Regalos de los Ancestros


por
Nancy Sauer
Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki


            La cresta de la colina no era empinada, pero la monta había sido larga y los caballos resoplaban con fuerza para cuando la coronaron. Seishiro miró a Nagori y ambos tiraron de las riendas de sus caballos para que se detuviesen y poder descansar un poco. Seishiro se dedicó a estudiar el valle que tenía ante él. Jardines, campos, pequeños grupos de árboles, el imponente esplendor de Kyuden Doji – nada parecía revuelto o fuera de lugar.

“No creo que este año los arces se vuelvan lo suficientemente rojos,” dijo Nagori. Señaló a un grupo en la ladera que tenían ante ellos. “¿Ves? Algunos de ellos ya han empezado a perder sus hojas, antes de que su color se haya intensificado.”

“Dudo que la Dama Doji nos haya convocado para hablar de hojas de árboles,” dijo Seishiro.

“Pero podríamos tener esa esperanza,” dijo Nagori.

Seishiro no tenía respuesta para eso. El mensaje de Domotai no había llegado por mensajero humano sino gracias a la benevolencia de los kami del aire, enviado por uno de los shugenja de su casa a Asahina Handen, y ordenaba que Nagori y él mismo se dirigieran a Kyuden Doji a la mayor velocidad posible. Era inusual que un mensaje fuese enviado vía shugenja, y normalmente se reservaba para asuntos de considerable importancia. No mencionaba al Emperador, o a aquellos que fueron enviados tras él, y eso preocupaba a Seishiro más de lo que quería admitir. Nagori no había hablado del asunto, pero el guerrero pensó que también le debía preocupar. Durante varias veces en el viaje Seishiro había estado a punto de caerse del caballo de cansancio y el poeta le había alegremente sugerido que debían cabalgar un poco más.

Espolearon a sus caballos y les dirigieron camino abajo, hacia Kyuden Doji. Muy pronto estaban entrando estrepitosamente en uno de los patios exteriores del palacio. Aparecieron sirvientes para llevarse sus caballos, seguidos por una joven. Seishiro pensó que le resultaba familiar, pero no se acordaba de su nombre. “Saludos, Nagori-sama, Seishiro-sama,” dijo tras inclinarse ante los dos hombres. “La Dama Doji dice que os recibirá al instante.”

Nagori se inclinó en respuesta. “Gracias, Chieri-san,” dijo. “Por favor, dile a la Dama Doji que nos presentaremos ante ella inmediatamente después de habernos bañado y cambiado.”

“Os presento mis disculpas por no haber sido más clara,” dijo Chieri. “La Dama Doji dice que os recibirá ahora.” Puso un poco de énfasis en la última palabra.

Nagori y Seishiro intercambiaron breves y preocupadas miradas. Aparecer en la corte del Campeón Grulla sin lavar y oliendo mal por el viaje era impensable. Desobedecer una orden de la Campeón Grulla era aún más impensable. “Soy yo el que debe disculparse,” dijo finalmente Nagori. “Fuiste muy clara – la veremos ahora mismo.”

Para alivio de Seishiro, Chieri no les llevó a una sala de audiencias públicas, sino a un pequeño estudio. Domotai ya estaba allí, sentada ante un escritorio. Los dos hombres la saludaron, cada uno notando en privado detalles de la habitación y preguntándose que pistas daban sobre la reunión. Seishiro notó una katana desconocida en un atril de daisho en una pequeña alcoba a su derecha. Nagori notó el espeso y acre olor del incienso que Domotai quemaba.

“Me duele ser tan abrupta, pero tenemos poco tiempo para planear,” dijo Domotai tras mandar retirarse a Chieri. “Asahina Sekawa ha regresado de las Tierras Sombrías. El Emperador ha muerto.”

Seishiro inclinó su cabeza para ocultar su cara. Tras un momento Nagori dijo. “¿Cómo?”

“Según Sekawa, poco tiempo después de que el Emperador encontrase la Tumba, le atacó un ejército de oni, buscando matarle. Luego llegó la fuerza del Campeón Esmeralda para defenderle, junto a un regimiento de Perdidos de Daigotsu.” Domotai sonrió un poco ante las expresiones en las caras de Nagori y Seishiro. “Por lo que tenemos confirmación sobre la información de que Daigotsu está luchando contra los Señores de los oni. Pero prosigamos, el Emperador había encontrado un alijo de pergaminos y otros objetos en la tumba, cosas que pensaba que eran tremendamente importantes que tuviese el Imperio. Tan importantes que ordenó a Sekawa y a los otros oficiales que los trajeran de vuelta, mientras él se quedaba detrás. Como cebo.”

“¿Pergaminos? ¿Qué pergaminos pueden valer la vida de un Emperador?” Dijo enfadado Seishiro. “¿Cómo puedo Sekawa aceptar esto? ¡Se supone que está iluminado, no loco!”

“No hablarás así del Campeón de Jade,” dijo Domotai. “Por muy loco que nos parezca, el Justo Emperador dio una orden, y Sekawa cumplió los deseos de su señor. Estaba exhausto tras su viaje aquí desde la Muralla, pero en cuanto me informó se fue a Shinden Asahina para estudiar los pergaminos y poner en acción lo que pueda aprender de ellos.”

“¿Y el Campeón Esmeralda?” Preguntó Nagori.

“Yasuki Hachi está muerto,” dijo Domotai. “Rehusó abandonar al Emperador.” Dudó un momento, y luego su voz se suavizó, se convirtió en la de la niña que había sido. “Lo siento, Nagori.”

“Tomo la decisión adecuada para él,” dijo Nagori. Su voz era normal, su cara era una máscara de serenidad. “Supongo... supongo que tender que escribir un poema sobre ello.”

“Sekawa regresó, Hachi murió, ¿qué ha sido de Daidoji Kikaze?” Dijo Seishiro.

“Kikaze regresó,” dijo Domotai, en un tono que no invitaba a hacer más preguntas.

“Por lo que los Asahina y los Daidoji aún tienen señor,” dijo Seishiro, “pero los Yasuki no. Creo que tendremos dificultades para encontrar un candidato que acepten los Cangrejo.”

“Los Cangrejo, desafortunadamente, son el menor de nuestras preocupaciones,” dijo Domotai. “No sabemos quien es el heredero del Emperador.”

“Esto, debería ser,” empezó Seishiro, y luego se detuvo. “¿Uno de sus hermanos?”

“Eso suponemos,” dijo Domotai. “¿Pero cuál? ¿Está capacitado Sezaru para gobernar?”

“Eso es difícil de decir, mi Señora,” dijo Seishiro. “La boda con Angai parece que ha llevado algo de paz al Lobo, pero no sabemos como responderá ante la noticia de la muerte de su hermano.”

“Si es nombrado heredero, le apoyaremos, por supuesto,” dijo Domotai. “Pero no me gusta la idea de un Emperador loco.”

“Mejor un lunático que un ladrón,” murmuró Seishiro.

“Pero Kaneka puede ser el heredero del Emperador, y eso puede ser una ventaja para nosotros,” dijo Nagori. Ignoró la mirada de Seishiro. “Está casado con una Doji, y el precedente de una Emperatriz Escorpión no es bueno.”

Domotai suspiró y se frotó levemente la frente. Esa acción hizo que el estómago de Seishiro diese un pequeño espasmo – había visto a Doji Akiko hacer ese gesto muchas veces. “Mantendremos nuestro apoyo a la Emperatriz hasta que se conozca el heredero del Emperador y el poder le sea transferido. Mientras tanto, trabajaremos para mejorar nuestro standing ante ambos hombres. Y hay una última cosa.” Domotai se levantó, fue al atril del daisho, y reverentemente cogió la katana que estaba sobre el. Rodeó el escritorio y se arrodilló ante ambos hombres, sacando la hoja unos pocos centímetros para que ellos la pudiesen examinar. La vaina estaba ricamente lacada de azul cielo y decorada con plata. La hoja no tenía óxido y estaba afilada, pero mirando el grano del acero Seishiro pensó que debía ser vieja, muy vieja. “Esta espada fue encontrada en la Tumba por Kikaze, y Sekawa ha hablado con los kami que tiene dentro para conocer su identidad. Es la espada de Kakita.”

“¿Cómo es posible?” Preguntó Nagori. “La espada de Kakita está en la Academia Kakita – la he visto yo mismo. Y no se parece nada a esta.”

Domotai agitó la cabeza. “Esa es la espada que Hantei le dio cuando se casó con Doji, la espada que uso hasta su muerte. Esta es la espada con la que vino del norte, la espada que usó para ganar el primer Campeonato Esmeralda.”

“¿Pero cómo llegó a la Tumba?” Dijo Seishiro. “¿Por qué no se sabe de su desaparición?”

“No lo sabemos,” dijo Domotai. “Pero no parece, hablando correctamente, haber desaparecido. Ordené una búsqueda por los archivos que hay aquí y hay una nota en algún momento tras el Primer Día del Trueno en la que dice que Kakita presentó la espada como un regalo. No dice a quién.”

“¿Qué haréis con ella? Preguntó Nagori.

“Es por esto por lo que os he hecho llamar,” dijo Domotai. “Sekawa está convencido de que todos los objetos fueron allí puestos por una razón, y que han sido ahora encontrados por una razón. Desea que yo se la de a una persona digna, para que se cumpla su propósito. Quiero vuestro consejo sobre a quien debería dársela.”

“Un alumno de los Kakita sería muy apropiado,” dijo Nagori. “Y no nos faltan dignos alumnos: Kakita Korihime, Kakita Matabei, Doji Seo,--”

“No,” dijo Domotai. “No debemos dársela a un duelista entrenado por los Kakita.”

Nagori y Seishiro la miraron fijamente. “¿Por qué?” Preguntó Nagori.

“Esta es la espada que usó Kakita para derrotar a Matsu en el torneo que empezó la larga disputa entre sus casas, y si se la doy a un duelista entonces todo lo que haga les hará recordarlo. Mi pare luchó para romper la maldición de Chukandomo y terminar la disputa, y yo no desharé su trabajo.”

“Perdonadme, Domotai-sama,” dijo Nagori. “Tenéis razón.”

“Si eso es así,” dijo pensativamente Seishiro, “deberíais dársela a Nagori.”

“¿A mi?” Dijo Nagori.

“Durante su vida, Kakita estudió todas las artes, no solo los duelos – tu eres tan alumno de Kakita como Korihime. Y trabajó sin descanso por el bien del Imperio, igual que tu has servido al Imperio en la Corte del Emperador, y antes de eso como consejero del Campeón Esmeralda.”

“Tiene razón,” dijo Domotai.

“Me honra la comparación,” dijo Nagori, “pero la espada de Kakita debería darse a alguien que la pueda usar.”

“No hace falta desenvainar una espada para que sea útil,” dijo Domotai. “Solo el tenerla dará más peso a tus palabras en la corte, ya que todos sabrán que has recibido un gran honor de tu campeón. Tu influencia aumentará, y podrás conseguir muchas más cosas para nuestro clan y para el Imperio.”

“Estáis depositando gran confianza en mi,” dijo Nagori. “No sé si soy digno de ella.”

“Tu nunca dudaste de mi, primo,” dijo Domotai. Volvió a meter la hoja en la vaina y ofreció a Nagori la espada. “Nunca dudaré de ti.”

Nagori se inclinó profundamente y aceptó la espada.

 

           

            No parecía distinto a cualquier otra urna funeraria; Ikoma Yasuko estaba segura de poder ir a la Sala de los Ancestros y encontrar una docena más como ella. Pero no podía apartar sus ojos de la urna. Estaba sobre una pequeña mesa ante el altar, sin nada que mostrase que contenía las cenizas del Primer Trueno León.

Kitsu Katsuko fue a colocarse frente a la urna, ofreciéndola incienso y reverencia. Yasuko aprovechó la oportunidad para mirar discretamente a su alrededor. El templo estaba lleno de samuráis León, y todos ellos parecían sentir la misma fascinación por la urna que ella. La idea de que las cenizas de la Dama Matsu habían permanecido incorruptas en las Tierras Sombrías desde el Primer Día del Trueno era demasiado increíble como para creerlo, pero allí estaban. La propia Katsuko había liderado el ritual que hablaba con los ancestros León para determinar el contenido de la urna. Yasuko no creía que la daimyo Kitsu se hubiese equivocado, pero aún así le resultaba difícil de creer.

Katsuko terminó su ofrenda, se apartó a un lado y empezó a cantar una oración. Matsu Yoshino, el joven Campeón del León, se levantó y ofreció incienso. Tras él, uno a uno, los señores del Clan hicieron sus ofrendas. Yasuko se levantó tras su esposo y fue hasta la urna. Mientras añadía su pizca de incienso y se inclinaba ante la urna, para sus adentros se maravilló de lo sincero que sentía el gesto. Su sensei Escorpión la había enseñado a usar ese tipo de acciones para manipular y engañar – pero esta era Matsu, el primer Trueno León, camarada de Shosuro, y solo serviría la verdadera reverencia.

Regresó a su asiento y esperó pacientemente a que acabase la ceremonia. Estaba segura que en este momento Kyuden Bayushi estaba hirviendo por la noticia de la muerte del Emperador. Informes recientes de espías serían estudiados, se enviarían órdenes pidiendo nuevas informaciones, se harían planes y planes para cualquier contingencia. Aquí en Kyuden Ikoma, los León habían dejado todas las actividades no esenciales – y la definición León de no esencial era asombrosamente grande – para que se pudiesen celebrar las ceremonias que honraban a Toturi III y que celebrasen el regreso de los restos mortales de Matsu. Antes, ella habría llamado estúpidas las acciones León, pero ahora Yasuko sabía que no era así. El León estaba tan interesado como los demás en quien sería el nuevo Emperador, pero no olvidaban quienes eran. Eran el Clan León, la Mano Derecha del Emperador, el clan que ponía su devoción al bushido, al honor, y a los ancestros sobre todo lo demás. Desde la perspectiva León, meditó, las actividades Escorpión hablaban de una cierta falta de auto-confianza.

El ritual se acabó, con Katsuko ofreciendo unas últimas palabras sobre como la Dama Matsu les guiaría fuese lo que fuese que el futuro tenía preparado para el clan. Una última ronda de reverencias de los samuráis reunidos y se acabó. Yasuko esperó pacientemente hasta que Otemi vino a recogerla. “Yoshino-sama desea que nos reunamos con él en una hora,” la dijo. Yasuko solo asintió. Era el momento para que ella volviese a ser Escorpión.

 

           

            “No lo entiendo,” dijo Yoshino. “¿Por qué no sabemos quién es el Emperador?”

“El Justo Emperador era un hombre que comprendía muy bien el valor de la información, mi Campeón,” dijo Otemi. “Una decisión suya sobre que hermano le sucedería, si moría sin descendencia, hubiese dado elementos para comprender sus pensamientos, algo que no estaba dispuesto a dar a sus enemigos.” Sin mencionar, pensó Yasuko, una razón para algunos de ellos de quererle muerto. Pero ese era un pensamiento que nunca tendría un León, y que ni siquiera un Escorpión diría en voz alta.

“Enemigos,” dijo con desdén Yoshino. “¡Traidores! Somos la Mano Derecha del Emperador. Sus enemigos tiemblan con miedo de pensar que nos pueden soltar contra ellos.”

“El Clan León juró al Espléndido Emperador que actuaríamos para proteger el Imperio, no al Emperador,” dijo Otemi. “Su hijo nunca nos habría pedido que transgrediésemos ese juramento.”

“Quizás necesitemos pronunciar un nuevo juramento,” dijo Yoshino. “El Emperador no tenía a nadie en quien confiar, por lo que se adentró solo en las Tierras Sombrías y fue asesinado. ¿Cómo sirve eso al Imperio?”

Otemi fue a hablar, pero luego se detuvo como golpeado por un pensamiento. “Hay verdad en vuestras palabras, Yoshino-sama. Pero solo el Emperador podría aprobar un cambio así.”

“O la Emperatriz,” dijo Yasuko. Los dos hombres la miraron, sorprendidos. “Se la dejó específicamente al mando de la Corte Imperial mientras el Emperador se retiraba. Hasta que se corone oficialmente al heredero, ella habla con la voz del Emperador.”

Yoshino sonrió, triunfante. “Otemi-san, prepararás inmediatamente la necesaria petición.”

“Como deseéis, mi Campeón,” dijo Otemi. “¿Puedo también preparar una respuesta a la oferta de Doji Domotai?”

“La boda,” dijo Yoshino. “¿Por qué debo casarme con una Grulla?”

“Debemos fortalecer nuestra alianza con ellos, Yoshino-sama,” dijo con paciencia Otemi.

“Ya es sólida,” dijo Yoshino. “Domotai fue entrenada por el León, y está casada con el hijo de Korin. ¿Por qué debemos darles la oportunidad de influenciar nuestras acciones?”

Los ojos de Otemi miraron a los de su esposa durante una fracción de segundo; Yasuko no lo habría visto si no lo hubiese estado esperando. “Yoshino-sama, no es cuestión de ellos influyéndonos a nosotros, sino de nosotros influenciándoles. ¿No dice Liderazgo, aparenta debilidad cuando eres fuerte?” Ella esperó hasta que él asintió y luego prosiguió. “Nuestra influencia sobre su Campeón es ahora muy fuerte, tan fuerte que hará que se muestren temerosos algunos de los débiles de mente de su corte. Al casaros con una Grulla los aplacaréis y hará que sea difícil que argumenten en nuestra contra.”

Yoshino lo consideró. “¿Liderazgo es aplicable a la corte?”

“Sin duda,” dijo Yasuko. “Los cortesanos son samurai, y por ello la corte es un campo de batalla.”

“Entonces lo haré,” dijo Yoshino.

“Escribiré la carta,” dijo Otemi. “Solo queda el asunto de honrar a Matsu Benika. Algunos han propuesto que una nueva familia vasalla sea creada, pero creo que una simple escritura de tierras–”

“He elegido su galardón,” anunció Yoshino. “Ella blandirá Chukandomo.”

“¿Chukandomo?” Dijo Otemi.

“Chukandomo,” dijo Yoshino. “Fue forjada por un Trueno, por lo que es un regalo adecuado para alguien que ha recuperado un Trueno. Y fue dada como regalo a mi padre por el propio Doji Kurohito, por lo que aliviará a los nerviosos Grulla que te preocupan tanto.” Sonrió, triunfante.

“Si,” dijo Otemi. “Si, lo hará, Yoshino-sama. Necesitaremos localizarla, y luego prepararemos la ceremonia.”

“Sé donde está,” dijo Yoshino. “Está en las habitaciones de mi tía en Shiro Matsu. Mi padre se la dio, y ella la solía usar en las celebraciones importantes antes… antes de…” Se calló durante un momento. “Ella me dijo una vez que era una espada que amaba el honor.”

“Entonces dejemos que Benika la use con honor,” dijo Otemi.

Cuando Yoshino se había ido, Otemi se volvió hacia su esposa. “¿No has recibido noticias?” Ella agitó la cabeza y él suspiró. “El Imperio no conocerá la verdadera paz hasta que sepamos quien es el heredero.”

“Benika recuerda que había un grupo que abandonó el campo de batalla después de que lo hiciera el grupo de Sekawa. Uno de ellos, un Mantis, parecía saber algo.”

“Él no habría dejado esa decisión hasta el último momento, ¿verdad?”

Yasuko se encogió de hombros. “Fue alumno de dos Emperadores. ¿Quién puede comprender su mente? Y no perdemos nada investigando.”

“No tenemos ninguna influencia sobre los Mantis.”

“Si tienes kokus, tienes influencia con los Mantis.”

“Entonces dejo este asunto en tus manos. Korin está ocupado vigilando al Unicornio. Las recientes acciones del Khan no tienen sentido, y eso es preocupante.”

“Como deseéis, esposo mío. Pero... sabes que se espera de mi que comparta lo que aprenda.”

“Lo sé.” Otemi sonrió amargamente a su esposa. “Paneki dice que es el Defensor del Imperio; compartiremos lo que sabemos y le juzgaremos por lo que hace con esa información.”

Yasuko se inclinó un poco y se fue. Mientras caminaba a su habitación pasó junto a un arce cuyas hojas habían empezado a enrojecer. En años anteriores siempre había disfrutado del toque de color que había dado al duro Castillo León. Ahora se preguntó como podía no haberse dado cuenta que sus hojas se volvían del color de la sangre fresca.