Relatos del Libro de Rol “Masters of Court”

 

por Shawn Carman

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

1170, décimo segundo día del Mes de la Liebre

 

Otomo Hoketuhime entró en la sala principal de la corte de Kyuden Otomo, extendiendo su abanico con un gesto lánguido y miró a los que allí había con un leve suspiro. Como era habitual, había gran número de Grulla y Escorpión, llenando la sala e incluso estaban en los balcones. Pero una Grulla en especial estaba ausente. “Ha sido lista,” se murmuró a si misma mientras dejaba que su mirada pasase sobre los contingentes de otros Clanes que había en la sala. Una sonrisa divertida tocó las comisuras de sus rojos labios por la forma en que algunos intentaron evitar su mirada, mientras que otros buscaron llamar su atención levantando las cejas o con minúsculos movimientos de sus abanicos. La daimyo de la familia Otomo seguía siendo un gran poder en Rokugan, incluso sin Emperador en el Trono de Acero, y nunca disminuían los que buscaban su favor o ayuda.

Pero hoy, tenía un asunto con uno de los que evitaban su mirada. Hoketuhime cruzó la sala, abanicándose levemente, hasta llegar a una mujer vestida con colores Cangrejo que estaba hablando en voz baja con el contingente Mantis. “Ah, Yasuki Miliko-san. Justo la persona que buscaba.”

La Campeona Rubí rápidamente interrumpió su conversación y se inclinó profundamente. “¡Otomo Hoketuhime-sama! Es un honor compartir una conversación con vos esta maravillosa mañana. ¿Habéis comido arroz?” Si se sentía alarmada por que la prestase atención la daimyo Otomo, no daba seña alguna, aunque el puñado de Cangrejos que había en la sala visiblemente se alejaron de ella.

“Si, lo he hecho, Miliko-san, y confío en que tu hayas hecho lo mismo,” Hoketuhime sonrió. “Me gustaría decir que honor es que la Campeona Rubí nos visite, aunque sea brevemente.”

“Me halagáis, Hoketuhime-sama.” Los ojos de Miliko se entrecerraron un poco sobre su educada sonrisa, pero al educación la obligaron a proseguir. “El honor es mío, por compartir vuestra hospitalidad. ¿Os puedo ayudar en algo?”

Cuidadosamente, Hoketuhime no permitió que su propia sonrisa se ampliase. “Resulta, Miliko-san, que si hay algo. Un asunto sin importancia, claro, y dudo si puedo abusar de ti por un asunto tan sin importancia, pero…” Dejó de hablar sugiriendo una respuesta, inclinando su abanico en un gesto invitador.

“Por supuesto que no es abusar el ayudar a los Otomo,” dijo con cautela Miliko.

“Espléndido. Verás, daré una cena dentro de tres días, y planeaba servir el maravilloso sake Nieve de Flor de Cerezo. Pero mis sirvientes me dicen que tienen dificultades para adquirirlo. Sakura no Yuki Mura está bajo el control de los Yasuki, ¿verdad? Por lo que quizás podrías conseguir que yo recibiese, a tiempo para mi cena, un poco de ese buen sake.” Hoketuhime esperó expectante.

La cara de Miliko se endureció, y sus ojos se movieron levemente, como si observase la sala buscando una salida. “Nada me daría más placer que solventar vuestro problema, Hoketuhime-sama, pero me temo que pueda no ser posible. La destilería del Nieve de Flor de Cerezo ya no está en funcionamiento.”

“No puede ser verdad. Me han informado fidedignamente que tanto los Grulla como los Cangrejo juraron no dañar el lugar.” Hoketuhime movió su abanico más rápidamente, como para disipar un olor desagradable. “¿Me informaron mal? ¿Acaso no hizo ese juramento el Cangrejo, antes de ocupar la aldea?”

“No os informaron mal, Hoketuhime-sama,” consiguió decir Miliko. “Desgraciadamente, el jefe de la destilería y sus aprendices fueron asesinados poco tiempo después de que nosotros capturásemos la aldea.” Respiró antes de continuar, pero la daimyo Otomo habló en ese espacio de tiempo.

“¿Murieron bajo la protección Cangrejo? Eso es trágicamente desafortunado, Yasuki Miliko-san. Hubiese esperado que los Cangrejo hubieran hecho un mayor esfuerzo para proteger unos activos tan valiosos. ¿Qué les podré decir a mis invitados?”

Miliko cerró brevemente sus ojos, como si invocase alguna reserva de sus fuerzas, antes de contestar. “Seguro que podemos compensaros, mi señora. ¿Quizás un cargamento del sake de la destilería Taka de la Aldea Amistosa con el Viajero?”

Hoketuhime suspiró y cerró su abanico de golpe. “Oh, pero si el sake de la destilería Taka es tan seco. La verdad es que mis invitados prefieren el sabor dulce del sake de Nieve de Flor de Cerezo. ¿No me puedes conseguir algo, Miliko-san? A los Yasuki se les conoce por su talento para… conseguir cosas, ¿verdad?” Sonrió agradablemente para quitarle sarcasmo a su comentario.

Miliko habló como si la tuviesen que arrancar las palabras de su boca. “Los Yasuki se sentirían muy honrados en ayudaros, Otomo-sama.” Se inclinó profundamente. “Si me perdonáis.”

Hoketuhime también hizo una educada reverencia mientras retrocedía la Campeona Rubí. Permaneció inalterada su sonrisa al público mientras abandonaba la sala principal para dirigirse hacia los jardines, asintiendo al pasar a unos pocos cortesanos a los que conocía. Ya había un murmullo de conversaciones en voz baja extendiéndose por el palacio a la velocidad del cotilleo, escondido tras abanicos en movimiento y paneles shoji. Diestramente maniobró alrededor de unos pocos cortesanos que intentaron atraer su atención y pasó bajo un arco.

Hoketuhime se detuvo a la entrada de los jardines durante un momento para disfrutar de la brillante luz de mediodía y la brisa que olía a mar. Como siempre, los jardines de Kyuden Otomo eran un estudio de la belleza inmaculada, harmoniosa… aunque, notó con un leve fruncir de ceño, que había una pequeña irregularidad en los dibujos rastrillados en la grava a la izquierda del camino. “Luego tendré que hablar con los sirvientes,” murmuró cuando volvió a caminar. “Pero primero…”

Ante ella, una joven Grulla estaba hablando con otra mujer, una vestida con los anodinos colores de una ronin. Al acercarse Hoketuhime, la ronin se inclinó y retrocedió con una sonrisa servil. La Grulla se giró y saludó a Hoketuhime con una reverencia. “Saludos, Otomo-sama. ¿Os encontráis bien esta mañana?”

“Buenos días, Jorihime-chan. Me encuentro muy bien, y confío en que tu estés también bien.” Hoketuhime se permitió una mirada de reojo a la ronin que retrocedía, preguntándose dónde la había visto antes. “¿Cómo está tu esposo?”

“Nagori-sama está muy bien, gracias.” Jorihime sonrió alegremente a la daimyo Otomo. “Me han dicho que los Cangrejo se han ofrecido a resolver vuestras dificultades con el sake de Nieve de Flor de Cerezo.”

“Las noticias vuelan, Jorihime-chan.” Hoketuhime buscó por última vez a la ronin, pero esta había desaparecido. “Ah, te debo volver a dar las gracias, Jorihime-chan, por la músico que pudiste conseguir para mi recepción de la semana pasada. Su maestría fue impresionante, y mis invitados disfrutaron inmensamente.”

“Me alegra oírlo, Hoketuhime-sama. Confío en que vuestra doncella se esté recuperando de su enfermedad.”

“Suzuka-chan se está recuperando muy bien, Jorihime-chan. Ya está volviendo a practicar con su biwa.” Hoketuhime dejó que su mirada fuese a un matorral cercano que estaba esculpido, abanicándose ociosamente, y observó a la más joven mujer por el rabillo del ojo. “Fue muy afortunado que me pudieses proporcionar un músico con tan poco preaviso. ¿Cómo lo conseguiste?”

La alegre y amistosa expresión de Jorihime no cambió. “Ah, fue simple buena suerte, mi señora. Conocí a Kakita Noriko-chan en la Corte de Invierno de hace dos años – en este mismo palacio, de hecho. Después fui capaz de arreglar un buen matrimonio para ella, con uno de los gobernadores provinciales Doji. Su esposo está aquí de visita para hablar de unos asuntos de impuestos, y cuando escuché vuestra desafortunada dificultad, pensé inmediatamente en Kakita Noriko-chan.” Levantó una mano para peinar un pelo suelto, que se movía como si hubiese brisa marina, aunque Hoketuhime no sentía el viento. “Por favor, si alguna vez volvéis a necesitar de sus habilidades, no dudéis en pedírmelo.”

“Gracias, Jorihime-chan. Seguro que me acordaré de ello. Y gracias, también, por tu preocupación sobre las nimias dificultades que he tenido con el sake.” Hoketuhime hizo un leve gesto de desdén con su abanico. “Entonces, ¿hasta mañana?”

“Por supuesto, mi señora. No ocuparé más vuestro valioso tiempo.” Doji Jorihime se inclinó y retrocedió a los jardines.

Hoketuhime vio como se iba la joven Grulla, golpeando pensativamente su abanico contra su barbilla. No había duda que había sido una afortunada coincidencia que la amiga de Jorihime estaba disponible para poder cubrir la enfermedad de su doncella – y afortunado, además, que los Grulla no hubiesen pedido nada a cambio excepto una pequeña humillación y agobio para los Cangrejo. Esas pequeñas victorias tenían un efecto acumulativo, por supuesto – con el tiempo, para los Cangrejo les sería casi imposible mantener su guerra.

Pero el momento de la enfermedad de Suzuka había sido muy afortunado para los Grulla. Si Jorihime fuera Escorpión, quizás Hoketuhime hubiese sospechado juego sucio. Aunque… “Los Cangrejo han estado últimamente atacando a los Grulla y a los Escorpión,” murmuró. ¿Podrían haber llegado a un acuerdo para arreglar este asunto? Tendría que investigarlo.

Mientras tanto, tenía una docena de asuntos que atender. Con un breve recordatorio mental para hablar con los sirvientes sobre rastrillar el jardín, Hoketuhime caminó de vuelta al palacio de su familia. Las cortes nunca descansaban.

 

           

1170, cuarto día del Mes del Tigre

 

Doji Nagori caminó por los caminos de los Fantásticos Jardines de Kyuden Doji, sonriendo con algo de satisfacción mientras observaba el bello diseño del jardín y la fría sensación del aire de finales del invierno. Su esposa, Doji Jorihime, le seguía de cerca. Se detuvo para levantar una ceja a una bonita sirvienta cuando esta pasó corriendo junto a él, llevando una carta en un papel dorado, el suave olor a las piñas de los pinos moviéndose por los remolinos que ella dejaba tras de si. Él agitó un poco la cabeza y siguió caminando, notando que se acercaba un grupo de cortesanos Fénix con aire decidido. Hizo un pequeño gesto con su abanico, medio oculto por las mangas de su kimono. En respuesta, Jorihime se inclinó imperceptiblemente y se dirigió a interceptar a los Fénix. Librándose de momento de ellos, Nagori se acercó a los dos Escorpión que le esperaban cerca de un estanque de peces koi, cuya helada superficie estaba empezando a derretirse.

“Una maravillosa mañana, Bayushi-san. ¿Has notado las flores que empiezan a surgir de entre la nieve?” Preguntó a la más joven de los dos.

Bayushi Kurumi se volvió de su conversación con el Escorpión de más edad, un hombre de aspecto severo que llevaba una mínima máscara de seda. La cara de Kurumi se iluminó al ver a Nagori y se inclinó profundamente. “Hai, Doji-sama, pero el Señor Sol siempre parece brillar más intensamente cuando estáis presente. ¿Conocéis a mi compatriota, Shosuro Uyeda?”

“Un placer, Shosuro-san. Os bendicen los cielos por tener una compañía tan hermosa esta mañana.”

“No, mi señor,” contestó Uyeda con una agradable sonrisa. “Sois vos a quien verdaderamente bendicen, y todos sentimos envidia de vuestra esposa. Los cielos seguro que sonrieron con vuestro matrimonio el año pasado. Por favor, permitidme que os felicite.”

Nagori asintió y sonrió a su vez, mirando brevemente hacia donde Jorihime seguía demorando a los Fénix. “Está claro que ella es un gran activo del clan.”

“Ojalá tuviésemos todos ese tipo de activos, Nagori-sama,” contestó Kurumi. “Desafortunadamente para el Imperio, muchos sufren por aguas más revueltas que la serena armonía de vuestro matrimonio.”

Nagori asintió como si estuviese sopesando esta información. En los últimos años el Río de Oro se había visto asolado por piratas, haciendo que fuese difícil enviar cargamentos río arriba o río abajo. Estaba claro que era un problema para varios Clanes, pero los que más habían sufrido esos trastornos al comercio eran los Grulla y los Escorpión. De hecho, este asunto era el que Nagori había venido a hablar con los Escorpión, pero decirlo abiertamente sería bastante zafio. Desde luego no ayudaría a su reputación parecer un estúpido ante dos miembros del Clan de los Secretos. “Mmm,” estuvo de acuerdo Nagori. “Y quien sabe que peligros puede haber en las orillas de esas aguas turbulentas. Mejor será no acercarse a esa área tan problemática, ¿verdad?”

“Quizás,” contestó Uyeda. Abrió lentamente su abanico, como si examinase el bordado Escorpión que tenía en su superficie. “Los León o los Cangrejo se volverían para enfrentarse al peligro que llegase de allí; los Fénix lo estudiarían para ver como funcionaba. ¿Se alejarían los Grulla y se arriesgarían a que les llamasen cobardes?”

Nagori agitó la cabeza. “Los Grulla son unos verdaderos samuráis, Uyeda-san. Saber los límites de lo que se puede hacer y de lo que no se puede hacer nunca es de cobardes. Si tu sabes algo que pueda hacerse para calmar las olas, me encantaría escucharlo.”

Pero fue Kurumi la que contestó. “Aunque es imposible hacer que un río no tenga olas, hay formas de hacer que estas sena más pequeñas. Los granjeros, por ejemplo, a menudo quitan grandes rocas que descubren que hacen que las olas sean demasiado grandes. Luego usan esas rocas para hacer muros o reparar grandes socavones en los caminos – dándolas un buen uso.”

“Es verdad. Creo que los Daidoji a menudo usan tácticas similares cuando construyen defensas, aunque debo admitir que estoy perdido ante los posibles usos que estas rocas en especial podrían ofrecer al Imperio.” Nagori miró otra vez a los Fénix, y notó con callado placer que Jorihime parecía haberles convencido que esperasen a que él les prestase atención.

Kurumi sonrió, un leve movimiento felino en sus labios. “Me han hecho saber que los Cangrejo siempre pueden usar los regalos de la naturaleza. Con la persuasión adecuada, ¿seguro que no se podría negociar para que estas rocas se movieran corriente abajo?”

Nagori levantó una ceja ante esto, abriendo lentamente su abanico mientras consideraba la propuesta. Luego, como si hubiese tomado una decisión, el cuentacuentos Doji cerró su abanico de golpe y dio dos golpes con el en la palma de su mano. “Creo que puedo pensar en adecuadas persuasiones que inspirarían a que a estas rocas les creciesen piernas. Las rocas albergan y alimentan el musgo que crece en ellas. ¡Ah!” Se calló, volviéndose hacia Jorihime. Ella había llegado pronto, en respuesta a su llamada. Tras ella esperaban los Fénix, impacientes pero controlándolo bien. “Jorihime-chan, deja que te presente a Bayushi Kurumi-san y a Shosuro Uyeda-san, dos de los mejores cortesanos Escorpión. Escorpiones-san, os presento a mi esposa, Doji Jorihime.” La joven Grulla se inclinó profundamente ante los dos Escorpión. “Estábamos hablando sobre como se mueven rocas en el agua, y que se hace después con ellas.”

Jorihime asintió pensativamente. Ella había sido informada del tema real antes de salir de sus habitaciones. “Las rocas pueden ser traicioneras incluso para una barcaza si los marineros no tienen cuidado. Su extracción sería extremadamente importante para los viajeros que deseasen asegurarse viajar con seguridad. Es un tema importante, esposo mío,” dijo amablemente. “Pero las rocas son pesadas y pueden ser peligrosas para aquellos que las mueven si no se toman las adecuadas precauciones.”

“El que los invitados viajen seguros es siempre importante para los Grandes Clanes,” estuvo de acuerdo Uyeda. “Y su seguridad es incluso más fácil de conseguir si los Clanes trabajan juntos para asegurarse que ningún recodo quede sin ser vigilado. Aunque un hombre no pueda levantar una roca, dos podrían hacerlo.”

“Así es, Uyeda-san,” contestó Jorihime. “Y creo que los dos Clanes más adecuados para trabajar juntos en un asunto así son los Grulla y los Escorpión. Una unión de voluntades seguro que consigue acabar antes y mejor con el trabajo que cualquiera trabajando solo.” Juntó las manos, encantada, como si acabase de darse cuenta de ello. “¡creo que este sería un excelente proyecto que afrontar, Nagori-sama! Incluso podríamos sellar este entendimiento entre ambos Clanes con una boda. Nos daría una ocasión para celebrarlo.”

Kurumi ladeó la cabeza, golpeando levemente su mentón con un dedo. “Un noble gesto. ¿En quién estás pensando para un acuerdo así, Jorihime-san?”

“Creo que la hija de un gobernador de una provincia – su nombre es Doji Hibariko – aún no ha encontrado una pareja adecuada. Simplificaría las cosas para su familia, así como sería un servicio al Clan,” contestó Jorihime.

“Hibariko… a, si. Es una de las ayudantes de Doji Ayano, ¿verdad?” Kurumi lo pensó durante un momento, la lista de hombres Escorpión de rango y posición adecuada pasando por su mente. “Creo que Bayushi Hisoka-sama tampoco ha encontrado aún una esposa. Estoy segura que no se negará a una bella esposa Grulla.” Kurumi se inclinó y levantó su abanico para susurrar a Jorihime, “Y he oído que también es bastante atractivo, una buena captura para cualquier mujer.”

“Hisoka… a, si, el joven con el pelo interesante. Si, puede ser adecuado.” Jorihime sonrió y se volvió hacia Nagori. “Kurumi-chan y yo podemos arreglar los pequeños detalles mientras que tu y Uyeda-san continuáis con vuestras obligaciones, si eso os parece conveniente. Nada será decidido sin vuestra aprobación, por supuesto.” Ambos hombres asintieron.

“No puedo pensar en nada más efectivo,” dijo Uyeda con una leve sonrisa. Cerró su abanico de golpe y se inclinó ante los presentes. “Si me perdonáis, hoy tengo que ocuparme de otros asuntos.”

Nagori también se inclinó, con una floritura, ante ambas mujeres. “Entonces os dejo con ello,” dijo. Luego, suspirando para sus adentros, se volvió hacia los delegados del Clan Fénix que le estaban esperando. “Una maravillosa mañana, Isawa-san…”

 

           

1170, décimo quinto día del Mes de la Liebre

 

“Muy pocas veces me he encontrado con un compañero tan agradable con el que cenar,” dijo Moshi Chiasa, abanicándose ostentosamente. A pesar de la brisa marina que había en la costa de Kyuden Kumiko, el aire primaveral era caliente. Ella permitió que su mirada deambulase por el océano cubierto de blancas olas que rodeaba la isla del Clan Mantis que estaba más al norte, fingiendo solo un interés superficial en la conversación. “He encontrado nuestras pequeñas charlas muy iluminadoras, Katashi-san, y me estremezco al pensar que quizás no las volvamos a tener.”

“El pensar que nunca más volveré a escuchar el agradable sonido de vuestra voz o disfrutar bajo el resplandor de vuestra presencia me llena de una parecida sensación de pérdida,” dijo Doji Katashi, sonriendo levemente pero nunca mirando a los ojos de la bella cortesana Mantis. Bajó la mano por su costado, sus dedos delicadamente pasando por encima del inro que tenía atado a su obi. Mientras hablaba lo deshizo, pieza a pieza, y dejó su contenido sobre su regazo antes de reensamblarlo.

“Si solo hubiese alguna forma de que nunca nos separásemos,” dijo la joven, un poco dramáticamente. Sus ojos miraron las manos de él, como si quisiera saber que podría estar haciendo, aunque sus labios se elevaron levemente formando una pequeña sonrisa. Ralentizó la forma de abanicarse para ocultarlo.

“Quizás la haya, Chiasa-sama,” contestó él, permitiendo que algo de nerviosismo se asomase a su voz. “Yo… desearía, quizás, que llevando este… este pequeño regalo, siempre tuvieseis un recuerdo de cuando estuve con vos, un trozo de mi junto a vos incluso cuando nos encontremos lejos el uno del otro.”

“Pero no podría pedirte que por mi te separases de un objeto tan importante,” contestó ella, sus ojos diciendo todo lo contrario.

“Sobre mi, su belleza es… algo limitada,” dijo él, sus dedos recorriendo el inro, siguiendo las líneas de una grulla volando. Pareció ganar algo de confianza al mirarla a los ojos. “Pero sus colores irían mucho mejor con vuestros bellos ojos. ¿Por qué debería algo quedar en mis manos solo por su utilidad, cuándo en vuestra presencia su belleza brillaría?”

“Pero coger algo que ha viajado contigo durante tanto tiempo, nunca soñaría en obtener algo que tuviese tantos recuerdos.”

“Ah, pero son esos mismos recuerdos los que compartiría con vos, para siempre estar a vuestro lado, incluso cuando las obligaciones piden lo contrario… Chiasa-san,” dijo, arriesgándose a un tratamiento más familiar.

Ella hizo un fingido aspaviento y, sin pronunciar palabra alguna, se inclinó ante él, en sus ojos la silenciosa aceptación del objeto. Él, a su vez, se movió suavemente hacia delante y enrolló las cuerdas alrededor del obi de ella, atando su inro. El movimiento le permitió el más breve de los roces, justo el suficiente como para evitar el escándalo, pero que a pesar de todo la llenó de una poderosa sensación de inminente cercanía.

“Si solo no te tuvieses que ir,” dijo ella un poco petulantemente, anhelo en su voz.

“¿Acaso sería el hombre que deseas que sea tu acompañante, si no cumpliese con las obligaciones que me da mi señor? Pronto regresaré a ti, Chiasa-chan,” dijo, inclinándose ante ella. Tras un triste asentir con la cabeza, a regañadientes él se levantó y salió de la sala.

“Hasta ese momento, Katashi-san,” dijo ella en voz baja, disfrutando de sus intensas emociones y exultante en el eterno momento de dicha romántica, mientras se cerraba el panel de shoji.

 

           

En las oscuras sombras más allá de las salas de Kyuden Kumiko, Doji Katashi estaba junto a un solitario árbol. En un momento estaba solo, al siguiente sintió una presencia detrás de él. Una fría y astuta sonrisa arrugó su cara. “Sama. He hecho lo que me habéis pedido.”

“Bien hecho, Chihiro-san,” dijo una voz de entre la oscuridad. “Esta treta parece haber salido bien. Infórmame; ¿fuiste capaz de confirmar que están intentando hacer los superiores de Moshi Chiasa el próximo verano?

“Creo que la información que me distéis es consistente con las pistas e insinuaciones que ella me ha dado,” contestó el joven, olvidándose completamente de la máscara de ‘Doji Katashi’, su cara relajándose y mostrando un rostro sutilmente distinto. Sacó un pergamino sellado con cera roja de su manga y se lo ofreció a una mano que surgió de entre las sombras de un árbol. “Esto será más que suficiente para que nosotros interceptemos sus planes. Usad mi inro Grulla para identificarla en la corte cuando os pongáis en marcha.”

Hubo un gruñido de asentimiento en la voz del otro hombre, pero aún ningún compromiso “Ya veremos. Tengo nuevas órdenes para ti, Chihiro-san.”

“¿Oh? ¿Entonces abandonaré los últimos vestigios de esta corte?”

“Lo harás,” dijo la figura que aún no había sido vista, dejando una pequeña nota entre sus delicadas manos. “Regresa cuando estés preparado, y se organizará tu viaje.  Las consecuencias de este plan podrían ser difíciles, si estuviese presente Doji Katashi’ para poder ser interrogado.”

“Una pena. La Moshi era bastante guapa,” replicó, encogiéndose de hombros. “Pero, he recibido las nuevas órdenes. Os veré dentro de una hora.”

Sin decir nada más, Shosuro Chihiro caminó de vuelta a la habitación que pertenecía a ‘Doji Katashi’ y recogió sus pertenencias. Para cuando se revelase el escándalo y cayese en desgracia Moshi Chiasa por estar implicada en el, Chihiro estaría lejos de la isla y viajando a tierras Fénix, bajo el nombre de Shiba Tatsumi. A pesar de los esfuerzos de los magistrados Mantis, no habría indicación alguna de que hubiese existido jamás Doji Katashi.

“Llamadme con el nombre que queráis,” se susurró a si mismo mientras salía por última vez del palacio. “Estudiarme durante diez años. Solo sabréis lo que yo quiera revelar.”

 

           

1170, primer día del Mes de la Liebre

 

La inmensa forma de Hida Benjiro estaba extrañamente inmóvil mientras el gran guerrero estaba sentado ante una baja mesa. Por una vez, había dejado su armadura a un lado, y sus únicas armas, su daisho, yacían sobre la mesa, a su alcance. La frente del guerrero se arrugó mientras consultaba un pergamino tras otro, dejándolos a un lado, en una ordenada pila, al terminarlos. Llevaba sentado a la mesa, inmóvil salvo por el intercambio de pergaminos, durante casi una hora. Durante todo ese tiempo, Yasuki Taiku no se había movido ni hablado. De hecho, estaba demasiado aterrorizado como para hacer cualquiera de las dos cosas.

Finalmente, Benjiro dejó a un lado el último de los pergaminos y juntó las manos, crujiendo sus nudillos. El sonido pareció ensordecedor en la pequeña oficina del magistrado que los dos habían tomado para su reunión. “Impresionante,” dijo Benjiro. “Muy impresionante.”

Una pequeña chispa de alivio floreció en el pecho de Taiku, pero aún no se permitió relajarse. “Gracias, Benjiro-sama. Proviniendo de un hombre de vuestra posición, un cumplido así es un gran honor.”

“Ese cumplido es lo menos que te mereces. Si creemos estos informes, es posible que seáis los mercaderes-compradores más productivos y exitosos de todo el Clan Cangrejo.” Se detuvo un momento, mirando a la pila de pergaminos. “Por lo que… ¿lo son?

Taiku no permitió que su sonrisa decayese. “¿Lo son? ¿Son el qué?”

“¿Hay que creérselos?” Preguntó Benjiro. Su tono siguió siendo leve, tranquilo, pero el acero de sus ojos no había cambiado.

“Desde luego,” contestó al instante Taiku. La flor de alivio de su pecho había sido reemplazada por un latente pánico que luchó por contener. “Nunca falsificaría mis informes, mi señor. Hacerlo debilitaría al Cangrejo, y antes que eso preferiría morir.”

“Una adecuada actitud para un Cangrejo,” dijo Benjiro con una leve sonrisa. “¿Ahora, quizás, me puedas regalar la historia de cómo pudiste conseguir casi el doble arroz que el siguiente mejor mercader, y además conseguir una considerable cantidad de mineral adecuado para acero Kaiu?”

Taiku sonrió débilmente. “Si lo deseáis, mi señor.”

“¿Por qué lo preguntaría si no lo desease?” Dijo Benjiro.

El mercader levantó una mano. “Solo lo digo porque el tráfico de mercancías y fondos hechos por hombres como yo es un acto desagradable, una carga aceptada por nosotros para evitar que honorables guerreros como vos tengan la desgracia de ocuparse de esos actos.”

“Por supuesto,” dijo Benjiro. “Cuéntamelo en cualquier caso.”

Taiku se inclinó. “Intermediarios, mi señor.”

Benjiro se reclinó un poco, arqueando una ceja. “¿Intermediarios?”

“Hai, mi señor,” contestó Taiku. “La forma más simple de procurar los recursos que necesitamos es conseguirlos de los Grulla.”

“Un logro considerable, dado que estamos en guerra,” contestó Benjiro. “¿Se los robaste a los Grulla? Eso sería impresionante, pero inaceptable.”

“No, mi señor,” dijo Taiku. “Como quizás sabréis, antes de mi reciente ascenso a mercader-comprador, estuve casi una década logrando acuerdos comerciales entre los Clanes Menores. Tengo varios aliados entre el Clan Gorrión, hombres que están dispuestos a obviar la relación de su Clan con los Grulla a cambio de ciertos objetos de lujo que son imposibles de obtener en las provincias Gorrión.”

“¿Y estos hombres están dispuestos no solo a traicionar a su Clan, si no también a los Grulla? Dijo Benjiro. “Eso parece algo difícil de creer.”

“Algunos de ellos necesitaron que se les… convenciese,” dijo Taiku. “Reuní un gran número de útiles informaciones sobre muchas figuras preeminentes durante mis años entre los Clanes Menores.”

Benjiro parecía preocupado, con una sonrisa y un ceño fruncido luchando en su cara. “Tus métodos hueles a Escorpión,” dijo finalmente. “Pero no puedo discutir los resultados.” Hizo un gesto con la mano, obviando los pergaminos. “Sigue produciendo este tipo de resultados, y creo que incluso mi hermano llegará a conocer tu nombre. Puedes irte.”

Taiku hizo una reverencia, pero fue rápida. Se sentía mareado. ¿El Campeón del Clan pronto conocería su nombre? Ese pensamiento era casi demasiado para soportarlo.

El joven mercader apenas podía contener su alegría mientras se marchaba.

“¿Fue bien?”

Taiku casi gritó de sorpresa ante la voz que le saludó fuera de la oficina del magistrado. Consiguió permanecer en silencio y rápidamente cerró la puerta tras él, deslizándola. “¿Qué estás haciendo aquí? Siseó, su voz un ronco susurro. “¡Se supone que no deberías estar aquí!”

El siniestro hombre vestido con una vestimenta nada fuera de lo común sonrió. “Voy donde quiero. ¿Acaso no soy un simple hombre de la ola, en busca de una vida honrada?”

“¡Nos podrían matar!” Dijo Taiku.

“¿Por qué?” Dijo el desconocido. “¿Acaso no admitiste que tenías aliados entre los Clanes Menores? ¿Por qué no también aliados ronin?”

El mercader frunció el ceño. “Es demasiado arriesgado. No deberíamos vernos aquí, no tan pronto.”

El ronin levantó un dedo. “Conseguiste lo que querías,” dijo. “Eres más poderoso e influyente de lo que nunca podrías haber sido por ti mismo. Los recursos que te proporcionamos, los objetivos para tus ardides de extorsión… todo es gracias a nosotros. Están en deuda, pequeño Yasuki.”

“Yo…” Taiku se mojó los labios. “No me he olvidado. No me olvidaré.”

“Bien,” dijo el ronin. “Cosas desafortunadas ocurren a aquellos que olvidan sus deudas. Ahora, ¿qué me puedes ofrecer? Una especie de adelanto, si es que lo quieres llamar así.”

Taiku respiró entrecortadamente. “Hay rumores de que se está preparando una fuerza expedicionaria. Se están apartando recursos de las reservas de la guerra contra los Grulla. Se están preparando para moverse, muy pronto.”

“¿A dónde?” Exigió el ronin.

“No lo sé seguro,” dijo Taiku. “¡Pero!” añadió rápidamente, viendo la irritación en la cara del otro hombre, “están eligiendo oficiales de la familia Toritaka, y exploradores de los Hiruma que tengan experiencia en bosques.”

“El Shinomen,” contestó el ronin. “Si, eso tiene sentido.”

“¿Es útil?” Preguntó ansiosamente Taiku.

“Desde luego,” contestó el ronin. “Debo irme inmediatamente, pero nuestros patrones estarán contentos, muy contentos, con que tu hayas obtenido esta información. Bien hecho, Yasuki.” Empezó a salir por la ventana, pero luego miró por encima de su hombro. “Pronto volveremos a hablar.”

La sonrisa que había empezado a formarse en la cara de Taiku desapareció al instante.

 

           

Como Hantei Conoció A Su Novia

 

            Tras ver la dicha en el matrimonio entre Kakita y su hermana Doji, Hantei decidió que debía encontrar una esposa para que le acompañase en la vida y le diese un heredero. Viajó a las tierras de los nacientes Clanes, buscando a la mujer perfecta para ser la primera Emperatriz. Cuando no encontró en ningún sitio a su pareja, se volvió a su hermana Doji y a las doncellas Grulla. Los seguidores de Doji buscaron por doquier una pareja adecuada para el Emperador. En la aldea de Ichito, justo al sur de Kyuden Doji, estos samuráis solo encontraron pescadoras endurecidas por años de duros trabajos bajo los elementos. No viendo a nadie adecuado, pasaron de largo.

            No sabían que un pescador en esa aldea tenía una hija que era una belleza. Doji Miyoko tenía una voz tan pura que los peces del océano iban a la superficie para escucharla – algo que hacía muy fácil la pesca para su padre. Temeroso de perder su forma de ganarse la vida, llevó a su hija a una isla cercana a la costa hasta que los servidores del Emperador hubiesen abandonado el área.

            Las mujeres llevadas a la corte por Kakita y Doji eran lo mejor que podían ofrecer los Grulla. Hantei se vio forzado a admitir que poco podía quejarse de su honor, belleza, habilidades, u honor. Pero igual que las doncellas de los otros Clanes, ninguna parecía hacer que su corazón latiese más rápido, como había admitido su hermana que la hacía sentir Kakita.

            Un triste Hantei decidió cazar con sus halcones para elevar su espíritu. Mientras perseguía a un ave que se había escapado, se encontró en la costa. Al soplar la brisa del mar, traía con ella una muy triste y bella canción. Cuando le contó esto a Kakita, el esposo de Doji le llevó a la aldea, buscando a alguien que les llevase a la isla de donde parecía provenir la canción.

            El único pescador que no estaba en el mar era el padre de Miyoko. Llevó a Hantei y a Kakita en un crucero alrededor de la isla. Cuando se enteró del porqué del viaje, el listo pescador les regaló historias del viento soplando por entre las rocas y el coral. Dijo que a menudo sonaba como si una doncella le cantase a su amante. Satisfecho y algo decepcionado, Hantei volvió a tierra firme para ver al siguiente grupo de doncellas Grulla.

            Cuando los samuráis se habían ido, el pescador regresó a la isla para hablar con su hija y llevarla comida. La encontró escondida en una cueva, como él la había dicho. Cuando ella le dijo que le había visto en el mar y le preguntó quién era el hombre que iba con él, el pescador contestó que era solo un mendigo. Luego la alabó por su obediencia y regresó a tierra firme.

            El pescador no sabía que Miyoko había visto a Hantei y se había enamorado instantáneamente del radiante y joven Emperador. Ella escribió un haiku en una cinta sobre el hombre que ella había visto, y la ató a la pata de un pájaro del que se había hecho amiga. Con una oración a Amaterasu, dejó libre a la paloma para que llevase sus sentimientos lejos de la isla. La paloma voló certera y aterrizó en los matorrales que estaban junto a las habitaciones de Hantei. La cinta se quedó enredada de las ramas, y la paloma se quedó allí hasta que fue rescatada por el joven Kami. Tras leer el poema, Hantei hizo llamar a Kakita. Proclamó que la autora del poema sería la única mujer con la que se casaría, y pidió a su campeón que la encontrase. Los samuráis Grulla volvieron a buscar por sus tierras a la persona que había escrito el haiku, pero nadie pudo decirles quien había escrito el poema de la cinta.

            Cuando el pescador contó a su hija la búsqueda del Emperador, Miyoko se echó a llorar. El Emperador la había robado sus palabras y se las había quedado como si fuesen suyas. Ahora nunca tendría a su apuesto mendigo. El pescador, que pensó rápido, la pidió las palabras del poema, diciendo que se las enseñaría a otra doncella de la aldea. Una vez que el Emperador se hubiese ido, la prometió, la ayudaría a encontrar a su mendigo.

            El pescador llevó a una doncella de la aldea al palacio del Emperador, portando las palabras de su hija. Los Grulla se alegraron por haber proporcionado una novia al Emperador, pero Hantei sintió que algo no estaba bien. Pidió a la chica otra poesía, pero la  encontró sin prosa ni emoción. La pobre chica se echó a llorar y le contó a Hantei como el pescador había ido hasta ella con el plan para engañar al Emperador.

            Al día siguiente, Hantei visitó al pescador y le pidió volver a escuchar la música del coral de la isla, antes de que él y su futura esposa se volviesen a la capital. A regañadientes, el pescador remó al joven Kami hasta la isla. Cuando Miyoko vio a su padre regresar con el “mendigo,” corrió a encontrarse con el hombre que su padre la había prometido que encontraría. Cuando Hantei vio a Miyoko, cayó de rodillas y la declaró su amor, y cuando ella aceptó su amor y le declaró el suyo, Hantei lloró lágrimas que se volvieron de jade puro al caer a la arena de la playa. Recogió las lágrimas y se las dio a Kakita a cambio de la mano de la doncella Grulla. En cuanto al padre, en castigo por haber engañado al Emperador, fue exiliado de la tierra firme de Rokugan. Vivió el resto de su vida en la isla, con la única compañía del viento atravesando el coral.

 

           

Un Relato Cautelar: La Historia de Shiba Tatsune

 

            El relato de terrible destino que le puede ocurrir a alguien que rompa la confianza de un samurai, la historia de Shiba Tatsune se sigue contando en las cortes de Rokugan, y ha sido la base de poemas y de obras de teatro.

            Shiba Tatsune era un apuesto y arrogante hijo de un daimyo del Clan Fénix, y había caído enamorado de una samurai-ko Escorpión, Bayushi Naname. Él quería desesperadamente huir con ella, pero temía contarle la verdad a su padre. Desafortunadamente, esto significó que el padre se enteró primero, y ordenó a su hijo que terminase cruelmente con la relación.  “Rómpela el corazón,” le ordenó, y Tatsune, que seguía siendo un hijo honorable y obediente a pesar de sus ilícitas pasiones, hizo lo que le habían ordenado. Naname, destrozada, se rapó la cabeza y se convirtió en monja de la Hermandad de Shinsei.

            Pero sus dos hermanas menores juraron vengarse del padre de Tatsune. Disfrazadas de geishas, una de ellas sedujo al daimyo mientras que la otra seducía a su karo, el consejero en el que más confiaba. En muy poco tiempo tenían a ambos enfrentados, llenos de ira y desconfianza, mientras que sus provincias caían en el desorden y las invadía un ejército León. Para cuando los León llegaron a las puertas del castillo, los dos hombres ni siquiera se ponían de acuerdo sobre quien debía liderar la defensa del ejército Fénix. Y fue en ese momento cuando las dos hermanas dijeron quienes eran. Revelaron que no solo el ejército León ya conocía las debilidades y vulnerabilidades del castillo Fénix, sino que el general que mandaba ese ejército ya conocía todos los secretos del daimyo y de su karo. “Matarnos no preservará vuestros secretos.”

            Pero ofrecieron una salida. Si Shiba Tatsune iba al monasterio y pedía perdón a Naname, el ejército León retrocedería y los secretos del señor permanecerían a salvo. El daimyo no tenía opción y dejó que Tatsune visitase el monasterio. Allí, Naname le dijo que la única forma en que le perdonaría sería si él se casaba inmediatamente con ella. Tatsune estuvo de acuerdo. Cuando al día siguiente regresaron al castillo de su padre, descubrieron que tanto el daimyo como el karo habían cometido seppuku. Tatsune era el nuevo daimyo.. y una Escorpión sería la madre del siguiente daimyo.

 

           

Una Carta del Año 1160

 

Mis saludos, Supremo Hijo del Cielo,

 

Os escribo para informaros de mi reciente regreso a Ryoko Owari. Como sabéis, recientemente la ciudad volvió a ser controlada por el Escorpión, y esperaba que la ciudad pareciese un territorio conquistado en una guerra. Igual que cuando el León o el Unicornio han tomado una aldea a sus enemigos, me esperaba encontrar con campesinos intranquilos paseando por las calles, y nerviosos samuráis esperando problemas, la espada en sus ansiosas manos.

 

Imaginaros mi sorpresa cuando me encontré con una ciudad tranquila y en orden. De hecho, estaba mucho más tranquila y agradable que en mi anterior visita, cuando la ciudad estaba bajo el control de los honorables Unicornio. Parece ser que el recién nombrado gobernador, Bayushi Tsimaru, a las pocas semanas de tomar el control purgó inmediatamente a los elementos más ruidosos de la ciudad. No menos de cuatro de las bandas criminales llamadas “bomberos” han sido llevados ante la justicia de la manera más dura posible, y ejecuciones públicas a las que podía asistir cualquiera. No dudo que eso creó un efecto saludable en la ciudad, pero desde mi llegada a la ciudad he notado que los diferentes vicios por lo que es famosa la Ciudad de los Muros Verdes siguen existiendo, igual de prósperos que antes. No puedo evitar preguntarme si las agresivas acciones de Tsimaru-sama fue algo teatral, una señal a los bajos fondos que sus verdaderos señores habían regresado a la ciudad y que deberían volver a su adecuada sumisión.

 

Pero quizás solo me lo esté imaginando. El vivir en una ciudad Escorpión puede hacer que te vuelvas propenso a desarrollar ese tipo de pavorosas teorías.

 

Si necesitáis cualquier otro servicio, Hijo del Cielo, será un gran honor para mí cumplimentarlo.

 

Miya Shoin