En Medio del Invierno, Parte 1

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

Traducción de Mori Saiseki

 

 

La nieve se había acumulado en impresionantes ventisqueros en las llanuras que rodeaban a la Ciudad Imperial, algunos tenían más de un metro de profundidad. El viento constantemente la movía, haciendo que fuese difícil orientarse. Si no hubiese sido por la inmensa ciudad que se erguía en el horizonte, hubiese sido muy sencillo perderse, y en estas temperaturas, una cosa así sería fatal. Si la temperatura hubiese subido lo bastante como para al menos parcialmente fundir la nieve, entonces se hubiese vuelto a congelar lo suficiente como para que el viento no la hubiese movido. Pero por ahora eso no era así.

Moto Hotei se envolvió aún más fuertemente en su túnica recubierta de piel. Había gente que lo encontraba desagradable, pero eran estúpidos por ignorar los obvios beneficios que tenía en un tiempo tan frío. Y en esta ocasión, agradecía el viento. Sin el, no se podía saber cuanto tiempo habría transcurrido sin detectar el crimen. Se agachó en la nieve, tan alta que le alcanzaba las pantorrillas, y examinó lo que había revelado el viento.

Bajo la nieve había más de una docena de cadáveres, todos desnudos excepto por lo que envolvía las partes más privadas, que tradicionalmente se llevaban debajo de la armadura o de las túnicas monásticas. “Monjes,” observó. “Sohei que estaban viajando, por su aspecto.”

“¿Por qué dices eso?” Preguntó una voz.

Hotei levantó la mirada y notó que sus ayudantes se movían para dejar pasar a otra figura, alguien oculto tras su pesada túnica. “¿Quién me hace esa pregunta?” Contestó.

El hombre no dijo nada, sino que sacó de su túnica un sello, que enseñó a Hotei. El magistrado Unicornio parpadeó durante un instante, y luego pareció reconocerlo. “O,” dijo. “Perdonadme, mi señor. No os había reconocido.”

“Da igual,” contestó el hombre. “Mi pregunta. ¿Por qué dices que eran monjes?”

Hotei señaló las manos. “Estos callos no son causados por el tradicional entrenamiento del guerrero,” dijo. “Las armas blandidas crean unos callos parecidos, pero no precisamente iguales. No, estos son de largamente repetidas kata de combate sin armas.” Volvió a señalar a los pies. “Y estos indican que estos hombres viajaban mucho.”

“Impresionante,” dijo el recién llegado.

“Gracias, mi señor,” dijo Hotei. “El año pasado estuve una temporada entrenando con los Kitsuki. Y tengo… otros asesores.”

“Entiendo que tienes una investigación entre manos,” dijo el hombre. “¿Es este crimen parte de eso?”

“No,” dijo inmediatamente Hotei. “Estos hombres fueron matados por la fuerza bruta o, en uno o dos casos, por cortarle el cuello. Fue algo rápido, expertamente ejecutado, y muy, muy preciso. El hombre que busco no es nada de ambas cosas, afortunadamente.” Se encogió de hombros. “O desafortunadamente, dependiendo como se mire, supongo.”

El recién llegado asintió. “Puede estar relacionado con algo que yo estoy investigando. Responde a una pregunta, mi buen magistrado: ¿hace cuánto qué murieron estos hombres?”

“Es difícil de saber, por el frío,” contestó Hotei. “Si tuviese que decir algo… como hace tres días.”

 

 

Asako Bairei leyó cuidadosamente los pergaminos que le habían enviado, frunciendo el ceño en algunas partes y asintiendo en otras. Los informes de sus acólitos eran al mismo tiempo estimulantes y confusos. Leyéndolos casi podía entender la enormidad del asunto, pero cada vez se le escapaba. Había algo, una cualidad indefinida que se le escapaba, y que no podía identificar. Era enormemente frustrante.

El Maestro del Agua se levantó de su escritorio e hizo un gesto de dolor al oír como crujían sus huesos. No estaba seguro cuanto tiempo llevaba ahí sentado, pero la experiencia le decía que bastante. Siempre le preocupaba cuando no podía descifrar un enigma que tenía ante él, y este parecía ser uno de esos momentos. O al menos parecía que no podía resolverlo solamente con la información contenida en estos pergaminos. Quizás había llegado el momento de investigarlo directamente.

Bairei se dirigió hacia el ala de Kyuden Isawa dedicada a los alumnos de los kami del agua. Era un lugar agradable, lleno de Fuentes y arroyos que habían sido incorporados a su diseño. Pequeños puentes cruzaban el agua bordeada por rocas que corría por los pasillos, llenando las salas con la música del agua. Caminó por ahí disfrutando de las sensaciones, como siempre, mientras contemplaba la tarea que tenía entre manos. Perdido entre sus pensamientos, casi tropezó con una joven en el hall. “O, perdonadme, joven dama,” dijo, sonriendo.

“¡Maestro Bairei!” Exclamó ella, cubriéndose la boca por su asombro, y luego en silencio se inclinó. “Perdonadme, mi señor, no estaba prestando atención.”

“La culpa también es mía,” dijo. “Estaba perdido entre mis pensamientos.” Guiñó el ojo. “Me dicen que me ocurre demasiado a menudo.”

La chica enrojeció. “En cualquier caso yo debería prestar más atención,” se reprendió a si misma. “He estado luchando para recrear el contacto que se hizo con el Clan Mantis en tierras gaijin, y me temo que eso me ha consumido.”

“Algo parecido me pasa a mi,” dijo Bairei. “¿Sabes dónde puedo encontrar a Agasha Kamarou?”

La joven parpadeó sorprendida. “Yo… yo soy Agasha Kamarou, mi señor.”

“¡O!” Exclamó. “¡Que deliciosa sorpresa! He estado leyendo con gran interés tus informes, joven dama. Debería haber hablado antes contigo, pero me han consumido… otros asuntos. Perdona a un viejo su complacencia.”

“Sabía que el asunto estaba siendo investigado por mis superiores, mi señor, ¡pero nunca sospeché que vos mismo estaríais interesado!” Exclamó Kamarou. “Claro que haré todo lo que pueda hacer.”

“¿No has tenido éxito recreando el contacto?” Dijo Bairei. “Eso es desafortunado. Mi interés es que eso ocurra. He leído los informes hechos por tus inmediatos superiores y estoy convencido que el secreto reside en la potencia de afinidad con el Agua. Sospecho que te ha venido heredado de tu abuelo.”

Ella le miró sin comprenderle. “¿Mi… abuelo? Lo siento, mi señor, pero no lo entiendo.”

“Tu abuelo,” dijo él, frunciendo el ceño. “Agasha Mikoto. Entiendo que tenía un tremendo talento para la magia del agua.”

“O, eso otra vez,” dijo Kamarou riendo, haciendo un gesto con su mano. “Eso es un error habitual, mi señor. No os puedo decir cuanta gente asume que estoy relacionada con Mikoto-sama. Pero no, no lo estoy.”

Bairei frunció el ceño. “¿Entonces cuál supones que es la naturaleza de tu don para el agua?”

Kamarou le miró extrañada. “Entrené en las Islas Mantis, mi señor.”

“¿Qué?” Explotó Bairei. “¿Cómo se obvió eso en los informes?”

“No lo sé, mi señor,” explicó ella rápidamente. “No reuní las versiones que visteis, claro. Fue debido a mi entrenamiento con los Mantis que fui elegida para intentar contactar con…” su voz se calló. “¡El Dragón del Trueno!” Gritó.

“¿Qué?” Repitió Bairei.

“Cuando contacté con los Mantis en tierras gaijin, ¡estaba intentando contactar con el Dragón del Trueno en las Islas Mantis!” Gritó, aplaudiendo alegremente. “¡Había olvidado cómo empezó! ¡Estaba demasiado confundida por contactar, no por cómo contacté!” Levantó la cabeza y se rió. “¡Soy una estúpida!”

“No, no,” dijo rápidamente Bairei, “creo que has resuelto el enigma que yo no podía resolver, y eso significa que en absoluto eres una estúpida. Rápido, bebamos un poco de té mientras me explicas cada momento, cada acción que hiciste. Quiero escucharlo directamente de ti, algo que debería haber hecho desde el principio.”

Kamarou sonrió ampliamente. “Estaré encantada de hacerlo, mi señor.”

 

 

Hida Benjiro golpeó con uno de sus inmensos dedos el mapa con tal fuerza que varias de las pequeñas figuritas de piedra saltaron levemente. “Esos malditos demonios metálicos no funcionan tan bien en el frío,” repitió. “Esta es nuestra oportunidad para recuperar terreno, igual que lo hizo el León hace unas semanas. Si me dices que será demasiado costoso intentar llegar hasta tierras Cangrejo, entonces hemos acabado con esta conversación, y con cualquier otra.”

Utaku Yu-Pan no se encogió ante la mirada del gigante. “¿Estáis deliberadamente malentendiendo todo lo que digo, o sois realmente el bruto estúpido que pretendéis ser?”

Benjiro abrió muco los ojos y apretó con furia los dientes. “Presumes mucho al hablarme así,” gruñó. “Guerreros más grandes y más competentes han pasado una semana bajo los cuidados de un shugenja por algo así. No pienses que me apiadaré de ti.”

“Vuestra piedad no es querida ni bienvenida,” contestó Yu-Pan. “Si me escuchabais, sabéis que dije que deberíamos usar esa ventaja, pero más lenta y cuidadosamente de lo que pide vuestro plan.”

“¡Mi plan nos permitiría alcanzar la frontera Cangrejo antes del final del invierno!”

“Y con toda probabilidad perderlo otra vez poco tiempo después,” dijo ella. Señaló a un segundo mapa que había en la mesa. “Este plan nos permite avanzar lentamente, purificar y fortalecer el suelo recuperado, y luego seguir hacia delante. No sé cuando nos permitirá llegar a tierras Cangrejo, pero sé que hará mucho más complicado que las tierras que reclamemos sean retomadas otra vez por los Destructores. Si simplemente recapturamos y avanzamos,” ella se encogió de hombros. “Entonces la próxima primavera será muy parecida a este pasado otoño.”

“¡Bah!” Se mofó Benjiro. “¡Eso es derrotista!”

Yu-Pan levantó las cejas. “¡Que mundo más grande! ¿Necesitas sentarte?” Ella agitó la cabeza. “No soy un derrotista. Soy realista. Este es un conflicto distinto a todos los conocidos. Les hemos subestimado una y otra vez, y yo al menos no quiero volver a hacerlo. ¿Es ese un error que piensas que la Emperatriz nos perdonará una segunda vez?”

Benjiro frunció el ceño y no contestó.

Yu-Pan suspiró y se frotó los ojos, con cansancio. “Esto… no deseo tener este tipo de discusión. Lo siento, Benjiro-sama. No quería faltaros al respeto, y pido perdón por mis duras palabras.” Le miró con seriedad. “Sois un increíble líder, incluso los León lo admitirían sin reparos. Y seré la primera en reconocer que nadie en el Imperio sabe más sobre una larga y prolongada guerra que los Cangrejo. Es vuestra propia razón de ser.” Volvió a señalar el plan. “Este plan fue creado con la ayuda de vuestros ingenieros Kaiu, ¡por las Fortunas! Por favor, solo un momento, poned a un lado vuestra ira y odio de nuestros enemigos, poned a un lado el dolor por la pérdida que seguro sentís. Sabéis lo que tenemos que hacer. Y yo sé que haréis lo que se debe hacer.” Señaló a ambos planes. “Os dejaré que toméis la decisión. Sea cual sea vuestra elección, os seguiré a la batalla sin dudarlo.”

Benjiro sonrió levemente y miró hacia otro lado. “Eres o la mujer más sincera que he conocido, o la manipuladora más nauseabunda que he conocido.” Agitó la cabeza. “Tienes razón, por supuesto,” dijo en voz baja. “Lo sé, pero… es difícil. Cada fibra de mi ser grita para que lidere inmediatamente la carga hacia las tierras Cangrejo.”

“Sé que es así,” dijo ella. “No sé si yo podría soportar una carga así, como si lo hacéis vos y vuestro clan.”

“Todos hacemos lo que debemos hacer,” dijo Benjiro en voz baja. Sin pronunciar otra palabra arrugó el primer plan en un inmenso puño.

 

 

El hombre que había interrumpido la investigación de Moto Hotei se frotó las manos para calentarlas. El frío del invierno había invadido el pequeño edificio donde sus agentes trabajaban, y parecía que no se podía erradicar por mucho que los fuegos ardiesen en las pequeñas chimeneas diseminadas por la casa. Pero en el fondo era poco importante, claro; solo una de las pequeñas cosas por las que voluntariamente sufría por sus muchos fracasos. “¡Kitoru!” Gritó. “¿Qué tienes para mi?”

El desagradable vasallo Kuni del que dependía apareció como un fantasma, como era su costumbre. “Tengo mucho que será de vuestro interés, mi señor. ¡Venid rápido!”

Siguió al diminuto shugenja a una de las habitaciones que habían sido dejadas para su truculento trabajo, reflexionando distraídamente que antes el sacerdote había insistido en avisarle cada vez sobre lo desagradable de sus tareas, pero que ya había parado. Parecía que Kitoru finalmente había aceptado que los resultados le importaban más que los detalles. Pero a pesar de su determinación, el hombre se tapó reflexivamente la boca cuando entró en la sala. La losa de piedra que dominaba la sala tenía sobre ella lo que parecía ser un cadáver, que había sido tan quemado que era casi irreconocible. “Fortunas,” maldijo levemente.

“Así es,” observó Kitoru. “Las quemaduras tienen la pauta de la inusual actividad que deseabais que investigásemos. Una quemadura de esta naturaleza en medio del invierno… una cosa así seguro que no es un accidente. Especialmente cuando nadie sabía nada sobre esto. Fue ocultado deliberadamente.”

“Curioso,” contestó el hombre. “Entonces, ¿fue un asesinato?”

“Quizás,” dijo Kitoru. “Pero es totalmente inusual. Por la pinta que tiene el cadáver, supongo que estaba totalmente desangrado en el momento de la muerte.”

El hombre frunció el ceño. “¿Estás diciendo…?”

“El cadáver no tenía sangre cuando fue quemado. De hecho, sospecho que murió por la pérdida masiva de sangre y fue quemado después. Además, las heridas parecen bastante premeditadas. No hay signo alguno de lucha. O la víctima estaba de alguna manera incapacitada en el momento de la muerte, o por alguna razón se mató a si mismo.”

Una alarma sonó instantáneamente en el alma del hombre. Una vida otorgada voluntariamente, sangre meticulosamente recogida, la evidencia destruida. “O no,” susurró.

Kitoru pareció no haber notado su incomodidad. “Creo que este cadáver puede que fuese un gaijin,” dijo. “¿No es fascinante? ¡Un gaijin en la Ciudad Imperial!”

“Las protecciones mágicas,” susurró el hombre. “¡Las protecciones mágicas de Palacio!”

 

CONTINUARÁ