Sin Descanso

 

por Brian Yoon

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

Ya habían pasado semanas desde la retirada, pero Horiuchi Nobane podía recordar cada momento, como si aún estuviese en esa infernal marcha. Las fuerzas Rokuganí huyeron de las ruinas de Shiro Kuni, dejando detrás de ellos sus ruinas en llamas. La retirada fue dolorosamente lenta. Los guerreros que iban detrás, formando la retaguardia, luchaban por alcanzar al resto de la procesión, mientras los demonios les perseguían con hambre. Durante treinta tensos minutos, pareció como si la retaguardia perecería bajo el peso de las fuerzas de los Destructores que les seguían. Guerreros Cangrejo murieron por docenas mientras luchaban por mantener al enemigo lejos. Nobane y sus fuerzas Unicornio vieron la peligrosa situación y les salvaron atacando a los demonios por su propia retaguardia.

Pero la intervención no redujo la batalla. Había sido algo muy ajustado, ya que los rápidos demonios que seguían a las fuerzas Unicornio alcanzaron la lenta retaguardia. La consiguiente batalla casi volvió a empezar otra vez todo el proceso, ya que el cuerpo principal del ejército de los Destructores perseguía a esas fuerzas. Había sido la peor batalla de su vida, y Nobane tenía el mal presentimiento que la situación se repetiría una y otra vez durante el curso de la guerra.

Observó los restos de la coalición Unicornio, Cangrejo y Fénix que había estado apostada en la fortaleza Kuni. El asedio y la posterior retirada habían hecho estragos en sus números, y los guerreros restantes estaban heridos y apenas tenían salud para luchar más. Su actual hogar en tierras Grulla era un buen descanso de sus experiencias de los últimos meses, pero Nobane se preguntó si la momentánea paz sería suficiente para las filas. Habían luchado valerosamente y sin protestar, y sabía que continuarían haciéndolo siempre que les pidiese cargar en batalla. Pero sabía que incluso los guerreros tenían sus límites, y habían estado al borde del peligro durante demasiado tiempo.

Un leve resoplido le trajo de vuelta a la situación, y miró al caballo de guerra que ante él. Acarició el cuello de Lobai y le guió de vuelta a los establos. El jefe de cuadra Utaku se inclinó levemente ante el comandante, pero sus preocupados ojos permanecieron fijos en el caballo de guerra.

“¿Qué aspecto tiene, Danno-san?” Preguntó Nobane.

Incluso al contestar, los ojos del jefe de cuadra nunca dejaron de mirar al caballo. “Le habéis hecho trabajar mucho, más allá de sus límites,” contestó. Nobane pudo escuchar la desaprobación de su voz. “Se recuperará si se le da tiempo para descansar, pero el empujarle más podría dañarle permanentemente.”

Nobane frunció el ceño. “Sabía que le estaba pidiendo mucho a Lobai, pero las circunstancias—”

Danno interrumpió a Nobane agitando levemente la cabeza. “Quizás no me he expresado bien. Le montasteis hasta dejarle a centímetros de su muerte. No podrá llevar a nadie a una batalla sin al menos dos semanas de descanso. Vuestras acciones fueron irresponsables y peligrosas, Nobane-sama.”

Nobane se inclinó. “Ya veo. Le dejo en tus capaces manos. Cuídale bien, por favor.”

“Cuido bien a todos los caballos, sea cual sea el rango de su jinete,” dijo distraídamente Danno. Se alejó de Nobane sin hablar más, y el comandante pudo escuchar como el hombre murmuraba al oído de Lobai. Nobane sonrió y se dio la vuelta. Hida Demopen estaba detrás y no sabía cuanto tiempo llevaba esperando.

“Nobane-sama,” dijo el Cangrejo, “ahora nos vamos a reunir en el… palacio. Debemos decidir nuestro próximo movimiento, y vuestras ideas sobre el asunto serán muy bienvenidas.” Demopen puso una mueca mientras señalaba a la mansión Grulla que tenía detrás. Nobane miró el edificio; la luz del sol se reflejaba en sus bellos muros en la cima de la colina. El efecto era pintoresco.

“Por supuesto,” dijo Nobane. Ambos subieron la colina, pasando junto a muchos centinelas Grulla y lanceros Fénix que guardaban el camino. Demopen estuvo en silencio todo el rato. Nobane apenas le conocía, y no sabía si Demopen era callado o si el silencio era personal.

“¿Le conocías bien?” Preguntó Nobane.

Demopen asintió. “acababa de pasar mi gempukku cuando se unió a nuestro Clan,” dijo. “Era buen amigo de muchos de sus alumnos. Oficialmente nunca entrené con él, pero asistí a sus sesiones y ayudé todas las veces que pude. Era un buen hombre.”

“Era un buen hombre,” repitió Nobane, “y sus acciones pueden haber salvado siglos de conocimientos de perderse para siempre. Se le echará de menos.”

“Otoya-sama sirvió al Clan hasta su muerte,” contestó Demopen, “y se le recordará como a un héroe. Ningún Cangrejo puede pedir más.”

 

 

La conversación fluía espontáneamente por la sala mientras ella se giraba y recibía los informes del mensajero. Desenrolló el pergamino y rápidamente leyó su contenido. Al darse cuenta de lo que decía el pergamino, sus ojos se agrandaron y leyó minuciosamente la nota. Palideció al darse cuenta de su importancia.

“Hay un problema,” dijo Matsu Fumiyo en voz alta, sobre la enrevesada discusión del comandante de la tercera legión sobre la moral de sus tropas.

Los comandantes continuaron su conversación sin considerar su interrupción. Ikoma Hagio levantó la palma de su mano, e inmediatamente cesaron todas las conversaciones.

“¿Qué quieres decir, Fumiyo-chan?” preguntó el daimyo. Todos los ojos se volvieron hacia la joven Matsu.

“Puse a Matsu Youko en la retaguardia para vigilar nuestro convoy de suministros,” dijo Fumiyo. “Somos un ejército que se mueve despacio, pero nuestros carromatos de suministros se mueven aún más despacio. No me esperaba mucha resistencia, considerando que el Ejército de Fuego está muy al norte de nuestra actual posición, pero…”

Hagio frunció el ceño. “Los carromatos de suministros fueron asediados por el enemigo,” dijo.

“¿Cómo?” Preguntó el comandante Akodo. “Nuestros aliados Dragón y Fénix tienen contenida la situación en el norte. Habríamos escuchado algo si hubiesen atravesado las líneas en número suficiente como para poner en apuros a guerreros León.”

“Parece que es la plaga,” dijo desalentadoramente Fumiyo. El silencio llenó la sala al comprender todos la situación. Se recordaba bien el caos de la Lluvia de Sangre, y los comandantes no deseaban su regreso.

“La plaga lleva asolándonos meses, sin detenerse,” dijo Hagio. “He leído los informes antes de irme de Kyuden Ikoma. Hemos quemado todos los restos que hemos encontrado, pero faltan miles de víctimas. Si la plaga está reanimando a todos ellos, tendremos un serio problema militar ante nosotros.”

“La situación es peor,” continuo Fumiyo. “Los exploradores que tengo en el sur me han dicho que nos esperan cerca de las tierras Escorpión una gran fuerza de zombis surgidos de la plaga. Si seguimos hacia delante, la batalla es inevitable.”

“Y está claro que el Clan Escorpión no puede ocuparse de sus propios problemas,” dijo en voz alta Hagio. Una oleada de risas irónicas viajó por la tienda de campaña.

“Es obvio como debemos proceder,” proclamó el Akodo. “Debemos ralentizar nuestro ritmo actual y regresar a proteger nuestros suministros. Ningún ejército puede marchar con el estómago vacío, y no podemos pedir a nuestras tropas que continúen hacia el sur sin sus suministros.”

“¿Crees que debemos detener completamente nuestro avance?” Preguntó Hagio.

“¿Qué otra elección tenemos?” Contestó. “Debemos destruir a los zombis o arriesgarnos a que nuestros esfuerzos por esta guerra sean considerablemente dañados. ¿Ha sido clara Matsu Youko sobre los números que tiene frente a ella?”

“No ha dicho nada, solo ha dicho que es una situación seria,” dijo Fumiyo.

“Entonces, en ausencia de números concretos, debemos asumir que una fuerza abrumadora debe enfrentarse al enemigo para aplastar sus esfuerzos. Su moral se verá destrozada por los soldados de élite León—”

Hagio resopló. “¿Moral? Estos son zombis, no bandidos. No podemos usar métodos convencionales contra ellos y esperar que tengan éxito.”

“Hagio-sama,” dijo Fumiyo, “las fuerzas Unicornio en el sur están esperando nuestra llegada. Íbamos a relevarles, y no debemos hacerles esperar.”

Hagio sonrió. “‘¿Debemos,’ Fumiyo-chan? Y tienes razón, por supuesto,” dijo Hagio. “El Shogun nos ordenó que nos dirigiésemos al frente sur y debemos darnos prisa. No queremos que nos estén esperando los Unicornio.”

“Entonces los suministros—” empezó a decir el Akodo.

“Cogeré algunos hombres y les destruiré,” dijo Hagio. “Fumiyo estará al mando hasta mi regreso. Tengo fé absoluta en que os liderará indemnes a través de las tierras Escorpión.”

Fumiyo deseó compartir su entusiasmo.

 

 

“Debemos regresar cuanto antes a tierras Cangrejo,” dijo sin preámbulos Hida Demopen.

Nobane miró a su alrededor. Estaba claro que otros muchos compartían sus reservas.

“Acabas de llegar aquí, Demopen-san,” dijo Doji Shikana. “La señora de este lugar extiende su invitación a todos vosotros. Sé que habéis servido en el frente contra esos monstruos. Sois bienvenidos para que descanséis todo el tiempo que necesitéis para recuperaros de vuestros esfuerzos.”

Demopen miró a su alrededor, a la decoración de la sala. Puso una mueca ante los tapices que mostraban el encuentro entre Doji y Kakita, y sus ojos se entretuvieron en las vasijas del siglo séptimo. “Si tu quieres, puedes relajarte en el lujo, pero mientras hablamos están muriendo guerreros Cangrejo. Yo no me puedo quedar ocioso.”

“El nuevo comandante Cangrejo parece no creer en la discreción,” murmuró Nobane a Yu Pan. Ella sonrió y agitó la cabeza.

“Puedes pedirle a un caballo que siga cabalgando más allá de su límite, hasta que la noble criatura cae a tus pies,” dijo en voz alta Yu Pan.

“Yu Pan-sama tiene razón,” dijo Shiba Rae. “Ningún hombre puede continuar luchando para siempre sin derrumbarse. Tus tropas pueden estar deseando volver a la batalla, pero es demasiado pronto. Dales tiempo para que se recuperen, o llevarás a tus hombres a sus tumbas.”

Demopen agitó la cabeza. “¿Quieres que descanse en tierras Grulla mientras los demonios se adentran en tierras Cangrejo? El hogar de mi infancia ha sido tomado por el enemigo. Mis señores y señoras, me pedís que haga lo imposible.” Escupió la palabra ‘descanse’ como si fuese una maldición.

Daidoji Yaichiro se adelantó y puso su yelmo sobre la mesa. “Te prometo que haremos todo lo que podamos, una vez que estéis listo para volver. Los Grulla estarán junto a vosotros, hermanos otra vez en el fragor de la batalla.”

Demopen no parecía convencido, pero antes de que siguiese con el asunto se abrieron las puertas con un gran estruendo. Un hombre vestido con rasgadas y buenas vestiduras entró trastabillando en la sala, ayudado por un guerrero Daidoji a cada lado. Le manaba sangre por la cabeza, de un corte en la frente, pero sus ojos parecían claros y concentrados. “¡Mis disculpas por interrumpir vuestra discusión, pero nos atacan!”

Nobane se puso en pie de un salto, como todos los demás bushi en la sala. Solo Yaichiro parecía tranquilo e impasible. “No escuché ninguna de las alarmas, gunso,” dijo en voz baja. “¿Que quieres decir?”

El Grulla inclinó la cabeza. “Los caminos hacia el norte están a rebosar de zombis,” dijo. “Estimamos que son varios cientos.”

“¿Se acercan a la mansión?” Preguntó Yu Pan.

“No, Yu Pan-sama,” contestó el gunso. “Parecen estar preocupados con algo en el norte.”

Yaichiro miró a uno de los guerreros que ayudaban al gunso y asintió. “Reúne las tropas. Debemos enfrentarnos al enemigo en el campo de batalla y acabar con ellos.” Se volvió hacia Hida Demopen. “Parece que tendrás tu batalla, Demopen-san.”

Demopen asintió levemente y rápidamente dejó la sala, antes de que nadie más pudiese hablar.

Shiba Rae miró a la espalda que se alejaba de Demoren y frunció el ceño. “¿Por qué debemos abandonar la seguridad de estos muros?” Preguntó. “Puede que no estén tan fortificados como un edificio Cangrejo, pero son lo suficientemente buenos como para repeler una fuerza de dementes.”

“Estamos esperando suministros provenientes de Mura Sabishii Toshi,” contestó Yaichiro. “Necesitamos destruir las criaturas o ellas detendrán los suministros y no nos llegarán.”

“Ya veo,” dijo Rae. “Me pregunto si es una coincidencia, o si alguna peligrosa fuerza controla a estas dementes criaturas.”

“En mi experiencia,” dijo Yaichiro, poniendo una mano bajo su yelmo, “siempre es mejor esperar lo peor.”

Con esas últimas palabras, los guerreros asintieron y empezaron a marcharse de la sala y correr a sus puestos. Nobane empezó a seguirles pero su superiora, Yu Pan, levantó la mano.

“Yo lideraré nuestra caballería, Nobane,” dijo. Mantuvo la voz baja, pero la autoridad resonaba clara en su tono. “Serviste bien en Shiro Kuni. Ahora es mi turno de cabalgar junto a nuestros guerreros.”

Nobane asintió. “Lo entiendo. Mi caballo necesita descansar antes de volver a cabalgar con él. Con vuestro permiso, me uniré a las fuerzas de infantería Cangrejo o Grulla.”

“No,” contestó Yu Pan.

“Yu Pan-sama—” empezó a decir Nobane.

“Lo que le dije al joven Cangrejo es doblemente cierto para ti, Nobane,” interrumpió Yu Pan. “Necesitas un descanso de las constantes batallas o no servirás para nada. No mando sobre ese descarado hombre, pero si mando sobre ti. Y permanecerás aquí.”

“Conozco mis límites, Yu Pan-sama,” protestó Nobane. “Puedo seguir luchando.”

“Quizás puedas luchar algunas batallas más sin caer exhausto,” contestó Yu Pan. “Pero es mi obligación como tu superior el conocer tus límites mejor de lo que tú los conoces. Y has llegado a tú límite, Nobane.” Se detuvo un instante. “No dejaré que uno de los últimos Horiuchi vivos que muera cuando el descansar hubiera preservado su vida,” añadió en voz baja, casi para si misma.

Yu Pan esperó su protesta, pero en su corazón Nobane sabía que tenía razón. Ella asintió y se fue cuando él no la respondió. Nobane se giro y notó que estaba solo en la decorada sala de guerra. Su alma de guerrero se sentía fuera de lugar entre estos refinamientos – y lo más importante, se le impedía ir al campo de batalla. Miró por la ventana y observó los lejanos establos. Durante un breve instante, se preguntó si Lobai se sentía con tantas ganas de unirse a la batalla como su jinete.