La Prueba del Campeón Esmeralda

Primera Parte


por
Brian Yoon
Editado por Fred Wan

 

Traducido por Bayushi Elth

“A pesar de que muchos bravos samuráis se adentraron en las profundidades de las Tierras Sombrías para salvar su vida, el Emperador Toturi III murió durante el año 1168. Toturi III eligió sacrificar su vida para darle a su amado imperio la oportunidad de sobrevivir. Aun así, no murió solo. Yasuki Hachi, el campeón personal del Emperador, permaneció frente a las feroces hordas, manteniendo su posición para darle a su señor la oportunidad de tener una muerte digna. Su comportamiento es un brillante ejemplo de honor y deber que será recordado para siempre.

Cuando los clanes se recuperaron de la trágica pérdida, enviaron a sus samuráis más capaces para elegir uno que llevara la ley a la nación en ausencia de Emperador. Cinco días después, el Imperio encontró a su nuevo Campeón Esmeralda.” - Las Historias Miya



Mes de la Cabra, Año 1169


            La brisa fluía sobre las Llanuras del Trueno y los vastos y ondulados campos de hierba se agitaban por su fuerza. Las tierras estaban tranquilas y silenciosas, libres del bullicio de las ciudades y los horribles gritos de guerra. Pocos vivían en aquellas llanuras que limitaban con las tierras Escorpión y el gran Bosque Shinomen que marcaba la frontera oeste del Imperio. Por edicto y por costumbre, ningún ejército pisaba aquellas tierras y nadie se atrevía a domesticar la tierra sembrándola de arroz u otros cultivos. Esta tierra estaba bendecida por Osano-Wo, la Fortuna del Fuego y el Trueno, y nadie se atrevería a atraer su ira mostrando irreverencia hacia su voluntad. La Orden del Trueno, monjes dedicados a su servicio, vigilaban la tierra y la protegían de cualquier cosa que pudiera amenazar su santidad. Así lo hacían sin ninguna interrupción. Veían pocos extraños cruzar sus fronteras, sólo un puñado cada generación, cuando el imperio necesitaba la fuerza de un nuevo Campeón Esmeralda.

Habían pasado muchos años desde la última vez que los Grandes Clanes se juntaron en aquellas llanuras. Más de un Emperador había pasado a Tengoku. Y en silencio, sin ninguna pompa ni gloria, los Hermanos del Trueno se pusieron a trabajar sin cesar para preparar la próxima Prueba del Campeón Esmeralda. Las olas de hierba dorada se separaron para permitir que un grupo de jinetes cruzara la tierra virgen. Miya Shoin cabalgaba al final de la formación, maniobrando hábilmente su caballo para mantenerse junto a sus escoltas. A pesar de que el Heraldo Imperial era hábil ocultando sus emociones, no podía borrar las líneas de preocupación que surcaban su rostro. La muerte del Emperador había provocado el caos sobre la tierra. La guerra había reemplazado la inestable paz que había mantenido todo el imperio, y sólo la aparición de un Dragón Celestial había terminado temporalmente con la matanza. Shoin había viajado a través de la nación en los últimos meses y había visto dolor y sufrimiento por todas partes del imperio. Rokugan necesitaba una mano firme y fuerte que lo guiara durante aquellos tiempos turbulentos.

Finalmente, el jinete en cabeza del grupo levantó una mano y frenó su caballo en la cima de una colina. Shoin abandonó sus meditaciones y se detuvo con el resto de los hombres. Desmontó con habilidad y le pasó las riendas al acompañante monje que permanecía a su derecha. Se movió a través del grupo hacia el jinete que iba en cabeza, que se giró y le saludó con una amable sonrisa. Shoin alcanzó rápidamente a su acompañante y le devolvió la sonrisa. No era el momento para preocuparse.

A pesar de que el jinete era el maestro de la Orden del Trueno, no parecía el típico monje. Era un hombre mayor, pero su cuerpo estaba cubierto de músculos y sus ojos reflejaban marcadamente la fuerza del alma en su interior. Excepto por su atuendo simple y su cabeza afeitada, todo lo demás le hacía parecer un fiero guerrero.

“Hemos preparado este terreno para la ceremonia,” dijo. Shoin echó un vistazo hacia el horizonte. Un gran campo, libre de árboles y otros obstáculos, llenó su campo visual. Había poco que diferenciara aquel lugar del resto de las Llanuras del Trueno, aunque Shoin sabía que la tierra había sido preparada para alojar la Prueba. Shoin podía sentir la paz que se asentaba en las profundidades de su alma mientras contemplaba la pradera. Era como si los kami de la tierra estuvieran en armonía con su deseo de serenidad y le aceptaran como uno de los suyos.

“Este lugar es perfecto,” dijo Shoin. Se giró e hizo una reverencia a su acompañante. “Debo felicitar a vuestra orden. Habéis superado todas las expectativas.”

“Es nuestro deber y nuestro placer atender esta tierra bendecida por Osano-Wo,” replicó el maestro. “Sólo espero que podamos encontrar a un hombre merecedor de salvar el imperio.”

“Eso esperamos todos,” dijo Shoin en voz baja. “Eso esperamos.”

 

           

Docenas de heraldos fueron despachados a todas partes del imperio por la convocatoria de Shoin, llevando la proclama a todos aquellos que pudieran escucharla. Llegaron mensajes a todos los castillos de todos los clanes, notificando a todo Rokugan que la llamada había sido realizada. Es evidente que el Imperio necesita estabilidad, decía la nota, y sin un Emperador se hace esencial reverenciar las tradiciones. Con esto en mente, los daimyo Miya, Seppun y Otomo convocarán la Prueba del Campeón Esmeralda para encontrar a alguien digno de llevar la carga y bendición de ser el primero entre los servidores del Imperio.

Ser proclamado Campeón Esmeralda era el más prestigioso de los honores. El Campeón Esmeralda ganaría más gloria de lo imaginable, y viajaría por la nación como el campeón personal del Emperador. Sería portador de un gran poder, podría controlar los impuestos en muchas provincias y asignar Magistrados Esmeralda a su voluntad. La posición era deseada por muchos, ya fuera su sueño servir al Imperio, o perseguir las aspiraciones de su clan o las suyas propias. Así que las familias Imperiales y la Orden del Trueno prepararon las aisladas tierras ceremoniales y esperaron a que llegaran las delegaciones de los diferentes clanes. No estuvieron solos mucho tiempo. En unos pocos días, llegaron los primeros viajeros.

 

           

No fue una sorpresa para nadie que la delegación Unicornio fuera la primera en llegar a las Llanuras del Trueno. El atronador sonido de los cascos resonó en el aire mientras los samuráis penetraban en el campamento. Eran un grupo ecléctico, cada miembro tan diferente del resto como era posible. Solemnes Doncellas de Batalla Utaku cabalgaban junto a bushi Shinjo vestidos con el tradicional atuendo Unicornio de pieles y cueros gaijin. Miya Shoin se adelantó y observó al grupo mientras se acercaba. Podía escuchar susurros de descontento tras él; el reciente asalto del Khan a la Ciudad Imperial había enfurecido a muchos en todo el imperio, y las heridas aún no se habían curado.

Dos líderes, un hombre y una mujer, conversaron rápidamente entre ellos. Con un asentimiento con la cabeza, ambos se giraron hacia Shoin y condujeron a todo el grupo Unicornio hacia él. Shoin conocía a la mujer sólo por su reputación; Utaku Tama era una mujer honorable que había ascendido con rapidez en el ejército del Khan. Su habilidad con las espadas gaijin era famosa, y Shoin se preguntó por un momento si pretendía utilizar aquellas extrañas habilidades en el torneo de iaijutsu que concluía la Prueba.

La identidad del acompañante de Tama provocó una genuina sonrisa en el rostro de Shoin. Moto Najmudin parecía un simple joven vestido con ropas rokuganís bastante normales. Cualquiera que lo viera no podría imaginarse que fuera un Magistrado Esmeralda y héroe de cientos de proezas por todo el imperio. Shoin había trabajado antes con él y lo había encontrado fiable y digno de confianza. Najmudin se inclinó profundamente desde su caballo y Tama hizo lo mismo. Shoin devolvió el gesto, aunque su reverencia fue menos profunda.

“Najmudin-san. Es un auténtico placer,” dijo Shoin.

Najmudin extendió su mano hacia el Heraldo Imperial, que la estrechó según la tradición Unicornio sin dudar. “Es un honor participar en este Campeonato, Shoin-sama,” dijo Najmudin. Hizo un gesto hacia Tama. “Esta es Utaku Tama, una gran guerrera y representante del Clan Unicornio.”

Tama se inclinó con rigidez. Hablaba lentamente, como si estuviera marcando cuidadosamente todo lo que decía. “Saludos, Shoin-sama. Traigo felicitaciones y condolencias del Khan por haber tenido la previsión y la fuerza de voluntad de convocar la Prueba. Se está recuperando de una enfermedad y no creyó inteligente viajar en su estado.”

Shoin ocultó su alivio bajo una expresión compasiva. “La salud de Chagatai-sama debe asegurarse ante todo. Estoy convencido de que superaréis las expectativas de los representantes Unicornio.” Hizo un gesto tras él, y varias manos solícitas se extendieron ante su mirada. “Estos hombres os guiarán a vuestra zona de descanso. Espero que estéis preparados cuando comiencen las festividades.”

Najmudin rió sonoramente. “No tengas ninguna duda, Shoin-sama. El Unicornio estará preparado.”

 

           

Los enviados Grulla y Fénix fueron los siguientes en llegar, y su aparición vino acompañada de gran pompa. Por cada guerrero asignado a participar en el campeonato, la Grulla había enviado varios cortesanos preparados para intercambiar favores y artistas preparados para inmortalizar el evento. Hacía unos pocos días el Heraldo Imperial había visto el terreno vacío, y ahora el terreno para la prueba hervía de vida y actividad. La Orden del Trueno se movía a su alrededor para asegurarse de que los preparativos fueran perfectos. A medida que más y más samuráis llegaban, los constantes intercambios de influencias crecieron en seriedad y relevancia, transformando aquel lugar de cuidada tranquilidad en un campo de batalla de poder político.

Para Shiba Naoya, un importante oficial del Clan Fénix, el caos era insoportable. Había pasado su vida entera apartado de todo menos de su deber y su técnica, y todo aquel politiqueo le estaba afectando. Tras haberse instalado con el resto de samurai Fénix, se excusó de inmediato. Sin mirar atrás, montó en su caballo y abandonó aquella conmoción.

Al principio, no sabía su destino. Su único deseo era encontrar un lugar para apaciguar su mente y su alma. Las llanuras sin fin no servían para apaciguar el disgusto que le atenazaba. Sin ningún lugar en mente, viajó hacia el sur de las llanuras para buscar respuesta a su incomodidad. No tenía ninguna expectativa en mente cuando el gran templo apareció en el horizonte, pero se encaminó hacia allí buscando algo civilizado.

Las puertas de Shinden Osano-Wo estaban abiertas, como si la Orden del Trueno esperara que muchos de los participantes buscaran consuelo en su hogar. Nadie prestó atención a Naoya cuando penetró sus muros. Los monjes del templo no parecían interesados en los samurai que peregrinaran hasta su hogar. Paseó por allí, viendo como la Orden del Trueno ejecutaba sus tareas.

Naoya caminó lentamente dentro del salón principal del templo, su mirada captando cada detalle, cada reliquia. Sus ojos se abrieron de par en par y retuvo el aliento en su garganta. Había rezado en incontables templos y santuarios que abundaban en las provincias Fénix. Lo había considerado prácticamente trivial, una tradición para apaciguar a sus ancestros. Aun así, nunca había sentido una presencia tan poderosa como la que sentía frente al altar. Era como si la Fortuna del Fuego y Trueno le mirara, su vista fijada en su propia mente. Parecía que la propia Fortuna hubiera descendido hasta aquella habitación. Nunca había sentido nada igual.

Naoya no rezó a sus ancestros ni pidió entendimiento a los cielos. Simplemente se arrodilló ante el altar y cerró sus ojos. La habitación estaba en silencio salvo por el distante sonido del duro trabajo de la hermandad al otro lado de las puertas abiertas. La intangible y opresiva presencia para apoyar su peso sobre sus hombros. Una expresión de calma apareció en sus ojos, y se puso en pie. Se inclinó ante la estatua de Osano-Wo e inmediatamente le pareció una locura. Se giró y abandonó la habitación. Sentía ligeros sus pasos, de nuevo.

Naoya se detuvo repentinamente. El camino al exterior estaba vacío, con la excepción de un hombre solitario vestido con el basto atuendo de un ronin, aunque aun así algo le hizo titubear en su paso. El hombre no parecía diferente de cualquier ronin – modestamente vestido, bien formado (aunque quizás levemente desnutrido), y una leve aura de peligro que los peregrinos parecían cultivar, como por autodefensa. Aun así, los ojos del extraño parecían adivinar los secretos que atenazaban su espíritu.

“El santuario está en perfecto estado, amigo,” dijo Naoya en voz baja. “Si buscáis consuelo, lo encontraréis en el interior.”

El ronin hizo una leve reverencia. “Gracias, Fénix-san,” replicó, su voz profunda y resonante. “He rezado aquí varias veces, y cada una de ellas he sentido como me respondían las bendiciones de la tierra. Estoy contento de que estos eventos me hayan traído de nuevo a este lugar.”

Una memoria distante se arrastró en la mente de Naoya. La voz le sonaba familiar de alguna forma, pero no podía trazar una conexión relevante. Apartó aquel pensamiento. “Si el lugar fuera más apropiado, no sería capaz de marcharme,” dijo con una sonrisa.

“Quizás esa es la razón por la que el templo es tan bendito. Sólo los verdaderamente devotos pueden encontrar el camino hasta aquí.”

“Aun así son los kami y el destino quienes alteran nuestros rumbos para que encajen en el Patrón Celestial. Quizás no sea el devoto el que encuentre el templo, sino el templo el que convierte a sus visitantes en devotos.”

El ronin enarcó una ceja. “Un interesante punto de vista.”

“El Campeonato Esmeralda nos ha traído a todos a este lugar,” musitó Naoya. “Me pregunto si la serenidad de este templo estaba destinada a otorgarme la victoria en la Prueba, o si la Prueba estaba destinada a llevarme a esta serenidad.”

El ronin arqueó una ceja de nuevo. “¿Cual crees que es la respuesta, Shiba-san?”

Se inclinó rápidamente. “Siento que por fin puedo entender las cosas que han permanecido fuera de mi alcance. Estoy agradecido de que los kami me hayan traído hasta aquí para aprender esta lección.” Se detuvo un momento y estudió al ronin. “Soy Shiba Naoya, yojimbo del Concilio de los Maestros Elementales. Disculpadme. No puedo descifrar vuestra identidad por vuestro atuendo.”

“Soy Tamago, ronin de la Legión de los Dos Mil,” replicó. “No importa cómo se desarrolle el Campeonato, Shiba Naoya, recordaré vuestras palabras.”

Naoya sonrió. “Si sucede así, Tamago-san, ambos habremos ganado.”

 

           

Los guardias Seppun se fijaron en el par de viajeros tan pronto aparecieron entre las colinas. Para cuando habían alcanzado las tierras del torneo, un grupo de samurai estaba esperándoles para manejar la situación. El capitán de los guardias, un hombre adusto llamado Seppun Arata, salió de entre sus hombres para encontrarse con los dos recién llegados. Su ojo crítico escrutó a ambos. Eran ronin, pero a primera vista parecían una extraña pareja. El primer ronin era un hombre enorme, casi del tamaño de un Cangrejo. Su acompañante era menudo, muy pequeño; su rostro estaba cubierto por un kabuto, no muy diferente de lo que era normal en tierras Escorpión. A Arata no le gustó el aspecto de ninguno. Era evidente que eran guerreros, y tenía la sensación de que ambos eran bestias expertas en matar.

“Alto, ronin. ¿Quién sois y cual es vuestro propósito aquí?” preguntó Arata. El hombre con la máscara inclinó su cabeza y se giró lentamente para mirar a Arata. Este sintió un escalofrío recorrer su espalda; sin ninguna razón evidente, sintió como si estuviera en peligro mortal.

El ronin más grande mostró las palmas de sus manos frente a él, para demostrar que no tenía ninguna intención maliciosa. “Soy Iemitsu,” dijo. “Este es mi acompañante Eiya. ¿Que propósito tenemos todos, en esta tierra remota?”

Arata frunció el ceño. “Sólo aquellos dignos pueden participar en el Torneo del Campeón Esmeralda, ronin. Los hombres de tu casta no tienen permitido venir aquí simplemente y participar a su antojo. Abandonad este lugar ahora, antes de que nos veamos obligados a echaros.”

Iemitsu sonrió, aunque aquello no le hizo parecer más inofensivo. “Ah, así que ese es el malentendido.” Metió la mano en su kimono y sacó un pergamino. Lo giró con rapidez y le mostró el sello a Arata y sus hombres. Arata intentó ocultar su sorpresa. El pergamino venía sellado con el mon de la familia Otomo, la prestigiosa familia Imperial cuya influencia abarcaba cualquier lugar del imperio. Iemitsu se lo dio a Arata y esperó con una paciente sonrisa en el rostro.

Arata abrió el sello y leyó con rapidez el pergamino. Sus ojos se abrieron, sorprendido. Era una simple nota, solo dos frases, pero el mensaje estaba claro.

 

“El hombre conocido como Iemitsu y el hombre conocido como Eiya son ambos dignos samurai y un testamento del honor de los ronin. Bajo mi autoridad, ambos hombres son bienvenidos a la competición de sus pares en el Torneo del Campeón Esmeralda.

Otomo Kotone.”

 

A pesar de que Arata buscó imperfecciones o signos de falsificación, el pergamino parecía auténtico. Examinó el mensaje una vez tras otra, pero la situación era evidente. Otomo Kotone era una poderosa cortesana que viajaba a muchas cortes importantes a lo largo del Imperio. Su aprobación podía abrirle muchas puertas a cualquiera. Arata se arriesgaba a perderlo todo si denegaba el acceso al Torneo a aquellos dos ronin. No podía arriesgarlo todo por una simple corazonada.

“Mis disculpas, Iemitsu-san, Eiya-san,” dijo al fin. “No sabía que estuvierais invitados al evento. Vuestra patrocinadora habla maravillas de ambos.”

Iemitsu asintió. “Ella es muy amable.”

“Sois bienvenidos en estos terrenos,” continuó Arata. “Mis hombres os llevarán hasta un lugar donde podáis descansar mientras estéis aquí.”

Iemitsu se inclinó profundamente. Siguió a la pareja de guardias Seppun mientras viajaban más allá de las tiendas de los Grandes Clanes. Eiya le siguió en silencio, su mirada fija en la espalda de uno de sus escoltas. Sus músculos se tensaban y relajaban, como si estuviera a punto de saltar sobre ellos. Los escoltas iban andando, felizmente ajenos del comportamiento de Eiya, y llevaron al par de ronin hasta su área asignada de descanso. Con una leve reverencia y una rápida explicación de las reglas de la Prueba, los Seppun dejaron a los ronin y volvieron a sus deberes. Ambos se quedaron solos al fin. Iemitsu se giró hacia su acompañante.

“Tranquilízate, Eiya,” murmuró Daigotsu Iemitsu. “Si vamos a entrar y ganar este torneo, no debemos atraer atención indebida sobre nosotros.”

Daigotsu Eiya relajó sus músculos en respuesta y gruñó profundamente.

“Paciencia. Si me convierto en Campeón Esmeralda, el imperio se desgarrará en un mar de sangre,” susurró Iemitsu. “Hasta entonces, seguiremos las órdenes de nuestro maestro. Tómate el té y mantén contigo el collar todo el tiempo. Vamos a necesitar ambos, si queremos evitar que nos detecten y ganar el gran premio para el Señor Oscuro.”

 

           

Una Semana Después

 

“En ausencia del Hijo de los Cielos, las Familias Miya, Otomo y Seppun, primeros entre los sirvientes del Emperador, acuerdan el más sagrado de los torneos,” anunció Shoin. Estaba de pie en un elaborado estrado que estaba grabado con el mon de las tres familias Imperiales, encarado a una asamblea de los mejores samurai del imperio. Sus manos sujetaban un antiguo pergamino que describía las tradiciones para comenzar el evento, pero hacía tiempo que había memorizado cada aspecto de la ceremonia. En su lugar, miró hacia la multitud buscando rostros familiares entre los samurai que habían acudido para representar a sus clanes.

“Aquellos entre vosotros que han sido honrados de tener el derecho a competir deberían hacerlo por la mayor de las alegrías terrenales, el éxtasis de servir al Imperio y al Emperador en su ausencia como su campeón personal,” continuó Shoin. Cada delegación de los Grandes Clanes se sentaba aislada del resto. La reciente lucha había dejado marcas imborrables en el Imperio. Sabía que las sagradas tradiciones de la Prueba del Campeón Esmeralda impedirían cualquier estallido de violencia entre los contendientes. Aun así, la tensión en el aire era palpable.

Shoin sólo deseaba que el Campeón Esmeralda fuera capaz de enmendar las relaciones entre los clanes. Se preguntó si aquel pensamiento le marcaba como un pobre ingenuo o un soñador.

“Que aquellos que quieren participar den un paso adelante. La Prueba del Campeón Esmeralda va a comenzar.”

 

           

            Era por la tarde, y el turno de Shoin de juzgar a los participantes. Se sentó en el estrado y miró bajo él a los muchos samurai seleccionados para probar su valía.

“Aquel que se convierta en Campeón Esmeralda asumirá un puesto de gran autoridad, responsable de zanjar disputas entre todos los clanes,” comenzó sin preámbulo. “El Campeón Esmeralda no puede simplemente ser un maestro de iaijutsu, debe ser un árbitro también. Ahora serán puestos a prueba vuestros conocimientos de las leyes en diferentes regiones de la tierra, que debéis conocer para estar preparados para vuestras responsabilidades.”

Los contendientes le miraron solemnemente. Había demasiados participantes en la Prueba para que pudiera preguntarles personalmente; heraldos Miya bajo sus órdenes los separaron y les preguntaron una serie de preguntas que iban desde cuestiones mundanas que todo samurai debía conocer hasta esotéricas clarificaciones de tasas aduaneras de una ciudad específica.

Shoin se movía entre los grupos escuchando meticulosamente. A ningún samurai se le preguntó lo mismo que a otro, y todas las respuestas eran cuidadosamente anotadas. Sus heraldos estaban bien entrenados, y conocían los asuntos legales tanto como nadie. Cuando una respuesta en particular resultaba difícil de juzgar, Shoin actuaba como árbitro decisivo en esa situación.

Shoin nunca había presidido antes la Prueba del Campeón Esmeralda, pero las respuestas de los participantes le impresionaron. Algunos, como el venerable magistrado Tsuruchi Kaya, servían como magistrados y eran capaces de responder todas las preguntas sin esfuerzo. Incluso aquellos samurai que no eran agentes de la ley conocían la mayoría de las delicadas preguntas que se les exponían. Aquellas que no conocían, admitían su ignorancia y explicaban de forma correcta la naturaleza del decreto en cuestión.

Pasaron varias horas y el grupo disminuyó hasta un puñado de hombres. Sólo faltaba un hombre por ser probado cuando Shoin se levantó y caminó hacia el heraldo preparado para hacer las cuestiones.

“Permitidme,” dijo Shoin, y el heraldo hizo una reverencia y retrocedió. “Kaiu Hisayuki.”

El fornido Cangrejo se inclinó profundamente. “Es un honor para mi,” dijo.

“Permíteme hacerte una serie de preguntas simples. ¿Cuáles son las tres obligaciones principales del Campeón Esmeralda?”

Hisayuki sonrió ante la facilidad de la pregunta. “El Campeón Esmeralda sirve como protector personal del Emperador. El Emperador tiene otros recursos a su disposición, como la Guardia Oculta y otros yojimbo, pero el Campeón Esmeralda debe asegurar el bienestar del Emperador sobre todo lo demás. Debe también hacer cumplir las leyes del Imperio y dirigir a los Magistrados Esmeralda.”

“Bien dicho,” dijo Shoin. “¿Y si el Campeón Esmeralda controla los Magistrados Esmeralda, bajo que jurisdicción están los ejércitos Imperiales?”

El Cangrejo frunció el ceño. “Por tradición,” dijo finalmente, “la Mano Derecha del Emperador asume esa posición. El Campeón del Clan León tendría el control de los ejércitos Imperiales. Sin embargo, creo que tal elección crea una petición imposible al León. ¿Qué sucedería si los ejércitos Imperiales son llamados para detener un conflicto en el que el León está implicado?”

“Entonces, ¿quién,” dijo Shoin, “debería asumir ese cargo?”

Hisayuki agitó su cabeza. “Si el Shogun hubiera sobrevivido, no dudaría en nombrarle a él como sucesor. Su muerte supone un problema. Ofrecer ese cargo a un hombre de menor categoría supondría una grave afrenta al honor del León. No hay nadie más que encaje en la descripción. Quizás un oficial Imperial podría cumplir con ese deber, aunque no se me ocurre ninguno que no causara un desastre político.”

Shoin asintió hacia el Cangrejo. “Quizás estés en lo cierto, Hisayuki-san. Espero que si te conviertes en el Campeón Esmeralda, encuentres una respuesta a este interrogante.”

Hisayuki sonrió. “Gracias, Shoin-sama.”

 

           

Shoin sabía que la Prueba de Liderazgo no requería su presencia, pero aun así caminó hasta los campos donde la Orden del Trueno había preparado el evento. Cuando llegó hasta allí, sonrió ampliamente ante el espectáculo. Docenas de mesas de Go, una al lado de otra, estaban ocupadas por samurai intentando superar a sus oponentes. Shoin se movió entre ellos, analizando el estado de cada tablero en el que se fijaba. Delante de la asamblea, Toturi Shigekawa estaba sentado conversando animadamente con un hombre que Shoin conocía sólo por su reputación, Akodo Shigetoshi.

Shoin esperó hasta que ambos terminaran su conversación. Shigekawa levantó la vista hacia el Heraldo Imperial y sonrió. Le dijo algo rápidamente a Shigetoshi, y ambos se movieron hacia Shoin.

Toturi Shigekawa, el Comandante de la Séptima Legión, había alcanzado su posición muy joven. Muy parecido a Shoin, Shigekawa había sido lanzado al corazón de los problemas tan pronto como había comenzado su trabajo y se había probado como un ejemplo a los ojos de sus superiores. Había sido una vez Akodo, pero había jurado su servicio a la difunta Emperatriz Toturi II. Era un hombre feliz y honesto, y Shoin siempre disfrutaba de su compañía. Su acompañante, Akodo Shigetoshi, era un hombre honorable. El Daimyo de la Familia Akodo era reconocido por su genio táctico y su naturaleza fría y metódica, aunque no estaba exento de explosiones ocasionales de rabia.

“Shoin-sama,” dijo Shigekawa con una amplia sonrisa. “¿no habéis podido resistir los tableros de Go?”

Shoin rió entre dientes. “¿Podéis culparme? Siempre estoy buscando nuevas estrategias. Después de todo, debo utilizar toda la ayuda que pueda obtener para enfrentarme a vos.”

“No creo que estos juegos os ayuden, Shoin-sama,” intervino Shigetoshi. “Ninguna partida normal de Go se desarrollaría hasta las situaciones que enfrentan ahora los participantes.”

Shigekawa rió ante la expresión sorprendida de Shoin. “Los tableros se han preparado para presentar un desafío a uno de los jugadores. La Prueba de Liderazgo, amigo mío, no tiene por qué ser un duelo real entre iguales.”

“Interesante,” respondió Shoin. “¿Qué opináis, vos, Shigetoshi-sama? ¿No os interesan las piedras de Go?”

“Shigetoshi ya ha terminado su partida,” dijo Shigekawa, sonriendo. “Ha conseguido vencer un duelo imposible. Ha sido una magnífica partida.”

“Me hubiera gustado haberla visto.” dijo Shoin. “Quizás los que aun están jugando puedan enseñarme algo de estrategia.”

Se excusó y se dirigió hacia las mesas de Go. Tras una inspección más de cerca, pudo comprobar que lo que había dicho su amigo era cierto; el patrón de las partidas estaba a menudo distorsionado de forma extraña. Mientras algunos tableros parecían normales, otros se encontraban en una situación que jamás podría darse en una partida normal. La variación de las posiciones iniciales hacía el evento algo digno de contemplar.

Los ojos de Shoin se dirigieron a un juego en particular, donde un Grulla y un Dragón llevaban cierto tiempo en una partida muy ajustada. Finalmente, el Grulla consiguió arrancar una victoria a su enemigo. El Dragón, visiblemente decepcionado, se sentó rígidamente, contemplando el tablero.

“Jugaste bien, Sasaki-san,” dijo el Grulla. Comenzó a retirar sus piedras del tablero.

“Igual que tú, Kakita Hideo,” replicó Sasaki. “pareces muy prometedor.”

“Es una lástima que hayas tenido que enfrentarte conmigo, quizás de otra forma habrías tenido alguna oportunidad.”

El Dragón pareció inmune a la pulla del joven. Sonrió y se inclinó ante Hideo. El Grulla ignoró el gesto y se puso en pie para irse.

Shoin frunció el ceño. Antes de que pudiera hablar, sin embargo, un grito airado resonó en el aire.

“¿Cómo te atreves a decir algo así? ¡Has trucado esta partida para ganar, Escorpión! ¡No pienses que te saldrás con la tuya!”

Shoin se giró para ver a un Fénix ponerse en pie de un salto. Era un joven que Shoin no había visto nunca. Su rostro estaba rojo de ira, y el parche que cubría su ojo izquierdo era aún más visible en su enrojecido rostro. Su oponente parecía ser Shosuro Jimen, el joven cortesano que había llegado recientemente para asistir a la Corte Imperial. Shoin se movió a través de los otros jugadores hacia el par en disputa.

“¡Cómo te atreves a recordarme eso, ruin Escorpión! ¡Tú y tus amigos habéis orquestado esas injusticias! No puedo ganar cuando las piedras están colocadas en mi contra-”

“No, Majushi-san, no podéis ganar,” interrumpió Shigekawa. Su voz solemne paró en seco la conmoción, y todos se separaron para dejarle pasar. “El propósito de esta prueba no ha sido nunca ver si puedes derrotar a tu oponente. Es ver si puedes adaptarte al escenario y desarrollar nuevas estrategias. Es ver tus reacciones ante una situación desesperada. Tu explosión, aunque creo que es innecesario decírtelo, no es una respuesta aceptable.”

La comprensión cayó sobre el joven Fénix y su rostro se sonrojó de vergüenza. Se inclinó profundamente, primero ante Shigekawa y después ante Shoin. “He permitido que mis emociones dirigieran mis decisiones. Me he comportado mal ante tan distinguida audiencia. Disculpadme por el espectáculo causado, Shigekawa-sama, Shoin-sama.”

Majushi se retiró sin más protestas. Shoin se giró hacia Jimen, que había permanecido tranquilamente sentado durante todo el jaleo.

“Jimen-san,” dijo Shoin, “¿qué le dijiste a tu oponente?”

El cortesano se giró para mirar al Heraldo Imperial. “Pido disculpas si de alguna forma he precipitado su respuesta, Shoin-sama. Lo último que querría era alterar el evento. Durante la conversación sobre el tablero de Go me he dado cuenta de que mi oponente conoció a un amigo mío durante el Campeonato Topacio, hace muchos años. Simplemente le pregunté por la naturaleza de su encuentro. Seré más cuidadoso con mis palabras en el futuro, Shoin-sama.”

Jimen hizo una reverencia. Mientras Shoin se marchaba, no puedo deducir que maquinaciones había llevado a cabo el Escorpión.

 

           

Era casi medianoche cuando la última partida de Go terminó. Las Llanuras del Trueno hervían de expectación. Los preliminares habían terminado. Los casi cien participantes habían sido reducidos a unos treinta.

En menos de un día, quizás dos, habría un nuevo Campeón Esmeralda.