Regalos de Ryoshun, Parte II

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

 

Moto Hotei movió su mano para intentar aclarar alguno de los vapores que habían empezado a entrar por todos lados. No era asunto suyo, por supuesto, pero si los hermanos monjes de este altar le preguntasen que pensaba de ello, diría, respetuosamente, que quizás quemaban demasiado incienso. No había forma en que el humo pudiese escapar, y había empezado a llenar los pasillos y salas interiores. Extrañamente, no tenía el familiar olor amargo, al que Hotei se había acostumbrado que hubiese en los altares de su provincia, e incluso en otros templos de la Ciudad Imperial.

Hotei miró por encima de su hombro y se quedó consternado al descubrir que el pasillo era exactamente igual que el que tenía delante de él. Finalmente le había abandonado la extraña sensación que le había afectado cuando entró, y sus sentidos volvían a estar agudizados, pero había deambulado por el aparentemente gran templo sin prestar gran atención a donde estaba, y estaba algo perdido. Vio una figura moviéndose a través del humo ante él. “Perdóname, hermano,” empezó, pero la figura desapareció tan rápido como había aparecido. “Creo que debería quejarme al abad,” refunfuñó, enfadado consigo mismo por toda la cadena de eventos que le había llevado a este lugar.

“Perdóname.”

Hotei se volvió hacia la voz y descubrió a una joven samurai-ko Fénix que se le acercaba. “Te pido perdón,” dijo, “¿pero exactamente qué estás haciendo aquí?”

Hotei levantó una ceja pero no permitió que el inapropiado comentario le irritase. “Entré un momento para rezar en el altar,” dijo. “¿Por qué si no estaría aquí?”

La mujer frunció el ceño. “No sabía que hubiese invitados Unicornio en Shiro Shiba, Moto-san. Me temo que debo pedirte que me acompañes a ver al capitán de la guardia.”

Hotei miró inexpresivamente a la mujer. “¿Te encuentras bien, Shiba-san?” Preguntó finalmente. “Estamos en Toshi Ranbo, no en Shiro Shiba.”

“No, me fui hace tres días de la Ciudad Imperial,” insistió la mujer. “Estoy visitando a mi familia en Shiro Shiba. Me temo que eres tú el que está confundido.”

El magistrado frunció el ceño, su confusión convirtiéndose en irritación. Abrió la boca para contestar, pero el sonido de otras voces le detuvo. Durante un momento deseó ayudar a convencer a la joven Fénix que quizás ella no se encontraba bien, pero casi instantáneamente se dio cuenta que las voces discutían, con alguien cada vez elevando más la voz. “¿Quizás podemos preguntarles?” Dijo finalmente Hotei, y la Fénix asintió.

Los dos samuráis encontraron la fuente de las voces momentos después, pero fue el suficiente tiempo como para que Hotei se convenciese que algo estaba terriblemente mal. Los pasillos habían desaparecido, y solo había innumerables columnas del extraño e inodoro humo. Niebla, se corrigió. Esto era más niebla que otra cosa.

El sonido de la discrepancia provenía de un grupo de samuráis que aparentemente tenían el mismo tipo de discusión que él había tenido con la Fénix solo un momento antes. Había un cuarteto de Grullas, y frente a ellos vio a un hombre con aspecto siniestro que tenía una máscara que debía ser un Escorpión, a un gran guerrero Cangrejo, y para su alivio, a una Unicornio. “Perdonadme,” dijo en voz alta Hotei.

Los demás se volvieron para ver quien era. “Maravilloso,” dijo despectivamente el Cangrejo. “Como si esto no fuese lo suficientemente confuso.”

Hotei lentamente sacó su sello de magistrado de su obi y lo levantó en alto. “Soy Moto Hotei, miembro del dojo Seppun y magistrado Imperial. Por favor, me gustaría que todos os identificarais, y…” dudó. “Y digáis donde creéis que estáis,” terminó finalmente. Asintió a la Fénix. “¿Por favor, Shiba-san?”

“Soy Shiba Miiko, recientemente de la Orden de Chikai,” dijo. “Como creo que mencioné, estamos en el templo de Shiro Shiba.” Miró a la niebla y frunció el ceño. “O eso creía.”

“¡Esto es ridículo!” Explotó el Cangrejo. “Me fui a dormir en una simple posada llamada la Carpa Borracha, ¿y me despierto en esto?”

“Tu nombre, por favor,” insistió Hotei.

“¡Soy Hida Ubogin!” Rugió el guerrero. “¡Y cuando encuentre cual de vosotros es cómplice en este engaño imbécil, os arrepentiréis enormemente!”

“¿Cómplice?” Se rió uno de los guerreros Grulla. “¿Imbécil? ¡Qué palabras más grandes! ¿Necesitas sentarte y descansar, amigo Hida?”

“Eso no ayuda, Daidoji-san,” dijo rápidamente Hotei, cortando lo que podría haber sido una violenta respuesta. “¿Y tu eres?”

“Daidoji Yaichiro,” contestó el soldado con una breve reverencia. “Mi socio y yo nos dirigíamos a informar al oficial en jefe de Kyuden Doji, como se nos había ordenado.”

“Doji Hakuseki,” dijo la mujer que estaba a su derecha, inclinándose profundamente, “de los magistrados Doji. Por favor, hacedme saber cómo puedo ser de ayuda, Moto-sama.”

“Shosuro Uyeda,” dijo en voz baja el Escorpión. “Yo estoy… o estaba… caminando por los jardines de la casa ancestral de mi familia. Que claramente no es donde estoy en este momento.”

“Debo estar de acuerdo,” dijo la otra mujer Grulla. “Soy Asahina Beniha, daimyo de la familia Asahina, y este es mi yojimbo, Kakita Hideshi. Hace solo unos momentos estábamos investigando un extraño sonido en los jardines de Shinden Asahina.”

“Sonido,” dijo la otra Unicornio. “¿Cómo un susurro?”

“Hai,” asintió Beniha.

Ella asintió. “Escuché lo mismo en el hogar de mi familia. Soy Utaku Remi.”

Los ojos de Hotei se dirigieron hacia una figura que estaba lejos de los demás. “¿Y tu?”

Los otros se giraron, sorprendidos al ver a otro entre ellos. Llevaba una túnica de viaje común, con capucha. “No tengo nada que decir,” ladró bruscamente.

Ubogin frunció el ceño. “¿Taru?” Dijo. “Taru, ¿eres tu?”

“Tranquilizaros, por favor.”

La nueva voz era tranquila y serena, como la voz de un monje o la de un venerable sensei, y calmó al instante al grupo. Todos se volvieron para descubrir que había otro entre ellos, que un instante antes no había estado allí. Su apariencia estaba tan perfectamente adecuada al entorno que les rodeaba que parecía pertenecer al paisaje. No llevaba marcas evidentes, pero su presencia imponía un cierto grado de autoridad. “Perdonad nuestro alboroto, mi señor,” dijo la Fénix. “¿Por favor, podéis explicar lo que está pasando?”

“Puedo,” contestó el hombre, “pero debéis permanecer en calma. Vuestra ira, vuestra ansiedad, es anómala en este lugar. Hay fuerzas aquí cuya atención no debéis atraer, por vuestro bienestar.”

“¿Dónde estamos?” Preguntó Uyeda. “¿Qué es este lugar? Cada vez se parece menos a un jardín.”

“Estáis en las llanuras eternas,” contestó el hombre. “Estáis en Meido, el Reino de la Espera.”

“El reino de los muertos,” dijo uno de los Grulla. “Entonces estamos muertos.”

“No,” contestó el hombre. “Aún vivís. Os he hecho llamar por otras razones.”

“No,” dijo Beniha. “No, no lo creo. Incluso el Kitsu más poderoso no podría coger a alguien de su hogar y depositarlo en los reinos de los espíritus. Hay rituales que deben completarse, largos y arduos. Nadie tiene el tipo de poder del que hablas.”

“Ningún mortal,” estuvo de acuerdo el hombre. “Yo no soy mortal. Soy el guardián de los reinos de los espíritus, y los pasadizos entre ellos los controlo como me parece apropiado. Nunca antes los había abierto de esta manera, pero mi causa es justa.”

“El guardián de los reinos de los espíritus,” dijo Beniha en voz baja. “Sois el décimo hermano.”

“Lo soy,” estuvo él de acuerdo. “Soy Ryoshun, el último hijo de Amaterasu y Onnogantu, los primeros Dama Sol y Señor Luna, hermano de los Kami que crearon los Grandes Clanes, y del Kami Caído, mi pobre hermano Fu Leng.”

“¿Pobre hermano?” Preguntó Ubogin.

“¡Este no es el momento para eso!” Insistió Shiba Miiko. “¿Por qué nos habéis hecho llamar, señor? ¿Qué servicio podemos ofrecer a alguien como vos unos simples vasallos como nosotros?”

Ryoshun levantó la mano ante la alabanza. “Por favor, solo soy un servidor del Orden Celestial, igual que todos. Desgraciadamente, pocos entre el reino de los mortales parecen recordar algo así, y por ellos os encontráis en el aprieto actual.”

“¿Nosotros?” Dijo Yaichiro. “¿Nuestro aprieto es el resultado de nuestro fracaso por conocer nuestro sitio? ¿Qué tipo de juicio es este?”

“No lo entendéis,” dijo Ryoshun. “La difícil situación del Imperio es el resultado de un descuido parecido. Tras más de mil años, los Cielos intervinieron para crear una nueva dinastía. ¿Qué mejor indicación podría haber de que la humanidad había perdido su senda?”

“Ese asunto debería estar ya cerrado, o al menos eso pienso yo,” dijo Remi. “La Divina Emperatriz gobierna desde el trono con el apoyo total de los clanes.”

“Por ahora. ¿Cuántas veces se podría haber dicho eso en el pasado, y cuántas veces se ha demostrado que era falso?”

“Esto es distinto,” interpuso Hideshi, rompiendo su silencio. “Los Cielos intervinieron, como habéis dicho. Este es un momento sin precedentes.”

“Quizás,” admitió Ryoshun. “Hay momentos como este desperdigados por la historia, cuando las cosas cambian para siempre. Quizás habéis sido lo bastante afortunados como para experimentar un momento así en el transcurso de vuestras vidas.” Su expresión se entristeció. “Desafortunadamente, me temo que no habéis experimentado la última.”

El silencio cayó sobre el grupo. “¿Qué queréis decir, Ryoshun-sama?” Preguntó Beniha en voz baja.

“No tengo la libertad para discutir hechos que aún no han ocurrido,” dijo Ryoshun. “Eso lo sabéis. Todo lo que puedo decir es que vuestro Imperio está a punto de ser puesto a prueba, puesto a prueba como nunca antes ha ocurrido. Se avecinan días oscuros.”

“Y también los hay detrás nuestro,” se mofó Ubogin. “Días oscuros es todo lo que he conocido durante mi vida, creo, y en la de mi padre, y también en la de mi abuelo.”

“Pronto llegará un día en el que la humanidad rezará por las pruebas del pasado. Cuando pondrá en cuestión el favor de los Cielos, incluso tras todo lo ocurrido.”

“Cuestionar a los Cielos,” se burló Remi. “Eso es una locura. ¿Quién haría tal cosa, tras los recientes eventos?”

“Demasiados,” contestó Ryoshun. “Y cuando llegue ese día, las repercusiones serán terribles. Los Cielos no tolerarán que la humanidad vuelva a apartarse de la senda. Si los mortales pierden su senda, como ya lo han hecho en el pasado, la venganza de los Cielos será rápida e inmisericorde.”

“¿Es por ello por lo qué nos habéis hecho llamar a este lugar?” Preguntó Hotei. “Seguro que no hay algo que los pocos que somos podamos hacer para impedir una cosa así.”

“En más de una ocasión en vuestra historia, la forma que toma el destino del hombre ha sido guiada por un puñado de personas, incluyendo la más reciente.” Ryoshun sonrió un poco, pero hizo poco por aliviar la dominante y taciturna naturaleza de su comportamiento. “es por esa razón por la que os he traído aquí.”

“¿Qué podemos hacer, señor?” Preguntó Miiko.

“Hay muy poco que se pueda hacer para evitar la cercana tormenta,” dijo Ryoshun. “Pero lo que se puede hacer, lo que debe hacerse, es preparar a la humanidad para las pruebas que vendrán, y recordarles el favor de los Cielos. Para ello os he elegido, ejemplos de la humanidad, para servir a los favorecidos por el Sol de Jade y la Luna de Obsidiana.” Aquí se detuvo y extendió ambas manos, las palmas hacia arriba. En su mano derecha apareció la imagen espectral de una guerrera León, su pelo ondeando al viento, su mano derecha envuelta en jade. En su izquierda, una samurai Grulla, su pelo tan negro como la propia noche, su mano derecha envuelta en piedra negra, igual que la de la León estaba envuelta en verde. “Son el crisol con el que se pondrán a prueba las almas de los hombres. La Mano de Jade les inspirará a la grandeza o les acelerará en su senda. La Mano de Obsidiana confrontará a los hombres con sus debilidades, volviéndoles más fuertes o destruyéndoles. Ambas fortalecerán a los hombres, aunque de formas distintas.”

“¿Cómo podemos servirlas?” Preguntó Yaichiro. “Solo somos hombres y mujeres. No portamos el favor de los Cielos, como ellas lo hacen. ¿Por qué nos escucharía alguien? Yo pocas veces me escucho a mi mismo.”

“Llevaréis mi favor,” dijo Ryoshun. “Solo yo entre todos mis hermanos y hermanas no tengo legado en el reino de los mortales. Es derecho mío, como hijo de Sol y Luna otorgar mis bendiciones sobre mortales que representen mi voluntad en el reino de los mortales. Es un derecho que nunca he necesitado usar, pero ahora no veo otra forma.” Movió la mano, y la neblina que llenaba esa área repentinamente desapreció y mostró una mesa baja, que contenía un número de cosas distintas. “Elegir sabiamente, por favor.”

“¿Qué son?” Preguntó el Cangrejo encapuchado.

“Son talismanes,” contestó Ryoshun. “He creado cada uno de ellos con la esencia de uno de los reinos de los espíritus. Aquí está la esencia de Tengoku, así como la de Yomi, e incluso la del oscuro Jigoku.”

“¿Jigoku?” Ubogin retrocedió. “¿Esperáis que portemos un talismán del Reino de la Maldad?”

“Solo uno de vosotros,” dijo el Kami. “Y no extenderá sus tentáculos a vuestra alma; eso ayudaría poco para conseguir el propósito para el que han sido creados. Os otorgarán una pequeña fracción del poder de cada reino, no más que eso. Pero lo más importante, es que os dará lo que necesitéis para poder ayudar al propósito de las Manos de Jade y Obsidiana. Os permitirán poner a prueba a los hombres en la forma en que queráis.”

“¿Cómo queramos?”

“Si. Sin duda, algunos de vosotros serviréis a la Mano de Jade, pero otros servirán a la mano de Obsidiana. Habrá equilibrio. Siempre debe haber equilibrio.”

“¿Y quién servirá a quién?” Preguntó Hideshi.

“Os dejaré eso para vosotros,” contestó Ryoshun. “El robaros vuestra elección es robaros el poder que quiero otorgaros.”

Los reunidos samuráis se miraron en silencio durante un momento. Finalmente, fue Hotei el que se adelantó primero. “Me inclino ante la voluntad del Kami, aunque sea un Kami distinto del que sirvo,” dijo.

Los demás le siguieron.

 

           

Epílogo

 

Kensho-in disfrutaba de la soledad del jardín por la noche, y a menudo se permitía dar una caminata a medianoche. Se había dado cuenta que parecía necesitar dormir menos últimamente, algo que no podía decir que fuera de otra cosa que su nueva condición, o como su señora insistía en llamar, su nuevo propósito. En cualquier caso, era claro que era un beneficio, y lo disfrutaba tremendamente. Los jardines de Kyuden Bayushi eran particularmente bellos por la noche, especialmente los jardines exteriores, que estaban justo fuera de las puertas del propio palacio. Caminar por ellos por la noche sin guardias parecía molestar a los centinelas Bayushi que la dejaban entrar y salir por las puertas, pero Kensho-in encontró que los sentimientos de los centinelas la importaban muy poco.

Estaba mirando a la luna, preguntándose si las pequeñas venas negras que podía ver en su superficie eran reales o simplemente se las imaginaba, cuando escuchó un leve crujido en los matorrales cercanos. Kensho-in miró con irritación por encima de su hombro. “He tenido un día difícil,” dijo en un tono bajo, casi confidencial. “Solo por esa razón te doy una sola oportunidad: vete ahora, y no me molestes. Tu vida podrá incluso llegar a algo si me dejas en paz.”

Una figura surgió de entre las sombras. “Perdonad mi intrusión, mi señora, pero lo malinterpretáis. No soy ningún ladrón o asesino. He venido a serviros.”

Kensho-in levantó una ceja. “¿Qué te hace creer que necesito de tu servicio, aunque estuviese inclinada a creerte?”

“Se me dijo que reconoceríais esto,” dijo el hombre, sacando un yelmo de un saco que llevaba a la espalda. Lo levantó, y la luz de la luna lo bañó en su totalidad. “¿Me informaron mal?”

“No,” dijo lentamente Kensho-in. “No, sé lo que es. ¿Por qué has venido?”

“A serviros,” repitió. “Os serviré en la forma en que queráis, haré todo lo que me ordenéis. A cambio de un favor, seré vuestro vasallo en cuerpo y alma.”

“Un favor,” musitó ella. “Que interesante. Cuéntame.”

El hombre la dijo lo que quería, y ella se rió un poco. “¿Qué te hace creer que pueda adquirir una cosa así?”

“Tenéis vuestras formas, de eso no tengo duda alguna.”

Se colocó un mechón de su cabello tras una oreja. “¿Qué es lo que quieres hacer con ese favor?”

“Ese asunto es solo mío, mi señora. La elección es vuestra.”

Ella asintió lentamente. “Entonces creo que nos podemos ayudar mutuamente.”

Kaiu Taru se inclinó profundamente. “Me alegra enormemente escucharlo.”