Relatos de Creatures of Rokugan: 3rd Ed.

 

por Shawn Carman

 

Traducción de Mori Saiseki

 

La Gran Muralla del Carpintero, las provincias Cangrejo

            Torikata Hatsuko cambió su peso, inquieta, de un pie al otro, una y otra vez, luchando por sobreponerse a su ansiedad. Muchos de sus primos habían servido sobre la muralla, y ella había estado sobre ella muchas veces. Estar allí en la madrugada, con solo la tenue luz de las antorchas iluminando las siniestras profundidades de las Tierras Sombrías, justo al sur de ella… era una experiencia totalmente distinta.

No por vez primera, Hatsuko se preguntó si este era su sitio. Había habido un asesinato, y los Kuni no habían tenido éxito en determinar que especie de bestia había cometido los crímenes. De igual forma, los magistrados llamados para investigar no podían descubrir ni testimonio ni evidencia alguna que clarificase lo que había ocurrido. Cuando todos los caminos habían fracasado, el oficial al mando de esta remota sección de la Muralla se había puesto en contacto con los Toritaka.

Los Toritaka habían sido antes el Clan Halcón, y vivían en la región conocida solo como el Valle de los Espíritus. Allí, los Toritaka habían llegado a comprender las muchas entidades que compartían sus tierras, y se les consideraba por el Imperio como unos expertos en espíritus. Unos pocos seleccionados, como ella, estaban entrenados para ocuparse de los espíritus más malignos y peligrosos, y s eles conocía como los cazadores de espíritus. Hatsuko había terminado sus estudios con su sensei hacía solo seis meses, y aunque había viajado por todo Rokugan con él, y le había ayudado a ahuyentar a varios espíritus peligrosos, nunca antes había completado los rituales ella sola. Aunque pretendía aparentar confianza y seguridad, decirse a si misma que no tenía ansiedad sería el mayor de los auto-engaños.

Hubo un estruendo proveniente del puesto de guardia al sureste. Hatsuko no tuvo tiempo para pensar, si no que obedeció sus instintos y se encontró corriendo en esa dirección, espada en mano y su bolsa colocada para poder acceder fácilmente a ella. Ella saltó ágilmente sobre una gran grieta que estaba siendo reparada, sin perder velocidad, y en cuestión de segundos había llegado al puesto. Con un fiero kiai, abrió la puerta de una patada y vio el escenario del asesinato anterior.

El interior del puesto estaba extrañamente tranquilo a pesar de las tres lámparas que había dentro. Había un solo samurai, su cara pálida, con la espalda contra la pared. La katana del hombre no estaba desenvainada, posiblemente olvidada por su pánico. Había un segundo hombre tirado en el suelo. No había sangre ni signos de violencia, pero no parecía respirar. Hatsuko maldijo su suerte.

Flotando en el centro de la habitación había una temible aparición, su cara una máscara de odio que solo miraba al Hiruma que estaba contra la pared. Parecía un hombre, o lo que antes había sido un hombre. Su cara era gris y sin vida, dejando detrás solo una faz disecada, con la boca abierta. Su torso y brazos estaban envueltos en los deshilachados restos de un kimono azul, con solo sus esqueléticas manos y garras visibles, donde surgían de las mangas. La cosa no tenía cuerpo inferior, simplemente desaparecía. Era semitransparente, pero eso aparentemente no le impedía efectuar sus impulsos violentos. Miró brevemente a Hatsuko y luego fue lentamente hacia el Hiruma.

“La cubierta,” dijo en voz baja Hatsuko. “Quítala ahora.” Ella solo esperaba que el Hiruma tuviese suficiente cabeza como para seguir sus instrucciones. Si la aparición había vaciado su mente, muy posiblemente moriría, y quizás ella también.

Pero parecía que el samurai estaba hecho de material más duro de lo que ella se había imaginado, ya que con una mano temblorosa cogió la tela que cubría una parte de la pared del puesto. La dio un repentino tirón, haciendo que se liberase de los clavos que la sujetaban. Al caer, aparecieron los especialmente creados lazos que Hatsuko había fijado a la pared esta misma mañana.

El fantasma siseó y retrocedió de la pared, mirándola con odio. Se lanzó hacia delante, pero ella sacó otro de los lazos de su bolsa y la sostuvo ante ella, desafiante. Eran guardas contra cierto tipo de espíritus, y afortunadamente ella había reconocido bastantes signos para saber que un goryo, los inquietos espíritus de los asesinados, eran posiblemente los culpables de las muertes.

El goryo chilló y se volvió, desapareciendo por la puerta que había al otro lado. Hatsuko maldijo su suerte, ya que el lazo en esa pared aún estaba tapado y por lo tanto era inútil. Envainó su espada y saltó sobre el samurai que estaba muerto en el suelo. “¡Quédate aquí!” Gritó mientras desaparecía por la puerta. Suponiendo que pudiese encontrar y expeler al miserable espíritu, ella aún tendría que descubrir que asesinato había incitado su llegada, o seguiría volviendo una y otra vez.

 

           

Naga

 

            Bakash estaba sentado en silencio entre los tupidos matorrales, ni siquiera el menor atisbo de movimiento amenazando con indicar su posición. La bestia que estaba cazando se movió mientras comía, resoplando y gruñendo ruidosamente. Periódicamente levantaba la cabeza y miraba a su alrededor, sus pequeños ojos buscando depredadores que amenazasen lo que acababa de cazar, o quizás simplemente buscaba más presas. Era una bestia voraz, y el ciervo que ahora estaba consumiendo era solo el último de una muy larga cadena de piezas muertas y ensangrentadas que había dejado tras de si. Bakash y un puñado de otros exploradores habían sido enviados para cazar la cosa antes de que se convirtiese en una amenaza a las durmientes ciudades Naga en las profundidades del bosque. Durante tres días, había seguido su rastro, durmiendo solo ocasionalmente ya que temía que la bestia pudiese olfatearle y destruirle mientras dormía. Ahora, lo había encontrado.

            Bakash lentamente tensó la cuerda de su arco, apuntando cuidadosamente al ojo de la torpe bestia. Una rápida flecha y estaría muerto, suponiendo que moriría como los animales normales. Cuando se luchaba con los lacayos del Obsceno, nunca había ninguna certeza. El guerrero Naga tensó lo máximo su arco, manteniéndolo así medio segundo para asegurar una muerte perfecta.

            Hubo un crujido en los matorrales del sur, y la bestia se giró justo cuando Bakash disparó. Irritación e ira recorrieron su sistema, y sintió un reflejo de disculpa desde el sur. Su flecha golpeó a la bestia en el hombro, y esta rugió su ira por el bosque. La criatura, que una vez pudo haber sido un jabalí o quizás algo parecido a uno, miró en todas direcciones, buscando la fuente de su dolor.

            Sus ojos cayeron sobre Bakash, y el guerrero supo que moriría. Pero no moriría sin acabar con la amenaza que la bestia representaba para sus hermanos. Regresaría la Akasha, con la satisfacción de saber eso.

            Bakasha desenvainó su espada mientras la criatura corría hacia él, en su camino aplastándolo todo más plano que las hojas del otoño al final del inverno. Volvió a rugir, y esta vez Bakash pudo oler la carne podrida y pudriéndose. Sus agudos sentidos se rebelaron ante ese asalto, y su visión titubeó mientras sus ojos se llenaban de agua. Sujetó su espada, para que la criatura pudiese empalarse mientras le arrollaba.

            Hubo un rayo de triunfo e ira por el Akasha, y otro guerrero saltó sobre la inmensa espalda de la bestia. El guerrero sostenía una espada en cada mano, y las enterró hasta la empuñadura en la espalda de la criatura. Su tamaño era tal que Bakash dudaba que las hojas alcanzasen algo vital, pero el dolor era obvio.

            Si la criatura había estado rugiendo, ahora chillaba. Se movió lentamente intentando tirar a su atacante. El Naga aguantó un momento, pero al final fue lanzado a un  grupo de árboles cercano. La criatura corrió hacia él, pero para entonces Bakash había recuperado su arco y había disparado un único y perfecto tiro. Su flecha desapareció en el ojo de la criatura, con solo un pequeño trozo sobresaliendo al frío aire nocturno. La bestia cayó, chocando contra el suelo con un ruido estruendoso. Su velocidad la llevó hacia delante, rompiendo árboles y matorrales, y creando un profundo surco en la tierra antes de detenerse a poca distancia del Naga desconocido.

            “Tienes mi gratitud,” dijo el desconocido, “y mis disculpas.”

            “Hubiese podido matar a esta bestia sin todo esto,” dijo Bakash, su irritación surcando el Akasha mientras miraba a su alrededor y veía el arruinado claro. “¿No sentiste que estaba allí escondido?”

            “Perdóname,” dijo el desconocido. “Ha… pasado bastante tiempo desde que estuve cerca de otros de nuestra especie.”

            Bakash frunció un poco el ceño y examinó la extraña apariencia del Naga. Parecía algo manchado y sucio. “Eres el que viaja con los Nezumi,” dijo repentinamente. “El Zamalash.”

            “Así es,” contestó el desconocido.

            “Muchos de nosotros te hemos buscado,” dijo Bakash. “Habíamos empezado a pensar que eras poco más que una invención de las imaginaciones de los exploradores humanos, excepto por los ocasionales reflejos de tu presencia que sentíamos a través del Akasha.”

            “Si, los humanos,” dijo Zamalash. “Les he visto a menudo.” Se quedó pensativo durante un momento. “Entonces, ¿son nuestros aliados?”

            “Lo son,” dijo Bakash, frunciendo aún más su ceño. “¿Cómo es que no lo sabes?”

            “Como he dicho,” contestó Zamalash, “ha pasado algún tiempo desde que estuve cerca de otros de nuestra especie. Desde antes del Gran Sueño.”

            Bakash se sentó sobre sus anillos, sorprendido. “¿No despertaste?”

            Zamalash agitó la cabeza. “Desperté hace poco tiempo, en la ciudad de Kalpa.”

            “No hubo supervivientes en Kalpa,” insistió Bakash.

            “Hubo unos cuantos,” contestó el otro Naga. “Nos salvamos de la muerte gracias a una madriguera Nezumi en un templo. Las bestias protegieron su hogar de los terremotos, y en el proceso salvaron a un puñado de nosotros, que dormía bajo el templo.”

            “¿Hay otros?” Preguntó Bakash.

            “No, yo fui el único que desperté, y hace muy poco tiempo. He pasado este tiempo ganándome la confianza de los Nezumi, y ahora les ayudo en su búsqueda de la supervivencia.”

            “¿Por qué?” Oleadas de incredulidad rodaron por el Akasha, procedentes de Bakash. “Son poco más que animales.”

            “No más que tus humanos,” contestó Zamalash. “Y lo único que buscan es la supervivencia, una búsqueda que ahora también comparte nuestra especie. Ellos salvaron nuestras vidas, y recuerdo lo suficiente de mi honor para pagarles por su amabilidad, aunque no fuese intencionada.”

            Bakash se movió de un lado a otro, sin saber que decir mientras el guerrero recuperaba sus espadas del cuerpo de la criatura. “Los humanos lo llaman Bestia del Infierno,” dijo finalmente.

            “Hay más,” dijo Zamalash. “Los Nezumi han matado dos. Alimentarán la tribu durante bastante tiempo.”

            Bakash agitó la cabeza. “No comprendo tu afinidad con los Nezumi, pero respeto tu devoción. Gustosamente te daré cualquier ayuda que pueda prestarte.”

            Zamalash solo siseó, divertido. “Los Nezumi son mucho más autosuficientes de lo que piensas,” dijo. “¿Quizás deberías preguntar qué te pueden ofrecer ellos?”

 

           

Nezumi

 

            Y’tchee permaneció perfectamente inmóvil entre los matorrales. Ni siquiera se movían sus bigotes o su cola, algo que era un instinto muy difícil de suprimir. Pero como explorador, Y’tchee había aprendido mucho tiempo atrás a dominar, cuando era necesario, sus instintos más primitivos. En el gran-profundo bosque que los humanos llamaban el Shinomen había muchos peligros, e incluso una distracción momentánea podía dar como resultado la muerte. Y’tchee aún era relativamente joven, solo siete años como contaban los humanos, y planeaba vivir una vida larga y próspera. ¡Aún no había sido padre de una camada!

            El joven explorador observó a las dos Serpientes hablar en su extraño y siseante lenguaje desde su alejado lugar de observación. Sus agudos ojos vieron cada gesto y movimiento. Era difícil decir con las Serpientes, pero creía comprender de lo estaban hablando. Estaba tan atento que no se dio cuenta de los otros Nezumi que se le acercaron hasta que estuvieron junto a él.

            “¿Quién eres?” Siseó un Nezumi, su voz apenas audible, aunque solo estaba a un metro de distancia.

            Y’tchee consiguió no dar un grito de sorpresa, pero si levantó su daga de colmillo y la mantuvo preparada, durante todo el tiempo maldiciéndose en voz baja. “¡Atrás!” Siseó, su voz igual de baja. “Soy Y’tchee, explorador de la Guarida de la Gran Serpiente!”

            El otro explorador era más alto que Y’tchee, pero de complexión más delgada. Asintió y bajó su cuchillo. “Guarida de la Gran Serpiente,” dijo. “He oído hablar de tu jauría. Tienes tu hogar en una madriguera abandonada Serpiente. La cayó cuando la tierra tembló hace mucho tiempo.

            “Si,” dijo Y’tchee. “¿Quién eres tu?”

            “Soy Tch’tek del Hueso Tullido,” dijo el explorador, guardando su cuchillo. Señaló hacia el otro lado del bosque, a los dos Naga. “¿Qué haces observándoles? Es peligroso. ¿Eres tonto?”

            Y’tchee mostró los dientes. “No soy tonto. Si yo entrase en territorio del Hueso Tullido e insultase a sus exploradores, entonces quizás si sería un tonto.”

            Tc’tek chasqueó los dientes en una extraña mezcla de diversión y disculpa. “Tienes razón. Yo soy el extraño en este bosque. Te ofrezco mi cuello.”

            La nariz de Y’tchee tembló con irritación, pero en cualquier caso aceptó la disculpa. “Observo la Serpiente Que Es Buena. Mató a la gran-bestia-babeante que había estado devorando nuestra comida y cazando a nuestra jauría.”

            Tch’tek frunció el ceño y observó por entre los matorrales a los dos naga durante varios momentos antes de volverse hacia el joven explorador. Su expresión era de escepticismo. “¿La Serpiente Que Es Buena?” Preguntó. “No hay tales criaturas. Son depredadores, nada más.”

            “No,” dijo Y’tchee. “Este despertó después de que ocupásemos la madriguera. Pensamos que estaría enfadado, y estábamos preparados para matarle, pero en vez de eso…” se encogió de hombros, un gesto que había copiado tras semanas observando a los exploradores humanos morados. “Nos dio las gracias. Nosotros habíamos salvado su vida y las vidas de otras Serpientes dormidas que no se pueden despertar. Quiere ayudarnos.”

            “El Hueso Tullido nunca confiaría en una Serpiente,” dijo Tch’tek. Se detuvo un momento. “¿Serpientes dormidas? ¿Hay más?”

            “No muchas,” dijo Y’tchee. “La Serpiente Que Es Buena está muy triste ya que su jauría está casi muerta, y los que viven aún duermen. Creo que el Mañana les encontró mientras soñaban y ahora nunca se despertarán. He hablado con la Serpiente Que Es Buena sobre esto, pero no comprende el Sueño. Dice que todas las Serpientes comparten su Nombre, y que sabe que aún están ahí aunque ya no pueda encontrar el Nombre de las otras.” Se detuvo y se rascó la cabeza. “Fue muy confuso.”

            “Bah,” dijo Tch’tek. “Demasiado peligroso. El tener una Serpiente en la madriguera no merece la pena por el riesgo que eso conlleva.”

            “Mató a la gran-bestia-babeante el solo,” dijo Y’tchee. “Hasta ahora hemos matado dos, pero tuvimos que matarle entre toda la jauría. Mató a ese él solo, y lucha por nosotros. Me alegra el tener a un buen guerrero que guarde los cachorros de mi tribu.”

            “Hasta que tenga hambre,” dijo Tch’tek. Agitó la cabeza. “¿Hay más de esos?” Señaló a la criatura muerta que yacía cerca de los dos Naga.

            “No lo sé,” dijo Y’tchee. “Nunca he visto signos de que haya más de tres, y ahora hay tres muertos. Este bosque es tan profundo… puede haber muchos más que nunca hayamos visto.”

            Tch’tek asintió. “Con suerte no el territorio de tu jauría,” dijo. “Esas criaturas son muy peligrosas. Lo suficientemente listas como para ocultarse, lo suficientemente fuertes como para destruir a toda una jauría en un momento.”

            El explorador de la Oreja Deshilachada se encogió de hombros. “Este es un bosque muy grande. Podría haber cualquier cosa por aquí.”

            Los ojos de Tch’tek se entrecerraron. “¿Pero pones en riesgo a toda tu jauría permitiendo que un enemigo entre en tu única madriguera que es segura?” Es estúpido.”

            Y’tchee agitó la cabeza, sus bigotes temblando. “Este lugar es muy incierto. El Mañana está por doquier. Si tuvieses la oportunidad de echarlo hacia atrás, de hacer el hoy un poco más seguro, ¿no cogerías esa oportunidad? La Oreja Deshilachada lo haría.”

            Y a eso, Tch’tek no tenía nada que decir.