Las Ruinas de Otosan Uchi

2ª Parte

 
por
Shawn Carman

 

Traducción de Lainier Sind y Mori Saiseki

            Las abiertas llanuras al norte de Otosan Uchi se llamaban las Llanuras de los Problemas Rápidos, y antaño se consideraba un acto de traición mover a través de ellas cualquier fuerza de hombres armadas mayor que una patrulla. Por supuesto que había obvias excepciones, como las fuerzas estacionadas en el cercano Castillo del Campeón Esmeralda, o las Legiones Imperiales que una vez atravesaron la región para combatir contra una incursión Yobanjin en tierras Fénix, pero aparte de esas, ningún clan osaba mover sus fuerzas por esa región sin la orden explícita del Emperador. Así había sido durante más de mil años, hasta que ardió la ciudad de Otosan Uchi.

Shinjo Shono tiró de las riendas, deteniendo a su caballo mientras observaba el poblado que había hacia el sur. El aliento del caballo era entrecortado, y Shono podía ver que estaba casi exhausto. Lo lamentó, pero su prioridad en estos momentos era otra.

Uno de los jinetes que le seguía detuvo su caballo junto al suyo. El hombre estaba vestido con la misma anodina túnica que Shono y los demás, y no había obvia forma de determinar rápidamente su identidad. “Los caballos están exhaustos, Shono,” dijo, copiando los propios pensamientos de Shono. “Los hombres no están mucho mejor.”

Shono no se giró a mirar. “Muy pronto estaremos en la Aldea Central Norte. Entonces podrán descansar los caballos.”

“¿Y los hombres?” Insistió el otro.

Shono se giro con mirada ceñuda. “Cada uno se presentó voluntario para acompañarnos, Chen,” siseó. “Sabían lo que se les estaba pidiendo que hiciesen. Si quieren descansar, pueden hacerlo. Yo no lo haré. ¿Lo harás tú?”

Moto Chen agitó la cabeza. “Nunca,” dijo. “No hasta que acabemos.”

Shono asintió y se giró hacia los hombres que les seguían. Eran una docena, todos voluntarios. Habrían sido muchos más, pero llevarse más de una docena hubiese significado un aumento del tiempo de viaje, y eso era inaceptable. De todos modos, el viaje había durado más de lo que le hubiese gustado a Shono, pero hubiese sido imposible ir más rápido. “Estaremos en la Aldea en menos de una hora,” dijo a los hombres. “Los caballos podrán descansar. Najato, tu deberás también descansar.”

Iuchi Najato agitó su cabeza. “Estaré con vos, mi señor.”

“No,” dijo Shono. “Es posible que pronto vuelva a necesitar tus habilidades, y si no estás descansado, serás de poca utilidad.”

“Estaré listo, sea como sea, Shono-sama.”

“¡No!” El tono de Shono era mucho más severo de lo que había pretendido. Puso una mueca. “Perdóname,” dijo en voz más baja. “Es gracias a ti y a tu entrenamiento Baraunghar que hemos llegado tan lejos tan rápidamente. Te lo agradezco. Por favor, no me cuestiones en esto.”

El obviamente cansado shugenja asintió. “Si, mi señor.”

Shono asintió también. “Loruko, Xie, cuando lleguemos, necesitaré vuestros ojos de lince.”

“Si, mi señor,” dijeron ambos al instante.

Shono se volvió hacia la aldea. Durante un momento no dijo nada, luchando con su culpabilidad e ira. Sentía culpabilidad por dejar a su mujer e hija detrás, cuando era obvio que le necesitaban. Sintió ira contra aquellos que se habían atrevido a amenazar a su familia. “En algún lugar hacia el sur están los responsables de intentar asesinar a mi hija,” dijo. “Si vais a luchar junto a mi, sabed esto: pretendo no permitirles ver otro amanecer.” Se volvió hacia Chen y los demás. “¿Quién está conmigo?”

“También amenazaron a mi familia,” gruñó Chen. “Si es necesario, quemaré lo que queda de esta ciudad hasta que no quede nada, pero alguien sufrirá por su insolencia.”

No hubo respuesta por parte de los demás. No era necesaria. Sus miradas eran claras y seguras, y miraron a Shono, esperando sus órdenes.

“Cabalguemos,” dijo Shono.

 

           

Aldea Central Oeste


            Agasha Miyoshi miró asombrada a su alrededor mientras ella y sus compañeros pasaban cerca de un edificio vacío tras otro. Muchos habían sufrido daño significativos, y aunque había algunos que mostraban signos de reparaciones, parecía haber ido abandonadas en mitad del proceso. Después, los elementos se habían cobrado su peaje en lo poco que se había hecho para reparar el daño, y el resultado era fila tras ordenada fila de edificios que parecían estar en el proceso de caer sobre si mismos. “¿Es qué simplemente todos se fueron?”

“No todos,” dijo Isawa Angai. La antigua Escorpión estaba vestida con una túnica naranja brillante, con un sutil dibujo carmesí por toda ella. Su máscara, una audaz declaración de su negativa a abandonar su herencia, no había sido cambiada. “Muchos se fueron después de que los León completasen la destrucción de Otosan Uchi. La vida como antes había sido ya no existía.”

“Aún queda gente aquí,” dijo la samurai-ko Dragón que iba con ellos. “Puedo sentir como nos observan.”

“Tienen miedo,” explicó Angai. “Vienen pocos visitantes a la Aldea Central Oeste. Los que vienen normalmente quieren algo de ellos, y ya les queda poco que dar.”

“Gente desesperada con poco que perder,” dijo la Dragón. “Debemos tener cuidado.”

“Pronto alguien hará un intento,” dijo Angai. “Pero cuando los otros vean a la gran Mirumoto Ryosaki, hija del legendario Doji Reju, ocuparse del ofensor, ya no tendremos más problemas.” Ella se giró hacia la pequeña shugenja Fénix junto a ella. “¿Estás segura de que este es el lugar correcto, Miyoshi?”

“Si,” dijo la sacerdotisa, sin dudarlo. “No puedo decir como o porque, pero este área… está ligada de alguna manera al bajo-relieve del Templo de los Siete Dragones.”

“Excelente,” dijo Angai, sonriendo.

Ryosaki miró dentro de la taza de té que tenía ante ella con expresión de duda extrema. “Esta no es una casa de té,” dijo Ryosaki con una mueca. “Es una letrina.”

“No seas ridícula,” dijo Angai, sorbiendo su té con expresión de asco. “He estado en muchas ‘letrinas,’ como tu las llamas. Este establecimiento es un insulto a su memoria.”

“¿Por qué estamos haciendo esto?” Preguntó Miyoshi, mirando nerviosamente a su alrededor. “Parece ser innecesariamente peligroso.”

“Al contrario, es necesariamente peligroso,” dijo Angai. “Podríamos deambular por esta aldea durante días sin tener una pista del porque hemos sido llamados hasta este lugar. Al permitirnos ser atrapadas por las aguas del destino, llegaremos mucho antes a nuestro destino.”

“Un extraño punto de vista para una Escorpión,” musitó Ryosaki.

“Por supuesto,” contestó Angai. “Después de todo, soy Fénix.”

Las tres mujeres se quedaron sentadas en silencio durante un rato, sorbiendo ocasionalmente su té y, ante la insistencia de Angai, aparentando ser lo menos amenazadoras como les era posible. Las dos Fénix rieron y hablaron sobre todas las cosas intranscendentes que se les ocurrían, y Ryosaki se concentró en aparentar pesimismo en vez de hostilidad. Tras una hora, se hizo obvio que se la agotaba la paciencia. Cuando la sirvienta se les acercó con té fresco, las tres parecieron no prestarla atención.

Fue casi un terrible error. Mientras la chica levantaba su bandeja, de repente se inclinó y sopló. Surgió una nube de polvo blanco y cubrió a las dos Fénix. Miyoshi gritó de dolor y se llevó las manos a los ojos. Angai maldijo y se cubrió la cara con el dorso de su antebrazo.

Tres hombres de mesas diferentes surgieron al instante de diferentes mesas y corrieron hacia Ryosaki. La joven Dragón se puso en pie de un salto y pateó la pesada mesa hacia sus atacantes en un fluido movimiento. La madera golpeó a un hombre en las rodillas y le hizo caer entre el sonido de huesos chascándose. Otro saltó por encima del obstáculo, pero no fue lo suficientemente ágil. La pata de la mesa le golpeó en el tobillo y cayó al suelo, apenas evitando herirse gravemente con su propia espada.

El tercer atacante era mucho más experto que los otros dos. Atacó con un par de sai, inmovilizando la katana de Ryosaki con un rápido movimiento e intentando clavarle el otro en su estómago. Ella bloqueó el ataque con su wakizashi y le dio una patada al hombre para separarse. Él rodó, alejándose del golpe y adoptó una postura defensiva. Si ella no hubiese estado blandiendo sus dos espadas, habría recibido una herida mortal. Su atacante no estaba familiarizado con el estilo Mirumoto, y ahora la había dado la oportunidad de establecer el ritmo de la confrontación. No sobreviviría para lamentarlo.

“Idiotas,” gruñó Angai, arrancándose la máscara de su cara. “Como si yo tuviese algo solamente ornamental.” Sus ojos estaban enrojecidos y llenos de lágrimas, pero podía ver con claridad. Durante un momento, su mano se metió dentro de su kimono, y una pequeña daga surgió repentinamente de la garganta del segundo atacante. Balbuceó, su sangre cayendo a borbotones al sucio suelo de la casa de té, y luego cayó. “El que tiene la pierna rota está vivo, Ryosaki,” dijo. “No necesitamos a tu amigo.”

“Como desees,” dijo Ryosaki. Se lanzó sobre el hombre y vio un brillo de temor en su cara. Fue a defenderse, cayendo completamente en la finta de Ryosaki. Ella le quitó sus dos sai con un poderoso golpe de su katana, y luego insertó su wakizashi entre sus costillas, enterrándola en su pecho. Murió instantáneamente, y ella le dio una patada para liberar su espada.

“Por favor, trae algo de agua de la cocina,” dijo Angai. “La necesitaré para Miyoshi. Y si ves a la sirvienta, por favor, exprésale mi insatisfacción con el servicio de este lugar.”

“Desde luego,” dijo Ryosaki.

Mientras la Dragón desaparecía, Angai recuperó su daga y se acercó al hombre que yacía gimiendo en el suelo, agarrándose su destrozada pierna. Se arrodilló junto a él, teniendo la precaución de apartar su arma. “Muchas personas no encuentran amenazadora a una sacerdotisa de los kami,” dijo en voz baja. “Quizás te amenazaron con el la Dragón. Ella es formidable, ¿verdad? Pero es una mujer honorable, y encontraría muy desagradable la idea de hacerte daño para conseguir información.” Angai se acercó un poco más para que el hombre pudiese ver lo enrojecidos que tenía los ojos. “Desafortunadamente para ti, soy una mujer que comprende que a veces hay que hacer cosas desagradables. Te voy a hacer preguntas, y tu las contestarás, o lo lamentarás profundamente. ¿Lo entiendes?”

“Si,” tartamudeó el hombre.

“Muy bien,” dijo Angai. Ella levantó con una mano la espada el hombre. Su artesanía era exquisita. “Empezarás diciéndome como un hombre de tu baja calaña ha adquirido una espada tan magnífica. Y por favor, se muy específico.” Ella sonrió con una sonrisa cruel y desagradable. “Los Fénix desprecian la ambigüedad.”

 

           

Aldea Central Norte

“¿Qué has encontrado?” Dijo Shono en tono bajo.

Shinjo Xie pareció incómodo ante la pregunta, y bajó la mirada.

“Aún no estamos muy seguros, Shono-sama,” dijo. “Pero pensamos que puede estar relacionado.”

“Explícate,” dijo bruscamente.

Xie bajó la cabeza. “Chen-sama entró a una casa de sake y empezó a hacer preguntas sobre asesinos a sueldo y cosas así,” explicó.

“Fue muy… vigoroso en su interrogatorio. Varios clientes huyeron, la mayoría en estado de casi pánico. Uno, de todos modos, fue muy cuidadoso de asegurarse de que nadie lo estaba siguiendo. No parecía excesivamente preocupado por la casa de sake. Sus movimientos eran deliberados.”

“¿Y fuiste capaz de seguirle?”

“Por supuesto,” dijo Xie. “Loruko y yo le seguimos hasta un gran edificio, el único en un bloque entero que estaba habitado. Chen-sama siguió y entró antes de que fuéramos capaces de detenerlo.”

Shono hizo una mueca, pero bajó la cabeza. “Tiene todo el derecho a estar tan enojado como yo.”

“Había casi una docena de hombres dentro,” continuó Xie. “Los derrotamos fácilmente. Varios estaban vivos y relativamente ilesos, pero no parecen haber estado involucrados en la tentativa contra tu familia.”

“¿Cómo podemos estar seguros?” Requirió Shono.

Xie se lamió sus labios, nervioso. “Chen-sama fue extremadamente entusiasta en su interrogatorio de los hombres capturados. Estoy seguro que alguno se habría derrumbado si hubiera sabido algo, pero los hemos retenido en el caso de que desees hablar con ellos tú mismo.”

“Quizás más tarde,” dijo Shono. “¿Qué has encontrado?”

“Esto.” Xie sacó un pergamino hecho jirones. Era un mapa dibujado a mano de la Aldea Central Norte, con varias áreas rodeadas por un círculo, y otras marcadas. “Parece ser un registro de alguna clase de búsqueda que los hombres estaban realizando por la aldea.”

“¿Buscando?” Shono tomó el mapa. “¿Buscando el qué?”

“No lo sabemos,” dijo Xie. “No hay indicación en el mapa. Pero Loruko cree que sin embargo ha encontrado algo digno de atención.”

“Llévame allí,” ordenó Shono.

El callejón era diminuto y lleno de obstáculos, y situado tan lejos de los caminos principales que era un milagro que después de todo fuese descubierto. Escombros bloqueaban parcialmente la única entrada, estorbando su descubrimiento. Si eso no fuera suficiente, entonces seguramente el hedor de la muerte habría mantenido al excesivamente curioso alejado. Shono se limpió la boca con el dorso de su mano ante el olor, pero a pesar de todo hizo una mueca y pasó sobre los escombros para alcanzar la parte de atrás.

“¿Loruko?”

“Aquí, mi señor,” llamó la exploradora desde la esquina. Shono dobló la esquina y detuvo su camino, de repente enfrentado con una visión de una muerte horrible. Había cinco hombres muertos en el callejón, y por el hedor llevaban muertos algún tiempo. Cuatro estaban vestidos con las mismas simples ropas marrones, y el quinto era una mezcla de marrones y verdes. Shinjo Loruko se estaba arrodillando sobre uno de los cuatro y haciendo gestos hacia su expuesta muñeca.

“Tatuajes,” dijo. “Todos los cuatro tienen el mismo. Una calavera, creo. No es un buen dibujo.”

“Los hombres del edificio donde encontramos el mapa tenían todos el mismo tatuaje,” dijo Xie.

“Alguna clase de grupo de bandidos, entonces,” dijo Shono. “O algunos otros idiotas que pensaron que quizás les haría más terribles.”

“Muy probablemente con éxito,” gruñó Chen, en tono inquieto. “La gente en esta aldea está atemorizada. Alguien les ha estado dominando, y yo apostaría a que era este triste puñado de idiotas.” Señaló a los hombres muertos.

“¿Estos incompetentes?”, dijo Xie.

“Sin nadie que los proteja,” dijo Shono, “incluso estos bandidos parecerían amenazadores para los inocentes campesinos.” Hizo un gesto al último cadáver. “¿Qué hay de ese?”

“Su objetivo,” dijo Loruko. Hizo un gesto a un grupo de tres flechas surgiendo del hombro del hombre, y numerosas heridas de espada por todo su torso. “No se fue en silencio. Su espada tiene alguna clase de residuo en ella, y varias de las heridas que estos hombres han sufrido no eran fatales.”

“Veneno,” dijo Shono.

“Uno fuerte,” concordó Xen. “Este hombre era un Tortuga, por su mon.”

“¿Por qué cuatro hombres atacarían a un samurai Tortuga en este callejón miserable?” Reflexionó Xono. “No tiene sentido, a menos que él tuviera lo que fuera que ellos estuvieran buscando.”

“O si él lo estaba protegiendo,” dijo Chen.

Con la mirada inquisitiva de Shono, Xie aclaró su garganta. “Aquí parece haber una especie de trampilla bajo el cuerpo del Tortuga,” dijo. “Bien oculta, pero no invisible, no para un explorador entrenado.”

“¿Encuentro a un eta?” Preguntó Loruko.

Shono gruñó. “No tenemos tiempo para esto. Los asesinos podrían estar escapando mientras hablamos.” Corrió por el callejón y asió al muerto por su kimono, apartándole e ignorando el grito sofocado de Loruko. “Ábrela,” dijo.

Loruko bajó la cabeza y dio un paso hacia delante, empleando un instante en inspeccionar la puerta en busca de trampas. Aparentemente sin encontrar ninguna, la abrió, arrancándola, y bajó una linterna hacia el agujero para mirar alrededor. “¡Por las Fortunas!” Juró.

Shono se arrodilló y miró hacia abajo, observando un metal brillante mientras lo hacía. Su ojo de cristal nocturno no necesitaba ajustarse a la oscuridad, y vio inmediatamente lo que había sobrecogido a Loruko.

“Chen,” llamó. “Tienes que ver esto.”

 

           

Aldea Central Sur

 

En una región con una reputación de estar maldita, la llegada de la Legión de Jade galvanizó al pueblo. Algunos se apresuraron a salir a las calles para mirar fijamente, admirados. Unas pocas almas intrépidas vitorearon al ver a cien samuráis pesadamente armados y blindados, vestidos con brillante armadura verde y portando el crisantemo Imperial. Otros desaparecieron en el laberinto de callejones llenos de escombros, escapando antes de que sus muchas indiscreciones fueran descubiertas por una autoridad superior.

Doji Reju se movió incómodamente sobre su caballo y miró por los alrededores dilapidados. “Este no es el tipo de entrada que había previsto.”

Asahina Sekawa, radiante en su manto de Campeón de Jade, levantó una ceja con curiosidad. “¿Lo desapruebas?”

Reju frunció el ceño. “Marchamos hacia una situación desconocida contra un enemigo desconocido, y lo hacemos con una fanfarria y aplomo tremendos. Lo encuentro algo desaconsejable, sí.”

Sekawa bajó la cabeza. “Confío en que recuerdes cómo Matsu Nimuro se apoderó de Toshi Ranbo hace años.”

“¿En qué época?” Murmuró Reju.

Sekawa sonrió con el comentario. “Nimuro envió una carta al general Grulla, declarando exactamente cuándo y cómo atacaría la ciudad. Detalló su plan de ataque entero con todo detalle, y después lo siguió al pie de la letra. A pesar de que sabían exactamente lo que iba a hacer y cómo lo iba a hacer, los comandantes Grulla de Toshi Ranbo no fueron capaces de detenerlo.”

“¿Esperas jugar estratagemas con nuestro enemigo?”

“Les estamos mostrando que hemos venido, y que no los tememos,” dijo Sekawa. “Si somos afortunados, se volverán ansiosos y cometerán un fallo, y entonces lo usaremos en nuestra ventaja.”

“Y si no somos afortunados,” dijo Reju, “pensarán que somos tontos y estaremos muertos.”

“Muerte,” reflexionó Sekawa. “Eso sería una experiencia iluminativa, estoy seguro.”

“Maravilloso,” murmuró Reju.

“¡Campeón de Jade!” Gritó alguien desde la multitud.

Reju tuvo su espada medio desenvainada en un instante, escudriñando la multitud en busca de enemigos potenciales y moviendo su caballo entre Sekawa y la dirección desde la que había venido el grito. “Estate tranquilo, amigo,” dijo Sekawa suavemente. “¿Quién busca una audiencia con el Campeón de Jade?” Gritó.

“Yo la busco.” Una mujer dio un paso desde las filas. Portaba un daisho en su cadera, y aunque no llevaba la marca de un clan, su armadura era de mayor calidad que la de cualquier ronin que Sekawa hubiera visto antes, y portaba un corte formal. “Me gustaría hablar contigo en privado, si puedo.”

“El Campeón de Jade tiene un asunto de considerable urgencia,” dijo Reju. “Tiene poco tiempo para audiencias privadas.”

“El rumor es que has llegado para avanzar hacia la misma Otosan Uchi,” dijo la ronin. “Ya que es tu deber expurgar la corrupción del Imperio, solo puedo suponer cuál es tu propósito dentro de las ruinas, y puedo ser de ayuda si la necesitas.”

Reju frunció el ceño, pero Sekawa lo silenció con un gesto. “¿Cuál es tu nombre?”

“Yotsu Seou,” dijo la mujer. “Daimyo de los Yotsu y maestra del Dojo Yotsu.”

Sekawa sonrió. “Sin duda una augusta compañía. Déjanos trasladarnos a algún lugar más privado, Seou-san, y discutiremos tu oferta.”

“Hay algo terriblemente malo en Otosan Uchi,” dijo Seou mientras los tres permanecían en lo que sin duda una vez había sido una casa muy lujosa.

“¿Puedes ser más específica?” Preguntó Sekawa.

“No creo que pueda,” dijo con una mueca. “Los primeros meses fueron los peores, por supuesto. Quedaba poco en la ciudad excepto canalla, Nezumi, y un puñado de Portavoces de Sangre, y otros de su índole, escondidos en las ruinas. Les combatimos durante un tiempo, pero se retiraron para evitar atraer la atención, y no fuimos capaces de cazarlos en el terreno. Sencillamente hay demasiados lugares para esconderse. Podría haber tenido a mis hombres buscando en un solo barrio durante meses y nunca encontrarían todos los lugares en los que uno podría esconderse.”

“Una pesadilla táctica,” concordó Reju. “¿Por qué os quedasteis?”

“Somos Yotsu,” dijo Seou orgullosamente. “Juramos defender a aquellos que no tenían a nadie. Había demasiados en las Aldeas Centrales que se quedaron sin dinero por el hostigamiento del León. Aquellos que no podían permitir marcharse fueron forzados a hurgar en la basura de la ciudad para sobrevivir y había demasiados depredadores que se quedaron después de que Daigotsu huyera. No podíamos abandonarlos.”

“¿Cuántas pérdidas ha tenido tu familia?” Preguntó Sekawa en tono bajo.

“Demasiados,” dijo ella en un cuchicheo ronco. “Demasiados de lejos. Hemos existido en el más estrecho de los márgenes. Debemos establecer vigilancia cada noche, debemos buscar comida a diario. Mucha del agua que hay dentro de la ciudad ha sido contaminada por los cadáveres. Es una existencia miserable.”

“Y aún así habéis permanecido,” gruñó Reju, claramente impresionado.

“Hasta hace poco,” dijo Seou amargamente. “Hay algo dentro de la ciudad que gobierna la noche. Algo que no puede ser visto a la luz del día, y que no puede ser muerto con simple acero. No ataca a la carne sino a la mente. Tengo varios buenos hombres, soldados experimentados, que se han vuelto locos mientras permanecían protegiendo al resto de nosotros mientras dormíamos. No puedo mantener más tiempo a mi gente dentro de la ciudad. Si muriéramos, ¿quién cuidaría de los que están en las aldeas?”

“¿Por qué no habéis buscado ayuda?” Preguntó Sekawa. Seou rió. “¿De quién? No es que el estado de la ciudad sea desconocido para los clanes. ¿No marcharon Kisada y Sezaru hacia ella para destruir a los Portavoces de Sangre? Nadie cree que la maldad de la ciudad simplemente se evaporara con su muerte. No es que nadie lo sepa, Campeón de Jade. Es que a nadie le importa.”

“A mí me importa,” dijo Sekawa. Alzó la voz de repente. “Estoy avergonzado por tus acciones, Yotsu Seou. Tú y tu gente habéis defendido a los ciudadanos más débiles del Emperador de una oscuridad que ni siquiera podéis ver, y mucho menos comprender. Habéis arriesgado vuestras vidas contra un enemigo que no puede ser derrotado, y habéis hecho eso sin esperanza de éxito simplemente porque nadie más lo haría.” Miró a los ojos de ella.

“Habéis hecho aquello que yo debería haber hecho hace mucho tiempo, y te pido perdón por mi fallo.” Se inclinó profundamente ante la ronin.

Los ojos de Seou se ensancharon por el gesto, y apresuradamente lo devolvió. “No busco restitución,” insistió. “Ese no es nuestro propósito.”

“No los buscáis,” dijo Sekawa, pero lo tendréis de todos modos. Hablaré con mi dama Doji Domotai, y procuraré que a tu gente se le otorgue tierras en las provincias Grulla. Desde ahí, si lo deseáis, podéis continuar vuestra misión en cualquier forma que creáis conveniente.”

“Domotai-sama estará de acuerdo,” dijo Reju. “Es demasiado parecida a su padre como para no estarlo.”

“Kurohito-sama,” dijo Seou. “Un gran hombre. Un verdadero guerrero y samurai, hasta el final.”

“Todo esto lo arreglaré para vosotros sin ninguna condición,” dijo Sekawa. “No hay compromisos atados a mi oferta. Aun así, ¿sería muy arrogante pedirte un favor...”

“Os conduciré a la ciudad,” dijo ella. “Iremos juntos.”

“Sí,” dijo Sekawa. “Juntos.”

 

           

En las profundidades de Otosan Uchi


            La criatura que una vez había sido Chochu dobló sus manos en las mangas de su vestido. No era un auténtico vestido, por supuesto, no más de lo que Chochu era una auténtica humana. Simplemente era otro hábito que había persistido de los días en que era mortal, y parecía tranquilizar a sus vasallos. “Parece que mis enemigos han cerrado filas contra mí,” dijo a la oscuridad.

“Tu camino ha sido elegido,” contestó una voz. “Te alejaste del Dragón de la Sombra. Tú y los tuyos elegisteis otra senda en búsqueda de poder. Tu ambición ha deshecho todo lo que deseabais.”

“Eso está por ver,” dijo Chochu. “Nuestra meta aún no está fuera de alcance.”

“Habéis fallado en coger a la chica,” prosiguió la voz, al parecer sin importarle la objeción de Chochu. “No podéis enfrentaros a Satsu. Vuestro único objetivo viable es el Dragón de la Sombra, y lo teméis demasiado como para intentar robar aquello que deseáis.”

“No temo al Dragón de la Sombra,” respondió Chochu. “Respeto lo que ha logrado y deseo lo mismo para los Ninube.”

“La divinidad no puede alcanzarse tan fácilmente,” dijo la voz. “Se ha hecho anteriormente, y las consecuencias son siempre terribles.”

“Consumir el poder de un ser divino requiere que adoptemos sus responsabilidades y restricciones,” dijo Chochu. “¿Pero consumir la divinidad infundida dentro de un mortal? Una perspectiva mucho menos problemática.”

“Te engañas a ti misma.”

“No,” dijo Chochu. “Mis enemigos vienen a por mí, pero los Ninube los harán retroceder. Y cuando lo hayamos hecho, cogeremos a la reencarnación de Shinjo y el alma de Togashi, y beberemos su poder como si fuera vino. Sus identidades y poder fluirán por nosotros como la vida por las sombras, y reinaremos supremos en Ningen-do allí donde el Dragón de las Sombras fracasó en hacerlo en el Reino del Destino Frustrado.”

“Ya veremos,” respondió la voz.


CONCLUIRÁ