Mañana

 

por Shawn Carman

Inspirado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

En el otro lugar, solo había paz. Siempre había sido así, por todos los Ayeres desde el alba del tiempo, y permanecería así después que el Mañana viniese y se hubiese ido. Era Sueño, y de todas las cosas que existían, solo Sueño era para siempre.

Entre los árboles en flor, todos llenos de frutos deliciosos, y entre los meandros de los ríos que atravesaban el paisaje, habitaba un puñado de los seres más venerados de la cultura Nezumi. Eran los Nezumi más impecables y poderosos de todos, los que estaban bendecidos con la fuerza y la voluntad de quitarse de las cadenas de la muerte y convertirse en algo más. En el momento de su muerte, cada uno se convertía en un Transcendente, un espíritu que habitaba en Sueño y vigilaba las tribus desde lejos, ofreciendo su sabiduría y su guía cuando los héroes de hoy la necesitaban para mantener a raya al Mañana. Sueño era el único paraíso que existía desde que el Cielo había caído y aplastado el Imperio Nezumi.

¿O acaso no lo era?

Mientras los Transcendentes se ocupaban de sus asuntos, algunos andando lentamente a través del idílico paisaje mientras que otros estaban sentados, meditando en la misma forma que los humanos, se escuchó un lejano trueno. Cada uno de ellos levantó la vista, reconociendo el sonido de sus vidas mortales, pero este no era un sonido que debería existir en Sueño. Aquí no había tormentas.

Hasta ahora. Negras nubes rolaron en la lejanía, oscureciendo el horizonte. La oscuridad palpitaba y se movía como un ser vivo, moviéndose con una velocidad increíble y moviéndose por el lejano paisaje, oscureciendo todo a su paso mientras corría velozmente hacia el paraíso de Sueño. Los Transcendentes hablaron rápidamente entre si, usando el lenguaje de los espíritus. Su tono era de alarma e incredulidad, ya que nada así había pasado antes. ¿Qué significaba? ¿Qué podría pasar?

Uno de los Transcendentes levantó la mirada y miró fijamente al que observaba. Gritó, señalando a la lejana tormenta. Gritó una y otra vez, pero su idioma no estaba claro. En el último momento, el espíritu pareció comprender, y por fin cambió a la lengua Nezumi. “¡Viene el Mañana!” Gritó. “¡Díselo a los demás! ¡Viene el Mañana!”

 

           

Ok’kantich se despertó de golpe, irreflexivamente atacando con sus zarpas. Se calmó lentamente a si mismo, respirando hondo e intentando controlar los nerviosos movimientos de su cola. Se quedó así sentado durante varios minutos, hasta que se detuvo el temblor de sus zarpas.

El sueño había empezado inocentemente, con una visión de Sueño. Era el tipo de sueño que todos los Nezumi ansiaban, una imagen del paraíso que les podría esperar si su Nombre era lo suficientemente fuerte. Las primeras veces que había visto Sueño, se había despertado refrescado y lleno de energía. Había sido maravilloso. Pero las visiones pronto empezaron a cambiar, volviéndose más siniestro y más – frecuente, hasta que ahora lo veía cada noche, al dormir. Y cada vez la visión duraba algo más, y veía la tormenta acercarse un poco más. Cada vez se despertaba con más miedo. Le preocupaba que el sueño fuese demasiado fuerte, que un día se despertaría y se volvería loco por esa experiencia, su Nombre roto y arruinado para siempre.

“Ok’kantich,” dijo un voz ronca.

El explorador dio la espalda a la voz y cogió sus armas, deseando un momento más para tranquilizarse. “Estoy aquí,” contestó.

El bruto de Mytchokan se movió en la madriguera que tenía tras él, sus inmensos hombros rozando las paredes del túnel. El guerrero del Hueso Tullido era mucho más grande que cualquiera de la tribu de Ok’kantich, y los túneles se habían horadado pensando en los mucho más pequeños Nezumi de la Oreja Deshilachada. Pero en su honra, el guerrero nunca había protestado, no en los muchos días desde que había llegado para ayudar en la batalla contra los humanos morados. Los exploradores humanos pronto estarían aquí. Debemos prepararnos.”

Ok’kantich chasqueó la lengua, asintiendo. “¿Estás seguro de que aparecerán hoy?”

El guerrero asintió. “Vienen cada tres días. Creo que olvidan lo que han visto los últimos dos días, y vienen para asegurarse de que todo está bien. ¿Pero quién puede asegurarlo? Lo que hacen los humanos no tiene sentido.”

“Los caballos nos olfatearán,” dijo Ok’kantich. “Sabrán que estamos allí.”

“Esperaremos en lo alto de los árboles,” contestó Mytchokan. “Dejaremos caer las ramas más pesadas sobre ellos, y luego nos bajaremos y acabaremos con ellos. Los caballos no nos olfatearán si estamos tan altos. El olor a flores es demasiado fuerte en el bosque.” El guerrero se detuvo y miró al explorador durante un instante. “¿Estás bien? Pareces... enfermo.”

“No,” dijo Ok’kantich. “No, estoy bien. Vámonos.”

“Si,” dijo Mytchokan. A la guerra.”