Pureza Reflejada

 

by Rusty Priske & Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

         Hitomi Kagetora observó las montañas azotadas por el viento. Para muchos el viento significaba cambios. Traía ideas frescas mientras barría las viejas. El viento no podía detenerse; hacerlo era su muerte.

         Pero las montañas eran decididas. No cambiaban nunca y personificaban la fuerza y la naturaleza inflexible. ¿Y cómo coexistían las montañas y el viento? ¿Cómo se puede abrazar el cambio mientras se permanece inflexible?

         Kagetora se giró y entró en el monasterio que daba a los escarpados picos. En el Dragón, ningún monasterio era tan venerado, ya que era el centro de la orden de Togashi. Fue creado en los primeros días, en el amanecer del imperio, para mejor aprender de su gran kami, Togashi. Aquí era donde los monjes de aquella época venían para ser tatuados con la sangre de su dios.

         Un solitario monje cercano a la puerta se inclinó cuando Kagetora entró e hizo un gesto para que el director de la orden de Hitomi le siguiese. Le llevó a una habitación cercana al claustro, donde se unió a otros dos monjes, que le estaban esperando allí.

         “Gracias Razan,” dijo uno de los monjes que esperaban y el acompañante de Kagetora se retiró, cerrando el panel al irse.

         Kagetora se inclinó ante los dos hombres que estaban en la habitación. “Wayan. Nyima.”

         Estos le devolvieron el saludo, con Nyima inclinándose más que los otros. Hoshi Wayan sonrió poco entusiastamente. “Esto debe ser serio si el Señor Satsu ha pedido que se reúnan los directores de las Órdenes. ¿Se nos unirá?”

         Nyima agitó la cabeza. “No lo hará. Me pidió que asistiese ya que sus obligaciones para con el clan le apartan de sus obligaciones como director de los Togashi.”

         “Muy bien,” dijo Kagetora. “Reconocemos aquí tu autoridad. ¿Para qué nos ha pedido que nos reunamos Satsu?”

         Nyima les hizo un gesto para que se sentaran en los tatami que había en el suelo. Una vez sentados, respiró profunda y purificadoramente y empezó. “Recientemente, el Señor Satsu ha obtenido la posesión de una poderosa reliquia. Bajo graves circunstancias este objeto ha sido entregado al Dragón para que lo salvaguarde. El Señor Satsu nos ha pedido que deliberemos sobre si se debería usar el objeto, y si es así, como deberíamos usarlo.”

         Kagetora apretó los labios. “¿Qué objeto es?”

         “¿Podemos preguntar sobre las circunstancias de las que hablaste?” Dijo Wayan. “La senda tomada por la reliquia nos podría decir mucho sobre su propósito.”

         Nyima asintió. “Fue cogida por Mirumoto Rosanjin de la Tumba de los Siete Truenos a instancias del Emperador. Rosanjin murió para que el objeto, y las demás reliquias de la Tumba, pudiesen regresar al Imperio.”

         La cara de Wayan se oscureció. “Esa es una senda desfavorable, ya que está conectada por el propio Emperador.”

         “Pero el Emperador quiso que se pusiese bajo nuestra custodia,” dijo Kagetora. “No debemos nosotros cuestionar su decisión; solo podemos determinar como proceder.”

         “El destino es una poderosa fuerza,” añadió Wayan. “Si este objeto nos ha llegado a nosotros, de entre todos los clanes, entonces debe tener un propósito. Debemos determinar cual es ese propósito, y si somos capaces de averiguarlo. Nyima, ¿podemos verlo?”

         El Togashi asintió y se levantó. De detrás de un biombo llevó un objeto tapado. Quitó lo que lo cubría y mostró un espejo, rodeado completamente de jade. Mantuvo su superficie ladeada para que los ocupantes de la habitación no se viesen reflejados en él. “Este espejo de jade es lo que recuperó Rosanjin de la Tumba de los Siete Truenos. El Señor Satsu lo ha estudiado, y está convencido que tiene un gran poder. Cualquier cosa que se ve ahí reflejado muestra su verdadero ser, sea cual sea su forma externa. Ningún secreto está a salvo en su cristal.”

         Kagetora elevó las cejas. “Entonces debemos cuestionar porque nos ha sido traído. Estudiamos misterios, no secretos. ¿No debería esto ser usado por los Escorpión?”

         Wayan agitó la cabeza. “Tengo gran respeto por el Escorpión, pero si se lo diésemos les haríamos susceptibles de la enorme tentación de usarlo. Con el espejo, podrían mostrar a la luz los secretos que hay en los corazones de los hombres. No, nos lo trajeron a nosotros. Es nuestra carga, no del Escorpión.”

         “Si lo usamos solo al servicio del Imperio, podríamos hacer mucho bien.” Reflexionó Kagetora.

         “Y mucho mal,” dijo Nyima inquietantemente. “Algunos secretos deberían permanecer enterrados.”