Palabras y Hechos

Parte I

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Yasuki Pachinko y Akodo Empinao

 

 

Kyuden Hida, mes de la Liebre, año 1170

 

Hida Kuon, Campeón del Cangrejo, frunció el ceño mientras caminaba por los pasillos de Kyuden Hida. Se le había entregado un pergamino, y lo había desenrollado y echado un vistazo según caminaba. No eran buenas noticias.

“Bah,” masculló, arrugando el pergamino en una mano y tirándolo por encima de su hombro. Aunque no podía verle, oía y sabía que el Hiruma seguía su estela había recogido el papel y lo había alisado, en caso de que lo necesitara mas adelante. “Más fantasmas,” dijo, más para sí mismo que para cualquier otro. Se cruzó el umbral que daba a su sala de reuniones personal. “Más humo y rumores.”

Hida Reiha alzó la vista desde donde estaba dando un pergamino a su hijo más joven, que rápidamente puso uno de sus lados en su boca y comenzó a dar saltitos por la habitación. “¿Más noticias sobre la Araña, marido?” Adivinó ella.

“Empiezo a hartarme de este espectro que ronda sobre nuestras cabezas,” dijo. “Cuatro informes adicionales han llegado en esta semana. Dos de magistrados en nuestras provincias más remotas, describiendo historias de campesinos en las tierras sin afiliación donde la Araña opera. Ambos tratan sobre esos ronin matando bandidos. Otro es de un antiguo Cangrejo, un guerrero ya retirado que ahora sirve como monje ha descrito las actividades de un grupo de monjes que portan el mon Araña.”

“¿Y el cuarto?”

Las facciones de Kuon se retorcieron en una mueca. “Una proposición de un ambicioso y joven Yasuki sobre como el Cangrejo puede sacar un beneficio considerable de todo el fenómeno de la Araña.”

Reiha se rió. “¿No odiarías que te aburrieran con otros asuntos que no fueran estos?”

“Pregúntamelo otro día,” masculló. “¿Hemos recibido informes sobre la situación en la Atalaya Occidental?”

Ella le entrego un pergamino. “Llegó esta mañana.”

Lo tomó con una sonrisa poco entusiasta y rompió el sello, echándole un vistazo rápidamente. “Están listos,” dijo asintiendo. “Gracias a Osano-Wo. Quiero que este asunto acabe de una vez por todas.”

“¿A quién enviaras?”

Kuon pensó por un momento. “Benjiro esta en el frente contra la Grulla,” dijo.

“Sí,” su esposa le dio la razón. “¿Qué tal Kaiketsu?”

Kuon sopesó. “Es demasiado joven. Aun no se le ha puesto a prueba.”

“Se le pondrá a prueba lo bastante pronto,” añadió ella. “Quizás sería mejor si él tuviera la oportunidad de probarse a sí mismo primero.”

El Campeón pensó por un momento. “Eso suena bastante sensato.”

Reiha se detuvo y se giró para mirarle. “¿Eso en tu voz es sorpresa?”

“No,” dijo al instante. “En absoluto. Kaiketsu será perfectamente suficiente para esta tarea.” Se giró hacia uno de los asistentes. “Trae un escriba inmediatamente.”

“Por supuesto,” dijo el Hiruma, y desapareció por el pasillo.

“Mi señor.”

Kuon no escuchó al mensajero aproximarse, y era bastante infrecuente que uno de ellos se dirigiera a él sin esperar a que él hablara primero. Sus instintos le dijeron al instante que algo no andaba bien. “¿De qué se trata?” Exigió.

La expresión del hombre era una mezcla de confusión y furia ardiente. “Mi señor,” repitió, “ha habido... un incidente. En Koten.”

Kuon sintió como su boca se quedaba seca instantáneamente. “¿Qué ha pasado?”

 

           

Toshi Ranbo, la Ciudad Imperial, mes del Dragón

 

El Palacio Imperial no había cesado su actividad, incluso después de la muerte de la Emperatriz, durante su administración de la ciudad, el Fénix había elegido para su uso solo las salas secundarias, y dejó la mayoría de esas salas típicamente reservadas para las cortes convocadas por el Emperador cerradas. Actuar de otro modo, reflexionó Isawa Mizuhiko, hubiera sido presuntuoso y hubiera atraído incluso más ira de la que el clan había conseguido acumular en el último año.

Ahora, sin embargo, la corte principal del palacio había sido abierta por orden de los Otomo, lideres de las familias imperiales. Otomo Hoketuhime, la Daimyo Otomo y quizás uno de los individuos más poderosos en todo el Imperio, se alzaba ahora en el centro de la habitación, obviamente complacida consigo misma, pero su expresión serena y recatada a la vez. Mizuhiko no tenía otra alternativa que admirar su increíble autocontrol. Era capaz de cosas que aquellos capaces de hablar con los kami no podían lograr. Incluso, mientras Mizuhiko miraba, Isawa Ochiai, la Maestra del Fuego, y líder del Concilio de Maestros Elementales, entregaba a Hoketuhime un gran pergamino lacrado formalmente con un sello de cera.

“Toshi Ranbo ha sido reconstruido,” decía Ochiai, terminando su enumeración de las actividades del año pasado. “La ciudad prospera, y no ha habido incidentes violentes desde el infortunado acontecimiento hace algunos meses. Ambas partes responsables han sido aceptadas de nuevo en la ciudad y han retomado sus deberes sin problema alguno. El Concilio Elemental no ve motivos para que el Fénix continúe controlando la ciudad. Ya que, formalmente cedemos todo control sobre la autoridad de mayor rango que queda en el Imperio, la familia Otomo.”

Hoketuhime acepto el pergamino de la Fénix que se inclinaba, y devolvió la reverencia. No tan profundamente, observó Mizuhiko, pero se inclinó al fin y al cabo. “De parte de las familias Imperiales,” dijo ella con su rica, melodiosa voz, “agradezco al Fénix su ayuda. Me han llevado hoy en visita guiada por la ciudad reconstruida, y está claro que la ciudad se ha recuperado por completo del ataque del año pasado, así como del desafortunado daño causado por Isawa Sezaru.” Hoketuhime dio un muy sutil énfasis en el nombre familiar de Sezaru, causando un destello de ira en Mizuhiko, pero él no vio reacción de ningún tipo por parte de Ochiai.

“Se dice,” continuó Hoketuhime, “que el Fénix intervino debido a un deseo de proteger la Ciudad Imperial de la destrucción que también asoló Otosan Uchi. Por eso, ellos tienen la eterna gratitud de las familias Imperiales, porque nada demuestra mas la piedad propia de un samurai y su valía como su reverencia por aquellas cosas sagradas para los Imperiales. A la luz de tales hechos, mientras los Seppun continúan guardando a aquellos de linaje Imperial y sus residencias, y el León proteja la ciudad en conjunto, los Otomo nombran al clan del Fénix custodios de todos los lugares sagrados dentro de la Ciudad Imperial.”

Ochiai sonrió recatadamente y se inclinó, pero Mizuhiko notó tensión por parte del contingente León en la habitación. La implicación de que los templos, bibliotecas y almacenes de arte necesitaran protección adicional, podría ser fácilmente tomado como un insulto por los León. Al fin y al cabo, eran predispuestos a tal tipo de cosas. Complicaría las relaciones entre los dos clanes incluso más, temió. Definitivamente, era exactamente lo que Hoketuhime deseaba. Algunos no podían verlo, pero para Mizuhiko, había sido obvio durante un buen tiempo que los Otomo servían para poco más que lanzar a los grandes clanes contra las gargantas de otros.

El shugenja reflejó interiormente cuán complacido estaría cuando sus aliados Asako hubiesen localizado al Oráculo Oscuro, y él y aquellos que trabajaban con él serían libres de abandonar la ciudad y perseguir a su presa.

“Amigos míos,” dijo Hoketuhime, abriendo sus brazos ampliamente para abarcar toda la habitación. “Gracias por vuestra paciencia. Sabed que mañana, la Corte Imperial volverá a convocarse, y que los Otomo volverán a escuchar cualquier asunto que necesite ser presentado ante la corte. Incluso ante la ausencia de Emperador o Emperatriz, los asuntos del Imperio deben continuar.”

“Emperatriz,” murmuró Mizuhiko. “Interesante.”

 

           

Provincias Unicornio, a cinco millas de Shiro Moto

 

El humo no permitía ver el campo de batalla, cosa que Akodo Shigetoshi había previsto, pero no estaba menos irritado por ello. Buscó en la parte sur del poblado el fuego de donde el humo provenía, y frunció el ceño ligeramente. La había costado dar la orden, pero había sido totalmente necesario.

Akodo Bakin se revolvió a su derecha, como si conociera sus pensamientos. “El pueblo fue usado dos veces para lanzarnos sangrientos contraataques, mi señor,” dijo él. “Usted no tenía otra opción.”

“Lo encuentro desagradable igualmente,” dijo Shigetoshi. “¿Cuál es el estado del ejercito personal de Lord Yoshino?”

“Ellos están listos,” dijo Bakin. “Están esperando sólo una oportunidad.”

“Reúnase con ellos,” ordenó Shigetoshi.

El general se inclinó ante su daimyo. “Como usted ordene, mi señor. ¿Doy la orden para que se limpie todo esto?”

Shigetoshi negó con la cabeza. “Alcanzaremos el campo de batalla dentro de muy poco,” dijo él.

“He seleccionado la legión de Itoku,” dijo Bakin. “Espero que esté de acuerdo.”

“Está bien.” Vaciló durante un momento. “Envía a Hachigoro también.”

Bakin levantó una ceja. Era lo mas cerca que Shigetoshi había visto alguna vez sorprendido a su general. “Mi señor, si él se marcha se quedara usted casi sin protección. ¿Está usted seguro?”

“Lord Yoshino hizo una promesa,” dijo el daimyo Akodo. “Cumplir dicha promesa es ahora lo único que importa. Y, a pesar de todo, podremos sobrevivir contra los escasos recursos que al Unicornio le quedan detrás de nuestras líneas.” Le miro. “Id.”

“Como usted ordene mi señor.” Después Bakin marchó con su caballo hacia adelante. Shigetoshi miró las dos legiones Akodo que tenía delante, que ocultaban las líneas de combate de la legión Matsu tal como Yoshino había ordenado. Él sabía por experiencia que las líneas de combate se separarían como nubes de tormenta ante ellos, y que los Akodo se dispersarían hacia delante rompiendo cualquier resistencia que el Unicornio todavía tuviera de tal modo que Yoshino y sus fuerzas pudieran caer sobre las puertas de Shiro Moto como una ola sobre la orilla. Él también sabía que muchos Akodo morirían, y aún más Unicornio.

La perspectiva de muerte nunca había preocupado a Shigetoshi. Él era un samurai al servicio del León, después de todo; se había preparado para su muerte a partir del primer momento en el que puso su daisho al servicio a su señor. No, en este caso lo que más le preocupaba es que cada vida que se perdía quizá fuera necesaria en un futuro próximo para la guerra. El León y el Unicornio llevaban en guerra desde hacía décadas, aunque la verdad de esta batalla fuera otra. Llevaban más de seis años de guerra constante, reconstrucción, y más guerra. Por cada hombre que había matado, Shigetoshi se preguntaba si sus hijos Unicornio habrían jurado matarle como venganza. ¿Y si esto pasaba, entonces jurarían sus propios hijos matar a los del Unicornio? ¿Cuándo se terminaría el ciclo? El camino del León era el camino de guerra, pero no la guerra sin sentido.

El hijo de Shigetoshi sería mayor de edad para ganarse el daisho dentro de cinco años. Y su esposa esperaba a su segundo hijo. ¿Tendrían que ellos pelear contra el Unicornio también? La muerte del guerrero era todo lo que un samurai deseaba, era lo que él deseaba para sus hijos. El Khan debe sufrir para sus pecados, muchos estaban absolutamente seguros, y él no tenía dudas en su corazón sobre esto. ¿Terminaría esto la guerra?

Sus instintos de repente despertaron. Algo andaba mal.

Hubo un sonido de relincho proveniente del pueblo que Shigetoshi había ordenado incendiar. Sonaba como un caballo, pero él había visto a los aldeanos evacuar todo y habían prendido fuego metódicamente a todo lo que habían encontrado en su camino. No debería haber nada más en el pueblo, y él no podía imaginarse nadie bastante tonto para dejar algo tan valioso como un caballo detrás.

Las llamas parpadearon a las afueras del pueblo estallando durante un breve segundo sobre un caballo que había salido saltando de un edificio, un samurai armado se sentaba en la silla. El Unicornio dio un grito de batalla feroz, y fue contestado por otros. Primero dos, después seis, entonces una docena de caballos surgieron detrás del primero, saltando entre las llamas para aterrizar fuera de la tumba ardiente que era Kaiten Mura. No vacilaron ni un instante, pero habían pagado un precio por ello.  Shigetoshi podría ver pequeños agujeros en sus armaduras por rescoldos que ardían sin llama. El pelo de varios caballos estaba chamuscado y todavía ardían, y el comandante León no podía creer que ellos siguieran obedeciendo sus maestros en tales circunstancias. La barba de un hombre también ardía iluminada por las llamas, y él trató de apagarla mientras seguía a su líder.

Shigetoshi estimó su número en un poco más de cuatro docenas de hombres. Desde su increíble aparición del pueblo ellos no se habían detenido, su objetivo estaba lejos, era el flanco de las fuerzas de Yoshino.

“Shono,” murmuró Shigetoshi. El general Unicornio había sido una espina clavada para el clan León desde que se inició la campaña. Ahora parecía que intentaba causar el máximo daño posible  al ejército León de la forma más rápida: cortando su cabeza.

“¡Akodo!” Gritó Shigetoshi, reuniendo su guardia personal y sus oficiales. Había una posibilidad, bastante improbable, si pudieran ser más rápidos y los interceptaran antes de que estos alcanzaran a  Yoshino. Él podía sentir que el Unicornio estaba agotado por el fuego y el humo. “¡A mí, Akodo! ¡Cargad!”

El general León azuzó a su caballo al galope y desenvaino su espada.

 

           

Shinomen Mori, cerca de las Ciudades Naga

 

El contingente Cangrejo en Shinomen consistía de dos partes separadas: un cuerpo de exploradores viajaba bien avanzado del grupo principal de tropas, y un grupo mayor de guerreros Hida les seguía a una distancia considerable. Bajo circunstancias militares normales sería desaconsejable poner tanta distancia entre dos partes de un regimiento, pero los Hida eran, por naturaleza, físicamente incapaces de ningún tipo de movimiento silencioso a través del bosque, y era necesario sorprender a sus enemigos si se querían tener alguna oportunidad de éxito.

Toritaka Kaiketsu avanzó junto con los demás exploradores, indistinguible de ellos salvo por la simple insignia en la hombrera de su armadura que indicaba que era el comandante de este regimiento en concreto. Era su primer mando formal, algo que esperaba que se le otorgara en el corto plazo antes del retiro de su padre. Toritaka Tatsune había estado planeando retirarse desde hace algunos meses, pero aun no lo había hecho de forma oficial. Kaiketsu estaba preocupado. Aun no estaba preparado para asumir las responsabilidades de un daymio, deseaba conseguir antes experiencia militar.

Uno de los exploradores más avanzados se giró e hizo un sutil gesto con la mano. Instantáneamente, todos se detuvieron. Kaiketsu escuchó durante un momento, pero no pudo oír el traqueteo de las armaduras de los Hida y sus armas. Estaban manteniendo la distancia correcta según lo acordado. Devolvió la mirada al explorador. Hiruma Ikage, era su nombre, un soldado profesional, según el juicio de Kaiketsu. Le respetaba.

Ikage usó las tradicionales señas Hiruma. Objetivo avistado.

¿Enemigos? Kaiketsu devolvió las señas.

Ninguno a la vista, fue la respuesta.

Avanzad con precaución. Enviado eso, Kaiketsu hizo señas a otro de los exploradores para que volviera al grupo principal para alertarles de lo que sucedía. Necesitaba a los Hida listos en un instante en caso de que las cosas fueran a peor. Entonces se giró y siguió el camino de Ikage junto con los otros.

Después de un momento abriéndose paso a través del denso matorral, una proeza que debía de hacerse con extraordinaria precaución para no romper la disciplina de ruido, Kaiketsu se sorprendió de descubrir que el bosque repentinamente se abría en un gran claro, ligeramente hundido en el suelo del bosque y pavimentado con una espesa, negra tierra. Había un ligero olor agrio que dejó una advertencia detrás de su mente, pero no era nada que pudiera identificar con certeza. Sin embargo, ésa era la menor de sus preocupaciones.

El claro estaba lleno de edificios. No sólo las pequeñas y abandonadas chozas ocupadas por eremitas y leñadores que se habían encontrado antes. No, esto era casi una ciudad. Había por lo menos una docena de edificios, probablemente más, y la mayoría eran lo bastante grandes para albergar docenas o incluso cientos de personas. Kaiketsu nunca había visto algo así. Se dio cuenta de que los demás le estaban mirando a él, y entonces les hizo señas para que se dispersaran e investigaran. Si esos edificios estaban llenos, los Cangrejos estarían ampliamente superados en número.

“¡Kaiketsu!” Gritó Ikage.

La mano de Kaiketsu fue a por su espada al instante. Para que la disciplina de ruido fuera tan abruptamente rota, debía ser un problema serio.

“Jinetes,” dijo Ikage

Los exploradores se pusieron alerta a la vez, tomando una formación defensiva que les permitía ponerse a cubierto al instante, si hacía falta. Kaiketsu maldijo para sus adentros. La idea de enfrentarse a caballería dentro de un bosque tan denso no le pareció una posibilidad realista. Naturalmente, eso iba a pasar ahora. Sólo podía esperar que fueran aliados.

“¡Ah del claro!” Gritó una voz. “Soy Utaku Esuko, Gunso de la Guardia de Shinomen. ¡Identificaos!”

Kaiketsu se relajó, pero sólo ligeramente. La situación tenía demasiados interrogantes como para que aún no hubiera amenaza. “Soy Toritaka Kaiketsu,” respondió gritando. “Taisa del Tercer Ejercito Cangrejo.”

Hubo un momento de silencio. “¿De qué naturaleza son los asuntos que te traen tan cerca de las fronteras Unicornio, Kaiketsu-sama?” Los términos en los que se refería eran respetuosos, el tono de la mujer no lo era.

“Investigamos informes de actividad ronin en el área,” respondió. “Específicamente, los así llamados Clan Araña.”

El retraso en la respuesta fue mayor esta vez. “Los Araña están entre los aliados del Unicornio,” respondió gritando Etsuko. “Por favor, sal al claro donde te podamos ver.”

Kaiketsu lo consideró durante un instante, entonces se decidió sobre ello. Señaló a los demás que se mantuvieran donde estaban, entonces él solo dobló la esquina de un edificio para poder ver a la joven doncella de batalla. Estaba acompañada por quizás una docena de camaradas, y otras dos docenas adicionales de infantería. “Una curiosa petición,” dijo él. “Si consideráis a esos Araña vuestros aliados,” continuó, “¿entonces estarás al tanto de este... campamento?”

Etsuko miró a los otros, y Kaiketsu pudo sentir su duda. “No he tenido noticia alguna de esta localización,” admitió ella. “No aparece en ningún informe que halla leído.”

“Curioso,” repitió Kaiketsu. “¿Podrían tus aliados no querer informarte de unos barracones tan cerca de tus fronteras, como tú lo describes?”

“Ese no es un asunto que incumba al Cangrejo,” dijo cortantemente. “Apreciamos tu investigación, pero el Unicornio tiene esta zona bajo control.”

“Y he de suponer que hay un buen numero de campamentos esperando a ser descubiertos,” dijo, su tono severo.

“Permíteme ser clara,” dijo bien alto. “Tu interferencia en este asunto no es bienvenida. Por el respeto a la duradera alianza entre nuestros clanes, eres libre de seguir con tu ‘investigación’ en paz, y se espera de ti que te marches.” Dio la vuelta a su caballo y guió a su patrulla fuera, mirando ceñudamente por encima del hombro mientras lo hacía.

“Maravilloso,” masculló Kaiketsu. Se volvió a sus hombres e hizo señas para que se levantaran de sus posiciones. “Dispersaos,” ordenó. “Encontrad cualquier cosa útil, cualquier cosa que nos dé información. Tenemos que ser rápidos en esto.”

Los exploradores hicieron lo se les había ordenado. Ikage se aproximo al edificio más cercano e inspeccionó el portal durante un momento antes de probar la puerta. Se resistió, y, tras intentar forzarla, finalmente cargó con su hombro y la golpeó con todo su peso, echándola abajo.

Hubo un sonoro crujido de entre los árboles del norte, y las flechas llovieron sobre el área en la que los exploradores se concentraban. Una golpeó a Kaiketsu en el hombro, pero hizo poca cosa salvo enfurecerle.  La arrancó con un siseo de dolor, entonces se giro hacia los demás. Seis hombre habían caído y el doble de ese número permanecía con obvias heridas. Echó un vistazo al astil de la flecha.

Era una flecha Unicornio.

“Puta traidora,” gruñó Kaiketsu. Se volvió a sus hombres. “¡Atended a los heridos! ¡Avisad a los Hida!” Volvió a mirar hacia el norte. “Pagaran con su sangre.”