, Masae.”

La Guardiana del Aire frunció el ceño, pero bajo lentamente su arma. “Vete,” dijo al fin. “Informaré de tus crímenes en Shiro Kitsuki. Sabrán lo que has hecho, y sentirán la misma ira que yo. Daré instrucciones a la gente de esta aldea para que te maten si vuelves. Ahora vete.”

“¡Estamos en invierno!” exclamó Naoki. “¡Moriré!”

“Morirás si te quedas aquí,” dijo Sugimoto con voz áspera. “Acepta su compasión. Vivirás. Incluso si mueres, tendrás una oportunidad para meditar sobre tus errores. Pocos hombres tienen esa oportunidad. Deberías estar agradecido.”

El magistrado miró a uno y a otro, centrándose en la espada de Masae, entonces se dio la vuelta y huyó de la aldea hacia las montañas cubiertas de nieve. No miró hacia atrás.

Masae devolvió la katana a su saya. “Esto ha sido un fracaso.”

Sugimoto ladeó la cabeza. “No estoy de acuerdo.”

Masae se volvió a él. “¿Qué quieres decir? Las historias no eran ciertas. Obviamente este campesino no tiene nada que ver con nuestra búsqueda. ¿Cómo puede ser otro otra cosa que no sea un fracaso?”

Sugimoto asintió hacia el hombre, postrándose después de que el Guardián lo hubiese liberado de sus ataduras. “Pregúntaselo a él.”

 

           

Asahina Hira estaba de pie en el muelle, de cara al gran mar. Su cabeza se echó un poco hacia atrás y mostraba un indicio de sonrisa. Asahina Sekawa pisó sobre las largas tablas hacia él. “Hola, Hira-san. No esperaba encontrarte aquí fuera.”

Hira no se volvió. “No podía visitar las Islas Mantis sin venir hasta aquí. A pesar de no ser mi hogar, es mi lugar favorito de todo Rokugan.”

Sekawa se quedó cerca del Guardián del Vacío y miraba hacia las olas. “¿Sí? ¿Qué es lo que quieres tanto? Un muelle se parece mucho a cualquier otro para mí.”

Hira negó con la cabeza. “No tanto. Muchos muelles en estas islas miran a la otra dirección. Si pudierais caminar sobre el agua y dar zancadas hacia ellas, con el tiempo llegaríais a tierras Rokuganís. Aquí es distinto. Este muelle se dirige a lo lejos. Todo lo que hay allí fuera es el océano. Si pudierais andar sobre el agua desde aquí, no sabríais adónde iríais a parar.”

Sekawa sonrió. “Nunca vi en ti un gran explorador, Hira-san. ¿Deseas caminar sobre suelo gaijin?”

“No del todo. Este lugar sólo me recuerda que no importa qué creemos saber, hay más que no conocemos. No debemos confundir un extenso conocimiento con el conocimiento definitivo, no importa lo tentador que parezca.”

Sekawa rió. “Éste es el Asahina Hira que conozco. Gracias por esto, Hira-san. La vida es siempre una lección.”

“Cuando dejemos de aprender, dejaremos de crecer. Cuando dejemos de crecer, estaremos muertos.”

La sonrisa de Sekawa se hizo menos agradable. “Sólo puedo decir que estoy de acuerdo. Aceptamos lo que creemos como verdades, sólo para descubrir que hemos aceptado una mentira y debemos empezar de nuevo. La única cosa segura en el mundo es que no hay certeza.”

Hira inclinó su cabeza hacia su señor. “¿Habláis de los pergaminos? Pensaba que os ofrecerían esperanza.”

“Deberían. Lo hacen. Pero mi primera reacción ante ello es que no era posible, y por supuesto eso era falso.” El hombre más joven meneó la cabeza. “Creía que conocía a Rosoku, pero ahora sé que no es así. Esto es… difícil. Lo que primero parecía imposible, ahora es demasiado obvio. Debería haberlo sabido.”

“No podríais haberlo sabido.”

“Soy el Guardián de los Cinco Elementos, el Campeón de Jade del Imperio, y el daimyo de la familia Asahina,” dijo Sekawa. “Y aun así siento que lo que llevo acabo es perseguir errores.”

“Sois sólo un hombre, mi señor,” dijo Hira. “Si hemos aprendido algo es que sólo hay hombres y lo que pueden comprender.”

Sekawa asintió. “Los pergaminos deben haber sido puestos en la Tumba antes del regreso de Rosoku al Imperio. ¿Crees que sabía que moriría? ¿Lo predijo, y eligió volver a pesar de ello?”

“Sería que el riesgo que asumiría sería grande,” dijo Hira. “Dejó los pergaminos atrás por una razón, y habría tenido muchísimo cuidado de asegurar que incluso su muerte no hiciera caer en desgracia al Imperio. ¿Qué habría conseguido de otro modo? ¿Para salvar al Imperio de un peligro sólo para garantizar su destrucción más tarde? No, no creo que Rosoku fuere tan tonto.”

“’La función principal de cada generación es asegurar que la siguiente generación exista, que nuestras tareas sagradas serán realizadas,’” citó Sekawa. “Parece tan impropio de otros escritos de Shinsei. Tan franco.”

Hira rió entre dientes. “No es algo que se pueda ocultar con acertijos. Y no podemos estar seguros de si Shinsei escribió eso. Tal vez su hijo, o su nieto, o cualquiera de sus descendientes antes de Rosoku. Todo lo que sabemos es que un profeta entendió la importancia de que su línea continuara, si no todo se perdería cuando volviera el Día del Trueno, dentro de unos siglos.”

“Hemos de encontrar al heredero de Rosoku,” dijo Sekawa. “Es nuestro deber asegurar que la línea de Shinsei siga viva.”

“¿Pero cómo podremos enseñarles qué es lo que deben saber?” Se preguntó en alto Hira. “¿Cómo estaremos seguros, cuando nuestros caminos aún se están forjando?”

“Los pergaminos,” dijo Sekawa. “Ellos tienen las respuestas. Con ellos, podremos realizar lo que parece imposible. El Emperador lo sabía. Murió para que la línea de Shinsei pudiera volver a la vida. Debemos asegurar que su muerte no fue en vano.”

“No lo será,” coincidió Hira, “mientras los pergaminos tengan razón.”

“Tengo que creer que los pergaminos están en lo cierto. Sin eso, habría dejado morir a mi Emperador cuando podría haber estado a su lado. Aparte de eso, los he leído – los he sentido – sé que son reales. El heredero de Rosoku, y de Shinsei, está ahí fuera. Debemos encontrarlo o encontrarla, o el Imperio puede que no sobreviva.”