Sombras y Mentiras

 

por Nancy Sauer

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Bayushi Mamoru

 

 

Zakyo Toshi, Mes del Perro

 

La hora de Fu Leng comenzó cuando Shosuro Masanobi se dirigía a casa, dejando atrás la última de las fiestas de aquella noche. No tenía prisa, y aún así de algún modo su sandalia quedó atrapada en un guijarro irregular que sus ojos no habían visto y trastabilló varios pasos antes de recuperar el equilibrio. La mujer se detuvo y se frotó la frente fatigosamente. En la ciudad se la conocía como “Shosuro Hana”, una dramaturga en ciernes y asidua a eventos de sociedad. Era la tapadera ideal, pero no sin dificultades. No había bebido tanto sake como sus congéneres pensaban, pero sí que se había excedido un poco, y supuso que a la mañana siguiente le dolería la cabeza. Masanobi respiró hondo y siguió adelante. Después de su interpretación la pasada noche, a nadie le sorprendería si pasaba la siguiente en casa, ‘trabajando en su próxima obra’. Y entonces haría algunas visitas nocturnas a varios elementos mercaderes en la ciudad, y averiguaría qué estaban haciendo el Cangrejo y la Grulla. La idea la hizo sonreír. 

La última parte del trayecto de Masanobi la llevó por un callejón detrás de una tienda de tofu. Podía atisbar su pequeña casa al otro lado de la entrada al callejón cuando vio algo moverse con el rabillo del ojo. La mujer escorpión se giró y trató de bloquear con el brazo derecho lo que quiera que fuese mientras su brazo izquierdo asía el pequeño cuchillo que guardaba en el obi. Antes de que pudiera completar los movimientos algo duro la golpeó en el estómago y la lanzó contra la pared de la tienda. Apenas parpadeó a causa del dolor cuando una mano se situó sobre su boca y apretó, inmovilizándole la cabeza.

Masanobi miró a su oponente, intentando evaluar la situación. Era un hombre, vestido con un kimono oscuro y no alcanzó a ver ningún mon en él. Su pelo negro estaba recogido con cuidado en una coleta, y tenia unos ojos oscuros con un débil resplandor verdoso en lo más profundo. Ella trató desesperadamente de retorcerse para liberarse y entonces chilló. La cosa que la había golpeado en el estómago, comprendió debido al dolor, era un cuchillo. 

“¿Tan ansiosa estás de ser destripada, pequeña Escorpión? Espera, deja que te ayude.” El hombre hizo un movimiento repentino. Masanobi mordió la palma de su mano en sus espasmos postreros, pero él sólo sonrió mientras la sangre y el sake fluían calle abajo.

 

 

“Y así acaba otro Escorpión,” dijo Daigotsu Hirata. Tomó con la cuchara un poco de su estofado, le sopló encima brevemente, y se lo comió. 

“Bien hecho,” dijo Daigotsu Masahiko. “Pero sin embargo ¿pudiste identificarla antes de nada?”

“Fue por la Gracia de nuestro Kami. Hace unas pocas semanas estaba observando uno de los edificios pertenecientes a un mercader patrocinado por los Grulla cuando ella salió trepando por una ventana. Nadie más hubiera podido verla en la oscuridad, pero yo lo hice.” Los ojos de Hirata brillaron. “La seguí hasta su casa, y entonces descubrí quién decía ser ella y qué estaba haciendo en la ciudad. Y por último acabé con ella.” Tomó otra cucharada de estofado y la masticó con obvia satisfacción.

Masahiko resistió las ganas de poner los ojos en blanco y se concentró en su propio cuenco. La mezcla de Hirata entre paciente astucia y violencia súbita tenía su utilidad, pero no había forma de obviar el hecho de que era el Daigotsu menos cuerdo que había conocido nunca. Eso hacía muy difícil de predecir lo siguiente que iba a hacer, y en aquella ciudad no había margen para deslices. No obstante, reflexionó, sus defectos lo hacían sacrificable, lo que podría serle útil si alguna vez necesitara congraciarse con los magistrados locales.

“¿Más estofado?” preguntó Hirata.

Masahiko le acercó el cuenco y Hirata comenzó a rellenarlo. “Está bueno, pero tiene un sabor inusual.”

“Es el sake local,” dijo Hirata. “Hace que todo sepa diferente. “ Le devolvió el cuenco y empezó a llenar el suyo. “¿Qué harás ahora, que he limpiado la ciudad para ti?” 

“Lo que fui enviada a hacer. Con los ejércitos y los soldados acuartelados para pasar el invierno podemos esperar un aumento del número de ronin y ashigaru aquí. Buscaré entre ellos y reclutaré a los mejores para servir a nuestro señor. “

Hirata asintió. “Actúa sin miedo,” dijo. “Ya sé como huelen, y mantendré esta ciudad limpia para ti.”

 

 

Kyuden Bayushi, Mes de la Rata

 

“Tu sensei me ha dicho cosas buenas sobre ti. Dice que tienes mucho potencial, y la habilidad para llevarlo a la práctica.” Bayushi Paneki habló despreocupado, como si estuviera haciendo una observación sobre la moda actual de la Corte. 

Bayushi Eisaku mantuvo su rostro inexpresivo, pero era difícil. Saber que su nombre había sido alabado ante el mismísimo Campeón era motivo de orgullo, pero no permitiría que eso lo distrajera de las cosas importantes. “Sólo deseo servir a nuestro clan con la mejor de mis habilidades,” dijo.

“Como todos nosotros,” dijo Paneki. “Tengo una tarea en particular para ti, pero tendrás que esperar un momento antes de que te la explique. Hay otra persona que deseo que esté presente. Cuando llegue deberás recordar dos cosas: sé muy educado, y no le hagas ninguna pregunta.”

“Sí, Paneki-sama,” dijo Eisaku sin vacilar. No podía imaginar ser otra cosa que no fuera educado en presencia de su Campeón, y hacerle preguntas a un Escorpión desconocido simplemente era una mala idea.

“Excelente. Yo...” Paneki hizo una pausa y volvió su cabeza como si estuviera escuchando. “Por favor, Maru-san, entra.”

La puerta se deslizó para abrirse, y bajo el umbral apareció una atractiva mujer vestida con un kimono negro con bordados de círculos y escorpiones en hilo negro. “Os agradezco vuestra bienvenida, Paneki-san,” dijo ella. Se inclinó ante él como un igual. “¿Tenéis alguna pregunta para mí?”

“No, en absoluto,” dijo Paneki con una sonrisa. Le señaló un cojín. “Sólo quería compartir con vos cierta información que he recibido recientemente.”

“Siempre estoy feliz de ayudar al Clan del Escorpión,” dijo Maru. Sonrió y se sentó donde Paneki le había indicado. “¿Qué deseáis que sepa?”

“Desde la primera vez que aparecieron, hemos estado vigilando a los miembros de ese autoproclamado ‘Clan de la Araña’,” dijo Paneki. “Encuentro sus acciones sospechosas y sus motivos dudosos.”

“Han estado por aquí algún tiempo,” dijo Maru. “Seguramente vuestra red de informadores os habrá dado lo que necesitéis para actuar contra ellos – o alejarlos de vuestra mente, si realmente no son más de lo que parecen. “

“En el curso normal de los acontecimientos, sí. Y sin embargo algo extraño ocurre en las zonas en que la Araña se ha vuelto activa. Gente que antes era dada a los rumores se vuelven taciturnos o muertos; nuestros agentes desaparecen, los mensajes se extravían. Y nada de ello, por supuesto, puede ser trazado hasta la Araña.”

“Qué inquietante,” dijo Maru. “¿Tenéis un plan?”

“Lo tengo,” Paneki cabeceó hacia Eisaku. “Tengo un informe de uno de los tuyos según el cual los miembros del Clan de la Araña se han vuelto muy activos en Zakyo Toshi. Voy a mandar a éste allí, disfrazado de ronin, para unirse a ellos.”

“Directo y sin elegancia,” dijo Maru pensativamente. “Sin embargo, si todos los demás medios fallan...”

“Creo que él tiene la capacidad de tener éxito en esta tarea.”

Maru observó fijamente a Eisaku por un momento, y el joven Escorpión trató de no moverse con todas sus fuerzas. Había en su mirada una perspicacia que sólo había visto antes en su sensei. “El éxito es difícil de juzgar,” dijo ella. “Cuando llegue la hora, ¿serás capaz de reconocerlo?”

“Suenan ciertamente como palabras de oráculo,” dijo secamente Paneki.

Los labios de Maru se torcieron en una ligera sonrisa, pero su mirada no varió. Eisaku vaciló por un momento, y entonces habló, “Soy un samurai. Llevaré a cabo las órdenes de mi señor, y dejaré que él decida si he tenido éxito.”

“Un sentimiento virtuoso,” dijo Maru. “Ojalá te proteja de todo daño.”

 

 

Zakyo Toshi, Mes del Tigre

 

Masahiko no estaba preocupada hasta que se dio cuenta de que había alguien siguiéndola. Ella sabía de su valía en una pelea, y no temía a nada que siguiera muerto después de que ella lo hubiese matado. La Araña continuó descendiendo por el callejón en la oscuridad de la noche hasta que llegó a su final, y entonces se volvió bruscamente y regresó sobre sus pasos. No había avanzado la mitad cuando se encontró con su objetivo. Llevaba un kimono ligeramente sucio y parecía haber pasado su gempukku no hacía muchos años. Bajo la débil luz de la luna era difícil estar seguro, pero Masahiko creyó detectar el aspecto típico de un hombre que acababa de perder a su clan.

“¿Qué quieres?” dijo ella.

El hombre pareció sorprendido por lo directo de sus palabras. “No la entiendo,” dijo, rehuyendo sus ojos.

“Me estabas siguiendo,” dijo ella suavemente. “¿Cuál es tu nombre?”

“Ieyasu. Y sólo caminaba por este callejón. Yendo a algún sitio.”

No era una mentira demasiado buena, pensó Masahiko: debió haber sido antes un León. “Ieyasu-san, es tarde y  el vendedor de tofu ni siquiera está levantado, menos aún abierta su tienda para comerciar, así que no hay ningún sitio al que ir por aquí – salvo a este lugar, hablando conmigo. ¿Qué quieres?”

“Usted es Masahiko, ¿verdad? ¿La mujer que dirige el Dojo de la Hebra de Acero?”

“Soy yo.”

“Yo... Quiero saber si podría entrenarme en su dojo.”

“¿Por eso, Ieyasu-san, me sigues en la oscuridad?” dijo Masahijo. “Podrías haber venido simplemente al Dojo.”

“Lo hice una vez.” El hombre se enderezó ligeramente. “Estaba lleno de ashigaru.”

Masahiko oyó algo en su voz e hizo desaparecer su sonrisa. El hecho de ser un samurai era la última hebra de orgullo que le quedaba a un ronin. “Hay ashigaru que se entrenan en mi dojo, sí. Le enseñaré a cualquiera que tenga la determinación de mejorarse a sí mismo. ¿Es eso lo que quieres? ¿Mejorar?”

“Sí,” dijo. “Quiero ser más fuerte y mejor de lo que soy ahora, para poder encontrar un nuevo señor.” Esto iba a ser más fácil de lo que él había pensado, reflexionó Eisaku. El contacto de Maru le había hecho un resumen sobre la clase de gente que podía encontrarse en la Hebra de Acero, así que era simplemente una cuestión de aparecer públicamente con una tapadera que encajara bien en un lugar como aquél.

“Así que, tienes conocimiento de lo que quieres, y la voluntad de alcanzarlo. Eso está bien, muy bien,” sonrió Masahiko. “Conforme crezcas en fuerza y perspicacia aprenderás a controlar tu destino, y no sólo encontrar un señor, sino uno digno de que le sirvas.”

Eisaku iba a responder y se detuvo cuando Masahiko de pronto miró hacia arriba, lejos de donde estaba él. Hubo un breve grito en los tejados, y entonces un fuerte sonido de choque a su espalda. El Escorpión se dio la vuelta a tiempo para ver dos figuras luchando en una pila de bandejas de madera hechas trizas. Mientras observaba los dos se separaron y rodaron para ponerse en pie. Uno era un hombre de complexión fuerte y poderosa con un kimono oscuro. Permaneció en pie katana en mano y contemplaba con ojos asesinos a la otra figura, un hombre con atuendo negro ajustado y el rostro emborronado de negro, armado con una espada corta y recta.

Al ver Eisaku a los dos hombres saltar uno contra otro, con sus espadas relampagueando, se dio cuenta de que no era él realmente a quien Paneki había enviado a espiar a los Arañas – él era solamente un parapeto para el verdadero agente de Paneki. El que ahora estaba luchando por su vida. Eisaku se lanzó sobre Masahiko ejecutando un desenvainado iai perfecto. La espada se deslizó suavemente siguiendo su arco hasta que chocó con la hoja de Masahiko. Ella le miró con frialdad. “No lo creo.” dijo.

Los dos samurai se separaron y volvieron a enzarzarse de nuevo. Masahiko atacó con un corte que intentaba cercenar el brazo de su oponente, pero fue un palmo demasiado corto y sólo lo rozó. Eisaku ignoró el dolor de la herida en su hombro y se abalanzó para un tajo a través del abdomen de Masahiko. La mujer se tambaleó hacia atrás, pero no cayó sobre el pavimento como esperaba. En vez de eso se apoyó sobe un muro y presionó la herida con su mano izquierda, respirando rápida y profundamente y contemplando a Eisaku mientras tanto. El Escorpión pasó la vista de ella a su katana y se dio cuenta con horror de que había visto sangre humana en su katana muchas veces, y que ahora goteaba en ella algo completamente diferente.

“Mi señor me ha dado acceso a grandes poderes,” dijo Masahiko. Su respiración había vuelto a la normalidad, y había dejado de sangrar. “¿Qué te ha dado a ti tu señor?”

Su señor le había dado una tarea, pensó Eisaku. Y a pesar de que no se realizaría ni mucho menos de la manera que Paneki había planeado, iba a completarla.

“¡AIAAAAA!” chilló él con todas sus fuerzas y cargó. Masahiko lo miró fijamente con los ojos abiertos de par en par durante un latido y estaba retrocediendo, intentando ganar espacio mientras mantenía su espada es una posición defensiva. Bendito Fu Leng, pensó para sí, he encontrado la versión Escorpión de Hirata. La idea no le resultó nada atractiva.

Eisaku atacaba furiosamente, tratando una y otra vez de impactar en el punto en que la había herido antes. Masahiko recuperó terreno y desviaba los ataques, contrarrestando con facilidad el patrón que Eisaku había adoptado. Y entonces éste varió de forma repentina el ángulo de su golpe, más elevado, y la cabeza de Masahiko se separó del cuello limpiamente del cuello. El Escorpión saltó hacia atrás para no dejarse salpicar por la nube de sangre negra cuando su cuerpo se derrumbó.

Eisaku se detuvo un momento para asegurarse de que ella no iba a volver a levantarse, y se giró para correr donde estaban los otros combatientes, esperando poder salvar al otro Escorpión. Los encontró tirados sobre un montón: el Araña había empalado al Escorpión con su espada, y el Escorpión aparentemente se había empujado a sí mismo por la longitud de la misma para rajar el cuello del Araña con los restos quebrados de su ninja-to.

Eisaku se recostó agotado contra el muro, diciendo una oración por el alma de su compañero de clan. Lentamente limpió y envainó su katana, retorciéndose ante la renovada consciencia del dolor en su hombro. Entonces avanzó hacia la siguiente puerta y la abrió de una patada, astillándose la madera con poca resistencia. Si los cuerpos de los dos Araña fueran encontrados por las autoridades entonces todo el mundo sabría que estaban Manchados – incluidos los Araña. Si el Escorpión iba a hacer algo con ellos debían mantenerse a cielo abierto, lo que implicaba ocultar la verdad al resto del Imperio. Eisaku le daba vueltas en su cabeza a esta lógica mientras reunía fuerzas para arrastrar los cuerpos al interior de la tienda. Cuando hubo terminado, tomó un frasco del cinturón del Escorpión desconocido y derramó su contenido sobre los tres cuerpos, el suelo y las paredes de la tienda. Finalmente Eisaku prendió fuego al cuerpo del Escorpión, disculpándose en silencio al cadáver por la improvisada naturaleza de la pira.

Cuando las llamas pasaron de un cuerpo a otro, y finalmente a las paredes Eisaku se volvió y salió a toda prisa de la tienda. No había crimen más temido que el delito de incendio, así que debía apresurarse y estar en cualquier otro lugar. Tenía información que Paneki necesitaba, y no dejaría que nada impidiera que se la llevara.