Líneas de Batalla


por
Nancy Sauer
Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki



            Cuando aun era una niña pequeña, el abuelo de Akodo Kurako la había inculcado la importancia de desayunar. La vida de un soldado era incierta, la había explicado pacientemente, y nunca se sabía cuando se volvería a comer. Ahora era la Emperatriz, y estaba bastante segura de que aparecería su siguiente comida, perfectamente preparada y exquisitamente presentada, a la hora exacta que ella había dicho, pero Toturi Kurako no consideraba eso una razón suficiente como para abandonar un buen hábito. Se arrodilló ante la bandeja que tenía arroz, sopa miso y té y comió rápidamente.

Cuando terminó hizo una señal a una sirvienta a que se llevase la bandeja y a otra a que la ayudase a vestirse. Después de que la mujer la hubiese ayudado a meterse en múltiples capas de kimono y hubiese atado el obi con un elaborado nudo, Kurako cogió el sello de la Emperatriz de su caja y se lo metió en el obi, colocándolo de tal manera que su perfil se pudiese ver contra la pesada tela bordada. Había pensado despectivamente de los elaborados ropajes de los cortesanos, pero cuando llevaba exactamente una semana en la Corte Imperial se dio cuenta de su porque. Tras la aparente frivolidad había un lenguaje tan expresivo como los movimientos del tessen de un general, y con el mismo propósito. Eligió un abanico de papel dorado que había sido pintado con un ramillete de rojas hojas de arce y se fue de su habitación, armada para enfrentarse al día.

Kurako anduvo tranquilamente y con determinación por el pasillo que llevaba a la sala privada de recepciones del Emperador. Ella la había usado frecuentemente durante el tiempo en que su esposo estuvo en su viaje, pero no había vuelto a estar en ella desde que la noticia de su muerte había llegado a Toshi Ranbo. Kurako se detuvo un poco antes de entrar en la sala y después entró, parpadeando algo más rápidamente de lo normal. Unos minutos después anunciaron la llegada del Consejero Imperial, y Kurako ordenó que entrase. Tanitsu entró en la sala y se arrodilló ante ella, tocando con su cabeza el suelo. “Puedes sentarte tranquilamente, Tanitsu-san,” dijo Kurako. “¿Tienes un informe del asunto del que hablamos?”

Tanitsu se levantó y después se sentó, su elegante kimono cayendo en precisos dobleces al hacerlo. “Así es, mi Emperatriz. El cargo de Protector de la Ciudad Imperial nunca fue formalmente abolido, y el documento que creó el cargo siempre usa la frase ‘Ciudad Imperial’, no ‘Otosan Uchi’. No hay barreras legales para vuestro nombramiento de un nuevo Protector.”

“Bien,” dijo Kurako. “Haz un borrador de los papeles necesarios – empezaremos inmediatamente con el proceso.”

Tanitsu frunció el ceño. “Kurako-sama, dije que no había barreras legales para esto – pero eso no significa que piense que sea una sabía decisión.”

“¿Me estás cuestionando, samurai?” El tono de Kurako era severo.

Tanitsu no se estremeció. Era Emperatriz, pero Kurako seguía siendo León y debía ser manipulada adecuadamente. “Mi Emperatriz, esta corte tiene muchos aduladores que os dirán lo que queráis oír. Pero mientras yo sea vuestro Consejero Imperial os daré los mejores consejos que pueda. Si no queréis escucharlo, me podéis reemplazar con toda facilidad.”

Hubo un momento de tenso silencio, y después Kurako abrió su abanico en implícita disculpa. “Continúa, Tanitsu-san.”

“Kurako-sama, las obligaciones del Protector son esencialmente las que el Shogun y sus fuerzas están haciendo ahora. En el mejor de los casos, esta acción se verá como una innecesaria duplicidad de fuerzas, y en el peor de los casos se considerará un movimiento en contra del Shogun.”

“Es un movimiento en contra del Shogun,” dijo Kurako. “Con el Protector y sus hombres protegiendo la ciudad, Kaneka ya no tendrá la excusa para mantener aquí sus tropas. Que regrese a las tierras Fénix y que proteja durante un tiempo a los Maestros.”

Tanitsu suprimió un suspiro. “Mi señora, no sabemos cuando tardará el determinar quien quería Naseru que fuese su heredero, por lo que no sabemos lo que reinaréis como Emperatriz. Los recursos que gastéis luchando contra el Shogun se emplearían mejor en aumentar vuestra habilidad para gobernar.”

“¿Y sobre qué quieres que dirija mi atención, si no es al hombre que tiene un pequeño e independiente ejército acampado alrededor de mi ciudad?”

“Kurako-sama, me preocupa el Khan.”

“¿El Khan?” Kurako parecía genuinamente confundida. “¿Moto Chagatai?”

“Retorció un ligero descuido en una vieja ley en un permiso para empezar una guerra contra el León. No puedo ni imaginarme las posibilidades que ve en la situación actual.”

“No puede hacer nada importante hasta la primavera,” dijo Kurako, “y para entonces quizás ya habremos determinado quien quería Naseru que le sucediese. Y no importa lo que haga; el León se ocupará de él. En todo caso, el Khan está al otro lado del Imperio, no aquí en Toshi Ranbo.”

“Mi Emperatriz, si buscáis un adversario en esta ciudad no necesitáis mirar más allá de Bayushi Kaukatsu.”

“Imposible. Kaukatsu es completamente leal al trono.”

“Leal al trono, Kurako-sama, pero no necesariamente a vos. Ha sido un poder en la Corte Imperial desde el reinado del Esplendido Emperador, y comprende como pocos lo que lleva gobernar el Imperio. Os obedecerá mientras seáis Emperatriz, eso es verdad, pero si queréis que os sirva entonces debéis cultivar su respeto.”

“Se dice que Naseru tenía su respeto – ¿dónde estaba Kaukatsu cuando Akiko y sus compinches estaban royendo su autoridad?” Kurako hizo un gesto de desdén. “Le he dejado la Cancillería, por lo que es libre para deambular por las salas y asustar a los niños con esa máscara suya. No temo amenazas imaginarias. Quiero que se redacten los documentos para el Protectorado. Hoy.”

“Como deseéis, mi Emperatriz,” dijo Tanitsu en voz baja.

 

           

Doji Nagori deambuló por los jardines que rodeaban al Palacio Imperial, parándose para intercambiar reverencias con otros cortesanos que disfrutaban del sol del otoño tardío. Las reverencias que recibió, notó el poeta, eran algo más profundas que las de antes de recibir la espada de Kakita. El regalo de Domotai había aumentado su estatus en la corte, y el pesaba la pregunta de cómo usaría ese estatus. Kakita había sido un gran hombre, y Nagori dudaba que pudiese ser ni siquiera la mitad de grande – pero el tener la espada de Kakita no le dejaba otra elección que intentarlo. Su mente fue al recuerdo del día en que Hachi se había puesto por primera vez la armadura del Campeón Esmeralda, y la extraña mirada en los ojos de su amigo. Nagori ahora entendía esa mirada.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos al ver a Shosuro Higatsuku andar hacia él, y Nagori ocultó la mueca tras su fija y amable expresión. El Escorpión tenía la reputación de ser un cortesano competente, pero había algo en él que siempre le hacía ser cauteloso.

“Buenas tardes, Nagori-san,” dijo Higatsuku, inclinándose. “Deseo ofrecerte mi enhorabuena por tu reciente adquisición. Es algo trascendental, el tener algo que una vez tuvo un venerado ancestro.”

“Gracias, Shosuro-san,” dijo tranquilamente Nagori. “En verdad es algo trascendental.” Se preguntó durante cuanto tiempo pretendía hablar Higatsuku, y si el otro cortesano quería algo de verdad o solo quería ser visto en la compañía de Nagori, y lo rápido que podía acabar con la conversación sin ser un maleducado.

“Estás, de eso estoy seguro, queriendo ser un digno poseedor de este regalo. La habilidad de Kakita en su arte es bien conocido por todos.”

“Oh, sin duda,” dijo Nagori. “De hecho, estoy ahora mismo en el proceso de redactar una carta a Kakita Noritoshi.”

“¿Si?” Higatsuku parecía sorprendido.

“Desde luego,” dijo suavemente Nagori. “No mucha gente lo sabe, pero Noritoshi es un músico de bastante talento. No dudo que será capaz de recomendarme un buen profesor de biwa.”

Higatsuku frunció el ceño. “El interés de Kakita en el biwa es bien conocido, pero espero que no pretendas pasar por alto su mayor logro.”

“En absoluto. Tras perfeccionar mi habilidad con el biwa planeo cortejar a la mujer más bella que encuentre.” Hubo un callado murmullo de voces tras él, y Nagori se dio cuenta que la conversación había atraído una audiencia.

“Nagori-san, me asombra tu falta de respeto hacia tu gran ancestro.”

“¿Piensas que no siento respeto hacia Kakita?” Dijo Nagori, sorprendido. “Bueno, cuando tu hagas algo digno del respeto de tu clan podemos volver a hablar del tema.” El murmuro tras él se volvió un gorgojeo de risas contenidas. Nagori sonrió, se inclinó, y se alejó, pensativo.

 

           

Había momentos en que incluso un Grulla se podía cansar del brillo sin fin de la corte, y desde el Campeonato Topacio Kakita Munemori había encontrado que esos momentos llegaban cada vez más frecuentemente. Las festividades nocturnas en la finca Doji de Toshi Ranbo habían empezado, pero mientras se sentaba en la oscura paz de un pabellón del jardín, daba vueltas al líquido en su taza de sake y se preguntaba si era el momento de afeitarse la cabeza y retirarse.

El crujido de pies en el jardín le apartó de sus pensamientos, y el viejo cortesano levantó la vista y vio acercarse a una mujer vestida con una túnica de color rojo oscuro, seguida por un sirviente que llevaba una bandeja con una botella y una taza. A unos metros del pabellón, la mujer se detuvo como sorprendida y se inclinó un poco. “Perdonadme, Grulla-sama,” dijo educadamente. “Quería pasar un rato disfrutando de la belleza del jardín. Por favor, no dejéis que os moleste.” Se giró para irse.

Munemori levantó mentalmente una ceja. La voz era la de Bayushi Adachi, una mujer exquisitamente bella. Ella había atraído su atención por ser alguien conectada de forma que nadie podía explicar con las muertes de varias personas que se habían vuelto incómodas para el Clan Escorpión. Había sido nombrada magistrada de su clan, lo que simplemente subrayaba su peligrosidad a ojos de Munemori. En su experiencia, los Escorpiones que abandonaban las sombras o era muy buenos o increíblemente confiados, o ambas cosas a la vez. “No tienes porque irte, Bayushi-san,” dijo, e hizo un gesto a la bandeja del sirviente. “Los Daidoji dicen que trae mala suerte beber solo, por lo que podemos compartir el jardín y beber juntos.”

Adachi dio las gracias en voz baja y se arrodilló junto a él. El sirviente dejó la bandeja y se fue. La Escorpión cogió la botella y se sirvió una taza. “A vuestra salud, Kakita-sama,” dijo ella, llevándosela a los labios.

“Y a la tuya, Bayushi-san,” dijo Munemori, dando un sorbo de su taza. “Pero me honráis demasiado.”

“Si insistís, Kakita-san. Pero me emociona vuestra bienvenida – muchos temerían acercarse tanto a un Escorpión, por miedo de que pudiésemos adivinar sus vicios secretos.”

“Ah,” dijo Munemori, “pero es que yo no tengo vicios secretos.” Sonrió y la miró apreciativamente.

Adachi echó la cabeza hacia atrás y se rió, haciendo que su túnica se ciñese a su cuerpo. La sonrisa de Munemori fue un poco mayor; siempre había disfrutado al ver a una experta trabajando. “Eso parece,” dijo ella finalmente. “¿Pero quizás tengas alguna virtud secreta?”

“Seguro que no. Soy un hombre de modestas dotes, sirviendo a mi clan en pequeñas cosas.”

Adachi parecía escéptica. “Pero bastantes de tus misiones te las dio personalmente tu anterior campeón y su esposa, que no eran conocidos por tener malos criterios.”

“Eso es una alegación sorprendente,” dijo Munemori. Dejó que su cara mostrase preocupación. Los Escorpión odiaban cuando no reaccionabas a sus provocaciones.

“No pretendía alarmarte con ello,” contestó Adachi. “Pero mi señor Paneki tiene cierta información que desea dar a tu señora, y quiere que se haga calladamente. Tu máscara de cultivada oscuridad sería útil para esta tarea.”

“Ya veo. Pero los Escorpión no suelen dar información.”

“Muy cierto. Pero mi señor aprecia la belleza de su espada Kakita, y desea honrar la cortesía de los Grulla. Nuestros artesanos no son tan buenos como los vuestros, por lo que ofrece un regalo de nuestra especialidad.”

“Es verdad que los herreros de espadas Kakita son sublimes, si pueden inducir al Señor Paneki a ayudar a un clan que está en guerra con el aliado más antiguo de su clan.”

Adachi le miró pensativa sobre el borde de su taza de sake. “Muchos discutirían que cuando Akodo Kaneka interfirió en la Guerra Yasuki ni Grullas ni Cangrejos se beneficiaron. Y dicho eso, uno puede imaginarse formas en que se puede ayudar a los Grulla sin dañar a los Dragón.”

“Una interesante elección de ejemplo,” dijo Munemori. “Dada la gran estima que siente por su esposa, me resulta difícil de imaginar al Shogun actuando contra el clan que la vio nacer.”

“No hay duda que sus acciones futuras reflejarán eso. ¿Pero consultará a la Dama Domotai antes de actuar? También puedo imaginar que él actúe independientemente de ella.”

Eso es verdad, pensó Munemori, y la reacción de Domotai también sería muy predecible. Adachi sonrió y abrió su túnica exterior para sacar una caja de pergaminos. Munemori se sintió un poco decepcionado, aunque no sorprendido, al ver que ella llevaba un kimono y no su escandalosamente estilizada armadura de ceremonias. “Un listado completo de todas las fuerzas que el Shogun tiene a sus órdenes, incluyendo a los que normalmente no aparecen en los informes de sus oficiales.” Le dio la caja. “Confío en que tu dama lo encontrará útil para planear futuras contingencias.”

Munemori aceptó la caja de pergaminos y se la metió dentro de su túnica, su mente analizando las posibilidades que se abrían ante él. No dudaba en absoluto que Paneki quería de verdad que los Grulla se beneficiasen por esta acción. Tampoco dudaba que Paneki quería que su propio clan se beneficiase aún más. El monasterio tendría que esperar, decidió. “Bayushi-san, ¿juegas al go?”

Adachi arqueó una ceja ante el cambio de tema. “No soy una experta, pero si, juego.”

Munemori sonrió. “¿Entonces te gustaría jugar una partida?”

“No veo un tablero de go en el pabellón,” dijo ella.

“No, desgraciadamente. Pero yo tengo un juego muy bonito en mi habitación.”

Adachi se rió. “Sin duda. Quizás más tarde – tengo unas cuantas más responsabilidades que hacer esta noche.” Ella se levantó y empezó a bajar los escalones del pabellón.

“Buena caza, Bayushi-san,” dijo secamente Munemori.

La Escorpión se detuvo en el escalón inferior y se volvió hacia él, el brillo de la diversión en sus ojos. “Y a ti también, Munemori-san.”

 

           

“Bayushi-sama, Nagori se burló de Higatsuku esta tarde. La historia se cuenta por toda la ciudad.”

Bayushi Kaukatsu levantó la vista del pergamino que estaba leyendo y estudió al joven que se arrodillaba ante él. Shosuro Jimen había hecho el creíble trabajo de mantener su tono neutral, pero Kaukatsu no se dejó engañar – estaba claro que Jimen no estaba contento de dar malas noticias al Canciller. “Espléndido,” dijo, y vio como se abrían los ojos del joven cortesano, sorprendido. “Samurai, puedo ver tu cara,” dijo Kaukatsu, y los ojos de Jimen rápidamente volvieron a ser normales. “Mejor. Recuerda que tu máscara es un símbolo – a no ser que tengas un saco sobre la cabeza, tus oponentes siempre podrán ver algo. Asegúrate que solo es lo que tu quieres que vean.”

“Gracias, Bayushi-sama,” dijo con humildad Jimen. “Lo recordaré siempre.”

Kaukatsu escuchó atentamente u solo oyó gratitud en su voz. O Jimen estaba genuinamente contento por que se lo hubiese recordado o estaba furioso por haber sido tratado como un estudiante de primer año. Ambas cosas eran aceptables, mientras nadie pudiese saber cual era la verdadera. “Ahora, dime por que es una noticia espléndida.”

“Porque...” Jimen empezó lentamente, “porque dijisteis a Higatsuku que queríais que Nagori se viese avergonzado en público, pero lo que de verdad queríais es que hubiese un incidente entre ambos.”

“Muy bien. ¿Por qué?”

Jimen pensó durante largo tiempo. “Porque Higatsuku antes sirvió al Shogun, y Nagori es hermano de su mujer. Mañana al amanecer, media corte estará obsesionada intentando saber porque ambos están enfrentados.”

“Exactamente,” dijo Kaukatsu.

“¿Pero por qué?”

“Kaneka hizo pocos amigos y muchos enemigos cuando él y sus hermanos luchaban por el trono. Una vez que horademos el terreno, sus detractores se ocuparán del asunto, y la corte bullirá con rumores de sus intentos de capitalizar la muerte de Naseru.”

“Lo siento, pero no lo entiendo. ¿Qué ganamos actuando contra el Shogun?”

“No actuamos contra el Shogun. Actuamos contra la Emperatriz.” Esta vez, Kaukatsu notó con alegría, no hubo cambio en los ojos de Jimen. Estaba claro que el protegido de Paneki aprendía rápido.

“¿La Emperatriz?”

“Kurako es una samurai inteligente, honorable y valiente. Sería una guerrera notable en el campo de batalla, o un gran general, o un Campeón León muy competente, si se llegase a eso. ¿Pero una Emperatriz gobernante?” Hizo un gesto de desdén con su mano. “Es un peligro para el Imperio, pero nos vemos obligados a tratar con ella hasta que descubramos quien es Toturi IV. Pero ella es León, por lo que solo debemos darla un enemigo. Kurako puede malgastar su tiempo maniobrando contra Kaneka, mientras que los que sabemos lo que están haciendo podemos ocuparnos de los asuntos del Imperio.”

“Ahora lo entiendo,” dijo Jimen. “¿Qué queréis que haga?”

“Ya tienes tus instrucciones,” dijo Kaukatsu. “Estás aquí como el representante personal del Campeón Escorpión, enviado para supervisar sus intereses en esta ciudad. Que esta acción de la impresión que Paneki no confía en el Shogun es, por supuesto, muy desafortunado.”

“Lo comprendo,” dijo Jimen, y se inclinó. No se podía ver en su cara, pero Kaukatsu estaba seguro que el joven estaba sonriendo.