La Fuerza de un Escorpión

 

por Brian Yoon
Editado por Fred Wan

 

Traducción de Bayushi Elth & Kakita Mamoru

 

 

Una leve lluvia caía sobre la Villa del Viajero Amistoso durante las primeras horas de la noche. Unas densas nubes giraban en el cielo, presagiando una tormenta aún mayor. Las calles se quedaron vacías de gente, que se fueron a sus casas para escapar al furor de la naturaleza en marcha. En el medio de la zona de los comerciantes, la puerta de la mayor casa de sake de la ciudad se deslizó a un lado. Hida Atsumori caminó en solitario fuera del edificio. Era grande y musculoso, como la mayoría de los guerreros del Cangrejo, y su adusto rostro parecía ajeno a la risa o la alegría. Miró hacia el cielo nublado, hizo una mueca y agitó su cabeza. Tras un momento de deliberación, el Cangrejo caminó en la lluvia sin cubrirse y se encaminó hacia la calle principal. A pesar de que había pasado unas cuantas horas dentro de la casa de sake, se desplazaba con sólo un ligero asomo de ebriedad en su paso.

Caminó a través de la calle vacía, hacia su casa. Cada pulgada de su cuerpo estaba empapada por la lluvia, aunque él parecía no darse cuenta. Cuando los efectos de la bebida le afectaron, se apoyó en la pared de un edificio y esperó hasta recuperar su equilibrio. El sonido de la lluvia cayendo resonó en sus oídos, y cerró los ojos. Aun así, aquello no podía hacerle olvidar los gritos de campesinos ardiendo que seguían dominando su mente.

Durante los últimos dos meses, Atsumori había liderado varias incursiones en las tierras Escorpión del Sur como represalia por los ataques contra su señor. Había sido una causa justa y había ejecutado sus órdenes con su habitual eficiencia. Sí, había sido lo correcto; el Escorpión necesitaba aprender una lección. Atsumori agitó su cabeza para liberarla de los desagradables pensamientos que la poblaban.

De repente, una voz interrumpió sus pensamientos. “Saludos, Hida-san. Una agradable noche para dar un paseo,” dijo una voz junto a él. Atsumori abrió sus ojos y se giró, sus manos yendo instintivamente hacia su katana. Atsumori no esperaba violencia dentro de la ciudad, pero vivir en la frontera de las Tierras Sombrías le había enseñado a estar preparado para el peligro hasta en los lugares más inofensivos. El extraño era un ronin delgado y pobremente vestido. Solo una enigmática sonrisa era visible bajo el borde de una gran jingasa. La katana en su costado estaba sujeta con un lazo de paz, y sus manos estaban vacías.

Quizás el alcohol había alterado sus percepciones, pero Atsumori no podía quitarse de encima la sensación de que el ronin era peligroso.

“¿Estás borracho, muchacho?” escupió Atsumori. “Déjame en paz antes de que tu locura infecte mi espíritu.”

El extraño se acercó un paso más, sin borrar su sonrisa. “Me temo que no lo haré, Hida-san. Antes esta noche nos honrasteis con historias de vuestro heroico valor. Debo confesar que he venido para rogaros que me contéis más historias.”

Atsumori se detuvo. Sus recuerdos de aquella noche parecían más algo del distante pasado que su memoria reciente. Incluso entre sus difusos recuerdos, no podía acordarse de tales historias. ¿Habría hablado fuera de lugar? “¿Qué quieres decir?” preguntó con sospecha.

“Porque,” continuó el ronin, “eres Hida Atsumori, gunso bajo las órdenes de Hida Kisada. Derrotas villanos y destruyes escoria siguiendo sus órdenes. Asesinas campesinos y quemas aldeas desprotegidas. Tal muestra de heroísmo no debería pasar sin recompensa.”

El rostro de Atsumori enrojeció. “¿Te atreves a burlarte de mi? ¡No me pongas más a prueba o te enseñaré una lección que nunca olvidarás!” Alterado por su ira, Atsumori no se dio cuenta de preguntarse por qué el ronin conocía sus misiones.

“Permitidme primero concederos un favor, Atsumori-san,” continuó el extraño. “Nunca subestimes el alcance de la venganza del Escorpión. Soy Yumita, el Escorpión Negro, y he venido para presenciar tu muerte.”

Antes de que Yumita pudiera terminar su afirmación, Atsumori entró en acción. Cogió la empuñadura de su katana y la desenvainó a la velocidad del relámpago. Yumita se limitó a quedarse donde estaba y observar al Cangrejo que se aproximaba. Atsumori levantó sus brazos para incrustar su espada en su enemigo.

Por el rabillo del ojo, Atsumori vio un oscuro borrón cayendo desde el tejado de un edificio cercano. Todo se detuvo cuando un cegador destello de dolor recorrió su espalda, y se derrumbó en el suelo. Sintió como una pequeña mano le sujetaba del hombro, y con una engañosa fuerza el segundo asaltante le giró sobre su espalda.

El aliento de Atsumori traqueteaba en su garganta mientras luchaba por respirar, por aferrarse a su último resquicio de vida. Una pequeña y ágil muchacha con una pequeña máscara cubriendo su cara lo sujetaba. Ella le miró a los ojos, y asintió con satisfacción. Atsumori intentó mantener su mirada fija en sus asesinos, pero se le volvía cada vez más difícil moverse.

“¿Debemos mover el cuerpo?” preguntó, mirando hacia Yumita. Limpió la sangre de su espada con un movimiento casual.

Yumita meneó su cabeza. “Servirá como advertencia. Tu ataque fue chapucero, pero aprenderás con la experiencia. Vamos, nuestro trabajo aquí aún no ha terminado.”

Atsumori luchó para escuchar las voces mientras se disipaban de sus oídos. El sonido de la lluvia cayendo a su alrededor era lo único que podía escuchar. Un poco después, no pudo oír nada más.

 

           

Bayushi Paneki estaba sentado inmóvil bajo el tejado del cenador en el medio de su jardín de arena, su mirada fijada en la calma que le rodeaba. La lluvia caía, formando una cortina sobre el resto del mundo. Sus guardias esperaban oportunamente en el límite del jardín. La lluvia alteraba lentamente la construcción del jardín. Paneki no era amigo de la filosofía, pero meditaba tranquilamente sobre la forma en que el fluir del agua deshacía el cuidadoso trabajo que a sus jardineros había llevado horas completar.

Unos suaves paso tras él delataron la presencia de alguien. “Infórmame de tus esfuerzos en el sur, Tsimaru,” dijo Paneki sin más preámbulo.

Bayushi Tsimaru llegó hasta él y se inclinó profundamente. Tsimaru era un hombre de recursos que había seguido con indiscutible lealtad e inteligencia. Conocía los recursos ocultos del Escorpión y como utilizarlos. Con la muerte de Yudoka, Paneki le había dado al astuto Escorpión más y más responsabilidades. Para el agrado de Paneki, Tsimaru no le había fallado.

“Nuestros agentes han comenzado a tomar represalias por los ataques del Cangrejo en la frontera del sur”, dijo Tsimaru. “Varios gunso Cangrejo están ahora muertos. Kisada continúa ignorando nuestros esfuerzos; hasta ahora he ordenado apartarse del Gran Oso. Nuestros hombres se centrarán sobre aquellos que le siguen, si eso no os place.”

“Te he dado total libertad sobre la situación, Tsimaru. Tienes mi completo apoyo.”

Tsimaru dudó un momento. “Paneki-sama, si el Cangrejo nos ataca con todas sus fuerzas, encontrarán nuestras defensas insuficientes. El hambre nos ha dejado bajo mínimos y desnutridos. Y el Cangrejo solo ha empeorado nuestra situación quemando varias de nuestras aldeas. No seremos capaces de contener sus ejércitos.”

Paneki asintió. “Lo se. Aun así, el Cangrejo espera que reaccionemos de alguna forma a sus agresiones, o conocerá nuestra débil posición. Debemos mantener una imagen de fuerza, o no dudarán en atacarnos.”

“Sí, mi señor,” replicó Tsimaru. “Aun así, nuestros asaltos en sus tierras podrían provocar un ataque por su parte.”

“Ese será tu deber,” dijo Paneki. “Debes asegurarte que el Cangrejo tema nuestra fuerza, pero sin colocarnos en una posición insostenible.”

“Como ordenéis, Paneki-sama,” dijo Tsimaru. Se inclinó de nuevo y dejó al Campeón sumido en sus pensamientos.

Paneki se incorporó y se giró hacia la entrada del jardín. Los guardias habían permitido el acceso a su otra cita. Dos hombres inmaculadamente vestidos caminaron con precaución hasta el cenador, protegidos de la lluvia por pequeñas sombrillas. Ambos eran jóvenes; uno cojeaba ligeramente y arrastraba el pie tras el otro. El hombre en cabeza era Bayushi Hisoka, un cortesano que había ganado influencia con rapidez en las tierras Grulla. Shosuro Jimen le seguía. Cerraron sus sombrillas cuando alcanzaron la cobertura del cenador y se inclinaron con respeto. Paneki les admitió con un leve cabeceo.

“Buenas tardes, Paneki-sama,” dijo suavemente Hisoka. “He preparado la información que solicitasteis sobre nuestras provisiones.”

“¿Que noticias traes de la capital?” preguntó Paneki.

Jimen habló con su cabeza inclinada. “Mi señor, el Khan ha fallado en su asalto. Intentaba cruzar las murallas del palacio cuando Kaneka en persona le interceptó en el campo de batalla, y el Fénix llegó y detuvo la lucha con la fuerza de su magia.”

Hisoka asintió. “Entonces, el gámbito del Khan ha fallado. ¿Quién acabó con él?”

“Vive aún,” dijo Jimen. “Kaneka está muerto, y a Chagatai se le ha garantizado acceso seguro hasta sus tierras.”

Paneki miró a Jimen. “Cuéntame como pudo ocurrir algo así.”

“El Fénix evitó más derramamiento de sangre en la capital, y su decreto fue respetado porque el Dragón de Fuego acompañaba sus fuerzas. El Campeón del León garantizó públicamente acceso al Khan hasta su hogar, y anunció que lo matará en un año.”

Paneki asintió. “Evidentemente, es hijo de su padre.”

“Eso parece.” Jimen dudó por un momento. “Mi señor, debo informar que Bayushi Kaukatsu pereció en la batalla. Los informes de su muerte son bastante... inusuales.”

A pesar de que había servido al Maestro de los Secretos durante años, Jimen nunca había visto a Bayushi Paneki quedarse sin habla, ni siquiera un segundo. Paneki se recuperó con rapidez, frunciendo profundamente el ceño. “Kaukatsu era un buen hombre. Nos llevará mucho tiempo restaurar su influencia y conexiones.”

“Así es, mi señor.” Replicó Jimen. “La Grulla verá la muerte de Kaukatsu-sama como una herida fatal para nosotros. Rápidamente ejercerán presión para ganar poder, y quizás incluso echarnos de nuestras posiciones en la corte.”

“Nos ven como débiles, esperando nuestra muerte,” añadió Hisoka. “Debemos reunir las fuerzas con las que contamos e inmediatamente mostrar una imagen de fuerza a nuestros enemigos. Ayudaré encantado a mostrarles nuestro poder.”

“¿Como están nuestros suministros?” preguntó Paneki.

Hisoka bajó la mirada. “Estamos lejos de recuperarnos de la hambruna, mi señor. Incluso reuniendo todos los recursos con los que contamos, estan seriamente agotados. No tenemos suficientes para mantener una guerra.”

Antes de que Paneki pudiera contestar, el sonido de un rifirrafe llegó hasta los tres. Bayushi Kwanchai permanecía en pie en la puerta del jardín, su camino bloqueado por la guardia del Campeón. Kwanchai estaba cubierto de vendajes y visiblemente debilitado, pero nada podría apartarle de su objetivo. Se desembarazó de los guardias que intentaban detenerlo y se abrió paso a empujones. Se dirigió hacia Paneki y cruzó el jardín con rapidez, sin tener en cuenta el chaparrón. Sus ojos enrojecidos estaban enfurecidos con tal pasión que hicieron que Jimen y Hisoka retrocedieran un paso para alejarse de él. Cuando Kwanchai los alcanzó, se postró a los pies de Paneki.

“Os pido disculpas por entrar de esta manera, Paneki-sama” dijo Kwanchai “pero no podía esperar más.”

Paneki alejó a los guardias con un gesto rápido “¿Que te preocupa, Kwanchai?”

Kwanchai alargó las manos a las espadas a su lado, y los guardias se tensaron una vez más. Colocó las espadas frente a él e inclinó su cabeza “Juré proteger a Kaukatsu-sama cuando me llevó como su yojimbo a la Corte Imperial. no pude hacer nada para evitar su muerte. Mi vida esta acabada. Por favor, mi Señor, castigadme por mi fracaso.”

Paneki avanzó hacia Kwanchai. “Dices que tu vida esta acabada ahora que has fallado, Kwanchai?”

Éste no contestó sino que esperó, con su mirada fija en el suelo.

“Permaneces en silencio, así que yo contestaré en tu lugar.” prosiguió Paneki. Jimen nunca había escuchado tanta amenaza en la voz de Paneki antes de aquello, y recordó la reputación de Paneki como un asesino brutal antes de alcanzar su puesto de Campeón “Tu vida ya estaba acabada desde el momento en que te convertiste en un Escorpión.”

“Fracasé en mi deber de proteger a Kaukatsu-sama.” repitió Kwanchai.

Paneki meneó la cabeza. “Tu vergüenza es irrelevante. Eres un arma fiable y tus seguidores confían en ti con fervor fanático. Si dejas de serme útil a mí o al clan, te permitiré hacer eso que deseas. Hasta entonces, seguirás sirviendo.”

Kwanchai dudó durante un largo momento. Finalmente asintió y alzó su cabeza “Sí, mi Señor.”

Paneki se giró hacia Jimen. “Jimen, volverás a Toshi Ranbo a representar nuestros esfuerzos en la Corte Imperial. Se precavido. No podemos permitir a nuestros enemigos que perjudiquen nuestra posición política.”

Los ojos de Jimen brillaron con ansia. “Sí, Paneki-sama.”

La mirada de Paneki se concentró en Hisoka. “El trono está vacío una vez más. El Campeón Esmeralda ha muerto. No podemos permitir que ningún clan acumule ese poder dejado vacante.”

Hisoka asintió. “Ayudaré a Jimen en sus deberes de plantar cara a nuestros enemigos con todo nuestro poder político y sembrar discordia entre los demás clanes. Nadie se atreverá a subestimar al Escorpión a la vista de nuestro poder.”

Paneki miró a cada uno de los tres por turno. Escalofríos recorrieron la espada de Jimen al ver la mirada inequívocamente depredadora en los ojos de su Campeón. “Somos el Clan de los Secretos,” dijo Paneki “Nos recompondremos, y el Imperio sentirá la fuerza del Escorpión una vez más.”