Relatos del Seminario


por el
Equipo de la Historia de L5R
Editado por Fred Wan

 

Traducción de Bayushi Elth y Mori Saiseki



Ascenso del Shogun

            Comenzó de la más impensable e inocente de las formas. Palabras cargadas en el distrito del Sauce. Voces elevadas en el mercado de pescado. Una reyerta de borrachos en una casa de sake. Nadie lo tiene en cuenta, es bastante común en la ciudad. Y entonces repentinamente cobró vida, y la Locura caminó por las calles de la ciudad con grandes ojos inyectados en rojo, y manos manchadas de sangre.

Encontró a uno de los magistrados de la ciudad en las calles de su distrito, rodeado de una marabunta de gente gritando. Los conocía a todos, como tenderos, trabajadores y amas de casa, conocía sus nombres y los nombres de sus hijos, pero ahora no los reconocía. Fueron hacia él con herramientas, piedras y utensilios de cocina, y le cortaron una vez tras otra. Finalmente terminó todo y sólo hubo silencio, intentando recordar algo. Entonces caminaron bajando la calle, con los ojos abiertos y sangrientos, buscando algo nuevo para destruir.

Encontró a una de las damas de la ciudad en su tienda de kimonos favorita, inspeccionando los nuevos estilos para el año siguiente y cotilleando a la ligera con la tendera. Ninguna prestó atención al creciente ruido en la calle hasta que un barril fue arrojado a través de las paredes de la tienda. Ambas mujeres miraron sin comprender mientras aceite de lámpara salía de los agujeros abiertos en ambos lados. Tampoco estaban mejor preparadas para la antorcha que le siguió.

Poco después, la Locura invadía todas las calles de la ciudad. Hombres y mujeres normales repentinamente se habían vuelto violentos, cogiendo lo que tuvieran más a mano para atacar a los samurai que los habían protegido durante generaciones. Los samurai en la ciudad lucharon o huyeron, pero ninguno pudo detenerla. La Locura estaba en todas partes, y nadie podía comprender como derrotarla. La tarde terminó, y la Locura continuó creciendo.

No lejos de los muros exteriores de la ciudad había un dojo, con un aspecto no diferente de otros dojos de la zona. Las puertas del dojo se abrieron repentinamente, revelando un solo hombre a la luz del atardecer. No había nada especial en él, a menos que se miraran sus ojos y se viera la locura y estabilidad que yacían equilibradas y aferradas en su alma. Estudió la ciudad, notando como el humo ascendía de una docena de lugares y como la gente salía a través de la puerta principal, sin ser controlada por los guardias.

Afirmó lentamente para sí mismo, entonces apuntó a la ciudad. “Ir,” ordenó. “Restaurad el orden en nombre del Dojo de Las Mentiras Amargas.”

Docenas de estudiantes corrieron fuera del dojo, gritando el nombre de su sensei.

Bayushi Kwanchai sonrió.

 


           

Las Ampliaciones del Próximo Año

 

Frecuentemente, los cortesanos del Imperio decían que la vida de la corte podía ser tan mortífera como un campo de batalla, y que la corte del Emperador era el campo de batalla más mortífero de todos. Akodo Setai había visto muchos, pero que muchos campos de batalla durante su vida. Había visto batallas perdidas por comandantes que eran tan inseguros que no podían dar órdenes decisivas en una crisis, y por comandantes cuya excesiva seguridad en si mismos creó la crisis que les condenó. Había visto como la marea de la batalla se transformaba de derrota en victoria por una mente rápida y un corazón sereno. Había visto brillantes y desinteresados actos de valor y de cobardía egocéntrica. Había decidido que los cortesanos tenían razón. La corte era muy parecida a un campo de batalla.

Encendió un palo de incienso y se arrodilló ante el altar, rezando, calmando su corazón ante la venidera batalla. Por un momento recordó su vida anterior como Deathseeker, y todas las veces que se había arrodillado así para rogar a sus ancestros la muerte que acabaría con su vergüenza. En vez de eso, le habían otorgado redención y la oportunidad de ayudar a avanzar la suerte de su clan en la corte del Emperador. No lo había cuestionado. No era él quien para cuestionarles. Y ahora le daban el hoy, y la oportunidad de llevar una gloria a su familia y clan que nunca se difuminaría. Les ofreció las gracias.

Setai terminó su oración y se levantó, inclinándose por última vez ante el altar de sus ancestros antes de terminar el ritual de atarse la armadura. Con el último componente en su sitio, recogió sus espadas y las metió en su obi, en la posición adecuada. La posición de un guerrero. ¿De verdad había sido alguna vez un cortesano? Quizás. Había hecho lo posible por cumplir con ese papel. Había negociado la paz entre rivales, ayudado al comercio de bienes tan vital para el sostenimiento del Imperio, creado buena voluntad para su clan y sus aliados. Pero eso ya no importaba. Hoy no era el día de las batallas cortesanas.

Pisadas resonaron detrás de él, y Setai se giro para ver a Doji Seishiro en la entrada del templo. Seishiro llevaba su armadura, de un estilo elegante y bellamente lacada con el azul cielo de los Grulla, y tenía su daisho en su obi, de la misma manera en que lo tenía Setai. La presencia del Grulla aquí solo podía significar una cosa, y Setai armó de valor su corazón para ello.

“Hay humo en el horizonte, viejo amigo,” dijo Seishiro en tono resignado. “Nuestros enemigos vienen a por la ciudad.”

“No la tendrán,” dijo llanamente Setai. “No mientras vivamos.”

“Estoy de acuerdo,” dijo Seishiro. Se enderezó y sonrió al León. “Entonces, ¿buscaremos juntos la muerte?”

Setai sonrió. “Si. Hagámoslo.”


           

Edición Samurai


            La ciudad de Toshi Ranbo estaba en silencio en las últimas horas de la noche. Todas las discusiones, las rivalidades, y la abierta hostilidad que llenaba cada día habían remitido, aunque solo fuese durante unas pocas horas de descanso. La ciudad mostraba pocas muestras de la lucha que había empezado hacía tan poco tiempo, y la reconstrucción estaba casi acabada. ¿Era el destino de todas las capitales ver tantos derramamientos de sangre? Doji Domotai pensó que quizás era así. Quizás era la insensatez de los hombres, creer en la creación de algo tan permanente, lo que invocaba el castigo del destino.

El Emperador estaba sentado en su trono. Los clanes estaban en paz.

Pero la joven Campeona Grulla sentía solo la muerte en el futuro.

“Dama Domotai-sama.”

Domotai se giró y sonrió educadamente. “¿Qué pasa, Kaisei?”

El cortesano le devolvió la sonrisa, mucho más afectuosamente. “Mi señora, la venerable Dama Otomo ha llegado. Desea una audiencia, si estáis disponible. ¿Qué puedo responderla?”

“¿Hoketuhime?” Domotai suspiró. “¿Qué puede querer en una hora tan tardía?”

“Creo que tiene algo importante que discutir con vos, y deseaba evitar el atestamiento de los otros invitados. Las paredes tienen oídos, pero después de todo, incluso las paredes deben dormir.”

“No puedo imaginar de que me quiere hablar,” dijo Domotai irónicamente.

Aparentemente, su leve sarcasmo no lo entendió Kaisei. “Seguro que no deseáis que yo os lo diga, mi señora,” dijo en voz baja. “Aquí no, en el balcón.”

Domotai hizo un gesto, obviando el comentario. Había descubierto que parte de la carga de un Campeón era que la mayoría de las personas se tomaban literalmente cada palabra suya. Podía llegar a ser muy molesto. “Sé lo que quiere, Kaisei. Dile a Hoketuhime-sama que en unos momentos estaré con ella.”

“Hai,” dijo él con una sonrisa. Hizo una rápida reverencia, luego se giro y entró corriendo.

Domotai se giró de nuevo hacia la ciudad y se quedó unos momentos más. Ella apenas ya los tenía. Por ahora, la ciudad estaba en paz, ¿pero cuanto podía durar? La visita de Hoketuhime solo acrecentó los temores que ella sentía aleteando dentro de su espíritu. Ahora, más que nunca, ella estaba segura que cuando la lucha terminó, el Imperio solo había conseguido un respiro, no un final.

Y cuando volviese a empezar la guerra, podría continuar hasta que no quedase Imperio.


           

Futuro de la Historia


            Mirumoto Kei inspeccionó la línea Dragón. Sus compañeros samurai parecían relajados, pero preparados. Ella no sentía ninguna de las dos cosas.

“Tus tropas están listas, ¿por qué paseas así?” Mirumoto Mareshi ladeó su cabeza al mirarla.

Ella detuvo inmediatamente su paseo. “Mis disculpas Mareshi-sama. Debo confesar sentirme algo preocupada.”

El joven levantó una ceja con curiosidad. “Este no es tu primer mando. ¿Por qué deberías sentir preocupación?”

Kei miró hacia otro lado. “Hay algunos que dicen… que dicen que mis éxitos durante la Guerra de la Rana Rica fueron una farsa,” admitió a regañadientes. “He escuchado los susurros en la corte.”

“¿Y qué es lo que dicen?”

Kei enrojeció, aunque su expresión era de ira. “Dicen que no puedo derrotar a un enemigo cuyas fuerzas no estén divididas entre dos frentes.”

Mareshi sonrió un poco, aunque sin alegría. “Te deleita tener la oportunidad de mostrar tu valía en batalla. Debo admitir que te creía más segura de ti misma que eso. A veces me olvidó lo joven que eres.”

Ahora le tocó a Kei mirar con curiosidad. “Somos de una edad parecida, Mareshi-sama.”

“Quizás lo seamos,” musitó él. “Muy pronto tendrás la oportunidad de demostrar tu entereza en batalla, Kei. Solo recuerda que en algún sitio hay un Grulla que desea lo mismo.”

Ni Dragón ni Grulla eran conocidos por tener un brutal estilo de lucha como los Cangrejo, o la eficacia táctica de los León. Pero una batalla, por muy elegantes que sean los planes o precisos los combatientes, cuenca es un asunto elegante o preciso. Los Dragón han obtenido ganancias, pero no sin pérdidas. Los Grulla les han hecho pagar por cada metro de terreno que consiguieron.

Kei luchó con una furia que nunca antes había mostrado. Sus espadas brillaron y golpearon a cada Grulla al que podía alcanzar. Su unidad luchó con la misma bravía, y la siguieron paso a paso. Anclaron la línea Dragón y forzaron a los Grulla a una posición defensiva. Mareshi luchó cerca de ella, limpiando una franja igual a la de Kei, pero con menor ferocidad. Trabajó metódicamente pero sin misericordia.

El ejército Dragón se movió hacia delante, lenta e inexorablemente haciendo retroceder la línea frontal Daidoji. Las pérdidas en ambos bandos fueron considerables, y los cuerpos se apilaron a los lados, azul sobre verde y viceversa, algo descorazonador incluso para el comandante más experimentado.

En una interrupción de la lucha, Kei encontró a Mareshi a su lado. La miró a la cara y encontró poco de la excitación que ella había mostrado antes de la batalla.

“Tienes tu mando. Tienes tu batalla, y por ahora parece que tienes tu victoria. Pero no pareces alegre.”

“Esto… no es igual a lo de antes,” dijo Kei en voz baja.

“¿Qué esperabas?” Preguntó Mareshi.

“La batalla contra León y Unicornio era una ordenada por el propio Emperador. Esto es totalmente distinto. ¿Por qué luchamos? ¿Por honor? ¿Cómo puede haber honor en las muertes de nuestros hermanos y de nuestros primos Grulla?”

Y para eso, Mareshi no tenía respuesta.


           

Juego de Tablero de L5R


            El kobune cabalgó sobre las crestas de las olas hasta la playa, aterrizando rudamente sobre la pedregosa playa de golpe y soltando a docenas de samuráis Mantis. Un barco siguió al primero, y luego otro, y otro, hasta que todo el mar estaba salpicado de oleada tras oleada de. Al principio, los Mantis estaban diseminados por la playa, pero luego empezaron a reunirse en patrullas, luego en unidades, y finalmente en legiones, hasta que la playa estaba llena de un inmenso mar verde.

Mukami asintió apreciativamente. “Yoritomo ha cumplido su palabra,” observó. “Honestamente, no pensaba que tuviese tantos hombres a sus órdenes. Las Islas de la Seda y las Especias deben estar vacías.”

“Ronin,” dijo el hosco hombre que estaba junto a él. “Rellena sus legiones con ronin, y luego los viste en colores Mantis para confundir a sus oponentes.” Miró de reojo a su amigo. “Y aparentemente también a sus aliados.”

Mukami sonrió con suficiencia. “No hace falta ser tan pelota.” Se giró hacia los hombres reunidos tras él. “Ya tenéis las órdenes de Tsuruchi,” dijo. “Un arquero por unidad hasta que los Yoritomo tengan todos un Avispa a su lado. Luego empezar a añadir un segundo arquero por unidad. Ir.” Mientras los hombres corrían por la playa para tomar sus puestos, Mukami se volvió hacia su amigo. “¿Eso cuenta con tu aprobación?”

“Por supuesto,” contestó Tsuruchi. Durante un momento se quedó pensativo. “¿Qué dicen los León cuando se preparan para entra en una batalla desigual como esta?”

“Dicen que cualquier día es un buen día para morir,” contestó Mukami. “¿Compartes hoy ese sentimiento?”

“En absoluto,” dijo Tsuruchi. “Hoy es un buen día para matar.”

Los Mantis marcharon por las llanuras de la costa como la fresca brisa marina, dejando el orden en su estela. El ver a tantos guerreros hoscos y groseros hizo que muchos tuviesen miedo, pero cumpliendo su palabra, el señor de la guerra Yoritomo juró no dañar a un Imperio ya asolado por las guerras de los arrogantes y distraídos clanes. Su ejército había venido a purgar las Tierras Sombrías que asolaban a la gente, y si al hacerlo podían demostrar su entereza a los Grandes Clanes, mucho mejor.

Las vastas legiones Mantis siguieron marchando, buscando un enemigo contra el que guerrear como nunca antes se había visto.


           

Novela Gráfica de L5R


            Casi no había sonidos excepto el silbido periódico de viento mientras soplaba a través de las ramas de cientos de cerezos. La brisa arrancó los pétalos de sakura, que llovieron suavemente hacia el suelo, cubriendo todo en un brillante manto de exquisito rosa y blanco. Bajo cualquier otra circunstancia, Bayushi Kitaren se hubiese sentido conmovido por la belleza de todo ello. Desafortunadamente, no había tiempo para tales frivolidades.

Kitaren vio un efímero destello azul entre el mar de pétalos, y su mano apretó con mayor fuerza la empuñadura de su espada. La volvió a perder de vista, pero se quedó donde estaba. Ella se mostraría ante él. No tenía otra elección.

El joven Escorpión dejó que su otra mano fuese hacia su cinturón, donde descansaba la borla que hasta hacía muy poco tiempo había colgado del abanico de su tío. Al apretarlo sintió una nueva oleada de dolor y pesar, pero esta vez había algo más. Ira. Había llegado lejos y había hecho cosas terribles para encontrar a la mujer que había matado a su tío. Y ahora parecía, por fin, que lo había conseguido. Solo deseaba sentir más certeza.

Allí. Otra vez el azul. Esta vez no desapareció. A pesar de las circunstancias, Kitaren se quedó asombrado por la vélelas de la mujer. Las hijas de Doji eran casi invariablemente bellas, por supuesto, pero esta mujer… era distinta a todas las que el joven había visto antes.

Kitaren mantuvo agarrada la empuñadura de su espada, ignorando la nueva caída de pétalos que la brisa había hecho que cayese sobre él. La mano de su oponente se movió como el agua, deslizándose alrededor de la empuñadura de su katana. Kitaren podía ver las borlas de color que adornaban la guarda de la espada de ella. Cada una representaba a un enemigo derrotado. Había muchas.

“Sé que estuviste involucrada en el asesinato de mi tío,” dijo, esperando que su máscara escondiese la incertidumbre de su cara.

“¿Lo sabes?” Le preguntó en voz baja la samurai-ko Grulla. “Que extraño, ya que no lo estuve.”

“Si no fue así, entonces no tenemos asuntos en común,” dijo Kitaren.

“O, en eso estás equivocado, pequeño Escorpión,” dijo la mujer.

“Como desees,” contestó Kitaren. Esperaba desesperadamente que su muestra de incertidumbre la hubiese convencido de su incompetencia. Y esperaba con igual fervor que su incertidumbre fuese una interpretación, y no una debilidad que estaba a punto de costarle la vida.


           

Historia de L5R


            Ikoma Nobu se levantó de donde estaba arrodillado, sus huesos doliéndole. “No queda mucho,” se murmuró riendo, “y estos viejos huesos volverán a ser jóvenes.” Nobu se inclinó ante el monje que atendía el altar. Recogió el montón de pergaminos que había dejado junto a la puerta al entrar y salió caminando lentamente. “Pero no me uniré a mis ancestros ahora. Hay mucho que hacer antes de que pueda descansar.”

Nobu había visto mucho durante su vida. Había servido bajo más daimyo y campeones de lo que comprenderían muchos. Había visto como una dinastía Imperial – que muchos creían que duraría para siempre – caía y era reemplazada por una nueva familia. ¿Continuaría sin romperse la dinastía Toturi durante toda la eternidad? “Por supuesto que si,” pensó Nobu, “igual que lo hizo la anterior.”

Se rió otra vez para si mientras caminaba por las calles, asintiendo en reconocimiento a las reverencias que recibía de los jóvenes samurai con los que se cruzaba al pasar. Movió los pergaminos entre sus brazos, como si su peso hiciera que sus brazos sintiesen su edad. Pero no mostró su fatiga. Aún era un León.

Los Ikoma, los León, y el Imperio habían atravesado muchas privaciones en los años en que Nobu les había servido, así como en los años anteriores a esos. Nobu había sabido de esos tiempos por su padre y esta memoria le hacía absorber las historias con placer, incluso aquellos que delineaban tiempos oscuros y hombres o bestias oscuras.

Nobu pensó en los que se enfrentaban al Imperio. Iuchiban, el monstruoso Oni de más allá del Muro del Carpintero, e incluso el dios oscuro, Fu Leng todos se enfrentaban contra los testarudos samuráis y shugenjas de Rokugan. Todos se rompían contra la roca del bushido y se quedaban a un lado. Daigotsu aprendería esta lección, igual que lo habían hecho todos los que habían venido antes que él.

Pero todos los peligros no surgían de los enemigos externos. Nobu recordó las muchas guerras que su clan había luchado contra los que podrían haber sido amigos y aliados. Recordó al León luchando junto al Unicornio en la Puerta del Olvido, y recordó las amargas batallas que últimamente habían luchado entre ellos. Pensó en los amigos que había hecho en el clan Dragón, y pensó en las batallas en las tierras Libélula.

Agitó la cabeza al entrar en un simple aunque bien conservado edificio. “El conflicto está en nuestra naturaleza. Si no tenemos enemigo, lo creamos.”

El viejo Ikoma sonrió a los niños que le esperaban, y desaparecieron sus oscuros pensamientos. Su excitación llenó la habitación y le hizo volver a sentirse joven. El peso de sus pergaminos parecía menor en su presencia. “Hola, pequeños,” dijo con cariño. “¿Qué historias queréis escuchar hoy?”

El mayor de ellos se adelanto, ansioso. “¡Queremos escuchar historias de héroes, profesor!” Dijo. “¡Queremos escuchar historias sobre los héroes más grandes que hayan vivido!”

El viejo sonrió. “Muy bien. Sentaros, y hablemos de ese oscuro momento de la historia que llamamos la Guerra de los Clanes.”