La Esencia de la Lealtad

por Shawn Carman y Nancy Sauer
Editado por Fred Wan

Traducido por Daigotsu Yaiba

 

En algún lugar de las provincias Yogo, hace ocho años


            La habitación estaba oscura. No había ventanas, e incluso la solitaria puerta, o al menos la única puerta que conocía el prisionero, estaba sellada tan firmemente que la luz no entraba cuando estaba cerrada. Había estado totalmente a oscuras durante días. Sólo cuando sus captores entraron vio algo, e incluso entonces la solitaria vela parecía imposiblemente brillante comparada con la negrura que había llegado a conocer en el pasado… ¿cuánto tiempo había estado allí? No estaba seguro. Parecía una eternidad, pero en realidad probablemente no fueron más de tres días.

La puerta se abrió de pronto, y la luz del exterior era cegadora. Se encogió lejos de ella, incluso cuando ansiaba caminar a través del marco de la puerta. Una silueta familiar apareció, y entonces la puerta volvió a cerrarse. Hubo unos pocos pasos, un pequeño porrazo y la vela volvió a encenderse. Al otro lado de la mesa se encontraba una mujer bajita con una máscara pequeña. Mostró una sonrisa apacible, pero era sólo un reflejo cortés. “Buenos días, Natsuo.”

Soshi Natsuo entornaba los ojos incluso hacia la vela. “¿Es de día?”

“Lo es.”

Él se aclaró la garganta y se preguntó si ella había traído agua. “Es difícil de decir,” dijo. “El acomodamiento es algo insuficiente, Rieko-san.”

La sonrisa de Yogo Rieko no cambió. “Pensé que tal vez podríamos continuar con nuestra anterior charla.”

El corazón de Natsuo se hundió. Sabía por experiencia que ella no le ofrecería nada a menos que él cooperase, e incluso si lo hacía no parecía que ella fuese a creerle. Aun así, hasta este punto él no tenía absolutamente otra elección en este hecho, no otra que permitirse a sí mismo apartarse y morir antes que hablar con esa mujer. Naturalmente, no le agradó aquella elección. “Por supuesto,” croó. “Lo que deseéis.”

“Qué cortés de tu parte,” dijo Reiko, su voz traicionada sólo por una pizca de sarcasmo. “Háblame de Yogo Hiroji.”

Natsu reprimió las ganas de enterrar su cabeza entre sus manos ante la mención del nombre de ese hombre. “Ya os lo dije antes, por supuesto,” comenzó, “pero estaría encantado de contároslo otra vez. Yogo Hiroji vino a mi casa al término de la noche. Irrumpió en mis aposentos personales e intentó asesinarme con lo que parecía ser un dai tsuchi hecho de piedra.”

“¿Dijo algo?”

“Sí,” dijo Natsuo. “Estaba gritando sobre que yo pagaría por mis pecados. Gritando, de verdad. Parecía estar completamente loco. Traté de correr, pero me derribó con un golpe de aire. Parecía como si quisiera matarme con sus manos desnudas. Seguía llamándome traidor. Yo… me defendí. No tenía elección.”

La sonrisa de Rieko desapareció. “Mataste a un miembro de los Kuroiban, quieres decir.”

“No tenía ni idea de quién era él en ese momento, ni yo estaba familiarizado con vuestra organización,” dijo Natsuo. “Como ya he dicho, creía que venía a matarme para beneficiar a mis superiores en la Torre Ensombrecida. Creía que ellos de alguna forma habían descubierto mi… inquietud.”

“Ah sí,” dijo Rieko. “Estaba esperando que pudiéramos discutir un poco más sobre eso también. ¿Dices que no sabías nada acerca de la importancia los crímenes en la Torre Ensombrecida?”

Natsuo respiró profundamente. “Dije que no estaba al tanto de que ellos estuvieran trabajando en contra del mandato del señor Yojiro-sama,” dijo cuidadosamente. “Tenía la impresión de que trabajaban para Shosuro Furuyari, quien no hace falta que os recuerde era uno de los consejeros del señor Yojiro. Creía que lo que estaban haciendo había sido aprobado por el Campeón, y por eso dejé a un lado todas mis reservas sobre ello, como siempre he hecho cuando me pedían hacer algo de una naturaleza moral ambigua. Soy leal.”

“Por supuesto que lo eres,” dijo Rieko. Estaba observando un reporte previo del testimonio de Natsuo, y parecía que apenas prestaba atención. “Dices haber descubierto la verdad poco antes de que Hiroji llegara a tu casa.”

“Nueve días antes,” aclaró él. “Cuando descubrí que no sólo trabajábamos sin el conocimiento de nuestro Campeón, sino que de hecho mis superiores tenían la intención de derrocar su autoridad… Yo había traicionado al clan. Esperaba morir.”

“Desgraciadamente no fue así,” Rieko observaba casualmente. “Háblame del pergamino.”

“Os lo he dicho varias veces,” insistió Natsuo. “Envié un mensaje a un viejo amigo de mi padre, pidiéndole permiso para estar con él durante un tiempo. Le pedí que no se lo dijera a nadie. Él era un anciano que vivía cerca de las montañas, lejos de cualquier pueblo o asentamiento. Sabía por experiencia que podía pasarse meses o incluso años sin contacto del mundo exterior a menos que recibiera un mensaje o enviara uno. Pensaba que la Torre no podría encontrarme allí, y que podría decidir qué hacer después.”

“Podrías haberte entregado,” dijo Rieko.

Natsuo rió. Era un sonido desagradable. “No habría vivido para contar mi historia, y lo sabéis. La Torre tiene informadores por todas partes.” Se apartó el pelo con el dorso de la mano. “¿Encontrasteis el pergamino?”

“El samurai al que te refieres fue hallado muerto,” respondió Rieko llanamente. “No había indicios de que su muerte se debiera a causas antinaturales, y no había rastro del pergamino del que hablas.”

Natsuo empezó a decir algo, entonces se detuvo de repente. ¿Por qué ella le preguntaría sobre el pergamino si no lo habían encontrado? A menos… “Creedme,” dijo de pronto. “Sabéis que estoy diciendo la verdad.”

Ella alzó una ceja. “Supones demasiado.”

“Si no creyeseis que yo fuese leal, ahora mismo estaría en la Tumba,” dijo Natsuo. “No habéis encontrado el pergamino, pero creéis que existe.”

Rieko puso el papel que estaba leyendo sobre la mesa y miró a Natsuo tranquilamente. “Creo que quizás hayas sido engañado,” admitió. “También creo que quizás me estés diciendo la verdad, pero incluso si es así, sólo quiere decir que eres un necio con una peligrosa cantidad de experiencia en maho y otras artes de la Torre. Esto difícilmente mejora tu posición.”

“¡Soy leal!” insistió Natsuo. “¡Serviré de cualquier forma que vos, los Kuroiban, o mi Campeón considere mejor! Merezco la oportunidad de expiar mis fallos, o al menos de reclamar mi propia vida. ¡No merezco la Tumba!”

“Lo veremos,” dijo Rieko.

 

           

Una casa privada cerca de Shiro Soshi, el presente


            Soshi Korenaga despertó de pronto, con un grito ahogado arañando su garganta en un intento de escapar. El sudor recorría su cuerpo, pero sentía un escalofrío ineludible, y se apretó más el kimono empapado en sudor.

Habían sido las pesadillas otra vez. Ahora aparecían casi todas las noches, aunque gran parte del tiempo eran fáciles de controlar. Esta noche, sin embargo… había sido difícil. Una profunda negrura se había abalanzado sobre él desde las sombras, alcanzándole con zarzas espinosas y desgarrando su carne mientras trataba de escapar. Le llevaba más y más profundo en la oscuridad, que fluía sobre él y lo ahogaba incluso mientras sentía que su vida se le escapaba.

Korenaga se levantó de inmediato y fue a la mesa donde había tomado el té antes de acostarse. Comprobó la tetera con una mano temblorosa, pero ciertamente no quedaba nada. Sabía que no podía ser. Incluso había comprobado la pequeña petaca donde habían estado los pétalos de jade antes de mezclarlos con el té. Nada. Sólo habían quedado unas pocas gotas en la taza donde tomo el té hacía muchas horas. Se quedó mirándoles un momento largo, entonces finalmente pasó el dedo por el interior de la taza y se lo llevó a la boca. Había sólo una vaga reminiscencia del sabor normalmente amargo, pero lo degustó igualmente.

Soshi Korenaga se sentó en la oscuridad, sus rodillas apoyadas contra el pecho, y esperó a que el sol se alzara y se llevara a los demonios.

 

           

            Soshi Natsuo acarició ausentemente sus muñecas y miró a su alrededor. No había estado en la ancestral hacienda familiar durante al menos una década, y aun así parecía que poco había cambiado. El castillo no era generalmente particular, tanto como para que un visitante no pudiera recordar nada importante del mismo. Éste era, por supuesto, un fenómeno cuidadosamente mantenido cuya función era la de perpetuar la reputación de los Soshi de puertas afuera.

“Gracias por venir tan pronto,” se ofreció una voz sedosa desde los dais en el centro de la habitación. “Pero no tendrías más opción, supongo.”

Natsuo observó el centro de la habitación. Una mujer vestida de brillante carmesí y negro estaba en los dais, con sus manos dentro de las mangas. No había estado ahí hacía un momento, y él vio que no había forma de que hubiese entrado en la habitación sin que se notara. De nuevo, típico de los Soshi. “No, mi señora Uidori-sama,” dijo con una profunda reverencia. “Que mi presencia fuese involuntaria no quiere decir que no esté agradecido de estar aquí.”

“Mi hermana no está por el momento,” contestó la mujer. “Yo soy Yukimi.”

“Por supuesto,” dijo Natsuo inclinándose por segunda vez. La daimyo de su familia era una de las gemelas, y eran virtualmente idénticas. “Perdonad mi ignorancia.”

“¿Sabes por qué estás aquí?” preguntó Yukimi.

“No,” admitió Natsuo. Dudó y entonces añadió “No he estado fuera del complejo Yogo sin escolta durante años. Supuse, entonces, que vuestra hermana había decidido para mí un destino distinto al de la cautividad.”

“¿Y cómo te sientes por ello?” inquirió Yukimi.

Natsuo lo consideró un momento. “Vivo sólo para servir al Escorpión,” contestó. “Si mi servicio ha de acabar, entonces me siento afortunado de haber visto mi hogar por última vez.”

Yukimi sonrió irónicamente. “Tienes razón en que tu destino ha sido decidido, pero no de la manera que te imaginas. Dime, traidor, ¿qué servicios proveerás a los Kuroiban?”

La expresión de Natsuo no cambió lo más mínimo. “¿Los Kuroiban, mi señora?”

“No te hagas el tonto,” advirtió Yukimi, su expresión de pronto se volvió fiera. “Sé exactamente quiénes son. Todos los señores Escorpión lo saben, y conozco lo suficientemente bien las labores de mi hermana que yo también lo sé. Ahora, ¿qué puedes hacer por ellos?”

“Vaya secreto importante tan pobremente guardado,” Natsuo digo con una mueca. “Han usado mi… familiaridad con diversos rituales de maho para ayudarles a examinar material requisado. Les ayudo a determinar qué es, y la mejor forma de destruirlos con seguridad.”

“Y supongo que por lo largo de tu servicio has probado ser muy útil en verdad, incluso cuando imagino que podías haberte desvanecido hace tiempo.”

“No presumiría de medir mi valor para los Kuroiban,” dijo Natsuo.

La sonrisa de Yukimi volvió. “Una sabia decisión. Mientras que yo puedo determinar por tu tono que gozas de tus obligaciones, me temo que van a terminar. Tus servicios son requeridos en otra parte.”

Natsuo se atrevió a confiarse. “Por supuesto, mi señora. ¿Cómo puedo servir?”

Yukimi se sentó en los dais y golpeó una pequeña campana. La nota sonó hermosamente por toda la habitación, y la puerta en la pared occidental se abrió. Un hombre solitario entró, su apariencia era sucia a pesar de las buenas ropas. Era pálido, de largo pelo fibroso, y expresión obsesiva. “Éste es Soshi Korenaga, un valioso sirviente mío. Ha estado trabajando para revelar un misterio de gran importancia para mí personalmente, y para el Escorpión en general. Es, debo añadir, de interés particular para el mismísimo señor Paneki.”

“¿El Campeón?” dijo Natsuo said, con tono de sorpresa.

“Ciertamente. Ten éxito, y tal vez tu pasado pueda finalmente ser olvidado.”

Natsuo dudó de ello, pero aprovecharía cualquier oportunidad. “Solo decidme qué ha de hacerse, mi señora, y lo haré sin dudarlo.”

“Por supuesto que lo harás,” dijo Yukimi. Tomó una caja lacrada que estaba junto a ella y la puso enfrente. “Adelántate, por favor.”

Natsuo lo hizo, picándole la curiosidad. Se dio cuenta de que Korenaga se encogió ligeramente, pero no le prestó atención al infeliz hombrecillo. Se acercó más a los dais y miró en la caja. Cualquier color desapareció de su cara, y dio un tembloroso paso hacia atrás.

“¿Es… es eso un Pergamino Negro?” susurró.

“Al parecer, sí,” dijo Yukimi. “Es un nuevo Pergamino Negro, sin embargo no uno de los pergaminos originales dados al Escorpión para guardarlos hace mil años.”

“¿Qué?” preguntó Natsuo. “Eso no es… ¿cómo es posible?”

“Y ésa, amigo mío, es una de tantas preguntas que responderás para el Escorpión.”

“¿Qué?” repitió Natsuo. “¡Mi señora, no! He pasado casi una década siendo castigado por participar en maho cuando yo creía que era en beneficio del clan. ¡No podéis pedirme que haga lo mismo otra vez!”

“Puedo,” dijo Yukimi insistentemente, con voz firme. “A pesar de ello, no lo estoy haciendo en este caso.”

Natsuo frunció el ceño. “No lo entiendo.”

“Ni ninguno de nosotros,” admitió Yukimi. “El pergamino fue recuperado en las Tierras Sombrías, en la Tumba de los Siete Truenos. No sabemos casi nada de él, salvo que es realmente un Pergamino Negro, y que no es uno de aquellos con los que estamos familiarizados. No fue creado por magia de sangre, y aun así porta el toque de Jigoku, como nuestro leal Korenaga descubrió.”

Natsuo se apartó de Korenaga. “¿La Mancha?”

“Hai,” dijo débilmente Korenaga. “Está mantenida bajo control,” añadió repentinamente. “Me ayudaron la meditación y el té de pétalo de jade, y tengo reuniones mensuales con uno de los cazadores de brujas Kuni. Cree que fui Manchado por una bruja de los pantanos descubierta en nuestras tierras e inmediatamente destruida.”

“Una treta difícil,” añadió Yukimi. “Los cadáveres de las brujas de los pantanos son difíciles de conseguir.”

“El punto del asunto es que, a diferencia de vos, mi corrupción procede de un genuino intento de ayudar al Escorpión, en vez de serlo de un intento rebelde de destruir la autoridad del clan,” ordenó Korenaga. “No seré juzgado por alguien como vos.”

“Es suficiente,” dijo Yukimi, alzando la mano. “La lealtad de Korenaga no es cuestionada, Natsuo. Ni tampoco la de Natsuo, Korenaga. Ha demostrado su determinación durante años, y por ello hay que confiar en él. Sabe más que quizás cualquiera de nosotros sobre asuntos de este tipo.”

“No tengo ni idea de cómo un Pergamino Negro pudo ser creado sin usar magia de sangre, salvo quizás por el propio Isawa,” dijo Natsuo. “Si los medios pueden ser descubiertos, sin embargo, entonces los encontraré.”

“Excelente,” dijo Yukimi. “Cada uno de vosotros se asegurará de que el otro no intente nada inapropiado. Os aseguraréis de que el otro reciba su merecido si pasara algo desafortunado.”

“Hai, mi señora,” respondieron.

Natsuo se preguntó si no estaría más seguro con los Kuroiban.

 

           

            “Esto es un error.”

Natsuo miró a Korenaga con paciencia. “Hemos discutido mucho sobre esto. Hay poco que podamos hacer. Yukimi-sama dejó explícitamente claro que hemos de descubrir todo lo que podamos sobre el pergamino a cualquier coste, mientras el Escorpión no sufra por ella.”

“¿Cómo podemos saber qué ocurrirá?” preguntó Korenaga.

“No podemos saberlo seguro,” dijo Natsuo, “pero hay cosas que podemos suponer basadas en los registros de anteriores Pergaminos Negros. Son usados para sellar el poder tomado de fuentes externas. El proceso de sellado de tal manera que corrompe la magia usada para sellar en primer lugar. Isawa usó magia de sangre pura para robar el poder de Fu Leng en los Pergaminos Negros originales, transformándolos así en magia de sangre corrupta. Este hechizo no es maho, aunque está corrupto. Así que, técnicamente, nuestra investigación sobre ello no viola la Ley Imperial, o al menos no lo hace a menos que descubramos que la magia usada está en verdad proscrita por los edictos del Emperador.”

Korenaga negó con la cabeza. “Pero abrir el pergamino… usarlo… liberará el poder que contiene. Sea lo que tomara aumentará su poder, y conocerá la localización del pergamino.”

“Todo eso no es seguro,” advirtió Natsuo. “De todos modos, hay que ser cuidadosos, por eso hemos venido aquí.” Hizo un gesto hacia el sur. “La frontera Cangrejo está a menos de una milla de aquí. Si alguien o algo se enterara del pergamino, entonces considerarían al Cangrejo su objetivo más adecuado.” Sonrió con ironía. “Perfecto, ¿no crees?”

“¿Qué dejaremos salir?” volvió a preguntar Korenaga. “¿Qué liberaremos?”

“No lo sé,” admitió Natsuo. “Podría muy bien ser que la magia usada para robar el poder sea el elemento corruptor en este caso. Por todo lo que sabemos, liberar esta energía será beneficioso. E incluso si no fuera el caso, liberándolo nos permitirá cuantificarlo. Liberándolo, podremos identificarlo.”

“Eso piensas,” insistió Korenaga. “No lo sabemos a ciencia cierta.”

“Es una suposición razonable basada en el conocimiento previo,” dijo Natsuo. “Haciendo esto, tenemos relativamente poco que perder, y mucho que ganar.” Se detuvo un momento, y se encogió de hombros. “¿Y qué podría perder el Escorpión en cualquier eventualidad? Dos individuos de los que pueden fácilmente renegar como traidores o locos.”

Korenaga negó con la cabeza y cubrió sus ojos con la mano durante un instante. Finalmente, bajó la mano y asintió. “Muy bien,” dijo dócilmente. “Lo haré.”

“¿Qué?” dijo Natsuo. “No. Lo haré yo.”

“Yo ya estoy Manchado,” dijo Korenaga. “Sólo es razonable para mí hacerlo. Soy una pérdida menor para el clan que tú.”

Natsuo negó con la cabeza. “Yo he sido partícipe de la condenación de muchos hombres buenos como para dejar que vuelva a pasar. No. Incluso si no fuera el momento para mí de aceptar la carga de mis transgresiones pasadas, no podría arriesgar que la Mancha que sin duda surgirá de este intento te infecte. Podría fácilmente ser más de lo que pudieras tolerar, y si perdieras el control sobre ti mismo, entonces yo habría vuelto a fallar al Escorpión. No dejaré que eso ocurra.”

Korenaga estuvo en silencio durante un momento. “No eres un traidor,” dijo finalmente.

“Gracias,” dijo Natsuo, con la cabeza inclinada. “Tal vez un día merezca tales elogios. Preparémonos.”

Una hora después, Netsuo estaba de pie solo en un campo rocoso y vacío. Por toda la bravata y las razones que había usado para convencer a Korenaga, todavía estaba lleno de dudas. Qué estaba a punto de hacer, que ningún alma viva había intentado antes. Todos aquellos que lo intentaron en anteriores generaciones llegaron a un ruinoso final. ¿Era pura arrogancia lo que le hizo creer que podría alcanzar esto? ¿O su esperanza de que el pergamino fuese algo completamente nuevo y diferente se sobreponía a sus miedos? No podía saberlo de seguro. Todo lo que sabía era que el de verdad había creído que ésta era la mejor forma de servir al Escorpión. Si fallaba de nuevo, asumiría el destino que finalmente fuese suyo.

Natsuo silenció su alma tanto como pudo, y rompió el sello del pergamino.

Sensaciones que no había nunca imaginado lo recorrían. Sintió como si de pronto lo hubiesen lanzado al océano, y poderosas corrientes arañaran la superficie de su cuerpo. Oyó un ruido distante y se preguntó vagamente si tal vez estaba gritando. Apretó los dientes ante esta sensación y leyó el pergamino que tenía enfrente. Podía sentir el poder que lo recorría, e intento redirigir en el hechizo. Tal vez podía mantener lo que usara este poder, algo muy ominoso, obteniéndolo.

Hubo una enorme explosión de dolor y luz.

Todo se volvió negro.

 

           

Bayushi Paneki irrumpió en la habitación, su cara era una máscara de ira apenas contenida. Espero a que las puertas se cerraran tras él, y llevó su mirada distante hacia los dos samuráis que estaban en la habitación. Cuando la puerta se cerró, habló. “Explicaos,” dijo con tranquilidad.

Yukimi inclinó la cabeza respetuosamente. “La investigación del pergamino de la tumba está completa, mi señor. He preparado los hallazgos para vos.”

“No creáis que con esa actitud reservada apaciguaréis mi ira,” le advirtió Paneki. “Quiero saber exactamente qué actividades permitisteis, y cuales fueron realizadas sin vuestro consentimiento.”

“Yukimi-sama no nos dijo que abriéramos el pergamino,” Korenaga presentó tranquilamente. “Lo hicimos sin que ella lo supiera, porque creíamos que haciéndolo conseguiríamos la información que deseaba.”

“Y aun así no les culpé por hacerlo,” insistió Yukimi. “Korenaga me ha explicado las razones que seguía Natsuo, y creo que yo habría llegado a la misma conclusión.”

“Atrevidas palabras,” dijo Paneki. “Decidme qué habéis aprendido, y determinaré si el riesgo lo merecía.”

Korenaga respiró temblorosamente. “El pergamino fue creado con magia elemental, y contiene, o contenía, la esencia de algo… la porción vital del poder de una entidad, robada de ella a través de magia que no comprendemos, pero no a través de maho.”

“¿Hay otros?” preguntó el Campeón.

“No,” dijo Yukimi. “Era el único de su clase.”

“Y al abrir habéis liberado el poder que contenía, que ahora puede ser usado contra nosotros.”

“Eso es imposible,” admitió Korenaga. “Los desvaríos… de Natsuo parecen indicar que sea lo que fuese afectado por ese poder está en algún lugar remoto del mundo, lejos de Rokugan.”

“Es posible que el pergamino fuese creado por los Unicornio durante sus viajes,” comentó Yukimi. “Pasaron por las Tierras Sombrías en su viaje a casa. El pergamino podría haberse perdido y ser puesto en la tumba más tarde.”

“¿Cuál era el efecto del pergamino?”

Los dos shugenja se miraron el uno al otro con inquietud. “Parece que infecta al objetivo con la esencia de Jigoku,” dijo cuidadosamente Yukimi. “El efecto causa estragos en el objetivo, pero parece que sólo el que lanza el hechizo sufre la Mancha en sí misma. El efecto es difícil de describir. Es parecido a pasar un largo período de tiempo en las Tierras Sombrías sin quedar Manchado, pero tu cuerpo se marchita igualmente debido al ambiente.”

Paneki negó con la cabeza. “Locura.”

“El hechizo no deja ningún rastro detrás cuando se termina de realizar,” dijo tranquilamente Korenaga. “Aunque la apariencia de lo que queda es maldita, no corrompe al objetivo, y el hechizo no es maho.”

“¿Qué sugieres?” preguntó Paneki.

“Que nuestro deber hacia el Imperio siga en la cúspide,” dijo Yukimi inclinándose. “Este pergamino puede ayudarnos a saldar una afrenta hacia esos deberes. Los Pergaminos Negros de Isawa ataban a un dios. ¿Tal vez este Pergamino Negro pueda liberarnos un dios cuyo tiempo en el Imperio pasó?”

Paneki la interrumpió con un gesto cortante. “No volváis a pronunciar esas palabras,” le advirtió. “Lo que sugerís está al filo de lo que puede considerarse como traición. No aceptaré semejante idea.”

Yukimi asintió. “Por supuesto, mi señor. Estamos en una posición fuerte, y no necesitamos recurrir a tales tácticas.”

El silencio de Paneki fue su única respuesta.