Sangre y Honor

Live-Action Roleplaying

 

por Rich Wulf y Shawn Carman

 

Traducción de Mori Saiskei

 

 

 

Shiba Kanshiro creía que había una Fortuna del Destino, y que ella conspiraba para hacerle la vida más difícil.

Kanshiro salió de las habitaciones de su Señor Juro, luchando por mantener fuera de su cara la ira y la frustración que sentía. Kanshiro creyó ver a un guardia riéndose de él mientras cerraba la puerta, pero cuando miró directamente al guardia, este educadamente miraba hacia otro lado. ¿Qué pasaba en este sitio? ¿Por qué parecía que todo el mundo hacía todo lo posible para poner las cosas más difíciles? Kanshiro se ajustó sus dos espadas que tenía bajo su obi y salió con toda la dignidad que pudo reunir. En silencio aguantó su cólera mientras iba de vuelta a los jardines, planeando cual sería su siguiente acción.

El Shogun no era un hombre conocido por gozar de los lujos mundanos, pero era un astuto político que reconocía que había muchos que si lo hacían. La mayoría de daban cuenta que Seppun Juro era más importante por ser el karo del Shogun que por ser el gobernador de la Ciudad del Tratado Honrado. El palacio del Emperador servía de sitio para entretener a aquellos que deseaban hablar con el Shogun, manteniéndoles confortablemente entretenidos y lejos de las operaciones estratégicas en el cercano Shiro Henka. Estos jardines, igual que este palacio, no estaban diseñados para el Shogun, sino para sus invitados. Senderos de piedra sutilmente curvos se adentraban por entre delicados árboles, arbustos esculpidos con formas maravillosamente naturales, y un brillante exceso de bellas flores. A Kanshiro le gustaba este lugar, y había pasado mucho tiempo aquí desde su llegada. Aun así, la belleza de los jardines solo mitigó un poco su ira.

“Kanshiro-san,” dijo una delicada voz a su derecha. “¿Parece que las cosas no te fueron bien?”

Miró hacia donde provenía la voz. Una mujer vestida con túnicas de seda roja estaba arrodillada junto a la entrada del patio. Le miraba por encima de su libro, ojos negros rodeados por una máscara de terciopelo rojo a la manera habitual de los miembros del Clan Escorpión. La educación de Kanshiro le gritaba que no confiase en un Escorpión, pero durante el tiempo que llevaba en el palacio del gobernador se había vuelto muy amigo de Soshi Kaoru. Su corazón le decía que ella no era como los demás Escorpión, aunque su mente le decía que muy posiblemente eso era lo que ella quería que pensase. En cualquier caso, él no tenía secretos, por lo que no vio ningún mal en contarla todo, incluso si sus motivos fuesen impuros.

“El karo del Shogun está poniendo dificultades,” suspiró Kanshiro. “Le he contado la situación que hay en mi pueblo, como los ataques de los bandidos son cada vez más frecuentes y más organizados, y casi parecía divertirse. Parecía como si creyese que los ataques eran culpa nuestra, como si mi familia no hubiese podido proteger nuestro hogar... ha rehusado enviar tropas para ayudarnos.”

Kaoru frunció el ceño compasivamente. Se levantó, cerrando su libro y metiéndolo dentro de su obi. “Juro se ha vuelto corrupto por el puesto que ostenta,” le susurró. “Con el Shogun ocupado manteniendo la paz en el sur, su palabra aquí es absoluta. Si los rumores son ciertos, es fácilmente distraído por los placeres mundanos. He oído que muchos como tú han encontrado más éxito en mantener su concentración en asuntos importantes otorgándole ciertos regalos.”

Los ojos de Kanshiro se abrieron de par en par. Miró a su alrededor para ver si Kaoru había hablado mientras otros invitados estaban cerca. Por supuesto que no había sido así. “¿Sobornos?” Kanshiro siseó, enfadado. “¡Esa no es conducta propia de un samurai, especialmente de un samurai que sirve directamente al Shogun!”

Kaoru estudió a Kanshiro por un momento, como sopesando la sinceridad de sus palabras. Sonrió amablemente. “Eres un buen hombre, Kanshiro,” dijo con algo de tristeza. “Un hombre honorable. Algunos días temo que quedan muy pocos como tu en Rokugan.” Pasó junto a él por el camino del jardín, andando lo suficientemente lento como para que él la siguiese si quería.

“¿Algún problema, Kaoru-chan?” La preguntó, caminando junto a ella.

“Un asunto de familia,” contestó ella. “Tu tienes tus problemas, Kanshiro-san. No me gustaría importunarte.”

“Mi propia misión aquí parece inútil,” contestó Kanshiro. “Si hay algo en lo que pueda ayudarte, es mi deber como samurai hacerlo.”

Kaoru le miró por encima del hombro. “No todos los samuráis serían tan generosos con una Escorpión.”

“Desde que llegué aquí, eres la única que me ha mostrado afecto y cortesía,” contestó Kanshiro. “No te devolveré desconfianza.”

La cara de Kaoru se enrojeció un poco por su sorpresa. Asintió a Kanshiro, agradeciéndole su afecto. “Es mi primo, Yoshino,” contestó. “La Dama Uidori nos envió a los dos aquí para presentar un regalo de nuestra familia, una flor de cristal esculpida por el legendario escultor Ashalan. Llevamos dos semanas aquí. Yoshino dice que es su responsabilidad permanecer aquí hasta que vuelva el Shogun para recoger su regalo, pero eso no es verdad.”

“¿Si?” Contestó Kanshiro. Había visto una o dos veces al primo de Kaoru desde que había llegado. Parecía un joven guerrero brusco, arrogante e impaciente.

Kaoru miró a su alrededor con cuidado, y luego miró a Kanshiro. “Yoshino está teniendo una aventura con Seppun Isa, la hija del Señor Juro. Es por ella por lo que pone excusas para quedarse.”

“Pero la hija del karo está prometida a Mirumoto Aichi,” contestó Kanshiro, “un oficial de la guardia del Shogun, que va a llegar hoy mismo al castillo.” Kanshiro no se había esperado un problema de esta magnitud – casi se arrepintió de haberla ofrecido desinteresadamente su ayuda.

“Ahora comprendes mis problemas,” contestó Kaoru. “El clan de Aichi, el Dragón, y mi clan están aliados. Si este vergonzoso asunto fuese conocido, no solo dañaría mucho la reputación del Escorpión ante el Shogun, sino que también se resentiría nuestra alianza con el Clan Dragón.”

“No sé como podría ayudarte,” contestó Kanshiro, “pero lo he prometido, Kaoru-chan.”

“Arigato, Kanshiro-san,” dijo agradecida Kaoru. “Solo te pido que tengas cuidado de no hablar de este asunto. Incluso si lo escuchase un mero sirviente, e informase a los Mirumoto...”

Una repentina conmoción tras ellos les llamó la atención. Una docena de samuráis en las fieras armaduras del Shogun se extendieron por el jardín, colocándose en cada salida. Algunos llevaron a los invitados hasta un área sin árboles, que miraban a los guardias y entre si con confusión e irritados. Una delgada mujer con un hinchado kimono verde llegó al centro del jardín. La imagen de un tatuaje de serpiente se retorcía por su afeitada cabeza, y ella miró a los reunidos calculadoramente.

“Invitados de la Ciudad del Tratado Honrado,” dijo. “Soy Kitsuki Temko, agente del Shogun. En nombre del Emperador, ninguno de vosotros podrá abandonar este castillo, y si alguno quisiera salir estos jardines, lo hará en compañía de mis guardias. Y así será hasta que se resuelva el asesinato del Señor Juro.”

 

 

Kanshiro fue al primero al que cogieron, y le sentaron en una pequeña sala mientras unos magistrados le interrogaban. Kitsuki Temko le estudió con frialdad, andando lentamente en círculos alrededor del joven Fénix. La familia Kitsuki era conocida por sus incansables investigadores. Una vez que olfateaban un misterio no dejaban de perseguirlo hasta que desenterraban la verdad. Kanshiro sabía que era inocente, pero a pesar de eso no pudo evitar sentirse intimidado bajo el escrutinio de Temko, como si ella pudiese revelar una pista que sugiriese que él era de hecho el asesino de una manera tan tortuosa que incluso se había engañado a si mismo.

Kanshiro intentó no pensar en que Temko era del Clan Dragón, y a los Dragón no les caían especialmente bien los miembros de su clan, el Fénix. Seguramente una magistrado Kitsuki sería lo suficientemente honorable como para no abusar de su puesto para hacer política mezquina, y solo desearía la verdad.

“Confiesa ahora, Kanshiro,” dijo Temko mientras andaba a su alrededor. “No aumentes la vergüenza de tus acciones con mentiras.”

“Yo no he matado al Señor Juro,” contestó Kanshiro, algo indignado. Sus manos se cerraron en puños. Uno de los guardias de Temko puso su mano, significativamente,  sobre su katana.

Temko dejó de andar, y se volvió a mirarle una vez más. Aunque parecía joven desde lejos, Kanshiro podía ver que la cara de la magistrado era un mapa de delgadas líneas y elegantes arrugas. Esta era una mujer experimentada en separar la verdad de la ficción, bien versada en llegar al corazón de los asuntos. Y no le tenía miedo. “Fuiste el último en verle,” dijo ella. “Ya sé que discutiste con él, que estabas enfadado por su negativa a mandar ayuda a tu aldea.”

“¿Por qué le iba a matar?” Preguntó Kanshiro. “¿De qué le serviría eso a mi aldea, asesinar al único hombre que podría ayudarnos?”

Temko se encogió de hombros. “Un crimen de pasión,” dijo. “Jóvenes como tú son dados a actos impulsivos.”

Kanshiro fue a coger su espada. Los guardias dieron un rápido paso hacia delante, pero Temko no se inmutó. De hecho, levantó una mano, haciéndoles una seña para que no atacasen. Kanshiro sacó la espada de su obi, aún envainada en su saya, y se la entregó con ambas manos. Un grueso cordón de seda ataba la espada a la saya, en un complejo nudo.

“El día que llegué a la Ciudad del Tratado Honrado, recé a las Fortunas en el templo de Benten,” dijo Kanshiro. “Juré a Mio, el maestro del Templo, que mi espada no volvería a ser desenvainada hasta que no fuese desenvainada en el nombre de la justicia – un juramento de paz esperando que los dioses protegiesen mi aldea mientras yo estaba fuera. Mio ató este nudo de paz con sus propias manos mientras me bendecía. No ha sido deshecho desde entonces – no he podido usar este arma para matar al Señor Juro.”

“Te creo, Kanshiro,” contestó ella. “Creo que no eres el responsable de este crimen.”

Kanshiro sintió como si un gran peso hubiese sido quitado de sus hombros. Se inclinó ante Temko desde donde estaba sentado y volvió a meter la espada en su obi.

“Aunque no es lo que dices, sino la sinceridad con que lo dices lo que me hace creerlo,” continuó ella. “Después de todo, el Fénix es un clan de estudiosos. Si alguien como tú quisiese aprender los complejos nudos de paz de la Hermandad, no dudo que serías capaz de hacerlo. Juro fue envenenado, le clavaron un dardo recubierto de una poderosa variedad de Leche Nocturna, no fue asesinado con una espada.”

“¿Veneno?” Contestó Kanshiro.

“Fue el que creyeses que Juro fue asesinado con una espada lo que me hizo creerte,” siguió Temko. “Juro era un hombre mayor, pero seguía siendo un guerrero, elegido por Toturi I para gobernar esta ciudad. ¿Si hubiese sido atacado en plena luz del día, no hubiese gritado? ¿No se hubiese defendido? No es fácil que te hubiese herido, pero ¿habrías salido con humildad de sus habitaciones sin una sola gota de sangre en tu kimono?”

Kanshiro pareció algo avergonzado. “Su... supongo que no, Temko-sama,” dijo.

“Exactamente, Kanshiro-san,” contestó Temko. “No eres un asesino. No tienes tanta astucia. Además, sospecho que nunca has estado en un combate, ni siquiera contra los temibles bandidos que amenazan tu hogar.” La cara de Kanshiro se enrojeció aún más. “Si, conozco el peligro que asola a tu aldea. Te conocía bastante bien incluso antes de vernos, Kanshiro-san. Esa es la senda de los Kitsuki.”

“Tenéis razón,” dijo Kanshiro. “Pasé el gempukku hace solo tres meses, y nunca he estado en un combate real. Aunque mi sensei cree que soy un excelente espadachín, mi padre cree que aún no estoy preparado.”

“Haciendo que fuese la elección perfecta para una misión diplomática,” dijo Temko. “Manda al guerrero con menos experiencia en una misión condenada al fracaso para conseguir ayuda. Así ocupado, no molestará a los verdaderos samuráis.”

Kanshiro frunció el ceño a Temko. “Vigila tu lengua, Dragón,” dijo sin pensar. “Soy un verdadero samurai del Clan Fénix. SI vuelves a insultar mi honor, te lo demostraré.”

Los guardias volvieron a coger sus espadas, pero Temko siguió mirándole plácidamente. “Excelente,” dijo ella.

Kanshiro parpadeó, confundido.

“Aparte de mis guardias personales, eres el único en el castillo del que estoy segura que es inocente,” contestó ella. Pero la inocencia y la integridad son cosas distintas. Te superamos en número, no tienes experiencia, no tienes ni idea de lo que soy capaz... pero cuando te puse a prueba, estabas dispuesto a defender tu honor. Eres un digno hijo del Clan Fénix, Shiba Kanshiro. Creo que me puedes ayudar en mi investigación.”

“¿Ayudaros?” Preguntó Kanshiro, apartando la mano de su espada, sorprendido.

“El que mató al karo del Shogun ha tapado bien el rastro,” dijo Temko. “Me han entrenado para analizar la evidencia y los testimonios, pero el asesino sabrá esto... y buscará enmarañar mi investigación. Tu, por otro lado, no eres nadie.” Le miró con una sonrisa. “No es una ofensa... pero eres un Fénix en tierras Fénix, un joven samurai de una aldea sin importancia política. Eres invisible a los ojos de muchos de los que hay aquí. Puedes ir a donde yo no puedo, ver lo que yo no. Podrás escuchar respuestas que yo me perdería. Invisible, honesto, digno de confianza, eres mi aliado perfecto. ¿Me ayudarás, Kanshiro?”

“Hai,” dijo sin dudarlo el joven Fénix.

 

 

Kanshiro se sintió privilegiado de poder participar en las investigaciones. Desafortunadamente también se sintió como pez fuera del agua. Sabía poco de venenos, asesinatos o subterfugios. Como Fénix, por supuesto, siempre estaba preparado para aprender.

Kanshiro descendió hasta la biblioteca del palacio, los ojos abiertos mientras miraba las incontables estanterías de libros y pergaminos que le rodeaban. Aunque Kanshiro era un guerrero, seguía siendo un Fénix, y por ello había permanecido mucho tiempo aquí desde que había llegado. El pensar en tantos conocimientos contenidos en un solo lugar le intrigaba. Se preguntó que misterios podrían esconderse entre las incontables páginas. La biblioteca llenaba los niveles inferiores del Palacio del Tratado Honrado. Eran un verdadero tesoro escondido de la ciudad. Ahora, volviéndola a mirar, había algo en ella que le preocupaba. No podía decir exactamente porque.

Una educada tos a su lado le hizo volver a la realidad. Un hombre mayor, que sostenía una pequeña lámpara, esperaba pacientemente que Kanshiro le prestase atención. Llevaba un buen kimono de shugenja, manchado de tinta y te. Era Seppun Kenzan, el maestro bibliotecario. Sonrió amablemente mientras Kanshiro se inclinaba.

“Saludos, Kenzan-sama,” dijo Kanshiro. “Me gustaría que me ayudaseis a encontrar un libro.”

“Por supuesto, Shiba-san,” dijo el viejo susurrando. “¿Qué libro?”

Kanshiro se detuvo, considerando que decir. Concluyó que la desnuda verdad era su mejor opción. “¿Tenéis algún libro sobre venenos?” Preguntó.

Los ojos del viejo bibliotecario se abrieron de par en par. Tras una larga pausa, suspiró profundamente. “Shiba-san, esto te podría meter en un buen lío,” dijo. Kanshiro abrió la boca para explicarlo, pero Kenzan continuó. “Si esa Kitsuki se entera de que estás investigando por tu parte el asesinato del Señor Juro, se enfadará mucho.”

Kanshiro parpadeó. “Estas son tierras Fénix,” contestó en vez de lo que iba a ver dicho. “Un Fénix debería resolver este problema.”

“Bien dicho, mi señor,” dijo el viejo bibliotecario con una orgullosa sonrisa. Se adentró en la biblioteca, haciendo un gesto a Kanshiro para que le siguiese. “Te sorprenderá saber que tenemos una extensa colección de libros sobre venenos,” comentó. “La mayoría han sido recientemente incorporados a la biblioteca desde que Shiro Henka se construyó junto a la ciudad. El Shogun creyó que sería bueno tener estos volúmenes a mano, para poder fabricar antídotos. La colección es secreta, sabes.” El viejo bibliotecario sonrió conspiratoriamente a Kanshiro. “Solo el Shogun y el fallecido gobernador conocían su existencia.”

“Me honra que compartáis este secreto conmigo,” contestó Kanshiro.

Un grito de pánico surgió del techo, seguido por el sonido de fuertes pisadas corriendo. Kenzan miró a Kanshiro con expresión preocupada.

“¿Qué parte del palacio está encima de nosotros?” Preguntó.

“Esta biblioteca se extiende bajo todo el palacio,” contestó, “el dojo de entrenamiento está sobre esta sección.”

“Volveré, Kenzan-sama,” dijo Kanshiro, inclinándose pidiendo perdón mientras se apresuraba a ir hacia las escaleras.

Kanshiro no tenía ni idea de lo que podía estar ocurriendo allí arriba, pero seguro que lo que había causado esa excitación no estaría mejorando la situación. Las puertas del dojo estaban abiertas, y cuando entró en el se encontró con un satisfecho guerrero de anchos hombros vestido con una brillante armadura verde enfrentándose a un hombre más pequeño vestido de seda roja, una máscara de ébano que mostraba un halcón cubriendo sus rasgos pero no consiguiendo esconder su creciente ira. Kanshiro reconoció a Soshi Yoshino. Solo podía suponer que el hombre de la armadura era Mirumoto Aichi. Un puñado de samuráis aparentemente bastante intimidados estaban detrás de ellos, a los que claramente se les había ordenado ejercer de testigos mientras estaban con su entrenamiento diario.

“¿Qué está pasando aquí?” Preguntó Kanshiro.

“El pequeño Escorpión me ha retado a un duelo,” contestó Aichi, sus ojos fijos sobre su oponente.

“Has avergonzado a Isa,” soltó Yoshino, su voz casi histérica. “No te la mereces.”

“No la deseo,” contestó Aichi. “Es de clase baja. Su madre era una campesina. No macharé la sangre de Mirumoto.”

“¡Si su padre es un samurai, ella es una samurai!” Gruñó Yoshino.

“Su padre no es nada,” contestó Aichi.

“¡Villano!” Gruñó Yoshino. “Estos insultos exigen sangre.” Agarró su espada.

“Un duelo a muerte es ilegal, Escorpión,” le advirtió Aichi. “Si desenvainas acero ante mi, la culpa de tu muerte recaerá sobre tu propia casa.”

Kanshiro rápidamente se interpuso entre los dos duelistas, volviéndose hacia el Escorpión. “Yoshino,” susurró. “No eres un espadachín. Aichi es un duelista experimentado. No tienes oportunidad alguna.”

“No me importa ganar o perder,” le susurró Yoshino, sus ojos muy intensos. “Ha insultado su honor.”

“Ganes o pierdas, tu clan sufrirá por tus acciones, Yoshino,” contestó Kanshiro. “¿Es así como quieres completar tu misión en este lugar?”

Yoshino se detuvo durante un largo momento al entrar, lentamente, en razón. “¿Qué hago?” Susurró. “Ahora no puedo dar marcha atrás ante el Dragón.”

“Nómbrame segundo tuyo,” dijo Kanshiro. “El Imperio apenas se dará cuenta de un duelo más entre Dragón y Fénix.”

El Escorpión asintió. Miró a Mirumoto Aichi. “Nombro al Shiba mi segundo,” dijo forzando su voz para que pareciese que estaba tranquilo.

Aichi asintió, mirando cuidadosamente a Kanshiro. “¿Primera sangre?” Preguntó.

El Fénix asintió. El Dragón pareció aliviado. Kanshiro se quitó su haori y lo tiró al suelo, dándose mayor libertad de movimiento. Los dos hombres empezaron a girar el uno alrededor del otro, mirándose cuidadosamente. Kanshiro dejó de pensar, adentrándose en las profundidades de su ser buscando la verdadera concentración del Vacío. Entonces todo fueron rápidos movimientos. Kanshiro fue a coger su espada, desenvainando y cortando el aire en un único movimiento, como su sensei le había enseñado. En la suave claridad del duelo, vio como la espada del Dragón salía primero de su saya. Vio la espada moverse hacia su cuerpo a una velocidad imposible, talento verdadero afilado por años de prácticas en los campos de batalla.

Ero en el último momento, la espada de Aichi se detuvo y Kanshiro sintió un limpio corte en la cadera del Mirumoto. Aichi hizo una mueca de dolor y casi cayó sobre una rodilla, pero no lo hizo. Kanshiro se dio cuenta, a través de la neblina producida por la adrenalina, que aunque lo había hecho bien, el Dragón era mejor espadachín.

Aichi le había dejado ganar.

“Enhorabuena, Kanshiro-san, Yoshino-san,” dijo. “El honor de Seppun Isa está intacto. Pido perdón si mis comentarios la han avergonzado. Buenos días, señores.”

Con eso, Mirumoto Aichi se volvió y abandonó el dojo.

Kanshiro solo se sintió más confundido que nunca.

 

 

Kanshiro esperaba pacientemente entre las sombras de la biblioteca, intentando ver algún movimiento, algún sonido que anunciase a la que estaba esperando. Cuando ella apareció, fue en un silencio total. Soshi Kaoru simplemente salió de la oscuridad y le sonrió por detrás de su máscara. Kanshiro dio un respingo, pero no de sorpresa. A los Escorpión les enseñaban a moverse en silencio y con precisión; consideró como un halago que ella le hubiese permitido detectarla antes de acercarse más.

“Gracias por lo que has hecho por mi hermano,” dijo ella en voz baja. “Aunque Aichi abandonó a Isa, no podía permitir escuchar como la maltrataban de esa manera.”

“¿Te contó lo que ocurrió?” Preguntó Kanshiro, sorprendido.

Kaoru solo sonrió. “Soy adepta en descubrir secretos,” dijo ella. “¿Me imagino que será por eso por lo que me has pedido ayuda?”

Kanshiro asintió. “Eres la única, aparte de mi, que sé que no estaba en la habitación del gobernador después de que yo me fui,” dijo. “Eres la única en que puedo confiar.”

La sorpresa apareció en los delicados rasgos de Kaoru. “No es muy habitual que un Escorpión escuche esas palabras,” respondió Kaoru. “Kanshiro, creo que confías en las personas con demasiada facilidad.”

“¿Lo hago?” Contestó Kanshiro. “No soy un estúpido, Kaoru. Sé que me estabas utilizando.”

“¿Usándote?” Contestó Kaoru, con algo de enfado en su voz. “¿Por qué lo dices? ¿Cómo te utilicé, Kanshiro?”

“De todos los que había en la corte de la Ciudad del Tratado Honrado, yo era el único que no te era útil políticamente, que no te ofrecía nada. Por ello, era el único con el que te podías relajar. Conmigo no tenías porque ser una Escorpión.” Sonrió. Así es como me utilizaste, Kaoru. Y es por eso por lo que confío en ti.”

Le miró desconcertadamente durante un rato, y luego una pequeña risita se escapó de sus labios. “Eres un hombre extraño, Shiba Kanshiro,” dijo ella. “Por mi parte, espero no traicionar la fe que has puesto en mi. ¿Para que me has llamado?”

“Esta biblioteca contenía los textos secretos más valorados por Seppun Juro, incluyendo una colección de textos avanzados sobre la fabricación de venenos,” contestó Kanshiro. “La biblioteca está atendida solo por un único bibliotecario Seppun.”

“Ha,” contestó Kaoru resoplando despectivamente. “Estas baldas están muy limpias.”

Kanshiro sonrió. “Estaba pensando en lo mismo,” contestó. “Además, el que asesinó a Juro escapó sin ser visto. Esta biblioteca se extiende bajo todo el palacio.”

“¿Esperas encontrar algún tipo de pasadizo secreto?” Preguntó ella.

Kanshiro asintió. “He oído que la magia Escorpión es extraordinaria para encontrar ese tipo de cosas.”

“Así es,” contestó Kaoru, sacando un pergamino de su bolsa y estudiándolo cuidadosamente. “Te ayudaré con gusto. Aunque confieso que me pregunté si quizás tendrías otros motivos para quedar conmigo a solas en esta sala de la biblioteca.”

Kanshiro parpadeó.

“Supongo que ahora nunca lo sabrás,” dijo ella con una sonrisita, yendo hacia las sombras mientras empezaba a susurrar palabras mágicas.

 

 

Kanshiro corría tan rápido como podía, saltando sobre piedras cubiertas de nieve y esquivando árboles. Delante suyo, en el camino, podía ver una delgada figura corriendo deprisa. El joven Fénix siguió con tozuda determinación, ignorando el amargo frío que se metía por su delgado kimono. A lo mejor otro hombre habría abandonado, suponiendo que el asesino se había enfrentado a la justicia. Para un hombre a pie en medio del invierno no había razonable escapatoria de la Ciudad del Tratado Honrado. Al escapar hacia el bosque, sin duda alguna su presa se había condenado a si mismo. Kanshiro no estaba preparado para dejar escapar tan fácilmente al asesino.

Pero al salir de entre los árboles a una abierta llanura se preguntó si no había cometido un error. Algo afilado se clavó en su hombro. Un corto dardo de metal sobresalía de su brazo. Su mano izquierda agarró con fuerza la herida. Un ardiente dolor atravesó su cuerpo, haciendo que se pusiese de rodillas. Pudo escuchar el sonido de sandalias aplastando la nieve.

“Ella me avisó...” susurró Kanshiro, cayendo hacia delante y apoyándose con su mano derecha.

“Deberías haber escuchado,” contestó el asesino.

“Ella me avisó...” repitió él. “Que el antídoto... haría que me doliese más.” Kanshiro apartó de si el dolor y miró a su atacante. El campesino palideció al notar el grueso apósito que el Fénix tenía sobre su herida. Kanshiro se puso en pie y desenvainó su espada. “Ríndete en el nombre del Emperador,” gruñó.

“Ambos sabemos que no habrá justicia para mi,” dijo el hombre, sacando un cuchillo de su cinturón.

“No me obligues a matarte, Genjo,” le avisó Kanshiro. Tras ellos, el sonido de gritos y de pisadas de caballo se acercaba.

El sirviente se detuvo un momento, considerando las opciones que tenía. Entonces, con un grito de derrota, corrió hacia el Shiba con el cuchillo levantado. Un solo corte de su katana, y se había acabado. Genjo cayó muerto sobre la nieve. Kanshiro se apoyó, cojeando, en un árbol, el veneno quitándole la fuerza. Los Magistrados Esmeraldas entraron galopando en el claro. Kitsuki Temko iba la primera, junto a Mirumoto Aichi, Soshi Yoshino, y Soshi Kaoru justo detrás de su hermano.

“Kanshiro-san,” dijo Temko, mirándole alarmada mientras descabalgaba. “¡Estás herido! ¿Te han envenenado?”

“Si,” dijo él entrecortadamente, “pero estaré bien. Los Fénix tenemos una forma de elevarnos de las cenizas.” Kaoru le miró mientras corría junto a él, susurrando un hechizo que le sacaría el veneno que tenía aún dentro.

Temko levantó una ceja. “Tu sentido del humor, al menos, parece gravemente herido,” miró al cuerpo del sirviente muerto. “Explícalo.”

Kanshiro asintió. “Ese es vuestro asesino,” contestó. “El hermano mayor de Isa, Genjo.”

“¿Su hermano?” Preguntó Kaoru.

“Pregúntale a Aichi,” contestó Kanshiro. “Él lo sabe.”

Todos los ojos se volvieron hacia el Dragón. Este fruncía el ceño mientras miraba al cadáver. “Seppun Isa no es una verdadera samurai,” contestó. “Sus padres eran campesinos. Juro no tenía hijos. Llegó... a un acuerdo con sus sirvientes para adoptar a una de sus hijas, darla una vida mejor, Al final, el honor de Juro no le permitió seguir con el engaño. Me hizo llamar para contarme la verdad en persona.”

“Y Genjo actuó para detener a Juro,” terminó Temko. “Para que su hermana pudiese tener la esperanza de una vida mejor.”

“No consigo comprender una cosa,” dijo Kaoru. “Si Juro fue asesinado antes de que llegase Aichi, ¿cómo sabe este la verdad de los orígenes de Isa?”

“Isa me lo dijo,” contestó Aichi en voz baja. “Admito que reaccioné estúpidamente cuando escuché la verdad. Ella es una mujer honorable, y agradezco a Kanshiro que no me permitiese mancillar su honor. Mantendré mi promesa para con ella, campesina o no.”

“Trátala bien, Dragón,” dijo Soshi Yoshino. “Yo estaré vigilando.”

Aichi miró con cautela al Escorpión, pero asintió.

“Un final inesperado, pero aceptable,” dijo Temko mirando al cadáver con decisión.

“Me alegra haberlo podido proporcionar, Temko-sama,” contestó Kanshiro.

“¿Supongo que una vez que hayas descansado volverás a tu aldea?” Dijo la magistrado, estudiándole con calma.

“Hai,” contestó Kanshiro.

“La Leche Nocturna puede ser un veneno traicionero,” contestó ella. “Creo que es mejor que no vuelvas solo a tu casa. Mandaré una legión de Magistrados Esmeralda para que te escolten.” Se detuvo y reconsideró lo que acababa de decir. “¿Creo que mencionaste que había también un problema con unos bandidos? Supongo que ya que estaremos por allí, nos podremos ocupar de ellos también. Un favor por un favor, ¿neh?”

Kanshiro la miró, asombrado. “No sé lo que he hecho para recibir tal recompensa, sama,” dijo con rapidez.

“Es precisamente por eso por lo que te la mereces,” dijo secamente Temko, volviendo a su caballo.

“Bien hecho, Kanshiro-san,” dijo Kaoru, su mano apretándole el brazo.

Él la sonrió. “No lo hubiese podido hacer sin ti,” contestó. “Solo deseo que pudieses volver conmigo y ver mi pueblo.”

Ella se encogió de hombros. “Mis papeles de viaje duran tres semanas más,” contestó ella con una sonrisa. “Es posible que te acompañe, si es que quieres que vaya. Aunque mis superiores pensarán que he pasado demasiado tiempo en tierras Fénix si se enteran que rescaté a alguien sin pensar en la recompensa.”

“Tonterías,” contestó Kanshiro. “Tu clan comercia con favores, eso lo sabe todo el mundo. Tu simplemente estás acumulando mi deuda.”

“Ahora empiezas a pensar como un Escorpión,” dijo Kaoru, llevándole de vuelta a los caballos.