Regalos de Ryoshun, Parte I

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

Llanura de la Batalla de los Siete Días, Mes del Buey, año 1170

 

No había nevado durante casi tres días, pero seguía habiendo un brillo blanco sobre toda la llanura que hacia casi cegador el mirarla. Irónicamente, el color gris pizarra del cielo era menos brillante que la propia nieve, pero tampoco era agradable. Muchos de los samuráis León que la acompañaban llevaban un mempo especial con solo unas rajas para los ojos, una medida para proteger su vista, pero parecía que ella ya no necesitaba de tales cosas.

Matsu Benika miró a su manada, los leones que ahora la acompañaban a todos lados. Ninguno de ellos parecía que hubiesen notado el frío, y desde luego no los cegadores efectos de la nieve. Toda su vida había trabajado con grandes gatos, y sabía que tenían una naturaleza muy fuerte, pero esto era algo distinto. El vínculo entre ellos se había fortalecido, y parecían no sufrir en nada los efectos de los elementos. Donde antes se habría preocupado por vigilarles cuidadosamente cuando estaban cerca de otros samuráis, hombres con los que no estaban familiarizados, ya no sentía esa necesidad, y merecidamente; ninguno de los gatos parecía ni vagamente interesado en los samuráis. Uno de ellos incluso había acariciado a la leona más grande tras las orejas, y esta casi había hecho caer al hombre al inclinarse hacia él para que la acariciase más. Ahora las cosas eran diferentes. Desde que…

Benika miró al guantelete de jade que era su mano. Desde que se lo habían otorgado, desde que había sido fundamentalmente cambiada por la voluntad del Sol de Jade, la vida era distinta en maneras que eran casi imperceptibles, pero eso había alterado los fundamentos de todo lo que sabía.

“Comandante,” dijo en voz baja uno de los hombres.

Benika levantó la vista, y supo que el hombre la estaba mirando fijamente a los ojos. Que ahora eran verdes, del mismo tono que su mano. O al menos a veces lo eran. No había identificado razón alguna para los cambios. “¿Qué pasa, Hiroshi-san?”

El gunso señaló hacia el sudoeste. Ella miró hacia allí y vio una masa negra poco definida que se movía contra el fondo blanco. “Más de una docena,” dijo. “Quizás veinte. Es difícil de decir, dadas las condiciones.”

Benika asintió. La vista del hombre era mejor que la suya, incluso tras haberse agudizado sus sentidos. Si el viento hubiese ido en su dirección, es posible que hubiese olfateado a los hombres desde allí, pero el olor a humo era demasiado fuerte, incluso semanas después de que los fuegos en el Shinomen se hubiesen extinguido. “¿Puedes ver algún detalle?”

“No, comandante,” contestó. “¿Cómo queréis que nos acerquemos a ellos?”

“Somos León,” dijo Benika sin dudarlo. “Somos honorables guerreros del segundo ejército Matsu, asignados temporalmente al Shogun. Nos acercamos de frente. Ellos se volverán hacia nosotros, o huirán. En cualquier caso, el resultado será el mismo.”

La distancia entre los León y su presa no era insignificante, y por la nieve les llevó casi una hora alcanzarles. Los viajeros no hicieron movimiento alguno para huir, y parecieron simplemente detenerse y esperar una vez que habían detectado que los León se dirigían hacia ellos. La mayoría eran jóvenes y portaban lanzas. La forma en que les esperaban le dijo a Benika que eran ashigaru con algo de entrenamiento militar, pero no el suficiente como para ser una amenaza real. Pero eran casi dos docenas, y eso significaba que doblaban en número a sus hombres. Había una solitaria figura entre los ashigaru, alta y oscura, con las espadas gemelas de un samurai en su cinturón. Su postura contó a Benika una historia muy distinta, y decidió no perder de vista en ningún momento al desconocido.

Solo había otro entre el grupo que era distinto de los ashigaru, y este llevaba la gruesa vestimenta de un sohei, un monje guerrero. Fue este el que se adelantó cuando los León se detuvieron cerca. “Saludos, guerreros León,” dijo simplemente. Su tono no mostraba preocupación o emoción alguna.

“Saludos, viajeros,” dijo Hiroshi, tal y como Benika le había ordenado. “¿Qué asunto os trae a las llanuras en un día tan frío?”

“Un asunto de naturaleza personal,” respondió el monje.

Hiroshi sonrió un poco. “Me temo que necesitaré más información que esa, hermano monje.”

“Eso es desafortunado para ti,” contestó el monje, “ya que los León no tienen jurisdicción sobre esta región. No estoy obligado a darte ninguna información.”

Benika decidió que ahora no era el momento de ningún tipo de juegos. “Hemos sido asignados a las fuerzas del Shogun, Moto Jin-sahn, por orden de Matsu Kenji y Akodo Shigetoshi,” dijo. “Por ello, actuamos en el nombre de la Emperatriz. Tenemos la documentación pertinente, pero, por supuesto, no estás interesado en esas cosas.”

“No lo estoy,” estuvo de acuerdo el monje.

“Viajáis desde el sudoeste,” observó Benika. “No hay asentamientos en esa dirección.”

“No,” volvió a estar de acuerdo.

“Entonces, huís del Shinomen.”

“No huimos de nada,” contestó el monje. “Simplemente no encontramos razón alguna para permanecer dentro del bosque en estos momentos.”

“Os rendiréis,” dijo Benika. “Os tomaremos prisioneros bajo la custodia del Shogun o, si eso no es posible, bajo la custodia de los magistrados Imperiales en Ryoko Owari Toshi hasta que vuestra posible afiliación al llamado Clan Araña pueda ser establecida.”

“No,” dijo el monje. “No lo haréis.”

Benika miró a los demás. “Este hombre ha desafiado una orden de un representante de la burocracia Imperial, y por lo tanto está imputado de traición. Rendiros, y no participaréis de sus crímenes.”

Los jóvenes se miraron durante un momento, y ella pudo sentir incertidumbre entre ellos. Luego uno se adelantó. “Tetsuo nos ha llevado lejos del bosque. Nos salvó del Shogun, quien nos hubiese matado, ¿y para qué? ¿Para qué tuviésemos un vida mejor con los Araña? No. No le abandonaremos.”

“Ya veo,” dijo Benika. “¿Comprendes la enormidad de lo que estás diciendo?”

“Lo comprendemos.”

“Que así sea.”

Tetsuo adoptó una postura de artes marciales mientras varios León desenvainaban sus armas. Los ashigaru prepararon sus lanzas, pero el alto, y silencioso samurai no se movió. Benika miró a Hiroshi significativamente, su expresión y lenguaje corporal diciéndole todo lo que necesitaba saber sobre sus oponentes.

Y entonces empezó.

Benika desenvainó su espada con su mano derecha de jade, blandiéndola ahora con una sola mano, algo que nunca había hecho antes de su transformación. La dirigió hacia el monje. “No deseo matarte.”

“No lo harás,” la aseguró Tetsuo.

Los dos se rodearon durante unos preciosos momentos. Benika pudo escuchar gritos y el sonido de metal contra metal al atacar sus hombres al numeroso grupo de ashigaru, pero ella no se atrevió a mirar hacia allí; los ojos de Tetsuo eran más penetrantes que los de cualquier oponente al que se había enfrentado. Si ella miraba hacia otro lado incluso un instante, el atacaría. Finalmente, ella atacó con un golpe que fue más rápido de lo que la mayoría de los hombres hubiese podido seguir con la vista.

Tetsuo evadió el golpe, aunque rasgó alguna de las vestimentas externas que llevaba. Contraatacó con un golpe con la mano abierta que golpeó la placa de la armadura de la parte superior del brazo de Benika. El impacto no pareció significativo, pero las placas se rompieron y cayeron a un lado. Se enzarzaron en un rapidísimo intercambio de golpes, cada ver su sobrenatural velocidad fallando por solo centímetros, y cada vez sus aparentemente juguetones golpes rasgando agujeros en su defensa. “Ríndete,” dijo en un momento. “Quizás sea misericordioso.”

Benika no respondió, continuando su ataque. Ya había pequeñas manchas rojas en muchos lugares de la vestimenta del monje, y ella sabía que le había rozado varias veces. Era solo gracias a su increíble velocidad y destreza que él había conseguido no ser destripado con cada golpe. Pero en su deseo de destruir a su enemigo, ella cometió un terrible error, y un golpe con el dorso de la mano de monje destrozó su yelmo, dejándola aturdida durante un breve instante. “Tu adorno divino no te dará la victoria,” dijo Tetsuo, su tono traicionando una leve muestra de burla. Saltó hacia ella con un mortífero golpe con el filo de la mano.

Benika bloqueó el golpe con su mano de jade, escuchando un siseo de dolor proveniente del hombre cuando su mano impactó con la indestructible superficie. Ella golpeó fuertemente a sus costillas con la otra mano, haciendo que retrocediese unos pasos a pesar de su vestimenta. “Mi fuerza reside en algo más que en el jade,” dijo ella.

“Eso parece,” contestó Tetsuo. Miró hacia atrás. “Apenas parece productivo seguir con esto.”

Benika también miró, y vio que sus hombres habían despachado a los ashigaru sin una sola pérdida. El solitario samurai ahora estaba con las espadas desenvainadas, y tres de sus hombres yacían muertos en la nieve que le rodeaba. Los demás le habían rodeado y estaban esperando una señal de Hiroshi.

“Yuhmi,” dijo Tetsuo. “Aquí ya no hay nada para nosotros.”

Los dos hombres se movieron más rápidos que las sombras de los pájaros. El llamado Yuhmi atravesó la línea León como el viento y corrió hacia el sur, Tetsuo siguiéndole de cerca. Se movían más rápido de lo que Benika había visto alguna vez moverse a un hombre, e incluso sus sentidos la decían que quizás Yuhmi se estaba reteniendo para no dejar atrás al monje.

Dos de sus leonas empezaron inmediatamente a correr tras los dos, pero Benika les detuvo con un chasquido de su lengua. No podrían alcanzar a los dos Araña que huían, y si lo hacían, temía que las leonas no sobrevivirían.

“¿Les perseguimos, comandante?” Preguntó Hiroshi.

“No,” dijo ella. “Se han ido.”

Preocuparse de los muertos retrasó a la unidad León hasta el punto que no podrían regresar al asentamiento de donde habían salido antes de anochecer. Acamparon como mejor pudieron, y como era costumbre suya, Benika permaneció algo alejada de los demás. No se sentía incómoda entre ellos, pero estaba acostumbrada a estar entre su manada, lejos de los demás, y viejos hábitos son difíciles de romper.

Alguien estaba sentado a su lado.

La repentina certeza de que esto era así debería haber hecho que el instinto de Benika se apoderase de ella, pero por alguna razón no fue así. Quizás era porque su manada no reaccionó, o quizás solo era otro aspecto de su transformación. En cualquier caso, ella no se sorprendió al ver quien era. “Había oído que estabais en la corte de la Emperatriz.”

“Lo estoy,” contestó la Voz del Sol de Jade.

“¿No notarán vuestra ausencia?”

“No estoy ausente,”contestó sin dar más explicación. Miró a los otros León. “Florecen bajo tu liderazgo.”

“Son buenos hombres,” contestó ella. “Excelentes soldados.”

“Por supuesto,” dijo la Voz. “Pero son mejores por ti. Por lo que llevas, pero aún por una razón más importante, por en que te has convertido.”

Benika levantó su mano derecha y la miró con extrañeza. “¿Y en qué me he convertido?”

“Eres la única mortal que tienes todas las bendiciones del Sol de Jade, y la habilidad de aprovechar esas bendiciones en beneficio de otros.”

“¿Entonces es ese mi propósito? ¿Es por ello por lo qué fui elegida?”

“Los Cielos existen en un estado de equilibrio,” explicó la Voz. “El Sol de Jade y la Luna de Obsidiana siempre están opuestos entre si. Esa es la senda del universo. Es solo a través de las acciones de los mortales que uno puede conseguir una ventaja sobre el otro, y aunque el Sol de Jade no desea romper el equilibrio…”

“…la Luna de Obsidiana podría,” terminó Benika. “No seré un peón de un juego, Voz.”

“No eres un peón. Tu propósito es inspirar grandeza en tus hombres, alentar el valor, el honor, y la pureza. Aquellos que sigan tu ejemplo será mejores de lo que podrían haber sido, y los que no te puedan seguir verán como se acerca su paso a la siguiente vida, para que puedan encontrar su destino.”

“Haces que suene muy noble enviar a otros a su muerte,” dijo Benika. “No es un sentimiento que comparta.”

“Tu y los de tu clan celebráis la muerte de los guerreros en batalla. Esto no es distinto.”

Benika consideró el asunto durante un momento. “¿Y qué hay de mi… homólogo?”

“Ella, como tú, seguirá los planes de su patrón. Ahora es como ella es. No puede evitarlo, aunque lo quisiera hacer. Igual que tu.”

Benika agitó la cabeza. “Esta es una tarea demasiado grande. ¿Cómo puedo servir de ejemplo a todo un Imperio?”

“No te preocupes,” contestó la Voz. “Habrá otros.”

 

           

Shinden Asahina, las provincias Grulla

 

Asahina Beniha dejó el pincel con el que había estado escribiendo y dio un ligero masaje a su mano, poniendo un leve gesto de dolor al hacerlo. “Sabes,” dijo pensativamente, “creo que mañana dejaré que un escribano se ocupe de todo esto por mi. Están más acostumbrados a los rigores y seguro que pueden trabajar más rápido que yo, ¿no estás de acuerdo?” Miró al otro lado del jardín, a su yojimbo, levantando una ceja. “¿Hideshi?”

El guerrero se volvió al instante hacia ella. “¿Mi señora?”

“Escribas,” repitió ella. “Estaba diciendo que debería coger a un escriba para que me ayudase con esto.”

“Por supuesto, mi señora,” dijo Hideshi. “Estáis demasiado preocupada con hacer que cada documento sea perfecto. Eso os ralentiza.”

“No sabía que la crítica de la caligrafía estuviese entre tus muchos talentos, Hideshi.”

Él inclinó la cabeza inmediatamente. “Perdonadme, mi señora. No quería ofenderos.”

Beniha agitó levemente su cabeza. “No estoy segura, pero creo que nunca he conocido a alguien tan rigurosos como tu.”

“Es como decías, mi señora.” Se volvió para mirar hacia el este, algo que había estado haciendo antes de que ella le hablase.

“¿Te preocupa algo, Hideshi?”

El guerrero frunció un poco el ceño. “¿Oís ese sonido?”

Beniha se quedó quieta y ladeó un poco la cabeza, y luego frunció el ceño. “¿Es… una especie de susurro?”

“Así es,” dijo Hideshi. “Me llevó algún tiempo distinguirlo sobre el sonido de vuestro pincel, y luego lo atribuí al viento.”

“El viento se detuvo hace unos instantes,” observó ella.

“Si,” estuvo él de acuerdo, “pero el sonido no se ha detenido.” Se levantó lentamente, su mano cerca de su espada. “Dejad que os acompañe a vuestras habitaciones, Beniha-sama. Investigaré en cuanto esté seguro que estáis a salvo.”

“No.”

Hideshi se volvió y la miró, su expresión mostrando un leve atisbo de sorpresa. “¿Mi señora?”

“Ahora soy la señora de los Asahina,” le respondió. “Si hay algún tipo de discordia en mi casa, deseo conocerla.”

“Mi señora, por favor,” empezó él, “permitidme que…”

“Si soy lo suficientemente fuerte como para escribir cartas a ese espantoso Naoharu durante horas,” dijo ella con firmeza, “entonces seguro que soy lo suficientemente audaz como para investigar un extraño susurro. Está claro que me vendría bien distraerme. Y en cualquier caso, ¿acaso no está a mi lado mi obediente yojimbo?”

Hideshi frunció el ceño. “Si así lo deseáis, mi señora, pero preferiría…”

“Muy bien,” dijo ella. “¿Vamos?”

El yojimbo puso un gesto de dolor y empezó a caminar hacia el este, por el camino que salía del jardín y llevaba hacia uno de los altares ancestrales más grandes de Shinden Asahina.

 

           

Toshi Ranbo, la Ciudad Imperial

 

La vista del palacio Imperial era asombrosa desde este ángulo, justo cuando el sol poniente daba una luz que sería muy difícil de apreciar en cualquier otro lugar de toda la ciudad. Simplemente, te dejaba sin respiración. Durante todo el tiempo que llevaba en la Ciudad Imperial, Moto Hotei nunca había visto nada parecido.

“¿Te aburro, magistrado?”

Hotei volvió la mirada hacia el hombre que había estado hablando, e inclinó respetuosamente la cabeza. “En absoluto, mi señor. Solo contemplo como puedo servir mejor vuestras necesidades.”

“¿De verdad?” Dijo secamente el Tesorero Imperial. “Entonces, ¿quizás me podrías decir exactamente que es lo que necesito de ti.”

Hotei se obligó a sonreír a pesar de la indignidad de verse forzado a demostrar que estaba atento. El Tesorero no era el tipo de persona al que se podía ofender. “Por supuesto,” contestó. “Vuestra reorganización de los recursos consignados a vuestro cargo, recursos anteriormente destinados al Campeón Esmeralda y a su organización, necesita acabar con un gran número de discrepancias y con cuestionables informes que han pasado décadas sin ser investigados debido a la falta de habilidad del Campeón Esmeralda para verlos de esa forma.” El guerrero Unicornio se sintió incómodo hablando así de su Campeón, pero no deseaba demostrar que se había distraído. “No teniendo el numeroso grupo de magistrados que el Campeón tiene a su servicio, es vuestro deseo que los magistrados Seppun puedan ofrecer el personal que necesitáis para este asunto.”

Yoritomo Utemaro sonrió. “Bien dicho. Valoro a aquellos que tienen el don de ser sucintos. Si, mi revisión de los informes de impuestos de los últimos diez años indican grandes discrepancias que son totalmente inaceptables. Ninguno de los Campeones Esmeralda de los últimos tiempos tenía unos conocimientos adecuados de la economía como para darse cuenta de ello, pero afortunadamente eso se ha acabado.” Miró cuidadosamente a Hotei. “¿Supongo que tus señores entre los Seppun te dijeron que debías recordarme de sus limitados efectivos?”

“Así es,” confirmó Hotei. “Pero también me dijeron que os informase que empezarán a aumentar sus filas inmediatamente para mejor serviros, a vos y a vuestra organización. Sean cuantos sean los magistrados que necesitéis, se os proporcionarán sin problemas.”

Utemaro levantó una ceja. “Eso suena… delicioso. Debo admitir que no esperaba una rendición tan fácil. Mis necesidades no son insignificantes.”

“Vuestro trabajo es importante,” dijo Hotei. “Sois un servidor elegido por la Emperatriz, y la familia Seppun, así como los que hemos sido elegidos para trabajar junto a ellos, nos sentimos honrados por serviros, señor Tesorero.”

El Mantis sonrió, aunque Hotei no encontró esa expresión especialmente amable. “Estoy muy satisfecho de escuchar tal devoción. Por favor, haz llegar mi gratitud a tu sensei, e informales que les haré llegar una lista más detallada dentro de tres días.”

Hotei se inclinó. “Como deseéis, señor Tesorero.”

Hotei iba muy pensativo mientras caminaba por las calles. Aunque, por supuesto, había podido dar al Tesorero al información que este le había pedido, la verdad es que sus pensamientos habían deambulado. De hecho, todo el día había tenido dificultades para distraerse, y eso le estaba empezando a preocupar. ¿Era el inicio de alguna enfermedad? La oportunidad de estudiar junto a magistrados Seppun era un tremendo honor, e incluso tras más de un año, aún temía perder su puesto si mostraba incluso la más leve señal de debilidad en cualquier área. No, no podía estar aturullado. Quizás había un shugenja en la delegación Unicornio que le podría dar una discreta ayuda.

El magistrado se detuvo ante la entrada a un templo. No era este el lugar donde pretendía ir. Quería haber regresado al dojo, pero eso estaba algo lejos, y en la dirección opuesta.

Creció la vaga preocupación que había estado en la parte posterior de la mente de Hotei. ¿Le afligía algún tipo de locura? Este templo era un altar a los que habían perdido sus vidas durante el ataque del Khan de hacía unos años, y se preocupó porque quizás era inadecuado que él estuviese aquí dada la afiliación de su familia.

Pero…

A pesar de su creciente temor por su condición, a pesar de la preocupación sobre las apariencias, Hotei se sintió obligado a entrar. Aquí había algo que necesitaba, algo que requería su atención. No sabía porque lo sabía, pero era un hecho cierto, tan cierto para él como el nombre de su padre.

Moto Hotei entró en el templo.

 

           

Kyuden Bayushi, las tierras Escorpión

 

Kakita Kensho-in deslizó el panel de sus habitaciones, cerrándolo, y saboreando la dulce libertad de la privacidad. Había aprendido a disfrutar de la tensión y de lo implacable que era la Corte de Invierno, a pesar de la constante presión de la gente, la mayoría de ellos burócratas sin cerebro y ayudantes menores. Era solo entre los oponentes verdaderamente hábiles y peligrosos que había conocido desde su llegada donde se sentía cómoda. Los demás solo la molestaban.

En la repentina quietud de sus habitaciones, Kensho-in se dio cuenta que no estaba tan solo como creía. Había un muy tenue olor, como belladona, que ella reconoció. Puso un gesto de dolor al flexionar los dedos casi de piedra de su mano derecha. “No creía que hubieseis abandonado la presencia de la Emperatriz.”

La Voz de la Luna de Obsidiana sonrió levemente. “Incluso ahora estoy en su presencia. ¿Por qué no habría de estarlo?”

“A, si,” dijo Kensho-in. “Poderes incluso mayores que los de los Oráculos de la Luz. ¿Hay algo de lo que no seáis capaz?”

“Muchas cosas,” contestó la Voz, “pero eso no es importante. Dime, Kensho-in, ¿qué pasó con aquella joven cortesana Dragón con la que te he visto tan a menudo estos últimos meses?”

“¿Hikako?” Preguntó Kensho-in. Agitó la cabeza y sonrió un poco despectivamente. “Parece que algunas preocupaciones no son tan insignificantes como ella se imaginaba.”

“Supongo que no,” estuvo de acuerdo la Voz. “Pero a deudas de honor llamarlas preocupaciones insignificantes, indignas de prestarlas atención… una maniobra muy desvergonzada en presencia de la delegación León. Debo asumir que tu pusiste esa idea en su mente.”

“En absoluto,” dijo Kensho-in. “Necesitaba información de los Dragón, y para conseguir una respuesta de un Dragón, una debe primero escuchar un sinfín de enigmas estúpidos. Me vi forzada a aguantar sus constantes diatribas sobre como los clanes prestaban demasiada atención a cosas sin importancia. Fue bastante cansino. Finalmente, la sugerí que dijera en voz alta sus creencias.”

“¿Entonces, se enorgullecía en que su clan estuviese por encima de todo eso?”

“Mucho,” dijo Kensho-in. “Creo que ella soñaba con avergonzar a los León en la corte por su comportamiento. Quizás se imaginaba que podría hacer que se arrepintiesen en presencia de la Emperatriz, o incluso ser censurados por ella por sus antiguas acciones.”

“Y, por supuesto, si hubiese tenido éxito, habrían tenido que depender más de otros en las cortes debido a su vergüenza, y sus aliados entre los Grulla se hubiesen beneficiado de ello.”

Kensho-in se encogió de hombros. “Quizás.”

La Voz de la Luna de Obsidiana sonrió. “En verdad eres una digna vasalla de la Luna de Obsidiana. Alientas las llamas del vicio y el pecado, y aquellos a los que tocas o son destruidos o se vuelven más fuertes. El favor del que disfrutas en los Cielos es grande, Kakita Kensho-in.”

La guerrera Grulla agitó la cabeza. “No veo como la caída en desgracia en la corte de una estúpida beneficia en algo a los Cielos.”

“Porque no lo ves en su conjunto,” dijo la Voz. “Pero en cualquier caso, no temas. Tu mayor trabajo está a punto de comenzar.”

 

CONTINUARÁ