Tesorero Imperial – Yoritomo Utemaro

La Conclusión, Parte 2

 

por Shawn Carman

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

El día veintiuno del Mes del Perro, año 1170

 

La joven terminó lo que le quedaba de sopa y se limpió levemente su boca con una servilleta de tela. Sonrió educadamente a la otra joven que pareció materializarse a su lado y que le quitó los platos, dejando solo una taza de té recién hervido de la que emanaba un aroma verdaderamente maravilloso. Saboreó tanto el aroma como su exquisito sabor, y luego dejó un generoso número de monedas al irse. Mientras salía, reflexionó sobre la naturaleza única del restaurante.

El Mikado era quizás único en todo el Imperio. Era un establecimiento muy conocido, construido con los mejores materiales por los más brillantes artesanos, usando toda una vida de ganancias obtenidas por la próspera administración de varias casas de té y posadas en Ryoko Owari Toshi. El resultado era uno de los mejores restaurantes de todo Rokugan, y que estaba construido de tal forma que todo el edificio podía ser rápidamente desmontado y ser llevado a cualquier sitio, para luego volverse a montar. El resultado era que allí donde estuvieran los hombres y mujeres más poderosas del Imperio, el Mikado estaba presente. La joven había disfrutado probando su exquisita cocina en el Campeonato de Jade, y ahora otra vez en el Torneo Celestial cerca de la Colina Seppun.

El pensar en el Torneo hacía que el humor de la joven se oscureciera un poco. Nunca había pensado que era una estudiante de la historia, pero era una materia que se le había dado bien en el dojo. Estaba bastante segura que los eventos de ese día no tenían precedente alguno en toda la historia documentada, y tras la proclamación de las Voces de los Cielos esa mañana, el futuro era mucho más incierto ahora que todo lo que ella había conocido. Quizás esa no era una afirmación significativa, dada su corta edad, pero había vivido en tiempos interesantes.

“Yashinko-san.”

La joven Yoritomo se volvió y vio como se la acercaba un Tsuruchi. Al principio frunció el ceño, sorprendido por el peculiar colorido de su kimono, pero al acercarse, ella sonrió. “Mochisa-san,” dijo. “Casi no te he reconocido.” Señaló a los trozos de tela de diferentes colores que había sido cosido a su kimono, y al anagrama que había sobre el. “El crisantemo te sienta bien.”

“Gracias,” dijo el arquero con una sonrisa. “He descubierto que estar al servicio de las familias Imperiales es a ratos interesante y a ratos adormecedoramente aburrido.”

Yashinko levantó una mano para tapar una leve risita. “¡Que escandaloso! No deberías decir acosas así.”

“Necesitaba decirlo antes de que mi ‘colega’ llegase,” dijo Mochisa. “Es bastante pesado.”

Yashinko miró por encima del hombro del arquero y vio a un Dragón de anchos hombros que seguía a Mochisa. Portaba un daisho, pero su cabeza estaba rapada en la manera tradicional de los monjes. “No deberías moverte tan rápidamente por entre la muchedumbre,” dijo el hombre. “No debemos separarnos.”

“Por supuesto,” dijo Mochisa. “Mis disculpas. Yoritomo Yashinko, te presento a Togashi Kazuki, yojimbo en jefe de Miya Shoin, el Heraldo Imperial.”

Ella se inclinó. “Es un gran honor.”

“El honor es mío, mi señora,” dijo Kazuki. “¿Has entregado el mensaje, Mochisa-san? Hay mucho que hacer y debemos estar acompañando a las personas a las que protegemos.”

Mochisa parecía desesperado. “Fue la persona a la que proteges la que nos pidió que entregásemos el mensaje, Kazuki-san.”

“Mayor razón para darnos prisa,” contestó el Dragón. “Mi señora, se requiere de vuestra presencia en el mayor de los almacenes Imperiales cerca de Kyuden Seppun.”

Yashinko parpadeó, sorprendida. “¿Se me requiere? ¿Puedo preguntar por quién?”

Mochisa hizo una mueca. “No te lo creerás, pero…”

“No nos corresponde decirlo,” dijo Kazuki, cortando al otro yojimbo. “Puede ser algo privado, o un asunto de seguridad. Sería mejor que fuerais allí y lo descubrieseis por vos misma.”

Ella asintió. “He oído decir que los Seppun y sus aliados Unicornio están protegiendo todo ese área. ¿Podré entrar?”

Mochisa asintió. “Se os espera. No habrá dificultades.”

Yashinko frunció el ceño, confundida por todo este asunto, pero ocultó su consternación, como debía hacer una mujer de su posición. “Por supuesto. Iré de inmediato. Os doy las gracias a ambos.”

Kazuki la devolvió la reverencia. “Es un placer y un honor para nosotros servir a la burocracia Imperial.”

La pícara sonrisa de Mochisa apareció. “Como quizás pronto conocerás.”

 

           

El grupo de seguridad para el área que rodeaba Kyuden Seppun, la Colina Seppun, y bastantes edificios alrededor de la finca de la familia Imperial era asombroso. Yashinko nunca había visto algo igual fuera del propio Palacio Imperial en Toshi Ranbo. El propio almacén parecía tener muy poca importancia por lo que podía ver la joven cortesana. No estaba en mal estado, pero tampoco era de una construcción especialmente elaborada. No pudo ver tampoco algo que indicase que tenía un significado religioso o histórico. Frunciendo el ceño, abrió, deslizando, la puerta y entró, y luego dio un sofocado grito. Su sorpresa era tan grande que no pensó en utilizar su abanico para ocultar su expresión, aunque a primera vista no parecía que hubiese nadie más allí dentro.

El almacén estaba lleno de contenedores de todo tipo, desde pequeños cestos a grandes cajas que había visto incontables veces ser cargadas en los kobune que usaba su clan para trasladar mercancías. Casi todas estaban abiertas, y todos los que podía ver estaban llenos hasta arriba de koku. Incluso entre los Mantis, quienes tenían una riqueza que la mayoría de los clanes solo podía envidiar, Yashinko nunca había visto un tan grotesco exceso de riqueza. Muy acostumbrada a la riqueza, más allá de lo que la mayoría de samuráis veían en su vida, se encontró pensando que esas cosas no son para samuráis, pero no podía evitar sentir una extraña fascinación con la habitación.

“¿Acaso no es glorioso?”

Yashinko se volvió al oírlo, y vio a un hombre de pie entre los miles de miles de discos metálicos. “¿Utemaro-san?”

“He visto el esplendor de las islas, y el sol elevarse sobre un ejército victorioso,” dijo el hombre, su voz extrañamente suave y distante. “Pero nunca he visto algo como esto. Nunca he visto algo tan glorioso.”

La extraña sensación de euforia de Yashinko se disipó mientras se preguntaba si Utemaro estaba enfermo. “¿Estáis bien, sama?” Preguntó.

“El Campeón Esmeralda tiene muchas preocupaciones,” dijo Utemaro. “Esa es la opinión del Divino. La Voz del Emperador me lo ha dicho. Shosuro Jimen y los que le sirven se ocupan de la recolecta de los impuestos Imperiales y hacen cumplir las leyes del Imperio. La opinión del trono es que el hacer cumplir las leyes debe prevalecer sobre las preocupaciones que sean tan triviales como el comercio.”

“A un magistrado normal le faltaría el conocimiento necesario para supervisar los asuntos mercantiles,” estuvo de acuerdo Yashinko. “Lo hemos visto muchas veces. Un hombre honorable puede ser fácilmente engañado por subordinados si depende de ellos para supervisar esas cosas.”

“Si,” estuvo de acuerdo Utemaro. “Por ello el Divino ha creado el puesto de Tesorero Imperial. Una sola persona, responsable de supervisar la administración de los impuestos y la asignación de los fondos Imperiales. Eso libera al Campeón Esmeralda y a los Otomo de esas… desagradables tareas.”

Yashinko asintió atentamente. “Eso parece razonable.”

“¿Sabes lo qué pensé primero, cuando me informaron que había sido elegido para el puesto?” Preguntó Utemaro, girándose para mirarla por primera vez.

“¿Vos?” Dijo ella. “¿Sois el Tesorero Imperial? Utemaro-sama, de corazón os ofrezco mi enhorabuena y…”

“Hubo un fugaz momento de entusiasmo,” continuó, aparentemente no la había escuchado, “y luego, una aplastante decepción.”

Ella se quedó inmóvil un momento, sin entenderlo. “¿Decepción?”

“He estado toda mi vida buscando riqueza para el Clan Mantis,” explicó. “Lo hago porque es mi deber, pero también porque la historia de un Imperio se puede encontrar en la superficie de estos pequeños discos.” Metió la mano en una cesta y sacó un solitario koku. “¿Ves esta insignia? Fue acuñado en tierras Fénix, en el año 1023. ¿Por cuántas manos ha pasado desde entonces? ¿Qué batallas se han ganado usando fuerzas pagadas con esta moneda? ¿Cuánta sangre mancha su superficie, invisible a nuestros ojos? Cada uno es un documento, una historia que nadie en el Imperio puede ver o apreciar. Pero yo las veo. Las veo, y las amo. Ansío conocerlas, comprender que impacto han tenido en todo el Imperio.”

“¿Pero entonces,” dijo ella, frunciendo el ceño, “por qué decepción?’

“Porque mi vida ha sido un glorioso juego,” contestó Utemaro. “Como una complicada partida de go o shogi, constantemente trabajando contra otros para sacar ventaja, usando todo a mi disposición para mejorar la posición del clan. Los samurai están hechos para la guerra, y aunque el bushi normal ve el comercio con desprecio, yo sé muy bien que no hay mayor guerra que la que se lucha con koku. El acero puede acabar con una vida, pero suficientes monedas de estas y las vidas de ciudades enteras, de familias, y de clanes pueden ser destruidas.” Suspiró. “Y entonces me di cuenta que el juego había acabado. Parece que he salido victorioso. Puedo controlar todas las piezas, y ya no quedan enemigos.”

A ella no se le ocurrió nada que decirle. “Ya veo.”

“Y luego se me ocurrió. Si no puedo seguir con el juego, puedo reinventarlo. Lo puedo crear, usando las reglas que me vengan bien.” Sonrió. “Necesitaré establecer un sistema eficiente para supervisar primero los impuestos del Imperio, claro. Estimo que eso me llevará como mucho un año. Después de eso… empezarán los juegos.”

Yashinko sonrió con tristeza. “¿Por qué me habéis hecho llamar, señor?”

“Tuve un momento de inspiración,” admitió. “Tu amiga Moshi Minami, sirve al Campeón de Jade, ¿verdad? Y es algo así como su voz en las cortes, ¿no?”

“Algo parecido, si.”

“Excelente. Necesitaré de alguien que me haga un servicio similar. Te he elegido a ti.”

“¿A mi?” Se quedó sorprendida. “Pero mi señor, os he visto muchas veces en las cortes. Necesitáis poca ayuda en esos asuntos.”

“Eso, por supuesto, es cuestión de opiniones, pero la razón última es que necesito a alguien que me ayude con las personas… digamos que más tradicionales.” Utemaro pasó una mano sobre uno de los celemines, aparentemente saboreando el roce del frío metal bajo su mano. “Estaré directamente asociado con cosas como esta, y a los ojos de algunos seré totalmente despreciable. Tu, al contrario, estarás solo tangencialmente asociado con el comercio, y por ello te mirarán más favorablemente.” Volvió a sonreír. “Una bella joven con la carga de una tarea desagradable, pero sirviendo a su Imperio con honor. Si, creo que ese tipo de cosas le gustará a las personas que tengo en mente.”

De alguna forma, Yashinko sospechaba que no había posibilidad de rehusar. “¿Por qué yo, mi señor?”

“Hay muchos estúpidos que sucumbirán ante ti solo debido a tu belleza,” admitió. “Pero conozco el trabajo de tu padre. Era uno de los patrones de mercaderes de más éxito y despiadado. Sospecho que esos instintos están también en tu interior, aunque los has suprimido, envolviéndolos de un exterior discreto y apropiado. En cualquier caso, me serás de mucha utilidad.”

Yoritomo Yashinko intentó pensar en algo que decir, pero no pudo. Por lo que finalmente simplemente se inclinó y dijo, “Si, mi señor.”